¿Qué Tienes en La Mano?

Éxodo 4:1-5: El llamado de un siervo renuente

 

F. Wayne Mac Leod

 

 

Distribución literaria Light To My Path

(Lumbrera a mi camino)

Sydney Mines, NS CANADA


¿Qué Tienes en La Mano?

Publicado originalmente en inglés con el título: What is That in Your Hand?

Traducción al español: Harold Gilbert, David Gomero. Traducciones NaKar, Cuba

Copyright © 2012 by F. Wayne Mac Leod

Publicaciones Light To My Path [Ministerio de distribución literaria Lumbrera a mi Camino]

153 Atlantic Street, Sydney Mines, Nova Scotia, CANADA B1V 1Y5

Todos los derechos reservados. No puede reproducirse ni transmitirse de forma alguna este libro, ni ninguna parte de él, sin el permiso por escrito de su autor.

A menos que se indique otra versión, todas las citas bíblicas han sido tomadas de la Reina Valera 1960.

Mi especial agradecimiento a los correctores de texto, Diane Mac Leod y Lee Tuson


 

Contenido

Prefacio. 1

1- Éxodo 4:1 - El Clamor del Pueblo de Dios. 3

2- Éxodo 4:1 - ¿Y Qué Hago si no me Creen?. 11

3 - Éxodo 4:1 - El Señor no se te ha Aparecido. 21

4 - Éxodo 4:2 - ¿Qué Hago Si...?. 29

5 - Éxodo 4:3 - Una Vara. 37

6 - Éxodo 4:3 - Déjala Caer al Suelo... 45

7 - Éxodo 4:3 - Se Convirtió en una Serpiente. 53

8 - Éxodo 4:4 - Moisés Siente Temor 59

9 - Éxodo 4:5 - Para Que Crean. 67


Prefacio

Este libro es un breve estudio de Éxodo 4:1-5. El pasaje recoge una conversación entre Dios y Moisés, en la que Moisés con toda honestidad expresó sus dudas e inseguridades con respecto al propósito de Dios para su vida. Sin embargo, durante todo el tiempo Dios había estado preparando a Moisés para esta especial tarea, y le mostró cómo Él usaría lo que ya le había dado para llevar a cabo la liberación de Israel de las manos de la nación más poderosa de la Tierra.

Dios nos ha estado preparando a cada uno de nosotros de forma personal para una tarea especial. No existen pruebas, luchas o debilidades que sean en vano. Cada don o experiencia que Él nos ha dado, cuando lo entregamos a Él, es útil para el cumplimiento de Su voluntad. Dios ha estado trabajando en nuestras vidas desde el momento en que nacimos, preparándonos y entrenándonos para esto. Nos ha colocado en situaciones o lugares por una razón; y nos ha hecho pasar por situaciones en la vida para enseñarnos. Cada persona está especialmente capacitada por Dios para su llamado en la vida.

En Éxodo 4:1-5 veremos cómo Dios usó a un hombre común y corriente y con un simple instrumento, para llevar a cabo algo que nunca pudo imaginar. Moisés vio realizado aquello que era imposible al rendir todo al Señor. Su historia constituye un desafío para cada uno de nosotros. Estos pocos versículos contienen lecciones espirituales de vital importancia en estos tiempos para el ministerio. Estas sencillas verdades, si las llegamos a aplicar a nuestras vidas, tendrán un impacto dramático en este mundo para la causa de nuestro Señor.

Toma el tiempo necesario en este estudio para meditar en las lecciones que Dios le enseña a Moisés. Pide a Dios que te ayude a no sólo a comprender estas lecciones, sino también a aplicarlas hoy a tu vida y en tu ministerio. Es mi oración que las sencillas verdades de estos versículos tengan un impacto dramático en la vida de cada lector, y fundamentalmente, sean el medio a través del cual el pueblo de Dios dé un paso al frente de la misma manera que Moisés lo hizo, para ver la maravillosas bendiciones de Dios.

F. Wayne Mac Leod


Capítulo 1 - El Clamor del Pueblo de Dios

Al emprender el estudio de Éxodo 4:1-5 es importante que entendamos el contexto. Veamos por un momento qué ha estado sucediendo en las vidas del pueblo de Dios en este período.

 

LA OPRESIÓN DE ISRAEL EN EGIPTO

Se vivían días difíciles; los hijos de Israel se encontraban en Egipto, pues se habían establecido allí cuando José era gobernador bajo la autoridad del Faraón. Bajo su liderazgo fueron tratados bien y la bendición de Dios estaba sobre ellos. Sin embargo, el nuevo rey que llegó al poder no sentía la misma estima; veía a Israel como una amenaza, por lo que los obligó a ser esclavos. En Éxodo 2:23 alcanzamos a ver el sufrimiento que el pueblo de Dios soportó bajo el reinado de este nuevo Faraón:

“Aconteció que después de muchos días murió el rey de Egipto, y los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos con motivo de su servidumbre”

Notemos el uso de la palabra “gemían”. Esto nos lleva a comprender que su dolor era muy profundo. Se sentían agotados y oprimidos al punto que gimieron en agonía por la carga que tenían que soportar.

Sin embargo, esta opresión no evitó que el pueblo de Dios recibiera Su bendición. Él continuó revelando Su presencia por medio del aumento del número de los israelitas, lo que produjo mayor preocupación por parte de Faraón quien incrementó la carga de trabajo y exigió que las parteras asesinaran a los niños varones cuando las mujeres israelitas dieran a luz a éstos (Éxodo 1:15). Podemos ver el odio tan profundo que estaba surgiendo en Egipto hacia el pueblo de Israel y la bendición de Dios sobre sus vidas.

Cuando su plan de asesinar a cada niño varón a través de las parteras, no funcionó, el Faraón tomó una medida más agresiva: convocó a todo su pueblo que tomaran a los varones recién nacidos de Israel y los lanzaran al río Nilo para que se ahogaran.

Es difícil imaginar a una sociedad con tanto odio hacia otro grupo de personas que los llevara a asesinar a niños varones sólo por el simple hecho de ser judíos. Imagina el profundo dolor que el pueblo de Dios estaba experimentando cuando sus hijos recién nacidos les eran arrebatados y ahogados en el río.

Israel se había visto reducida a la esclavitud y sus hijos estaban siendo asesinados ante sus ojos. No sólo era permitido para cualquier egipcio asesinar a estos varones recién nacidos, sino que era además la voluntad del Gobierno en ese momento. No es difícil darse cuenta que Satanás estaba detrás de estos terribles sucesos. El pueblo de Dios se lamentó por su carga. No tenían a quien recurrir sino al Señor, por lo que clamaron, suplicándole que los liberara de su carga.

 

EL ORIGEN DE MOISÉS

Nació en aquellos días un niño israelita llamado Moisés, y a través de una serie de eventos milagrosos, este pequeño se ganó el corazón de la hija del Faraón, quien lo adoptó como hijo suyo. A pesar de ser judío, Moisés creció en medio de los privilegios y riquezas de Egipto. Sin embargo, él estaba consciente de su linaje israelita.

Un día Moisés salió a ver lo que sucedía con los judíos. Mientras observaba, se dio cuenta que un egipcio estaba golpeando a un esclavo judío. Esto lo enfureció y salió en defensa del judío y mató al egipcio. Al llegar a oídos de Faraón la noticia de lo que Moisés había hecho, se enojó con Moisés y trató de matarlo; así que Moisés se vio obligado a abandonar Egipto para salvar su vida.

Debió haber sido un momento muy difícil para Moisés, quien huyó a la tierra de Madián para vivir como un forastero, separado de su pueblo y de aquellos que lo habían criado. Moisés se casó con una mujer madianita y tuvieron un hijo al que le llamó Gersón porque él decía: “soy un extranjero en tierra extraña”, lo que nos demuestra el dolor que Moisés sentía en su corazón debido a su exilio.

Moisés se sentía incapaz de hacer algo por su propio pueblo y se sentía solo en un país extranjero. Probablemente, durante ese tiempo, había en su vida cierta confusión e impotencia. Quizás se sentía en cierto modo abandonado por Dios; pues había pasado de ser un príncipe en Egipto a convertirse en pastor de ovejas en Madián, solo en un país lejano y rechazado por su pueblo. Probablemente había muchas preguntas en su corazón en ese momento. Es posible que se sintiera como si Dios le hubiera cerrado la puerta en su cara y lo hubiera dejado completamente solo.

Fue en este contexto que Dios se le apareció a Moisés en una zarza ardiendo (Éxodo 3:1-2). La voz de Dios salió de entre la zarza y le habló a Moisés diciendo: “Yo soy el Dios de tu padre. Soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob” (Éxodo 3:6, NVI). Dios continuó diciéndole que había visto la aflicción de Su pueblo y había escuchado el clamor de ellos pidiendo su ayuda (Éxodo 3:7). Ese día, el Señor le dijo a Moisés que lo estaba llamando para regresar a Egipto y liberar a Su pueblo de la opresión por la que estaban pasando. Los versículos 1 al 5 del capítulo 4 de Éxodo nos muestran un contexto de gran sufrimiento, persecución, decepción e impotencia. Dios había escuchado las oraciones de Su pueblo y había determinado ir en su ayuda.

Hay tres lecciones que necesitamos sacar de este contexto:

La primera es que Dios no nos garantiza que no tendremos problemas en esta vida. Creyentes por todo el mundo están sufriendo por su fe, aún en nuestros días. Si hay algo que debemos aprender del contexto en Éxodo 4:1-5 es que a veces seremos odiados porque le pertenecemos a Dios. Escuchemos lo que Jesús le dijo a sus discípulos en Mateo 24:9:

“Entonces los entregarán a ustedes para que los persigan y los maten, y los odiarán todas las naciones por causa de mi nombre”.

Estamos en medio de una intensa batalla espiritual. La ira de Satanás es real y arremete contra aquellos que son de Cristo. Por eso no debemos sorprendernos si sentimos que sus flechas dan contra nosotros, pues mientras la integridad viva en medio del pecado, va a ser despreciada. La ira de Faraón contra Israel nos da una breve idea de la naturaleza de la batalla a la que nos enfrentamos también en nuestros días.

La segunda lección que necesitamos aprender de este contexto es que Dios sí ve lo que está sucediendo con Su pueblo y escucha sus oraciones. ¿A quién Israel iba a recurrir en su período de opresión? No tenían a nadie que los defendiera, ni ninguna nación vendría en su ayuda. Habían llegado a tal punto que al único que podían recurrir era a Dios. Y cuando todos los habían abandonado, sólo Dios permaneció fiel.

Lo mismo que le sucedía a Israel también le estaba ocurriendo a Moisés. Allí en el desierto, Moisés no tenía adónde ir y posiblemente se encontrara perdido en sus desilusiones y el fracaso. Se sentía abandonado y solo; pero Dios le tendió la mano en su soledad. Allí, en ese árido desierto, Dios le habló a Moisés, le recordó su familia, y le dio un propósito en la vida. ¿Te sientes solo, decepcionado o desalentado? Dios quiere tenderte la mano también a ti. No importa cuán difíciles aparenten ser las cosas, Dios está presente. Él ve nuestra necesidad y responderá en Su tiempo. 

La lección final que quiero mencionar aquí es la siguiente: Dios usa a personas inesperadas para cumplir sus propósitos. Moisés ya tenía ochenta años y había vivido como un simple pastor de ovejas y no estaba en la flor de la vida. Hay que reconocer que había sido criado como un egipcio, pero también había sido desterrado de su país, y regresar a Egipto le podría costar su vida. Había nacido israelita, pero su propio pueblo no lo aceptaba porque había sido criado como egipcio. Había pasado los últimos cuarenta años viviendo en Madián, pero él sabía que ese no era su hogar. Luchó por saber quién era realmente o dónde encajaría en el propósito general de Dios. Sin embargo, éste es el hombre que Dios escogió para ser un instrumento en Sus manos y así liberar a Su pueblo de la esclavitud y el cautiverio. Dios usa a personas inesperadas.

