Siguiendo Adelante

El Aliento y Consuelo que nos Brinda

Filipenses 3:7-16

 

F. Wayne Mac Leod

 

Distribuidora de Libros “Light To My Path”
Sydney Mines, NS CANADÁ B1V 1Y5

 

Siguiendo Adelante

Publicado originalmente en inglés con el título: Pressing On

Traducción al español: Harold Gilbert, revisión y corrección David Gomero. Traducciones NaKar, Cuba

Publicaciones Light To My Path [Ministerio de distribución literaria Lumbrera a mi Camino]

Copyright © 2017 by F. Wayne Mac Leod

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede reproducirse ni transmitirse de forma alguna sin el previo permiso por escrito de su autor.

A menos que se indique otra versión, todas las citas bíblicas han sido tomadas de la Reina Valera 1960.

Otras versiones usadas: (NVI, Nueva Versión Internacional), (ESV, English Standard Version)

 

 


Contenido

Prefacio

1 - La Realidad del Sufrimiento y las Pruebas

2 - Filipenses 3: 7,8 - Prioridades

3 - Filipenses 3:9 - Hallados en Él

4 - Filipenses 3:10-11 - El Poder de la Resurrección

5 - Filipenses 3:10 - La Participación de Sus Padecimientos

6 - Filipenses 3:10-11 - Semejantes a Él en Su Muerte

7 - Filipenses 3:12-13 - No que la Haya Alcanzado Ya

8 - Filipenses 3:12 - Logrando Asirnos

9 - Filipenses 3:13 - Olvidando lo que Queda Atrás

10 - Filipenses 3:13 - Esforzándonos por Alcanzar lo que está Delante

11 - Filipenses 3:14 - Obteniendo el Premio

12 - Filipenses 3:15 - Una Visión Madura

13 - Filipenses 3:16 - Viviendo de Acuerdo a lo Que Ya Hemos Alcanzado

Distribución Literaria Light To My Path

 

Prefacio

 

Inicié en el ministerio cristiano a tiempo completo en la isla de Mauricio que se encuentra en el Océano Índico. La iglesia a la que fui llamado había sido una iglesia dinámica y en crecimiento. Sin embargo, cuando llegamos, estaba batallando con la división, la incomprensión y la ira. En el curso de mi servicio cristiano he visto a muchos creyentes batallar con heridas profundas y dolor.

Los cristianos no son inmunes a los problemas. Desde el comienzo de los tiempos nuestro enemigo ha estado buscando devorar, desalentar y derrotar a aquellos que aman al Señor Jesucristo. El libro de Job en el Antiguo Testamento está dedicado al problema del sufrimiento en la vida del creyente; y en el libro de Los Salmos, David y otros hablan con toda sinceridad de sus sentimientos en medio de las pruebas de la vida.

Este libro es un estudio de Filipenses 3:7-16; pero no es mi intención ser exhaustivo en mi exposición del pasaje pues he escrito suficientes estudios bíblicos y comentarios para saber que nunca podemos agotar la aplicación de Las Escrituras a nuestras vidas. Por tanto, no es mi objetivo hablar acerca de por qué los creyentes enfrentan tribulaciones, pruebas y oposición, sino que más bien lo asumo como una realidad de la vida en un mundo pecaminoso.

Filipenses 3:7-16 posee una poderosa aplicación para todo aquel que esté enfrentando momentos difíciles. Ruego que la puesta en práctica de la enseñanza de Pablo en este pasaje sea de tanta bendición para el lector como lo ha sido para mí, y que esta sencilla exposición de la enseñanza de Pablo sea una fuente de instrucción, aliento y apoyo al pueblo de Dios en todo el mundo, y le dé fuerzas para seguir adelante en los momentos difíciles de la vida.

 

F. Wayne Mac Leod

 

1 - La Realidad del Sufrimiento y las Pruebas

 

Desde el momento en que el pecado entró en el mundo la creación se ha ido deteriorando y ha sido afectada por su maldición. Satanás, como nuestro principal enemigo, está buscando destruir la buena obra que Dios está haciendo llevando a las personas y a las naciones al pecado y a la maldad; y ha hecho un gran daño a este ya enfermo y agonizante mundo. Cada ser humano, con excepción del Señor Jesucristo, ha nacido con una naturaleza pecaminosa y se le hace difícil andar en los caminos de Dios. Desastres naturales como terremotos, huracanes e inundaciones suceden en todas partes y toman las vidas de miles cada año. Hay naciones que pocas veces han conocido la paz. En las calles de nuestras ciudades, los homicidios, las violaciones y otros crímenes, son mucho más comunes de lo que nos gustaría admitir. El alcoholismo y las drogas han destruido muchas familias, y las injusticias y los prejuicios han devastado países enteros, influyendo en las políticas y las leyes. No podemos escapar de la realidad del pecado y de su impacto en nuestras vidas.

El pueblo de Dios no ha estado exento de esta devastación: Job perdió a toda su familia por el ataque de Satanás (Job 1:13-15). Influenciados por el pecado a su alrededor, los hijos de David cayeron en el pecado de homicidio, incesto y rebelión. Dina, la hija de Jacob, fue violada, y sus hermanos, Simeón y Leví, masacraron a todo un pueblo para obtener venganza (Génesis 34). Las iglesias se han dividido por acusaciones y falsedades suscitadas por Satanás. Los esfuerzos de Satanás están centrados en el pueblo de Dios y hará todo lo que pueda para derrotarlo y alejarlo de su Señor.

Jesús enseñó que la maldad aumentaría en la tierra y los creyentes serían odiados, perseguidos y asesinados a medida que Su venida se acercara.

(9) Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre. (10) Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán. (11) Y muchos falsos profe-tas se levantarán, y engañarán a muchos; (12) y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. (Mateo 24:9-12)

Estamos en medio de una intensa batalla. A medida que el Reino de Dios se mueve de un corazón a otro, Satanás multiplica sus esfuerzos para hacer resistencia a lo que Dios está haciendo. Aquellos que piensan que Satanás no los puede tocar porque le pertenecen a Dios, están engañados. Satanás siempre ha hecho lo posible para oprimir y hacer tropezar a los creyentes: impulsó a los líderes políticos y religiosos del tiempo de Cristo para que falsamente acusaran, azotaran y clavaran a nuestro Señor en una cruz. Su influencia se ve claramente en la manera en que incitó a los líderes religiosos del Nuevo Testamento a perseguir y a asesinar a los apóstoles. El apóstol Pedro advirtió a los creyentes de su tiempo que estuvieran alertas de Satanás y sus ataques:

(8) Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversa-rio el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; (9) al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo. (1 Pedro 5:8-9)

Por otro lado, Pablo les dijo a los creyentes de Éfeso que su guerra no era contra carne ni sangre, sino contra fuerzas espirituales en las regiones celestes.

(12) Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. (13) Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. (Efesios 6:12-13)

Y el apóstol Juan les recordó a sus lectores en el libro de Apocalipsis que Satanás intensificaría sus esfuerzos cuando vea que su tiempo se acorta.

(12) Por lo cual alegraos, cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo. (Apocalipsis 12:12)

Así también Juan profetizó que en los últimos días una gran bestia de parte de Satanás les hará guerra a los santos y los vencerá.

(7) Y se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. (Apocalipsis 13:7)

Muchos santos antes que nosotros han sufrido en las manos de Satanás. El fiel Job del Antiguo Testamento fue destrozado por Satanás quien mató a sus hijos, lo despojó de sus posesiones y lo dejó entre cenizas clamando en dolor profundo. Su intención no era otra que Job maldijera a Dios y muriera.

¡Imagina a un soldado que vaya a la batalla y se sorprenda porque el enemigo le disparó a matar! No deja de asombrarme ver cómo los creyentes se sorprenden cuando Satanás los golpea, siendo sus ataques, en muchas ocasiones, despiadados. A pesar de que la victoria le pertenece a Dios, Satanás hace cuanto puede por desalentar, abatir y privar a los creyentes de su bendición en Cristo; pues tratará de destruir nuestra reputación a través de mentiras y exageraciones, nos despojará de nuestras posesiones, de nuestros amigos y de nuestros seres queridos, y atacará a nuestros hijos o a nuestros matrimonios. Él hará todo lo que pueda para obstaculizar lo que Dios quiere hacer en nuestras vidas.

Como creyentes, sentiremos las flechas de Satanás dando contra nosotros. Puede que sean de implacables enemigos que odien la causa que defendemos, o puede que vengan de aquellos que amamos y respetamos. Judas, quien traicionó al Señor Jesús y lo entregó para que fuera crucificado, era contado entre los doce discípulos (ver Juan 13:27). El apóstol Pablo aclara que, si queremos vivir vidas santas, sufriremos persecución:

(12) Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución… (2 Timoteo 3:12)

No podemos olvidar que sufriremos en este mundo, y no debemos sorprendernos de los ataques del enemigo. ¿Cómo debemos manejar la oposición y las pruebas que se interpongan en nuestro camino? ¿Cuál debe ser nuestra actitud, nuestro centro de atención y nuestro compromiso cuando enfrentamos estos ataques?

Aunque Filipenses 3 no trata exclusivamente el sufrimiento en la vida cristiana, sí nos enseña importantes verdades respecto a cómo enfrentar la oposición y las pruebas. En los capítulos restantes analizaremos lo que el apóstol Pablo nos enseña acerca de cómo lidiar con las dificulta-des y los ataques que se interponen en nuestro camino cuando buscamos vivir y caminar con el Señor Jesús en un mundo lleno de pecado.

 

Para meditar:

-  ¿Qué nos enseñan Las Escrituras acerca de la realidad del sufrimiento y las pruebas para el creyente? ¿Qué ejemplos de creyentes que sufrieron encontramos en la Biblia?

-  ¿Por qué no debemos sorprendernos si el enemigo quiere obstaculizarnos en nuestro caminar y compromiso con el Señor Jesús?

-  ¿Por qué crees que algunos creyentes pare-cen sufrir más que otros?

 

Para orar:

Dios y Padre, reconozco hoy que me has llamado a una vida de santidad y devoción, y que Satanás odia ese tipo de vida. Veo a través de este capítulo que aquellos que viven vidas santas, muchas veces sufrirán persecución. Reconozco que estoy en medio de una guerra espiritual y que Satanás busca oponerse a lo que estás haciendo en mí. Hoy me comprometo a buscarte a Ti y a buscar Tu voluntad. Te pido que me fortalezcas en medio de la oposición, me des valor para enfrentar al enemigo, me des de Tu gracia para resistir sin ceder, y me enseñes, a través de la exposición de Tu Palabra en este libro, a cómo vivir una vida cristiana victoriosa para Tu gloria.

 

2 - Prioridades

 

(7) Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. (8) Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo… (Filipenses 3:7-8)

La mayor parte del sufrimiento y el dolor que experimentamos en la vida es el resultado de perder las cosas que atesoramos más, pues no nos tomamos a la ligera la pérdida de nuestros tesoros. Los tesoros a los que me refiero aquí no son necesariamente las riquezas ni las posesiones materiales, porque no son las únicas cosas que valoramos en la vida. ¿Quién de entre nosotros no le da valor a su reputación o a su capacidad de hacer una diferencia en este mundo? Todos queremos ser útiles y mantener nuestros ministerios, familias y amigos en alta estima. Sin embargo, cuando se nos son quitados, experimentamos un profundo dolor.

El Salmista muchas veces clamaba en dolor cuando las personas deshonraban su nombre o manchaban su reputación. Cuando Dios nos quita a nuestros seres queridos no dejamos de darle vuelta al asunto. Peleamos con Dios para aferrarnos a las cosas que valoramos más, y cuando las entregamos, lo hacemos con gran dificultad. Por eso nos asombramos de la historia de Abraham quien tomó un cuchillo para matar a su hijo en obediencia al mandamiento de Dios. En un mundo materialista y humanista, las prioridades pueden ser mal colocadas muchas veces, y sólo valoramos nuestra fuerza y sabiduría y no vemos nuestra necesidad de Dios. Es por eso que muy a menudo, las cosas que atesoramos son las que se interponen entre nosotros y nuestro Dios.

En Filipenses 3:7-8 Pablo nos dice que él consideraba todo como pérdida por la causa del conocimiento de Cristo. ¿Qué nos dice esto de las prioridades de Pablo? Pablo escogió darle valor a Cristo y a la relación que tenía con Él más que a cualquier cosa que pudiera tener o hacer, y escogió renunciar a estas cosas con el objetivo de conocer a Cristo. Pablo llegó a comprender que todos sus esfuerzos religiosos no le darían la relación con Dios que él anhelaba tener, así que les dio la espalda para ganar a Cristo.

Éstas son las palabras de un hombre que había sido despojado de todas las distracciones en la vida y de uno que valoraba a Cristo y su relación con Él más que nada. Pablo no llegó a este punto súbitamente, sino que Dios trabajó poderosamente en él para traerlo hasta aquí. La vida de Pablo, siendo un despiadado perseguidor de la iglesia, había estado en otra dirección y odiaba a Cristo y a aquellos que lo seguían.

Hechos 9 nos cuenta la historia de cómo, cuando Pablo estaba viajando a Damasco para perseguir a los seguido-res de Cristo, una gran luz del cielo resplandeció alrededor de él, y la voz de Dios se oyó a través de aquella luz. Pablo cayó al suelo y por tres días estuvo completamente ciego, y tenía que ser conducido por sus compañeros de un lugar a otro. Aquel encuentro transformó la vida de Pablo.

¿Te has preguntado alguna vez cómo fue para Pablo aquellos tres días de completa ceguera? Había sido confrontado con la realidad del Señor Jesús y Su divina naturaleza. La ambición de Pablo en su vida era guardar la Ley del Antiguo Testamento como la única forma de salvación y estaba tan comprometido que buscó enérgicamente asesinar a aquellos que tuvieran alguna otra enseñanza. Cuando Cristo le habló a través de la luz, todo el sistema de creencia de Pablo fue desafiado: supo que todo lo que él había pensado acerca de Jesús era incorrecto, y llegó a entender que se había dedicado apasionadamente a una causa a la que ya no podía defender. Dios transformó radicalmente las creencias religiosas de Pablo.

Aquel día también Dios le quitó su posición social y su ministerio e iría entonces en una dirección diferente. Pablo había sido un líder muy respetado entre los fariseos, pero desde ese momento en adelante su reputación en esa comunidad iba a ser destruida porque ahora era un seguidor de Jesús. Pablo perdió su ministerio y su posición en la comunidad y nunca podría volver atrás.

Dios también confrontó las acciones de Pablo como perseguidor de Su pueblo. Hablando de esto Pablo escribió:

(9) Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret; (10) lo cual también hice en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacer-dotes; y cuando los mataron, yo di mi voto. (11) Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras. (Hechos 26:9-11)

Pablo había sido un fuerte perseguidor de los seguidores de Jesús y no sabemos cuántos cristianos sufrieron en sus manos o cuántos fueron muertos como resultado de su violenta campaña contra ellos. ¿Cómo habrá sido para Pablo despertar a la realidad de que estaba luchando contra el Dios a quien tanto deseaba servir? El pensamiento de lo que había hecho a tantos cristianos debió haberlo perseguido hasta su muerte. Escribiéndoles luego en su ministerio a los Corintios decía:

(9) Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, por-que perseguí a la iglesia de Dios. (1 Corintios 15:9)

¿Puedes imaginarte cuan humillante debe haber sido para Pablo darse cuenta de la terrible realidad de haber sido tal enemigo del pueblo de Dios? ¿Cómo habría sido para él mostrar su cara en la comunidad cristiana? ¿Qué palabras podría compartir con aquellos cuyos seres queridos habían muerto por su mano? ¿Cómo podría ganarse su respeto como servidor de Jesús? ¿Pudo alguna vez haber estado delante de ellos sin sentir profunda pena o vergüenza? Este terrible pasado lo persiguió hasta su tumba. Dios lo despojó de su orgullo.

Pablo era un hombre de tremenda pasión, fervor y energía. Aquellos tres días de ceguera lo dejaron sintiéndose inútil, pues no podía ir a ningún lado sin que alguien le sostuviera de la mano, y hasta donde sabía, su ceguera era permanente. ¿Volvería a ser útil alguna vez? Dios le había quitado la vista y lo había dejado aquellos días como un hombre quebrantado que se preguntaba si era éste el juicio por las terribles acciones que él había cometido contra el pueblo de Dios.

Inclusive, siendo Pablo creyente, Dios continuó quebrantando y humillando a Pablo: cuando iba de comunidad en comunidad, era golpeado y perseguido, y era echado por la fuerza de los pueblos donde predicaba. En algunos momentos, el rechazo a su prédica era tan fuerte que los que lo escuchaban lo apedreaban y lo dejaban por muerto en las afueras de su pueblo. Las mayores multitudes que Pablo atrajo estaban más interesadas en apedrearle que en prestarle atención a su mensaje. Dios despojó a Pablo del orgullo y la autoconfianza a través de las cosas que sufrió.

