No Era Lo Que

Yo Esperaba

 

Cuando la vida no resulta como Esperábamos:

Un estudio de Éxodo 16:3

 

F. Wayne Mac Leod

 

                                                               LIGHT TO MY PATH BOOK DISTRIBUTION

Sydney Mines, Nova Scotia, Canada B1V 1Y5

 

 

No era lo que yo esperaba

Título en Inglés: Not What I Expected

Copyright © 2016 por F. Wayne Mac Leod

Edición Smashwords, Notas de la Licencia

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Traducción al español: David Gomero y Dailys Camejo (Traducciones NaKar)

Todas las citas bíblicas, a menos que se indique otra versión, han sido tomadas de la Biblia Reina Valera Revisada (1960) (RVR60).

Especial agradecimiento a Diane Mac Leod por la corrección del texto en inglés.

 

 


Índice

Prefacio

Capítulo 1 – Introducción y Contexto

Capítulo 2 – La Vida no es Fácil

Capítulo 3 – La Insatisfacción de la Carne

Capítulo 4 – El Rigor de la Sanidad

Capítulo 5 – Las Personas que Vienen a Nuestras Vidas

Capítulo 6 –Fe en los Propósitos de Dios

Capítulo 7 – Conclusión y Aplicación

Distribuidora de Libros “Light To My Path”

 

Prefacio

Si somos honestos con nosotros mismos, podemos decir que la vida no siempre resulta como esperamos. Cuando éramos jóvenes nuestra imaginación de la vida estaba matizada con ambición y romance. Sin embargo, la realidad hizo trizas el cuento de hadas que debió haber sido nuestra vida. La vida tiene maneras peculiares de darnos muchas sorpresas y cambiarnos el curso.

La nación de Israel también se hizo la idea de cómo sería estar libres de la esclavitud de Egipto. Ellos tenían la noción de lo que Dios haría por ellos. En cambio, terminaron en el desierto preguntándose de dónde provendría su próximo alimento. Ellos enfrentaron incertidumbres, dificultades y decepciones. Esto no era lo que ellos habían anticipado; no era el concepto de libertad que tenían.

Éxodo 16:3 es un versículo sencillo que tiene mucho que decirnos acerca de la actitud de Israel hacia Dios y hacia la situación de esta nación. Sin embargo, más allá de esto, este pasaje constituye una lección poderosa para nosotros en los momentos que sufrimos decepciones y cambios de rumbo en la vida. Este versículo finalmente nos desafía a confiar en Dios, quien nos guía paso a paso a través de estos valles.

He sido bendecido a medida que el Señor me ha guiado a escribir sobre este versículo. Agradezco mucho al Señor por dirigirme hacia este pasaje de las Escrituras y por las perspectivas que me ha dado mientras caminaba a ciegas en este proyecto. Tengo la certeza de que este versículo le será revelador de manera tal que le bendecirá y le animará en los momentos en que la vida no resulta como usted esperaba.

 

Dios le bendiga,

 

F. Wayne Mac Leod

 

Capítulo 1 – Introducción y Contexto

Y toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto; y les decían los hijos de Israel: Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud. (Éxodo 16:2-3)

En el curso de este estudio me gustaría examinar estos dos versículos de las Escrituras. En particular, me gustaría examinar la actitud de Israel hacia Dios y sus prioridades en la vida. Para serle honesto, cuando el Señor me guió a este pasaje, no estaba seguro de qué quería que yo viera en él. Mientras tomaba el tiempo para meditar en estos versículos, descubrí que este es un pasaje que mira profundamente al interior del corazón y el alma de la nación de Israel. Si dejamos que el Señor nos hable a través de esta porción, también pude revelar lo que hay en nuestro corazón y en nuestra alma.

Antes de proceder con los versículos como tal, examinemos el contexto en el cual fueron escritos. Éxodo 2:23 describe la situación en la que se encontraba la nación de Israel en aquellos momentos.

“Aconteció que después de muchos días murió el rey de Egipto, y los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos con motivo de su servidumbre”. (Éx. 2:23)

Estos días fueron muy difíciles para el pueblo de Israel, pues habían sido reducidos a la esclavitud en la tierra de Egipto. Observemos cómo este pasaje dice que los israelitas “gemían a causa de su servidumbre”. Esta esclavitud era una experiencia amarga. Éxodo 3 nos relata cómo los israelitas fueron obligados a reunir paja para hacer ladrillos para los proyectos constructivos de Faraón. También les impusieron jefes de cuadrilla para que les obligaran a cumplir con su cuota diaria de ladrillos. Si ese día no se cumplía la cuota, los capataces egipcios golpeaban a los jefes de cuadrilla (Éx. 5:13-14). Podemos imaginarnos que si estos jefes de cuadrilla eran golpeados por no cumplir con la cuota diaria, entonces ellos tenían que haberle exigido muchísimo a quienes estaban bajo su mando. Las condiciones deben haber sido tan intolerables, que incluso, cuando Dios envió un libertador en la persona de Moisés, el pueblo no lo escuchó porque su espíritu había sido quebrantado:

“De esta manera habló Moisés a los hijos de Israel; pero ellos no escuchaban a Moisés a causa de la congoja de espíritu, y de la dura servidumbre” (Éx. 6:9)

Dios envió a sus siervos, Moisés y Aarón, para rescatar a Israel de esta terrible opresión. Éxodo, del capítulo 7 al 12, nos relata lo sucedido en la tierra de Egipto cuando el Señor actuó a favor de Su pueblo. En Egipto se desataron diez plagas, las cuales destruyeron la tierra y sus cosechas, haciendo la vida imposible para los egipcios y culminando con la muerte de los primogénitos de cada familia en esa nación. Fue solo entonces que se le permitió al pueblo de Israel salir de la tierra de su esclavitud.

Cuando el pueblo de Dios se marchaba, los egipcios, contentos de verlos partir, los llenaron de riquezas (ver Éx. 12:33-36). El Señor guió a los israelitas a través del desierto por medio de una columna de nube a la cual seguían (Éx. 13:21-22). No pasó mucho tiempo antes que Faraón se arrepintiera de haber dejado ir al pueblo de Israel. Entonces reunió a su ejército y fue en busca de ellos hasta el desierto. Faraón los atrapó en un lugar donde no tenían escapatoria, pero Dios les abrió paso a través del Mar Rojo. Cuando el ejército egipcio se lanzó a perseguirlos, Dios los ahogó en medio del mar (Éx. 14).

En todo esto hay una serie de detalles que me gustaría señalar en esta introducción. En aquellos días, Dios se reveló de una manera muy especial al pueblo de Israel. Hubo seis cosas que Dios hizo durante ese tiempo de las cuales el pueblo de Israel fue testigo.

En primer lugar, Israel vio cómo Dios respondía sus oraciones. Ellos clamaron al Señor en medio de su angustia y el Señor escuchó su clamor. Dios le habló a Moisés y lo llevó a Egipto para que fuera el libertador de Su pueblo. Israel vio que Dios respondió su oración al enviarles a Moisés y Aarón para que hablaran por ellos.

En segundo lugar, el pueblo de Israel vio cómo Dios juzgaba a la nación que los había reducido a la esclavitud. El poderoso Dios de Israel, en respuesta a sus oraciones, vino en su defensa. Él redujo Egipto a ruinas, destruyendo sus cosechas y aniquilando a sus primogénitos. Estoy seguro que el pueblo de Israel miraba sorprendido mientras veían la ira de Dios a su favor.

En tercer lugar, Israel vio que Dios los liberó de una esclavitud de la cual no tenían ninguna esperanza humana de escapar. Es probable que ya se hubieran hecho la idea de que esa era la suerte que les tocaba en la vida, y que sería la manera en que vivirían y morirían. Sin embargo, Dios cambió eso. Él los liberó de la esclavitud de Egipto, y les dio una nueva vida como un pueblo libre bajo Su liderazgo.

En cuarto lugar, la nación de Israel vio que Dios les proveyó para cada necesidad. Cuando salieron de la tierra de esclavitud les pidieron a los egipcios que les dieran provisiones. El Señor les dio favor delante de éstos, los cuales les dieron generosamente de manera tal que aquellos pobres esclavos salieron enriquecidos con todo lo que necesitaban para el viaje por el desierto. Esto era algo con lo que nunca hubieran soñado. ¡De qué manera se hubieran imaginado que un día sus enemigos los enriquecerían! Esto solo era obra de Dios.

La quinta cosa que el pueblo de Dios vio fue que Él los guió por el desierto en cada paso que daban. Cada día en el cielo iba delante de ellos una columna de nube y una de fuego. Lo único que tenían que hacer era seguir la columna. El desierto era un lugar inmenso y no sabían por donde tenían que ir. Dios, sin embargo, no los abandonó. Ellos vieron cómo Dios los guiaba cada día; sabían que Su presencia y Su dirección marchaban con ellos a cada paso del camino.

Finalmente, pudieron ver la protección de Dios sobre ellos. Cuando el ejército de faraón los persiguió y los alcanzó a orillas del Mar Rojo, Dios abrió el mar de una manera milagrosa. Él dejó que Su pueblo pasara sobre tierra seca, pero cuando el ejército egipcio los siguió, el Señor los ahogó en el mar. Israel vio que Dios no lo había abandonado. Con esto entendieron que su Dios los protegería y los guardaría a lo largo de todo el camino.