Éxodo 4:1-5 es una conversación entre Dios y Moisés concerniente a este especial llamado en la vida de Moisés. Estos versículos revelan la inseguridad de Moisés, pero además revelan el poder maravilloso de Dios actuando en él. Es un desafío para cada uno de nosotros cuando tengamos nuestras propias inseguridades e incertidumbres. Moisés es una imagen de cada uno de nosotros con nuestros fracasos y nuestros defectos; y es también una imagen de lo que Dios quiere hacer aún con el más sencillo de los creyentes. Mi oración es que este breve estudio nos desafíe a aferrarnos al llamado de Dios en nuestras propias vidas y con valor demos el paso para cumplir Su propósito.

 

Para meditar:

               ¿En qué contexto se desarrolla Éxodo 4:1-5? ¿Qué estaba afrontando el pueblo de Dios en este momento en su historia? ¿Qué estaba afrontando Moisés de forma personal?

               ¿Qué aprendemos de la naturaleza de la batalla espiritual que enfrentamos? ¿Qué evidencia existe hoy en día de esta batalla?

               ¿Alguna vez has llegado a tal punto donde no hayas tenido a quién recurrir sino a Dios? ¿Cuál fue el resultado?

               ¿Qué tipo de personas usa Dios para cumplir Su propósito? ¿Cuáles eran los problemas con los que Moisés estaba tratando en su vida cuando Dios lo llamó? ¿Cuáles son los problemas con los que tú estás tratando de forma personal?

 

Para orar:

               Agradece al Señor que aun cuando la batalla espiritual arrecie a tu alrededor, Él no te olvida.

               Pide al Señor que te dé fuerzas para enfrentar la intensidad de la batalla espiritual que afrontas en el momento actual.

               ¿Conoces a alguien que haya estado sufriendo o haya sido perseguido por su fe? Toma un instante para pedirle al Señor que consuele, fortalezca y aliente a esas personas.

               Pide a Dios que te disponga más a confiar en Él y a dar el paso en obediencia a Su llamado en tu vida. Agradécele que esté dispuesto a usarte a pesar de tus defectos y luchas.


CAPÍTULO 2 - ¿Y Qué Hago si no me Creen?

Moisés volvió a preguntar: ¿Y qué hago si no me creen ni me hacen caso? ¿Qué hago si me dicen: El Señor no se te ha aparecido? (Éxodo 4:1,NVI).

En el capítulo de apertura examinamos el contexto de Éxodo 4:1-5. Israel se había visto reducida a la esclavitud y sus hijos habían sido asesinados por orden de un vil rey. En su dolor, Israel clamó a Dios y Él escuchó su oración y llamó a Moisés a liberar a Israel de esta terrible opresión.

En Éxodo 3:10, Dios le habló a Moisés muy claramente acerca de Su propósito para su vida y le dijo que lo enviaba a liberar a Su pueblo de Egipto.

“Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel” (Éxodo 3:10).

Las palabras “te enviaré” eran muy claras. Dios le estaba dando a Moisés una orden muy específica y Moisés sabía que esas palabras estaban dirigidas a él. Quizás él se sentía indigno para esta tarea, pero no había duda de la voz y del llamado de Dios en su vida. Moisés podría ir con la absoluta confianza de que él era el que Dios había llamado para esta tarea en particular.

Sin embargo, más allá de esto Dios también le había prometido que estaría con él:

“Y él(Dios) respondió: Ve, porque yo estaré contigo; y esto te será por señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte” (Éxodo 3:12).

Moisés no tendría que hacer esto solo. Él iba a regresar a Egipto no sólo con el llamado de Dios en su vida, sino también con la presencia de Dios con él para llevar a cabo la tarea. Tampoco le haría falta nada, pues el Dios de Israel lo envestiría de poder y fuerza para cumplir esta tarea. El Dios que lo enviaba lo iba a capacitar para llevar a cabo aquello a lo cual lo había llamado. Dios no le garantizaba que este llamado sería fácil, pero en cambio, le aseguraba en el capítulo 3 de Éxodo dos cosas:

En primer lugar, Dios le prometió que los ancianos de Israel le harían caso:

“Y oirán tu voz; e irás tú, y los ancianos de Israel, al rey de Egipto, y le diréis: Jehová el Dios de los hebreos nos ha encontrado; por tanto, nosotros iremos ahora camino de tres días por el desierto, para que ofrezcamos sacrificios a Jehová nuestro Dios” (Éxodo 3:18).

Seguramente Moisés recordó cómo los israelitas lo habían rechazado cuando fue en la ayuda del hombre que estaban golpeando y naturalmente se preguntaría si el pueblo de Dios acaso escucharía lo que él tenía que decirles. No obstante, Dios le volvió a asegurar que sería bien recibido por los ancianos de Israel.

En segundo lugar, Dios le prometió a Moisés que lograría aquello a lo cual él había sido llamado, y no sólo los israelitas serían liberados del cautiverio, sino que se enriquecerían a expensas de los que los habían esclavizado.

“Y yo daré a este pueblo gracia en los ojos de los egipcios, para que cuando salgáis, no vayáis con las manos vacías; sino que pedirá cada mujer a su vecina y a su huéspeda alhajas de plata, alhajas de oro, y vestidos, los cuales pondréis sobre vuestros hijos y vuestras hijas; y despojaréis a Egipto” (Éxodo 3:21-22).

Éstas eran maravillosas promesas de parte de Dios. El Dios que llamó a Moisés le daría la victoria sobre una de las naciones más poderosas de la tierra. La presencia de Dios iría con él y le permitiría llevar a cabo todo aquello para lo cual lo había llamado. Dios no ha cambiado. ¿Qué te ha llamado a hacer? Aún hoy, Sus promesas son verdaderas para nosotros. Él puede hacer más de lo que imaginamos si damos ese paso en obediencia a Su llamado.

A pesar de que el llamado y las promesas de Dios eran bien evidentes, Moisés continuaba luchando con lo que Dios le estaba pidiendo que hiciera. En este momento de su vida Moisés mismo se encontraba batallando con una serie de problemas: ya tenía ochenta años de edad, y cuarenta años antes ya había sentido la carga de la esclavitud de su pueblo. En ese tiempo, se nos cuenta en Hechos 7:23-25, que hasta intentó liberar a su pueblo del cautiverio, pero los israelitas rechazaron su ayuda:

“Cuando hubo cumplido la edad de cuarenta años, le vino al corazón el visitar a sus hermanos, los hijos de Israel. Y al ver a uno que era maltratado, lo defendió, e hiriendo al egipcio, vengó al oprimido. Pero él pensaba que sus hermanos comprendían que Dios les daría libertad por mano suya; mas ellos no lo habían entendido así.

Es probable que el recuerdo de haber sido rechazado estuviera aún en la mente de Moisés. ¿Cuál sería la respuesta del pueblo a su retorno? ¿Lo aceptarían o lo rechazarían tal y como lo habían hecho en el pasado? Es en este contexto que Moisés le hace dos importantes preguntas a Dios en Éxodo 4:1.

 

¿Y QUÉ HAGO SI NO ME CREEN?

La primera pregunta que Moisés le hace a Dios es: “¿Y qué hago si no me creen?” Recordemos que esta pregunta viene dentro del contexto de las promesas de Dios a Moisés en el capítulo 3. Moisés sabía que Dios lo estaba enviando y que le daría el éxito; pero, ¿cuál era la razón de esta pregunta de Moisés en Éxodo 4:1? La pregunta evidentemente refleja algunas de las preocupaciones que le iban surgiendo a Moisés a medida que aceptaba este llamado de Dios en su vida.

Hemos visto cómo Moisés fue rechazado por los israelitas a la edad de 40 años y quizás esto estaba en su mente a medida que regresaba Egipto. El pueblo no lo debía haber olvidado, pues se había marchado como un homicida y había quedado como uno de los hombres más buscados. Los egipcios no confiaban en Moisés porque se había vuelto contra ellos en favor de los israelitas, y los israelitas tampoco confiaban en él porque había sido criado como un egipcio. Sumémosle a esto el hecho de que había estado alejado cuarenta años. Ya no tenía conocimiento directo alguno de lo que su pueblo estaba pasando, ni había estado allí con ellos en su sufrimiento. Para algunos podría parecer que él había abandonado a su pueblo en el momento en que más lo necesitaban.

Posiblemente Moisés estuviera luchando con estos problemas mientras Dios le hablaba y sintiera que no tenía ninguna credibilidad ante los ojos de Egipto o de Israel. ¿Por qué deberían creerle a él o a lo que tenía que decirles?

Moisés sabía que estaba siendo llamado a ir a Egipto y que Dios estaría con él. Sabía que Dios le había prometido que prosperaría su camino. Sin embargo, su pregunta no tenía mucho que ver con el llamado de Dios en su vida sino con su carácter y su falta de valía para ser el instrumento de este llamado. Esta actitud se ve reflejada en Éxodo 3:11 cuando Moisés responde al llamado de Dios diciendo:

“Pero Moisés le dijo a Dios: ¿Y quién soy yo para presentarme ante el faraón y sacar de Egipto a los israelitas?” (NVI)

Moisés se sentía indigno de la tarea. Miraba a su historia y experiencia pasada y podía ver muchísimas razones por las cuales Dios debía llamar a alguien más. ¿Por qué el pueblo de Israel me debería creer?, se preguntaba Moisés. Se sentía tan poco calificado para hacer este trabajo que en Éxodo 4:13 le ruega a Dios que envíe a alguien más:

“Señor, insistió Moisés, te ruego que envíes a alguna otra persona” (NVI).

¿Alguna vez te has sentido así? ¿Alguna vez te has sentido poco capacitado para el llamado que Dios ha puesto en tu vida? ¿El enemigo te recuerda tus fracasos y experiencias pasadas cuando quieres seguir adelante en la voluntad de Dios? Muchos de los grandes hombres de Dios en Las Escrituras tuvieron pasados de los que se avergonzaban. Pablo persiguió a la iglesia y fue algo con lo que tuvo que luchar hasta el día de su muerte. De hecho, él se consideraba el peor de todos los pecadores (1 Timoteo 1:15) y el más insignificante de todos los apóstoles porque había perseguido a la iglesia: 

“Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios” (1 Corintios 15:9).

Pedro negó al Señor tres veces y David cometió adulterio y homicidio. Ninguno de ellos se sentía orgulloso de su pasado. Todos ellos lamentaron lo que habían hecho y se sintieron indignos del llamado de Dios en sus vidas. Estos errores del pasado son puertas abiertas al enemigo para desalentar a los siervos de Dios. Casi podemos escuchar a Satanás gritarle a Pablo: “¿qué derecho tienes para predicar el evangelio después de haber perseguido a la iglesia de esa manera?” ¡Y qué doloroso debió haber sido para Pedro recordar cómo, en los días de padecimiento del Señor, le negó abiertamente, aun conociéndole! Podríamos incluso escuchar a Satanás decirle: “¿por qué la gente te tendría que creer, tú que hasta negaste conocer a Jesús en Su momento más difícil?”

Muchos de nosotros tenemos algo de que avergonzarnos en la vida; pero asegurémonos de que el enemigo no utilice esto en nuestra contra.

La pregunta de Moisés era una pregunta justificada. La pregunta “¿Y qué hago si no me creen?” refleja algo de su sentido de poco valor y errores pasados. Lo importante que debemos notar aquí es que el Señor y Dios conocía todo acerca del pasado de Moisés, sus experiencias y fracasos; así como también conocía todo acerca de la persecución de Pablo a la Iglesia y la negación de Pedro. Aun así, Dios los llamó a servirle.

¡Qué maravilloso es saber que Dios perdona nuestros pecados! Él nos levanta cuando caemos y no se da por vencido con nosotros. Pedro predicó un sermón en Pentecostés que condujo a miles al reino de Dios. Pablo se convirtió en uno de los misioneros más grandes de todos los tiempos, y Moisés libró a su pueblo de la esclavitud y los guio a la Tierra Prometida. Ninguno de estos hombres era perfecto, y humanamente hablando, no estaban aptos para la tarea, pero Dios en cambio no ve las cosas como nosotros las vemos.

En algún momento de nuestras vidas todos nosotros hacemos la pregunta: “¿Y qué hago si no me creen?” Es una pregunta justificada porque el único completamente digno de nuestra confianza es el Señor Jesús, pues sólo Él es perfecto. El resto de nosotros tenemos asuntos en nuestras vidas que necesitan ser solucionados o superados, tomamos decisiones poco sensatas en la vida, en fin, cosas como estas nos privan de estar a la altura de los que Dios exige.