¡Cuán fácil es en el dolor y los sufrimientos de la vida concentrarnos en lo que se nos ha arrebatado y en lo que estamos pasando en vez de concentrarnos en lo que Dios está haciendo en nosotros! Nos enfrascamos en mantener nuestros ministerios, proteger nuestra reputación o defender nuestras posesiones, y estas cosas se convierten en nuestro centro de atención, y tratamos de evitar todo lo que nos cause molestia. De alguna manera se nos ha enseñado que el cristiano nunca debería padecer dolor, pero tal cosa es simplemente incierta. No puede haber crecimiento sin dolor. Habrá sacrificios que hacer, sufrimientos que soportar y cargas que llevar. Aunque el apóstol Pablo conocía más de esto que la mayoría, pues sufrió más que cualquier otro apóstol, también tuvo una gran comunión e intimidad con el Señor. Dios despojó a Pablo de todas las distracciones y en cambio le reveló cosas que ninguna otra persona alguna vez supo o vio. Veamos lo que escribió Pablo con respecto a su experiencia en 2 Corintios 12:2-7:

(2) Conozco a un hombre en Cristo, que hace ca-torce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. (3) Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), (4) que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar. (5) De tal hombre me gloriaré; pero de mí mismo en nada me gloriaré, sino en mis debilidades. (6) Sin embargo, si quisiera gloriarme, no sería insensato, porque diría la verdad; pero lo dejo, para que nadie piense de mí más de lo que en mí ve, u oye de mí. (7) Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedida-mente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera… (2 Corintios 12:2-7)

Las revelaciones que Pablo experimentó fueron tan poderosas que Dios le dio una debilidad o incapacidad en particular que le impidió sentirse orgulloso, y a través de las cosas que sufrió llegó a un punto en su vida en donde la intimidad con Cristo era posible, lo que se convirtió en su mayor meta y aspiración, y todo lo demás fue irrelevante comparado con el conocimiento de Cristo.

A menos que nos sean quitados el orgullo, el amor por las posesiones y los placeres, nunca estaremos a la altura del propósito de Dios. Dios necesita despojarnos de nosotros mismos, de nuestras metas, nuestra religión y de nuestras aspiraciones en la vida. Nos hemos distraído tanto por las cosas que atesoramos de este mundo que ya no podemos escuchar a Dios ni tenemos intimidad con Él.

Así es cómo Israel se encontraba en los días del profeta Oseas. El pueblo de Dios estaba tan atraído por las cosas de este mundo que le dieron la espalda al Señor y Dios, pues sentían que sus vidas estaban llenas y no veían su necesidad de Dios. Esto le dolió tanto a Dios, quien anhelaba tener comunión e intimidad con Su pueblo, que amenazó con despojarlos de todo lo que Él les había dado como nación, dejándolos en la desesperación. Dios iba a hacer esto porque estaba celoso del corazón de Su pueblo y les quitaría toda distracción para que no les quedara nada más que sólo Él.

(2) Contended con vuestra madre, contended; porque ella no es mi mujer, ni yo su marido; aparte, pues, sus fornicaciones de su rostro, y sus adulterios de entre sus pechos; (3) no sea que yo la despoje y desnude, la ponga como el día en que nació, la haga como un desierto, la deje como tierra seca, y la mate de sed. (4) Ni tendré misericordia de sus hijos, porque son hijos de prostitución. (5) Porque su madre se prostituyó; la que los dio a luz se deshonró, porque dijo: Iré tras mis amantes, que me dan mi pan y mi agua, mi lana y mi lino, mi aceite y mi bebida. (6) Por tanto, he aquí yo rodearé de espinos su camino, y la cercaré con seto, y no hallará sus caminos. (7) Seguirá a sus amantes, y no los alcanzará; los buscará, y no los hallará. Entonces dirá: Iré y me volveré a mi primer marido; porque mejor me iba entonces que ahora. (Oseas 2:2-7)

Dios no iba a compartir Su pueblo con nada ni con nadie, y quitaría toda distracción para que nada se interpusiera entre ellos.

Para una mayor intimidad con el Señor Jesús hay un precio que pagar. Todo lo que se interponga en medio de nosotros y del Señor debe ser quitado. Pablo aprendió a atesorar a Cristo más que a nada, y voluntariamente puso en el altar sus esfuerzos religiosos, su reputación, y su comodidad personal para conocer a Cristo y caminar en mayor comunión con Él. Despojado de todo lo demás, sólo Cristo se convirtió en su pasión y deseo. Nada más podía compararse con lo que Pablo tenía en Él. 

Hebreos 10 habla acerca de un pueblo que voluntaria-mente sufrió insultos y aceptó la confiscación de sus propiedades porque buscaban una mejor y duradera herencia en la presencia del Señor Jesús.

(32) Pero traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sostuvisteis gran combate de padecimientos; (33) por una parte, ciertamente, con vituperios y tribulaciones fuisteis hechos espectáculo; y por otra, llegasteis a ser compañeros de los que estaban en una situación semejante. (34) Porque de los presos también os compadecisteis, y el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos. (Hebreos 10:32-34)

Si vamos a enfrentar las batallas que encontremos en el camino de la vida, debemos primero poner nuestras prioridades en sintonía con las enseñanzas de Pablo en este pasaje y debemos aprender a no aferrarnos tanto a las cosas que atesoramos en este mundo. Todo esto no nos quitará el dolor. Seguiremos sintiendo los dardos de falsas acusaciones y calumnias, y lloraremos por la pérdida de nuestros seres queridos; pero Su presencia nos traerá consuelo, satisfacción y contentamiento.

¿Te has aferrado mucho a algo? ¿Lo rendirías a Dios hoy? ¿Dejarás de proteger lo que te impide una mayor intimidad con Cristo? ¿Confiarás en lo que Él está haciendo en ti hoy? ¿Te rendirás a Él y le dejarás hacer o tomar lo que Él desee? ¿Le permitirás que redefina tus prioridades? Él anhela tenerte más cerca y liberarte de la garra de las cosas que te apartan de Él. Por eso, confía en lo que Dios está haciendo, ríndete a Su propósito, no te resistas, y permítele acercarse más.

La primera gran lección de este pasaje tiene que ver con nuestras prioridades en la vida. Mientras estemos atados a lo que Dios quiere quitar de nosotros, no habrá victoria o satisfacción. La actitud de Pablo debe convertirse en la nuestra. Debemos estar dispuestos a desprendernos de todo lo que atesoramos para conocer a Cristo más íntimamente. No te aferres tanto a algo que luego no puedas sacrificarlo para conocer y caminar con Cristo en mayor comunión e intimidad.

 

Para meditar:

-  ¿Cómo Dios ha usado las pruebas en tu vida para reorganizar tus prioridades?

-  ¿Debemos esperar poder vivir la vida cristiana sin dolor y sufrimiento? ¿Qué producen las pruebas y los sufrimientos en nosotros?

-  ¿Existen cosas a las que te estás aferrando demasiado? ¿Cuáles son? ¿Te están apartando estas cosas de una mayor intimidad con el Señor?

-  ¿Qué significa Cristo para ti hoy? ¿Existen cosas en tu vida más importantes que Él? ¿Hay algo que no quieres abandonar para conocerle más íntimamente? ¿Qué cosa es?

 

Para orar:

Padre, hay muchas cosas que atesoro en esta vida. Confieso que, en momentos, estas cosas han tenido la prioridad en mi vida. Te doy permiso hoy para que reordenes mis prioridades y quites de mí todo lo que me impide tener la relación que quieres conmigo. Te pido me des la prioridad que Pablo tenía para su vida. Ayúdame a deleitarme en ti y que el conocerte sea mi mayor ambición en la vida. Quita de mí todo lo que obstaculiza mi relación contigo y no permitas que me aferre tanto a algo que no pueda dejar luego cuando lo demandes de mí.

 

3 - Hallados en Él

 

(9) y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe. (Filipenses 3:9)

En la pasada reflexión vimos que Pablo no se había aferrado a nada que no pudiera rendir luego para conocer a Cristo, pues valoraba más a Cristo y conocerle a él que a cualquier cosa en la vida. Si los versículos 7 y 8 hablan de la prioridad de Pablo en su vida, el versículo 9 trata acerca de su posición.

Pablo comienza el versículo diciéndole a los Filipenses que su meta era ser hallado en Cristo. Aquí hay dos observaciones que debemos hacer:

La primera es que estar “en Cristo” representa ser aceptados. Recuerde que Cristo vino a perdonar nuestros pecados y a abrirnos la puerta para entrar en la presencia del Padre. Cuando Pablo dice que estaba en Cristo, está diciéndonos que tenía acceso a Dios a través de Cristo. La obra de Cristo le daba una nueva posición para con el Padre, y ahora podía estar en la presencia del Dios Todopoderoso totalmente aceptado y perdonado. En Cristo, Pablo descansaba cómodamente en los brazos de su Salvador y Señor.

La segunda observación es que estar “en Cristo” representa seguridad. Siendo débil, el apóstol se esconde en Cristo, porque allí, él es fuerte y está seguro. Nada puede vencerlo porque está rodeado por Cristo, y quien quisiera oponérsele tendría que pasar primero por Cristo, por lo que no podría haber una mayor seguridad que esta. Pablo gozaba de una posición de completa aceptación y seguridad en Cristo.

Pablo continúa su discurso hablando acerca de una justicia que no es su propia justicia. La justicia aquí tiene que ver con una posición de rectitud para con Dios o estar en una relación correcta con Él. Pablo sabía que no podía disfrutar de esa justificación ante Dios como producto de algo que hubiera hecho o pudiera hacer. Además, Pablo sabía que nunca podría ser lo suficiente-mente bueno para llegar a la norma que Dios exige. Él no consideraba como valiosas las cosas que sufría o había logrado como para que eso le ganara favor o justificación ante Dios.

Veamos que esta posición de justificación ante Dios venía por medio de la fe en Cristo y Su obra. Pablo no podía estar a la altura de lo que Dios demandaba, pero Cristo sí, y la única esperanza de Pablo era rodearse de Cristo y confiar en Su justicia.

Vivo en la costa Este de Canadá en el Océano Atlántico. Estamos a alrededor de tres kilómetros de distancia de un transbordador que transporta pasajeros a la provincia de Terranova (cuatro horas de travesía en el mar). Imagine que decidiera nadar hasta Terranova. No llegaría lejos antes de hundirme hasta el fondo del océano, porque simplemente no soy lo suficientemente fuerte para enfrentarme a las olas, y la distancia es demasiado larga para ir nadando. La única forma de llegar a Terranova es tomando el transbordador que me cruzará a salvo. Esto fue lo que Pablo aprendió. Él había llegado a comprender que no podía llegar a Dios por sí mismo, pues su justicia era insuficiente para obtener acceso a la presencia de Dios, y la única forma en la que podría llegar a Él era a través de la justicia del Señor Jesús. Sólo aferrándose a lo que Jesús había hecho, él podría cruzar la brecha que lo separaba de Dios. Esta fue la justicia a la que él se aferró y de la que dependió para llevarlo a Dios.

Fijémonos que además en este versículo Pablo habla acerca de la justicia que no sólo es a través de Cristo, sino que viene de Dios por medio de la fe. Esto quiere decir que la justicia del Señor Jesucristo se convierte en mi justicia. Cuando no entendemos que la justicia de Cristo se convierte en nuestra justicia, perdemos de vista el mensaje central del Evangelio. Cristo no sólo murió para cubrir el pecado, sino que murió para destruirlo y destruir su poder en mi vida, para que así yo fuese justificado para con el Padre. Pero para que esto pudiera suceder yo necesitaba ser transformado y ser hecho digno para poder estar delante del Padre. La muerte de Cristo perdonó y pagó por mis pecados (pasados, presentes y futuros), y mi vieja naturaleza ha sido crucificada, me he convertido en una nueva criatura en Cristo y se me ha dado una nueva posición para con Dios. Cristo no me abandona en mi culpabilidad, sino que borra mi deuda y paga mi castigo. Él cambia mi vida y me hace una nueva persona.

(17)  De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (2 Corintios 5:17)

El escritor a los Hebreos nos dice que, debido a esto, podemos entrar confiadamente a la presencia de Dios.

(16)  Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. (Hebreos 4:16)

Ahora tenemos toda confianza para estar delante de Dios sin temor. No debemos tener miedo de lo indignos que somos porque Cristo se ha encargado de nuestra vergüenza y ha cubierto nuestra culpa. Dios ya no tiene en cuenta nuestros pecados porque Cristo ha removido toda barrera dándonos una posición perfecta delante de Dios. Es por eso que también una comunión perfecta con Dios ahora es posible. Escuche las palabras del salmista en el Salmo 103:

(11)  Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen. (12) Cuanto está lejos el oriente del oc-cidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones. (13) Como el padre se compadece de los hijos, Se compadece Jehová de los que le temen. (Salmo 103:11-13)

Ahora nada se interpone entre Dios y yo gracias a Cristo. No soy sólo un vil pecador protegido por un perfecto Salvador, sino que soy una nueva criatura, sanada y perdonada. Gozo de una posición perfecta para con Dios debido a Cristo y tengo todo el derecho y la confianza de presentarme delante de Él sin culpa ni vergüenza.

Como hijo de Dios, tengo una rica herencia. Imagine a un padre dejándole a su hijo una gran mansión, pero el hijo, debido a que siente que no la merece, se niega a mudar-se y a disfrutar de esa mansión, y vive en cambio en una vieja y mísera choza. Hay muchos creyentes que se comportan así hoy en día. Aceptan el hecho de que el Señor Jesucristo los haya hecho hijos de Dios y saben que tienen una rica herencia como hijos Suyos; pero nunca explotan esos recursos. Ponen en una repisa todo lo que Dios les ha dado y le adoran por la riqueza de Sus presentes, pero nunca se sienten suficientemente dignos de disfrutarlos. No viven como hijos e hijas de Dios, sino que viven como pecadores indignos, cuando en cambio Cristo ha quitado ya todo pecado y vergüenza.

Al enfrentar las pruebas y los dolores de esta vida lo puedo hacer con gran confianza porque estoy “en Cristo” y estoy protegido y rodeado por Él. Pero más que esto, soy justificado para con Dios y tengo acceso directo a Él, así como a todos los recursos que Él me ha dado a través de su Hijo Jesucristo. Tengo ahora intimidad y conexión con el Dios Todopoderoso. Pablo decía así en Romanos 8:

(31) ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? (Romanos 8:31)

Al estar en Cristo, era el deseo de Pablo aprovechar los abundantes recursos que le pertenecían como hijo de Dios. Lo que Cristo ha hecho ha transformado radical-mente nuestra posición delante de Dios. Como hijos que gozan de una buena posición, podemos enfrentar esta vida y todo lo que ella nos arroje con gran confianza y seguridad. Soy aceptado por Dios, todo ha sido perdona-do y el poder y los recursos del Dios Todopoderoso están a mi disposición.

Si queremos ser victoriosos en las pruebas que se nos presenten en el camino, debemos vivir creyendo nuestra posición "en Cristo" y Su justicia en nosotros. Nada puede cambiar nuestra posición. Somos amados y estamos seguros en Él sin importar lo que pueda ocurrirnos. El enemigo puede atormentarnos e incluso matar nuestro cuerpo, pero la riqueza de nuestra posición en Cristo nunca podrá ser arrancada de nosotros.

 

Para meditar:

-  ¿Qué significa estar “en Cristo”? ¿Qué significa ser justificado?

-  ¿Cuál es la justicia que viene por la fe en Cristo? ¿Cómo esta justicia nos da acceso a Dios?

-  ¿Cómo el conocer nuestra posición en Cristo nos ayuda en las pruebas de la vida?

 

Para orar:

Señor Jesús, te agradezco que hayas vivido una vida perfecta. Te doy gracias porque tu sacrificio satisfizo perfectamente las exigencias legales del Padre para que yo fuera perdonado por mi pecado. Te doy gracias porque tu obra cubre todo mi pecado y mi vergüenza. Te pido me ayudes a comprender que tu obra me da una nueva posición ante el Padre. Te pido se me conceda de Tu gracia para vivir como uno que ha sido perdonado y limpiado. Te pido que pueda reclamar sin temor la posición y las bendiciones por las que Cristo murió para que yo pudiese obtener. Ayúdame a vivir como un hijo del Rey. Te doy gracias porque todos tus recursos están a mi disposición y porque puedo enfrentar la vida y la muerte con la confianza y la seguridad de que tengo una relación de justicia contigo. Gracias porque como he sido aceptado, estoy rodeado por Tu presencia. Gracias por la esperanza que esto me da en las pruebas de la vida.