Cuando leemos Éxodo 16 vemos claramente que el Señor se le había revelado a Israel de una manera muy especial. No podía haber dudas de que su Dios había venido en su defensa, y que había contestado sus oraciones de maneras que ellos nunca hubieran imaginado. Él había demostrado que era el Dios de justicia que proveía, protegía y cuidaba a Su pueblo. Sin embargo, aunque estos hechos eran innegables, en demasiadas ocasiones, sus reacciones ante estos hechos no fueron las debidas. A menudo nos vemos en situaciones similares en las que nuestra actitud ante Dios no es la que debiera ser. En los próximos capítulos analizaremos las reacciones del pueblo de Dios a esta nueva vida de libertad bajo la dirección de Dios.

 

Para meditar:

¿Qué evidencia tenemos de que la esclavitud de Israel en Egipto fue muy dura?

¿Cómo rescató Dios a Su pueblo? ¿Qué le enseñó a Israel, acerca de Dios y Su propósito para sus vidas, la obra que Dios hizo a favor de ellos?

¿Cómo se le ha revelado Dios a usted? ¿Qué grades lecciones le ha estado Él enseñando acerca de Sí mismo y de Su propósito para Su vida?

 

Para orar:

Aparte un momento para meditar en la bondad de Dios hacia usted. Agradézcale por la manera en que le ha guiado, protegido y guardado.

Pídale al Señor que le ayude a aprender las lecciones que Él quiere que usted aprenda por medio de las circunstancias que Él permite en su vida.

Pídale a Dios que le ayude a sujetarse a Él y a confiar en Él para todo.

 

Capítulo 2 – La Vida no es Fácil

“Ojalá hubiéramos muerto… cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos…” (Éx 16:3).

El pueblo de Dios ya había estado en el desierto por casi dos meses (Éx. 16:1). Es muy probable que todo el entusiasmo que habían sentido cuando fueron liberados de la opresión y la esclavitud ya se les hubiera desvanecido. El desierto no era el lugar más agradable donde se podía estar. La escasez de comida era uno de los problemas con los que tuvieron que lidiar en ese tiempo. Es muy probable que ya se les hubiesen agotado las provisiones que habían traído para el viaje, y ahora el pueblo comenzaba a preguntarse dónde encontrarían su próxima comida.

A medida que sus estómagos comenzaron a sentir los efectos del hambre, el pueblo comenzó a inquietarse. Esa ansiedad fue poco a poco convirtiéndose en ira y resentimiento. En su ira, un día se acercaron a Moisés y a Aarón y les dijeron: “Ojalá hubiéramos muerto… cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos…” (Éx. 16:3).

Esta declaración revela algo acerca del pueblo de Israel y su actitud ante la vida en general. ¿Qué le estaba diciendo ese pueblo a sus líderes en aquel día? Les estaban diciendo algo parecido a esto: “Preferimos morir antes que dejar de sentarnos delante de nuestras ollas de carne y comer pan hasta que se nos llene la barriga”.

Recordemos que estos que están hablando son antiguos esclavos. Habían estado acostumbrados a las vicisitudes; de hecho, habían tenido su espíritu quebrantado a causa de la dureza de la esclavitud. Sin embargo, este nuevo sabor de libertad había estado creando en ellos una nueva serie de ideas. Ellos se habían creado expectativas en cuento a esta nueva libertad que habían recibido, y las luchas y las dificultades no eran parte de esa idea.

Ellos pensaban que debido a que eran libres de Egipto debían ser capaces de tener en la vida lo que quisieran. Ya ellos habían pasado suficiente trabajo y ahora querían disfrutarla; querían deleitarse en sus placeres y comodidades; querían satisfacción y un estilo de vida más fácil. El sacrificio y las pruebas no debían ser parte de la vida de libertad en la que ahora se encontraban como pueblo. Ellos esperaban con total certeza que la vida iba a ser fácil y cómoda ahora que ya no eran esclavos. 

La libertad que querían tener era una libertad para vivir como a ellos les placiera. Era ser libres de la escasez, el hambre o la necesidad. Querían una vida libre de pesar y preocupación. Querían estar libres de la incertidumbre de no saber de dónde saldría la próxima comida. Ahora que ya no eran esclavos, la vida tenía que ser más fácil. La libertad que esperaban era bastante egocéntrica. Lo único que les interesaba era ellos mimos y sus vidas cómodas.

Podemos percatarnos en el versículo que ellos se tomaban esto tan a pecho, que les dijeron a Moisés y Aarón que preferían morir antes de tener que vivir otro día más con necesidad y preocupación. Si esto era la libertad, entonces no querían tener nada que ver con ella. ¿De qué les servía la libertad si tenían que seguir sufriendo? ¿Habría alguna diferencia entre esto y lo que ellos experimentaron en Egipto bajo la esclavitud?

¿Han desaparecido del todo en la actualidad estos tipos de pensamientos en nosotros? Analicemos lo que los israelitas les estaban diciendo con esto a sus líderes. ¿Acaso no le estaban diciendo a Moisés que lo que ellos esperaban era una vida fácil y bendecida? Hoy en día hay muchos creyentes que piensan de igual manera. Ellos creen que al venir a Jesús la vida debe hacérseles más fácil. Incluso, a veces, a la hora de evangelizar somos presa de esta idea al ofrecerle al no creyente una vida más fácil, si tan solo viniera a Jesús.

Cuando el Señor Jesús estaba en esta tierra, las multitudes le seguían. Muchos le seguían por lo que podían obtener de Él; ya sea algo para comer o sanidad de alguna enfermedad. Querían hacerlo su Rey porque querían derrocar a las autoridades romanas opresoras. Sin embargo, ante el más mínimo indicio de algo que se opusiera a esto, le daban la espalda.

Jesús se refirió a este tipo de seguidores cuando contó la parábola del sembrador que echó la semilla en suelo rocoso y espinoso. Al interpretar esta parábola, Jesús le dijo a quienes le escuchaban:

“Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza. El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Mt. 13:20-22).

Observemos que estos individuos reciben la palabra de Jesús con gran gozo, pero cuando aparecen las pruebas se apartan. Estas personas pensaban igual que Israel: si sigo al Señor y recibo la libertad que brinda, entonces las cosas deben ser mejor para mí. ¿Por qué he de seguir a Jesús si Él no me facilita la vida ni me la hace más cómoda?

Israel esperaba la vida fácil y el confort. Entonces, si no tenían esto, era mejor morirse. Si su libertad no les facilitaba las cosas, entonces no había por qué vivir.

La libertad que experimentaron en el desierto no era la que esperaban. Esta libertad tenía sus complicaciones pues en ella había vicisitudes. Las cosas no les resultaban fáciles y no tenían el control de sus circunstancias. Tenían muchas preocupaciones y muchos enemigos que enfrentar. ¿Por qué tendrían que abrazar este tipo de libertad?

¡Cuán fácil nos resulta sentirnos como se sintió Israel! ¿Por qué tendríamos que abrazar una relación con Cristo que podría significar perder a nuestros amigos? ¿Por qué habríamos de abrazar una salvación que podría significar arriesgar nuestras vidas? ¿Por qué deberíamos recibir a un Dios que pudiera llevarnos de la seguridad en la que ahora nos encontramos a una vida de constante dependencia?

¿Acaso nuestra salvación y libertad tratan realmente de nosotros y nuestra comodidad, o tratan acerca de algo mucho más grande? ¿Por qué un soldado está dispuesto a arriesgar su vida en el campo de batalla? ¿Por qué una madre se deleita en sacrificar su tiempo y esfuerzos por su familia? ¿Acaso no hay causas más grandes que nosotros mismos? La fe de Israel en los tiempos de Moisés era muy egoísta. Era una fe que ponía el yo sobre el trono. Todo tenía que girar en torno a ellos. Sus necesidades y deseos tenían que ser el centro de todo.

El pueblo de Dios se había olvidado del viaje grandioso en el cual Dios los estaba llevando. Él les estaba ministrando y enseñando lecciones que debían cambiar sus vidas para siempre. El propósito de Dios era mucho mayor que el hambre física que tenían. Él estaba forjando una nación, y los estaba preparando para ser un gran pueblo para la gloria de Su nombre. Dios se revelaría al mundo a través de ellos.

Al examinar Éxodo 16:3, comenzamos a entender cuán pequeña puede ser nuestra fe. ¿Abandonaríamos a un Dios que no nos da todo lo que queremos, cuando lo queremos? ¿Le daríamos la espalda a un Dios que nos permite enfrentar problemas y vicisitudes en la vida? ¿Es nuestra fe mayor que nosotros mismos o es más grande que eso?

¿Acaso estaríamos dispuestos, como lo estuvieron otros grandes hombres y mujeres de fe que fueron antes que nosotros, a soportar sufrimiento y dolor por la fe que se nos ha dado? ¿Estaríamos dispuestos a sacrificarlo todo por el Señor Jesús? ¿Estaríamos dispuestos a dar nuestras vidas, o al igual que Esaú, cambiaríamos nuestra primogenitura por un plato de lentejas para satisfacer nuestras necesidades inmediatas? ¿Hay causas por las que vale la pena sufrir?

 

Para meditar:

¿Qué nos dice Éxodo 16:3 acerca de la actitud de Israel hacia la fe y la vida?

¿Por qué deberíamos abrazar una fe que podría conducirnos al sufrimiento y a las pruebas?

¿Por cuáles causas vale la pena sufrir en la vida?

¿Qué hace que la gente en nuestros días se aparte de la fe?