Comprender nuestros errores puede mantenernos siendo humildes y nos muestra la necesidad que tenemos momento a momento de Dios y de Su gracia. Pero cuando sentimos que merecemos nuestra posición en el reino de Dios, entramos en un terreno peligroso. Aquellos que se sienten fuertes en sí mismos a menudo no confían en el Señor ni en Su capacitación, lo que los conduce con seguridad a la derrota. Dios no está buscando siervos perfectos, sino siervos humildes que confíen en Él.

 Ninguno de nosotros es digno del llamado de Dios; pero no dejemos que nuestras faltas se interpongan ante su llamado, porque el Dios que llama a aquellos que se sienten indignos, espera que ellos obedezcan ese llamado. Él nos capacitará para la tarea, irá con nosotros y nos garantizará el triunfo. Debemos ser muy agradecidos porque Dios no se da por vencido con nosotros. A pesar de que Moisés se sentía tan indigno, Dios tenía un propósito para con él. Al obedecer ese llamado, Moisés iba a experimentar la bendición de Dios de una manera que nunca hubiera imaginado.

 

Para meditar:

               ¿Qué aprendemos de los errores y experiencias pasadas de Moisés? ¿Cuáles son algunos de tus errores y experiencias pasadas?

               ¿Cuáles son las promesas que Dios le da a Moisés en Éxodo 3?

               ¿Qué tipo de personas llama Dios a Su servicio? ¿Tienen que ser perfectos?

               ¿Alguna vez Satanás te ha recordado tu poca valía? ¿Qué palabras de aliento encuentras en este pasaje?

               ¿De qué manera tus fracasos te mantienen siendo humilde y confiando más en Dios?

               ¿Alguna vez has dejado que tus errores y experiencias pasadas te impidan seguir el llamado de Dios en tu vida?

 

Para orar:

               Agradece al Señor Su paciencia y que no se da por vencido contigo, sino que está dispuesto a perdonarte y a usarte en Su servicio.

               Pide al Señor que te dé la victoria sobre las tentaciones del enemigo que te mantienen atado a tus fracasos y heridas pasadas.

               Pide a Dios que te dé más de Su guía y capacitación mientras caminas en obediencia a Su llamado.

               Agradece al Señor que, aunque todos somos indignos, Él aún tiene un propósito para nuestras vidas.

               Pide a Dios que te muestre Su propósito y te ayude a caminar fielmente en él.


CAPÍTULO 3 - El Señor no se te ha Aparecido

Moisés volvió a preguntar: ¿Y qué hago si no me creen ni me hacen caso? ¿Qué hago si me dicen: El Señor no se te ha aparecido? (Éxodo 4:1, NVI)

Moisés ha estado haciéndole preguntas a Dios con respecto a Su llamado. En el capítulo anterior examinamos la primera de estas preguntas: “¿Y qué hago si no me creen?” Esta pregunta da una mirada a la historia y el carácter de Moisés de muchas maneras y es un reflejo de su baja autoestima para la tarea a la cual se le había llamado. En este capítulo examinaremos la segunda pregunta de Moisés: “¿Qué hago si me dicen: ‘El Señor no se te ha aparecido?’” (NVI).

La tarea a la que Dios estaba llamando a Moisés era impresionante: Moisés estaría de pie ante una nación completa y pediría la liberación de cientos de miles de esclavos. Egipto había llegado a depender del establecimiento de la esclavitud para así tener mano de obra gratuita. Por tanto, habría grandes implicaciones políticas y económicas para Egipto si dejaban ir a estos esclavos. Todo parecía indicar que esta tarea era imposible para una sola persona.

Más allá de liberar a los esclavos israelitas (lo que era evidentemente difícil) estaba el problema de qué hacer con ellos una vez fueran liberados. Por más que los israelitas odiaran a Egipto, se habían vuelto dependientes de esta tierra para su sustento. Egipto le suministraba los alimentos y los hogares que necesitaban para sobrevivir. ¿Qué le sucedería a Israel si estas cosas les fueran arrebatadas? ¿Dónde encontrarían comida y dónde vivirían? Para Moisés éstas eran grandes preguntas sin contestar.

Era bastante evidente que ocuparse de esta tarea era demasiado grande para un simple pastor de ovejas de Madián. Moisés necesitaba la seguridad de que Dios estaría con él si tenía que asumir este papel. Sin embargo, más que eso, el pueblo de Israel también necesitaba la seguridad de que esa era la voluntad de Dios y que Moisés era el que Dios había elegido para ser su líder.

Egipto era una nación fuerte con un poderoso ejército y los israelitas no le podían hacer frente. Estaban siendo golpeados y obligados a trabajar para Egipto; y cualquier indicio de rebelión haría que la poderosa mano de Egipto cayera sobre ellos y no dudarían matarlos o aumentar su sufrimiento. Israel le temía a Egipto y es por eso que no sería fácil convencer al pueblo de la necesidad de rebelarse contra sus amos y escapar de su cruenta garra. ¿Qué impediría que los egipcios no fueran tras ellos? No importa cuán terribles fueran sus circunstancias en Egipto, al menos tenían sus vidas y sus familias, lo cual no estaba garantizado si se rebelaban.

El pueblo de Israel necesitaba una seguridad poderosa de que Dios iba a estar con ellos. Sólo Él podría darles la victoria sobre sus enemigos y también proveerles para su futuro. Sólo Él podría llevarlos a una tierra donde finalmente pudieran vivir en paz y en libertad.

Mientras Moisés consideraba la enorme tarea que tenía delante de él, la pregunta, “¿Qué hago si me dicen: ‘El Señor no se te ha aparecido?’”, se hacía más importante. Moisés no sólo se dio cuenta que tenía que hacerle frente a su pasado, sino que además tenía que demostrarle a su pueblo que Dios lo estaba respaldando en lo que él iba a hacer. El pueblo necesitaba saber que esto no era idea de Moisés, sino de Dios. Ellos necesitaban estar seguros de que Dios se le había aparecido a Moisés, lo había llamado, y lo había envestido de poder para hacer lo imposible. Moisés sabía que no era digno de la confianza de Israel y que la única forma en que el pueblo de Dios le prestaría atención o creería de algún modo que Dios lo había llamado, era si ellos estaban seguros que el Señor Dios se le había aparecido.

La confianza de Moisés no estaba en sí mismo, sino en la autoridad y el poder que Dios daría, por lo que le preguntó a Dios cómo sería posible darle al pueblo la seguridad de que él había sido llamado y envestido de poder para liberarlos. Él temía no poder demostrar con sus palabras o con su vida que Dios se le había aparecido.

La pregunta de Moisés es una pregunta importante. Cada persona hoy en un ministerio debe hacerse esta pregunta: “¿qué hago si las personas me dicen: ‘El Señor no se te ha aparecido?’”, ¿comprendes la tarea a la cual Dios te ha llamado hoy?, ¿estás consciente de las fuerzas que se levantan contra ti?, ¿comprendes el poder que tiene Satanás?, ¿ves la dureza del corazón humano?, ¿comprendes el poder de las tentaciones del mundo? Recuerdo hace algún tiempo, cuando servía como pastor en la isla de Mauricio, que le decía a Dios a gritos: “Señor, ¿cómo puedo ocuparme de todos los problemas que estoy viendo en esta iglesia cuando sólo encargarme de mí mismo y de mi propia carne me toma todo el tiempo?

¿Cómo pararnos frente al pueblo al que Dios nos ha llamado a servir creyendo que somos autosuficientes para hacer lo que Él nos ha llamado a hacer? ¿Realmente creemos que nuestra educación es suficiente para sacar al pueblo de Dios de la esclavitud? ¿En verdad nos parece que liberaremos al pueblo de Dios del poder de Satanás con nuestra hábil dirección? Satanás se ríe de nuestra educación y de nuestras habilidades. Él ha derribado a muchos aún con mayores habilidades y educación. Más que educación y experiencia, para responder el llamado de Dios en nuestras vidas necesitamos Su presencia, Su autoridad y Su poder. Solamente esto nos dará la victoria.

Existe una gran diferencia entre la destreza humana y el poder del Espíritu de Dios. Cuando Jesús ejerció Su ministerio en esta Tierra, aquellos que lo escuchaban hablar quedaban maravillados porque no hablaba como los demás líderes, sino que hablaba con autoridad:

Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas (Mateo 7:28-29)

El Espíritu Santo envestía de poder las palabras que Jesús hablaba para que fuesen como flechas que atravesaran los corazones de aquellos que escuchaban, y produjeran una profunda convicción.

Lo mismo que pasó con Jesús sucedió con los apóstoles. Después de escuchar a Pedro y a Juan hablar, el sanedrín judío se dio cuenta de lo siguiente:

Los gobernantes, al ver la osadía con que hablaban Pedro y Juan, y al darse cuenta de que eran gente sin estudios ni preparación, quedaron asombrados y reconocieron que habían estado con Jesús. (Hechos 4:13, NVI)

Estos “hombres comunes y corrientes, sin instrucción,” demostraron por medio de sus palabras y de sus vidas que habían “estado con Jesús”. El poder de Jesús era evidente en ellos y las personas percibieron ese poder y fueron transformadas por Él.

¿Las personas ven que hemos estado con Jesús? ¿Reconocen que Dios se nos ha aparecido y nos ha enviado? ¿Hay evidencia de Su poder y presencia en nuestras vidas y ministerio? Muy a menudo nos sentimos contentos sirviendo con fuerza y sabiduría humanas, confiando en nuestra experiencia y en nuestra educación. Pero mientras Moisés tomaba en consideración la gran tarea que tenía delante de él, creyó de corazón que lo que él necesitaba y lo que el pueblo de Dios necesitaba era una seguridad profunda de que Dios se le había aparecido para ser su líder, en otras palabras, Dios lo había llamado y capacitado para la tarea que estaba a punto de emprender.

Dios se había manifestado a Moisés en una zarza ardiendo en Éxodo 3, y Moisés debía ser como esa zarza. La zarza era una planta común en el desierto y no tenía nada de extraordinario, sin embargo, Dios dio a conocer Su presencia en aquel arbusto. Su poderosa presencia ardía en sus ramas, y todo el que la mirara vería el fuego de la presencia de Dios. Moisés se echó atrás, distanciándose de aquella asombrosa y santa presencia, pues no era un lugar adecuado para estar, y el fuego de la presencia de Dios era una cosa temible. ¿Quién de entre nosotros se atreve a dejar que el fuego de Su presencia arda en sus vidas? ¿Quién de entre nosotros se rendirá a la consumadora santidad de Dios y le permitirá purificarlo y usarlo para Su gloria?

Mientras Moisés hacía esa pregunta mostraba ciertas dudas en cuanto a su capacidad de demostrar la extraordinaria presencia de Dios en su vida. Se sentía indigno e incapaz de ser el instrumento de la presencia y el poder de Dios.

Puede que Moisés haya expresado alguna duda personal a través de esta pregunta, pero en cambio, sí mostró que sus prioridades eran las correctas. Él sabía que Dios era su fuerza y su poder, y que tenía que demostrar todo eso de una forma práctica y personal al pueblo al cual él era llamado. Su confianza no descansaba en sí mismo porque sabía que sin la presencia de Dios no saldría victorioso. 

De pie frente a Dios, Moisés tenía plena consciencia de su necesidad por la presencia de Dios para que lo envistiera de poder y lo llenara si quería tener éxito en su ministerio. La pregunta de Moisés es muy importante para cada uno de nosotros en el ministerio. ¿Se me ha aparecido Dios?, ¿Su presencia está conmigo?, ¿me he rendido a Él como un instrumento de Su poder? No importa cuánta experiencia tengamos en el ministerio, o cuánta educación tengamos, si no demostramos que el Señor se nos ha aparecido, no podremos tener éxito.

 


Para meditar:

               ¿Cuáles son las luchas y desafíos del llamado de Dios en tu vida?

               ¿Con qué facilidad confiamos en nuestra propia educación, experiencia o habilidades humanas? ¿Alguna vez te has encontrado confiando más en estas cosas que en Dios?

               ¿Qué importancia tiene que cuentes con la presencia de Dios en tu vida y en tu ministerio?