 

4 - El Poder de la Resurrección

 

(10) a fin de conocerle, y el poder de su resurrección (Filipenses 3:10-11)

En los capítulos anteriores vimos que la meta en la vida de Pablo era conocer a Cristo y ser hallado en Él. Debido a que ahora se encontraba en una posición de justificación para con Dios, Pablo quería hacer uso de todos los recursos que estaban a su disposición en Cristo. Aquí en Filipenses 3:10, Pablo nos presenta uno de esos recursos. Él les decía a los Filipenses que, como creyente “en Cristo,” quería conocer el poder de la resurrección de Cristo.

El poder de la resurrección es el poder para restaurar lo que ha muerto. Cuando el pecado entró en el mundo a través de Adán y Eva, trajo muerte. Dios le advirtió a Eva que, si comía del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, ella y su esposo morirían.

(2) Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; (3) pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. (Génesis 3:2-3)

Aprendemos de Romanos 5 que, como resultado del pecado, los descendientes de Adán nacerían bajo la maldición de la muerte aun cuando no hubiesen pecado quebrantando la ley de Dios.

(14) No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir. (Romanos 5:14)

Cuando el pecado entró al Huerto del Edén todo cambió. Desde ese momento en adelante, toda la creación fue sujeta a vanidad, esclavitud y corrupción.

(19) Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. (20) Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; (21) porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. (22) Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora… (Romanos 8:19-22)

Los seres humanos comenzaron a debilitarse con el tiempo. Los animales y las plantas sufrieron la misma maldición, y todo en la tierra comenzó a envejecer, corromperse y morir. Nos hemos acostumbrado tanto a la muerte y a la corrupción que no podemos ver cuán devastador fue esto para la tierra. El pecado trajo una maldición de muerte física a esta tierra.

La maldición del pecado no sólo se limitó a la muerte física, sino que también trajo consigo muerte espiritual. Los seres humanos fueron sumergidos en la oscuridad de la separación de Dios. La comunión y la intimidad con su Creador fue destruida. El pecado le era tan abominable a Dios que ningún pecador podía acercársele y vivir. El castigo de Dios por el pecado era la muerte física y espiritual. En vez de disfrutar de amistad con Dios, cada ser humano que naciera bajo esta maldición fue separado de Él y vivía bajo Su eterna ira.

(23) Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 6:23)

El pecado produjo tanto la muerte física como la muerte espiritual: los niños verían a sus padres envejecer y morir; y los esposos y las esposas serían separados de la misma manera. Los padres se sentarían junto a las camas de sus niños enfermos y moribundos viéndolos partir a la eternidad. Los niños nacerían sin Dios en sus corazones, y las familias se dividirían por las adicciones, la violencia y el orgullo. Todo esto fue el fruto del pecado y la separación de Dios y de Sus propósitos.

Cuando Pablo habla acerca del poder de la resurrección de Cristo, él está hablando acerca del poder de despojar al pecado de su autoridad y restaurar lo que éste había tomado. Pablo esperaba experimentar este poder de resurrección de dos maneras:

Primero, Pablo esperaba que este poder de resurrección levantara su cuerpo físico de la tumba. El pecado trajo enfermedad y muerte. El apóstol sabía que, debido a la obra de Cristo, ahora él tenía victoria sobre la muerte física, y que a pesar de que su cuerpo mortal pudiera morir, él se levantaría nuevamente para estar por siempre con el Señor.

(11) Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros. (Romanos 8:11)

La muerte no era el fin para Pablo, sino que tenía una esperanza más allá de la tumba.

Y Segundo, Pablo creía que el poder de la resurrección de Cristo destruiría el poder y la autoridad del pecado y la muerte en su vida espiritual. Pablo reconocía y repudiaba la muerte que producía el pecado en su corazón, pero confiaba en el poder de la resurrección de Cristo para darle la victoria.

(21) Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. (22) Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; (23) pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.  (24) ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? (25) Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado. (Romanos 7:21-25)

El dolor de Pablo era evidente mientras batallaba con la muerte que producía el pecado en su corazón. Sólo el poder de la resurrección de Cristo podía traer vida a esta oscuridad. El mayor deseo de Pablo era conocer el poder de Cristo para derrotar al pecado y a la muerte en su vida y restaurar su comunión con Dios.

El poder de la resurrección traerá sanidad a las heridas y a los sufrimientos causados por el pecado y restaurará todo lo que en nuestras vidas quedó destruido por el pecado. El poder de la resurrección despoja al pecado de su autoridad y trae esperanza y renuevo a los corazones y vidas quebrantados por su maldición.

¿Te has sentido frustrado por la muerte que hay en tu propio corazón? ¿Has anhelado ver la victoria sobre los efectos del pecado y la maldad? ¿Te ha despojado el pecado del gozo y la vitalidad espiritual? ¿Te han sumergido en tinieblas y desesperanza las heridas y sufrimientos causados por el pecado? El Señor Jesucristo tiene poder sobre el pecado y la maldición de la muerte. El poder de la resurrección es el poder de restaurar vidas. Sólo Jesús tiene ese poder y puede hacer que de la muerte salga vida. No existe situación sin remedio. El pecado y la muerte que éste produce pueden ser derrotados a través del poder de la resurrección de Cristo.

El profundo anhelo de Pablo era conocer el poder de la resurrección de Cristo donde el pecado había traído oscuridad y muerte. Es también el deseo del Señor Jesucristo traer vida en las áreas de nuestras vidas en donde reinan el pecado y la muerte. ¿Quieres clamar a Él para que te dé esta vida? Él derrumbará las fortalezas y sanará la herida y el dolor, y te hará libre por el poder de Su resurrección.

Como creyentes debemos experimentar este poder de resurrección a diario. Necesitamos constantemente la sanidad de Dios y Su toque vivificador. Es importante que notemos que Pablo escribió este versículo ya siendo un creyente maduro. Aun después de muchos años sirviendo y caminando con el Señor, el apóstol aún clamaba por conocer el poder de la resurrección de Cristo, porque todavía tenía áreas de oscuridad en su vida que necesitaban ser conquistadas.

Al enfrentar las pruebas y las luchas de la vida, nuestra mayor necesidad es conocer el poder vivificador de la resurrección de Cristo. Satanás querrá que pensemos que no existe esperanza para la muerte que hay en nuestras vidas, pero Pablo nos recuerda que el poder de resurrección de Cristo ha despojado a Satanás y al pecado de su autoridad. Podemos vivir y tener esperan-zas de nuevo porque Cristo ha vencido el pecado y la maldad. No nos conformemos con permanecer muertos cuando el poder de Cristo está disponible para vencer todos los efectos del pecado y darnos vida.

 

Para meditar:

-  ¿Qué efecto ha tenido el pecado en este mundo? ¿Cómo nos ha afectado como seres humanos?

-  ¿Cuál es la diferencia entre la muerte física y la muerte espiritual? ¿Cómo ha traído el pecado la muerte espiritual así como la muerte física a este mundo?

-  ¿Qué esperanza nos da el poder de la resurrección de Cristo sobre los efectos del pecado en nuestras vidas?

-  ¿Cómo ha traído el pecado muerte a tu vida? ¿Existen áreas en tu vida que necesitan ser toca-das por el poder de la resurrección de Cristo? ¿Cuáles son esas áreas en particular?

 

Para orar:

Padre, me doy cuenta que vivo en un mundo maldecido por el pecado y la muerte. He sentido los efectos de la muerte espiritual en mi propio corazón. Al vivir en este mundo maldecido por el pecado he pecado muchas veces y he sufrido los efectos de los pecados de otros. Te pido Señor que expongas esas áreas de pecado y de muerte que existen en mi vida. Te ruego que traigas vida nuevamente a las áreas donde la muerte y las tinieblas han reinado. Derrumba las fortalezas de pecado que hay en mí. Dame esperanza y consuelo en conocer que Tú eres el Dios que ha vencido a la muerte y al pecado. Gracias porque no importa cuán oscuras y muertas aparenten estar las cosas, Tú eres el Dios de poder de resurrección. En ti tengo esperanza.

 

5 - La Participación de Sus Padecimientos

 

(10) a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte… (Filipenses 3:10)

En la pasada reflexión vimos que el deseo de Pablo era conocer el poder vivificante de la resurrección de Cristo. En el versículo 10 Pablo continúa diciendo que también deseaba experimentar la participación en Sus padecimientos.

¿Qué significa participar de los padecimientos de Cristo? Seamos claros acerca de varias cosas aquí. Pablo no nos dice que disfrutaba del sufrimiento o que el sufrimiento le daba algún valor especial para con Dios. En la historia de la iglesia ha habido personas que querían convertirse en mártires por la causa de Cristo, y algunos creían que si padecían o morían por la causa de Cristo ganarían un favor especial con Dios. Pablo no pensaba de la misma manera. Él no servía al Señor para ganar algún favor. Ya él conocía la plenitud del favor de Dios en su vida, porque por causa de Cristo, disfrutaba de una posición perfecta para con el Padre. De hecho, Pablo estaba sorprendido por la profundidad de la bondad que había recibido de parte de Dios sin merecerla.

(33) ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! (34) Por-que ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? (35) ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? (36) Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén. (Ro-manos 11:33-36)

En segundo lugar, cuando Pablo decía que quería participar de los padecimientos de Cristo, no estaba diciendo que podía añadir algo a lo que Cristo ya había hecho. La obra de Cristo para su salvación fue una obra completa. Cuando Jesús murió en la cruz dijo: “Consumado es” (Juan 19:30). Esto significaba que todo lo que era necesario hacerse se había hecho. La ira de Dios había quedado completamente satisfecha con la obra del Señor Jesús. Su sacrificio fue de una vez y por todas a favor de la humanidad y para todos los tiempos, y cumplió total-mente con las demandas del Padre para nuestra salvación.

(18) Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu. (1 Pedro 3:18)

Pablo sabía, más que todas las demás personas, que no podía añadir nada a lo que Cristo había hecho para su salvación. Su confianza estaba puesta completamente en la obra culminada del Señor Jesucristo.

Para comprender lo que Pablo quería decir necesitamos prestar atención a la palabra “participación”. Pablo anhelaba ser partícipe. El énfasis en la frase “la participación de los padecimientos de Cristo” se hace en la palabra participación. El deseo de Pablo no era padecer, sino ser parte de una intimidad más profunda con Cristo.

Mi esposa y yo servimos como misioneros en la isla de Mauricio. La iglesia a la que se nos había llamado estaba batallando con conflictos internos que la dividían. Los problemas con los que nos enfrentamos comenzaron a agobiar mi corazón como pastor. Mientras servíamos en la iglesia recibí noticias de un buen amigo que trabajaba en Francia. El compartía conmigo, con lujo de detalles, cómo el Señor estaba bendiciendo su obra y abriendo maravillosas puertas de oportunidad en el ministerio. Mientras escuchaba esta noticia, sentí que mi corazón se destrozaba. Luchaba con el hecho de que Dios estuviese bendiciendo tan maravillosamente el ministerio de mi amigo y que el mío estuviese en apuros.

Recuerdo que clamé a Dios en aquel momento: “Señor, no comprendo. ¿Por qué le has dado a él un ministerio tan bendecido y yo siento que estoy trabajando en vano?” Mientras oraba, el Señor trajo a mi memoria la historia de los discípulos en el Monte de la Transfiguración, y cómo ellos vieron la gloria del Señor (Mateo 17:1-2). “Señor,” – clamé - “mi amigo está teniendo una experiencia contigo de la misma manera en la que aquellos tres discípulos la tuvieron en el Monte de la Transfiguración. Él está ahí mismo en Tu gloriosa presencia”. Sintiendo lástima por mí mismo continué: “Señor, siento como si estuviera en el horno de fuego batallando con una prueba tras otra”. Mientras hacía esa oración el Señor de repente trajo a mi mente la historia de los tres amigos de Daniel en el horno de fuego, y me recordó cómo Él les había manifestado Su gloriosa presencia a ellos también (ver Daniel 3). Mientras meditaba en esto, sentí que el Señor habló a mi corazón y me dijo: “Wayne, ¿piensas que Mi presencia estuvo con los amigos de Daniel en el horno de fuego en menor grado que con los discípulos en la cima de la montaña?” Me di cuenta que la presencia del Señor puede ser tan real en el sufrimiento como lo es en los buenos tiempos, o incluso más real.

Dios recibe nuestra atención en los momentos difíciles más que en cualquier otro momento. Nos encontramos más dispuestos a escucharle cuando las cosas se nos son quitadas. Las lecciones que aprendemos en el valle de la vida son a menudo más poderosas que aquellas que aprendemos en tiempos de holgura, porque somos perfeccionados y purificados bajo presión.

El salmista nos dice que podemos experimentar la presencia de Dios de una forma especial cuando pasemos por los profundos valles de la vida. Escuche las palabras del salmista en el Salmo 23:4-5:

(4) Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento. (5) Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando. (Salmo 23:4-5)

Hay varias cosas que debemos observar en este Salmo. Veamos que el salmista nos dice que no sentía temor del “valle de sombra de muerte” porque Dios el Señor estaría con él. No iba a tener que atravesar el valle solo, y cuando las cosas se tornaran más oscuras, él experimentaría la presencia de Dios el Señor a su lado porque Dios iría caminando con él a través del valle.

A pesar de que las pruebas y los sufrimientos que se le presentaban eran difíciles, el salmista declaraba en segundo lugar, que la vara de Dios era su aliento. La vara era el instrumento que el pastor de ovejas usaba para guiar y proteger a las ovejas de enemigos o peligros en el camino. La vara podía usarse además para defender las ovejas de los enemigos, y para mantener a las ovejas en el camino correcto. El salmista también experimentaba la maravillosa protección y dirección de Dios en los momentos de mayor dolor.

En tercer lugar, fijémonos que Dios preparaba una mesa para el salmista y ungía su cabeza con aceite en presencia de sus enemigos. La mesa y el aceite eran ambos símbolos de abundante bendición. La abundante bendición de Dios era vertida en los momentos más difíciles de su vida. Mientras sus enemigos observaban, Dios colmaba al salmista con abundancia de comida y derramaba aceite sobre su cabeza. Casi que se pudiera sentir el desconcierto del enemigo. Cuando el enemigo arremetía, Dios se acercaba. Su presencia se hacía evidente en esos momentos de sufrimiento, y esto le permitía al salmista empaparse de las bendiciones de Dios mientras sus enemigos buscaban hacerle daño. Él estaba bien consciente del favor de Dios en ese momento y su corazón rebozaba de gratitud hacia Él por la compañía que experimentaba en tiempos de necesidad. 

Creo que Pablo percibió esta maravillosa compañía en su sufrimiento. No temió lo que las personas pudieran hacerle, ni tuvo temor de enfrentar las pruebas porque él sabía que sin importar cuán difíciles se tornaran las cosas, Dios estaría con él e iba a experimentar Su presencia y bendición en las pruebas más difíciles. Pienso que la compañía que Pablo experimentó en su sufrimiento fue tan maravillosa que casi deseó poder permanecer así sólo para sentir la afinidad e intimidad de Cristo.

Hay otro aspecto de la participación en los sufrimientos de Cristo que debemos analizar. El mayor deseo en la vida de Pablo era compartir a Cristo con aquellos que le rodeaban. Él quería que supieran de la salvación en Cristo y que lo glorificaran como su Señor. Pablo estaba dispuesto a pagar el más alto precio por compartir las buenas nuevas de salvación y esperanza en Cristo. Por eso, sufrió grandemente mientras compartía el evangelio con otros, y hubo ocasiones en que su mensaje no siempre fue bien recibido. Pablo fue golpeado, apedrea-do, se burlaron de él, y muchas veces puso en riesgo su vida para compartir las buenas nuevas de la obra de Cristo.

Cuando el Señor llamó a Ananías para que le hablara a Pablo luego de la conversión del apóstol, le dijo que Pablo tendría que padecer mucho por Su causa:

(15) El Señor le dijo: Ve, porque instrumento es-cogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; (16) porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre. (Hechos 9:15-16)

Pablo sabía lo que era padecer por Cristo y por la extensión de Su reino. Pablo le dijo a Timoteo que todo aquel que quisiera vivir una vida piadosa tendría que sufrir:

(12) Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución. (2 Timoteo 3:12)

El Señor Jesús les dijo a sus discípulos que habría un precio que pagar por seguirle a Él como discípulos:

(23) Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. (Lucas 9:23)

Si quieres ser un seguidor del Señor Jesucristo en un mundo de pecado y de tinieblas, entonces necesitas estar preparado para sufrir por Su nombre. No siempre vas a ser aceptado, y Satanás hará todo lo posible para hacerte tropezar. Te convertirás en el objetivo de sus ataques, pero no permitas que esto te desanime porque Dios promete caminar contigo a través de los valles de la vida. Él se acercará para fortalecerte y bendecirte en esos momentos.

Cuando Dios llamó al apóstol Pablo para que ministrara en Su nombre, lo llamó a un ministerio que requeriría padecimientos y persecución. Pero Pablo no tenía temor de esto, de hecho, estuvo dispuesto a padecer para que otros pudieran escuchar de Cristo y vinieran a Él. Esta fue la actitud de los apóstoles en Hechos 5:41. Cuando eran azotados por predicar el evangelio, se regocijaban por ser tenidos por dignos de tal sufrimiento.

