Una Mirada Devocional a la Manera en que Moisés Preparó a Su pueblo para Entrar a la Tierra Prometida
F. Wayne Mac Leod
Copyright © 2010 by F. Wayne Mac Leod
Revisado Abril/ 2016
Todos los derechos reservados. No puede reproducirse ni transmitirse parte alguna de este libro sin el previo consentimiento por escrito de su autor.
Todas las citas bíblicas, a menos que se indique otra versión, han sido tomadas de la Santa Biblia Nueva Versión Internacional (NVI).
Especial agradecimiento a los revisores y correctores del texto, Diane MacLeod y Pat Schmidt, sin los cuáles este libro hubiera sido mucho más difícil de leer.
Traducción al español: Lic. Yaíma Gutiérrez
Revisado por David Gomero y Dailys Camejo (Traducciones NaKar)
Tabla de Contenidos
- Introducción al libro de Deuteronomio
- 1 – Deuteronomio 1:1-46 – La Toma de Posesión
- 2 – Deuteronomio 2:1-37 – Hacia la Tierra Prometida
- 3 – Deuteronomio 3:1-29 – La Ocupación de la Zona Oriental del Jordán
- 4 – Deuteronomio 4:1-43 – Un Llamado a la Obediencia
- 5 – Deuteronomio 4:44-5:33 – Las Exigencias de Dios para Su Pueblo
- 6 – Deuteronomio 6:1-25 – La Obediencia a Sus mandamientos
- 7 – Deuteronomio 7:1-26 – La Destrucción de sus Enemigos
- 8 – Deuteronomio 8:1-20 – En la Prosperidad, no se Olviden de Dios
- 9 – Deuteronomio 9:1-29 – No Es por Tu justicia
- 10 – Deuteronomio 10:1-22 – Respondiendo a las Bendiciones de Dios
- 11 – Deuteronomio 11:1-32 – Gerizim y Ebal
- 12 – Deuteronomio 12:1-32 – Adorando a Dios
- 13 – Deuteronomio 13:1-18 – Tentaciones Internas
- 14 – Deuteronomio 14:1-29 – La Santidad en las Comidas y en las Dádivas
- 15 – Deuteronomio 15:1-23 – Cancelación y Pago de Deudas
- 16 – Deuteronomio 16:1-17 – Tres Celebraciones Anuales
- 17 – Deuteronomio 16:18-17:20 – Jueces y Reyes
- 18 – Deuteronomio 18:1-22 – Sacerdotes, Levitas y Profetas
- 19 – Deuteronomio 19:1-21 – Homicidio y Robo
- 20 – Deuteronomio 20:1-20 – Preparación para la Guerra
- 21 – Deuteronomio 21:1-23 – Leyes en cuanto al Homicidio y a la Vida Familiar
- 22 – Deuteronomio 22:1-12 – Leyes en Cuanto al Respeto por la Vida y las Propiedades
- 23 – Deuteronomio 22:13-30 – Leyes en Cuanto a la Conducta Sexual
- 24 – Deuteronomio 23:1-25 – La Impureza y las Responsabilidades Sociales
- 25 – Deuteronomio 24:1-22 – Matrimonios, Prendas y Extranjeros
- 26 – Deuteronomio 25:1-19 – Respeto y Juicio
- 27 – Deuteronomio 26:1-19 – Primicias y diezmos
- 28 – Deuteronomio 27:1-26 – Más de Gerizim y Ebal
- 29 – Deuteronomio 28:1-68 – Bendiciones y maldiciones
- 30 – Deuteronomio 29:1-29 – Un Recordatorio
- 31 – Deuteronomio 30:1-20 – Escojan la Vida
- 32 – Deuteronomio 31:1-29 – Josué, un cántico y la Palabra
- 33 – Deuteronomio 31:1-32:47 – El cántico de Moisés
- 34 – Deuteronomio 32:48-33:29 – Moisés Bendice a su Pueblo
- 35 – Deuteronomio 34:1-12 – El Deceso de Moisés
INTRODUCCIÓN AL LIBRO DE DEUTERONOMIO
Autor:
No hay dudas de que es Moisés el autor de Deuteronomio, lo cual se evidencia en las palabras iniciales del libro. En Deuteronomio 1:1 leemos:
Éstas son las palabras que Moisés dirigió a todo Israel en el desierto al este del Jordán, es decir, en el Arabá, frente a Suf, entre la ciudad de Parán y las ciudades de Tofel, Labán, Jazerot y Di-zahab.
Otras referencias de Moisés como autor pueden hallarse en Deuteronomio 29:1 y 31:1.
Deuteronomio 31:9 deja en claro que “esta ley” había sido escrita por Moisés y dada a los sacerdotes y levitas para ser llevada en el Arca de la Alianza.
Moisés escribió esta ley y se la entregó a los sacerdotes levitas que transportaban el arca del pacto del SEÑOR, y a todos los ancianos de Israel.
En el Nuevo Testamento se citan pasajes de Deuteronomio, y se le atribuyen a Moisés. El siguiente cuadro nos brinda tres ejemplos:
Hay además una serie de pasajes del Antiguo Testamento que se refieren al “Libro de la Ley de Moisés” o a la “Ley de Moisés” (véase Josué 8:31; II Reyes 14:6; II Crónicas 23:18; Daniel 9:11). Todas estas referencias nos muestran que por lo general se entendía, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, que Moisés había sido el escritor de este libro.
Si bien a Moisés se le atribuye la autoría del libro, también es probable que algunas porciones hayan sido escritas por alguien cercano a él. Por ejemplo, es evidente que el capítulo 34, donde se describe el fallecimiento de Moisés, fue escrito por otra persona. El lenguaje en este capítulo nos muestra que Moisés no escribió acerca de su propia muerte; alguien que le conocía registró los acontecimientos y los añadió al relato.
Trasfondo:
Deuteronomio contiene las palabras de Moisés al pueblo de Dios, que se encontraba junto al río Jordán, listo para pasar hacia la tierra que el Señor había prometido a sus antepasados. El pueblo había atravesado el desierto, conquistado la tierra al oriente del Jordán, y ahora se encontraban a punto de ocuparla. Sabiendo que él no atravesaría con ellos el río, Moisés dedicó tiempo antes de morir para exhortarles e instruirles en cuanto a cómo debían vivir en la tierra que el Señor les estaba dando.
“Deuteronomio” significa literalmente “segunda ley”, debido a que la ley de Dios para Su pueblo se reitera a medida que ellos se preparan para entrar a la Tierra Prometida.
En este libro Moisés hace tres cosas. En primer lugar, le recuerda a Israel lo que el Señor ha hecho por ellos y Su maravilloso amor. En segundo lugar, le instruye sobre lo que Dios le exige al ocupar la tierra al occidente del Jordán. Por último, les habla de las bendiciones que poseerían mediante la obediencia, así como de las maldiciones que sobre ellos caerían si se alejaban de su Señor.
Importancia del libro para nuestros días
Deuteronomio es importante por lo que nos enseña sobre el amor de Dios hacia Su pueblo. Moisés les recuerda una y otra vez que ellos eran objeto del afecto especial y de la devoción de Dios, no porque se merecieran esta atención. En todo caso ellos eran un pueblo rebelde y quejoso. Dios nos muestra Su afecto a pesar de nuestras faltas y pecados. Él nos escoge y se compromete con nosotros por amor. Aunque ninguno de nosotros lo merece, sería una necedad rechazar Su amor por no ser dignos de recibirlo.
Dios ofreció a Su pueblo una tierra propia porque los ama. El pueblo de Dios debía tomar posesión de ella y vivir en santidad; dicha posesión que Dios les brindaba, no sería nada fácil. Habría muchos enemigos que enfrentar al ocupar la tierra que Dios les había dado. De manera similar, Dios nos ha dado una “tierra” que poseer. Deuteronomio nos enseña que tendremos batallas por delante si nos proponemos llegar a ser todo lo que Él quiere que seamos. Habrá enemigos por derrotar y obstáculos que enfrentar, pero todo esto es posible al andar en obediencia y fidelidad a Su Palabra.
Un elemento clave en el libro de Deuteronomio es la enseñanza que la victoria no depende de la sabiduría ni de la fuerza humana. La victoria se alcanza en obediencia a Dios y a Su Palabra. Dios bendice la obediencia en fidelidad, pero disciplina y castiga la rebeldía. En una época que depende de la ciencia, de la política y del poderío militar, haríamos bien en entender que el éxito de nuestras naciones e iglesias no depende tanto de la habilidad ni la administración humana, como de la sencilla obediencia a la Palabra de Dios.
1 – LA TOMA DE POSESIÓN
Leamos Deuteronomio 1:1-46.
Al comienzo de este libro Moisés habla a los israelitas, quienes se encontraban al oriente del río Jordán (v. 1) y aún no habían entrado a la Tierra Prometida. Era el primer día del onceno mes, a los cuarenta años de haber salido de Egipto (v. 3). Dios les había dado la victoria frente a Sehón, rey de los amorreos, y a Og, rey de Basán, al oriente del Jordán. En este momento se disponían a atravesar el río hacia la tierra de Canaán.
A medida que Moisés habla, remonta a su pueblo al tiempo en que estuvieron en la región de Horeb, al pie del Monte Sinaí (v. 6). Fue allí donde Dios había dado a los israelitas Sus mandamientos. Allí habían aprendido qué esperaba Él de ellos y lo que requería de sus vidas. Sin embargo, Moisés les recalcó cómo Dios les había dicho que marcharan y se adentraran en territorio amorreo. Dios había prometido darles esa tierra; todo lo que tenían que hacer era ocuparla (vv. 7-8).
Fijémonos que en la mente de Dios la victoria ya se había alcanzado. Su voluntad era que los israelitas poseyeran la tierra de los amorreos. Dios había firmado el título de propiedad y ahora les pertenecía legalmente. Lo único que se les exigía era que entraran en la tierra y la ocuparan. Debemos admitir que esto no sería fácil; había gente viviendo allí que no quería irse. No obstante, estos pueblos habían corrompido la tierra con sus religiones falsas y abominables prácticas, por lo cual Dios pretendía sacarlos de ahí.
Notemos, a partir del versículo 9, que Moisés percibía la inmensidad de la obra que se encontraba ante él. Guiar a esta nación y ayudarla a establecerse en la tierra que Dios les había dado era una carga demasiado abrumadora para asumirla por su propia cuenta. Por eso propuso a los israelitas que escogieran a hombres de respeto, entendidos y sabios, para que se encargaran de tomar decisiones en cuanto a los conflictos que surgieran en el pueblo (v. 12).
Esto nos deja ver que si el pueblo de Israel debía tomar posesión de la tierra que Dios les había dado, iban a necesitar líderes que los guiaran hacia dicha victoria, los cuales rendirían cuentas ante Dios por la solución de los problemas que surgieran a medida que avanzaran. Su deber consistía en propiciar la armonía y la unidad del pueblo para que pudieran concentrarse en la labor que tenían por delante.
Consideremos lo siguiente: una de las grandes luchas del cuerpo de Cristo hoy es resolver los problemas que hay entre sus miembros. Dios nos ha llamado a poseer un territorio que actualmente está ocupado por Satanás, pero estamos tan enfrascados en resolver los problemas entre nosotros mismos, que no podemos avanzar. Mientras que nos estemos peleando entre nosotros, nunca podremos dominar el territorio que Dios nos ha otorgado. Una de las grandes responsabilidades de los líderes cristianos es promover la unidad en el cuerpo de Cristo para poder avanzar. Moisés entendió que, si los israelitas iban a poseer la tierra que Dios les había dado, primero necesitarían lidiar con las divisiones y las disputas entre ellos. Por esta razón buscó al Señor, para hallar a hombres consagrados que se encargaran de los problemas que pudieran surgir dentro del pueblo de Dios.
El pueblo tuvo a bien el desafío de Moisés en cuanto a hallar líderes (v. 14); lo cual trajo como resultado el nombramiento de hombres de respeto, y se les dio autoridad sobre grupos de mil, cien, cincuenta, y diez personas (v. 15). El contexto indica que estos hombres tenían diferentes responsabilidades. Algunos serían líderes militares, y otros, jueces.
De especial interés eran aquellos con la responsabilidad de juzgar los conflictos entre hermanos. Moisés instó a estos hombres a juzgar con justicia e imparcialidad. Estos jueces no debían temer a lo que la gente opinara. Y cualquier caso que fuese demasiado difícil se remitiría a Moisés, quien a su vez procuraría hallar la decisión del Señor al respecto (vv. 16-17).
Cuando los líderes ocuparon sus puestos, el Señor ordenó a Su pueblo marcharse de Horeb hacia la tierra de los amorreos, lo cual implicaba atravesar un “terrible desierto” (v. 19). El camino a la victoria surge a través de la lucha; la victoria no viene sin esfuerzo y resistencia. Enfrentaremos el desierto del desaliento o pasaremos por el del rechazo. Habrá un precio que pagar por la victoria, pero bien valdrá la pena, por el gozo del éxito.
En la región de Cades Barnea, la región montañosa de los amorreos, Moisés reafirmó al pueblo la promesa de victoria que Dios les había dado. Los retó a tomar posesión de la tierra que ya se les había dado. Les dijo que no temieran ni se desalentaran por cuanto Dios estaba con ellos y se aseguraría de que poseyeran la tierra (vv. 19-21).
Asumiendo el desafío de Moisés, decidieron primeramente enviar espías a la tierra para informarse sobre la ruta que debían trazar, así como las ciudades por las que tendrían que pasar (v. 22). Inicialmente le pareció bien a Moisés, por lo que seleccionó a doce hombres, uno por cada tribu, para que espiasen la tierra (v. 23). Así lo hicieron e informaron que, aunque la tierra que Dios les estaba dando era buena (v. 25), también había allí ciudades fortificadas y poderosos enemigos. Esto infundió temor en el corazón de los israelitas. La noticia de que el pueblo que habitaba aquella tierra era más fuerte que ellos les causó desánimo. Dejaron de atender a la promesa de Dios de victoria, para fijarse en sus propias habilidades. No veían cómo podían derrotar a tales enemigos. No estaban dispuestos a asumir el riesgo de poseer la tierra. Su razonamiento humano y sus temores se interpusieron a la victoria.
Moisés intentó alentarlos en el Señor; les dijo que Él iría delante de ellos. Les recordó cómo había derrotado a los egipcios y había provisto cada una de sus necesidades hasta ese momento (vv.29-30). A lo largo de los años de vagar en el desierto, los israelitas habían visto a Dios hacer muchos milagros; habían visto Su provisión y Su poder. Le habían visto derrotar a sus enemigos. Les había guiado de un lugar a otro con una columna de fuego y otra de nube. Ciertamente Dios no los abandonaría ahora, a las puertas de la tierra que Él había prometido.
A pesar de que ellos habían visto y conocían de Dios, el pueblo de Israel no podía hallar en su corazón la confianza en Él para ocupar la tierra. Ese día ellos se negaron a entrar porque temían morir. ¡Sólo podemos imaginar cuánto debe haber ofendido esta actitud al Dios que tanto los había cuidado y les había prometido la tierra!
¡Cuán fácil nos resulta caer en la misma trampa hoy en día! Dios ha prometido la victoria; desde Su perspectiva ya se efectuó. Todo lo que tenemos que hacer es tomar posesión y reclamar esa victoria. No será fácil. Habrá batallas y luchas, pero la victoria está segura para todos los que perseveran. ¿Qué nos ha dado Dios hoy por posesión? ¿Qué nos ha llamado a hacer? ¿Acaso estamos a las puertas de una gran oportunidad? ¿Confiaremos en que Dios va a obrar conforme a Su promesa? ¿Lo arriesgarás todo y confiarás en esa promesa? ¿Enfrentarás al enemigo que te encara, y vencerás en el nombre de Cristo para poseer la tierra?
En la época de Moisés el pueblo se negó a correr el riesgo; le dieron la espalda a Dios y se negaron a entrar, lo cual enojó al Señor. Él juró que ninguna persona mayor de 20 años entraría al país, a excepción de Caleb y Josué. ¡Cuánto debería esto servirnos de advertencia! El pueblo de Dios perdió la oportunidad de poseer la tierra que Él les había dado. Vivirían en el desierto por el resto de sus vidas. Hoy Dios nos está dando oportunidades, y puede que nunca más se presenten. Nos está llamando y nos dice: “Iré delante de ti y te daré la victoria. Este territorio ya es tuyo; yo firmé la propiedad a tu nombre. Todo lo que tienes que hacer es ocuparlo”. ¿Cuál va a ser nuestra respuesta? ¿Poseeremos lo que nos ha dado o nos alejaremos diciendo que simplemente no es posible, o que no estamos dispuestos a tal compromiso?
Debido a su incredulidad, toda una generación dejó de poseer la tierra que Dios le había prometido. Vagaron por el desierto en lugar de estar disfrutando del fruto de sus huertos. ¿Está sucediendo lo mismo en nuestros días?
Fijémonos que (en el versículo 41) cuando el pueblo se dio cuenta de lo que había hecho, se decidieron a cambiar su conducta. Se armaron y salieron a tomar posesión del territorio pensando que sería fácil subir a la región montañosa, pero Dios les advirtió por medio de Moisés que no estaría con ellos y que serían derrotados (v. 42). Tal y como había sucedido anteriormente, el pueblo no prestó atención y siguió adelante. Los amorreos los enfrentaron, los derrotaron y, aunque se humillaron en la presencia del Señor, Él no les prestó atención (v. 45).
Aquí hay algo que debemos entender. A primera vista parecía que los israelitas se habían arrepentido de su pecado de incredulidad y que habían decidido hacer las cosas bien. Sin embargo, el contexto indica que no fue así. Cuando Dios les dijo que no marcharan, una vez más rechazaron Su Palabra e hicieron lo que bien les pareció, en lo cual no demostraron arrepentimiento de corazón. Es evidente que sólo pensaban en ellos mismos. Cuando se dieron cuenta de que la opción iba a ser morir en el desierto, decidieron que preferían entrar a la Tierra Prometida. A ellos no les preocupaba Dios ni cómo lo habían angustiado. Si en verdad hubiera sido así y se hubieran arrepentido, hubieran oído a Moisés cuando de parte de Dios les dijo que no pelearan contra los amorreos. Al ignorar a Dios la segunda vez, demostraron que sólo se preocupaban por sus intereses. Dios no iba a bendecir esta actitud. Mientras que el pueblo de Dios estuviese defendiendo sus propios intereses, no serían Sus siervos. Aquellos que poseen la tierra, deben buscar a Dios, confiar en Sus propósitos y andar en obediencia.
Para Meditar:
*¿Cuánto nos alienta el hecho de que el Señor nos haya dado la victoria, y que todo lo que tenemos que hacer es ocupar lo que ya nos ha dado?
*¿Será fácil poseer lo que Dios ya ha dado? ¿Qué luchas hemos enfrentado al intentar poseer lo que Él nos ha dado?
*¿Cuán importante es que cuidemos nuestras relaciones interpersonales en el cuerpo de Cristo? ¿Cómo nos impide tomar posesión de lo que Dios nos ha dado, el hecho de tener malas relaciones?
*¿Cómo se interpone nuestro razonamiento humano en el camino de recibir lo que Dios da? ¿Cómo se interpuso éste en el camino de los israelitas en este capítulo?
*¿Cómo el intento de Israel por conquistar la tierra después de haber rechazado a Dios en este capítulo, demostró que realmente no estaban arrepentidos por su pecado? ¿Qué nos enseña esto en cuanto al arrepentimiento verdadero?
Para orar:
*Dediquemos un momento para agradecer al Señor por Su victoria. Pidámosle la fuerza que precisamos para tomar posesión de lo que nos ha dado hoy.
*Pidamos a Dios la gracia de perseverar cuando la situación es difícil y no tiene sentido. Agradezcámosle por ser el Dios de lo imposible.
*Pidámosle que nos ayude a mantener una correcta relación con Él y con Su pueblo para que nada impida nuestra victoria. Pidámosle que nos revele todo lo que pueda obstaculizarla.
*¿Hay alguna oportunidad que nos hayamos perdido? Pidámosle a Dios que nos perdone nuestra falta de obediencia y confianza en Él. Pidámosle que nos muestre cuál es Su propósito ahora.