               ¿Las personas ven evidencias de la presencia de Dios en tu vida y en tu ministerio? ¿Cuáles son las pruebas de que Dios se te ha aparecido?

 

Para orar:

               Pide al Señor que te ayude a ver la necesidad que tienes de tener Su dirección y Su fuerza en el ministerio al cual te ha llamado.

               Pide al Señor que te perdone por los momentos en que sentiste que no necesitabas de Él.

               Pide al Señor que Su presencia sea más visible en ti y a través de ti.

               Agradece al Señor que se deleite en usarnos para llevar a cabo, para la gloria de Su nombre, aquello que es humanamente imposible.


CAPÍTULO 4 - ¿Qué Hago Si...?

Moisés volvió a preguntar: ¿Y qué hago si no me creen ni me hacen caso? ¿Qué hago si me dicen: El Señor no se te ha aparecido? (Éxodo 4:1, NVI)

Hay un aspecto más en Éxodo 4:1 que necesitamos examinar antes de analizar el resto del pasaje. Hemos examinado las preguntas de Moisés aplicándolas a él personalmente; pero es importante que ahora las veamos desde la perspectiva del ministerio al cual Moisés fue llamado.

Cualquiera que haya formado parte de un ministerio por algún tiempo sabe que las cosas no siempre ocurren como nos gustaría. A veces cuando entramos en un ministerio tenemos grandes ideas y expectativas de lo que va a suceder, y después de varios años de arduo trabajo sin ver los resultados que esperábamos, podemos comenzar a preguntarnos si pasamos por alto el llamado de Dios.

Preste atención a lo que el Señor le dijo al profeta Isaías cuando lo llamó para que hablara en Su nombre a la nación de Israel:

Él dijo: Ve y dile a este pueblo: "Oigan bien, pero no entiendan; miren bien, pero no perciban. Haz insensible el corazón de este pueblo; embota sus oídos y cierra sus ojos, no sea que vea con sus ojos, oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y sea sanado. Entonces exclamé: ¿Hasta cuándo, Señor? Y él respondió: "Hasta que las ciudades queden destruidas y sin habitante alguno; hasta que las casas queden deshabitadas, y los campos, asolados y en ruinas; (Isaías 6:9-11, NVI)

El llamado de Isaías era difícil. Las personas a las que él tenía que ir escucharían, pero no entenderían; sus corazones serían endurecidos y sus ojos cerrados. Él debía predicarles a estas personas hasta que todas sus ciudades quedaran destruidas, sus casas deshabitadas y sus campos asolados.

Hablando del ministerio del Señor Jesús, el profeta Isaías dijo:

“Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido” (Isaías 53:3-4).

Aún Jesús fue “despreciado y desechado” cuando dio Su vida por la humanidad. Mientras Jesús preparaba a sus discípulos para el ministerio al cual los estaba llamando, les advirtió de los peligros que tendrían por delante:

“El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo. Los hijos se rebelarán contra sus padres y les darán muerte. Todo el mundo los odiará a ustedes por causa de mi nombre, pero el que se mantenga firme hasta el fin será salvo. (Marcos 13:12-13, NVI)

A los discípulos no se les garantizaba que iban a ser aceptados, de hecho, varios sufrieron gran persecución y rechazo, y otros fueron traicionados por aquellos más cercanos a ellos. Incluso algunos fueron llevados a la muerte debido a su relación con Cristo y con el ministerio al que habían sido llamados. Preparándolos para este rechazo, el Señor les dijo a Sus discípulos qué debían hacer cuando entraran a un pueblo donde no aceptaran su mensaje:

Si no los reciben bien, al salir de ese pueblo, sacúdanse el polvo de los pies como un testimonio contra sus habitantes.” (Lucas 9:5, NVI)

Cuando entendemos la enseñanza de Las Escrituras y la naturaleza de la batalla, no debemos sorprendernos si en algunas ocasiones somos rechazados. Habrá obstáculos a lo largo del camino. La pregunta, “¿Y qué hago si…?”, es muy importante. ¿Y qué hago si la gente no hace caso?, ¿y qué hago si no ven que verdaderamente vengo de parte de Dios?, ¿y qué hago si me rechazan y rechazan nuestro mensaje?, ¿qué debo hacer entonces?

Moisés no sólo se cuestionó su capacidad personal (versículo 1) sino también la respuesta del pueblo a su ministerio. Nunca resulta fácil ser rechazado, especialmente cuando nos sentimos tan apasionados con lo que le estamos presentando a las personas, y aún más si tenemos un sentido profundo del llamado del Señor en nuestras vidas. Todos queremos sentirnos útil, y nos gusta muchísimo ver los resultados de nuestro trabajo.

A pesar de que esto es digno de admiración, los problemas vienen cuando nos concentramos demasiado en los resultados. El Señor me enseñó esta lección de una forma muy sencilla hace algún tiempo. Me encontraba sentado en una cafetería trabajando en un capítulo de un comentario bíblico que estaba escribiendo. Por alrededor de dos horas estuve ocupado en esto y estaba a punto de completar el capítulo cuando por alguna razón desconocida se apagó mi computadora. La encendí nuevamente y cuando busqué mi trabajo, había desaparecido. Mi primera respuesta fue: “¿Señor, por qué permitiste que sucediera esto? ¿Acabo de pasar estas últimas dos horas trabajando en esto y ahora me voy a casa sin nada a cambio? Acabo de malgastar mi mañana completa”.

Mientras estaba sentado allí y analizaba lo que había sucedido, el Señor habló a mi corazón y me dijo: “Wayne, ¿has hecho lo que te pedí que hicieras?” Pensé en esto por un momento y respondí: “Tú me pediste que trabajara en esta serie de comentarios bíblicos y eso es lo que he estado haciendo.” “Entonces has sido obediente,” dijo el Señor, “has hecho lo que esperaba de ti”.

Momentos después, mi actitud había pasado de frustración a paz y contentamiento. Me di cuenta que Dios me había llamado a ser obediente. Los resultados pueden o no ser el resultado de esa obediencia. Lo importante es que yo realice lo que Él me ha llamado a hacer y dejarle los resultados a Él. Regresé a casa ese día sin nada a cambio por mi trabajo, pero con un corazón confiado en que había caminado en obediencia.

La pregunta, “¿Y qué hago si…?” es una pregunta que todos debemos responder. ¿Qué haremos si nadie hace caso a lo que decimos? ¿Qué haremos si las personas nos odian por el mensaje que predicamos? ¿Qué haremos si nuestra iglesia nunca sobrepasa la cifra de diez a veinte miembros fieles? ¿Qué hago si mi matrimonio nunca cambia? ¿Qué hago si después de trabajar toda la mañana, regreso a casa sin nada a cambio por mi trabajo? ¿Qué haremos cuando las cosas no resulten como esperábamos? Cada cual que ejerza un ministerio debe responder esa pregunta.

Lo que el Señor me mostró en la cafetería aquel día me ha ayudado a responderme esta pregunta. Necesito ser obediente y fiel para hacer lo que Dios me ha llamado a hacer, ya sea que vea los resultados o no. Debo concentrarme en la obediencia más que en los resultados. Dios se complace en usarnos para extender Su reino, pero Él está más interesado en personas que aprendan a caminar en fiel obediencia.

 Jeremías es un maravilloso ejemplo de fidelidad en el ministerio. En Jeremías 20 el profeta estaba sintiendo una lucha interior por un ministerio de predicación aparentemente sin frutos. Hablándole al Señor acerca de esto, decía:

“Cada vez que hablo, es para gritar: “¡Violencia! ¡Violencia!” no deja de ser para mí un oprobio y una burla. Si digo: “No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre", entonces su palabra en mi interior se vuelve un fuego ardiente que me cala hasta los huesos. He hecho todo lo posible por contenerla, pero ya no puedo más” (Jeremías 20:8-9, NVI).

Aquí estaba un hombre cuyo sentido de obediencia a Dios era tan poderoso que aun cuando él veía sólo insultos y reproches por sus mensajes, no dejó de predicar. Sabía que tenía que ser obediente sin tener en cuenta los resultados.

¿Seremos obedientes sin importar las consecuencias? ¿Estaremos preparados para sufrir rechazo y reproche en nuestros ministerios? ¿Estaremos dispuestos a sacrificar lo que pareciera ser un ministerio próspero por una obediencia más profunda al Señor? Nunca debemos dudar que Dios tiene un propósito para nuestras vidas aún en momentos cuando no entendamos ese propósito. Puede que se nos haga pasar por un desierto aparentemente estéril, o que se nos ponga en lo más duro de la batalla donde lo único que podemos hacer es mantener nuestra posición. Sin embrago, tengamos por seguro que Dios tiene un propósito. Aprende a discernir el llamado de Dios en tu vida y no permitas que la prosperidad o los resultados te distraigan. Ocúpate en la obediencia y el asunto de los frutos déjaselo a Dios.

Mientras Moisés regresaba a Egipto se preguntaba cuál sería el resultado de su predicación y si sería aceptado o rechazado. Muchos siervos de Dios están más preocupados por los resultados que por la obediencia al llamado de Dios. La manera en que respondamos a la pregunta: “¿Y qué hago si…?” dependerá de nuestras prioridades. Si nuestra prioridad son los resultados en el ministerio, puede entonces que nos cuestionemos nuestro llamado cuando no veamos resultados. Pero si nuestra prioridad es obedecer al llamado de Dios, entonces nos mantendremos firmes y le dejaremos los resultados a Él.

 


Para meditar:

               ¿Aceptarán siempre las personas nuestro mensaje? Pon algunos ejemplos de Las Escrituras.

               ¿Son los resultados siempre una garantía en el ministerio (al menos aquellos que esperamos)?

               ¿Cuál es la diferencia entre un ministerio basado en los resultados y un ministerio basado en el llamado?

               ¿Qué hace preocuparnos tanto por los resultados en el ministerio? ¿Cuán importante es buscar en primer lugar la obediencia y dejarle los resultados a Dios?

               ¿Podríamos obstaculizar el trabajo de Dios tratando de obtener los resultados que queremos en el ministerio?

 

Para orar:

               Pide al Señor que te dé seguridad de Su llamado en tu vida. Pide que te enseñe a caminar en obediencia a ese llamado.

               Agradece al Señor que aun cuando seamos rechazados por aquellos a los que servimos, o veamos pocos frutos de nuestro trabajo, podemos tener paz en nuestro corazón sabiendo que hemos sido fieles.

               Agradece al Señor que cuando escogemos caminar en obediencia a Su llamado y dirección, entonces Él produce los resultados que Él desea.


CAPÍTULO 5 - Una Vara

¿Qué tienes en la mano? preguntó el Señor. Una vara respondió Moisés. (Éxodo 4:2, NVI)

En los últimos tres capítulos analizamos los temores de Moisés, así como las preguntas concernientes a su llamado a ir a Egipto. Estas preguntas son frecuentes para todos aquellos que comprenden la naturaleza humana y toman en serio el llamado de Dios en sus vidas. En el versículo 2 el Señor se dirige a las preocupaciones de Moisés, y aunque Su respuesta no es lo que esperaríamos, sí tiene mucho que enseñarnos acerca de la obra de Dios en las vidas de aquellos que Él llama.

En respuesta a las preocupaciones de Moisés, el Señor le pregunta: “¿Qué tienes en la mano?” Moisés estaba de pie ante el Señor con una vara de pastor en su mano. La vara era usada para cuidar a sus ovejas. Consistía en un pedazo de madera de alrededor de 2 metros (6 pies) de largo con uno de los extremos curvado y se usaba para proteger a las ovejas de los enemigos y para guiarlas por el camino que debían seguir. Con la parte curvada de la vara el pastor podía sujetar a la oveja y alejarla del peligro. Era todo lo que Moisés tenía disponible estando de pie ante el Señor, sólo un pedazo de madera. Sin embargo, como pastor, sabía que no podría estar sin ella mientras cuidara de sus ovejas. En las manos de Moisés esa vara protegía a las ovejas de sus enemigos y mantenía alejadas del peligro. Con ella, podía guiar a las ovejas por el camino que él quería que fueran y podía disciplinar a aquellas difíciles de controlar.

David, como pastor de ovejas, comprendió la importancia de la vara del pastor cuando escribió en el Salmo 23:4:

Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento”.