¿Hay evidencias de que en nuestros días exista la fe egocéntrica? Explique.

 

Para orar:

Pídale al Señor que lo libre de la fe egocéntrica.

Pídale que le dé un mejor entendimiento de la causa que usted representa. Pídale que le dé una pasión más profunda por esa causa.

Agradézcale al Señor por los sacrificios que Él es-tuvo dispuesto hacer a su favor. Pídale que le ayude a ser fiel a pesar de las vicisitudes de la vida

¿Ha estado usted enfrentando pruebas y dificultades al igual que Israel en este pasaje? Pídale al Señor que le provea todo lo que necesita para continuar fielmente con Él.  

 

Capítulo 3 – La Insatisfacción de la Carne

“…en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos” (Éxodo 16:3).

En el capítulo anterior examinamos la actitud del pueblo de Israel hacia su recién descubierta libertad. Ellos querían, y esperaban, que en esta nueva libertad la vida se les facilitara. Su fe se centraba en ellos mismos y no podían ver el panorama completo de lo que Dios estaba haciendo en sus vidas.

Hay otro aspecto más a considerar en cuanto a Israel y su actitud en ese tiempo, el cual está plasmado en la frase: “en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos”. La idea aquí es que en Egipto ellos tenían todo lo que querían comer. Comparado con lo que estaban atravesando en ese momento, la vida en Egipto parecía ser muy atractiva.

Tomemos un momento para reflexionar en esta declaración. ¿Cómo era la vida en Egipto para los hijos de Israel? Ya habíamos visto esto en el capítulo uno. Éxodo 2:23 nos dice que los israelitas “gemían a causa de la servidumbre, y clamaron” pidiendo ayuda. Leemos en Éxodo 6:9 que el pueblo ni siquiera escuchó a Moisés, su libertador, “causa de la congoja de espíritu, y de la dura servidumbre”. Éxodo 1:13-14 nos describe las condiciones bajo las cuales trabajaba el pueblo de Dios:

“Y los egipcios hicieron servir a los hijos de Israel con dureza, y amargaron su vida con dura servidumbre, en hacer barro y ladrillo, y en toda labor del campo y en todo su servicio, al cual los obligaban con rigor”.

También debemos recordar la decisión de Faraón de aniquilar a todos los hijos varones que nacieran en el pueblo de Israel lanzándolos en el río Nilo para que se ahogaran. ¿Cómo era vivir en Egipto en aquellos días? Significaba trabajar rigurosamente y ser maltratados de manera despiadada por los capataces egipcios. Significaba ver a sus pequeños hijos varones ahogarse en el Nilo. Significaba gemir bajo la rudeza de la vida de esclavo. Significaba ir a trabajar a los campos cada día con el ánimo decaído. En su desesperación, el pueblo clamó a Dios pidiéndole ayuda y liberación (Éx. 2:23). Esos días fueron agonizantes para la nación de Israel.

Es por eso que nos impacta la frase “en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos”. Egipto fue un lugar terrible para Israel, y aún así aquí vemos cómo anhelaban regresar a causa de las ollas de carne y del pan que los saciaba.

En este versículo el deseo carnal de Israel era muy fuerte. Egipto, por muy cruel que fuera, sí ofrecía sus placeres. Por un momento, mientras comían su pan y disfrutaban la carne, el dolor de la esclavitud desaparecía. Sin embargo, éste nunca los abandonaba, pues después de levantarse de comer, tenían que enfrentarse a las difíciles condiciones en que vivían. Su pan era tan solo un alivio momentáneo, mas su agonía era continua. Egipto ofrecía experiencias placenteras, pero siempre, detrás de esas experiencias, estaba la atadura de la esclavitud y la opresión. Sus barrigas estaban llenas, pero sus almas permanecían en agonía.

Mientras Israel se preguntaba en el desierto de dónde saldría su próxima comida, sus mentes se remontaban a Egipto y a los placeres temporales que ofrecía. Sin embargo, Israel no estaba viendo todo el cuadro. Esta nación tan solo veía el pan y la carne que llenaba sus barrigas temporalmente, y no veía la agonía de su alma y la desesperación que Egipto le brindaba junto con ese pan.

En Génesis 25:29-34 vemos a Esaú venir cansado del campo y pedirle a su hermano Jacob algo de comer. Jacob solo le daría el potaje si le vendía su primogenitura. Esaú estuvo de acuerdo. Para saciar su hambre, él estuvo dispuesto a sacrificar sus derechos como hijo mayor. No quiero pasar aquí por alto lo significativo del hambre. Sin embargo, lo que quiero comunicar es cuán fácil es para nosotros alimentar los fuertes deseos de la carne sin tener en cuenta las consecuencias. Mientras Israel viajaba por el desierto, Dios los estaba llevando a la Tierra Prometida. Sin embargo, aquí vemos que estaban dispuestos a renunciar a esa promesa por causa de su próxima comida.

La presión que ejerce la carne es increíble, especialmente en momentos de pruebas y debilidad. Es ahí cuando resulta fácil perder el vínculo con la realidad. Aquí vemos cómo Israel anhelaba a Egipto, el lugar de esclavitud y cruel opresión, simplemente por la seguridad de la siguiente comida. Satanás es especialista en cegarnos a las consecuencias de nuestras acciones. Génesis 3:2-6 es un claro ejemplo de esto:

“Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella”.

La advertencia que Dios les había dado a Adán y a Eva era que si comían del fruto de cierto árbol, morirían. Sin embargo, Satanás les mostró que era un fruto agradable y que les abriría sus ojos a un nuevo mundo. Pero ese mundo era un mundo de pecado y muerte, tal y como el Señor les había dicho. La fuerza de la carne fue tan potente que por probar del fruto de ese árbol, Eva se rindió al pecado y a la muerte.

Las ollas de carne y el pan de Egipto, siempre serán una tentación para la carne hambrienta. En medio de la prueba de Israel, los deseos de la carne comenzaron a relucir en gran manera. Al igual que Esaú, esta nación rechazaría la Tierra Prometida para estar de vuelta en Egipto comiendo pan. El camino hacia la Tierra Prometida no sería fácil.

Habrá momentos en los cuales nosotros también sentiremos los efectos del hambre. Al igual que Israel, puede que estemos tentados a mirar hacia atrás y recordar las cosas que disfrutamos en el pasado, cuando ciertas cosas en la vida eran más fáciles. Egipto sí le ofrecía placeres al pueblo de Dios, pero era a costa de un gran precio.

El camino hacia la Tierra Prometida llevó a los hijos de Israel a cruzar el desierto con una serie de dificultades.  Nuestros viajes en la vida también nos conducirán a través de experiencias de desierto. Sin embargo, para momentos como esos asumimos el gozo eterno. ¿Sacrificaremos el propósito de Dios para sentarnos delante de las ollas de carne de Egipto? Cuando enfrentemos las tentaciones y pruebas que tenemos delante, reconozcamos la presión que ejerce la carne; reconozcamos también que hay cosas por las que vale la pena sufrir y esperar. Los placeres de Egipto no pueden compararse con lo que Dios ha prometido. Grandes bendiciones surgen de grandes sacrificios.

No subestimemos la fuerza de la carne insatisfecha. La tentación de satisfacer las necesidades del momento también será muy real para nosotros. Que Dios nos dé la gracia de reconocer el costo que conlleva satisfacer esos deseos de manera pecaminosa. La carne da gritos en cada uno de nosotros. La necesidad de compañía, provisión, protección, satisfacción, seguridad, confort y amor, todas dan gritos en nuestro interior. Las necesidades de Israel eran legítimas, pues necesitaba comer y satisfacer su hambre física. Pero el problema como tal era que no podía poner su necesidad delante Señor y confiársela a Él. ¿Puede usted confiarle al Señor sus necesidades insatisfechas? El Dios que escuchó el clamor del pueblo de Israel cuando se encontraba en la esclavitud es el mismo Dios que los llevó al desierto, así que, Él proveería para sus necesidades. Sin embargo, por el momento, el deseo de la carne se convirtió en el dios de Israel. Cuando la carne habló, la siguieron. En vez de encomendar su necesidad al Señor, siguieron los impulsos de la carne y anhelaron a Egipto.

Muchos que fueron antes que nosotros cayeron porque escucharon el clamor de la carne en vez de escuchar a Dios. David cometió adulterio a causa del clamor de su carne. Luego seguiría con un asesinato para cubrir su pecado. Eva se vendió a Satanás por probar la fruta del árbol del conocimiento del bien y del mal. Esaú vendió su primogenitura por un plato de potaje. Caín mató a Abel por satisfacer la ira celosa de su carnal corazón. La carne nunca debería convertirse en nuestro dueño o nuestro dios, sino que ha de sujetarse al propósito supremo de Dios para nuestras vidas.

A medida que enfrentemos los desiertos de la vida, la carne va a clamar en nosotros en busca de satisfacción. Anhelará a Egipto; nos recordará los placeres de los días pasados. Sin embargo, sus pasiones y sus deseos deben ser traídos a Dios y rendidos a Él. Al ver la historia de Israel en aquellos días, podemos observar cómo Dios satisfizo sus necesidades diariamente de manera milagrosa y maravillosa. Tenemos todas las razones para creer que Él hará lo mismo por nosotros a medida que confiemos en Él y nos rindamos a Sus propósitos en vez de rendirnos a la presión de nuestra carne.

 

Para meditar:

¿Cómo era la tierra de Egipto para el pueblo de Dios?