2 – HACIA LA TIERRA PROMETIDA
Leamos Deuteronomio 2:1-37.
En el capítulo anterior vimos cómo el pueblo de Israel le había dado la espalda a Dios y se había negado a entrar a la Tierra Prometida. En consecuencia, Dios los condujo hacia el desierto, donde la mayoría pereció. Aquella generación dio la espalda a los propósitos de Dios, pero la promesa sería renovada a la generación siguiente. Deuteronomio 2:1 nos dice que vagaron durante mucho tiempo alrededor de la región montañosa de Seir. Este versículo nos da la impresión de que el pueblo de Dios parecía no tener propósito alguno en su trayectoria, ni dirección de parte del Señor. Hay ocasiones en que Dios parece estar en silencio y no tenemos la certeza de cuál sea Su propósito para nuestra vida.
En Su momento, Dios rompió el silencio y le habló a Moisés. Le dijo que se dirigiera al norte y que atravesara el territorio de los descendientes de Esaú en Seir. No obstante, debemos notar que, aunque ellos les temían, los israelitas debían tener mucho cuidado de no provocarlos a la guerra. Dios no les daría ninguna de las tierras de Esaú. De hecho, Dios exigió que los israelitas pagaran todos los alimentos y el agua que tomaran de esa tierra al pasar por allí (v. 6). Moisés le recordó al pueblo que el Señor había cuidado de ellos todo el tiempo que estuvieron en el desierto para que nada les faltara; por eso debían escucharlo ahora y obedecer Su mandato de respetar al pueblo de Esaú (v. 7). Los israelitas lo obedecieron y pasaron a través de Seir sin causar problemas a sus habitantes.
Dios había entregado Seir a los descendientes de Esaú. Este territorio no pertenecía a Israel. Lo que aquí vemos es que debemos ser sensibles al Señor y a Sus orientaciones. Hay territorios que no nos otorga, y otros que sí. Lo importante es que nosotros andemos en obediencia.
Dios guió a Su pueblo por la tierra de Seir hasta adentrarse en Moab. Fijémonos de nuevo, a partir del versículo 9, en que el Señor dejó bien claro a Su pueblo que no debían intimidar a los moabitas ni provocarlos a la guerra, por cuanto Él había dado esa región a los descendientes de Lot para que la poseyesen.
En los versículos 10-12 aprendemos que había dos grupos étnicos viviendo antes en tierra moabita. El primero era conocido como los emitas, un pueblo muy fuerte y numeroso. El versículo 10 nos deja ver que se destacaban por su gran estatura. La otra etnia eran los horeos (v. 12). Sin embargo, los descendientes de Esaú los sacaron de esas tierras y tomaron posesión de ellas. Se destaca en el versículo 12 que Dios hizo esto por Esaú, de la misma forma que había hecho con Israel cuando le dio la Tierra Prometida.
A partir de aquí vemos que el Señor estaba obrando conforme a Sus propósitos para cada nación. Si bien Israel recibía una especial atención y bendición de parte de Dios, Su bendición no se limitaba sólo a esa nación. También Esaú la experimentaba, aunque no le seguía de todo corazón. La protección divina reposaba sobre la tierra de Moab. Él dejó claro a los israelitas que debían respetar a sus habitantes y no dar ocasión a la guerra porque no les daría esa región.
Dios tenía un territorio para posesión de Su pueblo, pero ellos tendrían que esperar a que Él les revelara el tiempo y la ubicación. Para nosotros lo más fácil es impacientarnos. A veces en nuestro entusiasmo nos adelantamos al paso que Él marca. Lo queremos conquistar todo en Su nombre, pero ese no es Su plan. Él tenía un propósito y un sitio bien específicos para Su pueblo. Imaginemos que nos encontramos en Su presencia y le mencionamos todas las victorias alcanzadas en Su nombre, a lo cual Él responde: “Pero eso no fue lo que quería que hicieran”. Era muy importante que Israel escuchara a Dios y anduviese en obediencia.
Del territorio de Moab, Israel cruzó el arroyo de Zered (v. 13). Notemos que habían estado vagando en el desierto durante 38 años (v. 14). Durante ese lapso falleció toda una generación de hombres de guerra, en cumplimiento a lo que el Señor había estipulado, que ninguno de los que se habían rebelado en Su contra en Cades-barnea entrarían a la Tierra Prometida (ver Dt. 1:19-36).
En el versículo 16, Dios dijo a Su pueblo que pasara por la región de Moab hacia la tierra de los amonitas. Notemos una vez más que los israelitas no debían provocar a los amonitas. Dios había dado esa región a los descendientes de Lot, y éstos no serían expulsados de allí (vv. 18-19). Los versículos 20-23 nos hablan brevemente sobre la región de Amón. A los habitantes de allí se les llamaba refaítas o zomzomeos; eran un pueblo denso y enérgico; también se les conocía por su gigantesca estatura, pero nada de esto impidió que Dios los echara y que entregara su territorio a los amonitas, así como lo había hecho por los descendientes de Esaú que vivían en la región de Seir.
Lo que debemos observar en esto es que Dios estaba trasladando a Su pueblo a lo largo de territorios que antes habían sido habitados por pueblos numerosos, reconocidos por su talla y poderío. En cada caso, los habitantes anteriores habían sido desplazados por otra nación que se estableció allí en lugar de ellos. Dios estaba preparando a Su pueblo para lo que les tenía reservado; les estaba mostrando que no les iba a pedir que hicieran algo nuevo. Él había dado a los amonitas la victoria sobre los refaítas; a los descendientes de Esaú les había dado la victoria sobre los horeos. Vemos en el versículo 23 que se mencionan los aveos, que a su vez habían sido destruidos por los caftoreos, y éstos se establecieron en la tierra de aquéllos. Todas estas naciones habían vencido a los anteriores habitantes de esas regiones. Si Dios pudo lograrlo para estos pueblos paganos, ¿no lo haría también para Su propio pueblo?
Pasando a través del territorio de los amonitas, Dios guió a Su pueblo hasta la tierra de los amorreos (v. 24). El rey de los amorreos era Sehón y vivía en la ciudad de Hesbón. En este mismo versículo podemos aprender que el Señor dijo a Su pueblo que debían tomar posesión de la tierra de los amorreos, y que Sehón debía participar en la guerra. Dios iría delante de Israel infundiendo temor y pánico en el corazón de aquellos habitantes. Esas naciones oirían lo que Dios iba a estar haciendo, y temblarían delante de Israel (v. 25). Habría una evidente demostración del poder de Dios en medio de ellos. Cuando los israelitas marcharan con Dios y en obediencia a Su liderazgo, se manifestaría poderosamente Su presencia dándoles la victoria. Dios nos da la fuerza para lograr lo que nos llama a realizar.
A partir del versículo 26 descubrimos que Moisés envió mensajeros a Sehón en son de paz y solicitando la autorización para que su pueblo pasara por territorio amorreo. Le prometió que no se desviarían de la ruta principal y que le pagarían todos los víveres y el agua que necesitaran. Le dejó claro que su objetivo era trasladar a su pueblo a través del Jordán hacia el territorio que el Señor les había prometido. No nos queda claro por qué Moisés declaró paz a Sehón cuando Dios le había dicho llanamente que iban a estar en guerra. No obstante, lo que sí queda claro es el propósito del Señor. El rey Sehón se negó a dejar pasar a Israel. Dios permitió la obstinación de este rey para entregarlo en manos de Su pueblo (v. 31). A partir del versículo 32 Sehón no sólo se negó a dejar pasar a Israel, sino que reunió a su ejército y le salió al encuentro (v. 32).
Como había dicho, Dios entregó a Israel el rey de los amonitas. Israel a su vez destruyó todo el ejército, invadió todas sus ciudades y destruyó a hombres, mujeres y niños (vv. 33-34). Israel también cargó una gran cantidad de ganado (v. 35).
Al avanzar hacia la tierra, Israel experimentó cómo Dios les iba dando poder; ninguna ciudad pudo hacerles frente; Dios les hizo ocupar todo el territorio. Fijémonos particularmente en el versículo 37, que Israel se consagró a permanecer fiel al plan de Dios. Ellos no tocaron ningún territorio que perteneciera a los amonitas por cuanto Dios no se los había dado.
Dios tenía un propósito, tenía una tierra para posesión de Israel. Dios empoderaría a Su pueblo para que la poseyera. Sin embargo, les había dejado claro que tanto Su poder como Su autoridad no los podían usar a su arbitrio; no podían tomar el territorio que se les antojase. Debían seguir Sus instrucciones. Que Dios nos dé la gracia de experimentar Su poder; sin embargo, lo más importante es que nos dé el discernimiento para reconocer Su dirección.
Para Meditar:
*¿Alguna vez en la vida nos ha parecido que estamos vagando, sin una clara dirección de parte del Señor? ¿Cómo creemos que se sintió el pueblo de Dios al andar sin rumbo por la región montañosa de Seir (Dt. 2:1-2)?
*¿Tiene Dios un propósito específico para nuestra vida? ¿Es posible que nos perdamos de dicho propósito?
*¿Obra Dios en la vida de los incrédulos? ¿Qué nos enseña este pasaje en cuanto a Sus propósitos para Seir y Amón?
*¿Cómo impulsó Dios a Su pueblo al guiarlos a través de países que a su vez habían sido conquistados anteriormente? ¿Qué lecciones estaba tratando de comunicar a Su pueblo?
*El poder de Dios iba delante de ellos al andar en obediencia a Su propósito. ¿Estamos avanzando conforme al propósito de Dios? ¿Estamos experimentando Su poder en dicho propósito para nuestras vidas?
Para orar:
*Pidamos al Señor que nos revele claramente Su propósito para nuestra vida. Pidámosle que nos enseñe a no desviarnos de ese propósito.
*Agradezcámosle que Su poder está disponible para nosotros al andar en Sus caminos. Pidamos que nos revele aún más de ese poder en nuestra vida.
*Pidámosle que nos perdone por las veces en que no hemos hecho uso de Sus dones de las formas que Él ha autorizado. Pidamos que nos perdone por las ocasiones en que hemos desobedecido Su dirección.
3 – LA OCUPACIÓN DE LA ZONA ORIENTAL DEL JORDÁN
Leamos Deuteronomio 3:1-29.
Moisés continúa relatándonos la historia de las conquistas de Israel al oriente del Jordán. En el capítulo anterior vimos cómo Dios guió a Su pueblo a través de la tierra de Seir y de Moab, hacia el territorio del rey Sehón. Israel peleó contra él y tomó su territorio. El primer versículo nos dice que de la tierra de los amorreos subieron rumbo a Basán.
Cuando Og rey de Basán oyó que Israel se aproximaba a su territorio, salió a su encuentro con el ejército. Ambos ejércitos se encontraron en la región de Edrei. En aquel momento el Señor habló a Moisés y le dijo que no tuviera temor de Og y que lo entregaría en sus manos. Israel debía pelear contra Og y ocupar su país (v. 2). Aunque la victoria Dios la aseguraba, tenían que pelear para obtenerla. A veces así obra Dios; no deberíamos esperar que nuestros triunfos vengan sin habernos esforzado. Hay momentos en los que Él nos exigirá que batallemos contra el enemigo. Algunas de nuestras victorias llegarán a través de grandes sufrimientos y de la perseverancia. Aunque es nuestra la victoria, en ocasiones habrá que pagar un precio para obtenerla.
El versículo 3 nos revela que Dios cumplió Su Palabra. Israel se enfrentó a Og en batalla, y el Señor les dio el triunfo. Lo derrotaron y no dejaron sobreviviente alguno. Israel tomó el control de todo su territorio, el cual incluía sesenta ciudades fortificadas (v. 4). Notemos en el versículo 5 que cada una de esas 60 ciudades tenía altos muros, puertas y barras. Israel además obtuvo un gran número de ciudades no amuralladas. Destruyeron por completo todas esas ciudades y a sus habitantes sin que nada sobreviviera excepto el ganado que cargaron como botín (v. 7).
El poder de Dios era evidente en aquellos días; no había ejército que pudiera hacer frente a Israel. Ellos ya poseían el territorio de los amorreos y el reino de Basán, desde el arroyo de Arnón en el sur hasta el monte de Hermón en el norte (v. 8); este territorio se extendía unos 200 kilómetros (125 millas) de norte a sur. Dios dio toda esta tierra a Su pueblo. No quedaba nadie contra quien pelear ni a quien despojar por cuanto todos habían sido eliminados.
Hay una nota muy interesante en el versículo 11 acerca de Og, rey de Basán: el último de los refaítas. Los refaítas eran gigantes. Este versículo nos habla sobre la cama del rey Og. Estaba hecha de hierro; medía 13 pies (3.9 metros) de largo y 6 pies (1.8 metros) de ancho. Este fue el rey que Israel derrotó aquel día. Era fuerte y poderoso, pero cayó ante el poder del Dios de Israel. ¿Cuál gigante estamos enfrentado hoy?
La victoria que Dios otorgó a Su pueblo en aquellos días fue increíble; lo particularmente asombroso es que se trataba del mismo pueblo que antes se había quejado y lamentado contra Dios a lo largo del desierto. No eran precisamente un pueblo espiritual; tenían toda la debilidad que usted y yo tenemos hoy; no eran fuertes por sí solos. Dios tomó a este pueblo débil, quejoso y rebelde e hizo una maravillosa obra en ellos. ¿Creemos que tenemos que ser lo suficientemente fuertes o espirituales para que Dios nos use? Miremos el ejemplo de Israel.
A pesar de su indignidad, el poder de Dios obró a través de ellos para cumplir Su propósito; y este mismo Dios quiere obrar en nosotros hoy. ¿Qué quiere lograr en nosotros? La victoria que Él quiere darnos requerirá de diligencia de nuestra parte para salir y enfrentar al enemigo. Requerirá de esfuerzo, pero el resultado está garantizado. ¿Saldremos como Israel, así indignos como somos, para ver lo que Dios va a hacer?
Ahora que se había conquistado la zona al oriente del Jordán, ésta debía quedar repartida en el pueblo de Dios. Moisés la entregó a las tribus de Rubén, Gad y Manasés. Los versículos 12-17 describen cómo se dividió la tierra. Manasés sería ubicado al norte, en la región invadida a Og, rey de Basán. A Rubén y a Gad se les dio el territorio directamente al sur el cual incluía parte del territorio de Galaad bajando hasta el arroyo de Arnón (v. 16). Esta tierra fue dada a las tribus de Rubén, Gad y Manasés con la condición de que sus hombres cruzaran el Jordán para ayudar a sus hermanos a ocupar la tierra que el Señor les había dado también al occidente del río. Únicamente después de que Israel hubiera ocupado todo el territorio que Dios le había dado, se les permitiría a los hombres de estas tres tribus su regreso al lado este del río Jordán para establecerse allí (vv. 18-20).
¡Cuán fácil nos resulta interesarnos solo por nosotros mismos! Dios tenía una porción de tierra para la posesión de cada tribu, pero ellos debían apoyarse unos a otros en la conquista de toda la nación. Su preocupación no debía ser por ellos solamente. Dios esperaba que la fuerza de toda la nación se enfocara en la conquista de cada parcela de tierra. Aunque cada tribu poseería por separado una parte del territorio para establecerse, era la obligación de cada una garantizar que el resto obtuviese lo que Dios les había dado. De forma similar Dios nos ha dado la responsabilidad de cuidarnos unos a otros. Nuestra sabiduría, nuestro tiempo y nuestros dones han de consagrarse al servicio de todo el cuerpo de Cristo. Es una obligación ayudar a nuestros hermanos a que desarrollen el potencial que Dios tiene en ellos.
En el versículo 21 Moisés cuenta cómo le habló a Josué, su sucesor, y lo desafió a ser fuerte en el ministerio que Dios le había dado. Le recordó que el Señor había dado a Israel la victoria ante los habitantes del este del Jordán, y que ciertamente pelearía por Josué al conducir al pueblo a través del Jordán, para ocupar la tierra al oeste del río (v. 22).
Moisés rogó a Dios que le permitiera cruzar el Jordán para ver la tierra que había prometido a Su pueblo, pero Él se negó a otorgarle ese privilegio (vv 23-26). El libro de Números (capítulo 20:7-12) narra cómo Moisés había desobedecido a Dios golpeando la peña de Meriba en lugar de hablarle. Por cuanto había deshonrado así a Dios públicamente, Moisés no cruzaría el río para entrar en la Tierra Prometida. A pesar de que clamó a Dios para que cambiara de parecer, Dios no atendió a su petición (v. 26). Sí le permitió una vista panorámica desde la cima del monte Pisga, pero no le permitiría pisar el suelo que Dios había prometido a sus padres. Josué sería el encargado de conducir al pueblo hacia la tierra (vv. 26-28).
Nuestros actos tienen consecuencias. A la generación que había salido de Egipto Dios le pidió que tomara posesión de la tierra, pero ellos se habían negado porque tenían miedo. Esto tuvo como consecuencia una trayectoria de cuarenta años por el desierto, hasta que murió todo hombre apto para la guerra. Al golpear la roca en vez de hablarle, Moisés se estaba rehusando a honrar a Dios, lo cual trajo como resultado que él también pereciera en el desierto. Aquí tenemos una fuerte advertencia: a veces, al deshonrar al Señor no obedeciendo lo que nos manda a hacer, nos perdemos lo que Él desea para nosotros.
Para Meditar:
*¿Promete Dios que todas nuestras victorias serán fáciles? ¿Qué aprendemos aquí en cuanto a tener que pelear por ellas?
*¿Qué tipo de hombre era Og? ¿Qué aprendemos sobre la apariencia física? ¿Qué gigantes estás enfrentando en tu vida?
*¿Qué aprendemos en este pasaje en cuanto a la responsabilidad hacia nuestros hermanos en Cristo? ¿Qué obligación tenemos de ayudarlos a poseer todo lo que Dios tiene para ellos?
*¿Qué nos enseña este pasaje sobre las consecuencias del pecado? ¿Acaso nuestros pecados y falta de fe pueden sacrificar la victoria que Dios quiere darnos?
Para orar:
*Pidamos a Dios que nos dé mayor perseverancia a medida que lo buscamos para obtener la victoria que nos ha prometido.
*Agradezcamos al Señor Su voluntad de darnos la victoria, a pesar de lo indignos que somos.
*Pidámosle que nos muestre cómo podemos ayudar a algún hermano a desarrollar el potencial que Dios tiene para él o ella.
*Pidámosle a Dios que nos dé la fe y el coraje necesarios para no dejar de alcanzar las victorias que Él quiere en nuestra vida y ministerio.
4 – UN LLAMADO A LA OBEDIENCIA
Leamos Deuteronomio 4:1-43.
El libro de Deuteronomio registra las últimas palabras que Moisés pronunció a su pueblo. Este profeta fue único en Israel; el tiempo que vivió en la presencia del Señor lo calificó para hablar de parte de Dios al pueblo. Conocía el deseo de Dios para Su pueblo y se lo hacía saber. También sabía que su tiempo se estaba acabando. Moisés no iba a cruzar el río Jordán junto a Israel, y esta era la última oportunidad que tenía de dirigirse a ellos.
Al comienzo del cuarto capítulo, Moisés desafía a su pueblo a escuchar las leyes y decretos que les iba a enseñar. Fijémonos en que las palabras que les estaba transmitiendo eran mucho más que eso; había una bendición implícita en ellas. Moisés retó a su pueblo a seguir fielmente estas leyes para que tuvieran una larga vida en la tierra que el Señor les estaba entregando en posesión. En el transcurso de los tres capítulos anteriores hemos hablado suficiente acerca de poseer lo que Dios nos ha entregado. Aquí descubrimos que podemos perder lo que poseemos si no obedecemos al Señor y Su Palabra. Dios puede quitarnos lo que nos ha dado si le somos infieles. Al obedecer la Ley de Dios, Israel prolongaría su estancia en la tierra que Dios les había dado en posesión. Sin embargo, si se negaban a andar en Sus caminos, Dios se las quitaría, y eso fue exactamente lo que sucedió. Israel sería llevado en cautiverio, e iba a perder todo por haber dado la espalda al Señor y a Sus caminos.