En este salmo, David se imagina a sí mismo como una oveja. Observemos como él no tiene miedo, aun cuando pase por “valles tenebrosos”. La vara del pastor es la razón por la cual las ovejas no sienten temor. Si algún enemigo atacaba a las ovejas en aquel valle sombrío, la vara del pastor ahuyentaba a ese enemigo; y si las ovejas estaban en peligro de caer de una pendiente empinada, la vara las encaminaba por la ruta correcta. Y si además caían en una brecha y no podían salir, la vara las alcanzaba y con la parte curvada las subía y las ponía fuera de peligro. Es por eso que la vara del pastor era muy reconfortante para las ovejas.

 

UN SÍMBOLO

¿Qué le estaba diciendo Dios a Moisés aquel día cuando le preguntó qué tenía en su mano? Creo que Dios le estaba recordando a Moisés un principio muy importante. La vara del pastor era un símbolo. Moisés, como pastor, hacía todo lo que podía para proteger, guiar y disciplinar a sus ovejas con esa vara, y Dios estaba prometiendo que haría lo mismo con Moisés. Él no lo enviaría desprotegido, sino que Su vara de pastor también lo protegería y lo disciplinaría cuando fuera por un camino equivocado. Dios la iba a usar para encaminarlo por la senda que debía seguir, y cuando Moisés cayera, esa misma vara le alcanzaría desde el cielo y lo levantaría nuevamente. Adondequiera que Moisés fuera con su vara, se le iba a recordar lo que Dios haría por él.

Como el Gran Pastor, Dios, el Señor, continúa hoy haciendo lo mismo por nosotros. No entramos a un ministerio solos, pues el Espíritu Santo va a ser como la vara del pastor para nosotros. Su presencia debe ser muy reconfortante para nosotros.

El Espíritu Santo nos protegerá de los ataques del enemigo dándonos discernimiento y fuerza para vencer y nos alertará de los peligros que acechan en el camino que tenemos por delante. En Mateo 2:12, los sabios fueron advertidos en sueños que no volvieran a Herodes, y en Hechos 27:9-10 Pablo fue avisado de la gran pérdida que sufrirían sus compañeros de travesía durante la tormenta en el mar. El Espíritu Santo guardará y protegerá a todos aquellos que le pertenecen.

El Espíritu Santo no sólo nos protegerá, sino que también nos disciplinará cuando necesitemos corrección. El escritor a los Hebreos nos recuerda que el Señor disciplina a quienes ama (Hebreos 12:6, 10). Así como los padres deben disciplinar a sus hijos, también Dios va a disciplinar y a amonestar a Sus propios hijos.

Por último, así como la vara del pastor, el Espíritu Santo nos guiará por el camino que debamos seguir. Jesús le dijo a Sus discípulos en Juan 14:26 que el Espíritu Santo les enseñaría y les recordaría todas las cosas que Él les había dicho; y en repetidas ocasiones en el libro de los Hechos vemos como el Espíritu Santo guio a los apóstoles en el camino que el Padre tenía para ellos.

De la misma manera que David fue reconfortado con la vara y el cayado del pastor, nosotros también podemos tener gran descanso en el maravilloso trabajo del Espíritu de Dios para protegernos, disciplinarnos y guiarnos en el llamado de Dios en nuestras vidas. Al dar el paso en obediencia al llamado de Dios, Moisés podría ir con la seguridad de que la vara de Dios estaría con él.

 

COSAS ORDINARIAS

Hay otro detalle que tenemos que tener en cuenta en este aspecto. Mientras Moisés, de pie frente a Dios, le preguntaba cómo iba a hacer el trabajo al cual el Señor lo estaba llamando, Dios desvió la atención de Moisés a su vara, pues ésta se convertiría en un importante instrumento en las manos de Moisés en los años por venir (esto lo analizaremos más detalladamente en el próximo capítulo). Lo importante es que notemos ahora que Dios escogió usar lo que Moisés ya tenía en su posesión para llevar a cabo Su propósito.

Una de las cosas que más me impacta cuando veo lo que sucede en nuestros días es lo frecuente que buscamos algo nuevo y emocionante que sea la respuesta a los problemas de nuestra iglesia. No existen límites en cuanto a nuevas ideas de cómo hacer crecer una iglesia o cómo tener una mayor experiencia con el Señor. ¿Con qué frecuencia nos hemos encontrado cayendo en esta trampa? Cuando Dios respondió las preguntas de Moisés aquel día, Él no le ofreció nada nuevo, más bien dirigió su atención a lo que él ya tenía en sus manos, una sencilla vara de pastor de ovejas. Esta iba a ser la respuesta a las preocupaciones de Moisés acerca de cómo hacer el trabajo que Dios le estaba pidiendo que hiciera.

Lo maravilloso que tiene el Señor es que Él nos conoció incluso antes de nacer, y a través de toda nuestra vida Su mano ha estado sobre nosotros. Él ha estado preparándonos para el trabajo que tiene para nosotros desde el momento en que estábamos en el vientre de nuestra madre (ver Jeremías 1:5). Las circunstancias que hemos tenido que afrontar en la vida - tan difíciles como puedan haber sido - nos estaban preparando para este momento. Dios no espera hasta el momento en que estemos preparados a obedecerle para darnos lo que necesitamos. Él ha estado trabajando en nosotros desde el principio, moldeándonos para ser el pueblo que Él necesita y capacitándonos para Su propósito. Esto quiere decir que incluso antes de que estuviéramos conscientes de nuestro llamado en la vida, Dios nos ha estado moldeando y entrenando.

 Mientras Moisés cuestionaba a Dios acerca de la tarea a la que se le estaba enviando, Dios simplemente le señaló aquello que ya Él le había dado. Moisés no tenía necesidad de buscar ninguna otra cosa, porque tenía todo lo que necesitaba, y Dios se había asegurado de que así fuera. La mano de Dios había estado sobre Moisés cuando era un bebé protegiéndolo de la crueldad del faraón egipcio. Su mano lo había entrenado como pastor de ovejas los últimos cuarenta años, dándole las habilidades necesarias para vivir en el desierto y cuidar de Su pueblo.

Buscar siempre algo nuevo nos impide ver la soberana mano de Dios en nuestras vidas y nos impide ver la respuesta que Dios ya ha dado. ¿Será que ya tenemos todo lo que necesitamos? ¿Pasaremos por alto la respuesta porque buscamos algo que Dios ya ha dado?

En mi experiencia he llegado a entender que algunos de los ministerios más increíbles son el resultado de que el pueblo de Dios acepte Su propósito para sus vidas y use los conocimientos y los dones que Él ya les ha dado. En nuestra búsqueda de algo más grande y mejor, a veces perdemos de vista el poder de las cosas simples.

La pregunta que Dios le hace a Moisés es muy importante: “¿Qué tienes en la mano?” ¿Qué Dios ha estado haciendo en tu vida? ¿Qué te ha estado enseñando? ¿Qué oportunidades te ha estado brindando? ¿Dónde Dios ha creído apropiado colocarte? Todas estas cosas provienen de la mano de un Dios soberano y ninguna de ellas sucede por casualidad, pues todo tiene un propósito. La pregunta que debemos hacernos es si tomaremos lo que el Señor ya nos ha dado y lo usaremos para Su gloria.

 

Para meditar:

               ¿Para qué era usada la vara del pastor en los días de Moisés? ¿En qué sentido esto reconfortaba a las ovejas?

               ¿En qué sentido la vara es un símbolo del Espíritu Santo? ¿Cómo el Espíritu Santo lleva a cabo en nosotros lo que la vara llevaba a cabo para las ovejas?

               ¿Has sentido la protección, dirección y disciplina del Espíritu Santo en tu vida? ¿Qué consuelo te trae esta obra de Dios?

               ¿Cómo Dios nos prepara para Su llamado en nuestras vidas? ¿Cómo Él te ha preparado en lo particular para tu llamado en la vida?

               ¿Podríamos pasar por alto el propósito de Dios para nuestras vidas cuando siempre buscamos algo nuevo y emocionante?

 

Para orar:

               Agradece al Señor que nos guiará, protegerá y disciplinará en la tarea que nos ha llamado hacer. Agradece a Dios por esta promesa.

               Pide al Señor que te ayude a aceptar lo que Él ha estado haciendo en tu vida. Pide que te ayude a usar para Su gloria lo que Él ha estado haciendo en ti.

               Agradece al Señor que Su mano ha estado sobre ti desde que naciste. Agradécele que haya estado preparándote todo este tiempo para un maravilloso propósito en Su reino. Pide a Dios que Su gracia te ayude a ser fiel a ese propósito.


CAPÍTULO 6 - Déjala Caer al Suelo...

Déjala caer al suelo ordenó el Señor. (Éxodo 4:3, NVI)

El Señor ha estado hablando con Moisés acerca de su vara de pastor, y en el capítulo anterior observamos cómo Dios nos capacita para el ministerio que Él ha preparado para nosotros. Él lo hace desde nuestro nacimiento a través de las circunstancias que permite en nuestras vidas y a través de los dones que desarrolla en nosotros con el paso del tiempo. Él usa lo que parece ser muy común para expandir Su reino en nuestras vidas.

Cuando Moisés le dijo al Señor lo que tenía en su mano, el Señor le pidió que hiciera algo bien extraño con ella. A Moisés se le dijo que tomara su vara de pastor y la dejara caer al suelo. Cuando lo hizo así, la vara se convirtió en una serpiente. Analizaremos esto más adelante en otro capítulo, pero por el momento lo que nos concierne es la orden de Dios de tirar la vara al suelo.

Había dos lecciones importantes que Dios le quería enseñar a Moisés aquel día: la primera era la importancia de rendirse, y la segunda era mostrarle a Moisés lo que Él podía hacer con aquello que fuera entregado a Él. En este capítulo analizaremos la primera de estas dos lecciones.

Dios le estaba pidiendo a Moisés que tomara el único instrumento que tenía y que lo rindiera a Él dejándolo caer al suelo. Ésta era una gran lección que Moisés debía aprender al comenzar su ministerio. La vara de pastor había sido la principal herramienta de Moisés por los últimos cuarenta años y ahora ya tenía cuarenta años de experiencia usándola. Se sentía muy cómoda en sus manos. Por muchos años esa vara había protegido a muchas ovejas y Moisés la había usado para enfrentarse a animales salvajes que buscaban hacerle daño a las ovejas, para sacar a otras de fosos profundos y rescatarlas de peligros. Moisés sabía cómo usar esa vara; seguramente dependía mucho de ella y nunca la dejaba atrás.

Dios quería tener el control de la vara de Moisés. En las manos del Señor iba a ser usada en formas que Moisés nunca hubiera imaginado. Sin embargo, mientras estuviera en las manos de Moisés y él tuviera el control de ella, iba a continuar siendo usada de la misma manera en que siempre había sido usada. Dios, por otra parte, tenía un propósito diferente ahora, y si Moisés quería ver a Dios usar este instrumento, debía primero rendirlo al Señor.

Rendir su vara al Señor requería que renunciara a tener el control sobre ella, y ya no sería más la vara de Moisés, sino que ahora pertenecería completamente a Dios. Es muy interesante notar que después de este suceso el libro de Éxodo hace referencia a la vara de pastor de Moisés como la “vara de Dios”.

“Así que Moisés tomó a su mujer y a sus hijos, los montó en un asno y volvió a Egipto. En la mano llevaba la vara de Dios” (Éxodo 4:20, NVI).  

“Y dijo Moisés a Josué: Escógenos varones, y sal a pelear contra Amalec; mañana yo estaré sobre la cumbre del collado, y la vara de Dios en mi mano” (Éxodo 17:9).

¿Por qué era importante que Moisés rindiera su vara al Señor? Era importante porque Dios tenía un plan muy diferente para esa vara; y si Moisés usaba su vara como él creía que era conveniente, entonces no iba a ver los propósitos de Dios cumplidos a través de ella. La experiencia que tenía Moisés con su vara hubiera sido un obstáculo, pues en las manos de Moisés y bajo su control, era simplemente una vara de pastor; pero en las manos del Señor y bajo Su dirección, aquel sencillo pedazo de madera sería el canal a través del cual se hicieran grandes milagros y se libertaría al pueblo de Dios.