¿Qué nos dice este versículo acerca de la presión que ejerce la carne? ¿Ha sentido usted alguna vez esa presión?

¿Cómo hace Satanás para impedir que veamos todo el panorama y las consecuencias de nuestras acciones y deseos?

¿Se ha visto usted alguna vez tentado a rendirse a la lascivia y a los deseos pecaminosos de la carne? ¿Cuál usted cree que será el resultado final de rendirse ante ellos?

¿Está usted dispuesto a soportar las calamidades del desierto por alcanzar las promesas de Dios?

 

Para orar:

Agradézcale al Señor por librarle de la esclavitud del pecado.

Pídale a Dios que le ayude a rendir los deseos de la carne a Él. Agradézcale por el hecho de que Él no se opone a esos deseos sino que quiere cumplirlos a Su manera.

Pídale a Dios que le ayude a ver todo el panorama de lo que está ocurriendo. Pídale que le dé fuerzas para soportar y resistir la tentación de los deseos de la carne con el fin de poder experimentar las promesas de Dios.

Pídale a Dios que le dé la capacidad de resistir el impulso de hacer de los deseos de la carne dioses de su vida. Vuelva a comprometerse en honrar a Dios con su cuerpo y su mente.

 

Capítulo 4 – El Rigor de la Sanidad

“Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto,…pues nos habéis sacado a este desierto para matar… a toda esta multitud”. (Éxodo 16:3)

Hasta el momento, en Éxodo 16:3 hemos visto la mentalidad que Israel tenía: pensar que al ser libres de la esclavitud de Egipto, ahora la vida debía hacérseles más fácil. Es por esa razón que se sentían frustrados, porque no siempre era así. Luego vimos la increíble fuerza de la carne y el deseo de Israel de satisfacer los antojos de ésta. Tan solo estas dos realidades eran los instrumentos que el enemigo tenía en sus manos para tentarlos y hacer que desistieran de la Tierra Prometida hacia donde se dirigían. Sin embargo, en la mente del pueblo de Dios había evidencias de otro punto de vista errado.  Éste lo encontramos en la frase: “Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto”. Analicemos detenidamente esta frase.

Para comenzar, percatémonos de que se está haciendo una comparación entre Moisés y Dios en la frase: “Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová… pues (tú, Moisés) nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud”. El pueblo de Israel está diciendo que hubiese sido preferible morir de la mano de Dios, que morir bajo el liderazgo de Moisés. Observemos que en ambos casos hablan de morir.

Israel entendía la opresión a la que estaban sometidos en Egipto, y que era muy probable que perecieran en su cautiverio. Sin embargo, creían que morir por mano del Señor en Egipto, sería menos tortuoso que lo que les estaba sucediendo ahora bajo el liderazgo de Moisés. Ellos acusaban a Moisés de llevarlos al desierto para matarlos de hambre, y que al menos Dios los hubiera dejado morir con el estómago lleno.

Aunque no es menos cierto que el Dios a quien servimos es un Dios compasivo y amoroso, a menudo malinterpretamos el significado de compasión. ¿Fue el Señor compasivo cuando permitió que Su Hijo Jesucristo muriera en cruenta cruz? ¿Acaso la muerte del Señor Jesús no estuvo a la altura de la verdadera compasión? Por muy cruel y difícil que fuera, este fue el medio de nuestra salvación.

¿Es compasivo el doctor cuando tiene que abrir alguna parte del cuerpo del paciente, infligiéndole dolor, para poder sanarlo de alguna enfermedad? ¿Es un padre compasivo cuando tiene que disciplinar a sus hijos con el propósito de mantenerlos por el camino de la fe y la vida? Este tipo de compasión no siempre es fácil. A veces aquello que resulta “compasivo” (y que es lo que se debe hacer) herirá al ser querido para evitarle más dolor y devastación.

Israel creía que Dios iba a ser más suave con ellos; que Él no hubiera permitido que murieran con el estómago va¬cío en medio del caluroso desierto. Pero algo que ellos no podían ver todavía, era que aquel Dios del que ellos hablaban, era quien los había llevado paso a paso hacia ese lugar. Pero al llegar el tiempo de aflicción le echaron la culpa a Moisés de sus problemas.

Hace varios años me encontraba a cargo de un estudio bíblico en la isla de Reunión en el Océano Índico. No recuerdo exactamente cuál pasaje estábamos estudiando, pero sí recuerdo la reacción de una de las damas del grupo. Ella había tenido una conversación con una hermana en Cristo que le había dicho que no podía creer en un Jesús que no sanara. Cuando compartió esta conversación con nosotros, recuerdo que le dijo al grupo de estudio bíblico que después de reflexionar en lo que le había dicho su amiga, ella llegaba a la conclusión de que creería en Jesús, sanara o no.

Esa declaración me impactó de una manera poderosa. Yo creo en un Jesús que sana, pero, ¿y si no me sana? ¿Seguiría creyendo en Él? Tengo a alguien conocido que nació ciego. El me contaba que en ocasiones había ido al Señor en busca de sanidad, pero que el Señor nunca se la había dado. Él es un hombre de una gran fe y una gran confianza en el Señor. A pesar de su ceguera, él sigue sirviendo al Señor con gran gozo y entusiasmo. Él cree en Jesús, ya sea que reciba sanidad o no.

Pensemos en Job, ese hombre de Dios del Antiguo Testamento. En una ocasión, Satanás vino a Dios y le pidió permiso para acabar con la salud y las posesiones de Job. Dios le dio ese permiso, y con éste, Satanás salió a matar a los hijos de Job. También lo afligió con dolorosas llagas (ver Job 1 y 2). Hubo un momento en el que incluso la esposa de Job le dijo a su esposo que maldijera a Dios y se muriera. Veamos la respuesta que él le dio:

“Entonces le dijo su mujer: ¿Aún retienes tu integridad? Maldice a Dios, y muérete. Y él le dijo: Como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado. ¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? En todo esto no pecó Job con sus labios” (Job 2:9-10).

Job aceptó su dolor como de parte del Señor. No lo entendía, pero estuvo dispuesto a aceptarlo. ¿Cuántos de nosotros hemos estado junto al lecho de seres queridos y los hemos visto morir? De cierto modo creemos que Dios nunca nos arrebataría a un ser querido de nuestro lado. Se nos hace difícil aceptar a un Dios que permita que algo malo suceda.

Tenemos que reconocer que las aflicciones de Job fueron emprendidas por Satanás, pero recordemos que Dios permitió que Satanás le hiciera eso a Su siervo. ¿Creeremos en un Dios que permite que sucedan cosas malas en la vida? ¿Creeremos en un Dios que no le sana la ceguera a un amigo nuestro?

En cierta ocasión el apóstol Pablo se acercó al Señor para pedirle acerca de algo que lo afligía en su cuerpo. Él le pidió al Señor que le quitara ese “aguijón”. Esto fue lo que el Señor le contestó:

“…respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Co. 12:8).

Pablo experimentó el maravilloso poder de Dios a causa de su debilidad. Dios permitió que él sufriera para que pudiera seguir confiando más y más en Él y en Su poder para su ministerio y su vida. Esto conllevó, al final, a que Pablo fuese el hombre que fue.

Mientras una ostra se alimenta en el fondo del mar, en ocasiones un grano de arena se aloja dentro de su cuerpo. Este grano de arena causa irritación a la ostra. Para protegerse de esa molestia, la ostra segrega una sustancia con base de carbonato de calcio llamada nácar. Mientras el grano esté en la ostra, ésta continuará segregando el nácar. El resultado de esas constantes segregaciones son las capas que conforman a la perla, la que luego será buscada y altamente apreciada. Para que la perla se formara, la ostra tenía que sentirse la molestia. Eso era lo que sucedía en la vida de Pablo. Eso también era lo que estaba sucediendo en la vida de Israel en Éxodo 16:3. Dios había permitido la incomodidad en sus vidas para formar en ellos las cualidades valiosas que Él necesitaba.

La opinión que tenía Israel de Dios era que Él tendría compasión. A este pueblo le costaba creer que Dios permitiría que ellos atravesaran aflicciones como las que estaban experimentando en aquel día. Esto les impedía ver la obra suprema que Dios estaba haciendo en sus vidas. Su Dios era un Dios de amor, bondad y compasión. Él siempre satisfizo sus necesidades y nunca permitió que nada demasiado difícil les aconteciera. Ellos no pudieron darse cuenta de que hubo momentos en los cuales necesitaban tener más fe. No podían entender que Dios necesitaba colocar molestias en sus vidas para moldearlos y hacerlos el pueblo que Él quería que fuesen.

Sí, Dios es un Dios de gran compasión y misericordia. Sin embargo, Él es un Dios a quien le preocupa más nuestro crecimiento y nuestra madurez en Él, que nuestras comodidades temporales. Él permitirá que las luchas vengan a nuestro camino y las usará para moldearnos a Su imagen. A través de esas batallas nos iremos acercando más a Él.

Israel no podía aceptar que sus pruebas vinieran de parte de Dios. Por eso culparon a Moisés, porque pensaban que el Dios a quien servían nunca les permitiría enfrentar tal hambre e incertidumbre. Si no podemos aceptar que las circunstancias son de parte de Dios, o permitidas por Él para nuestro bien, entonces pasaremos por alto las bendiciones que esas pruebas tenían la intención de brindarnos. A Satanás le encanta decirnos que un Dios bueno y amoroso nunca permitiría que pasáramos por problemas e incertidumbres en la vida. Conozco a muchos que han creído esa mentira, y también los he visto alejarse de Dios por eso. 