Una cosa es poseer lo que Dios nos ha dado, y otra es mantener esa posesión. Podemos comprar una casa y poseerla, pero para impedir que ese hogar caiga en la ruina, tenemos que cuidarlo. Mediante Moisés el Señor recuerda a Su pueblo que, si ellos querían permanecer en la tierra que se les había entregado, tenían que andar fielmente en los caminos de Dios. Necesitaban respetar al Dios que les había dado la tierra; debían honrarle con su forma de vivir en aquella propiedad. Si fuésemos dueños de una inmobiliaria, ¿permitiríamos a algún inquilino vivir en el lugar que le estamos rentando, si no se rige por nuestras reglas? ¿Le permitiríamos permanecer en nuestra casa si no estuviese cuidándola?
Fijémonos en el versículo 2 en cómo el profeta ordenó al pueblo no añadir ni suprimir nada a las leyes que el Señor les había dado. La primera tentación para el pueblo fue desobedecer la Ley de Dios; la segunda, fue modificar la ley para ajustarla a sus necesidades y deseos de aquel momento. Existen muchas maneras en que podemos añadirle a la Ley de Dios y también sustraerle. Por ejemplo, los fariseos del Nuevo Testamento parecían estar añadiendo a la Ley de Dios; añadían exigencias y cargas de más (veamos Lucas 11:46). Aun en la actualidad parece que algunas iglesias se deleitan en las reglas, imaginando que al añadir requerimientos ellos están agradando a Dios. Pablo trató acerca de este asunto en la iglesia colosense (Colosenses 2:20-23):
(20) Si con Cristo ustedes ya han muerto a los principios de este mundo, ¿por qué, como si todavía pertenecieran al mundo, se someten a preceptos tales como: (21) «No tomes en tus manos, no pruebes, no toques»? (22) Estos preceptos, basados en reglas y enseñanzas humanas, se refieren a cosas que van a desaparecer con el uso. (23) Tienen sin duda apariencia de sabiduría, con su afectada piedad, falsa humildad y severo trato del cuerpo, pero de nada sirven frente a los apetitos de la naturaleza pecaminosa.
Al parecer esta iglesia estaba añadiendo a sus miembros requerimientos y cargas que no provenían de Dios. El problema de estas reglas inventadas por el ser humano es que a veces se les confunde con la Palabra de Dios. He conocido a personas que no son capaces de distinguir con certeza entre lo que Dios exige y lo que constituye una regla hecha por el hombre.
La otra tentación en cuanto a la Ley de Dios es restarle vigencia. ¿Hemos escuchado alguna vez a alguien decir: “¿Eso era en aquella época, pero ahora Dios no espera lo mismo de nosotros?”. A veces sustraer contenido a la Ley de Dios implica ignorar ciertos requerimientos divinos. Estamos dispuestos a seguirlos hasta cierto punto, pero a partir de ahí hacemos lo que bien nos parece. Moisés había dejado bien claro que para mantener la posesión de lo que Dios había entregado a Israel, se necesitaba que ellos anduviesen en fidelidad a Dios en cuanto a Sus exigencias, sin añadir ni quitar nada a lo dicho por Él. Los israelitas debían tomar la ley tal cual, y vivir en obediencia a ella.
Para recalcar la importancia de lo que estaba diciendo, Moisés brinda un ejemplo en los versículos 3-4. En éstos les recuerda lo que había sucedido en Baal-peor (sobre lo cual leemos en Números 25:1-9). Allí los hombres de Israel cayeron en la inmoralidad sexual con mujeres moabitas y adoraron al dios pagano Baal. La ira de Dios se encendió contra ellos, por lo cual envió una plaga al campamento. Veinticuatro mil israelitas perecieron a causa de su desobediencia. Moisés cita este ejemplo para recordar al pueblo que su Dios es un Dios santo, quien no vacilaría al juzgarlos por su pecado. Si iban a permanecer en la tierra que estaban a punto de poseer, ellos necesitarían constituir un pueblo santo y comprometido a seguir al Señor su Dios en todo.
Había otra razón por la cual era importante la obediencia al Señor. En los versículos 5-7 Moisés recordó a su pueblo que, si ellos obedecían al Señor y guardaban Sus mandamientos, iban a mostrar su sabiduría y entendimiento a las naciones circundantes, las cuales verían que Dios estaba cercano a Israel y que escuchaba sus plegarias. Verían la grandeza de esa nación al regirse por los justos decretos de Dios; la bendición divina estaría sobre la nación que iba a andar en Sus caminos. Sería evidente Su presencia en medio de ellos. Naciones enteras se maravillarían del poder de Dios y de la relación con Su pueblo. La obediencia de Israel a las leyes de Dios lo convertirían en un poderoso testigo Suyo y de Su deseo de tener una relación personal con Su pueblo.
Una de las tragedias del cuerpo de Cristo en esta tierra en la actualidad es que éste no siempre ha sido un buen ejemplo de Cristo y Su relación con nosotros. Al igual que el Israel de la antigüedad, la iglesia actual ha sido culpable de no andar en obediencia a los mandamientos divinos, y el resultado es que, en lugar de maravillarse del poder y de la justicia de Dios en medio nuestro, el mundo se burla de la iglesia. Lo que Israel decidió hacer con la ley de Dios influiría en cómo las naciones lo verían como país y en cómo verían a Dios. Si andaban en fidelidad a Dios, serían un maravilloso testimonio para las naciones que le rodeaban; si no andaban en fidelidad, alejarían a la gente de Dios. Ellos habían de obedecer la Ley de Dios no sólo para mantener su posesión de la herencia, sino además para que el mundo viera la majestad y la gloria del Dios a quienes ellos servían.
Existe una tercera razón para vivir en obediencia a la Ley de Dios. En el versículo 9 Moisés dijo al pueblo que debía hacerlo para que la fe se transmitiera a sus hijos. ¡Qué tragedia hubiera resultado si la generación siguiente hubiera desconocido a este maravilloso Dios! En los versículos 10-14 Moisés les recuerda quién es Dios. El pueblo de Israel había estado frente a Él en el Monte Sinaí, al cual habían visto cubierto de fuego y tempestad. Había oído la voz de Dios, aunque no lo podía ver; allí le dio Sus mandamientos por escrito en tablas de piedra. Era un Dios santo que se dirigió verbalmente a Su pueblo; era su creador y protector. Él los amaba y los había escogido para que fuesen Su pueblo. Imaginemos lo que hubiese sucedido si los padres que conocían a Dios y Su protección nunca lo hubieran enseñado a sus hijos. ¿Cómo conocerían los hijos de los israelitas la tierna provisión y el deseo de Dios para con ellos, vagando a la deriva y sirviendo a falsos dioses que no tendrían cuidado de ellos? Al andar en los caminos de Dios y seguir Sus mandamientos, el pueblo de Dios estaba transmitiendo a sus hijos uno de los más preciados dones que todo padre pudiera dar: el legado de fe y de una relación personal con Dios.
En el versículo 15 Moisés se refiere a una tentación específica para el pueblo de Dios. Aquí los desafía a rechazar a todo ídolo para sólo servir al Señor y Dios. Comienza recordando al pueblo que cuando el Señor se les reveló en el Monte Sinaí, lo hizo en medio del fuego. No se les apareció de ninguna forma o figura, y lo hizo para que Su pueblo jamás intentara hacerse imagen o ídolo que se le pareciera. Dios conocía que el pueblo iba a ser tentado a querer definirlo y retratarlo, pero Él se encontraba muy por encima de lo que la mente de ellos podía entender o diseñar. Las naciones a su alrededor tenían dioses a los cuales podían ver; pero el Dios de Israel era mayor que todos estos dioses. No podía ser definido o representado como ídolo o imagen a semejanza de hombre, mujer o animal. Las estrellas, el firmamento, la luna y el sol fueron por Él creados, y son inmensamente inferiores a Su ser. Él es mucho más grande que todo lo que eran capaces de imaginar, dibujar, o formar a partir de la madera, el metal o la piedra. Todo tipo de representaciones de esta índole sería un insulto y causarían gran confusión.
El Dios a quien Israel servía era un Dios muy personal. Los había sacado del horno egipcio para que llegasen a ser Su pueblo. Dios podía llegar a ofenderse y airarse. Era un Dios celoso que no compartiría Su pueblo con ídolo ni falso dios alguno (vv. 23-24). Moisés le recordó a Su pueblo que, si ellos o sus hijos daban la espalda al Señor para adorar ídolos o dioses falsos, entonces se iba a encender Su ira para consumirlos (v. 25). Dios los castigaría y los esparciría a otras naciones, alejándolos de Su presencia (vv. 26-28).
Veamos en el versículo 29 que Dios no olvidaría a Su pueblo ni siquiera en medio de su rebelión. Si en su insurrección se volvían a Él y le buscaban de todo alma y corazón, Él nuevamente se les revelaría. Nuevamente lo encontrarían, y Él los restauraría a Sus bendiciones. El Señor es un Dios perdonador y misericordioso; no olvidaría a Su pueblo, ni siquiera en su extravío (v. 31).
Dios habló al pueblo desde el fuego (v. 33), lo escogió y lo dispuso para Sí; extendió sobre Israel Su brazo e hizo obras grandes y asombrosas. Les dio la victoria sobre sus enemigos. Los libró del poder de Egipto. No existió otro Dios como Él entre las naciones. Bendijo a Su país por encima de todos los pueblos de la tierra porque los amaba (v. 37). Echó fuera todas las naciones que estaban delante de ellos (v. 38). No habría imagen tallada que verdaderamente pudiera representar a este maravilloso Dios. El Dios de Israel no podía compararse a un pedazo de madera ni a una pieza de oro.
Moisés desafió a su pueblo a reconocer que el Señor era Dios en los cielos y en la tierra. Sólo Él es Dios; sólo a Él se doblaría un día toda rodilla. Él amaba a Su pueblo, y lo había escogido de entre las demás naciones para que fuera Suyo y atestiguara al mundo de Su gracia y tierno amor. Esto requeriría que el pueblo anduviese en obediencia y agradecimiento. Moisés les exhortó a cumplir los decretos y mandatos que el Señor les había dado, prometiéndoles que, si eran fieles a Dios, conocerían Su incesante bendición en la tierra que se disponían a poseer.
En los versículos 41-43 Moisés designó tres ciudades al oriente del río Jordán para que fuesen ciudades de refugio, en obediencia al mandamiento del Señor en Números 35:9-15. Estas ciudades fueron señaladas para que, si alguien que había cometido homicidio sin intención de hacerlo o sin previa alevosía, pudiera hallar refugio y protección en alguna de ellas. Una vez más esto indicaba la maravillosa misericordia y gracia de Dios, quien se interesa por los que necesiten protección al cometer pecados no intencionales. Las tres ciudades fueron Bezer, para la tribu de Rubén; Ramot, para la de Gad, y Golán, para la de Manasés.
Para Meditar:
*¿Es posible que perdamos nuestra posesión? ¿Qué papel desempeñan la obediencia y la fidelidad a Dios, en asegurar que mantengamos las bendiciones que Dios nos ha dado?
*¿Qué significa añadir a la ley de Dios o quitar parte de ella? ¿Cómo lo hacemos en la actualidad?
*¿Qué papel desempeña la obediencia a Dios en nuestro testimonio a vecinos y amigos?
*¿Cómo influyen nuestra obediencia y fidelidad al Señor en la transmisión de nuestra fe a la nueva generación?
*¿Qué aprendemos en este pasaje acerca de Dios? ¿Cuáles son algunas de Sus características? ¿Cómo éstas lo distinguen del resto de los dioses?
Para Orar:
*Pidamos al Señor que nos ayude a andar en obediencia y fidelidad a Su Palabra.
*Pidámosle que nos ayude a distinguir entre los mandatos de Su Palabra y las tradiciones y regulaciones de los hombres.
*Pidamos que nos ayude a ser más fieles al testificar a quienes nos rodean y a nuestros hijos, para que puedan ver a Dios y Su poder a través de nuestra vida.
*¿Qué aprendemos sobre Dios en este pasaje? Dediquemos un momento para alabarle por Su bondad, santidad y deleite en Su pueblo.
5 – LAS EXIGENCIAS DE DIOS PARA SU PUEBLO
Leamos Deuteronomio 4:44—5:33.
Hasta aquí Moisés le recordó al pueblo de Israel cómo Dios los había llevado a través del desierto y hasta las fronteras de la tierra que Él había prometido a sus ancestros. A partir de aquí el enfoque cambia. En esta nueva sección del libro, Moisés muestra al pueblo lo que Dios exigía de ellos en Su ley. Si habían de poseerla y permanecer en la tierra que Dios les había dado, necesitaban ser un pueblo santo, que anduviese en los caminos del Señor.
Veamos que a medida que Moisés presenta las leyes de Dios en Deuteronomio 4:45, habla de mandatos, preceptos y normas. Cada una de estas palabras tiene un significado algo diferente y nos muestra algo distinto de la ley de Dios.
La palabra “mandatos” en la Nueva Versión Internacional se traduce en la Reina Valera 1960 como “testimonios”. Una de las formas en que Dios comunicó Su ley fue mediante testimonios y ejemplos de personas de la vida real. Vemos muchos ejemplos de quienes vivieron conforme a la ley de Dios, y la bendición que recibieron por su obediencia. Además, vemos ejemplos de lo que sucede cuando el pueblo de Dios se desvía de dicha ley, a la desobediencia; Dios la comunica mediante testimonios de personas y situaciones de la vida real.
La segunda palabra que se utiliza aquí para describir la ley es “preceptos” (“estatutos”, RVR60). Parece que esta palabra se refiere a las ordenanzas o tareas que Dios exigía a Su pueblo. A lo largo de toda la ley veremos que Dios esperaba ciertas cosas de Su pueblo. Ellos debían observar ciertos días y prácticas porque eran Su pueblo, y como tal, tenían obligaciones. Entre éstas estaban las fiestas, las celebraciones y los deberes del pueblo de Dios.
La última palabra utilizada es “normas” (“decretos”, RVR60). Esta palabra pudiera ser traducida como ‘veredicto’ o ‘sentencia’. La idea es que la ley imponía una sentencia a todo aquel que desobedeciera; habría una penalidad para todos los que decidieran ignorar dicha ley.
Fijémonos a partir de los versículos 46 al 49 del capítulo 4, que estas leyes fueron presentadas en función de la victoria que Dios le había dado a Su pueblo. Él los había sacado de tierra egipcia (v. 45), les había dado el triunfo sobre Sehón rey de los amorreos (v. 46) y Og rey de Basán (v. 47). Todo ese territorio ahora les pertenecía. Dios esperaba que a medida que fueran ocupándolo, vivieran conforme a Sus exigencias. Debían vivir en obediencia al Señor en la tierra que les había dado. En respuesta a lo que Él había hecho por ellos, se esperaba que ellos llenaran la tierra de Su gloria y alabanza, y lo lograrían andando en Sus caminos.
En el lado oriental del Jordán, Moisés recordó al pueblo los decretos y exigencias del Señor. Los desafió no solo a aprenderlos, sino a andar conforme a ellos. Una cosa es estudiar la Palabra de Dios y saber lo que dice, pero otra muy distinta es andar en Su verdad. Creemos en un Dios soberano, que tiene el control de todas las circunstancias de la vida, pero aún no confiamos en Él cuando todo se vuelve adverso. Creemos en un Dios que nos ama y provee para nuestras necesidades, pero nos preguntamos en ocasiones si Él hará realmente lo que dice. No basta con conocer a Dios y Sus exigencias; Dios espera que vivamos lo que creemos.
Moisés le recordó al pueblo cómo Dios les había hablado en el fuego del Monte Sinaí. Como aquellos que habían escuchado las palabras de Dios, el pueblo tenía un compromiso especial con Él. No tenían excusa para no seguir Su ley.
Dios se les reveló como el Dios que había sacado a Su pueblo de la esclavitud de Egipto (v. 6). Les demostró que Él es el único Dios verdadero; mayor que todos los dioses de Egipto. Ahora les exigía que lo reconocieran como su Dios y que rechazaran toda otra deidad para servirle sólo a Él (v. 7).
No tener otros dioses implicaba no hacerse jamás ídolo en forma alguna con el propósito de postrarse a adorarle. Esto es lo que hacían los paganos, pero el pueblo de Dios había experimentado la presencia y realidad del verdadero Dios. Su Dios los amaba y los había liberado del yugo egipcio para darles una tierra propia. Los había escogido de entre todos los pueblos del mundo para que fueran Su pueblo, para que anduviesen con Él y para que disfrutaran de Su presencia. Su amor por ellos era tal que no los compartiría con nadie más. Es un Dios celoso que anhelaba de ellos un amor y una atención íntegros.
Vemos en el versículo 9 que Dios castigaría a quienes le dieran la espalda hasta la tercera y la cuarta generación, pero mostraría Su amor a mil generaciones de quienes cumplieran Sus mandamientos. Aunque es cierto que los pecados de una generación afectan a la siguiente, no deberíamos tomarlo literalmente. Lo que parece que el Señor está haciendo aquí es comparando Su amor con Su juicio. Dice claramente a Su pueblo que habría consecuencias por la desobediencia, pero Su amor por ellos sería aún mayor. Aunque los disciplinaría por la desobediencia, no se olvidaría de ellos. La disciplina podría durar 3 ó 4 generaciones, pero Su amor duraría mucho más. Esto nos demuestra la profundidad de Su amor por Su pueblo. Ningún otro dios podría amarlos así ni anhelarlos así.
A partir del versículo 11 vemos que Dios esperaba de Su pueblo respeto y honra a Su nombre. El amor no puede florecer cuando no hay respeto. Debemos entender que el “nombre” de Dios es más que una palabra empleada para describirle. En tiempos bíblicos los nombres representaban el carácter del individuo. Tener un buen nombre significaba ser reconocido por el carácter. Cuando Dios pide a Su pueblo que no tome Su nombre en vano, le está pidiendo que le respeten a Él y a Su carácter.
Como creyentes, nosotros representamos el nombre de Dios dondequiera que vamos. Somos los hijos de Dios, y los demás nos están mirando, conformando su opinión acerca de Dios en función de lo que conocen de nosotros. ¿Representamos bien a Dios y Su carácter? ¿La gente ve Su amor, santidad, compasión y misericordia a través de nosotros cada día, al vivir en Su nombre? Dios esperaba que Su pueblo le representara fielmente al servirle y al vivir para gloria de Su nombre. Fijémonos en que el Señor castigaría a aquellos que no le honraran en hechos o palabras.
Así que para que Su pueblo no se olvidara de Él ni de Su bondad hacia ellos, hizo un llamado a que se le dedicase un día de los siete de la semana, en el cual no debían ir a laborar. Este sería un día “santo”. Es decir que sería un día apartado para recordar al Señor y Sus bendiciones. Debía ser un día de refrigerio espiritual y de exhortación. Sería un día para que el pueblo de Dios se conectara nuevamente con Dios. Vemos a partir del versículo 15 que la razón para observar el Sabbat era que Dios había sacado a Su pueblo de Egipto con mano poderosa. Era un día para recordar la bondad de Dios y Su relación con Su pueblo. Era un día para seguir reflejando Su liberación y victoria.
Este era un día en el que al pueblo de Dios se le daría la ocasión para meditar en el amor de Dios hacia ellos al haberlos escogido, al haberlos librado de la esclavitud y al haberles entregado su propia tierra. Dios no quería que ellos olvidaran jamás el amor que les profesaba. Quería que mantuvieran esto fresco en sus mentes cada vez que comenzaba una nueva semana. Su Dios los amaba y se deleitaba en ellos. Él proveía para cada una de sus necesidades, y se interesaba profundamente por ellos.
El interés de Dios no era solo que Su pueblo le recordara y se deleitara en Él, sino también que vivieran en armonía unos con otros como hermanos. En los versículos 16-21 les compartió Su deseo al respecto.