(41) Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre. (Hechos 5:41)

¿Sientes hoy la dicha de tener la compañía de Cristo en tu sufrimiento? Si eres como yo, necesitarás tener los ojos abiertos a la realidad de que Él no te ha abandonado en tu dolor. Su presencia todavía es muy real. Abre tus ojos para que le veas. Haz un especial esfuerzo para esperar en Él y en la evidencia de Su presencia. Él promete caminar contigo en esos momentos, por lo que no caminarás solo por ese valle. ¿Quieres hoy tomar tu cruz con alegría de corazón por el privilegio de trabajar juntamente con Él en la extensión de Su reino? Cuando enfrentemos las pruebas de esta vida es importante que también entendamos que no estamos solos, pues nos unimos a Cristo quien también sufrió por nosotros. En nuestro dolor podemos experimentar Su paz, y en nuestras pruebas, podemos experimentar Su consuelo y apoyo.

 

Para meditar:

-  Teniendo en cuenta el Salmo 23, ¿cuáles son los beneficios que un creyente recibe del Señor cuando él o ella caminan por el valle de sombra de muerte?

-  ¿Has experimentado la compañía del Señor en el sufrimiento? Pon un ejemplo de cómo el Señor se acercó a ti en ese momento de necesidad.

-  ¿Qué estás dispuesto a padecer para cumplir la voluntad y el propósito de Dios para tu vida?

-  ¿Qué evidencia existe de la presencia de Dios en tus padecimientos hoy? Haz una lista de las formas en que Dios te ha estado manifestando Su presencia.

 

Para orar:

Señor Jesús, te agradezco porque voluntariamente entregaste tu vida por mí. Gracias porque sufriste para que yo fuera perdonado y esté contigo por toda la eternidad. Comprendo que mientras defienda tu causa y la del evangelio sufriré persecución. Gracias por tu promesa de nunca abandonarme en esos momentos. Abre mis ojos para ver Tu presencia en los valles más profundos de la vida y acércate a mí en mis horas de mayor necesidad. Gracias por los ejemplos de Las Escrituras de aquellos que han experimentado una profunda e íntima compañía contigo en las pruebas y sufrimientos de la vida. Que yo pueda sentir esta misma íntima compañía cuando sufra contigo en la extensión de Tu reino.

 

6 - Semejantes a Él en Su Muerte

 

(10) a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, (11) si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos. (Filipenses 3:10-11)

Cuando el Señor Jesucristo se enfrentó a la terrible muerte de la cruz, clamó a Su Padre diciendo:

(42) Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. (Lucas 22:42)

A pesar del terrible dolor y la agonía asociada a Su muerte, el Señor Jesucristo estuvo dispuesto a dejar a un lado todo para llevar a cabo la voluntad y el propósito de Su Padre, y entregó Su vida como sacrificio al Padre.

Cuando el apóstol Pablo decía que quería ser semejante a Cristo en Su muerte, estaba queriendo decir que él estaba dispuesto a dejar todo lo que poseía, de la misma manera en que su Señor lo había hecho por él. No había nada que él no sacrificara por su Señor. Pablo estaba tan identificado con la cruz del Señor Jesucristo que se veía a sí mismo muriendo con Cristo en aquella cruz. Ya no vivía para sí, sino que su vida era dedicada al propósito y a la voluntad de su Señor. Escribiendo en el libro a los Gálatas, capítulo 2, versículo 20, decía:

(20) Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gálatas 2:20)

Cuando se le advirtió de los peligros que enfrentaría en Jerusalén, el apóstol respondió:

(13) ¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús. (Hechos 21:13)

Pablo les dijo a sus amigos y a aquellos que le apoyaban en Éfeso que su vida no tenía ningún valor si no la usaba para completar la tarea que Dios le había dado.

[24] Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios. (Hechos 20:24)

Pablo veía como su solemne obligación seguir el ejemplo de su Señor ofreciendo su cuerpo como un sacrificio vivo y exhortó a los creyentes a hacer lo mismo.

(12:1) Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. (Romanos 12:1)

El mayor deseo de Pablo era ser como Cristo en Su muerte. Él entregaría su vida en sacrificio de la misma manera que Cristo lo había hecho por él.

Jesús también entregó Su vida como un acto de obediencia a la voluntad de Su Padre. Pero no todos los sacrificios son un acto de obediencia. El profeta Samuel reprendió al rey Saúl en 1 Samuel 15:22 cuando realizó un sacrificio en desobediencia al mandamiento de Dios.

Jesús contó la siguiente parábola en el evangelio de Lucas:

(10) Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. (11) El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; (12) ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. (13) Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. (14) Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido. (Lucas 18:10-14)

Fijémonos en esta parábola que el fariseo ayunaba y daba el diez por ciento de todo lo que poseía, pero lo hacía de una manera que deshonraba al Señor. Era un hombre orgulloso que miraba con desprecio a los demás y se creía más espiritual que su hermano, por lo que Dios rechazó su sacrificio. Dios no acepta todo tipo de sacrificios. Podemos ofrecer sacrificios a Dios con actitudes erróneas como la del fariseo en esta parábola, y también podemos hacer sacrificios que Dios nunca nos ha pedido hacer.

Pablo quería pelear la batalla que Dios le había dado que peleara, y quería correr la carrera que Dios le había puesto para que corriera. Acercándose el momento de su muerte, el apóstol le dijo a Timoteo:

(6)  Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. (7) He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. (8) Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida. (2 Timoteo 4:6-8)

No podemos leer este pasaje sin observar la seguridad que Pablo tenía de haber hecho lo que Dios le había pedido. Había peleado “la buena batalla”, había acabado “la carrera”, y había guardado “la fe”. Él es muy claro aquí. No se refería a cualquier batalla, sino a “la” batalla. Es decir, era la batalla que Dios le había dado que peleara, la carrera a la que Dios lo había llamado y la fe que Dios le había dado para que predicara. Pablo iba a partir para encontrarse con su Señor con la seguridad de que los sacrificios que hizo en su vida habían sido de agrado y habían glorificado a su Salvador. En otras palabras, él había sido obediente.

Un gran número de siervos desanimados se han dado por vencido debido a las luchas que se interponen en el camino. Otros, tentados y motivados por el orgullo, han alcanzado fama haciendo algo que Dios nunca los ha llamado a hacer. ¡Cuán fácil es perder de vista el propósito de Dios! El objetivo de Satanás es distraernos. Puede que nos desaliente a través de las luchas o nos entretenga con el éxito, sin embargo, Jesús sólo hizo lo que el Padre le dijo que hiciera.

(19) Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. (Juan 5:19)

Nuestro Señor vivió y murió en absoluta obediencia a la voluntad y propósito del Padre. Su muerte sacrificial fue un acto de obediencia, y enfrentó la muerte sabiendo que había sido fiel al propósito del Padre. También éste era el deseo de Pablo.

Pablo le recordó a Timoteo que un atleta sólo obtiene el premio si compite de acuerdo a las reglas:

(5) Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente. (2 Timoteo 2:5)

Pablo quería que sus sacrificios fueran actos de obediencia al Señor Dios, y quería luchar legítimamente para que su vida y su muerte fueran agradables a Cristo. La muerte de Jesús fue un acto de obediencia al Padre, y Pablo quería ser semejante al Señor en su muerte.

Hay un último punto que debemos analizar acerca de la muerte del Señor Jesucristo. La muerte de Cristo también fue una muerte victoriosa. No fue el fin, pues Él venció la tumba y se levantó victorioso sobre la muerte y fue a estar con Su Padre en los cielos. Pablo creía firmemente que él también experimentaría la misma victoria en su muerte. Escribiendo a los Corintios Pablo decía:

(5:1) Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. (2) Y por esto también ge-mimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial… (2 Corintios 5:1-2)

La muerte de Pablo, como la de Cristo, iba a ser un escalón para algo mayor: resucitaría y entraría en la presencia del Padre. Por su muerte, Pablo “llegaría a la resurrección de entre los muertos” (versículo 11). En la muerte él encontraba gran esperanza, pues el Señor había vencido la tumba y así lo haría él también. El apóstol no se sentía aterrorizado por la muerte, sino que más bien era la puerta a una eternidad con Cristo y un camino a la victoria. Las personas podrían quitarle la vida, pero no arrebatarle su esperanza. Pablo anhelaba el día en el que pasaría de esta vida a la presencia de su Señor.

¿Cómo murió Jesús? Tuvo una muerte sacrificial, una muerte obediente, y murió venciendo la tumba. Pablo quería vivir y morir de la misma forma. ¿Es éste tu compromiso hoy? ¿Quieres comprometerte a vivir y a morir como lo hizo Jesús? Cuando nos enfrentemos a las pruebas ante nosotros, debemos al igual que Pablo, comprometernos a seguir el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo ofreciéndonos sacrificial y obedientemente a la voluntad del Padre, sabiendo que sin importar lo que ocurra, seremos victoriosos por medio de Cristo.

Para meditar:

-  Enumera tres palabras que describan la muerte del Señor Jesucristo tal y como ha sido discutido en este capítulo. 

-  ¿Será posible hacer sacrificios al Señor Jesucristo, pero no vivir en obediencia a Su voluntad para nuestras vidas? Explica por qué. ¿Alguna vez has hecho sacrificios que no estén dentro del propósito de Dios para tu vida?

-  Toma un momento para analizar tu vida. ¿Has estado viviendo una vida sacrificial, obediente y victoriosa?

-  ¿Qué esperanza y confianza encuentras en saber que aún en la muerte podemos ser victoriosos? Sabiendo esto, ¿cómo afecta tu modo de vida y la forma en que le sirves al Señor hoy?

 

Para orar:

Señor Jesús, te agradezco que hayas entregado Tu vida en obediencia sacrificial al propósito y voluntad de Tu Padre. Te doy gracias por entregarla y vencer así la tumba y la muerte. Gracias porque yo también puedo experimentar la misma victoria. Te pido que no lamente nada en la vida a medida que entrego mi vida. Te pido que pueda conocer tu voluntad y viva en ella. Te pido que me ayudes a no distraerme por las tentaciones del enemigo, y que cuando enfrente las pruebas y las tentaciones de esta vida, sea como Cristo en Su muerte, sacrificando todo en obediencia al Padre. Que pueda sentir consuelo en saber que lo que entregue en sacrificio obediente, resurgirá en grandiosa victoria.

 

7 - No que la Haya Alcanzado Ya

 

(12) No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. (13) Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado … (Filipenses 3:12-13)

Recuerdo que hablaba hace unos años con un conocido acerca de su pastor y me decía: “no hay nada más que él pueda enseñarme, ya lo he oído todo”. Este hombre creía que había llegado a tal grado de espiritualidad que no existía nada más que pudiera aprender. Sin embargo, esta no era la actitud del apóstol Pablo. Veamos en este versículo que Pablo sabía que aún no había obtenido todo lo que Dios tenía para él. Es por esto que decidió en su corazón seguir adelante para asir aquello para lo cual él había sido asido por Cristo.

Hace algún tiempo hablaba con un pastor amigo mío acerca de los requisitos de los líderes en Las Escrituras. Mientras conversábamos comenzamos a darnos cuenta de que, si esperábamos perfección, ninguno de nosotros podría servirle al Señor. En Tito 1:6-8 el apóstol Pablo les dice a sus lectores que un anciano debía ser intachable, hospitalario, santo y disciplinado. Analicemos esto por un momento. El apóstol Pablo persiguió a la iglesia, por tanto, ¿era acaso él intachable?, ¿y tú?, ¿eres tan hospitalario como podrías ser?, ¿siempre vives una vida santa?, ¿eres tan disciplinado en tu caminar espiritual como el Señor desearía que fueses? Si somos sinceros con nosotros mismos, entonces todos tendríamos que admitir que, tal y como Pablo, ninguno de nosotros ha alcanzado esta perfección.

Hace algún tiempo escuché una ilustración de un hombre que se dirigía a la casa de un amigo al otro lado de un bosque. Era una noche oscura y el hombre no podía ver claramente por dónde iba. Mientras caminaba, su pie tropezó con una raíz de un viejo árbol y lo hizo caer a un charco de agua sucia. Se puso de pie nuevamente y siguió su camino, sacudiéndose lo mejor que podía. Finalmente, vio a la distancia la luz de la casa de su amigo, y mientras se acercaba, miró sus ropas y se dio cuenta de cierta suciedad que no había visto en la oscuridad del bosque. Se sacudió la ropa y continuó hacia la luz; pero mientras más se acercaba a la luz, más suciedad veía. ¿No nos ocurre así en nuestra vida cristiana? Mientras más nos acercamos a Jesús, más nos damos cuenta de nuestra pecaminosidad, y mientras más vemos al Señor Jesucristo, más reconocemos nuestra propia debilidad.

A menudo les digo a las personas que lo más grande que aprendí en la Escuela Bíblica y en el seminario fue lo mucho que no sabía. Parecía que mientras más yo aprendía, más preguntas tenía. Tiempo atrás conversaba con un hombre que me decía que no podía comprender la doctrina de la Trinidad, y porque no podía entenderla, entonces se negaba a creer. Le recordé que, si pudiéramos entender todo lo que existía de Dios, entonces Dios no sería más grande que nuestra mente. Hay un extraño consuelo en el hecho de que nunca podremos entender completamente a Dios y Sus caminos. ¿Realmente creemos que podríamos entender todo lo que hay que saber acerca de Dios? ¿Realmente creemos que podemos predecir Sus caminos y comprender por qué Él hace lo que hace? Los amigos de Job pensaban que podían, pero tristemente estaban equivocados porque Dios está muy por encima de nuestras mentes. Hablando al pueblo en los días de Isaías, el Señor dijo:

[9] Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. (Isaías 55:9)

Escuchemos lo que dijo Dios a través del apóstol Pablo con respecto a las cosas que Él ha preparado para los que le aman:

[9] Antes bien, como está escrito: cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. (1 Corintios 2:9)

Observemos aquí que la mente humana no puede concebir o imaginar lo que Dios ha preparado, es decir, el plan de Dios y Su propósito para los que le aman está más allá de su capacidad de imaginar o entender. Hay un maravilloso misterio concerniente a Dios y Sus caminos:

Pablo les decía a los efesios que Dios podía hacer “muchísimo más” que lo que podían entender o pedir:

[20] Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, (21) a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén. (Efesios 3:20-21)

Y a los romanos les decía que las riquezas, sabiduría y juicios de Dios eran insondables e inescrutables:

[33] ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! (34) Por-que ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? (Romanos 11:33-34)

Había un misterio con respecto a Dios y Sus caminos que Pablo, con toda su interpretación y discernimiento espiritual no podía entender. El gran apóstol Pablo estaba admirado de este maravilloso Dios cuyos caminos eran más altos y más grandes de lo que su mente pudiera imaginar. Es muy fácil pensar que porque hemos tomado cursos de teología sistemática comprendemos a Dios y Sus propósitos; sin embargo, Pablo nos está diciendo que Dios es mucho más grande que eso. Creer que hemos aprendido todo lo que hay que saber de Dios significa reducirlo en nuestras mentes, y pensar que hemos triunfado espiritualmente es hacernos iguales a Dios quien solamente es perfecto. El apóstol Pablo compren-día que todavía tenía mucho por aprender y que aún no había alcanzado todo lo que Dios tenía para él. Nosotros haríamos bien en reconocer esto también.

No sólo no podemos entender completamente a Dios y Sus caminos, sino que la realidad del asunto es que nunca podremos siquiera entendernos verdaderamente a nosotros mismos. Si abrimos nuestras mentes a Dios, Él nos enseñará cosas acerca de nosotros que nunca supimos. Él sabe cómo revelar nuestros motivos secretos, nuestras intenciones y nuestras actitudes. La negación de Pedro al Señor sirvió para mostrarle su debilidad, pues era algo que él no había visto en sí mismo. Ha habido muchos momentos en mi vida cuando Dios ha expuesto mis errores y pecados. Él ha puesto al descubierto actitudes erróneas y ha revelado mis debilidades. Dios sabe cosas de mí que ni siquiera yo conozco, ve cosas en mí que sin embargo yo no veo, y tiene propósitos para mi vida que aún no me ha revelado.

Escuchemos las palabras de advertencia de Pablo a los corintios:

[12] Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga. (1 Corintios 10:12)

Pedro no tenía planeado negar al Señor Jesús; él creía que era fuerte, pero Dios le mostró su debilidad. David no despertó por la mañana pensando que ese sería el día en el que cometería adulterio. Estos grandes hombres de Dios cayeron sobre sus rostros y fueron humillados a través de sus circunstancias. Ellos llegaron a comprender, al igual que el apóstol Pablo, que todavía no habían alcanzado todo lo que Dios tenía reservado para ellos, que tenían que aprender mucho y que todavía necesitaban crecer.