Israel no podía creer en un Dios que no satisficiera su hambre. ¿Creeremos, aunque satisfaga o no nuestras necesidades? ¿Confiaremos en Él aun cuando no entendamos o no nos guste lo que está haciendo? A veces la sanidad es rigurosa, pero tengamos por cierto que por muy rigurosa que parezca esa sanidad, Dios la tiene en Sus manos, y a Él lo que le importa es que al final tengamos crecimiento y bienestar.

 

Para meditar:

¿Qué nos enseña este versículo acerca de la opinión que tenía Israel de Dios?

¿Dios siempre nos da comodidad y nos lo facilita todo?

¿Qué logra Dios en nosotros por medio de las dificultades y las pruebas que permite?

¿Por qué creer en un Dios que solo obra para nuestra comodidad y bienestar nos impide madurar en la vida espiritual?

¿Podemos confiar en un Dios que permite que vengan problemas y dificultades a nuestras vidas?

¿Cuáles batallas ha permitido Dios que enfrentemos en nuestras vidas? ¿Cómo nos han ayudado esas dificultades a crecer en nuestra relación con Él?

 

Para orar:

Tomemos un momento para agradecerle al Señor por las bendiciones que nos ha dado a través de los tiempos difíciles de nuestras vidas. Agradézcale por la manera en la que Él ha usado esos tiempos difíciles para que maduremos en nuestra fe y en nuestro andar con Él.

Pidámosle al Señor que nos dé la gracia para aceptar aquellas cosas que Él permite que vengan a nuestro camino.

¿Tenemos algún amigo o ser querido que se encuentre en dificultades en estos momentos? Pidámosle al Señor que lo bendiga y lo guarde en este tiempo.

Pidámosle al Señor que nos dé la fe para confiar en Él, cualquiera que sea la situación en la que nos encontremos hoy.

 

 

Capítulo 5 – Las Personas que Vienen a Nuestras Vidas

“… pues nos habéis sacado a este desierto…” (Éxodo 16:3)

En el capítulo anterior pudimos ver que el Señor a veces permite las pruebas en nuestras vidas. Estas pruebas no están fuera de Su control, sino que Él las usa para cumplir Su propósito. A medida que Job y Pablo aceptaron las aflicciones y espinas en sus vidas, salieron refinados y se acercaron más al Señor. Al final llegarían a ser siervos de Dios más eficaces por causa de esas luchas.

En este capítulo me gustaría desarrollar un poco más esta idea. Mientras el pueblo de Dios vagaba en el desierto, ellos comenzaban a sentir el estrés del viaje. Comenzaron a preguntarse de dónde saldría la próxima comida, y cómo iban a sobrevivir como pueblo en ese ambiente tan inhospitalario.

Como reacción ante estas preocupaciones, el pueblo de Israel le dijo a Moisés las palabras que citamos al principio de este capítulo: “pues nos habéis sacado a este desierto para matar… a toda esta multitud” (Éx. 16:3).

Es importante que nos percatemos en esta declaración que el pueblo les estaban hablando a Moisés y a Aarón, teniendo en cuenta que eran sus líderes. Ellos estaban acusando a estos hombres de haberlos traído al desierto. Culpaban a sus líderes de sus circunstancias. Bajo el liderazgo de Moisés y Aarón en Egipto, ellos habían visto suceder grandiosos milagros. La nación de Egipto tuvo que claudicar como resultado de la obra que hizo Dios por medio de estos dos hombres.

Ellos vieron cómo Moisés alzó su vara sobre el Mar Rojo para ahogar al ejército egipcio que los perseguía. Ellos estuvieron dispuestos a poner su confianza en Moisés a causa de las grandes señales que habían acontecido a través de él. Sin embargo, cuando las cosas no salieron como las habían anticipado, también estuvieron prestos a murmurar contra los siervos de Dios.

Veamos específicamente que el pueblo les echaba la culpa a Moisés y a Aarón por haberlos llevado al desierto. Es cierto que Moisés y Aarón eran sus líderes, pero lo que el pueblo de Dios no podía apreciar en aquel momento era que ellos, al final, eran instrumentos en las manos de Dios. A la larga, no había sido Moisés quien los había traído al desierto, sino Dios. Él era el poder que estaba detrás de Moisés. Él fue quien doblegó a los egipcios para que Su pueblo fuese libre de la esclavitud. Él era quien empoderaba a Moisés para que guiara a Su pueblo.

El Señor guiaba a Su pueblo a través del desierto por medio de una columna de nube y otra de fuego. El pueblo solo se movía cuando la columna lo hacía.

“Al mandato de Jehová los hijos de Israel partían, y al mandato de Jehová acampaban; todos los días que la nube estaba sobre el tabernáculo, permanecían acampados. Cuando la nube se detenía sobre el tabernáculo muchos días, entonces los hijos de Israel guardaban la ordenanza de Jehová, y no partían. Y cuando la nube estaba sobre el tabernáculo pocos días, al mandato de Jehová acampaban, y al mandato de Jehová partían. Y cuando la nube se detenía desde la tarde hasta la mañana, o cuando a la mañana la nube se levantaba, ellos partían; o si había estado un día, y a la noche la nube se levantaba, entonces partían. O si dos días, o un mes, o un año, mientras la nube se detenía sobre el tabernáculo permaneciendo sobre él, los hijos de Israel seguían acampados, y no se movían; mas cuando ella se alzaba, ellos partían” (Nm. 9:18-22)

Moisés era tan solo un simple siervo del Señor. La nube de Dios los había llevado al lugar donde en ese mismo momento se encontraban. Justo hasta allí habían seguido a la nube. Cuando el pueblo de Dios estaba en Egipto, clamaron a Dios pidiendo liberación, y el Señor respondió esa oración enviando a Moisés y a Aarón. Su oración había sido respondida, pero no de la manera en que ellos lo habían anticipado.

Israel no estaba seguro si querían a Moisés y Aarón como sus líderes. En lo profundo, ellos sabían que Dios los había guiado hasta aquel lugar en el desierto, pero de alguna manera ellos creían que Moisés tenía que levantarse a favor de ellos y defenderlos de aquellas incomodidades. Cuando las cosas no salían como querían, culpaban a Moisés.

El pueblo de Israel estaba comenzando a ver a Moisés como su siervo y no como el siervo de Dios. A menudo he visto esto en iglesias de nuestro tiempo. He visto a pastores que han decidido convertirse en siervos de la gente en vez de ser siervos de Dios. Ellos son transigentes con el mensaje que Dios les ha dado para el pueblo haciéndolo más agradable a los oídos. Solo les dicen a las personas lo que ellas quieren escuchar. Estos nos son verdaderos siervos de Dios. Moisés estaba guiando al pueblo de la manera en que Dios lo había determinado, y eso hizo que entrara en conflicto con la gente. Al murmurar contra Moisés estaban murmurando contra los propósitos de Dios para el bien de ellos. Su queja no era realmente contra Moisés sino contra Dios.

El apóstol Pablo al escribir estas palabras, conocía la diferencia entre buscar la aprobación de los hombres y agradar a Dios:

“Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gá. 1:10)

Ser siervo de Dios no nos va a traer popularidad. A Moisés lo acusaron de traer a su pueblo al desierto para matarlos de hambre. Sus esfuerzos no fueron valorados. Los verdaderos siervos de Dios no han sido comisionados por Dios para hacer que todo sea fácil y cómodo. Ellos nos dirán aquello que no queremos oír; y nos aconsejarán a que hagamos cosas de maneras que no nos gustan; nos llevarán a lugares que no siempre queremos ir. Sin embargo, si verdaderamente son siervos de Dios, ellos lo representan a Él y a Sus propósitos.

Las personas que Dios escoge para bendecirnos y participar con nosotros en el viaje de la vida no siempre serán las que anticipamos. ¿Estamos casados con personas que son muy diferentes a nosotros? ¿Trabajamos con personas que ven las cosas diferentes a como nosotros las vemos? ¿Hay personas en nuestras iglesias que tienen diferentes prioridades en la vida? Israel esperaba tener un estilo de líder diferente, y a menudo se quejaba y murmuraba acerca de Moisés. En vez de sujetarse, se oponían; y en su resistencia pasaban por alto la bendición de Dios.

En nuestra vida siempre encontraremos personas que son diferentes a nosotros, y a veces éstas son instrumentos de Dios para hacernos mejores. Una cosa que podemos hacer es resistirnos a estas personas y quejarnos, o podemos aprender a trabajar con ellas y dejar que Dios nos cambie a través de las mismas.

Cuando el pueblo de Israel fue llevado a la cautividad de Babilonia, el profeta Jeremías les habló diciendo:

“Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, a todos los de la cautividad que hice transportar de Jerusalén a Babilonia: Edificad casas, y habitadlas; y plantad huertos, y comed del fruto de ellos. Casaos, y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí, y no os disminuyáis. Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz” (Jer. 29: 4-7).

Las circunstancias y la gente que Dios trae a nuestro paso quizás no sean lo que queremos. En Jeremías 29, el pueblo de Dios se encontraba en el exilio con un liderazgo extranjero sobre ellos. Su tendencia natural era protestar y murmurar. Dios les dijo por medio del profeta Jeremías que sembraran huertos, que dieran a sus hijos en casamiento y que buscaran el bienestar de la ciudad de su exilio. El bienestar que ellos procuraran también sería su bienestar. 