La primera relación interpersonal a la que se refiere es entre hijos y padres; es este el punto de partida. Dios esperaba que Su pueblo honrara a los padres. Fijémonos en que existe una bendición adjunta al hecho de honrar los padres de uno. Dios dijo a Su pueblo que, si ellos lo hacían, las cosas les saldrían bien en la tierra que el Señor les estaba dando. En otras palabras, Dios los bendeciría y bendeciría la tierra por cuanto ellos respetaban a sus padres. Esto nos demuestra la importancia que tiene para Dios la responsabilidad de los progenitores. Es una labor honorable. A los padres se les llama a criar una generación de hijos para que conozcan al Señor y anden en Sus caminos. Esta responsabilidad siempre ha de ser protegida y honrada en nuestra sociedad.
En los versículos 17-21 el Señor aborda la relación de Israel con el resto de la sociedad. En estos versículos hace un llamado a respetar la vida, la reputación y la propiedad de otros. Comienza recordando a Su pueblo en el versículo 17 que la vida de otro ser humano no les pertenecía, por lo que nadie podía tomarla. Ellos debían recordar siempre que la vida es un preciado don de Dios que debía ser respetado. El homicida llevaría sobre sí mismo el haber puesto fin a la vida de otra persona, pues al hacerlo, evidenciaría su deshonra a Dios y a la vida por Él otorgada.
Dios también ordenaba a Su pueblo a mostrar respeto por lo que perteneciera a otra persona, lo cual se evidencia en los versículos 18-19. Tener una relación sexual con el esposo o la esposa de otra(o) era una manera de ultrajar la propiedad de otro (v. 18). Otra forma de deshonra era robar la propiedad de otro (v. 19). Dios esperaba que Su pueblo se contentara con lo que Él les había dado y que se regocijara con lo que también le había dado a su prójimo. Si debían vivir en armonía unos con otros, necesitarían aceptar la provisión de Dios para sus vidas. No debían tomar lo que Dios había escogido dar a otro(a).
Dios también le ordenó a Su pueblo a tratarse unos a otros en justicia y honestidad (v. 20). No debían dar falso testimonio contra su prójimo; lo cual podía suceder si alguien quería dañar a otra persona acusándola de algo que no hubiese hecho. También podía ocurrir al tratar de proteger a un amigo de las consecuencias de algún pecado que hubiese cometido. Las relaciones interpersonales debían construirse sobre el equilibrio entre la honestidad, el respeto y la justicia.
Finalmente, el Señor habla en el versículo 21 en cuanto a codiciar lo que perteneciera al prójimo. Aquí se utilizan dos palabras. Cuando el Señor habla de codiciar la esposa del prójimo, la palabra que se utiliza es “khawmad”; esta palabra tiene el sentido de apetecer o sentir lujuria. La segunda, es “avvow”, que significa desear o anhelar. Aquí debemos notar dos importantes detalles.
Primero, el uso de dos palabras diferentes en este contexto coloca la esposa de un hombre aparte de todo lo demás que le pertenece. Ella no se clasifica entre sus pertenencias. El hecho que Dios utilice una palabra distinta para describir la codicia por la esposa de un hombre, de la codicia por los animales o siervos del hombre, nos demuestra que ella tenía un lugar de honor.
Segundo, fijémonos en que codiciar, desear, anhelar o sentir lujuria hacia algo que no nos pertenece, constituye un pecado del corazón y de la mente. Lo que Dios está diciendo a Su pueblo es que resulta muy posible para ellos no robar la propiedad del prójimo ni cometer adulterio con la esposa de éste, y sí ser culpables de estos pecados en su mente y corazón. El deseo de Dios era que tuvieran una mente y actitud puras. Su pueblo debía seguirle no sólo en sus acciones, sino también con su corazón.
En conclusión, Moisés le recordó al pueblo que estas palabras habían sido pronunciadas por Dios en alta voz ante toda la congregación de Israel. El día que Dios declaró estos mandamientos, Su presencia se manifestó sobre el Monte Sinaí en humo y fuego. Además, escribió las palabras de estos mandamientos en tablas de piedra para que pudiesen ser recordadas por las generaciones siguientes (v. 22). Aquel día los líderes de las tribus de Israel se maravillaron de haber podido escuchar a Dios y permanecer con vida (vv. 23-24). La presencia de Dios fue tan evidente en aquellos días que Su pueblo no se atrevió a desobedecerle. Se comprometieron a seguir todo lo que el Señor les pidiera (v. 27). Los versículos 28-29 nos dicen que Dios escuchó lo que ellos dijeron y le agradó, pero Él conocía sus corazones y sabía que ellos no serían capaces de cumplir aquellas promesas.
Moisés desafió al pueblo aquel día a tener cuidado de obedecer lo que el Señor les estaba mandando. No debían desviarse de Sus caminos. Si andaban en fidelidad a Él en la tierra que les estaba regalando, prosperarían y vivirían allí por muchísimo tiempo. Su éxito y prosperidad allí no tendrían nada que ver con su destreza militar ni esfuerzos humanos, y sí todo que ver con la manera en que obedecieran al Señor. Su prosperidad como nación dependía enteramente de Dios y de Su bendición. Ellos podían asegurar dicha bendición al andar en fidelidad a su Señor.
Para Meditar:
*¿Cuál es la diferencia entre aprender de alguien y seguirle? ¿Por qué es importante que no sólo aprendamos, sino que además sigamos lo que conocemos que es verdadero? ¿Hay cosas que conocemos sobre Dios, y no actuamos en consecuencia con ellas?
*¿Qué significa respetar el nombre de Dios?
*¿Cuán importante es que apartemos tiempo para Dios? ¿Cómo lo hemos estado haciendo en nuestra vida?
*¿Qué aprendemos en este pasaje sobre la importancia del papel de padre/madre? ¿Lo honramos debidamente?
*¿Qué nos enseñan los mandamientos de Dios en este pasaje en cuanto a la importancia de respetar la vida y la prosperidad de otros?
*¿Cuán importante es la actitud de nuestro corazón? ¿Es posible obedecer físicamente el mandamiento de Dios y aun así estar pecando en nuestro corazón?
Para orar:
*Pidámosle al Señor que nos ayude no solo a estudiar Su Palabra, sino también a aplicarla en nuestra cotidianidad. Pidámosle que nos muestre si hemos fallado en esto.
*Pidámosle al Señor que nos ayude a respetar Su nombre con nuestras palabras y acciones, para que otros puedan ver Su carácter resplandecer a través de nuestra vida.
*Pidamos al Señor que nos ayude a tener la actitud correcta del corazón. Oremos para que nos cambie actitudes erróneas que podamos tener hacia amigos o vecinos.
*Pidámosle que nos muestre cómo podemos vivir y andar con un mayor respeto por los que nos rodean; oremos para que use esto como una forma de ganar sus corazones para Él.
6 – LA OBEDIENCIA A SUS MANDAMIENTOS
Leamos Deuteronomio 6:1-25.
El sexto capítulo de Deuteronomio tiene importantes aspectos que decirnos en cuanto a la ley de Dios. No fue diseñada como una obligación externa impuesta a Su pueblo, sino como algo que debía formar parte de sus vidas, pensamientos y actitudes. Para ellos debía ser tan natural como respirar, tan deleitoso como el conocimiento de su especial relación con Él, y tan necesario como el latir de su corazón. Cada pensamiento sería pasado a través del filtro de la ley de Dios; cada acción, gobernada por ella. Era el idioma de su corazón y el cristal mediante el cual veían toda la existencia.
Cuando el pueblo de Dios se encontraba a orillas del Jordán, listo para cruzarlo hacia la tierra que su Dios les había dado, Moisés les recordó que debían obedecer les leyes del Señor y vivir conforme a Sus requerimientos. Debían transmitirlos a sus descendientes. Fijémonos en los versículos 2-3 las bendiciones que vendrían con la obediencia.
Aquí hay dos de ellas. La primera es una larga vida. Esto significa que sus vidas no iban a ser tronchadas ni morirían antes de tiempo. Sus enemigos serían mantenidos a raya y ellos serían exonerados del juicio de Dios. La segunda parte de esta bendición tiene que ver con el disfrute de sus extensas vidas. Es decir, en ellos reposarían la paz y la bendición de Dios por cuanto andarían obedeciendo al Señor su Dios.
El versículo 3 contiene otras dos bendiciones adjuntas a esta obediencia a la ley de Dios. En primer lugar, Moisés prometió que les iría bien en la tierra; lo cual se traduciría en cosechas. Sería una tierra que fluiría “leche y miel”. En segundo lugar, allí crecería grandemente la población. Dios los bendeciría con muchos hijos; es decir, se incrementarían las personas y la prosperidad en la tierra que el Señor les había dado.
Notemos a partir de estos versículos que su larga vida, el disfrute de la misma, la productividad de su tierra, así como la salud de sus familias tenía más que ver con su relación con Dios que con su tecnología, política, medicina o vida militar. Su éxito o fracaso en la tierra que el Señor les había dado era una cuestión espiritual.
¡Cuán fácil nos resulta percibir que nuestro éxito como nación, sociedad o iglesia local depende de nuestra capacidad humana o de nuestra planificación estratégica! Aquí Dios nos está demostrando que la obediencia a Él y a Su Palabra tendrá más impacto que cualquier otra cosa que pudiéramos hacer. Imaginemos cuánta diferencia marcaría que todo hombre o mujer de negocios, político o líder eclesiástico estuviese absolutamente comprometido a amar a Dios y a andar en correspondencia con Su Palabra. ¿Cuáles serían los cambios que esto provocaría en nuestra tierra? Y definitivamente no estamos diciendo que, si obedecemos a Dios, todo irá bien para nosotros. Sin embargo, lo que sí estoy diciendo es que hay bendición en la obediencia a Dios y a Su Palabra; la cual es buena para nuestra sociedad y país; ésta brindará más calidad de vida a nuestras comunidades. Restaurará las relaciones interpersonales que hayan sido dañadas y enmendará los corazones destrozados. Nos guiará en el camino que deberíamos andar y proporcionará una mejor armonía con nuestro prójimo y con Dios. Todo lo cual es bueno para nuestra sociedad. Cualquier sociedad que le dé la espalda al Dios de la Palabra no puede aspirar a una verdadera prosperidad. Muchos de los problemas de nuestra sociedad nada tienen que ver con la política, la medicina o la ciencia, y sí todo que ver con la desobediencia a la Palabra de Dios.
Moisés recordó a su pueblo en el versículo 4 que su Dios uno es; algo fundamental para que ellos entendieran, especialmente en el contexto de los muchos dioses que existían a su alrededor. Al decir a Israel que Dios es uno, Moisés les estaba diciendo que no existía ninguna otra expresión de Su deidad. En esta época tenemos aquellos que nos enseñan que todos los dioses son iguales; estos individuos creen que todas las religiones nos conducen a Dios. Cuando Moisés dijo al pueblo aquel día que Dios es uno, les estaba dejando claro que no existía otra expresión de Dios. Quien les había sido descrito en la ley de Moisés es el Dios al que ellos debían servir. No había otra forma; no había otro Dios. Los demás eran falsos; todas las demás formas eran falsos caminos que llevaban sólo a la destrucción.
En el versículo 5 Moisés desafió a Su pueblo a amar a este verdadero y único Dios (que había sido descrito en la Ley) con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas. Cuando dedicamos todo nuestro corazón, toda nuestra alma y todas nuestras fuerzas a un único Dios, no hay cabida para nada más. Él recibe todo nuestro amor y devoción; el resto de los dioses y de las tentaciones son desechados.
Veamos que Israel debía corresponder en amor. No debían servir al Señor por obligación ni porque fuera lo que de ellos se esperaba. Su relación con Dios no debía ser como la del siervo hacia un amo cruel. Dios no estaba buscando que se dedicaran de manera indiferente a una serie de reglas; Él anhelaba el amor de Su pueblo; quería que se deleitaran en Él. La obediencia debía ser fruto del amor y la devoción a Dios, no forzada ni por obligación o temor. Debía ser la expresión natural de un corazón lleno de amor hacia Dios.
El versículo 6 lo deja bien claro cuando Moisés dijo al pueblo que los mandamientos que les estaba enseñando debían permanecer en su corazón. Por lo general abrimos nuestro corazón a aquellas cosas que más atesoramos en la vida. Jesús lo aclara al expresar en Mateo 6:21:
Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.
Cuando Moisés expresó al pueblo que estos mandamientos debían permanecer en sus corazones, lo que les estaba queriendo decir es que no se trataba de cargas ni de obligaciones, sino de un deleite. Lo cual se evidenciaría en la impresión que ellos debían dejar en la vida de sus hijos, y en cómo ellos hablaban de la Palabra de Dios al estar en casa o al andar por el camino con algún amigo. Esto se vería en cómo ellos reflejaban la ley de Dios al acostarse en la noche a descansar. La Palabra de Dios debía permanecer cada día en sus corazones y pensamientos. Ellos debían estimularse unos a otros a una obediencia más profunda a medida que hablaban en amor y reflexionaban juntos en la Palabra de Dios.
Moisés les exhortó a atarse las palabras de Dios a las manos y a sujetarlas en sus frentes. Debían escribirlas en los postes y las puertas de sus casas. Algunos judíos tomaban estas palabras literalmente y se hacían pequeñas filacterias que podían ajustar a sus frentes para cuando salieran a la calle. No obstante, Moisés parece estar hablando aquí de forma simbólica. Al decir que ataran a sus manos las palabras de Dios, estaba queriendo comunicar: “que todo lo que ejecuten con las manos sea en obediencia a la ley de Dios”. Al decirles q debían atarlas a sus frentes, esto es lo que quería comunicarles: “que todo lo que vean y piensen se corresponda con las palabras de Dios en Su Ley”. Al decirles que pusieran la Palabra de Dios en los postes y las puertas de sus casas, les estaba expresando: “que su familia viviera en obediencia a la Ley de Dios”. En otras palabras, que todo lo que hagan o digan sea filtrado a través de la enseñanza de los mandamientos de Dios. Que toda su vida sea una demostración de obediencia en amor a Dios.
Dios quería que Su pueblo fuera devoto a Él y a Sus caminos. Moisés les recordó en los versículos 10-11 lo que Dios haría por ellos si andaban en obediencia a Su Ley. Dios les daría una extensa tierra, llena de ciudades que no habían edificado; con casas llenas de mercancías que ellos no habían comprado, pozos que no habían cavado, viñas y olivares que no habían plantado. Comerían de la tierra y se satisfarían plenamente. A cambio Dios les pedía que le recordaran y le amaran. Debían servirle exclusivamente a Él y rechazar a todos los demás dioses (vv. 13-14).
Si pretendían permanecer en la tierra, debían cuidarse de no olvidar a su Dios. Recordarlo implicaba volverse del resto de los dioses falsos y andar en obediencia a Su mandamiento. Fijémonos en que, si ellos se volvían a otros dioses y decidían desobedecer al Señor su Dios, iban a provocar que la ira de Dios se encendiera en su contra para destruirlos. No debían poner a prueba la paciencia que Él les había tenido, como lo habían hecho anteriormente en el desierto (v. 16). El amor, la devoción y la paciencia de Dios hacia Su pueblo eran inmensos, pero no debían ellos pasarlos por alto. Dios castigaría a quienes no le respetaran ni observaran Su Ley. El pueblo de Dios debía cumplir Sus mandamientos (v. 17) y actuar con justicia a la vista del Señor (v. 18). Mientras anduviesen en obediencia a Él, la bendición de Dios reposaría sobre ellos y disfrutarían las bondades de la tierra que les estaba otorgando (v. 18).
A medida que sus hijos fueran creciendo y comenzaran a preguntarles el significado de los mandamientos y las razones por las que debían seguirlos, ellos debían hacerles el recuento de cómo sus ancestros habían sido esclavos en la tierra de Egipto. Debían enseñar a sus hijos cómo el Señor Dios los había librado de esa esclavitud mediante milagrosas hazañas, y los había introducido en la tierra que había prometido a sus predecesores (v. 23). Veamos que ellos debían recordar a sus hijos la obediencia a Dios por dos motivos.
En primer lugar, debían obedecer Sus mandamientos y temer al Señor para que pudieran prosperar y mantenerse con vida (v. 24). Hemos visto que la prosperidad de la tierra de Canaán dependía de la obediencia del pueblo de Dios a Su Palabra. Mientras el pueblo de Dios anduviese en fidelidad a Él, la bendición reposaría sobre la tierra. Si se apartaban y pecaban contra Él, iban a provocar que la presencia de Dios se apartase de ellos, y por consiguiente Su bendición. Su pecado podía aun resultar en su propia destrucción como país. La bendición de la tierra y su seguridad como pueblo dependía de que ellos anduviesen con Dios en obediencia a Su propósito.
La segunda razón por la que debían obedecer los mandamientos de Dios se encuentra en el versículo 25, el cual expresa que su justicia estaría en la obediencia. La palabra ‘justicia’ se refiere a una relación correcta con Dios. Si querían asegurarse de estar en una relación apropiada con Dios, necesitarían andar en obediencia a Sus mandamientos. Para agradar a Dios y conocer Su favor, el pueblo de Dios necesitaba obedecer Sus mandamientos; lo cual no siempre iba a ser el caso de Israel. Habría ocasiones en que ellos se desviarían de la bendición y de la presencia del Señor debido a su desobediencia. El rechazo hacia Dios y Sus caminos los conduciría a ser juzgados.
No debemos suponer a partir de esto que nuestra salvación dependa de nuestra obediencia. El Nuevo Testamento habla exclusivamente de Cristo como quien puede garantizarnos una correcta relación con Dios. Lo que necesitamos entender aquí es que la calidad de nuestra vida bien puede depender de cuán dispuestos estamos a andar en obediencia a Dios y a Su Palabra. No podemos experimentar la plenitud del propósito de Dios para nuestras vidas si estamos andando en pecado y rebeldía. La Palabra de Dios es buena para nosotros y nuestra sociedad; obedecerla nos garantiza una más profunda intimidad con Dios, así como una mayor comunión con Su pueblo. Todo esto propicia que la sociedad sea más sana y que Dios se deleite en bendecirla. Dios se deleita en revelarse a quienes andan consagrados en amor.
Para Meditar:
*¿Cuán importante es para nosotros la Palabra de Dios? ¿Cuánto ven los demás de nuestro deleite al andar en obediencia a esta Palabra?
*¿Cuán importante es la obediencia a la Palabra de Dios para la salud de nuestra sociedad y nación?
*¿Cuál es la diferencia entre la obediencia por amor, y la obediencia como deber y obligación? ¿Qué nos motiva a obedecer?
*¿Hemos sido capaces de transmitirle a nuestros hijos nuestro amor por Dios y nuestra devoción a Su Palabra?
Para orar:
*Pidámosle al Señor que nos podamos deleitar más en Su Palabra y andar en obediencia. Pidamos que nos quite todo amor por el pecado que haya en nuestra vida.
*Pidámosle que restablezca la obediencia a nuestra comunidad y sociedad.
*Pidámosle que nos ayude a estar más concentrados en hacer todo para la gloria de Dios nuestro Señor.
*Dediquemos un tiempo para pedir al Señor que nos dé la gracia para impactar en la generación que nos sigue. Pidámosle que nos ayude a transmitirle el amor hacia Él y Su Palabra
7 – LA DESTRUCCIÓN DE SUS ENEMIGOS
Leamos Deuteronomio 7:1-26.
En ocasiones nos resulta difícil entender este capítulo y otros pasajes similares. Aquí vemos el mandamiento de Dios en cuanto a las naciones paganas que vivían en la tierra que Él estaba dando a Su pueblo.
Moisés había prometido que el Señor entregaría en sus manos siete naciones. En el primer versículo dejó claro que todas ellas eran más numerosas y fuertes que Israel, pero que caerían porque el Señor estaba con Israel. ¡Cuán fácil nos resulta servir al Señor con la sabiduría y la fuerza humanas! Nos trazamos metas y trabajamos para alcanzarlas. Al ver las naciones que tenía ante ellos, Israel humanamente no hubiera escogido hacerles la guerra. No hubieran podido imaginarse que todas estas naciones caerían ante ellos. Los propósitos de Dios son distintos de los nuestros. El pueblo de Dios avanzaba hacia lo imposible. Ellos no derrotarían a una nación, sino a siete mucho más grandes y fuertes que ellos.
En el versículo 2 Dios dijo a Su pueblo lo que debían hacer contra ellos. No debían firmar ningún tratado de paz; no debían tenerles misericordia; tenían que destruirlos por completo. Israel destruiría totalmente siete naciones que jamás podrían levantarse de nuevo.