Dios le estaba enseñando a Moisés una lección muy importante que todos debemos aprender si queremos ser eficaces en el ministerio. ¿Cuáles son las herramientas que tenemos hoy en nuestras manos? A cada uno de nosotros Dios le ha dado experiencias en la vida y dones espirituales que deben ser rendidos al Señor si van a ser útiles para la extensión de Su reino. Él debe tener el control absoluto de ellos. Es muy probable que usemos nuestros dones espirituales de formas que nunca el Señor quiso que los usáramos. Los dones espirituales y las experiencias personales no sustituyen la dependencia y la dirección que necesitamos del Señor. ¡Qué fácil es para nosotros confiar en nuestros dones! Pero esos dones no van a ser eficaces a menos que los rindamos primero al Señor.

Cada uno de nosotros nos presentamos delante de Dios con dones y talentos. Él nos pide que dejemos caer al suelo estos dones y nos llama hoy a rendirlos a Él y a darle el control total sobre cómo deben ser usados. Nosotros debemos usar estos dones ahora de la manera en que Dios nos guíe y nos dirija, y debemos dejarle que tome el control total sobre cuándo o cómo van a ser usados, e incluso si van a ser usados.

Vamos a perder de vista el propósito de Dios si creemos que porque Dios nos ha dado experiencia y dones podemos tener el control de ellos. Imaginemos a Moisés usando a su manera la vara de pastor para llevar a cabo el propósito de Dios. Su experiencia le hubiera mostrado que podía usarla para enfrentarse a enemigos, pero ¿cómo se enfrentaría con esa vara a todo el ejército egipcio? La experiencia le hubiera mostrado que la vara podía guiar a las ovejas por el camino correcto, pero ¿cuál sería la respuesta de los seres humanos si Moisés golpeara con su vara de pastor sus espaldas para disciplinarlos? Esa vara no tendría ninguna utilidad para el llamado de Dios mientras Moisés tuviera el control y la usara como él creyera fuera más adecuado.

Mientras el pueblo de Dios viajaba a través del desierto se dieron cuenta que no tenían suficiente agua para beber. El Señor le dijo a Moisés que fuera a una roca específica en Horeb, y que la golpeara con su vara de pastor. Al hacerlo, agua brotó de la roca para que todo el pueblo bebiera (ver Éxodo 17:6). Más adelante, en Cades, el pueblo se quejó nuevamente por la escasez de agua. Esta vez el Señor le dijo a Moisés que tomara su vara con él y que le hablara a una roca en particular, y agua saldría para el pueblo. Moisés desobedeció al Señor y usó su vara para golpear la roca en vez de hablarle:

“Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, y hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua, y les sacarás aguas de la peña, y darás de beber a la congregación y a sus bestias. Entonces Moisés tomó la vara de delante de Jehová, como él le mandó. Y reunieron Moisés y Aarón a la congregación delante de la peña, y les dijo: ¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña? Entonces alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces; y salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y sus bestias. Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado” (Números 20:8-12).

El resultado de este inadecuado uso de la vara provocó la ira del Señor sobre Moisés y Aarón, y trajo como consecuencia que el Señor no les permitiera tener el privilegio de guiar al pueblo a entrar a la Tierra Prometida.

La pregunta que necesitamos hacernos aquí es la siguiente: ¿Hemos rendido nuestros dones y conocimientos al Señor? ¿Hemos echado al piso nuestra vara en total entrega a Dios y a Su guía? Dile hoy al Señor: “Señor, todo lo que me has dado te pertenece. Rindo en Tus manos las experiencias por las que me has hecho pasar. Te ofrezco los dones que Tú me has dado, pues no me pertenecen, y hoy escojo usarlos solamente en la forma que Tú indiques y guíes”.

Si vamos a cumplir el propósito de Dios para nuestras vidas, la primera cosa que debemos hacer es echar al suelo todos nuestros conocimientos y dones en señal de entrega al Señor y a Su propósito. Sea lo que sea que quieras lograr con esos dones, debe ser sacrificado al Señor hoy. Todas tus aspiraciones y metas personales deben ser arrojadas delante del Señor. Él debe ser el Señor de tus dones espirituales, de tu educación y de tu experiencia. Sólo entonces podremos saber la plenitud de Su propósito en nuestras vidas.

 

Para meditar:

               ¿Por qué Dios le dijo a Moisés que dejara caer al suelo su vara?

               ¿Cómo había Moisés usado su vara de pastor durante los últimos cuarenta años? ¿Cómo cambiaría esto ahora que él le había rendido la vara al Señor?

               ¿Es posible confiar más en nuestros dones y conocimientos que en el Señor? ¿Por qué es importante que aprendamos a discernir la voluntad de Dios en el uso de nuestros dones espirituales?

               ¿Cómo los dones espirituales y los conocimientos pueden entorpecer la obra del Señor?

 

Para orar:

               Agradece al Señor por los dones y conocimientos que Él te ha dado. Toma un momento para rendir al Señor el uso que se les dé. Comprométete a buscar Su voluntad en cuanto a cómo Él quiere que sean usados.

               Agradece al Señor por cómo Él puede tomar lo que parecen ser dones sencillos y usarlos para Su gloria y la extensión de Su reino.

               Pide al Señor que te dé gracia para confiar más en Él que en lo que Él te ha dado.


CAPÍTULO 7 - Se Convirtió en una Serpiente

Déjala caer al suelo ordenó el Señor. Moisés la dejó caer al suelo, y la vara se convirtió en una serpiente. Moisés trató de huir de ella, (Éxodo 4:3, NVI)

Al continuar con el versículo 3 vemos el resultado de la obediencia de Moisés al Señor. Cuando dejó caer su vara de pastor, ésta se convirtió en una serpiente. Con más de cuarenta años de experiencia usando una vara de pastor, Moisés jamás había visto algo así. Ni siquiera en sus pensamientos más descabellados Moisés hubiera imaginado que algo así fuera posible. Hablando a través del profeta Isaías, el Señor le recordó a Su pueblo que Sus pensamientos eran más altos que sus pensamientos; y Sus caminos eran diferentes a los de ellos.

“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8-9).

Imaginemos qué hubiera hecho Moisés con su vara de pastor si hubiese tenido control sobre ella. Sabiendo que era el instrumento que Dios usaría para liberar a Su pueblo de Egipto, ¿qué uso le hubiera encontrado Moisés a esta vara si dependiera de él decidir? Una cosa es cierta, nunca se le hubiera ocurrido convertirla en serpiente.

De un modo similar, los propósitos de Dios para nuestros dones y conocimientos no son los mismos que los nuestros. Ni siquiera en nuestros sueños más descabellados pudiéramos imaginar cómo Dios nos podría usar. Lo que pareciera ser muy insignificante, puede convertirse en un instrumento poderoso en las manos del Señor. La experiencia de Moisés con la vara de pastor iba a ser puesta a prueba. Mientras observaba a la serpiente en el suelo, Moisés no se podía haber imaginado jamás lo poderosa que sería esa vara en las manos de Dios. Por un momento analicemos lo que Dios le autorizaría a Moisés hacer con su vara. Analicemos el siguiente cuadro:

Versículos

La manera en que Dios usó la vara

Éxodo 7:9-13

Moisés arrojó su vara al suelo y se convirtió en una serpiente que se comió a las serpientes de los magos egipcios.

Éxodo 7:17-18

La vara golpeó al río Nilo y mató a todos los peces.

Éxodo 7:20

La vara convirtió en sangre toda el agua del río Nilo.

Éxodo 8:5-7

La vara hizo que de los ríos salieran ranas que cubrieron todo el país.

Éxodo 8:16-17

La vara golpeó el polvo del suelo y trajo una plaga de mosquitos a Egipto.

Éxodo 9:22-24

La vara, levantada hacia el cielo, hizo que cayeran truenos, relámpagos y granizo del cielo.

Éxodo 10:13-15

La vara hizo que soplara un fuerte viento y trajera langostas a Egipto que devoraran sus cosechas.

Éxodo 14:16

La vara dividió el mar para que los israelitas pudieran cruzar sobre tierra seca mientras escapaban del ejército egipcio.

Éxodo 17:5-6

La vara golpeó una roca en Horeb y le dio agua a toda la nación.

Éxodo 17:8-13

La vara, cuando era levantada sobre la cabeza de Moisés, le daba la victoria a Josué y a los israelitas sobre los amalecitas.

Este cuadro nos enseña algo muy importante. Nos muestra que la sabiduría humana es insuficiente en el uso de nuestros dones espirituales y conocimientos. El conocimiento que tenía Moisés de cómo usar la vara de pastor era indiscutible. Por cuarenta años había sido su instrumento, se sentía cómoda en su mano y él sabía exactamente cómo usarla cuando fuera necesario. Sin embargo, los caminos de Dios eran diferentes. Él tenía un uso totalmente nuevo para la vara de Moisés. Dios tenía que enseñarle a Moisés toda una nueva manera de usar su vara. De una forma similar, Dios quiere entrenarnos en el uso de nuestros dones espirituales y nuestros conocimientos. Nosotros no comprendemos los caminos del Señor. Él quiere usar nuestros dones en formas que no podríamos imaginarnos. Si queremos ver que nuestros dones sean usados en su mayor potencial, necesitamos tener Su dirección y caminar en obediencia a Él.

Los sencillos dones que Dios ha dado son instrumentos poderosos en Su mano. Un pedazo de madera en la mano de Moisés trajo el fin a la esclavitud, derrotó al ejército más poderoso del mundo e hizo que las fuerzas de la naturaleza actuaran en defensa del pueblo de Dios. Puede que no sientas que tienes mucho en tu mano, pero cuando lo rindes en las manos del Señor y caminas en obediencia a Él, ese pequeño don puede cambiar el mundo.

No es sensato elevar a un hombre o a una mujer que tenga ciertos conocimientos o dones en particular. Éxodo nos muestra que Moisés era un hombre sencillo, temeroso y a veces impaciente. Tenía sus faltas como todos nosotros. Su vara de pastor era un pedazo de madera común y corriente, y como ella había muchas. Mientras Moisés observaba la serpiente en el suelo, se dio cuenta que había un poder actuando en su vara mucho más grande que él. Ese poder era el poder de Dios. La imposibilidad de lo que sucedió a través de esa vara les demostró a todos que la gloria le pertenecía solamente a Dios.

Hablando en Juan 12:24, el Señor Jesús dijo:

De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto.

Podemos poner nuestras semillas en un estante donde estarán seguras, pero nunca nos servirán de mucho hasta que estemos preparados para enterrarlas en la tierra y las dejemos morir. De la vida de esa semilla muerta nace una nueva planta que produce muchas más semillas como ella. El sacrificio de nuestros dones al Señor dará gran fruto. Él enviste de poder lo que le damos; y usará lo que ofrecemos de maneras que nunca pudimos imaginar.

Dios le dio vida a la vara tirada en el suelo pues la serpiente que se deslizaba ante Moisés estaba bien viva. Dios le dio vida a la vara cuando Moisés la rindió a Él y obedeció. Así mismo Dios hará con nosotros.

 

Para meditar:

               ¿Cuál es la diferencia entre cómo usaríamos de forma natural los dones y conocimientos que Dios nos da y cómo Dios quiere que nosotros los usemos? ¿Por qué es importante que aprendamos a caminar en obediencia a Dios y a Su dirección?

               ¿Cómo usó Dios la vara de Moisés? ¿Cuál es la diferencia entre esto y cómo Moisés la hubiera usado siguiendo su propio razonamiento?

               Dios le dio vida a la vara cuando Moisés la rindió a Él. ¿Qué significa que rindamos nuestros dones y conocimientos al Señor? ¿Le has dado el control al Señor sobre cómo, cuándo y dónde usar tus dones y conocimientos si Él los quiere usar?

               ¿Por qué no es sensato glorificar a la persona o al don que alguien tiene? ¿Cuál es la verdadera fuente de poder?

 

Para orar:

               Agradece al Señor por poder usarte como un instrumento para Su gloria.

               Toma un momento para rendir tus dones y conocimientos al Señor. Dile al Señor que quieres que Él te guíe y te muestre cómo Él quiere que uses lo que te ha dado.

               Pide al Señor que te proteja del orgullo. Pídele que te muestre que solo Él merece toda la gloria por la manera en que tus dones han sido usados. Pídele que te perdone por los momentos cuando le has quitado la gloria a Él para dártela a ti.