A Job le fue arrebatado todo lo que poseía. Sus hijos y su salud también les fueron quitados. Al reflexionar en Dios y Sus caminos, dijo al final:

[5] De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven. (Job 42:5)

Hay una gran diferencia entre escuchar de Dios y verle. Para muchas personas Dios es una teología a aprender o un grupo de tradiciones que mantener, pero Dios es mucho más grande que eso. Job experimentó a Dios en su sufrimiento de una forma en la que muchos en su tiempo nunca lo habían experimentado. Job es descrito por Dios como un hombre “recto e intachable, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1:1), pero al final de su sufrimiento declaró sin temor: “mas ahora mis ojos te ven.”

Como Pablo, Job, a pesar de ser intachable, no había alcanzado todo lo que Dios tenía para él. Dios se manifestó a Job más completamente a través de las pruebas que experimentó. Escuchemos lo que el escritor a los Hebreos dijo acerca del Señor Jesucristo:

[7] Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente.  (8) Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia… (Hebreos 5:7-8)

Si Jesús aprendió de lo que padeció, entonces, segura-mente nosotros también tenemos mucho por aprender. Pablo sabía que no lo había alcanzado aún; y esta actitud de humildad abrió el camino para que Dios hiciera una mayor obra en su vida. No se puede crecer si se cree que ya se ha alcanzado todo, y no se puede aprender si se cree que no hay nada más para aprender.

¿Quieres permitirle a Dios usar las circunstancias de tu vida para enseñarte y acercarte a Él? ¿Quieres abrirle tu mente para aprender lo que Él quiere mostrarte a través de las situaciones que pone en tu camino? ¿Reconocerás que todavía no has alcanzado todo lo que Dios tiene para ti y abrirás tus manos para recibir más?

Hay mucho más que Dios quiere enseñarnos. Así como Pablo, reconozcamos nuestras deficiencias y abramos nuestros corazones para que Dios se manifieste y manifieste Sus propósitos de una manera más profunda. Si queremos vivir en victoria sobre las luchas de la vida, debemos estar preparados para aprender las lecciones que Dios quiere enseñarnos a través de las cosas que sufrimos.

 

Para meditar:

-  ¿Crees que podemos comprender completamente a Dios y Sus caminos? ¿Hasta qué punto Dios y Sus caminos constituirán siempre un misterio para nosotros?

-  ¿Por qué sentimos que necesitamos tener todas las respuestas acerca de Dios y Sus caminos?

-  ¿Qué te ha estado enseñando Dios en los últimos meses?

-  Pablo decía que no había alcanzado aún todo lo que Dios tenía para él ni tampoco había llegado a la perfección. ¿En qué áreas de tu vida necesitas que se trabaje? ¿Dónde están tus debilidades? ¿Qué más quiere Dios hacer en ti?

 

Para orar:

Dios y Padre, perdóname por pensar que podría, en mi limitado entendimiento, conocerte completamente. Gracias porque eres más grande que mi imaginación y Tus caminos son inescrutables. Padre, hay cosas de mí persona que ni siquiera entiendo; pero gracias por enseñarme más de Tu propósito para mi vida. Abre mis ojos para que pueda ver mis debilidades y defectos. Enséñame lo que puedes hacer a través de mí a medida que me entrego a ti. Humíllame y dame un corazón que se deje enseñar. Y que pueda, de la misma manera que Jesús, aprender a través de las cosas que sufra.

 

8 - Logrando Asirnos

 

[12] No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. (Filipenses 3:12)

Hay un aspecto más del versículo 12 que necesitamos analizar. Según este versículo, Jesús había asido al apóstol Pablo. Hablándole aquí a los filipenses les decía: “sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús.”

Pablo había sido siempre un hombre religioso. Como fariseo, era un celoso observador de la Ley de Dios e hizo, como judío, lo imposible en el llamado del deber. De hecho, cuando el cristianismo comenzó a aparecer en la región, tomó una posición activa y firme en su contra, creyendo que iba en contra de los propósitos y la voluntad del Dios que él conocía y servía. Escuchemos las palabras del mismo Pablo en Hechos 26:

[9] “Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret; (10) lo cual también hice en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacer-dotes; y cuando los mataron, yo di mi voto. (11) Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras. (Hechos 26:9-11)

Sin embargo, cuando Pablo se encontró con el Señor Jesucristo, su vida fue transformada radicalmente. Ese día Pablo fue asido por el Señor Jesucristo. La palabra “asir” significa literalmente agarrar o poseer y es eso exactamente lo que le sucedió a Pablo. El Señor Jesucristo agarró su corazón y desde ese momento en adelante lo poseyó como Rey y Señor. Él conquistó a Pablo y lo sometió a Su señorío, por lo que la vida de Pablo ya no sería la misma.

Desde el momento de la conversión, Pablo se dio cuenta que ya no se pertenecía a sí mismo, y vivió su vida con una meta en mente, la de servir a Aquel que había conquistado su corazón y su voluntad. Escribiendo a los corintios dijo:

[17] De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (2 Corintios 5:17)

El Señor puso un llamado en el corazón de Pablo del que no podría escapar nunca. Dios, hablándole al profeta Ananías dice de Pablo:

[15] El Señor le dijo: Ve, porque instrumento es-cogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; (16) porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre. (Hechos 9:15-16)

Dios grabó tan profundo esta pasión y este llamado en el corazón de Pablo que se convirtió en su obsesión para toda su vida.

Desde el momento en que Pablo fue asido por Cristo, estuvo dispuesto a arriesgarlo todo por Su causa. Consideraba que su vida no tenía ningún valor si no la usaba para completar la tarea que el Señor Jesucristo le había encomendado.

[24] Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios. (Hechos 20:24)

Su pasión por el llamado que Dios había puesto en su corazón era tan fuerte que estaba dispuesto a ser anatema y separado de Cristo, si haciendo esto pudiera ganar para salvación a aquellos de su propia raza.

[9:1] Verdad digo en Cristo, no miento, y mi con-ciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, [2]que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. [3]Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis herma-nos, los que son mis parientes según la carne. (Romanos 9:1-3)

El profeta Jeremías también experimentó este llamado en su vida. En Jeremías 20 vemos cómo se quejaba al Señor:

[7] Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí. [8] Porque cuantas veces hablo, doy voces, grito: Violencia y destrucción; porque la palabra de Jehová me ha sido para afrenta y escarnio cada día.  [9] Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude. (Jeremías 20:7-9)

Se puede sentir el dolor en las palabras de Jeremías, pues hablar en nombre de Dios le había causado insultos y reproche, y las personas lo odiaban por lo que decía. Pero cuando intentó dejar de hablar en nombre del Señor Dios, no pudo aguantar las palabras, porque las palabras de Dios eran como fuego en sus huesos esperando estallar.

Alguien en una ocasión dijo: “si quieres saber si estás llamado a hacer algo, trata de no hacerlo”. En otras palabras, cuando Dios pone un llamado en tu corazón, te sentirás obligado a seguir ese llamado. Nunca serás feliz hasta que estés haciendo lo que Dios te ha llamado a hacer. Puede que el llamado de Dios te haga pasar por grandes dificultades y problemas, y seas perseguido y se burlen de ti; pero no vas a ser feliz a menos que seas fiel a aquello para lo cual has sido asido por Cristo.

Cuando nuestras vidas son asidas por el Señor Jesús, Él enciende una pasión en nuestros corazones que no será fácilmente apagada. Después de haber sido azotados por el concilio judío, los apóstoles se marcharon sintiéndose sobrecogidos por el privilegio de ser dignos de padecer por el nombre del Señor Jesucristo.

[41] Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre. (Hechos 5:41)

El escritor a los Hebreos habla de los grandes hombres y mujeres de fe cuyos corazones también habían sido conquistados por el Señor Dios.

[32] ¿Y qué más digo? Porque el tiempo me falta-ría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los pro-fetas; (33) que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, (34) apagaron fuegos impetuosos, evita-ron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros.  (35) Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección. (36) Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. (37) Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de es-pada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; (38) de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. (Hebreos 11:32-38)

Estos hombres y mujeres padecieron en gran manera en manos de perversos gobernantes, pero voluntariamente soportaron la persecución por el gozo que se les había puesto delante. Mientras portemos el nombre de nuestro Señor Jesucristo en este mundo, habrán luchas y pruebas. Sin embargo, aquellos cuyos corazones han sido asidos por Cristo, ya no viven para este mundo o sus comodidades. Sus corazones y voluntades han sido conquistadas y ahora viven para amar y servir a Aquel que ha ganado su corazón, y como fieles soldados de Cristo, soportan el dolor y se sienten privilegiados de luchar por su Señor y servirle.

La meta de Pablo en la vida era asir aquello para lo cual él había sido asido por Cristo. ¿Ha asido el Señor tu corazón? ¿Ha puesto Su llamado en tu vida? La pasión por conocerle y hacer Su voluntad, ¿te ha causado dificultades y problemas? ¿Serás fiel a Él y a Su llamado sin importar el costo? ¡Es un enorme privilegio ser Su embajador! Nuestros corazones han sido hechos cautivos y nuestras vidas han sido transformadas. La pasión por Cristo y Su propósito nos mueve y nos motiva. Como Pablo, también nosotros sentiremos la oposición del enemigo; pero no nos podremos sentir complacidos fuera del propósito de Dios. Podemos experimentar el gozo de la obediencia y la fidelidad aún en medio de las pruebas que vengan porque sabemos que estamos cumpliendo Su propósito.

En una ocasión, cuando todos se apartaron del Señor Jesucristo, Él les preguntó a Sus discípulos si ellos también lo abandonarían. Pedro fue quien contestó:

(68) Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. (69) Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. (Juan 6:68-69)

Cuando nuestros corazones y voluntades son conquista-das por Cristo, no hay otro a quién acudir y ni siquiera existe otro a quién queramos ir.

Para meditar:

-  ¿Qué es aquello que hoy cautiva nuestro corazón? ¿Son de parte de Dios todas las cosas que cautivan nuestro corazón?

-  ¿Cuál es el propósito particular de Dios para ti en el presente? ¿En qué manera Él ha inquietado tu corazón?

-  ¿Has pasado por problemas y pruebas alguna vez por obedecer el llamado de Dios en tu vida? Explique.

-  ¿Por qué piensas que Pablo estaba dispuesto a soportar las dificultades en la vida?

-  ¿Has sido fiel al Señor y al llamado que Él ha puesto en tu corazón?

 

Para orar:

Padre, te doy gracias porque cautivaste mi corazón y porque mi vida ha sido transformada por Tu toque. Rindo mi corazón y voluntad a Ti nuevamente hoy. Comprendo que hay momentos cuando la obediencia a Ti y a Tu propósito para mi vida me harán pasar por aguas turbu-lentas. Me comprometo a obedecerte y te pido me fortalezcas para sentirme privilegiado de ser fiel a Tu llamado en mi vida. Gracias porque puedo sentir Tu presencia cuando camino en obediencia a Tu llamado. Gracias porque Tus propósitos son perfectos. Enséñame a confiar en tus caminos y rendirme a ese propósito. Que mi pasión sea asir aquello para lo cual yo he sido asido por Ti sin importar el costo.

 

9 - Olvidando lo que Queda Atrás

[13]Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando cierta-mente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante. (Filipenses 3:13)

En el versículo 13 Pablo habla de olvidar lo que quedaba atrás y extenderse a lo que estaba adelante. Hay varias cosas que necesitamos comprender aquí.

Primero, cuando Pablo decía que olvidaba lo que quedaba atrás, no quería decir que ya no recordaba su pasado y las cosas que había hecho. El apóstol Pablo recordaba y escribía muchas veces de su pasado. Escribiendo a los creyentes en Corinto decía:

[9] Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, por-que perseguí a la iglesia de Dios. (1 Corintios 15:9)

Pablo recordaba que había sido perseguidor de la iglesia, y muchas veces compartía esto con aquellos que escuchaban su testimonio. A pesar de que sentía el maravillo-so perdón de Dios, Pablo se consideraba el peor de todos los pecadores debido a su pasado. Él le dijo a Timoteo:

[15] Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. (16)Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna. (1 Timoteo 1:15-16)

El apóstol en ocasiones se maravillaba de cómo Jesús lo había tomado siendo pecador y lo había convertido en Su hijo. Él quería que creyentes de todas partes recordaran lo que Cristo había hecho por él, y desafió a los creyentes corintios a recordar lo que ellos eran antes de venir a Cristo.

[26] Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; (27) sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; (28) y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, (29) a fin de que nadie se jacte en su presencia. (1 Corintios 1:26-29)

Así también Moisés desafió a los hijos de Israel a recordar su pasado. Escribiendo al pueblo de su tiempo dijo:

[2] Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos. (3) Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre. (Deuteronomio 8:2-3)

El desierto era un lugar estéril para el pueblo de Dios. Fue un lugar donde Dios permitió que Su pueblo sufriera hambre y cansancio. Vagaron en el calor y sequedad del desierto; pero Dios no quería que Su pueblo olvidara estas luchas.

Pablo les recordó a los creyentes los errores de sus antepasados en 1 Corintios 10:

[7] Ni seáis idólatras, como algunos de ellos, según está escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a jugar. (8) Ni forniquemos, como algunos de ellos fornicaron, y cayeron en un día veintitrés mil. (9) Ni tentemos al Señor, como también algunos de ellos le tentaron, y perecieron por las serpientes. (10) Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor. (1 Corintios 10:7-10)

Pablo le recordó al pueblo los errores de sus antepasados, y llamó a la memoria cómo sus padres se embriagaron, fornicaron y blasfemaron. Las Escrituras hablan abiertamente del pecado de David con Betsabé, de la negación de Pedro al Señor y de los errores de los reyes de Israel. Dios quiere que veamos estas cosas con la esperanza de que aprendamos de los fracasos de aquellos que fueron antes que nosotros. También nos llama a nosotros a recordar nuestro pasado, pues haciendo esto nos regocijaremos en gran manera por lo que Dios ha hecho.

Entonces, ¿qué quería decir Pablo cuando les decía a los Filipenses que olvidaba lo que quedaba atrás? La forma de olvidar a la que Pablo se refería aquí tiene que ver más con su compromiso que con su memoria. Para ilustrar esto, analicemos la historia de Lot y su familia como está registrado en Génesis 19.

En Génesis 19, Lot y su familia habían acabado de escapar del juicio de Dios que había caído sobre las ciudades de Sodoma y Gomorra. El ángel del Señor ayudó a Lot, a su esposa y a sus dos hijas a escapar de la ciudad y les dijo que huyeran a las montañas donde estarían a salvo. En Génesis 19:17 el ángel les ordenó que no miraran atrás a la ciudad que habían abandonado hacía un instante. Sin embargo, la esposa de Lot desobe-deció y Dios la convirtió en una estatua de sal. A pesar de no saber qué pensamientos tenía ella en ese momento, podemos suponer que su corazón aún estaba en la ciudad que acababa de dejar. ¿Miró ella atrás con nostalgia? ¿Se lamentaba de todo lo que estaba dejando atrás en aquella ciudad? Que mirara atrás no fue sola-mente un acto de curiosidad, sino un acto de desobediencia que puso de manifiesto la actitud de su corazón.

Analicemos también a los hijos de Israel que escaparon de la esclavitud en Egipto. En Números 21 ellos se quejaron con Moisés de la comida que comían en el desierto y anhelaron volverse a Egipto. Escuchemos cómo quedaron registradas sus quejas en Números 21:

[4] Después partieron del monte de Hor, camino del Mar Rojo, para rodear la tierra de Edom; y se desanimó el pueblo por el camino. (5) Y habló el pueblo contra Dios y contra Moisés: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para que muramos en este desierto? Pues no hay pan ni agua, y nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano. (Números 21:4-5)

Aquí encontramos a personas que menospreciaban el propósito de Dios para sus vidas. Dios los había librado de la esclavitud en Egipto, pero ellos anhelaban regresar allá. De la misma manera que la esposa de Lot, sus corazones no estaban en armonía con lo que Dios estaba haciendo. Su deseo era estar de vuelta a la esclavitud y al pecado.

Hay miradas atrás que Dios aborrece. El pueblo de Israel menospreció la gracia de Dios en sus vidas por mirar atrás anhelando el pecado y la corrupción de la que Dios los había rescatado. Cuando Dios nos rescata, Él espera que permanezcamos en esa libertad. 2 Pedro 2 describe a personas que habían escapado de la corrupción del mundo sólo para luego enredarse en ella otra vez. Pedro compara a estas personas a un perro que vuelve a su vómito y a una puerca lavada volviendo al lodo.

[20] Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. (21) Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el ca-mino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. (22) Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno. (2 Pedro 2:20-22)

Hablándoles a Sus discípulos en el evangelio de Lucas, el Señor Jesucristo decía:

[62] Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios. (Lucas 9:62)

Cuando el Señor Jesucristo dijo que el que mirare atrás no es apto para el reino de Dios, les estaba diciendo a Sus discípulos que Él esperaba un cambio en el corazón. Él esperaba que cuando los liberara de la esclavitud y el cautiverio de este mundo, ellos caminaran con placer en esa libertad. Él esperaba que cuando cautivara sus corazones, ellos se comprometerían a Él y a Su propósito. Es por eso que mirar a su pasado con nostalgia fue un gran insulto a Aquel que les había dado la libertad.