Los israelitas no debían contraer matrimonio con los habitantes de estas naciones, ni tomar hijas de éstos para dar a sus hijos en casamiento. La razón es que estos cónyuges no creyentes desviarían a los descendientes israelitas del Señor para hacerlos servir a otros dioses. Esto provocaría la ira de Dios en contra de ellos, y Él los destruiría, aunque fueran Su pueblo escogido (v. 4).
Era necesario que derribaran, aplastaran o pasaran por el fuego los altares paganos, las piedras sagradas y todo artículo religioso. Había que limpiar la tierra completamente de todo lo que perteneciera a otros dioses; y la nación se dedicaría por entero a la gloria del Dios de Israel. No debían claudicar. Dios exigía la total devoción de Su pueblo.
Dios había escogido a Su pueblo para Él; eran diferentes al resto; eran un pueblo santo. No es que no podían pecar; vemos claramente que tenían la misma capacidad para pecar que cualquier otra nación. Su santidad no se debía a que fuesen mejor que las demás, sino a que habían sido escogidos por Dios, quien apartó a esta nación como pueblo especial para Su gloria. Él obraría en ellos y se les revelaría; ellos se habían convertido en el objeto de Su afecto y en Su “posesión exclusiva” (v. 6), lo cual los volvía un pueblo santo. Esa santidad se debía a la elección de Dios, y no porque ellos fueran buenos por naturaleza.
Dios les dedicó Su afecto por una única razón: los amaba. No eran ellos una gran nación; de hecho, eran la más pequeña de todas (v. 7). La misma naturaleza humana y pecaminosa radicaba en Israel como en cualquier otra nación de la tierra. A no ser porque Dios se fijó en ellos, no hubiesen conocido Sus caminos y hubiesen seguido los de las naciones pecadoras que los circundaban.
Su posición privilegiada y favor con Dios eran consecuencia sólo de la elección divina. Él había decidido amarles y mostrarles Su afecto. Decidió usarles y mediante ellos traer al mundo Su bendición. Los sacó de su opresión y esclavitud en Egipto, y los condujo a través del desierto hasta el límite de la tierra que Él había prometido a sus padres. Se comprometió con Israel; pactó con ellos la promesa de ser su Dios. Él prometió serles fiel, y prometió proteger y guardar a todos los que le amaran y obedecieran Sus mandamientos (vv. 8-9); sin embargo, aquellos que lo odiaran, serían destruidos (v.10).
En estos versículos hay un poderoso mensaje. Vemos claramente que Dios es un Dios de justicia y santidad. Las naciones que habitaban aquella tierra seguían a otros dioses. Aunque nunca habían oído acerca del Dios verdadero, vivían en pecado y rebeldía a Él. El hecho de ignorar lo que es bueno y malo no nos justifica; pecado es pecado, lo reconozcamos o no. Todo pecado nos separa de Dios y nos coloca bajo Su ira. Como Dios santo que es, juzgará toda transgresión. Esto significa que todos aquellos que no hayan escuchado jamás el maravilloso mensaje del evangelio, están perdidos en su pecado y bajo el juicio de Dios. Por eso es importante para nosotros ir a todas las naciones y hablarles del pecado y de su solución, que viene en la persona del Señor Jesucristo.
Estos pasajes nos muestran algo de Dios que a menudo pasamos trabajo para entender. Su ira y juicio son muy reales. Él no ha titubeado al juzgar a naciones enteras por su pecado. Nosotros batallamos por entender cómo un Dios de amor puede mandar a una persona al infierno, pero aquí estamos ante un Dios cuyo enojo, celos e ira, son bien reales. Él odia el pecado, y no vacilará en destruirlo, así como a todos los que vivan en él. Él no comprometerá Su santidad aceptando el pecado y la rebelión. El más severo castigo está reservado para quienes en esto persisten. Él es un Dios santo, de ira y juicio.
Habiendo dicho esto, es también un Dios de maravilloso amor y fidelidad. En Su amor alcanzó a un sencillo pueblo y en él fijó Su atención. Aunque sus ciudadanos eran impuros e inclinados al pecado, Dios proveyó un sistema de sacrificios para apaciguar Su ira y satisfacer temporalmente Su justicia. Por medio del continuo derramamiento de sangre en pago por el pecado, Dios inició una relación con Su pecaminoso pueblo. Derramó sobre ellos Su amor y se dedicó a Sí mismo para procurarles bien, para gloria Suya en el mundo.
De igual forma, hoy le debemos todo al Señor. Cada uno de nosotros era pecador bajo el juicio de Dios, pero Él nos miró con amor y nos apartó para que seamos parte de Su pueblo. Su deseo es bendecirnos y usarnos para Su gloria. Para tratar todo pecado que de Él nos separa, Dios envió a Su Hijo para que fuese el sacrificio único por nuestros pecados. La ira de Dios se apacigua en Jesús, y en Él se cumplen todas las exigencias de la justicia, para que podamos entrar libremente en Su presencia, desprovistos del pecado y de todas sus consecuencias. Somos un pueblo santo por cuanto Dios nos ha escogido, ha pagado el precio de nuestra transgresión y se ha dedicado a nosotros. ¡Qué gran honor y privilegio es todo esto!
El privilegio de ser escogido(a) por Dios para ser un pueblo santo tuvo su precio. En el versículo 11 Moisés recordó al pueblo que, como nación santa y escogida, debían seguir fielmente Sus mandamientos y leyes. Si lo hacían, entonces Dios mantendría Su pacto de amor; los bendeciría y fructificaría en la tierra prometida a sus predecesores.
Sus esposas tendrían muchos hijos; la tierra produciría abundantes cosechas, y se multiplicarían sus animales (v. 13). Serían bendecidos más que cualquier otro pueblo de la tierra (v. 14). El Señor los protegería de enfermedades y gozarían de buena salud (vv. 14-15).
Todas estas bendiciones eran condicionales. Es decir, esto es lo que iban a poder disfrutar si andaban en obediencia al Señor y en Sus caminos. De no ser así, el Señor no vacilaría en dejar de bendecirles. En el versículo 16 una vez más Moisés recuerda al pueblo que debían destruir las naciones que se encontraban en la tierra que Él les estaba entregando, para que esos habitantes no se convirtieran en una trampa para ellos al inducirlos a seguir a otros dioses. La salud y bendición de la nación israelita dependerían de su obediencia a Dios y a Sus caminos.
En la actualidad también procuramos ser bendecidos. Anhelamos ver el Espíritu de Dios moverse entre nosotros con poder. Anhelamos experimentar lo que hemos leído en las páginas de las Escrituras. Procuramos esta bendición de varias maneras: al orar y ayunar; mediante el evangelismo, diferentes programas de alcance comunitario, o servicios de predicación. Todo esto es bueno en sí, pero nunca traerá la bendición de Dios si no estamos viviendo en obediencia. Dios ha prometido Su bendición a quienes le obedecen. Todos hemos visto a personas clamar por la bendición divina, sin tener la disposición de lidiar con el pecado en sus vidas. Hemos escuchado poderosos sermones desde los púlpitos, mientras en secreto esos pastores batallan con sus propias faltas. Dios anda en busca de un pueblo que tome en serio el pecado; un pueblo que se comprometa a andar en obediencia a Su Palabra, pase lo que pase. El gran secreto de la bendición en la vida cristiana no radica en actividades ni programas, sino en la simple obediencia.
Moisés sabía que la obediencia a los mandamientos del Señor no sería algo fácil para Su pueblo. Se enfrentarían a naciones más poderosas que ellos; obligados a preguntarse cómo iban a poder expulsar estas naciones y destruirlas. Sin embargo, Moisés dijo al pueblo que no debían ceder al temor, sino que debían recordar cómo el Señor los había sacado de la tierra de Egipto derrotando a una nación mucho más poderosa que ellos. Debían recordar cómo Dios había realizado grandes señales y prodigios al sacarlos de Egipto hacia la tierra que les había prometido. Debían dejar que las experiencias que habían tenido con Dios los guiaran hacia la conquista de Canaán. Moisés prometió que Dios volvería a realizar lo que había hecho por ellos en el pasado mientras avanzaban hacia la tierra que les había prometido (v. 19).
Moisés dijo al pueblo en el versículo 20 que el Señor enviaría avispas en medio de sus enemigos hasta que pereciera el último de los sobrevivientes de las naciones que Él los había llamado a conquistar. No tenemos la certeza de qué representaban esas avispas, pero obviamente Dios estaría con ellos durante la conquista de la tierra hacia cada territorio que se desplazaran, barriéndolo con Su juicio y trayéndoles una rotunda victoria.
Israel no tendría motivos para temer porque el Señor estaría en medio de ellos. Poco a poco iría expulsando ante ellos las naciones paganas (vv. 21-22). Hay dos cosas que debemos observar en este pasaje.
Primero, Dios estaría en medio de Su pueblo al desplazarse hacia territorio enemigo. A medida que se desplazaran, Su presencia allí estaría, pero tenían que moverse. Era como si llevaran a Dios mismo con ellos en la batalla, y a medida que salieran en fe, Su presencia les fortalecería y les daría la victoria. Aquí vemos un increíble compañerismo. Dios manda a Su pueblo y Él mismo ocupa un lugar entre sus filas para apoyarlos en la batalla. Ahora todo depende de la obediencia del pueblo a Su mandato. Si avanzan, Su presencia se moverá con ellos proporcionándoles la victoria. Por el contrario, si no avanzan en obediencia, el enemigo prevalecerá, la poderosa presencia de Dios en medio de ellos se contristará, y Su pueblo vivirá en derrota. Dios va a salir con nosotros a la batalla, pero tenemos que obedecer Su mandamiento y salir en fe.
Segundo, veamos en el versículo 22, la naturaleza de la victoria que Dios daría a Su pueblo. Les daría la victoria sobre esas naciones poco a poco y no de una vez y por todas. Existía una razón práctica para que así fuera. Israel no era lo suficientemente poderosa como nación para encargarse de toda la tierra que el Señor les iba a dar. Si Dios destruía a todas las naciones repentinamente, entonces se iban a multiplicar alrededor de Israel los animales salvajes (v. 22). Al destruir las naciones de a poco, estaba Dios garantizando el cuidado de la tierra por ellos habitada, hasta que estuvieran preparados para poseerla. Cuando llegara ese momento, Dios se encargaría de confundir a los enemigos de Israel y de entregarlos en manos de ellos. Ningún enemigo iba a poder enfrentárseles.
La batalla contra el pecado es constante. Dios nos va dando victorias a medida que seamos capaces de sobrellevarlas. A medida que vamos madurando en nuestro caminar con Dios, Él nos llevará hacia nuevos territorios y nos dará mayores victorias. No las tendremos todas de una vez. La batalla contra el pecado y nuestro progreso hacia la santidad durarán toda una vida. Cuando pensemos que hayamos tenido victoria sobre algún aspecto de nuestras vidas, Dios nos llevará más allá de esa victoria dándonos nuevas revelaciones de Su propósito para nuestras vidas.
Cuando Dios concediera la victoria a Su pueblo, ellos debían quemar las imágenes de los dioses falsos; no debían codiciar la plata ni el oro de estos pueblos; todo esto sería una trampa para Israel. Con cada nueva conquista, habría nuevas tentaciones; ninguna victoria vendría sin ellas. Podemos estar seguros de que Satanás hará todo lo que esté a su alcance para impedirnos poseer la tierra que Dios quiere darnos. Para algunas personas será la tentación del orgullo. Para otros, será el pensar que han obtenido la victoria por sus propios méritos, lo cual les alejará del Señor. Para otros, la codicia del oro y de la plata. A medida que avanzamos en nuestra vida cristiana, siempre debemos ser conscientes de estas tentaciones; debemos lidiar con ellas; deben ser “lanzadas al fuego” y completamente destruidas si queremos tener toda la victoria que Dios desea para nosotros. Al pueblo de Dios no se le permitía llevar a casa suvenires de sus batallas; no debían introducir en sus casas nada de las naciones paganas; debían detestar toda cosa inmunda y destruirla, para que no se convirtiera en una tentación para ellos ni para su familia. Y haríamos bien en seguir este ejemplo.
Para Meditar:
*¿Alguna vez nos hemos encontrado en una situación imposible? ¿Qué aliento nos brinda este pasaje?
*¿Cómo debemos lidiar con el pecado que hay en medio nuestro?
*¿Qué aprendemos aquí sobre la justicia y la ira de Dios? ¿Por qué esta no es una doctrina popular?
*¿Dónde estaríamos hoy si el Señor no hubiera escogido obrar en nosotros y atraernos a Su presencia?
*¿Qué aprendemos sobre el secreto de la bendición en la vida cristiana?
*¿Nos da el Señor la victoria de una vez y por todas? ¿Cuáles nos ha dado? ¿Cuáles nos quedan por recibir de Él?
Para orar:
*Agradezcamos al Señor que es el Dios de lo imposible y que nos dará la victoria sobre aquellos enemigos que son más poderosos que nosotros.
*Pidámosle que nos ayude a lidiar con el pecado que radica en medio nuestro; que nos ayude a no claudicar cuando se trata de pecado.
*Dediquemos un tiempo para considerar cómo Dios nos atrajo hacia Él. Consideremos Sus bendiciones en nuestra vida. Agradezcámosle por esas bendiciones.
*Pidámosle ayuda para andar en más obediencia a Su dirección y propósito para nuestra vida.
*Agradezcamos al Señor que aún no ha finalizado la obra que en nosotros está realizando. Abrámonos más a Él, en Su obra de hacernos más a Su imagen.
8 – EN LA PROSPERIDAD, NO SE OLVIDEN DE DIOS
Leamos Deuteronomio 8:1-20.
Al comenzar este octavo capítulo, el Señor recuerda a Su pueblo que la bendición en la tierra que les estaba dando, dependería de la obediencia de ellos a Sus mandamientos. En el primer versículo les dice que debían cuidarse de poner por obra Sus mandatos para que pudieran prolongar su vida y multiplicarse en la tierra que había prometido a sus antepasados. Es bastante clara la conexión que existe entre la obediencia a los mandamientos de Dios, la vida prolongada y la multiplicación de ellos en la tierra. Si ellos querían vivir en las bendiciones de Dios, tendrían que dar prioridad a andar fielmente con Él y a obedecer Sus caminos.
Dios quiere bendecir
Dios se deleita en bendecir a quienes andan en fidelidad; Su propósito es que experimentemos la plenitud de Su vida en nosotros. Él nos capacitará y nos protegerá. Proveerá para nuestras necesidades y nos bendecirá más de lo que merecemos o de lo que jamás pudiéramos imaginar. Esto es lo que quiere hacer. Quiere demostrar a Sus hijos amor y devoción; y debería ser un deleite para ellos andar en Sus bendiciones y experimentar Su presencia.
La historia de la iglesia está llena de ejemplos de abnegación y de autoflagelación como modos de procurar el favor de Dios. Otros no han estado dispuestos a recibir lo que Dios tanto se deleita en concederles por no considerarse dignos de recibirlo. Ninguno de nosotros es digno de Su bendición en esta vida; de esto se trata la gracia. Él quiere bendecir a aquellos que son indignos de Su bendición, y a pesar de lo mucho que no lo merezcamos, debería ser nuestro deleite recibir todo lo que Dios quiere darnos. Deberíamos salir con denuedo y en Su nombre recibir toda la fortaleza que quiere darnos para servirle. Deberíamos abrir el corazón y recibir todo el amor que quiere derramarnos. Lo primero que debemos ver en este pasaje es que Dios quería bendecir a Su pueblo. Al andar en obediencia a Su Palabra, la bendición divina fluiría naturalmente hacia ellos. Dios les desafió a vivir de tal forma que no detuvieran la bendición y la prosperidad. Esta también debería ser nuestra actitud.
Recuerden lo que ha hecho Dios
Habiendo recordado al pueblo que debían seguir viviendo de manera que Sus bendiciones no se detuvieran, ahora Dios les desafía en el versículo 2 a no olvidar lo que había hecho antes. Fijémonos en que hace un llamado a Su pueblo a recordar cómo los había guiado a través del desierto durante cuarenta años, tiempo durante el cual los había puesto a prueba para manifestar lo que había en el corazón de ellos y para enseñarles humildad. En su peregrinar de cuatro décadas, el Señor proveyó cada una de sus necesidades. Les permitió pasar hambre, pero también los nutrió con el maná. Durante esos años en el desierto sus vestiduras no se desgastaron, ni se les hincharon los pies a causa del mucho vagar. Dios los entrenó y los disciplinó como todo buen padre disciplina al hijo que ama. Como todo padre consagrado, el Señor los fue llevando paso a paso a través del desierto; nunca los abandonó. La figura que parece manifestarse en estos versículos es la de un padre amoroso criando a sus hijos. Los acompañó, los guió, los protegió, los defendió, los entrenó y los fortaleció en cada paso del trayecto. Ningún padre terrenal pudo haberlos cuidado ni amado más.
Era el deseo de Dios que Su pueblo hiciera memoria de lo que por ellos había hecho. Cuando miramos nuestra vida en retrospectiva, vemos cómo la mano de Dios nos ha bendecido y equipado. Vemos las ocasiones en que no fue suficiente nuestra fortaleza humana, y Él intervino para cubrirnos con Su fuerza. Vemos las veces en que hemos fallado, pero el perdón de Dios y Su sanidad nos restauraron. Se nos recuerda que todo lo que poseemos y hemos logrado es consecuencia de la gracia y el favor de Dios en nuestras vidas. Nuestros corazones se elevan a Él como fuente de todas estas bendiciones.
Consideremos lo que Dios promete hacer
Dios no sólo pidió a Su pueblo que tuviera en cuenta estas bendiciones del pasado, sino también que estuvieran expectantes a lo que les prometía para el porvenir. Los conduciría a una tierra de fuentes y manantiales en los valles y collados (v. 7). Les estaba concediendo una tierra de trigo, cebada, viñas, higueras, granadas, olivares y miel (v. 8). Ellos iban a poder extraer hierro y cobre de las montañas. Nada les faltaría porque el Señor proveería para cada necesidad; Su promesa les guiaría. Al mirar al pasado, podían ver la provisión y protección divinas; de igual forma podían avizorar el futuro. Iban a poder encararlo con la certeza de que el mismo Dios que los había guiado y bendecido en el desierto, actuaría de igual forma con ellos en lo adelante. Cuando enfrentaran las incertidumbres del futuro, podían estar seguros de que Dios iba a permanecer con ellos bendiciendo cada familia.
¡Alabémosle!
¿Cuál debía ser la respuesta del pueblo de Dios a las bendiciones que recibieran? Cuando hubieren comido y se hubieren satisfecho, debían alabar a Dios por Su bondad hacia ellos. Esa alabanza debía surgir en un corazón agradecido. Vendría en el reconocimiento de Dios como fuente de esta bendición. Además, surgiría en forma de una ofrenda en gratitud por Su bendición. Ciertamente surgiría en su andar en obediencia a los mandatos divinos. Moisés desafió al pueblo a reconocer a Dios como la fuente de sus bendiciones, alabándole y agradeciéndole por lo que había hecho.
No permitamos que Sus bendiciones nos oculten Su rostro
¡Cuán fácilmente ocurre en medio de todas las bendiciones, que nos olvidamos de Dios como la fuente de todas ellas! A veces nos deleitamos más en ellas que en Dios mismo. ¿Qué sucedería cuando el pueblo se hubiera saciado el hambre y estuviesen establecidos en sus suntuosas habitaciones con muchísimo dinero y grandes manadas y rebaños? ¡Qué fácil les hubiera sido enorgullecerse! Podían caminar las calles con sus vestiduras costosas; los demás podrían reconocerles como ricos y prósperos, y dejarían de prestar atención a Dios como la fuente de estas bendiciones para mirar a Su pueblo y la abundancia de ellos.