En Éxodo 16:3 vemos el pueblo de Dios murmurando contra Moisés. Por mucho que no le agradara al pueblo, Moisés era el hombre que Dios había escogido para que fuese su líder. Él sería a quien Dios usaría para llevarlos a la tierra que les había prometido a sus padres. Los siervos de Dios no son siempre lo que esperamos, ni tampoco lo son Sus caminos.

Al igual que Israel, podemos murmurar y quejarnos de las personas que Dios pone en nuestro camino. Desde la perspectiva de Israel, Moisés tan solo los estaba conduciendo hacia el peligro y la muerte. Pero Moisés, por mucho que le disgustara al pueblo de Israel, era el hombre de Dios para aquel momento. Él era la elección de  Dios para llevar a Su pueblo a la Tierra Prometida.

Es muy fácil para nosotros murmurar acerca de los métodos de Dios y las personas que decide usar. David, antes de convertirse en el rey de Israel, estaba siendo constantemente perseguido por el celoso Saúl. David tuvo oportunidades de matar a Saúl y librarse de esa amenaza, pero decidió respetarlo como el rey que Dios había puesto sobre Israel. No sabemos qué lograron en la vida de David todos esos años en los que estuvo escondiéndose y huyendo de Saúl. Sin embargo, hay algo que es evidente, David se convertiría en uno de los reyes más grandes que Israel pudiera haber conocido. De alguna manera, su disposición de aceptar las dificultades causadas por Saúl, desempeñarían un importante papel en convertirlo en el rey que luego demostró ser.

¿Qué tipo de personas ha traído Dios a nuestras vidas? Como seres humanos, ninguno de ellos es perfecto. Sin embargo, ellos pueden demostrar que son exactamente las personas que necesitamos para moldearnos y convertirnos en todo aquello que Dios quiere que seamos. Que el Señor nos dé la gracia para aceptar a esas personas en nuestras vidas. Que nos enseñe a través de ellas, y que las use para hacer de nosotros el pueblo del cual Él se enorgullece al llamarlo Suyo.

 

Para meditar:

¿Qué evidencia tenemos en la historia de Israel que era el Señor quien los estaba guiando a través del desierto?

¿Qué esperaba el pueblo de Israel de Moisés como líder? ¿Qué esperamos de nuestros líderes?

Considera la tentación que existe en el liderazgo de darle a la gente lo que quieren y de ser popular con quienes nos rodean. ¿Cómo nos conduce esto a transigir?

¿Hay personas en nuestras vidas con las que se nos hace difícil trabajar? ¿Cuál ha sido nuestra reacción ante estas personas?

¿A qué nos desafía este pasaje a la hora de lidiar con personas difíciles?

 

Para orar:

Tomemos un momento para reconocer delante del Señor que Sus caminos, a menudo, son diferentes a los nuestros; y que las personas que Él escoge usar en nuestras vidas, son a veces diferentes a lo que esperamos.

Pidámosle a Dios que nos dé gracia para aceptar a las personas y a las circunstancias que Él ha traído a nuestro camino. Agradezcámosle que Él las usa para refinarnos como al oro y hacernos las personas que Él quiere que seamos.

Oremos a Dios pidiéndole que nos guarde de murmuraciones y quejas acerca de las cosas que no entendemos o no nos gustan. Pidámosle que nos dé la gracia para confiar en Él en medio de las dificultades en las que nos encontramos en el presente.

 

Capítulo 6 –Fe en los Propósitos de Dios

“…pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud” (Éxodo 16:3).

Hay un detalle más que me gustaría abordar en este versículo. En el capítulo anterior vimos que las oraciones del pueblo de Dios no fueron respondidas de la manera en que ellos esperaban. Después de haber salido de la esclavitud se vieron en el desierto con la incertidumbre en cuanto a de dónde saldría su próxima comida.

Recordemos que este fue el pueblo que acababa de ser liberado de Egipto. Estando en aquella tierra ellos pudieron ver al Señor obrando de manera maravillosa. Las plagas que Él envió pusieron de rodillas a esta poderosa nación. Ellos vieron en aquellos días cómo el poder de Dios abrió el Mar Rojo para liberarlos de las manos del ejército egipcio. También vieron en el cielo la columna de humo y la columna de fuego que cada día los guiaba hacia la Tierra Prometida.

A Israel le era muy difícil imaginarse libre de la opresión de Egipto, pero allí estaban ellos. Ya las cadenas no les ataban, no había más látigo ni más trabajo forzoso, ¡eran libres! Su Dios los había liberado.

Sin embargo, ahora, frente al hambre y la preocupación, hablaban contra Moisés y lo acusaban de haberlos llevado al desierto para matarlos de hambre. Analicemos esto en el contexto de lo que Dios había estado haciendo. Cuando ellos clamaron a Él para que los liberara de la esclavitud, el Señor vino a su rescate y los liberó de manera milagrosa (Éx. 2:23-24). Cuando clamaron a Él mientras se acercaba el ejército egipcio, Dios abrió las aguas del Mar Rojo para que ellos pasaran (Éx. 14). Cuando salían de la tierra de Egipto, los egipcios, sus crueles enemigos, los llenaron de bendiciones y regalos para el viaje (Éx. 12:35-36). En Mara, cuando el agua era demasiado amarga para beber, el Señor las endulzó para que saciaran su sed (Éx. 15:22-27). Estas circunstancias demostraron que su Dios estaba con ellos y que les proveería para sus necesidades.

¿Alguna vez nos hemos preguntado por qué parece que nunca aprendemos de experiencias pasadas? Hemos visto a Dios proveer y cuando otra vez nuestra fe es probada, nuevamente comenzamos a preocuparnos. Hay algo en la naturaleza humana que quiere tener el control y entender las circunstancias. Cuando nos encontramos en situaciones en las que ya no tenemos más control comenzamos a preocuparnos y a inquietarnos. Israel se encontraba en tal situación. No había manera en que pudieran ver de dónde saldría su próxima comida. En este viaje había más de 2 millones de personas y el desierto era un lugar estéril. El razonamiento humano les decía que se encontraban en una situación bien difícil y que, a menos que de inmediato hicieran algo al respecto, ciertamente perecerían. Consideremos la siguiente cita del Dr. Danny Kellum, director de la Academia Cristiana Donelson:

“Uno de los milagros aritméticos más grandes del mundo: Moisés y el pueblo estaban en el desierto, pero ¿qué iba hacer él con ellos? Había que alimentarlos, y para alimentar a 3 millones o 3 millones y medio de personas hace falta mucha comida.

Según el Intendente General del Ejército, se dice que Moisés necesitaría 1500 toneladas diarias de alimentos. ¿Sabía usted que para traer esa cantidad de alimento diario harían falta dos trenes de carga de más de 1 kilómetro y medio de largo cada uno?

Además, debemos recordar que se encontraban en el desierto, y les iba hacer falta leña para cocinar sus alimentos. Esto se llevaría cada día 4000 toneladas de leña y otros trenes de carga, de más de un kilómetro y medio de largo cada uno.

E imagine que estuvieron 40 años desplazándose.

Ah, sí, ellos necesitarían agua. Si tan solo tuviesen lo suficiente para beber y lavar algunos platos, serían unos 11 millones de galones cada día, y un tren de carga con vagones tanques de 2900 kilómetros tan solo para traer agua.

Y otro detalle más era que tenían que cruzar por el Mar Rojo de noche. Ahora bien, si tenían que cruzar por un lugar estrecho, en una fila doble, la hilera de personas tendría unos 1300 kilómetros de largo y harían falta 35 días con sus noches para que todos cruzaran. Así que tenía que haber en el Mar Rojo un espacio de 7 kilómetros de ancho para que todos (con un ancho de 5000 personas una al lado de la otra) pudieran pasar en una noche.

Pero hay además otro problema. Cada vez que tenían que acampar al final del día, hacía falta armar un campamento dos tercios del tamaño de Rhode Island, o lo que es un total de 1942 Km2. ¡Piense en eso! Todo este espacio tan solo para acampar durante la noche.

¿Cree usted que Moisés planificó todo esto antes de salir de Egipto? ¡Creo que no! Mire, lo que pasa es que Moisés le creyó a Dios, y Dios se encargó de todo esto por él”.

(http://www.kubik.org/lighter/exodus.htm)

Como es lógico, no había manera alguna que el pueblo de Israel pudiera sobrevivir en el desierto. Sin embargo, Dios va más allá de la lógica humana. Sus caminos son diferentes a nuestros caminos. Él es el Dios de lo imposible. Israel no estaba viendo esto en ese momento. Lo único que podían ver era los hechos y las estadísticas. La mente de Israel no podía comprender cómo podrían sobrevivir otro día. Desde la perspectiva humana, todos iban a perecer en el desierto. No había esperanza alguna de que pudieran llegar a la Tierra Prometida.

¿Nos hemos encontrado alguna vez en la situación en la que se encontraba el pueblo de Israel? Son esas ocasiones en las que hemos mirado las circunstancias y pensamos que no podremos sobrevivir otro día más. Nuestra mente no es capaz de imaginar cómo podremos salir algún día de ese laberinto de problemas y obstáculos. Perdemos toda esperanza y nos rendimos a lo que nos parece inevitable.