El autor a los Hebreos desafía a sus lectores a desechar todo lo que les estorbe y a poner sus ojos en Cristo y en Su propósito. 

[12:1] Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, (2) puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menosprecian-do el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. (Hebreos 12:1-2)

Olvidar lo que queda atrás no significa que saquemos nuestro pasado de nuestra memoria, sino más bien un compromiso de seguir hacia delante de manera intencional. Observemos a un corredor olímpico. El corredor sabe que si quiere ganar la carrera debe concentrarse en la línea de meta, por lo que no tiene tiempo de mirar atrás o hacia los lados para ver a los demás corredores. Cristo nos ha llamado a correr la buena carrera, y si la vamos a correr, entonces tenemos que hacer de Él nuestra prioridad y nuestro centro, lo que significará que tendremos que quitar otras cosas de nuestra mente para así concentrarnos en ganar la carrera que Él nos ha llamado a correr.

Cuando el Señor Jesucristo llamó a algunos de Sus discípulos que habían sido pescadores, ellos soltaron sus redes para seguirle (Mateo 4:18-20). Imagine qué hubiera pasado si cuando el Señor los llamó a seguirle, ellos hubieran llevado arrastrando sus redes. A medida que fueran de pueblo en pueblo, las redes les pesarían más, y llevarlas se convertiría en una verdadera carga. Iban a tener que pasar mucho tiempo desenredándolas de los obstáculos en su camino, lo que iba a causar que su obra fuera afectada. ¿No sucede así también en nuestra vida cristiana? Actitudes y otras cosas de carácter pecaminoso pueden ser como esas redes.

Quizás la red que estás arrastrando es una actitud de falta de perdón hacia un hermano o hermana en Cristo. Pero olvidar lo que queda atrás significa dejar a un lado la ira y las actitudes que nos impiden perdonar a aquellos que nos han lastimado.

[14] Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial. (Mateo 6:14)

Jesús les dijo a Sus discípulos en Mateo 10 que aquellos que no estuvieran dispuestos a abandonar sus familias y todo lo que poseían para seguirle no eran dignos de Él. Jesús está buscando seguidores que “dejen sus redes atrás” y hagan de Él su centro.

[37] El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí… (Mateo 10:37)

Si queremos seguir al Señor, debemos poner a un lado u “olvidar” todo impedimento. Olvidar puede incluso significar dejar cosas buenas por un propósito mayor. A algunos Dios los llamará a “olvidar” sus familias, sus trabajos, o sus comodidades para seguirle. A otros, los llamará a “olvidar” su reputación para caminar en obediencia. Puede que algún hermano o hermana en el Señor nos haya herido, pero Él nos llama a “olvidar” el insulto, aceptar la sanidad de Dios y seguir adelante en amor. Pablo escogió “olvidar” sus actitudes, pensamientos y prácticas pecaminosas e impías y escogió olvidar también los caminos de su vieja naturaleza. Él escogió negar sus actitudes carnales y seguir adelante en fiel obediencia al Señor y a Sus propósitos.

Los caminos de la vieja naturaleza, los pecados que una vez nos envolvieron, o cualquier otra cosa que se inter-ponga entre los propósitos de Dios y nosotros deben ser “olvidados” o echados a un lado. No puede haber una verdadera victoria a menos que estemos dispuestos a olvidar estas cosas y a esforzarnos por alcanzar el propósito de Dios. 

¿Qué te está envolviendo hoy? ¿Qué necesitas dejar atrás? ¿Te estás aferrando a cosas que debes soltar? ¿Hay actitudes que necesitas rendir a Dios? ¿Necesitas perdonar a algún hermano o hermana? ¿Te has estado aferrando a algo que Dios quiere quitar? Que Dios nos dé Su gracia hoy para olvidar lo que Él nos está llamando a olvidar para que así podamos seguir adelante en la nueva vida que Él quiere dar.

 

Para meditar:

-  ¿Espera Dios que olvidemos de dónde venimos o las cosas que Él ha hecho por nosotros? ¿Qué significa olvidar lo que queda atrás?

-  ¿Hay cosas en tu vida hoy que Dios te dice que “olvides?” ¿Cuáles son? ¿Cómo te han entorpecido éstas en tu relación con el Señor en la actualidad?

 

Para orar:

Dios y Padre, te doy gracias por las cosas maravillosas que has hecho por mí. Te doy gracias porque me has sacado de mi pasado pecaminoso y has cambiado radicalmente mi vida. Te pido que me ayudes a nunca olvidar lo que has hecho por mí. Que eternamente esté agradecido a Ti por Tu obra de gracia y salvación. Señor, reconozco que me llamas a poner a un lado esas cosas que entorpecen hoy mi caminar contigo. Te pido que me muestres cuáles son esos obstáculos, y que me des Tu gracia para poner estas cosas a un lado ahora mismo para que así yo pueda seguir adelante en mayor intimidad y madurez en Ti.

 

10 - Esforzándonos por Alcanzar lo que está Delante

(13) Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante. (Filipenses 3:13, NVI)

Si queremos crecer en nuestro caminar con el Señor Jesucristo debemos cortar los lazos que nos unen a esas cosas que nos impiden avanzar. En el capítulo anterior vimos que el compromiso de Pablo era olvidar lo que quedaba atrás, y continuó diciendo en el versículo 13 que, habiendo olvidado lo que quedaba atrás, se esforzaba ahora por alcanzar lo que estaba delante.

La palabra “esforzarse” también puede interpretarse como “ponerse a prueba” o “emplearse al máximo”. Pablo estaba diciendo que él se empleaba al máximo en su esfuerzo por alcanzar la meta que Dios tenía para él. Hay quienes no piensan que “esforzarse” debe ser parte de la vida cristiana. Muchos evangelistas de nuestros días predican un evangelio de prosperidad, bienestar y comodidad. Les dicen a las personas que si vienen a Cristo todo le irá bien; sin embargo, a la primera señal de lucha, sus conversos se desconciertan y desilusionan porque no están preparados para la batalla que se encuentran enfrentando. No vinieron a Cristo para sufrir, sino que vinieron a Él, como muchos lo hicieron en los días de Jesús, por lo que Él podía hacer por ellos, y simplemente no están preparados para ser puestos a prueba.

Otros creyentes ven esforzarse como una falta de confianza en la obra del Espíritu de Dios. Tales piensan que si el Espíritu Santo está en control, no debe haber ninguna presión, y creen que la vida llena del Espíritu es una vida de constante paz y descanso. Esforzarse significa que estamos luchando con nuestras propias fuerzas por hacer lo que Dios quiere hacer en nosotros.

Pablo se comprometió a esforzarse en su caminar con el Señor Jesucristo. En 1 Corintios 9 él compara la vida cristiana a una carrera.

(24) ¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis.  (25) Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible.  (26) Así que, yo de esta manera corro, no como a la ven-tura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, (27) sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado. (1 Corintios 9:24-27)

Aquí Pablo habla de abstenerse, pelear, golpear y poner en servidumbre su cuerpo. Estas palabras hablan de esfuerzo, por lo cual hay un costo humano para caminar con el Señor. Al igual que un deportista, Pablo se exigía y disciplinaba a sí mismo en su caminar espiritual, y puso su cuerpo y su mente en sujeción a la voluntad y propósito de Dios. Él tuvo un papel activo, usando toda la fuerza y energía que Dios le daba, para convertirse en todo lo que Dios lo había llamado a ser.

Jesús les dijo a Sus discípulos que si querían seguirle debían tomar su propia cruz (Mateo 16:24), y Pablo les dijo a los creyentes tesalonicenses que debían orar sin cesar (1 Tesalonicenses 5:17). Además, alentó a Timoteo a procurar con diligencia presentarse ante Dios aprobado como quien usa bien la Palabra de Verdad (2 Timoteo 2:15). Pablo disciplinaba su cuerpo para sujetarlo a la causa de Cristo (1 Corintios 9:27). La vida cristiana requiere sacrificio, disciplina, estudio y sujeción, y todas estas cosas son parte del esfuerzo del que Pablo habla en este pasaje.

Habiendo dicho esto, es importante que entendamos el papel del Espíritu Santo en nuestra relación con Cristo. El periodo en el que Pablo vivió había personas en Galacia que enseñaban que los creyentes tenían que vivir la vida cristiana solo con su propio esfuerzo, y redujeron la vida cristiana a una serie de leyes y regulaciones que debían ser obedecidas. Escuchen la respuesta de Pablo a esta enseñanza:

(3:1) ¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado? (2) Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe? (3) ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne? (4) ¿Tantas cosas habéis padecido en vano? si es que realmente fue en vano. (5) Aquel, pues, que os suministra el Espíritu, y hace maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe? (Gálatas 3:1-5)

Pablo claramente condenaba a aquellos que enseñaban que el verdadero crecimiento en la vida cristiana se debía al puro resultado del esfuerzo humano. ¿Cómo pudiéramos conciliar la enseñanza de Pablo en Gálatas 3 con lo que él dice en Filipenses 3 acerca de esforzarse? Para entender esto debemos comprender primero cómo actúa el Espíritu Santo.

El Espíritu Santo Actúa en Colaboración con la Voluntad Humana

Debemos reconocer primeramente que el Espíritu Santo colabora con nuestra voluntad humana. Dios no nos quita nuestra libertad de elección. Analicemos por ejemplo lo que sucedió en el Huerto del Edén. Dios puso el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal en medio del huerto y les dijo a Adán y Eva que no debían comer de él. Cuando fueron tentados por Satanás, tanto Adán como Eva escogieron desobedecer. Dios no los detuvo, sino que les permitió desobedecer, y por tanto sufrieron las consecuencias de su desobediencia.

Escuchemos el consejo del apóstol Pablo a los efesios:

(29) Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. (30) Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. (31) Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. (32) Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. (Efesios 4:29-32)

Observemos que era posible que los creyentes de Éfeso entristecieran al Espíritu Santo y que permitieran que salieran palabras corrompidas de sus bocas. Ellos podían permitir que la amargura, la ira, el enojo, la gritería y la maledicencia se apoderaran de sus vidas. En todo el mundo los cristianos caen en el pecado y la desobediencia, y, sin embargo, Dios no siempre los detiene.

El Espíritu Santo quiere guiarnos, pero necesitamos escucharle y seguirle. No siempre nos obligará a ser obedientes, pero nosotros, como creyentes, debemos aprender a morir a nuestras propias ideas y planes para así seguir la voluntad y dirección del Espíritu. Incluso el apóstol Pablo luchó por caminar en obediencia a la dirección del Espíritu de Dios, y lo explica muy bien en Romanos 7 cuando dice:

(15) Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. (16) Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. (17) De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. (18) Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. (19) Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. (20) Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. (21) Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. (22) Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; (23) pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. (24)! ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? (Romanos 7:15-24)

Parte del esfuerzo de Pablo tenía que ver con aprender a sujetar su mente y su voluntad al propósito y voluntad del Espíritu Santo. El Espíritu de Dios nos guiará y nos capacitará, pero Él espera que nosotros colaboremos con Él, lo que supone esfuerzo y ser puestos a prueba.

 

El Espíritu de Dios Enviste de Poder el Cuerpo Humano

Hay una segunda verdad que debemos comprender en este contexto. El Espíritu de Dios enviste de poder a mentes y cuerpos humanos débiles. Pablo hablaba de esto en 2 Corintios 4:

(7) Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, (8) que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; (9) perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; (10) llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. (11) Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. (12) De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida. (2 Corintios 4:7-12)

El Espíritu Santo viene a vivir en cada hijo de Dios y derrama su maravilloso poder en débiles y frágiles “vasos de barro”. Nuestros cuerpos y nuestras mentes están sujetos a debilidad. Fijémonos en lo que Pablo dice de estos débiles vasos en los cuales el Espíritu de Dios mora. Él nos dice que pueden estar atribulados en todo, en apuros, perseguidos y derribados. Nuestros cuerpos sienten dolor y sufrimiento; y nuestras mentes quedan muchas veces desconcertadas por lo que Dios está haciendo. Parte del esfuerzo que Pablo experimentaba en el ministerio era el esfuerzo de su cuerpo y su mente humana. Él sabía lo que significaba ser apedreado o rechazado en las comunidades donde él predicaba. Sufrió físicamente por la causa del Señor y luchó por comprender lo que Dios estaba haciendo. ¿Cómo se sentiría ser echado de una ciudad tras otra? Imaginémonos el daño emocional que esto provocaría en la mente de Pablo. A veces pensamos que Pablo era un super-hombre y que no experimentaba las luchas emocionales que nosotros enfrentamos. Pero Pablo, al igual que tú y yo, era humano, y sabía lo que era sentirse desalentado y abatido, y se entristecía cuando las personas le daban la espalda al Señor Jesucristo. Escuchemos lo que compartió con los creyentes de Corinto en 2 Corintios 11:

(27) He pasado muchos trabajos y fatigas, y mu-chas veces me he quedado sin dormir; he sufrido hambre y sed, y muchas veces me he quedado en ayunas; he sufrido frío y desnudez. (28) Y como si fuera poco, cada día pesa sobre mí la preocupación por todas las iglesias. (2 Corintios 11:27-28, NVI)

Pablo iba sin dormir, sin agua, comida o ropas. Había un costo físico por servir. Observemos además que cada día pesaba sobre él la preocupación por las iglesias, por lo que también había un costo emocional que pagar. Él usa la palabra “pesar” para hablar de su preocupación por las iglesias, es decir, su preocupación era una gran carga en su corazón y en su mente. ¿Confiaba Pablo en que el Señor trabajaría en las vidas de sus convertidos? Por supuesto que sí. Pero a pesar de su confianza en Dios, todavía sentía un peso y una preocupación emocional profunda, y Dios aún le exigía un intenso esfuerzo físico.

¿Enfrentó la cruz Jesús sin esfuerzo o lucha? Escuchemos la descripción que hace Lucas de Jesús en el huerto justo antes de su crucifixión:

(44)  Y estando en agonía, oraba más intensa-mente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra. (Lucas 22:44)

Observemos cómo Lucas describe la angustia que Jesús sentía. Su cuerpo fue llevado hasta el límite al enfrentar la cruz; y sus emociones fueron puestas a prueba al angustiarse por lo que iba a ocurrir. ¿Confió Jesús en el Padre y en la obra del Espíritu Santo en medio de su agonía? Por supuesto que sí. La angustia y el esfuerzo no son necesariamente signos de desconfianza. Jesús sentía angustia física y emocional, pero escogió caminar en obediencia a Dios.

Si queremos caminar en obediencia al Espíritu Santo necesitaremos, como Pablo, disciplinar nuestros cuerpos y hacerlos nuestros esclavos. Esto significará enfrentar las luchas y las decepciones que se interpongan en el camino, tratar con cuerpos débiles y cansados, y enfrentar nuestros temores.

Pablo desafió a los creyentes a vestirse de toda la armadura de Dios para poder estar firmes contra las asechanzas del diablo (ver Efesios 6:10-18). Debemos estar preparados para una larga y violenta batalla. Nunca debemos pensar que la vida cristiana será fácil, más bien debemos esperar esfuerzo y lucha en lo adelante. Nuestros cuerpos se cansarán y nuestras mentes se desalentarán. En ocasiones nos sentiremos angustiados de espíritu, nuestras mentes lucharán por comprender los caminos de Dios, y estaremos en apuros y abatidos. Muchos maravillosos hombres y mujeres de fe antes que nosotros también enfrentaron lo mismo, y Jesús mismo supo lo que significaba estar cansado, desalentado y con angustia mental. Sin embargo, nada de esto nos debe impedir vivir como Dios demanda. El poder del Espíritu de Dios está en acción en nuestros cuerpos y mentes humanas frágiles. Nuestros cuerpos y mentes serán puestos a prueba, pero podemos caminar en obediencia y victoria debido a la presencia capacitadora de Dios.

Mi hijo solía jugar en un equipo de béisbol. En ocasiones el otro equipo no contaba con los suficientes jugadores para formar el equipo y tenían que abandonar el juego. El equipo de mi hijo ganaba sin haber jugado el partido. Así es como muchos creyentes quieren vivir la vida cristiana. Quieren ganar sin haber jugado el partido. No quieren esforzarse ni quieren recibir ningún golpe de la oposición. El Señor nos llama a jugar el juego de la vida. Esto significa enfrentar al equipo contrario liderado por Satanás mismo, quien tratará de hacer todo lo que pueda para quitarnos la pelota, hacernos tropezar o desalentarnos. Nuestros cuerpos se cansarán y nuestros corazones a veces se desalentarán. Sin embargo, los deportistas saben que tienen que superar estos obstáculos emocionales y físicos si quieren ganar el juego. A pesar de que habrá oposición, el Señor promete estar con nosotros. Él envestirá de poder nuestros débiles cuerpos y mentes y nos dará las fuerzas para seguir adelante. El dolor será real y la confusión innegable, pero así de real también será el aliento y el apoyo del Espíritu de Dios quien obrará en nosotros y a través de nosotros para cumplir Sus propósitos.