Pronto olvidarían a Dios por completo, así como lo que había hecho por ellos. Podrían inclusive hasta decir: “Mi poder y la fuerza de mis manos han producido estas riquezas para mí” (v. 17). Lo único que verían es que, al trabajar la tierra, ésta les proporcionaría abundantes cosechas, y que, al ocuparse en el cuidado de las manadas y los rebaños, éstos se multiplicarían. Les resultaría entonces muy fácil decir: “De no ser por mis esfuerzos, nada de esto sucedería”. En vez de reconocer a Dios como la fuente de su bendición, sentirían que su arduo esfuerzo y habilidades eran los que la producían.
¿Alguna vez nos hemos encontrado confiando en nuestros dones espirituales, experiencia o talentos, en lugar de confiar en Dios? ¿Hemos creído alguna vez que la obra de Dios ha dependido de nuestra eficaz administración y esfuerzo? ¿Hemos sentido alguna vez que nuestra iglesia ha crecido y ha llegado a ser lo que es hoy por nuestra fidelidad y arduo trabajo o porque hemos orado y testificado? ¿Dónde está Dios en todos estos pensamientos? ¡Cuán fácil es atribuirnos a nosotros y a lo que hemos logrado la gloria que sólo a Dios pertenece!
Moisés recordó al pueblo en el versículo 18 que era Dios quien les daba la capacidad de producir riquezas. En otras palabras, todo lo que tenemos viene como resultado de lo que ha hecho Dios. Sí, podemos trabajar, pero todos esos esfuerzos serían en vano a no ser por Dios y Su bendición para nuestra vida. Nuestros dones espirituales nada logran sin la bendición divina en ellos. Nuestra ardua labor ha de ser bendecida por Dios si va a fructificar. Todo lo que ha de dar fruto debe ser tocado por Él. No nos atrevamos a tomar la gloria que a Dios pertenece. El mérito de cada bendición que experimentamos solo pertenece a Él.
Si olvidamos…
Moisés concluyó este capítulo con una advertencia de parte del Señor. Les recordó cuáles son los peligros de olvidarse del Señor su Dios. Les dijo que si lo hacían, e iban tras otros dioses y los adoraban, entonces serían destruidos como nación. A medida que fueran conquistando pueblo tras pueblo, debían tener en cuenta para recordarlo, que esto mismo les haría Dios si le daban la espalda y se apartaban de Sus caminos.
Si Dios destruyó a quienes no le conocían, ¿cuánto más severo sería el castigo para aquellos que, habiendo experimentado Su bendición, le dieran la espalda? Con la bendición de Dios viene también la responsabilidad. Dios espera que quienes conozcan y experimenten Sus bendiciones también caminen con Él en fidelidad, obediencia y gratitud.
Para Meditar:
*¿Cuál es la conexión en este pasaje entre la bendición de Dios y la obediencia a Sus mandamientos?
*¿Qué aprendemos aquí en cuanto al deseo de Dios para nosotros de llevar una vida tal, que puedan seguir fluyendo Sus bendiciones?
*¿Qué ha hecho Dios por nosotros en el pasado?
*¿Cuáles son Sus promesas para nuestro futuro?
*¿Cuáles son algunas de las maneras en que podemos alabarle por las bendiciones que nos ha dado?
*¿Alguna vez hemos tomado el mérito que le pertenece a Dios? Expliquemos.
*¿Qué nos enseña este pasaje sobre cuánto le debemos a Dios?
Para orar:
*Pidámosle al Señor que abra más nuestro corazón hacia Él y a las bendiciones que quiere darnos.
*Dediquemos un tiempo a considerar Su bondad a lo largo de nuestra vida. Agradezcámosle por lo que ha hecho en ella.
*Meditemos en las promesas de Dios para nuestro futuro y agradezcámosle que podemos encararlo con confianza.
*Pidámosle que nos perdone por las veces en que nos hemos llevado el mérito por Su capacitación y bendición. Agradezcámosle porque todo lo que tenemos y hacemos es el resultado de Su bendición y capacitación.
9 – NO ES POR TU JUSTICIA
Leamos Deuteronomio 9:1-29.
Dios había prometido dar a Su pueblo en posesión la tierra de Canaán, tierra que pertenecía a otro pueblo mucho más poderoso que Israel. Los de Canaán vivían en ciudades amuralladas. Israel iba a enfrentarse a gente como los anaquitas (o anaceos), reconocidos por su fortaleza y estatura (v. 2). Tal era su reputación, que el dicho de aquella época era: “¿Quién se sostendrá delante de los hijos de Anac?”; así que el pueblo de Dios tenía grandes enemigos que enfrentar. No había forma de derrotarlos humanamente hablando. Sin embargo, en el versículo 3, Moisés recuerda al pueblo que el Señor cruzaría el Jordán delante de ellos subyugando a esas naciones como fuego devorador. Moisés les prometió que Israel las expulsaría y las destruiría sin demora. La victoria no es para los fuertes, es para los que andan en obediencia al Señor. Él va delante de los que están dispuestos a seguirle y les da la victoria sobre sus enemigos.
Una de las más grandes tentaciones para el pueblo de Dios es creer que cuando obtienen alguna victoria de parte del Señor, es por causa de ellos. Quizás prediquemos un sermón que resulte en la salvación de algunas almas, pero en lo profundo pensamos que esto sucedió por nosotros haber sido muy fieles al Señor. Nos felicitamos y de alguna manera creemos que somos más espirituales que los demás porque Dios nos ha usado para lograr algo de gran valor. En ocasiones hasta medimos la espiritualidad de un individuo por el éxito en su ministerio. Este noveno capítulo de Deuteronomio tiene mucho que decirnos en cuanto a esta actitud. Moisés sabía que cuando el pueblo de Dios experimentara la victoria sobre sus enemigos, la tentación sería pensar que se debía por haber sido muy justos y fieles al Señor. En nuestra naturaleza está querer para nosotros algo de la gloria de Dios.
En el versículo 4 Moisés dejó bien claro que no era por su justicia que Israel recibía la victoria que Dios les daba. Él expulsaría a esas naciones delante de ellos porque las estaba juzgando por su iniquidad y no porque estuviera recompensando a Israel por su justicia. Dios no daba la tierra a Su pueblo porque la merecieran. Moisés describe a los israelitas en el versículo 6 como un pueblo “terco” (de dura cerviz, RVR60). ¿Alguna vez hemos tenido tortícolis? Cuando a uno le da tortícolis, es casi imposible girar la cabeza. Así era el pueblo de Dios, andaban en pecado y rebeldía contra Dios. Él los estaba llamando a cambiar su conducta, pero ellos no se volvían hacia Él; seguían obstinadamente en su propia forma de actuar.
Más que nadie Moisés conocía al pueblo de Dios; había sido su líder durante cuarenta años. Para ayudarlos a entender lo que les estaba diciendo, les recordó su rebeldía hacia Dios mientras estaban en el desierto.
En el versículo 7 les recordó cómo habían provocado a ira al Señor desde el día que habían salido de Egipto. Cuando estaban en Horeb, Moisés subió al monte para recibir las tablas de piedra en las cuales se encontraban los mandamientos que Dios había escrito. El pueblo había observado cómo el monte ardía en fuego mientras Dios hablaba con Moisés durante cuarenta días (vv. 9-10). Antes del término de éstos, a pesar de la potente manifestación divina en el fuego, los israelitas dieron la espalda a Dios y se fabricaron un ídolo en forma de un becerro de oro, lo cual enojó al Señor tanto, que quiso destruirlos como pueblo y formar otro mediante Moisés (vv. 13-14).
Cuando él oyó lo que Dios se disponía a hacer, bajó del monte (mientras aún ardía en llamas), y cuando vio lo que estaba haciendo el pueblo, quebró frente a ellos las tablas de piedra que el Señor le había dado. Este parece ser un acto simbólico de su parte y no sólo una manifestación de ira. Tenía en sus manos dos tablas de piedra que habían sido talladas por el dedo de Dios en el monte; no había nada más preciado que esto. Al quebrarlas, estaba demostrando al pueblo cómo estaban despreciando a Dios al inclinarse ante este ídolo.
En los días siguientes Moisés se tendió sobre su rostro ante Dios. Debido a lo que había hecho el pueblo, él se pasó cuarenta días y cuarenta noches sin comer ni beber agua. Durante ese tiempo clamó al Señor a favor del pueblo. Él temía que el Señor destruyera por completo a los israelitas (algo que le había manifestado antes, que estaba dispuesto a hacer). Dios también se había enojado con Aarón por haber recibido el oro del pueblo y haberle dado forma de ídolo. Según el versículo 20, Dios también iba a destruirlo en aquella ocasión, y Moisés clamó en su favor. Molió el ídolo de oro hasta convertirlo en un fino polvo y lo arrojó en un arroyo para que jamás pudiese ser adorado nuevamente (v. 21). Este incidente ocurrido en Horeb nos muestra el tipo de gente que Dios iba a usar para conquistar la tierra de Canaán. Estaban lejos de ser perfectos; se habían rebelado en Su contra, y Dios quiso destruirlos.
En el versículo 22 Moisés siguió recordándoles los incidentes anteriores en cuatro puntos geográficos diferentes de su peregrinar por el desierto. Tres de estos se mencionan en el versículo 22 (Tabera, Masah y Kibrot-hataava). Consideremos brevemente lo que aconteció en cada uno de ellos.
Números 11:1-3 describe lo que sucedió en Tabera, cuyo nombre significa literalmente “ardiente”. Se le denominó así a esta región por lo que sucedió; el pueblo de Dios se quejaba de Él y de Sus propósitos, por lo cual el Señor los juzgó con fuego. Ese fuego del juicio de Dios comenzó en las afueras del campamento, y no fue hasta que Moisés comenzó a orar que las llamas dejaron de devorarlo.
Masah, también llamada Meriba (véase Éxodo 17:7), significan ‘prueba’ y ‘rencilla’ respectivamente. Éxodo 17:1-7 nos relatan que cuando los israelitas llegaron a esta región, se quejaron de Moisés por la falta de agua. Dios dijo a su líder que golpeara cierta roca, y cuando él lo hizo, brotó suficiente agua para proveer para toda la población y sus animales. Masah fue un lugar de murmuración contra los caminos de Dios. También fue un lugar en que el pueblo de Dios evidenció su falta de fe en la provisión de Dios.
En Kibrot-hataava el pueblo se quejó por tener que consumir maná todos los días; ellos anhelaban los alimentos que tenían en Egipto. En respuesta a sus deseos de consumir carne, Dios envió al campamento codornices. Y el pueblo comió codorniz aquella noche, mientras se encendía contra ellos la ira divina en forma de una plaga que los devoró por haber murmurado (véase Números 11:31-34). El nombre de este lugar (Kibrot-hataava) significa ‘tumbas de los codiciosos’. Se le denominó así por cómo el Señor destruyó a quienes habían murmurado de Su provisión.
El último ejemplo que da Moisés en este capítulo es el que tuvo lugar en Cades-barnea (vv.23-24). Fue en esta región que Dios comunicó a Su pueblo que subieran a tomar posesión de la tierra que les había prometido, y en lugar de hacerlo, enviaron espías a recorrer la tierra. Éstos lo que hicieron fue desanimar al pueblo de tal forma, que desistieron de tomar posesión de ella. Debido a su rebelión, Dios los hizo vagar por el desierto cuarenta años, hasta que murieron todos los mayores de veinte años, sin poder ver la tierra prometida. Moisés deja bien claro al pueblo en el versículo 23 que ellos no confiaron en el Señor. De hecho, les dijo que habían estado rebelándose contra Él desde que Moisés los conocía (v. 24).
Moisés tuvo que implorarle al Señor que salvara a Su pueblo de sus pecados y rebelión. Dios había pensado destruir a los israelitas como mismo destruiría a las naciones paganas delante de ellos. Fue sólo porque Moisés le suplicó que no tuviera en cuenta la obstinación e iniquidad de Su pueblo que Dios se retractó y les perdonó la vida (vv. 26-29).
Estas eran las personas que Dios iba a usar para conquistar Canaán. No era a causa de la bondad ni la justicia de ellos que Él les daría la victoria. Esa victoria sobre naciones más poderosas constituyó un acto de pura gracia de parte de Dios; pudo haberlos destruido, pero no lo hizo. Los israelitas no merecían la victoria divina. Dios se las concedió sencillamente porque había decidido amarlos; todo se lo debían a Dios y Su gracia.
Esa realidad para Israel es también la nuestra hoy en día. No podemos reclamar gloria alguna para nosotros. Todos hemos fallado en cumplir la norma de Dios. Al igual que Israel, conocemos el pecado de nuestro propio corazón. No es por nosotros que el reino de Dios está avanzando en esta tierra. Él está obrando a pesar de nuestras faltas y errores. Tenemos el maravilloso privilegio de ser instrumentos de Dios, pero no podemos reclamar gloria alguna para nosotros. En todo caso, el hecho de que Dios puede usarnos es una potente demostración de Su gracia y poder. ¡A Él sea toda la gloria!
Para Meditar:
*¿Cuáles son algunas de las maneras en que podemos tratar de llevarnos el mérito por las victorias en nuestra vida cristiana y ministerio?
*¿Cómo le hemos fallado a Dios en el pasado? ¿Con qué pecados o actitudes aún batallamos en la actualidad?
*¿Tenemos que ser perfectos para que Dios nos use?
*¿Tener éxito y fruto en el ministerio constituye una señal de la correcta relación con Dios?
Para orar:
*Pidámosle al Señor que nos perdone por pensar que hemos sido bendecidos porque lo merecemos.
*Pidámosle a Dios que nos perdone por nuestros constantes fallos en nuestro ministerio y en nuestro andar con Él.
*Agradezcámosle por la forma en que nos ha usado para llevar a cabo la obra de Su reino, a pesar de nuestras faltas.
10 – RESPONDIENDO A LAS BENDICIONES DE DIOS
Leamos Deuteronomio 10:1-22.
El décimo capítulo comienza con una breve historia de algunos detalles importantes en la historia religiosa de Israel. En el capítulo nueve Moisés le recordó al pueblo sobre cómo había quebrado las tablas de piedra que contenían las leyes de Dios cuando vio al pueblo adorando el becerro de oro. Dios dijo a Moisés que hiciera otras dos tablas como las anteriores y que las subiera al monte; además debía construir un arca de madera para conservarlas, la cual sería conocida como el Arca del Pacto. Vemos que Dios tomaría dichas tablas esculpidas por Moisés para en ellas escribir las palabras de Su Ley.
Moisés obedeció al Señor, y Él escribió Su ley en estas dos tablas. Los Diez Mandamientos, como se les denominaría después, contenían en síntesis las exigencias de Dios para Su pueblo. Las palabras de estas dos tablas fueron escritas por Dios mismo, y fueron conservadas en el Arca del Pacto como recordatorio a Israel de su obligación hacia Dios. Notemos también que estas tablas contenían no sólo la escritura divina, sino que habían sido dadas a Moisés en medio del fuego, en el día de la asamblea (v. 4). En otras palabras, cuando el pueblo se congregó aquel día, vio el fuego de Dios en la montaña. Vieron a Moisés subir con las tablas de piedra y regresar con la Palabra escrita de Dios. No habría duda alguna de que el Señor había estado presente, y de que aquel mensaje provenía de Él. Dios reveló Su presencia de manera asombrosa a la vista de todos los presentes, para que pudieran saber que era Él quien había hablado mediante Su Palabra por escrito.
Una de las grandes bendiciones que tenía Israel era la Palabra de Dios escrita y registrada en tablas de piedra. Allí se revelaban los propósitos divinos para Su pueblo. Dios se deleita en comunicarle Su voluntad a los Suyos. En nuestros días nos ha dado una revelación aún más exhaustiva de Su persona en las páginas de las Escrituras. La Biblia con la que contamos hoy también Dios nos la ha dado de forma milagrosa. Ella revela los propósitos divinos; también nos alienta y fortalece. ¿Quién entre nosotros no ha sido bendecido por las páginas de la Biblia? ¿Quién entre nosotros no ha sido fortalecido e instruido por la enseñanza de la Palabra de Dios? En los primeros cinco versículos del décimo capítulo, Moisés recuerda a Su pueblo acerca del tremendo regalo que tenían en las tablas de piedra, las cuales contenían la Palabra escrita de Dios.
Fijémonos en otra bendición que Dios le había dado a Su pueblo en los versículos 6-9. En el versículo 6 se menciona la muerte de Aarón. Dios levantó a su hijo Eleazar para que fuese sacerdote después de él; como tal, la responsabilidad de Eleazar era representar a Dios ante el pueblo. Sin embargo, más allá de esto Dios también señaló una tribu completa para ministrar las necesidades espirituales de Su pueblo. Los levitas debían permanecer delante del Señor y pronunciar las bendiciones en Su nombre. Dios había apartado a esta tribu para garantizar que Su pueblo mantuviese una buena relación con Él y anduviese en la plenitud de Sus propósitos y bendiciones. Ellos debían ser pastores para el amado pueblo de Dios, cuidándolos y ministrándoles en sus períodos de necesidad. Dios señaló toda una tribu para asegurar que nada separara a Su pueblo de Él ni de Sus bendiciones. Estos líderes espirituales constituían una segunda bendición de parte de Dios para Su pueblo.
Pero hay una bendición más en los versículos 10-11. Aquí Moisés le recuerda al pueblo que aun cuando hubieren pecado contra Dios, Él había escogido librarlos. En una ocasión Moisés estuvo cuarenta días clamando a Dios por sus vidas. Dios les extendió misericordia y perdón, a pesar de su pecado y rebeldía. No sólo demostró a Israel Su paciencia, sino les prometió también la tierra que antes había prometido a sus predecesores. Vemos una y otra vez en el Antiguo Testamento que Israel no merecía esta misericordia, pero el favor de Dios estaba sobre ellos y los bendijo. Los versículos 14-15 destacan aún más este aspecto cuando Moisés recordó a Israel que tanto los cielos como la tierra pertenecían al Señor. Él los creó, pero demostró Su afecto a la nación israelita, y la colocó en un lugar de honor sobre las demás. Del resto de las naciones de la tierra, ésta experimentaría la gracia y la misericordia divinas; sería el complemento de Sus afectos y profunda devoción.
Aquí estaba la nación a la que le había sido otorgada la Palabra de Dios por escrito. Dios apartó a una tribu completa para que se encargara de sus necesidades espirituales y la mantuviera en el sitio de la bendición. Les escogió por encima de todas las demás naciones de la tierra para ser objeto de Su especial favor. Israel ha sido una nación privilegiada. ¿Cuál iba a ser la respuesta del pueblo de Dios a estas bendiciones? En los versículos 12-22 Moisés nos ofrece algunas sugerencias.
En primer lugar, a la luz de esas tremendas bendiciones de parte de Dios, Israel debía temer al Señor (v. 12). En este sentido, temerle es reverenciarle o proferirle un sano respeto, a Él y a Su nombre. El Señor los había bendecido grandemente; en respuesta a lo cual ellos debían reverenciarle en todo lo que hicieran y dijeran. Debían cuidar sus palabras en cuanto a Él y Su manera de actuar como hijos de Dios.
En segundo lugar, el pueblo de Dios debía amar a su Dios (v. 12); es decir, debía dedicarle su devoción a Él. Así como un esposo se dedica a su esposa y le atiende, el pueblo debía dedicarse al Señor en amor hacia Él y Su nombre.
En tercer lugar, Moisés desafió a Su pueblo a servir al Señor de todo corazón y alma (v. 12). Esta debía llegar a ser su mayor ambición en la vida. Fijémonos en que este servicio debía brotar de su alma y corazón; debía ser sincero. Debía ser un deleite para Su pueblo hacer todo lo que estuviera a su alcance para extender el reino de Dios en gratitud por quien Él es y por todo lo que había hecho.
En cuarto lugar, el pueblo de Dios debía andar en Sus mandamientos y decretos. En otras palabras, debían obedecer Su ley. Observemos que en el versículo 13 se nos dice que esto resultaría en su propio bien. Las leyes de Dios tenían como objetivo ayudar y bendecir a Su pueblo. En virtud de lo que Dios había logrado para ellos, Su pueblo debía consagrarse a seguir el propósito divino.