Imaginemos a Moisés como líder de ese pueblo. ¿Qué podría responder él cuando vinieron preguntándole acerca de la próxima comida? Él no tenía nada que ofrecer; era inútil lo que pudiera hacer para proveerles. Sólo Dios podía hacerlo. Y ese Dios era el Dios que los estaba guiando. Él era el Dios de lo imposible. Aunque las cosas estaban más allá de su alcance, ellos no estaban lejos del alcance del Dios de lo imposible.

Mientras Moisés se preguntaba cómo el Señor iba a proveer para toda aquella gente, Dios le habló y le dijo: “He aquí yo os haré llover pan del cielo…” (Éx. 16:4). De hecho, Dios haría llover este pan por cuarenta años. El suministro para cada día, uno a la vez. Cada mañana que se despertaban y miraban hacia fuera de sus tiendas, allí estaba el maná para ese día. Cada vez que almacenaban más de lo que necesitaban para un día, se les echaba a perder (excepto lo que necesitaban para el Sábado, lo cual les duraba dos días). De esa manera, Dios mantenía diariamente a Su pueblo en una constante dependencia.

El pueblo de Israel en Éxodo 16 miraba las cosas desde una perspectiva humana; y sí, las cosas desde esa perspectiva eran imposibles. Sin embargo, ellos no eran capaces de poner su mirada en Dios; les era imposible ver que Él les había provisto en el pasado y que seguiría haciéndolo en el futuro. Él les proveería todo lo que necesitaban un día a la vez.

Es cierto que muchos de los que salieron de Egipto perecieron en el desierto, pero no fue a causa del hambre sino a causa de su murmuración y constante desobediencia. No murieron por falta de provisión sino por su falta de confianza en Dios y en Su propósito.

Por mucho que yo mismo he visto al Señor proveer, todavía encuentro en mi corazón la misma tendencia que veo en Israel. “Vamos a morir. No hay manera que podamos salir de este desierto”.  Luego me doy cuenta que el Dios del cielo es quien me ha guiado a ese lugar. Es cierto que es un lugar incómodo, pero es por mi bien. Quien me ha traído hasta aquí me sacará o me dará la gracia para vivir cada día en esperanza y victoria.

¿Nos encontramos a veces con esa actitud que presenta Israel en Éxodo 16:3? Levantemos nuestros ojos y veamos a este Dios de los cielos. Él proveerá el maná del cielo para nuestras necesidades diarias. Quizás no podamos verlo claro por un momento, pero podemos estar seguros que a medida que pongamos nuestra confianza en Él, nos proveerá todo lo que necesitemos para vivir cada día en Su gracia y provisión.

 

Para meditar:

¿Cómo le había demostrado Dios a Israel Su provisión y Su protección antes de Éxodo 16:3? ¿Cómo nos ha provisto Dios en el pasado Su protección y Su provisión?

¿Cuál es la diferencia entre la sabiduría humana y la fe? ¿Cómo demuestra Éxodo 16:3 que hay falta de fe?

¿Cuánta provisión hubiese sido necesaria para el pueblo de Dios en el desierto? ¿Podemos confiarle a Dios nuestras necesidades?

Dios le proveía en el desierto las necesidades de Su pueblo un día a la vez. ¿Podemos aceptar que Dios nos provea diariamente? ¿Por qué parece que necesitamos tener más seguridad que la que se tiene un día a la vez?

 

Para Orar:

Tomemos un momento para reconocer y agradecerle al Señor Su provisión y protección diaria en nuestras vidas.

Pidamos al Señor que nos enseñe a vivir por la fe en Él y en Su propósito. Pidámosle que nos dé gracia para no desalentarnos a causa de la sabiduría y las apariencias humanas.

Agradezcamos al Señor que nos provee para todo lo que nos llama a hacer. Encomendemos a Él nuestras necesidades y pidámosle que nos dé paciencia y fe para confiar en Él en cuanto a las respuestas.

Agradezcamos al Señor por la fortaleza y la provisión que nos da para el día de hoy. Agradezcámosle que podemos estar confiados que tenemos Su gracia para cada día de nuestras vidas.

 

 

 

Capítulo 7 – Conclusión y Aplicación

Para ser honesto con usted, cuando sentí que el Señor había puesto este pasaje (Éxodo 16:3) en mi corazón para que hiciera un estudio, no estaba seguro hacia dónde Él quería llevarme. Cada día que me dedicaba a reflexionar sobre este versículo, Él me mostraba otro aspecto relacionado con el pasaje. Concluyamos, entonces, nuestra reflexión resumiendo lo que hemos visto y juntando los últimos seis capítulos.

 

El Contexto

El contexto de Éxodo 16:3 es un contexto de sufrimiento y confusión. El pueblo de Dios acababa de ser liberado de la esclavitud de Egipto, pero ahora enfrentaba la incertidumbre del desierto. Desde el punto de vista humano ellos no podían imaginarse cómo iban a sobrevivir en ese medio tan inhóspito. Su libertad de la esclavitud no significaba que estarían libres de los problemas de la vida. Todo esto los desconcertaba.

 

La Pregunta

La pregunta que este versículo conlleva a hacernos es esta: “¿Cómo podemos describir la libertad y las bendiciones en la vida cristiana?” Hay muchos que vienen al Señor con la expectativa de que todo va a ser perfecto. Éstos se sorprenden al ver que todavía siguen teniendo heridas profundas y problemas en la vida. Al igual que los hijos de Israel, comienzan a preguntarse por qué están sirviendo al Señor cuando la vida a Su servicio es tan difícil como la vida en esclavitud.

Dios no nos llama a una vida de sosiego. Él nos llama a una vida de confianza y propósito. El Señor nos da un propósito por el cual vale la pena sufrir. Si reducimos la vida al confort y a la comodidad, pasamos por alto las más grandes bendiciones. Muchos que han tendido una vida desahogada y con muchas comodidades han muerto sin esperanza y sin propósito. Sin embargo, quienes sufren y mueren con un propósito son verdaderamente bienaventurados. Dios quiere darnos una vida con propósito.

Hace algunos años me encontraba en Haití. Mientras miraba a mi alrededor veía la gran necesidad que había, y me preguntaba qué estaba haciendo para atenuar ese sufrimiento. Mientras reflexionaba en el llamado de Dios para enseñar Su Palabra, me sentí un poco culpable y me pregunté qué tenía que ver enseñar la Palabra de Dios con el inmenso sufrimiento físico y emocional que veía a mi alrededor. Cuando hablaba con el Señor en cuanto a esto sentí que me decía: “Wayne, las personas, más que sobrevivir, necesitan una razón para vivir. Escribe para darles un propósito”. Esas palabras siempre han permanecido conmigo. El Señor quiere darnos una razón para vivir. El sufrimiento y el dolor son frutos de un mundo pecador. Nunca estaremos libres de las aflicciones hasta que no lleguemos a la Tierra Prometida que Dios nos ha dado. Sin embargo, Él nos dará una razón de vivir que nos ayudará a atravesar esos problemas y esas dificultades. La verdadera bendición en la vida cristiana no se trata de estar libres de problemas, sino del propósito para vivir a pesar del sufrimiento que persiste en un mundo de pecado.

 

La Tentación

Mientras vivamos en este mundo, la presión que ejercen la carne y sus deseos será una prueba real para nosotros. Una de nuestras grandes luchas serán los deseos y necesidades insatisfechos. Estos deseos, ya sean físicos o emocionales, pedirán a gritos que los satisfagamos. En el caso de Israel, el hambre en sus barrigas era tal que querían regresar a Egipto, la tierra de opresión y esclavitud.

Sin embargo, la vida no se trata de complacer la carne o nuestras emociones. La carne no siempre está en lo correcto. A veces el verdadero propósito y contentamiento se desprenden de negarse a la presión que ejerce la carne, a favor de algo mucho mejor. Muchos han satisfecho los deseos ardientes de la carne y las emociones tan solo para descubrir que las cosas les han empeorado. Dejar que la ira o la amargura se desataran impidió que pudieran alcanzar la victoria deseada. La satisfacción de sus deseos físicos solo los condujo a una vida atrapada y sin esperanza.

Nuestras necesidades físicas han de ser sujetadas al Señor. Debemos rendir las actitudes de nuestras mentes al propósito de Su voluntad. Para esto hará falta morir a la carne y a sus intensos deseos, y así poder hacer lo que es correcto delante de Dios. Esto fue algo con lo que batalló Israel en Éxodo 16. La presión que ejercía la carne era una verdadera tentación.

Los atletas que quieren ganar una competencia saben que tienen que aprender a disciplinarse o a negar su carne. Esto significa que deben dominar sus cuerpos para obligarlos a hacer lo que se necesita para poder ganar la carrera. La vida cristiana no es diferente a esto. Las tentaciones de la carne y la mente han de rendirse a la voluntad suprema de Dios. Esto significa mirar más allá de las necesidades físicas y poner nuestra mirada en el propósito de Dios para nuestras vidas. Significa que tenemos que estar dispuestos a negarnos a nosotros mismos y al deseo que tiene la carne de tomar venganza.  Tenemos que vencer las tentaciones de la carne y la mente si queremos caminar en victoria. La carne no siempre está en lo correcto.

 

Nuestro Concepto de Dios

A medida que los israelitas vagaban por el desierto tenían que aprender acerca del Dios que los estaba guiando. Ellos veían a Dios como un siervo cuyo deber era servirles ante cada necesidad. Cuando tenían sed, Él tenía que proveerles agua; cuando necesitaban ayuda, Él tenía que ir corriendo a donde ellos; cuando tenían hambre, Él tenía que proveerles alimento.