Pablo sabía que vivir la vida cristiana no sería fácil. Reconocía que a pesar de que el Espíritu Santo hiciera una maravillosa obra en él, debía someterse a la dirección de Dios y caminar en obediencia. Hubo momentos cuando Pablo no entendía los caminos de Dios. Llevaba en su cuerpo las marcas de la obediencia, su cuerpo estaba quebrantado y su mente estaba bajo una intensa presión, pero el Espíritu de Dios continuó envistiéndolo de poder y guardándole. ¿Estás dispuesto a esforzarte por alcanzar lo que está delante como Pablo lo hizo? ¿Te comprometerás a seguir al Señor aun cuando haya un costo físico y emocional que pagar? Que Dios nos dé Su gracia para ser siervos fieles y diligentes.

 

Para meditar:

-  ¿Cómo le responderías a aquellos que creen que la vida cristiana no debe presentar dificultades? ¿Qué nos enseñan Las Escrituras acerca de las luchas que inevitablemente encontraremos en nuestro camino cuando busquemos servir al Señor?

-  ¿Cuál es el papel que desempeña el Espíritu Santo en el crecimiento de nuestra relación con Dios? ¿Quita el Espíritu Santo todo “esfuerzo” en la vida cristiana? Explica.

-  ¿Cómo has estado esforzándote en tu vida cristiana? ¿Cómo crees que el Espíritu Santo quiere ministrarte cuando te encuentres esforzándote?

 

Para orar:

Dios y Padre, reconozco que me has llamado a batallar contra Satanás y el pecado. Reconozco que como soldado de la cruz habrá esfuerzo y arduo trabajo por delante. Te pido que me ayudes a soportar la presión y caminar en fidelidad. Te pido que ministres a mi debilidad, fortalezcas mi cuerpo y mi mente para que pueda servirte fielmente mientras me esfuerzo para alcanzar lo que está delante.

 

11 - Obteniendo el Premio

 

…prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. (Filipenses 3:14)

Es difícil perseverar si no tenemos un propósito. Sin embargo, un firme compromiso a un propósito nos da fuerzas para seguir adelante aun cuando las cosas se hacen difíciles. Pablo tenía un propósito muy claro en la vida. En el versículo 14 les dice a sus lectores que “proseguía a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.”

Fijémonos que la meta de Pablo era ganar un premio. Hay quienes creen que está mal que los creyentes se concentren en su recompensa, y enseñan que un creyente debe estar dispuesto a obedecer al Señor aun cuando no haya recompensa, simplemente porque es lo correcto. A pesar de que esto pueda ser cierto, no es la manera en que Dios actúa. El escritor a los Hebreos nos dice que Dios recompensa a aquellos que le buscan:

(6) Pero sin fe es imposible agradar a Dios; por-que es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan. (Hebreos 11:6)

La ley del Antiguo Testamento exigía que cuando un buey trillara el grano no debía ponérsele bozal (Deuteronomio 25:4). Esto nos muestra algo acerca del corazón de Dios incluso hacia los animales que Él creó: ponerle bozal a un buey le habría impedido comer el grano mientras trabajaba; pero Dios exigía que hasta un buey fuera recompensado por sus servicios. Pablo explicaba a Timoteo que si un buey era digno de ser recompensado, entonces aquellos que predicaran el evangelio debían ser recompensados doblemente.

(17)  Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar.  (18) Pues la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; y: Digno es el obrero de su salario. (1 Timoteo 5:17-18)

El apóstol Santiago les recordaba a sus lectores que Dios prometía una “corona de vida” a los que soportaran la tentación.

(12) Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman. (Santiago 1:12)

En repetidas ocasiones en el libro de Apocalipsis leemos acerca de las coronas que Dios les dará a los que le aman y perseveran hasta el fin (ver Apocalipsis 2:10; 3:11). Es cierto que Dios podría exigir servicio sin recompensa, pero no es esta la forma en la que Él trata a sus siervos. Dios recompensa a todo el que le sirve y se deleita en derramar Sus bendiciones sobre todos aquellos que le son fieles.

¿Cuál debe ser nuestra respuesta al deseo de Dios de recompensar a Sus siervos? Hace algún tiempo el Señor me mostró una imagen de un niño que había acabado de recibir de su padre un triciclo nuevo. Observaba a este niño cómo manejaba su triciclo en frente de su casa con gran alegría. Cuando miré hacia la casa alcancé a ver al padre observando por la ventana, y pude notar el deleite en su cara mientras observaba a su hijo disfrutando del regalo que él le había dado. El Señor me recordó aquel día que una de las mejores formas en que podemos decirle “gracias,” es disfrutando de sus regalos.

¿Le has hecho un regalo alguna vez a alguien y has visto cómo lo ponen a un lado y nunca lo usan? ¿Cómo te has sentido? Por otra parte, ¿no se ha deleitado tu corazón al ver que alguien disfruta lo que le has regalado? ¿Cómo crees que Dios se sentirá cuando creemos o enseñamos que disfrutar, deleitarse o desear Sus regalos y recompensas está mal?

Pablo estaba consciente de que era indigno del premio que Dios tenía para él; sin embargo, esto no le impidió llenarse de alegría y desearlo. Pablo vivió y sirvió para obtener la recompensa de Dios. Escribiendo a los Corintios decía:

(25) Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. (26) Así que, yo de esta manera corro, no como a la ven-tura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, (27) sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado. (1 Corintios 9:25-27)

Pablo corrió la carrera para obtener el premio, luchó para recibir su recompensa y vivió de tal manera que no fuera eliminado para recibir la corona de vencedor.

Jesús les enseñó a sus discípulos en Mateo 5 que se gozaran y alegraran por su galardón en los cielos.

(11)  Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. (12) Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros. (Mateo 5:11-12)

Por tanto, hacer menos sería un insulto al Dador del galardón.

El versículo 14 nos dice varias cosas del premio que Dios tenía para Pablo y para todos los que fielmente le sirven. Observemos primero en este versículo que el premio era un premio para el cual Pablo había sido llamado.

…prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. (Filipenses 3:14)

De esto entendemos que el llamamiento de Dios en la vida de Pablo era para que viviera y ministrara de tal modo que recibiera el premio preparado para él. Dios no espera menos de nosotros hoy; pero no todos los creyentes recibirán el premio porque muchos se conforman con vivir sus vidas con un mínimo de esfuerzo y trabajo. Pablo habla de esto en 1 Corintios 3:

(12)  Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hoja-rasca, (13) la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará.  (14) Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. (15) Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego. (1 Corintios 3:12-15)

El apóstol le decía a la iglesia en Corinto que su obra como creyentes sería probada por fuego, y que sólo la obra de aquellos que sobreviviera recibiría la recompensa. Esto implica que habrá creyentes que no recibirán la recompensa que Dios ha preparado para ellos. La intención de Pablo, de acuerdo a Filipenses 3:14, era vivir y ministrar de tal modo que recibiera lo que Dios tenía para él, pero esto requeriría un servicio fiel y duro.

La segunda cosa que descubrimos con respecto al premio que Dios había preparado para Pablo era que no era de este mundo. El versículo 14 nos dice que Dios le hizo un llamamiento supremo a Pablo para su recompensa. Hay personas que sirven a Dios por lo que pueden recibir de Él en esta vida, y enseñan que si somos fieles, Dios nos bendecirá con dinero y posesiones en este mundo. Ciertamente Dios puede hacerlo, pero no es lo que Pablo está diciendo en el pasaje. Él les decía a los filipenses en el versículo 14 que su gran recompensa estaba en los cielos. Pablo, al igual que el Señor Jesús, tenía muy pocas posesiones en esta vida. De hecho, muchos de los siervos de Dios tienen muy poco que les pertenezca.

El escritor a los Hebreos habla así de hombres y mujeres en Hebreos 11:

(32) ¿Y qué más digo? Porque el tiempo me falta-ría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los pro-fetas; (33) que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, (34) apagaron fuegos impetuosos, evita-ron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros. (35) Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección. (36) Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. (37) Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de es-pada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; (38) de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. (Hebreos 11:32-38)

Fijémonos que estas personas, aunque eran poderosos en la fe, sufrieron mucho: enfrentaron la furia de las llamas y la espada, sus hijos fueron masacrados y ellos fueron torturados, azotados y echados en prisión, y otros fueron apedreados o aserrados. El escritor a los Hebreos nos cuenta que anduvieron por desiertos y cuevas vestidos con pieles de ovejas y cabras. A estas personas no les preocupaba el dinero o las posesiones terrenales porque buscaban su premio y su recompensa en los cielos.

En tercer lugar, Pablo nos recuerda en el versículo 14 que su premio estaba en Cristo Jesús. Ya hemos visto que el deseo de Pablo era “estar en Cristo.” La recompensa de la que Pablo habla aquí es para los que están en Cristo Jesús. La recompensa de Dios es para Sus hijos, y sólo los que han aceptado al Señor Jesucristo y lo reconocen como su Salvador serán recompensados de esta forma. Pablo ya había experimentado la maravillosa salvación de Dios a través del Señor Jesucristo, por lo que entonces esperó con ansias el premio que está guardado sólo para aquellos que creen en Cristo Jesús y le sirven fielmente.

Hay algo más que debemos mencionar con respecto al premio del que Pablo habla aquí en el versículo 14. Si queremos ganar este premio, debemos hacerlo de acuerdo a las reglas que Dios ha puesto en Su Palabra. Escribiendo a Timoteo, el apóstol declara:

(5) Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente. (2 Timothy 2: 5)

¿Qué les sucede a los deportistas que son atrapados haciendo trampa? ¿No quedan acaso eliminados y sin derecho a ganar el premio? Seguir adelante para recibir el premio implica caminar en obediencia a La Palabra de Dios. Cuando somos maltratados podemos comportarnos carnalmente, y fácilmente ponemos en peligro nuestra fe cuando enfrentamos pruebas u oposición. Sin embargo, el premio es para aquellos que rehúsan poner en peligro su fe, para aquellos que son fieles a La Palabra de Dios. Tenemos que aprender a servir como Dios demanda si queremos recibir el premio.

Dios nos ha llamado a vivir y ministrar de tal modo que recibamos el premio que Él ha preparado para nosotros. ¿Estás preparado para esforzarte como se requiere para ganar ese premio? ¿Vivirás en obediencia a Sus exigencias y competirás legítimamente? Dios se complace en galardonar a Sus siervos, y espera que también nosotros nos deleitemos en recibir su recompensa. Él está esperando en la línea de meta con el premio en Sus manos. ¿Completarás la carrera y reclamarás el premio? Correr la carrera que está delante de nosotros requerirá enfrentar luchas y tentaciones, y superar muchos obstáculos; sin embargo, no te desalientes, deja que el pensamiento de tu recompensa te bendiga y te guarde en tus pruebas. Esfuérzate por agradar y honrar a Dios siguiendo adelante para recibir el premio.

 

Para meditar:

-  ¿Está mal que el creyente busque una recompensa?

-  ¿Qué aprendemos aquí acerca del carácter de Dios y Su deseo de recompensar a aquellos que son fieles?

-  ¿Nos recompensa Dios siempre en esta vida? Explica.

-  ¿Cómo vive la persona que se esfuerza por obtener su recompensa? ¿Cuál es el requisito para recibir la recompensa?

-  ¿De qué manera tener conocimiento de nuestra recompensa nos da valor para enfrentar las pruebas en esta tierra?

 

Para orar:

Dios y Padre, nos llena de alegría saber que a pesar de que pudieras exigir que te sirviéramos sin ninguna re-compensa, has escogido recompensar a todo aquel que te sirve fielmente. Perdónanos por no buscar vivir más para obtener esa recompensa. Ayúdanos hoy a darnos cuenta que nos has llamado a correr la carrera para recibir el premio. Muéstranos dónde en nuestra vida no te hemos sido fieles y enséñanos lo que significa vivir y ministrar para obtener el premio al cual nos has llamado. Que conocer que deseas recompensarnos nos dé valor y fuerzas para perseverar.

 

12 - Una Visión Madura

 

(15) Así que, todos los que somos perfectos (maduros, ESV), esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios. (Filipenses 3:15)

¿Qué es la madurez cristiana? Todos hemos visto programas de discipulado basados solamente en doctrina. Se supone que, si les enseñamos la verdad a las personas, serán maduros o perfectos. Sin embargo, a pesar de que las doctrinas son muy importantes, no son la medida de la madurez. Se puede conocer la verdad de Dios y Sus caminos y aun así ser inmaduro en la fe.

Un enfoque más legalista evalúa la madurez cristiana por el estilo de vida. La persona madura, de acuerdo a esta visión, vive su vida de acuerdo a un grupo de reglas y tradiciones. A pesar de que es importante que vivamos en obediencia a La Palabra de Dios, el estilo de vida no es la medida de una verdadera madurez. Las iglesias están llenas de creyentes que hacen las cosas correctas, pero sus corazones no están bien con Dios.

No existía un grupo más dedicado a vivir la “vida piadosa” que los fariseos. Estas personas discutían de doctrina y vivían vidas muy estrictas, pero no conocían a Cristo. Me temo que existen muchas personas como éstas en la iglesia hoy en día. Aparentemente son “buenos cristianos,” y parecen hacer todas las cosas correctas. Pueden decir de memoria las doctrinas de la fe y citar capítulos y versículos para probar lo que están diciendo; sin embargo, debajo de la doctrina y del estilo de vida yace una relación muy superficial con el Señor Jesucristo, y si les quitamos esta apariencia vemos que están vacíos. Pablo enseña que la madurez en la vida cristiana tiene que ver más con nuestra relación con Cristo que con lo bien que conozcamos un grupo de doctrinas o practiquemos cierto modo de vida.

En el versículo 15 Pablo les recordaba a los filipenses que todos los que fueren maduros (perfectos) debían tener la misma visión de la vida. Él expresó esta visión en los versículos que analizamos en este estudio. ¿Qué es la madurez cristiana de acuerdo a Pablo? Para responder esta pregunta hagamos un resumen de lo que hemos visto hasta ahora:

Primero, Pablo entendía que la madurez tenía que ver con las prioridades en la vida. En los versículos 7 y 8 él les dice a los filipenses que consideraba todo como basura comparado con conocer a Cristo Jesús. Él estaba dispuesto a poner todo a un lado para conocer a Cristo y caminar en mayor comunión con Él. Hay quienes enseñan que de lo que se trata la vida cristiana es de ser bendecidos y prósperos en esta tierra. El antiguo mensaje de tomar nuestra propia cruz y entregar nuestras vidas parece estar perdiendo terreno. Pero Pablo enseñaba que todo lo que ganemos en la vida debe verse como basura en comparación con conocer a Cristo. Él no se aferró a algo de manera tal que después no pudiera rendirlo por la causa de su Señor. La madurez tiene que ver con tener las prioridades correctas en la vida.

En segundo lugar, los creyentes disfrutan de una posición ante Dios. Pablo enseñó que los cristianos maduros son hallados “en Cristo” (versículo 9). Esto quiere decir que experimentan la aceptación de Cristo y son cubiertos por Su justicia, y que para ganar el favor de Dios no confían en sus propios esfuerzos ni ponen peso en sus logros, sino que experimentan y aceptan la justicia de Cristo como la suya propia y confían que solo ella les da una posición de justicia delante del Padre. Disfrutan de su posición con Dios y aprenden a caminar en los privilegios que les pertenecen ahora como Sus hijos.

En tercer lugar, los cristianos maduros quieren experimentar el poder de resurrección de Cristo. Este es el poder que trae vida a lo que está muerto dentro de ellos y les da la victoria sobre el pecado y sus efectos. Los cristianos maduros aprenden constantemente a vivir en el poder de la victoria de Cristo sobre el pecado y la tumba.

En cuarto lugar, los creyentes maduros son partícipes de los padecimientos de Cristo. No están exentos de sufrimientos, pero sienten Su presencia y capacitación mientras atraviesan el valle de sombra de muerte, y se comprometen a seguir Su ejemplo de fidelidad, obediencia y esperanza en las pruebas y luchas de la vida.

Finalmente, los cristianos maduros comprenden que no son perfectos, y se comprometen a crecer en su relación con Cristo. A pesar de ser maduro, Pablo continuaba aprendiendo y creciendo a través de toda su vida, y su compromiso fue seguir adelante, echando a un lado todo lo que le obstaculizara mientras se esforzaba por alcanzar la meta. Parte de la madurez de Pablo tenía que ver con reconocer sus propios defectos y debilidades.