En quinto lugar, debían circuncidar su corazón y dejar de ser de dura cerviz. Es importante la conexión entre la circuncisión de corazón y la “terquedad”. Cuando una persona es de dura cerviz, esto no le permite girar la cabeza. El pueblo de Dios tenía una tendencia natural a volverle la espalda a Dios y seguir su propio camino. Cuando Dios los llamó, ellos no se volvieron a Él, sino prosiguieron en sus malvadas conducta y rebeldía. Esta misma idea la trasmite la frase: “circunciden sus corazones”. El corazón del pueblo de Dios debía volverse tierno para con Dios, y para que esto sucediera, ellos debían terminar con el pecado y la rebeldía de corazón, para poder ser sensibles de nuevo hacia Dios. En virtud de lo que Dios había realizado en favor de ellos, el pueblo debía volverse de su pecado y de sus perversos caminos, para regresar a Él. Debían escucharle y abrir sus corazones a la orientación y dirección divinas.
Las cosas cambiarían cuando el corazón del pueblo de Dios se circuncidara y se volviera tierno para con Él. La justicia y la honestidad prevalecerían en la tierra. El pueblo de Dios dejaría de mostrar favoritismo en sus juicios y de recibir sobornos para pervertir la justicia (v. 17). Las viudas, los huérfanos y los extranjeros serían defendidos, y se les proveería para sus necesidades en tiempos de escasez (vv. 18-19). Cuando sus corazones fuesen tiernos para con Dios, tendrían Su mismo sentir hacia los necesitados de su sociedad. La bendición de Dios en sus vidas inundaría a los demás a su alrededor.
En sexto lugar, el versículo 20 nos dice que la respuesta del pueblo de Dios hacia Su amor debía ser “aferrarse a Él”; o sea, debían ofrecerse a sí mismos en servicio a Él, quien debía ser su único y verdadero Dios. Debían jurar en Su nombre por cuanto no existía ninguna otra deidad para ellos. Aun cuando las cosas fueran difíciles, ellos no debían darle la espalda jamás. Confiarían en Él, le amarían, le servirían y se consagrarían sólo a Él como su Dios.
Finalmente, en el versículo 21, la respuesta del pueblo de Dios a las bendiciones para sus vidas debía ser la alabanza. En tanto reconociera Sus grandes y asombrosas hazañas, ¿qué otra respuesta podía ofrecer, sino la alabanza? Cuando sus predecesores descendieron a Egipto, eran sólo setenta personas. Con el transcurso de los años habían llegado a ser tan numerosos como las estrellas del cielo (v. 22). Todo esto había sido resultado del favor y de la provisión divinas. Sus corazones debían rebosar de adoración y de alabanza a Dios por estas cosas. Su Dios es un Dios de gloria que los había amado y bendecido inconmensurablemente.
A partir de todo esto vemos claramente que la bendición de Dios exigía una respuesta. Nuestra respuesta a Dios ha de ser de reverencia, amor, servicio, obediencia, arrepentimiento y alabanza. Este capítulo nos da motivos para examinar nuestra propia vida y ver si esta ha sido nuestra respuesta al Dios que tan ricamente nos ha bendecido y amado.
Para Meditar:
*¿Por qué la Palabra de Dios ha sido una bendición para nosotros?
*¿Cómo muestra lo mucho que Dios quiso bendecirlos, el haber apartado a toda una tribu con el propósito de ministrar las necesidades espirituales de Israel? ¿Cómo hemos sido bendecidos por el liderazgo espiritual de nuestra época?
*¿Cómo ha demostrado Dios Su misericordia en nuestra vida?
*¿Cuál debería ser nuestra respuesta a las bendiciones de Dios mencionadas en las preguntas anteriores? Volvamos a examinar lo que nos enseña este capítulo sobre cómo Israel debía responder a la bendición de Dios. ¿En qué hemos fallado?
Para orar:
*Dediquemos un momento para agradecer a Dios por el aliento y la fortaleza que nos brinda en Su Palabra.
*Oremos por nuestros líderes espirituales. Agradezcámosle al Señor el habérnoslos dado para nuestro bien.
*Alabemos al Señor por la misericordia que nos ha mostrado en nuestra vida. Agradezcámosle por Su perdón y provisión a lo largo de nuestra vida.
*Pidámosle que nos ayude a responderle en reverencia, amor, servicio, obediencia, arrepentimiento y alabanza. Pidámosle que nos muestre cómo podemos crecer en estos aspectos.
11 – GERIZIM Y EBAL
Leamos Deuteronomio 11:1-32.
El pueblo de Dios se encontraba aún al oriente del río Jordán; aún no habían cruzado hacia la tierra que Dios había prometido a sus padres. Moisés los había estado desafiando a andar con el Señor y a seguir Sus caminos. Su bendición en la tierra que el Señor les estaba dando dependía de su obediencia a Dios. Sería fácil para Israel obedecer sólo por querer Sus bendiciones. Sin embargo, Moisés les recordaba que este no era el tipo de obediencia que deseaba el Señor.
Al comenzar el onceno capítulo, Moisés desafió al pueblo a amar al Señor y a guardar Sus exigencias, decretos, leyes y mandamientos. Notemos la conexión en este versículo entre amar a Dios y guardar Sus mandamientos. La obediencia que Dios exigía provenía del amor. Sería su amor y devoción a Dios lo que los motivara a andar en obediencia. Debían agradarle, no por nada que pudieran alcanzar para ellos mismos, sino porque sus corazones se deleitaran en Dios y en Sus caminos.
Existe otro motivo para la obediencia que encontramos en los versículos del 2 al 7. En éstos, Moisés llamó al pueblo a recordar el gran amor del Señor y Su devoción hacia ellos. Ellos habían experimentado muchas cosas al vagar por el desierto. Dios los había disciplinado y entrenado como un padre lo hace con su propio hijo. Ellos habían visto la majestad de Dios descender del Monte Sinaí. Dios demostró Su poderosa gloria cuando derribó a toda la nación egipcia para liberar a Su pueblo. Había provisto para cada una de sus necesidades durante los cuarenta años de vagar por el desierto.
Cuando Datán y Abiram se rebelaron contra Moisés en Números 16, el Señor abrió la tierra y ésta los tragó junto a sus familias. Dios estaba celoso por la atención y devoción de Su pueblo, y no permitiría que nada se interpusiese entre ellos. Durante los cuarenta años en el desierto, Israel había visto la provisión de Dios, Su poder y Su celo de amor por ellos. Estaba dedicado a ellos como nación. El pueblo que permanecía a orillas del Jordán, dispuesto para cruzar y poseer la tierra que Dios había prometido a sus predecesores, había experimentado de primera mano la presencia y el poder del Señor durante un período de cuarenta años.
La fidelidad de Dios hacia Israel era otro gran motivo para andar en obediencia; Él nunca le había fallado a esta nación. Los había librado de la opresión. Había provisto para cada una de sus necesidades. Los amaba y los disciplinaba como un padre disciplina y ama a su propio hijo. La gratitud y el reconocimiento por lo que Dios había hecho debía ser su motivación para obedecer. Debemos ver el resto de este capítulo en el contexto del amor y el agradecimiento; estas eran las únicas y verdaderas motivaciones para la obediencia a Dios.
La bendición de Dios estaría sobre quienes anduviesen en fidelidad a Sus mandamientos en actitud de amor y agradecimiento. Esta bendición se evidenciaría de muchas formas. Primero vemos que (a partir del versículo 8) se evidenciaría en la forma en que Dios fortaleció a Su pueblo para ocupar la tierra que les estaba dando en posesión. Hay poder en la obediencia. Dios se deleita en empoderar a los que andan conforme a Su voluntad. ¿Por qué fortalecería a quienes no tuvieran interés en Sus propósitos? Si queremos experimentar Su poder en nuestras vidas, el gran secreto es andar en fidelidad y en obediencia a Él.
Otra bendición para el pueblo de Dios iba a ser una larga vida en la tierra que el Señor les había otorgado (v. 9). Si querían permanecer en aquel lugar y experimentar allí la bendición del Señor, debían andar en fidelidad y obediencia a Su propósito. Jesús relató acerca del hombre que emprendió un largo viaje y dejó a sus siervos a cargo de una suma de dinero para que lo invirtieran en su ausencia. Cuando el amo regresó y descubrió que uno de sus siervos no había invertido como él se lo había pedido, le retiró la cantidad asignada a este último y se la entregó al que había sido fiel (véase Mateo 25:14-30). El siervo infiel perdió lo que tenía por cuanto había desobedecido a su amo. Si Israel quería permanecer en la tierra que Dios le había dado, debía mantener la tierra pura y libre de toda contaminación. A medida que se fue develando la historia de los israelitas, su desobediencia a Dios los fue expulsando de la tierra literalmente. El pueblo de Dios fue llevado cautivo, y destruida la tierra; todo esto a causa de haberse envilecido por andar en desobediencia a Dios y a Sus mandamientos.
¿Qué impide que Dios nos prive de nuestros dones espirituales o de nuestro ministerio? ¿Hemos sido fieles con las bendiciones que nos ha dado? Mientras el pueblo de Dios anduviese en obediencia, Sus bendiciones y dones permanecerían en ellos. Si eran infieles, corrían el riesgo de perderlo todo. Dios les estaba dando una tierra ‘que fluía leche y miel’; la cual les pertenecería en tanto permaneciesen andando en obediencia a Dios y a Sus propósitos.
En el versículo 13 el Señor prometió enviarles la lluvia si ellos obedecían Sus mandatos. Veamos que el mandamiento era amar al Señor y servirle con toda su alma y corazón; de ahí que es importante, una vez más, la conexión entre amar y servir. El pueblo de Dios debía amarle y servirle con todo su corazón y toda su alma; ésta debía ser su motivación. Dios estaba buscando obediencia de corazón. Podían obedecerle externamente sólo para obtener la bendición, pero Él no sólo estaba observando sus acciones, estaba observando su corazón. Su bendición recaería sobre quienes amaran y sirvieran de todo corazón; sobre estos individuos Él enviaría Su lluvia para el crecimiento de las cosechas y la abundante producción. Ellos beberían vino nuevo, acopiarían grano de sus campos y comerían hasta satisfacerse (v. 14).
Es importante que nos dediquemos un momento a considerar los versículos del 10-12 en el contexto de esta bendición prometida por Dios. Recordemos que a medida que los israelitas vagaron por el desierto, mantuvieron el anhelo de regresar a Egipto; allí tenían mucho que comer. Tenían sus propias casas y animales. Egipto era una de las naciones más prósperas de la tierra, pero allí no se servía al Señor. ¿Cómo debemos entender lo que Dios está diciendo a Su pueblo aquí, si hasta las naciones que no servían a Dios experimentaban bendiciones físicas y materiales? Los versículos del 10-12 nos brindan una respuesta parcial a esta interrogante. Observemos lo que el Señor les dijo:
Esa tierra, de la que van a tomar posesión, no es como la de Egipto, de donde salieron; allá ustedes plantaban sus semillas y tenían que regarlas como se riega un huerto. En cambio, la tierra que van a poseer es tierra de montañas y de valles, regada por la lluvia del cielo. El SEÑOR su Dios es quien la cuida; los ojos del SEÑOR su Dios están sobre ella todo el año, de principio a fin.
En estos versículos el Señor compara las riquezas de Egipto con las que Él iba a dar a Su pueblo en la tierra de Canaán. Fijémonos en lo que (en el versículo 10) les dijo sobre las riquezas de la tierra de Egipto. Allí sembraban sus semillas y las irrigaban como un jardín de vegetales. En cambio, la tierra que Dios les iba a dar bebía el agua del cielo, y Dios cuidaba de ella observándola de principio a fin de cada estación (11-12). Las riquezas de Egipto eran producidas por el esfuerzo humano (ellos debían regar la tierra y colocar en ella las semillas). Las riquezas de Canaán eran plantadas, humedecidas y atendidas por Dios mismo. Por un momento consideremos la diferencia entre la bendición proveniente de manos humanas y la bendición de Dios.
A nuestro alrededor observamos las evidencias de quienes han podido proporcionarse una “buena vida” mediante el esfuerzo, la sabiduría y las habilidades humanos. Algunos de estos individuos viven en relativa riqueza y prosperidad, pero no conocen a Dios ni siguen Sus caminos. Esta riqueza y prosperidad es como la de Egipto, fruto de la sabiduría y el esfuerzo del hombre. Con frecuencia esta riqueza y prosperidad humanas pervierten la tierra y resultan en soberbia, insatisfacción e injusticia. La ambición, la falta de honestidad, la codicia y la lujuria son fruto de este tipo de prosperidad. Un sinnúmero de personas ha testificado de la infecundidad y el vacío que brindan las riquezas carentes de sentido y propósito. Esta prosperidad no viene de Dios.
Existe otro tipo de bendición, que no está conformada de manos de hombre ni se obtiene mediante la sabiduría humana. Es una bendición que viene de Dios a quienes son indignos, pero que andan en fidelidad a Sus mandatos. Los que conocen esta bendición saben que es un regalo de su Padre celestial; es una bendición concedida en amor para ser compartida con otros; una bendición que tiene el toque de Dios. Habla del Dios que se deleita en Su pueblo y desea una relación estrecha con ellos. Los que la experimentan, experimentan a Dios, por cuanto Él constituye la fuente. Este es el tipo de bendición que Él quería para Su pueblo. Él se entregaba a través de estos dones, y a cambio recibía el amor y el reconocimiento en gratitud por parte de ellos. Su bendición deleitaba el corazón de quienes la recibían, y les proporcionaba esperanza y confianza en las pruebas del diario vivir.
Dios bendecía a Su pueblo para que ellos aprendieran a amarle y a rechazar a otros dioses. Él quería toda la atención de ellos. Contra ellos se iba a encender Su ira si se inclinaban a otros dioses. Él cerraría los cielos para que no lloviese en la tierra, y ya no produciría más cosechas, provocándoles su destrucción. Dios exigía obediencia y fidelidad. En Él ellos conocerían la plenitud y una profunda satisfacción; apartados de Él, sólo experimentarían la muerte y la derrota. Su única esperanza estaría en su Dios. Esto también se cumple hoy. Podemos tener todas las riquezas que nuestros esfuerzos humanos pueden producir, pero hay esterilidad en ellas, por cuanto no pueden verdaderamente satisfacer los anhelos de nuestro corazón.
Dios llamó a Su pueblo a recordar estas palabras. Ellos debían imprimirlas en su mente y corazón, y atarlas simbólicamente a sus frentes para nunca olvidarlas. Debían enseñarlas a sus hijos oportunamente. Debían escribirlas en los marcos de las puertas de sus casas para estar recordando constantemente sus obligaciones para con Dios. En otras palabras, debían vivir cada día en el conocimiento de su deber de andar fielmente con su Dios. Estas obligaciones debían ser detalladamente enseñadas a la siguiente generación para que ellos tampoco olvidaran jamás al Señor (v. 21).
Una vez más el versículo 22 se enfoca en la importancia de amar al Señor y de andar en Sus caminos. Esta es la tercera vez que en este pasaje se repite el amor hacia Dios, y una vez más Él no está buscando la devoción a una serie de reglas en la que no se comprometa el corazón. Está buscando un pueblo que le ame de corazón y que se aferre a Él en amor.
Observemos en el versículo 23 el resultado de amar y de aferrarnos al Señor. Dios prometió que Él expulsaría a las demás naciones delante de ellos, las cuales serían derrotadas a pesar de ser más poderosas que Israel. Nadie les iba a poder hacer frente porque la presencia de Dios estaría con ellos.
Observemos, además, en el versículo 24, que Dios extendería su territorio desde el desierto hasta el Líbano, y desde el río Éufrates hasta el mar occidental. Dios tenía una tierra para que Su pueblo la poseyese, pero ellos sólo la poseerían mediante la obediencia. Si obedecían, Dios marcharía delante de ellos sembrando el terror en el corazón de sus enemigos, quienes les temerían porque la presencia del Señor estaría en Israel (v. 25). Es importante que veamos que Dios tenía una tierra para posesión de Israel, y era necesario que la poseyeran completamente. ¡Cuán fácil nos resulta contentarnos con sólo parte de lo que Dios tiene para nosotros. No nos conformemos hasta saber que ya poseemos todo lo que Dios tiene para nosotros en nuestro ministerio y vida personal. No descansemos hasta haber logrado todos Sus propósitos.
Dios estableció aquel día ante Su pueblo una bendición y una maldición; Israel tenía que tomar la decisión. Si andaban fielmente con Dios, conocerían Su bendición; pero si desobedecían y se volvían a otros dioses, experimentarían Su maldición (vv. 26-28). Aquí podemos ver que Dios no los obliga a andar en Sus caminos; ellos tienen la libertad de escoger. Dios está buscando a personas que estén bien delante de Él, y cuyo deseo sea servirle y obedecerle.
En la Tierra Prometida había dos elevaciones, llamadas Monte Gerizim y Monte Ebal, las cuales se encontraban geográficamente cercanas una de la otra (al sur y al norte respectivamente). En el versículo 29, Dios dijo a Su pueblo que cuando arribaran a la tierra que les había prometido, la mitad del pueblo debía pararse en el Monte Gerizim y la otra mitad, en el Ebal. Los primeros debían proclamar las bendiciones del Señor por la obediencia; los últimos, debían proclamar las maldiciones por la desobediencia. Estas dos montañas localizadas una al lado de la otra debían ser un recordatorio permanente para Israel en cuanto a las decisiones que debían tomar cada día. Podían escoger dirigirse hacia la bendición, o podían dar la espalda a Dios y experimentar Su maldición. Fijémonos en que (en el versículo 32) el deseo de Dios era que Su pueblo anduviese en Sus caminos y experimentara la bendición. Su anhelo era bendecir, pero no vacilaría en maldecir si ellos decidían alejarse.
Esa misma decisión hay que tomarla hoy en día. La bendición de Dios reposa sobre aquellos que caminan fielmente con Él; es Su anhelo derramarla. Sin embargo, Él es también un Dios de ira y de justicia, y quienes le den la espalda ciertamente conocerán Su maldición.
Para Meditar:
*¿Qué aprendemos aquí en cuanto a la motivación para obedecer a Dios?
*¿Qué bendiciones son prometidas en este capítulo a aquellos que obedezcan y anden fielmente con Dios? ¿Estamos experimentándolas hoy en nuestra vida?
*¿Cuál es la diferencia entre la prosperidad hecha por el hombre y la bendición de Dios?
*¿Qué aprendemos en este pasaje sobre la bendición de Dios, por un lado, y, por otro lado, sobre Su ira?
Para orar:
*¿Por qué obedecemos al Señor? ¿Cuál es nuestra motivación? Pidámosle que nos recuerde Su amor y devoción hacia nosotros; que llene nuestro corazón de amor y gratitud por quien Él es y por lo que ha hecho.
*Dediquemos un tiempo para agradecer al Señor por las bendiciones que nos ha dado durante este último año.
*¿Alguna vez hemos envidiado a aquellos que vivieron en una abundancia de riquezas hechas humanamente? Pidamos al Señor que nos ayude a ver Su riqueza por lo que es, y que nos llene con la bendición que viene del cielo, la cual es regada y cuidada por Dios mismo.
*Agradezcamos al Señor que Él es un Dios de justicia. Pidámosle que nos ayude a aceptarle como Dios de amor y como Dios de justicia. Pidámosle que nos dé la gracia para darle la espalda a todo pecado. Pidámosle que nos perdone por las veces que no hemos llegado a estar a la altura de Su norma. Agradezcámosle que hay perdón en la persona del Señor Jesús
12 – ADORANDO A DIOS
Leamos Deuteronomio 12:1-32.
Cuando el pueblo de Dios cruzara hacia la tierra de Canaán descubrirían que la gente de aquel lugar era muy religiosa. Éstos adoraban ídolos en las altas montañas y colinas, así como debajo de los árboles frondosos. Allí, en aquellos lugares, Israel encontraría santuarios y artículos religiosos utilizados para adorar los falsos dioses de estas naciones. En los primeros versículos de este capítulo, Moisés dijo al pueblo que, cuando descubrieran estos santuarios, debían destruirlos completamente. Debían derribar los altares, aplastar las piedras sagradas y quemar en el fuego las imágenes de Asera. Debían exterminar los ídolos y desaparecer por completo de aquella tierra los nombres de los dioses que ellos representaban (vv. 2-3).