Esta actitud es algo que todavía se evidencia en nuestros días. El Dios que muchos tienen no es Dios como tal sino un sirviente. Parece que Su deber es tan solo suplir las necesidades de Su pueblo. De hecho, como siervo, lo hacen inferior a Su pueblo. Pero este no es el Dios a quien servimos. El Dios de la Biblia es un Dios soberano y santo que merece todo nuestro respeto y honor. Él no es un esclavo de toda la humanidad, aunque sí nos ministra en cada una de nuestras necesidades. Él se ofrece para ser nuestro Dios y para bendecirnos, pero Él no es nuestro sirviente; Él es nuestro Señor compasivo y misericordioso, merecedor de nuestra obediencia y reverencia.

No nos atrevamos a reducir al Dios de la Biblia a un sirviente. A Él le interesa más nuestra intimidad con Él que nuestras comodidades temporales. Los padres tendrán que disciplinar a sus hijos, y los maestros tendrán que desafiar a sus estudiantes a superarse si quieren aprender. Los entrenadores tendrán que presionar a los atletas que preparan para que puedan soportar el dolor a cambio de los logros a largo plazo. Decir que Dios está solamente para brindarnos bienestar, es dar una representación errada de Él.

¿Permitirá Dios que pasemos por tiempos difíciles? Ciertamente lo hará. Aún así, es para nuestro bien. Él usará cualquier cosa que enfrentemos para moldear en nosotros el pueblo que Él necesita que seamos. Dios no se centra en nuestra comodidad y bienestar, sino que Su deseo es que crezcamos y maduremos. A Israel le costó trabajo esa lección.

 

Los Caminos de Dios

Los caminos de Dios no son nuestros caminos. Cuando la nación de Israel estaba en esclavitud oró a Dios y le pidió que la liberara. Dios envió a Moisés. Él era el hombre que ellos habían rechazado hace ya unos cuarenta años atrás. Él no era quien ellos habían imaginado.

A menudo los caminos de Dios nos parecen extraños. A veces las personas que nos causan problemas son las que Dios quiere usar en nuestras vidas. Estas personas nos refinarán como oro y moldearán nuestras vidas. Las circunstancias que Dios disponga en cada uno de nosotros serán instrumentos en sus manos para cambiarnos. Esas personas y esas circunstancias no son lo que esperamos como respuesta a nuestras oraciones, pero Dios no actúa de la manera en que nosotros creemos que es mejor. El propósito que tiene en Su mente es superior al nuestro.

La reacción de Israel fue la de murmurar en contra de Moisés. A ellos no les agradaba el siervo que Dios había enviado. No les gustaba la respuesta que Dios les había dado. Ellos se quejaron y protestaron con Dios. Estaban rechazando el instrumento como tal que Dios quería usar para madurarlos y hacerlos mejor.

Luego de muchos años, el Señor Jesús vendría a la tierra para morir por los pecados del mundo. Muchos de los que personalmente se encontraron con Él no lo vieron como la respuesta al problema del pecado. Lo rechazaron y lo crucificaron en una cruz. Sin embargo, Su muerte sería la solución de parte de Dios para el problema de la humanidad. ¿Rechazaremos aquello que Dios envía para liberarnos simplemente porque no era lo que esperábamos? Dios obra de maneras que a menudo son extrañas para nosotros. Dejemos que Él haga Su obra. Aceptemos Su propósito. Dejemos que responda de la manera que Él mejor crea para nosotros. Rindámonos a esa respuesta y observemos la manera en la que Él usa estos medios extraños para traernos la victoria que necesitamos.

 

La Fe Necesaria

Finalmente vimos cómo al pueblo de Israel en Éxodo 16:3 le faltó la fe en Dios necesaria para vivir en victoria. A ellos les era imposible percibir cómo Dios iba a proveer para sus necesidades. A veces Dios nos pone en situaciones imposibles para mostrarnos lo que es posible.

Al vivir la vida cristiana nos encontraremos en situaciones donde no tenemos los recursos o la fuerza para poder seguir. En esos momentos dejamos que nuestra sabiduría humana asuma el mando en vez de esperar en Dios y confiar en Su fortaleza y en Su provisión. Dios le proveyó diariamente a Su pueblo por un período de más de cuarenta años. En ningún momento les faltó Su provisión, pero nunca tuvieron más alimento que el necesario para cada día. Eso hizo que Israel dependiera de Dios diariamente.

Dios nos da sabiduría y fortaleza para cada día. Muchos de nosotros deseamos ver todo el panorama, y no podemos actuar en fe hasta que entendemos cómo vamos a poder lograr los resultados. Planificamos y volvemos a revisar nuestros planes para asegurarnos que tenemos todo lo que necesitamos antes de dar el paso. Israel no tuvo ese privilegio. Cuando Dios la guiaba a través del desierto por medio de la columna de nube y la columna de fuego, lo único que tenía era el alimento para el día. Tenía que depender de Dios en cuanto al mañana.

¿Cuán real es Dios para nosotros? ¿Se interesa Él en nosotros y en nuestras necesidades? ¿Podrá Él proveer la fortaleza, la sabiduría, la paciencia y los recursos que necesitamos para el presente? ¿Podemos confiar en Él y en Su dirección? ¿Podemos esperar en Él cada día? ¿Cuando nos levantemos por la mañana podremos decir: “Señor, necesito que me des sabiduría en este día”? ¿Podemos confiar en que Él nos dará la fuerza que necesitamos hoy?

La fe no se trata de lo que puedo hacer sino de lo que Dios puede hacer a través de las circunstancias y pruebas que aparecen en el camino. Pensamos que necesitamos tener todas las respuestas; en cambio, Dios nos está llamando a confiar en Él porque es quien las tiene. Pensamos que necesitamos tener fuerzas, y Dios nos está pidiendo que esperemos en Él para recibir esa fortaleza. La fe quita sus ojos de aquello que podemos hacer y los pone en Dios y en lo que Él puede hacer por medio de las circunstancias que nos rodean.

En Éxodo 16, a Israel le faltó esta fe. La nación murmuró y protestó porque no podía percibir cómo saldría viva de aquella situación. Ella hubiese tenido razones para preocuparse por todo aquello si no hubiese tenido a Dios. Sin embargo, la realidad era que el Dios de Israel no era como ellos. Lo que era imposible para Israel, era posible para Dios. Lo que no tenía sentido para los israelitas, lo tenía para Dios. ¿Podemos confiar en Dios en medio de nuestra situación, incluso cuando no es lo que esperábamos?

 

Para meditar:

¿Cuál es la diferencia entre una vida cómoda y una vida con propósito?

¿Hemos sentido alguna vez la presión que ejerce la carne para que nos desviemos de los propósitos de Dios? ¿Por qué resulta la carne una tentación para nosotros? ¿Podemos confiar en la carne y sus impulsos?

¿Es nuestra comodidad lo primero que Dios le interesa de nosotros? ¿Qué es lo que más le interesa?

¿Cuán diferentes son los caminos de Dios de los nuestros? ¿Tienen siempre Sus caminos sentido ante la mente humana?

¿Qué es la fe? ¿Es la sabiduría humana suficiente para esta vida? ¿Cómo puede la fe llevarnos a donde no puede la sabiduría humana?

 

Para orar:

Pidámosle al Señor que nos dé una vida con propósito. Pidámosle que nos ayude a estar dispuestos a soportar las pruebas y luchas de esta vida por causa de Él y Sus propósitos.

Oremos a Dios para pedirle que nos dé la gracia para vivir una vida de sacrificio y disciplina. Pidámosle que nos dé la capacidad de rendir a Él y a Su propósito los impulsos de la carne, tal y como lo encontramos en Su Palabra.

Agradezcámosle a Dios que Sus caminos son diferentes a los nuestros. Pidámosle la fe que necesitamos para creer lo que está haciendo, aun cuando nos parezca que no tiene sentido para nuestra mente humana.

Agradezcamos al Señor que Sus propósitos son buenos para nosotros.

 

Distribuidora de Libros “Light To My Path”

La distribuidora de libros “Light To My Path” (LTMP, por sus siglas en inglés) es un ministerio que se encarga de escribir y distribuir libros y hacerlos llegar a obreros cristianos de bajos recursos en Asia, América Latina, y África. Existen muchos obreros cristianos que viven en países en vías de desarrollo y no poseen los recursos necesarios para obtener formación bíblica o adquirir materiales para estudios bíblicos para sus ministerios y su crecimiento personal. F. Wayne Mac Leod es miembro de los ministerios de Acción Internacional y ha estado escribiendo estos libros con miras a distribuirlos gratuitamente o a precio de costo entre pastores necesitados y obreros cristianos de todo el mundo.

Hoy en día miles de estos libros se están utilizando para predicar, enseñar, evangelizar y alentar a creyentes locales en más de sesenta países. Estos libros ya han sido traducidos a varios idiomas, y la meta es que estén disponibles a tantos lectores como sea posible.

El ministerio LTMP es un ministerio basado en la fe, por eso confiamos en el Señor para la provisión de los recursos necesarios y así distribuir literatura que sirvan de aliento y fortalecimiento a creyentes del mundo entero. Te invitamos a orar para que el Señor abra las puertas necesarias y estos libros sean traducidos y luego distribuidos.

Si desea más información sobre “Light To My Path”, por favor, visite nuestro sitio de Internet en www.lighttomypath.ca