No debemos nunca confundir madurez con perfección. El único hombre perfecto que haya vivido alguna vez en esta tierra fue Jesús. El rey David cayó en el pecado de adulterio y homicidio, y sus hijos fueron rebeldes y cometieron terribles pecados; sin embargo, Dios lo describe como un hombre “conforme a su corazón” (Hechos 13:22). David, al igual que Pablo, sintió muchas veces el peso de su pecado. Cuando cayó, confesó su pecado, se levantó y continuó su búsqueda de Dios, por lo que esto le fue tenido en cuenta como madurez.

¿Cómo es la madurez para el creyente? Es más que un grupo de doctrinas o reglas, es un compromiso con una persona, un privilegio y un proceso. Los creyentes maduros están comprometidos a conocer a Cristo, experimentar todo lo que les pertenece en su nueva posición para con Dios y están decididos a crecer en mayor intimidad, conocimiento y poder como hijos de Dios.

Muy importantes son las palabras de Pablo en este versículo: “…y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios.” Sería muy probable interpretar que Pablo quisiera decir: “Dios demostrará que estoy en lo cierto;” pero el énfasis de Pablo en estas palabras no es acerca de que Dios demostraría que él estaba en lo cierto, sino acerca de aclararle algo a Sus hijos. Pablo está hablando aquí de madurez en Cristo. Él comprendía cuán importan-te era para Dios ver a Sus hijos crecer y convertirse en creyentes maduros, y creía con todo su corazón que Dios les revelaría a Sus hijos ese camino a la madurez.

¿Quién de nosotros no ha sostenido a un niño en sus brazos y ha dicho: “Ojalá fueran así siempre?” Es maravilloso abrazar y cargar en nuestros brazos a los niños pequeños, y es una delicia observarlos y jugar con ellos, pero no importa cuánto nos deleitemos con nuestros niños, nuestro deseo será verlos crecer y convertirse en adultos maduros y responsables. Dios también siente lo mismo por Sus hijos. Su gran deleite es vernos pasar de la infancia espiritual a ser adultos maduros. Él quiere que crezcamos en la capacidad de confiar y caminar con Él, y quiere que descubramos los dones y el potencial que ha puesto en cada uno de nosotros. Sin embargo, Su corazón se entristece al ver que algunos de Sus hijos no pasan del nivel de un niño en su fe y no están preparados para verdades y experiencias más profundas en Él. El escritor a los Hebreos habla de esto en Hebreos 5 cuando escribe:

(12)  Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido.  (13) Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, por-que es niño; (14) pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal. (Hebreos 5:12-14)

También Pablo les recordó a los corintios que él había dejado lo que era de niño cuando se convirtió en hombre, y les exhortó a hacer lo mismo en su caminar espiritual.

(11) Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño. (1 Corintios 13:11)

Pablo confiaba tanto en el compromiso de Dios de hacer que Sus hijos maduraran que les dijo a los filipenses que Dios les revelaría el camino a la madurez, y les aseguró que Dios completaría la obra que había comenzado en sus vidas:

(6) …estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo. (Filipenses 1:6)

Escuchemos lo que Dios dijo a través de Su siervo Isaías:

(9)  Yo que hago dar a luz, ¿no haré nacer? dijo Jehová. Yo que hago engendrar, ¿impediré el nacimiento? dice tu Dios. (Isaías 66:9)

¿Qué ha estado Dios haciendo nacer en tu vida? ¿Qué ha comenzado a hacer en ti? Lo que Dios comienza en nosotros también quiere perfeccionarlo. Observemos cómo el escritor a los Hebreos describe al Señor Jesús en Hebreos 12:2:

(2) …puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. (Hebreos 12:2)

Jesús no sólo es el autor de nuestra fe sino también el consumador, es decir, no sólo nos lleva a tener una relación con el Padre, sino que también la desarrolla y la hace madurar. Pablo sabía que Dios no iba a abandonar a Sus hijos y que continuaría la obra en sus vidas y los haría madurar. Pablo tenía confianza en que Dios les revelaría a Sus hijos el camino a la madurez.

¿Comprendes que Dios ha invertido en ti hoy? Su hijo ha muerto por ti y te ha puesto en una posición de justicia para con Él.  Él te ha aceptado como Su hijo y es su deseo verte crecer y madurar en Él. ¿Estás preparado para dejar a Dios hacer Su obra en ti? ¿Permitirás que Él exponga tus defectos y debilidades? ¿Permitirás que Él use las circunstancias por las que estás pasando hoy para enseñarte acerca de tu necesidad? Él quiere perfeccionar lo que está haciendo en tu vida y está comprometido en esta tarea. Él no te abandonará, y te revelará el camino si estás preparado para escucharle y seguirle.

A pesar de que las pruebas y los sufrimientos de la vida son muchas veces difíciles, también tienen el propósito de llevarnos a una mayor madurez, la cual, a su vez, nos lleva a una mayor experiencia y conocimiento de Dios.

 

Para meditar:

-  ¿Cómo define Pablo la madurez en Cristo? ¿Cuáles son algunas de las falsas o incompletas maneras de definir la madurez cristiana?

-  ¿Cuál es la diferencia entre madurez y perfección? ¿Tenemos que ser perfectos para ser maduros?

-  ¿Puede un creyente maduro caer en el pecado? ¿Cuál es la respuesta del creyente maduro cuan-do cae en el pecado?

-  ¿Qué aprendemos aquí acerca del deseo de Dios para nuestra madurez?

-  ¿Qué ha estado Dios mostrándote acerca de ti mismo y de tus defectos y debilidades? ¿Qué quiere Él que hagas con respecto a estas cosas?

 

Para orar:

Dios y Padre, te doy gracias por tu gran paciencia para conmigo al buscar crecer en mi caminar contigo. Te pido me perdones por caer en la trampa de creer que soy maduro si mi doctrina y mi modo de vida están bien. Te pido me enseñes a amarte como Pablo lo hacía. Trae luz donde hay oscuridad y dame de Tu gracia para caminar contigo y disfrutar de mi herencia como hijo Tuyo. Gracias por tu compromiso de verme madurar en mi caminar contigo y te pido me reveles el camino a la madurez en mi vida. Te doy gracias por tener la confianza de que la obra que comenzaste en mí, la perfeccionarás. Gracias porque puedes usar todo lo que sufro en esta vida para llevarme a una mayor madurez y a una mayor relación contigo.

 

13 - Viviendo de Acuerdo a lo Que Ya Hemos Alcanzado

 

En todo caso, vivamos de acuerdo con lo que ya hemos alcanzado. (Filipenses 3:16, NVI)

¡Qué privilegio es conocer a hombres y mujeres de fe que han dejado que Dios los perfeccione en el horno de fuego de la vida! Estas personas han experimentado a Dios de maneras poderosas. Pienso en Daniel en el foso de los leones o en sus tres amigos en el horno abrasador y me doy cuenta que ellos experimentaron a Dios en maneras que yo nunca lo he hecho. A aquellos que han atravesado el fuego de la aflicción se les ha arrancado su orgullo, han sido probados hasta las últimas consecuencias y la presencia de Cristo Jesús es muy poderosa en ellos.

A pesar de que las tribulaciones y las pruebas están diseñadas para fortalecernos, hay creyentes que no aceptan lo que Dios permite que les ocurra en sus vidas. Tales creyentes no comprenden que Dios quiere que aprendan de los momentos difíciles, y rehúsan ser moldeados por las pruebas que Dios pone en su camino; se aferran tercamente a sus actitudes pecaminosas, y se resisten a ser afligidos, por lo que al final terminan endurecidos y amargados, pues lo que estaba diseñado para fortalecerlos y perfeccionarlos, los ha hecho en realidad más débiles.

En Filipenses 3:16 Pablo desafía a los filipenses a vivir de acuerdo con lo que ya habían alcanzado. No vienen victorias en la vida cristiana fácilmente, sin embargo, ¡cuán fácilmente renunciamos a las victorias que Dios nos ha dado! Jesús da un ejemplo de esto en Mateo 12.

(43) Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla. (44) Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla desocupada, barrida y adornada. (45) Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala generación. (Mateo 12:43-45)

En este pasaje Jesús habla de un hombre que ha sido liberado del poder de un espíritu inmundo. Sin embargo, este hombre no se protege de futuros ataques y por tanto el espíritu inmundo regresa con otros siete peores que él. La condición final de ese hombre es peor que la primera: el enemigo le arrebata su victoria, y con la ayuda de los demás, ocupa incluso más territorio.

Vemos que esto ocurre también en nuestros días: naciones enteras que han sido impactadas poderosamente por el evangelio, han regresado a su anterior estado, y creyentes, que una vez fueron vibrantes testigos del Señor Jesucristo, han caído y le han dado la espalda a Dios. Hay una batalla en todo el mundo por los corazones y almas de hombres y mujeres, y Satanás no estará satisfecho hasta que nos haya arrebatado cada victoria que Dios nos ha dado.

Hay un poderoso pasaje en 2 Samuel 23 donde el autor habla de Eleazar, uno de los valientes de David.

(9)  Después de éste, Eleazar hijo de Dodo, ahohíta, uno de los tres valientes que estaban con Da-vid cuando desafiaron a los filisteos que se habían reunido allí para la batalla, y se habían alejado los hombres de Israel. (10) Éste se levantó e hirió a los filisteos hasta que su mano se cansó, y quedó pegada su mano a la espada. Aquel día Jehová dio una gran victoria, y se volvió el pueblo en pos de él tan sólo para recoger el botín. (2 Samuel 23:9-10)

Cuando todos los valientes de David se habían retirado, solo Eleazar se levantó con su espada en mano para enfrentar al enemigo. Aun cuando sus amigos lo habían abandonado, Eleazar perseveró. El versículo 10 nos cuenta que “éste se levantó e hirió a los filisteos hasta que su mano se cansó, y quedó pegada su mano a la espada.” Él es un ejemplo poderoso de lo que Pablo nos está enseñando aquí en Filipenses 3:16.

Pablo desafío a los creyentes de Filipos a defender celosamente las victorias que Dios les había dado y a vivir de acuerdo con lo que ya habían alcanzado en su caminar con Dios. Esto nos dice algo importante acerca de la vida cristiana: el hecho de que Pablo le advierta a los filipenses de esto nos recuerda que es posible deslizarnos atrás en nuestro caminar espiritual. ¿Has tratado alguna vez de nadar en contra de la corriente cuando está fuerte? Se requiere todas nuestras fuerzas para seguir adelante. La fuerza del agua está en nuestra contra, y si no seguimos moviéndonos, nos encontraremos río abajo donde comenzamos. Vivir la vida cristiana puede ser así de alguna manera.

A pesar de que nuestra salvación no se nos puede arrebatar, sí podemos, en cambio, perder terreno en lo espiritual. Sólo tenemos que mirar a nuestro alrededor para ver cómo hombres y mujeres han perdido su fervor por el Señor o se han desviado de la verdad de Su Palabra, muchos de los cuales son incluso difíciles de distinguir de los incrédulos.

Analiza por un momento las victorias que Dios te ha dado en tu vida. Su poder de resurrección le ha dado vida a aquello que había sido dañado por el efecto mortífero del pecado. A través de las circunstancias de tu vida, Él te ha dado victorias sobre pensamientos y actitudes pecaminosas. Analiza las lecciones que Él te ha enseñado: has visto Su provisión en maravillosas maneras, le has visto envestirte de poder al servirle, y le has visto vencer enormes obstáculos en tu vida. Estas son poderosas lecciones, y, sin embargo, ¿por qué parecemos luchar en igual medida cuando enfrentamos nuevamente los mismos problemas? ¿Por qué parece que estemos destinados a volver a aprender las mismas lecciones una y otra vez? ¿Por qué necesito volver a conquistar el mismo territorio en mi vida? ¿Realmente he aprendido las lecciones que Dios me ha enseñado? ¿He defendido el progreso que he hecho en mi caminar con Él o el enemigo me ha arrebatado mis victorias? ¿Habré sido negligente y descuidado en cuanto a preservar lo que Dios ha estado haciendo en mí?

Pablo sabía que los filipenses serían tentados a descuidar su caminar con Dios, y que también serían tentados a transigir o a ceder. Donde vivo, he visto al enemigo arrebatarnos nuestra herencia cristiana: la oración y la Biblia han sido sacadas de nuestras escuelas, he visto a las que una vez fueron iglesias efervescentes alejarse de la verdad de la Palabra de Dios, y he visto a creyentes cuestionar y reinterpretar la clara enseñanza de la Palabra de Dios para satisfacer su necesidad.

Recuerdo que conversaba con un señor mayor en una iglesia a la que asistía hace unos años. Hablando de su denominación, me decía: “Wayne, solíamos tener una luz en esta isla, pero ahora esa luz se ha apagado.” Analicemos las tierras donde el apóstol Pablo predicó el evangelio. ¿En qué situación se encuentran esos países hoy? Países que en su tiempo fueron los grandes emisores de misioneros, ahora allí la iglesia simplemente lucha por existir. ¡Cómo debemos alabar al Señor por la forma en que se está extendiendo el evangelio en muchos países hoy! Sin embargo, la advertencia de Pablo sigue vigente: aférrate a lo que has conseguido. La historia tiende a repetirse, y si cedemos, el enemigo penetrará nuestras filas. Él ya está haciendo lo imposible para influir en las mentes y las actitudes de la próxima generación, y si no somos cuidadosos en defender lo que Dios nos ha dado, el enemigo nos lo arrebatará.

Muchas de las victorias que tenemos en la vida cristiana han llegado a través de grandes luchas y sufrimientos. ¿Le devolveremos al enemigo el territorio que hemos ganado? ¿Permitiremos que nos arrebate las lecciones que tan maravillosamente Dios nos ha enseñado? ¿Permitiremos que se apodere de las mentes y los corazones de nuestros hijos? ¿Observaremos cómo nuestras iglesias se desvían de la verdad? Que Dios nos dé el corazón de Eleazar para que el enemigo no obtenga nada. Nos levantaremos y defenderemos lo que Dios ha estado haciendo en nosotros, y viviremos de acuerdo con lo que ya hemos alcanzado.

Todo esto traerá consigo lucha y dolor. La mano de Eleazar estaba adolorida, sus músculos acalambrados y pegados a la espada, pero nunca dejó que el enemigo se apoderara de lo que Dios les había entregado, sino que perseveró hasta el final. Que esta también sea nuestra actitud cuando enfrentemos las luchas de esta vida. Que Dios recompense nuestra fidelidad, y encontremos nuestro mayor consuelo y descanso en Él.

 

Para meditar:

-  ¿Qué lecciones te ha enseñado el Señor? ¿Realmente has aprendido estas lecciones o te encuentras batallando con las mismas cosas una y otra vez?

-  Toma un momento para analizar las victorias que el Señor te ha dado. ¿Qué necesitas hacer para defender esas victorias y continuar caminando en ellas?

-  ¿Qué ejemplos ves a tu alrededor de territorios espirituales una vez conquistados pero que ahora han sido ocupados nuevamente por el enemigo?

 

Para orar:

Señor Jesús, te doy gracias por las tantas victorias que me has dado en la vida. Te pido que no tome esas victorias a la ligera y que me des el espíritu de Eleazar quien se rehusó a dejar que el enemigo tomara algún territorio. Te pido me ayudes a aprender lo que me has estado enseñándome, y que abras mis ojos para ver cómo el enemigo ha estado tratando de arrebatarme mis victorias. Te pido me des de Tu gracia y Tus fuerzas para resistirle y para disciplinarme a mí mismo para así vivir de acuerdo con lo que ya he alcanzado. Que nunca me rinda, sino que siempre me esfuerce por alcanzar el premio al cual me estás llamando en los cielos.

 

Distribución Literaria Light To My Path

[Lumbrera a mi camino]

 

Lumbrera a Mi Camino (LTMP, por sus siglas en inglés) es un ministerio de producción y distribución literaria con el objetivo de alcanzar a obreros cristianos necesitados en Asia, América Latina y África. Muchos de esos obreros cristianos en países en vías de desarrollo no cuentan con los recursos necesarios para obtener entrenamiento bíblico ni comprar materiales para el estudio bíblico en sus ministerios y su crecimiento personal. F. Wayne Mac Leod es miembro de ACTION International Ministries y ha estado escribiendo estos libros con el fin de distribuirlos a pastores, así como a todo tipo de obreros cristianos que los necesiten alrededor del mundo.

Hasta la fecha, miles de estos libros que distribuimos están siendo utilizados en la predicación, la enseñanza, el evangelismo y la exhortación de creyentes a nivel local en más de cuarenta países. Muchos de estos libros ya han sido traducidos al hindi, al francés, al haitiano creole y al español. La meta es hacer que puedan estar disponibles a tantos creyentes como sea posible.

El ministerio de LTMP se basa en la fe, y confiamos en el Señor para la provisión de los recursos necesarios para distribuir los libros, con el objetivo de alentar y fortalecer a los creyentes a nivel mundial. ¿Te gustaría orar para que el Señor abra más puertas para la traducción y la correspondiente distribución de estos libros?