CAPÍTULO 8 - Moisés Siente Temor

Déjala caer al suelo ordenó el Señor. Moisés la dejó caer al suelo, y la vara se convirtió en una serpiente. Moisés trató de huir de ella, pero el Señor le mandó que la agarrara por la cola. En cuanto Moisés agarró la serpiente, ésta se convirtió en una vara en sus propias manos.

En el capítulo anterior vimos que Dios le dijo a Moisés que dejara caer su vara al suelo; y cuando lo hizo, la vara se convirtió en una serpiente. Notemos la respuesta de Moisés hacia la serpiente en la última parte del versículo 3 que dice: “Moisés trató de huir de ella”.

Debe haber muchas razones por las cuales Moisés trató de huir de aquella serpiente. Puede que haya sentido temor de ella, pues en verdad no esperaba ver que algo así sucediera cuando su vara tocara el suelo. La imagen que aquí vemos es la de Moisés huyendo de lo que Dios estaba haciendo con su vara. Analicemos esto por un instante.

Cuando rendimos nuestros conocimientos y dones espirituales al Señor, no sabemos cómo Él las va a usar, porque Sus caminos son muy diferentes a los nuestros. Cuando le dejamos controlar nuestros dones y le dejamos usarlos como Él quiere, entramos en un territorio desconocido. Moisés había usado su vara cuarenta años; pero él nunca había visto lo que vio ese día, y le causó temor. Lo habían sacado de un terreno conocido y llevado a otro totalmente nuevo.

El poder de Dios no es algo para ser tomado a la ligera. Los santos de la Biblia que vieron ese poder en acción experimentaron el mismo temor que Moisés sintió ese día. Escuchemos la respuesta del profeta Isaías al ver la gloria de Dios en aquel día:

“Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:4-5).

Cuando en el libro de Apocalipsis el apóstol Juan vio al Señor, cayó a Sus pies “como muerto”:

“Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Apocalipsis 1:17-18).

Experimentar la presencia y el poder de Dios no fue algo que estos hombres tomaron a la ligera. Mientras Moisés observaba a aquella serpiente en el suelo se daba cuenta del poder de Dios, y que este poder era demasiado para él. ¿Cómo podría estar de pie en la presencia de semejante Dios? ¿Cómo podía él ser el instrumento de semejante poder? Ser un instrumento en las manos de Dios es una grandiosa responsabilidad, y aquellos que conozcan ese poder también deben respetarlo.

Moisés huyó de la demostración del poder de Dios. También nosotros podemos hacer lo mismo hoy. Hay muchas cosas que nos pueden causar temor en el ministerio al que Dios nos llama. A través de los años el Señor me ha dado diversas oportunidades para hablar en retiros y conferencias. En muchas ocasiones llegaba a la mitad de una conferencia y me sentía abrumado por la responsabilidad puesta sobre mis hombros. Recuerdo una vez hablando en un retiro de jóvenes, que con lágrimas corriendo por mi rostro, clamé al Señor diciendo: “No tengo nada más para dar.” Me sentía indigno de la responsabilidad, y que nunca podría cumplir lo que Dios demandaba de mí. Temía que no estuviera a la altura de sus exigencias o que no fuera un instrumento digno de Su poder para esos jóvenes. Quizás Moisés se sintió indigno ese día. ¿Cuántas personas rehúsan entrar a un ministerio porque sienten temor de que no sean dignos o capaces de ser lo que Dios les pide que sean?

Existen muchos otros temores. Dios nos pide que tratemos con aquellos pecados en nuestras vidas que preferiríamos olvidar. Recuerdo en una ocasión cuando estaba en la adolescencia que estaba pintando una casa de una señora de la iglesia. Parte del trabajo requería raspar la pintura vieja con un cuchillo. Mientras hacía esto, el cuchillo que ella me había dado se rompió en mis manos. Estaba tan avergonzado que no le dije que el cuchillo se había roto, lo puse en mi bolsillo y me lo llevé a casa. Algún tiempo después, asistía a servicios en una Escuela Bíblica donde el predicador hablaba acerca de hacer bien las cosas que habíamos hecho mal. El Espíritu Santo trajo este incidente a mi mente; y el poder de esa idea fue tan fuerte que no pude permanecer sentado en el servicio. Me fui inmediatamente, llegué a una tienda y compré un cuchillo nuevo igual al que había roto. Le escribí una carta a la señora y la envié juntamente con el cuchillo por correo. Un día Dios nos va a pedir cuenta de nuestros pecados.

A todos nos gusta tener el control de nuestras circunstancias. Hemos sido entrenados en las Escuelas Bíblicas y Seminarios para saber predicar y administrar la obra del Señor. Disfrutamos de la seguridad de la rutina y de un salario normal. Pero, sin embargo, rendirse a la dirección del Señor significa entregar este control a Él. ¿Qué deparará el día? ¿Interrumpirá Dios mi rutina y lo que tenía planeado? ¿Me pondrá a prueba de formas en las que no estoy seguro quiera ser probado? ¿Me enviará adónde yo no esté seguro que quiera ir? El poder al que Moisés estuvo expuesto ese día era mayor que él. ¿Estaba dispuesto Moisés a rendirse a ese poder y autoridad? Muchos de nosotros sentimos temor de rendirle el control de nuestras vidas a ese poder.

Otros sienten temor de los extremos. Ellos temen que Dios les pida que hagan algo que esté fuera de su terreno teológico conocido, o algo que los haga parecer como tontos delante de los demás. Se preocupan por su reputación y por cómo las personas los ven. Jesús se enfrentó constantemente a la religión establecida en Su tiempo. Al final, los líderes religiosos lo crucificaron. Juan el Bautista fue decapitado porque se atrevió a levantarse en contra de la decadencia moral del liderazgo político de sus días. Al estar delante del poder del Señor debemos preguntarnos si estamos preparados para poner en riesgo nuestra reputación para ser instrumentos de ese poder.

Veamos lo que el Señor le dijo a Moisés que hiciera en el versículo 4:

“Entonces dijo Jehová a Moisés: Extiende tu mano, y tómala por la cola...”

Dios le dijo a Moisés que enfrentara sus temores. Él le dijo que extendiera su mano y agarrara la serpiente. Hay todo tipos de ideas de cómo agarrar a una serpiente, pero no es mi objetivo entrar en este debate en este estudio. Lo que sí es importante para nosotros aquí es que Dios nos llama a enfrentar nuestros temores. Moisés nunca podría avanzar en su ministerio mientras él no se encargara de esa serpiente.

Lo mismo que le sucedió a Moisés nos sucede a nosotros también. Pablo nos recuerda en Romanos 8:15 que no hemos recibido un espíritu que nos hace esclavos del temor:

“Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15)

Observemos que Dios nos da un Espíritu de adopción, por lo que nuestra relación con Dios es la de un hijo o hija. Como Padre, Él cuida de nosotros, y siempre hace las cosas por nuestro propio bien. Los que tenemos tal relación con Él, no debemos tener temor. Él nos dará gracia en todo lo que Él tiene pensado para nosotros. Podemos confiar en Él completamente porque Él nos ama como Sus hijos. Como padres, una de las cosas que debemos hacer es enseñarles a nuestros hijos a cómo enfrentar sus temores, porque sabemos que mientras estos temores estén en sus vidas los van a paralizar. Así mismo sucede con Dios el Señor. Como un Padre celestial amoroso le habla a Moisés y con una dulce firmeza en Su voz le dice: "extiende tu mano y agárrala por la cola." No hay nada que temer, porque Dios no nos abandonará. Él nos protegerá, nos guardará y nos tendrá a Su cuidado. Él hace las cosas por nuestro propio bien. ¿Extenderemos nuestra mano hasta nuestros temores y los agarraremos por la cola? Moisés obedeció al Señor aquel día y la serpiente se convirtió en una vara cuando la levantó.

Cuando Moisés rindió su vara al Señor, Dios se la devolvió, pero sólo con la condición de que ya no se usaría más de la misma manera, sino que ahora estaría bajo el control de Dios, y envestida con Su poder, llevaría a cabo milagros grandes y poderosos. 

Al estar hoy delante la presencia del poder de Dios escuchando Su llamado para tu vida, ¿cuáles son tus temores? ¿Permitirás que esos temores te paralicen y te impidan hacer lo que Dios te ha llamado a hacer? ¿Escucharás la palabra del Señor hoy diciéndote: "extiende tu mano y cógela por la cola"? Así como Moisés, ¿agarrarás esa serpiente por la cola y vencerás tus temores? ¿Confiarás en el Señor con el llamado que Él ha puesto en tu vida y darás valientemente un paso al frente para Su gloria?

 

Para meditar:

               ¿Cómo reaccionó Moisés ante la serpiente en el suelo?

               ¿Por qué crees que Moisés sentía temor de la serpiente?

               ¿Es normal sentir cierto temor en la presencia del poder de Dios?

               ¿Qué tipo de temores tienes respecto a tu llamado? ¿Te impiden algunos de esos temores ser más eficiente en lo que Dios te ha llamado a hacer? ¿Cuáles son esos temores?

               ¿Qué crees que Dios quiere que hagas con tus temores?

 

Para orar:

               Agradece al Señor por ser un Dios poderoso, pero también amoroso y comprensivo

               Pide al Señor que te muestre si hay algún temor en tu vida que te impida rendirte a Él completamente.

               Pide al Señor que te muestre cómo Él quiere que te encargues de los temores que te impiden un caminar más profundo y fructífero con Él.

               Pide que te dé fuerzas para extender tu mano y agarrar tus temores por la cola.


CAPÍTULO 9 - Para Que Crean

Esto es para que crean que yo el Señor, el Dios de sus padres, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me he aparecido a ti. (Éxodo 4:5, NVI)

Mientras concluimos este estudio de Éxodo 4:1-5 tomemos un momento para resumir lo que hemos visto hasta ahora. Dios había llamado a Moisés para que regresara a Egipto y liberara a los israelitas de la esclavitud. Moisés se sentía un poco inseguro con respecto a si él era o no el hombre para llevar a cabo esta labor. En el versículo 1 Moisés le pregunta a Dios acerca de este llamado en su vida, porque quería saber qué debía hacer si el pueblo no le creía ni le hacía caso, o le decían que el Señor no se le había aparecido.

Dios le respondió las preguntas a Moisés diciéndole que tomara su vara y la dejara caer al suelo. Cuando así lo hizo, la vara se convirtió en una serpiente, pero cuando Moisés la levantó, ésta volvió a su estado normal, lo que constituyó un milagro en sí.

Luego de haberle mostrado esta señal, el Señor le dijo a Moisés en el versículo 5 que esta señal era para que el pueblo creyera. Dios le dio a Moisés una señal que le permitiría a las personas de su tiempo creer que él era el elegido para ser su libertador.

A lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento, el Señor envistió de poder a sus siervos de formas especiales. En Jueces 6 leemos cómo el ángel del Señor le dio una señal a Gedeón cuando fue llamado a combatir a los madianitas y a los amalecitas. Gedeón, como Moisés, se sentía inseguro acerca de si él era o no el hombre que liderara un ejército contra esta poderosa alianza. Y a través de un vellón de lana Dios le mostró que él era el indicado (ver Jueces 6:33-40). Hizo que el rocío cayera sobre el vellón mientras que el suelo alrededor quedó seco. Y cuando Gedeón no estuvo seguro de que esto fuera suficiente, Dios hizo que todo el suelo quedara cubierto de rocío y que el vellón permaneciera completamente seco. Esto fue para mostrarle a Gedeón que él era el hombre que Él había escogido.

Un día el Señor envío al profeta Isaías al rey Ezequías para decirle que iba a morir (2 Reyes 20:1). Cuando el rey escuchó la noticia, clamó al Señor y el Señor escuchó la oración y envió de vuelta a Isaías para decirle que Dios le daría quince años más de vida (2 Reyes 20:6). Ezequías quería estar seguro de lo que Isaías le había dicho, así que le pidió al Señor una señal. Como respuesta, el Señor hizo que una sombra retrocediera (ver 2 Reyes 20:9-11), y cuando el rey vio esto, supo que el Señor había confirmado la promesa que le había hecho a través de Isaías.

En los días de Daniel había funcionarios del rey que lo odiaban por su consagración al Señor, Dios de Israel, y por la manera en que el Señor lo prosperaba; por lo que decidieron en su corazón deshacerse de él. El rey promulgó un decreto en el que cualquier ciudadano que adorara a otro que no fuera el rey por un periodo de treinta días sería arrojado en el foso de los leones (ver Daniel 6:12). Ellos hicieron esto sabiendo que Daniel no se sometería a ese mandato, y cuando encontraron a Daniel orando al Señor llevaron el asunto al rey quien se vio obligado a arrojar a Daniel al foso de los leones. Sin embargo, el Señor cerró la boca de los leones para que no le hicieran daño a Daniel. Cuando el rey miró al día siguiente y vio que Daniel estaba intacto, se convenció que el Dios de Daniel era el Dios verdadero.

En el Nuevo Testamento vemos los increíbles milagros que Jesús realizó. Muchos de estos milagros fueron hechos para el bien de aquellos que estaban enfermos y afligidos; pero también sirvieron para otro propósito, pues los milagros de Jesús eran hechos para que las personas pudieran creer en Él. Escuchemos lo que el Señor le dijo a los líderes religiosos de su tiempo en Juan 10:37-38:

Si no hago las obras de mi Padre, no me crean. Pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean a mis obras, para que sepan y entiendan que el Padre está en mí, y que yo estoy en el Padre (NVI). 

Según Jesús, los milagros que Él realizaba eran prueba de que el Padre estaba en Él, por lo que no había ninguna otra explicación con respecto al poder que estaba siendo manifestado en aquellos días.

Hablándole el Señor Jesús a Sus discípulos en Marcos 16:15-18, les dijo que cuando salieran en Su nombre, grandes señales de Su poder serían manifestadas en ellos:

Les dijo: "Vayan por todo el mundo y anuncien las buenas nuevas a toda criatura. El que crea y sea bautizado será salvo, pero el que no crea será condenado. Estas señales acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios; hablarán en nuevas lenguas;  tomarán en sus manos serpientes; y cuando beban algo venenoso, no les hará daño alguno; pondrán las manos sobre los enfermos, y éstos recobrarán la salud."

Estas señales eran evidencia del llamado y del poder de Dios, y también un medio para revelar la verdad de lo que los apóstoles estaban proclamando. ¿Quién de nosotros puede leer los relatos de lo que sucedió durante los días de los profetas y de los apóstoles sin entender que había algo milagroso pasando en sus días? La presencia de Dios era confirmada de forma tal que no dejaba duda alguna de Su presencia en lo que ellos hacían y decían.

Debe entenderse que estas señales fueron dadas debido a la dureza del corazón humano. Dios sabía que a menos que el pueblo del tiempo de Moisés viera algún tipo de milagro, no aceptarían a Moisés ni a su ministerio. Lo mismo que sucedió en los días de Moisés sucedió también en el Nuevo Testamento. Escuchemos lo que le dijo el Señor Jesús a las personas que se agruparon alrededor de Él en Juan 4:48:

“Entonces Jesús le dijo: Si no viereis señales y prodigios, no creeréis”.

Se puede sentir la frustración en estas palabras de Jesús, pues el pueblo no creería las palabras de Dios a menos que Jesús les probara lo que Él decía a través de alguna señal milagrosa.

Sin embargo, si leemos en Juan 12:37, ni siquiera las señales milagrosas fueron siempre suficientes:

“Pero a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él”.

El corazón humano está tan endurecido respecto a las cosas de Dios que necesita un milagro para creer lo que Dios dice; y para muchos, ni siquiera un milagro es suficiente. Observemos lo que Dios le dijo a Moisés en Éxodo 4:5: “Esto es para que crean…” Fijémonos en las palabras “para que crean.” El uso de estas palabras demuestra que no todo el mundo iba a creer. Muchos corazones permanecieron aún endurecidos a la verdad y al llamado de Dios en la vida de Moisés, y muchos también perecieron a pesar de haberles dado Dios señales poderosas.

¿Qué podemos aprender de este versículo? Vemos la dureza del corazón humano. Dios nos está llamando a ministrarle a un pueblo que se empeña en no creer. Muchos no quieren creer, y otros incluso odian a los que creen, por lo que esta tarea se torna bastante difícil. Mientras Moisés iba de regreso para ministrar al pueblo de Dios en Egipto, sentiría el peso de la incredulidad de ellos. Su propio pueblo se pondría en su contra e iban a refunfuñar y a quejarse. Pelearían entre ellos mismos y la tentación de regresar a Egipto sería siempre muy real para ellos. ¿Qué haría que este pueblo creyera?

Indudablemente el Dios que llamó a Moisés también lo capacitaría para llevar a cabo la tarea, lo envestiría de poder y lo usaría para poner fe en el corazón de este pueblo rebelde y duro. Nuestro Dios trabajará en nosotros y nos dará todo lo que necesitemos para la tarea a la cual nos ha llamado, haciendo evidente Su poder milagroso en nuestros ministerios.  Si vamos a llevar a cabo la tarea, en verdad ha de ser evidente.

La salvación de un alma o la victoria sobre una fortaleza de la carne en nuestras vidas ya se constituyen milagros en sí. Estamos llamados a enfrentar una fuerza que es más poderosa que nosotros mismos; y sólo el poder de Dios puede traer la victoria que este mundo necesita. Nadie es realmente persuadido a ser cristiano sobre la base del razonamiento y la lógica humana, sino que se requiere un toque milagroso del Espíritu de Dios en la vida de esa persona.

¿Todavía hoy Dios nos da señales? Hay que reconocer que esta pregunta ha dividido a los cristianos por cientos de años. Y en realidad no es mi intención entrar en este debate en el último capítulo de este estudio. La pregunta que debemos hacer no es tan teológica, sino más bien una pregunta muy práctica: ¿Necesitamos el poder de Dios para llevar a cabo la tarea que Él nos ha llamado a hacer? Para esta pregunta sólo puede existir una respuesta: sin la evidencia del poder de Dios en nuestras vidas nos sentiríamos impotentes para confrontar al enemigo frente a nosotros, y seríamos incapaces de llevar a cabo la tarea que tenemos a mano.

¿Cómo va a ser ese poder? Para responder esta pregunta regresemos a la pregunta que Dios le hizo a Moisés: “¿Qué tienes en la mano?” Dios envestirá de poder lo que te ha dado para realizar la tarea que tienes a mano. En el caso de Moisés fue su vara de pastor. Y en tu vida, ¿qué Dios envestirá de poder? ¿Cuáles son los dones espirituales que Dios te ha dado? ¿Qué oportunidades ha puesto Dios en tu camino? ¿De qué manera ha moldeado Dios tu personalidad?

La mayor parte de mi vida la he pasado batallando contra la depresión, con problemas de ansiedad y un trastorno de personalidad obsesiva-compulsiva. Por muchos años el enemigo lo utilizó como un arma en mi contra, y en muchas ocasiones me sentía tan deprimido que clamaba al Señor para que me quitara la vida, sentía que no podía seguir más. En otras ocasiones me sentía tan preocupado u obsesionado con algo que apenas podía ver otra cosa. Oré al Señor - como lo hizo Pablo - para que quitara estas cosas, pero me di cuenta que, en vez de quitarlas, el Señor me mostró cómo Él las iba a usar para Su gloria. Con frecuencia he podido ayudar a personas que batallan contra la depresión. A veces puedo sentir cuándo una persona lucha con problemas similares, sólo por el simple hecho de ver cómo se expresan. El Señor me ha estado enseñando a sacar provecho de mi ansiedad y obsesiones. Los editores nunca tuvieron que darme plazos de entrega, ya que por mi propia naturaleza era impulsado a terminar los trabajos aún antes de que los necesitaran.  Y mi tendencia a obsesionarme con algo en lo que he puesto mi mente me ha permitido concentrarme en mi ministerio como escritor en maneras que muchos de mis amigos no han podido. A través de los años he visto que lo que aparentaba ser una debilidad para muchos, ha sido un instrumento que el Señor mi Dios ha usado para cumplir Sus más grandes propósitos. La espada que el enemigo usaba contra mí, ahora se me ha dado para usarla contra él, y por eso le doy mi alabanza al Señor. Mis debilidades son las que Dios ha escogido para usar, y confío que mis luchas serán una prueba a todo el mundo de que Dios se me ha aparecido y me ha dado la victoria.

Dios envestirá de poder lo que Él nos ha dado para llevar a cabo la tarea que tenemos a mano. La evidencia de Su presencia y poder será diferente para cada uno. Dios no se limita a usar ciertos dones; pero si codiciamos los dones de otros no podremos ver la forma en la que ÉL quiere usarnos. Dios envistió de poder la sencilla vara de pastor de Moisés, y este simple objeto se convirtió en un instrumento de Su poder, a través del cual Dios guió a Su pueblo en el desierto y finalmente a la tierra que Él había prometido.

La tarea delante de nosotros es enorme, pero Dios, quien nos llama, es mucho más grande y Su poder nos capacitará. No tendremos que recurrir a nuestra sabiduría ni a nuestra propia fuerza para llevar a cabo la tarea; sino que el que nos llama, envestirá de poder lo que ha escogido poner en nuestras manos y nos dará la victoria. No dudemos en usar lo que Dios nos ha dado; más bien seamos instrumentos dispuestos y rendidos en Sus manos.

 

Para meditar:

               ¿Por qué dio Dios “señales” en Las Escrituras? ¿Cuál era el propósito de esas señales?

               Que nuestros dones sean envestidos de poder, ¿nos garantiza resultados? ¿Creerán siempre las personas en nosotros o en el Dios que nos envió?

               ¿Por qué es necesario que Dios nos envista de poder para la obra del ministerio? ¿Realmente podemos ser eficaces sólo con nuestra propia fuerza?

               ¿Qué ha puesto Dios en tus manos? ¿Cómo Dios ha ido usando lo que ha escogido darte para llevar a cabo Sus propósitos y manifestar Su presencia a otros?

 

Para orar:

               Agradece al Señor porque no ha permitido que llevemos a cabo, con nuestras propias fuerzas y nuestra sabiduría, la tarea a la cual nos ha llamado. Agradécele porque Él enviste de poder y capacita a los que llama.

               Pide al Señor que te muestre lo que Él ha puesto en tu mano. Pídele que continúe envistiendo de poder aquello que te ha dado para Su gloria en tu vida. Pídele que te muestre cómo poder usar lo que Él ha puesto en tu mano.

               Pide a Dios que te ayude a aceptar Su propósito para tu vida. Pídele que te perdone por las veces que deseaste lo que Él le había dado a otro.

               Agradécele al Señor porque Él puede envestir de poder nuestras debilidades y usarlas para la gloria de Su reino. Entrega esas debilidades a Dios y pídele que las quite o las use para extender Su reino.


 

 

Distribución literaria Light To My Path [Lumbrera a mi camino]


Lumbrera a Mi Camino (LTMP, por sus siglas en inglés) es un ministerio de producción y distribución literaria con el objetivo de alcanzar a obreros cristianos necesitados en Asia, América Latina y África. Muchos de esos obreros cristianos en países en vías de desarrollo no cuentan con los recursos necesarios para obtener entrenamiento bíblico ni comprar materiales para el estudio bíblico para sus ministerios y su aliento personal. F. Wayne Mac Leod es miembro de ACTION International Ministries y ha estado escribiendo estos libros con el fin de distribuirlos a pastores, así como a todo tipo de obreros cristianos que los necesiten alrededor del mundo.

Hasta la fecha, miles de estos libros que distribuimos están siendo utilizados en la predicación, la enseñanza, el evangelismo y la exhortación de creyentes a nivel local en más de cuarenta países. Muchos de estos libros ya han sido traducidos al coreano, al hindi, al francés, al haitiano creole, al urdu, al español, entre otros. La meta es hacer que puedan estar disponibles a tantos creyentes como sea posible.

El ministerio de LTMP se basa en la fe, y confiamos en el Señor para la provisión de los recursos necesarios para distribuir los libros, con el objetivo de alentar y fortalecer a los creyentes a nivel mundial. ¿Te gustaría orar para que el Señor abra más puertas para la traducción y la correspondiente distribución de estos libros?