Parece haber dos razones por las cuales el Señor quería que estos altares y piedras fuesen removidos de la tierra. En primer lugar, constituían una ofensa a Él como Creador. Estas naciones paganas no reconocían a Dios como Su Creador y adoraban dioses que ellos mismos habían creado. Esto ofendía a Dios y contaminaba la tierra. En segundo lugar, Dios sabía que, si Su pueblo permitía que estos ídolos permanecieran en la tierra, siempre habría una tentación para ellos. Dios quería que Su pueblo sólo le adorara a Él. La bendición de la tierra dependía de la fidelidad del pueblo de Dios a Sus mandatos. Una manera segura de traer la maldición de Dios sobre esta tierra era inclinarse a los dioses de las naciones que ellos echarían de allí.
Veamos en los versículos 5-6 que era propósito de Dios establecer un lugar donde Su pueblo pudiera ir a adorarle. Tener un lugar central de adoración les garantizaría que el Señor fuera adorado como se requería en Su ley. El pueblo de Dios debía ofrecer sus holocaustos, sacrificios, diezmos y ofrendas especiales en ese lugar de adoración, y allí celebrarían la bondad de su Dios. Debían ser destruidos todos los altares y santuarios paganos. La adoración al Dios de Israel debía tener lugar en una locación central donde pudiera ser supervisada por quienes conocieran y entendieran los requerimientos de Su Ley; estas medidas le ayudarían a mantener pura la fe de Israel.
Durante cuarenta años el pueblo de Dios había estado vagando a través del desierto. El tabernáculo de Dios iba con ellos hacia donde se dirigieran. Y las cosas iban a cambiar en la tierra que Dios les estaba dando. A medida que conquistaran y se establecieran en la tierra, los israelitas edificarían sus casas; se extenderían en el territorio. Dios escogería una locación como morada para Su nombre. Allí revelaría Su presencia de manera especial. Sería adorado como se exigía en la Ley. A este lugar especial el pueblo traería sus ofrendas, diezmos y dádivas especiales (v. 11). Allí vendrían y adorarían al Señor (v. 12). Los sacrificios santos no debían hacerse en ningún otro lugar, sólo en ese lugar escogido por el Señor (v. 13).
No todos los animales sacrificados eran para la adoración del Señor; muchos eran para alimentarse porque el pueblo tenía la libertad de sacrificarlos y consumir cuanta carne le apeteciera (v. 20). La única exigencia al respecto era que derramaran la sangre en tierra y no la consumieran. En el caso de algún animal sacrificado simplemente para consumir, cualquier persona podía hacerlo, aunque estuviese ceremonialmente limpia o no. Como no se trataba de una ofrenda para el Señor, no requería de tratamiento especial alguno excepto de verter en tierra la sangre (v. 24).
Al hacer esto, estarían reconociendo que la vida pertenece al Señor. Como la vida estaba en la sangre, la estaban así devolviendo a Dios el Creador. El versículo 23 deja bien claro que el pueblo de Dios no debía ingerir la vida con la carne. Toda la vida pertenece a Dios, y era necesario devolvérsela. La maldición estaría sobre cualquiera que consumiera la sangre de animal (véase el versículo 25).
Aunque el pueblo de Dios tenía la libertad de matar y comer la carne en sus propios hogares, toda consagración a Dios debía ser llevada al lugar escogido por Él para adorar Su nombre (v. 26). El diezmo de su grano, vino y aceite, los primogénitos de sus rebaños y manadas, o cualquier cosa que hubiesen dedicado o prometido al Señor debía ser llevado al lugar que Dios señalaba. Esto debía ser consumido sólo en el santuario dispuesto para tales sacrificios. Un porciento de sus ofrendas sería para el Señor; otro, para los levitas por su servicio, y el resto debía consumirse en presencia del Señor en el lugar de adoración señalado (vv. 18-19, 27). Sus ofrendas quemadas sólo debían ser presentadas en el altar del Señor en el lugar que Él había escogido para recibir adoración. La sangre de tales sacrificios se derramaba junto al altar (v. 27). La bendición del pueblo de Dios dependía del cumplimiento de la Ley y de la adoración exclusivamente a Él en el lugar que había establecido con ese propósito (v. 28).
Moisés concluyó este capítulo desafiándoles a seguir sólo al Señor. Ellos se dirigían a una tierra llena de gente que adoraba a otros dioses. No sólo debían expulsarlos de allí, sino destruir todo lo que tuviera que ver con esa falsa adoración para no ser tentados a caer en lo mismo. Para librar al pueblo de caer en este pecado, Dios estableció un lugar central, con líderes que fueran instruidos en las leyes de Dios. La adoración del Dios de Israel debía tener lugar ahí. Los sacrificios requeridos por Él se realizaban este lugar a manos de los sacerdotes que habían sido llamados con ese propósito.
El versículo 31 nos dice que Dios odiaba los sacrificios de las naciones que ocupaban Canaán, sacrificios para dioses hechos por ellos mismos. Hasta quemaban sus hijos en el fuego como ofrenda a esos dioses. Fue por estas cosas que la ira de Dios había caído sobre las naciones que allí habitaban, y que serían expulsadas. La tierra sería purificada y entregada a Israel.
Hay algunas cuestiones que debemos entender a partir de este capítulo. En primer lugar, Dios llamó a Su pueblo a eliminar las tentaciones y a establecer un sistema que les ayudaría a evitar caer en pecado. Hay una serie de cosas que pueden ser una tentación para nosotros como creyentes hoy en día; hay ocasiones en que necesitamos ser muy radicales a la hora de eliminarlas; hay lugares que necesitaremos evitar; hay situaciones de las que tenemos que desligarnos. Sin embargo, veamos que Dios no sólo dijo al pueblo que quitaran la tentación, sino que reemplazaran lo que pudiera serlo con algo bueno e íntegro, para lo cual les proveyó una locación central donde pudieran expresar su fe de manera agradable a Él. Es importante eliminar de nuestra vida toda tentación, pero no es lo suficiente. Quizás no asistamos a un lugar donde podríamos ser tentados, pero aun así puede que sigamos batallando con este pecado en nuestra mente. Dios también espera que reemplacemos el mal con algo que nos ayude a andar en el camino de la verdad.
En segundo lugar, veamos la importancia de la comunidad en un sentido más amplio. Dios condujo a Su pueblo unido para que pudieran cuidarse unos a otros. Ordenó que todos los sacrificios fueran ejecutados en una locación central bajo la supervisión del liderazgo señalado. De manera similar, nunca fuimos diseñados para llevar la vida cristiana en aislamiento sino dentro del cuerpo de Cristo. Dios así lo ha diseñado para que podamos velar y ministrar los unos a los otros al andar en Sus caminos.
Veamos en tercer lugar que siempre existió la tentación para que el pueblo de Dios cayera en la adoración de otros dioses. Necesitamos darnos cuenta de que, aunque los ídolos de nuestra época no estén necesariamente hechos de madera y de piedra, éstos constituyen una verdadera tentación. Podemos adorar nuestros dones espirituales, doctrinas o tradiciones. He estado en lugares donde el edificio ha tomado el lugar de Dios. También he estado en iglesias donde parece que servir a Dios llegó a ser más importante que Dios mismo. Todavía hoy en día en el cuerpo de Cristo existe la tentación de caer en el pecado de la idolatría.
Para Meditar:
*Dios iba a dar a Su pueblo una tierra llena de ídolos y dioses falsos. ¿Qué dioses falsos e ídolos hay en nuestra sociedad hoy en día?
*¿Cómo el lugar central de adoración ayudó a proteger al pueblo de Dios de caer en tentación?
*¿Qué tentaciones enfrentas en la vida? ¿Qué tiene este pasaje para enseñarnos sobre cómo lidiar con ellas?
*¿Qué aprendemos aquí sobre la importancia de una comunidad más amplia de creyentes? ¿Cómo este cuerpo más amplio de personas nos ayuda a lidiar con las tentaciones que se nos presentan?
Para orar:
*Pidamos al Señor que hable a nuestra sociedad acerca de los dioses falsos a los que ésta se inclina en la actualidad.
*Pidámosle que nos proteja de las tentaciones que nos acechan en la sociedad; que nos muestre cómo podemos librarnos de caer en ellas.
*Dediquemos un momento a agradecer al Señor por los hermanos y por los líderes espirituales que nos ha dado para ayudarnos en nuestra vida cristiana.
*Pidamos al Señor que nos ayude a tener un mayor deseo y disposición de adorarle.
13 – TENTACIONES INTERNAS
Leamos Deuteronomio 13:1-18.
Moisés ha estado desafiando al pueblo a andar en los mandamientos del Señor y de buscarlo sólo a Él. Los desafió a destruir las cosas que pudieran ser una tentación para ellos en la tierra que Dios les había prometido, cosas como los altares paganos y los lugares de adoración. En el capítulo anterior les dijo que el Señor establecería un lugar central de adoración para salvaguardarlos de caer en las prácticas de las naciones circundantes, y de adorar en formas que no hubiesen sido ordenadas por Dios.
La tentación de desviarse de la verdad de Dios no sólo sería externa, sino también interna. Aquí en el capítulo 13 Moisés habla a Israel sobre la voluntad de Dios con respecto a cualquiera de su propia nación que los animara a dejar de adorar al Señor. Moisés se refiere en este capítulo a tres diferentes fuentes de tentaciones.
Los falsos profetas
La primera fuente de tentación dentro del pueblo surgía de los falsos profetas; no todos los profetas israelitas eran de Dios. Algunos actuaban a título personal, con sus propias ideas. Fijémonos en que estos profetas tenían sueños y anunciaban señales milagrosas y maravillas que llegaban a hacerse realidad (vv. 1-2). Si iban a ser juzgados sobre la base de sus predicciones, podían ser considerados verdaderos profetas. No obstante, no debían ser evaluados sólo sobre la base de su capacidad de predecir ni de realizar milagrosas señales, sino sobre la base del mensaje que proclamaban.
En este caso tenemos a un profeta que llamó al pueblo de Dios a seguir a otros dioses y a adorarles (v. 2). No debían escucharle, aunque respaldara sus palabras con señales y milagros, por cuanto era evidente que su mensaje no era de Dios. Cualquiera que no predicara la verdad de Dios, aunque hicieran señales y maravillas, debía ser rechazado como falso profeta.
En este caso el falso debía ser ejecutado por desviar al pueblo y predicar la rebeldía contra el Señor. Israel debía purgar la tierra de este mal (v. 5); la verdad de Dios debía ser su guía. No debían permitirse ser engañados por quienes pudieran hacer milagros y predecir el futuro. Muchas veces las señales y milagros respaldaban el ministerio de Jesús y los apóstoles en las Escrituras, pero la verdad de la Palabra de Dios debe ser nuestra guía. Jesús nos dice que habrá personas que realicen grandes señales y milagros en Su nombre y que no pertenezcan a Él; en Mateo 7:22-23 leemos:
Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?”. Entonces les diré claramente: “Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!”
En Mateo 7 Jesús describe un pueblo que podría profetizar, echar fuera demonios y hasta hacer milagros en el nombre de Jesús. Sin embargo, a los ojos de Dios estos individuos eran “hacedores de maldad” que estarían eternamente separados de Dios. Israel no debía ser engañado por estos falsos profetas ni sus milagros. El mandato de Dios era bien claro: debían amarle con toda su alma y corazón, seguirle y reverenciarle sólo a Él, servirle y sujetarse firmemente a Él (vv. 3-4). Cualquiera que viniera a ellos con algún mensaje distinto, era un profeta falso, un malhechor predicando un mensaje de rebeldía, a quien no se le debía tener misericordia sino expulsar de la tierra.
Miembros de la familia
Otra fuente de tentación pudiera provenir de miembros de la familia más cercana. Veamos a partir del versículo 6 que este tipo de tentación no era pública como la del falso profeta. Las palabras de este miembro de la familia eran pronunciadas en secreto; sin embargo, el mensaje era el mismo que el del falso profeta: “Vamos y adoremos otros dioses”. Aunque este mensaje proviniera de alguien entrañablemente amado, los hijos de Dios no debían mostrarle piedad ni darle protección (v. 8). El individuo que indujera secretamente a otro a alejarse de Dios, debía ser ejecutado por lapidación. Vemos a partir del versículo 9 que la mano de la persona que escuchara tales palabras, debía ser la primera en lanzar la piedra. No sería fácil hacerle esto a un amado esposo(a) o hijo(a), pero Dios no toleraría a nadie que procurara alejar a Su pueblo de Él. Este mal había de ser extirpado por el bien de toda la comunidad.
Jesús repetiría esta orden parafraseada en Mateo 10:37:
El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí.
El amor a Dios debía ser mayor que el amor por el más amado miembro de la familia. El pueblo no debía permitir que el amor filial ni ninguna otra cosa se interpusiera en su relación con Dios. Él debía tener el primer lugar en el corazón de cada uno. Debían dar la espalda al miembro de la familia más cercano si esa persona intentaba alejarlos de Dios.
Conciudadanos israelitas
A veces la tentación vendría de miembros de su propia comunidad. Por ejemplo, podrían oír de algún malvado de una de sus ciudades que hubiera logrado desviar a toda la ciudad para adorar dioses falsos (v. 13). Si esto llegaba a descubrirse, entonces debían investigar el asunto. Veamos las palabras del versículo 14. Debían inquirir, averiguar e indagar a fondo. En otras palabras, no debían prestar oídos a rumores, sino asegurarse de haber investigado y tener absoluta certeza de los hechos. Con mucha frecuencia oímos hablar algo de alguien, y lo juzgamos sin hablar directamente con esa persona ni descubrir la verdad del asunto. Dios deja claro en este versículo 14 que Su pueblo debía asegurarse de los hechos antes de proceder al paso siguiente.
Si luego de una exhaustiva investigación descubrían que fuese cierto lo que habían oído, todo el pueblo tenía que ser destruido. No podían dejar sobrevivientes ni del ganado (v. 15). Debían recopilar todo el despojo y colocarlo en la plaza pública del pueblo, donde debían prenderle fuego. Ese pueblo nunca más debía ser reconstruido (v. 16). El pueblo de Dios no debía quedarse con nada de esa ciudad; si lo hacían, la ira del Señor recaería también sobre ellos. No obstante, si seguían Sus instrucciones en cuanto a esto, la bendición de Dios les seguiría siendo concedida como nación (vv. 17-18).
Dios tiene cosas muy importantes que decir a Su pueblo en este capítulo. Debían tomar muy en serio el pecado. Dios les advirtió que habría muchas tentaciones por delante, y que éstas no sólo vendrían de las naciones de sus alrededores sino también de su interior: profetas falsos se levantarían en medio de ellos; miembros de sus propias familias constituirían una tentación para ellos; ciudades enteras se apartarían del Señor y serían forzadas a asumir una postura contra sus propios hermanos. Se estaba gestando una gran batalla espiritual. El pueblo de Dios siempre debía estar alerta.
Dios debía ser el centro de sus pensamientos y actitudes. Debía ser más importante para ellos que cualquier otra cosa en la vida. Sus corazones debían dedicarse sólo a Él. Nada debía interponerse entre ellos y el Señor.
Para Meditar:
*¿Qué aprendemos en este pasaje sobre la importancia de la Palabra de Dios al discernir si un profeta es verdadero o falso?
*¿Qué lugar ocupan las señales y los milagros? ¿Cómo pueden conducirnos al error?
*¿Puede una persona que no pertenece al Señor Jesús hacer señales y milagros en Su nombre?
*El pueblo de Dios debía poner al Señor por encima de todos los miembros de la familia y de cualquier otra cosa en sus vidas. ¿Hay cosas en nuestras vidas que atesoramos más que a Dios?
*¿Cuáles son las fuentes de tentación en nuestra vida?
Para orar:
*Agradezcamos al Señor por Su Palabra que nos guía a la verdad.
*Pidámosle que nos abra los ojos para poder ver cuáles son las fuentes de tentación en nuestras vidas.
*Pidámosle que nos ayude a amarle más que a cualquier otra persona o cosa.
*Pidámosle al Señor que nos ayude a serle fieles a Él y a Su verdad. Oremos para que nos dé un amor más profundo y una devoción exclusiva a Él.
14 – LA SANTIDAD EN LAS COMIDAS Y EN LAS DÁDIVAS
Leamos Deuteronomio 14:1-29.
Israel había sido escogido por Dios para ser Su pueblo. Debía existir una clara distinción entre las prácticas del pueblo de Dios y las de las naciones circundantes. Israel debía evitar hasta lo más mínimo que les pudiera asociar con las inicuas conductas de las naciones. En los primeros dos versículos tenemos un ejemplo de esto.
Una de las prácticas de las naciones alrededor de Israel era que los adoradores se hacían incisiones en sus propios cuerpos en su intento por llamar la atención de sus dioses; por ejemplo, en I Reyes 18:27-28. Moisés dejó bien claro a su pueblo que no debían imitar nada de esto. Esta no es la clase de Dios a quien servían, sino un Dios de gracia, que los podía escuchar cuando clamaban a Él. Ellos no necesitaban afligirse con dolores para que se escuchara su clamor; sólo debían volverse a Él de corazón.
Fijémonos además en la práctica de raparse la cabeza (v. 1). Se hace referencia a esta práctica en Isaías 15:2 y en Jeremías 16:6. A partir de este contexto parece que ser que esta práctica tenía que ver con mucho más que con el luto por la pérdida de algún ser querido. Existía además un significado espiritual relacionado a esta práctica. Dios quería que Su pueblo se apartara de todo esto para que no hubiese confusión con respecto a las costumbres paganas de las naciones vecinas.
¡Cuán fácil nos resulta hoy en día adoptar las prácticas de la cultura que nos rodea! Algunas iglesias han decidido lucir como el mundo todo lo que pueden, por creer que eso significa que pueden alcanzar gente para Cristo. El problema es que en ocasiones resulta borrosa la línea entre lo divino y lo que no lo es. Aunque debemos evitar a toda costa el legalismo, también debemos ser un pueblo de claros principios y de carácter moral. El mensaje que predicamos no debería ser jamás distorsionado ni adulterado en forma alguna. Dios quiere que nuestro carácter y nuestro mensaje sean claros. Debe ser rechazado todo lo que oculte dicho mensaje.
En los versículos 3-21 Moisés mostró al pueblo que la santidad que Dios exigía, ejercería influencia en cada aspecto de sus vidas. Aquí en estos versículos Moisés explicó a Israel el propósito de Dios con respecto a lo que ellos ingirieran, detallando en una lista los tipos de animales que se les permitía consumir y los que les estaban prohibidos. Queda claro que algunos de los animales impuros que aquí se mencionan podían contraer enfermedades que a su vez enfermarían al pueblo de Dios. En otros casos es posible que esos animales fuesen adorados o considerados sagrados por las naciones circundantes. En este caso Dios quería que Su pueblo evitara estos animales para no ser tentados a seguir las costumbres de esas naciones. El siguiente cuadro resume las exigencias de Dios con respecto a lo que Su pueblo podía o no ingerir.
Veamos en el versículo 21 que, aunque Israel tenía la libertad de vender alimentos impuros a los extranjeros, no eran libres de ingerirlos ellos; lo cual nos muestra que Dios tiene una norma especial para aquellos que le pertenecen. Con nuestro privilegio, viene una obligación. Se espera que quienes sirven al Señor lleven una vida de santidad, y tendrán que darle cuentas de forma especial.
También en este versículo notamos que en Israel no debían cocer el cabrito en la leche de su madre. Jamieson, Fausset y Brown hacen el siguiente comentario en cuanto a esta ley:
“Una prohibición en contra de imitar los ritos supersticiosos de los idólatras egipcios, quienes al finalizar sus cosechas cocinaban un cabrito en la leche de su madre y rociaban el caldo en sus campos y jardines como encantamiento mágico, para hacerlos más productivos al año siguiente .”
(Robert Jamieson; A.R. Fausset; David Brown: Commentary Critical and Explanatory on the Whole Bible, “Exodus 23:19”Cedar Rapids, Iowa: Laridian Electronic Publishing, 1871
Una vez más vemos que debía evitarse esta práctica pagana de las naciones aledañas a Israel, y no confiar en rituales paganos para garantizar las cosechas. Dios y sólo Dios era su proveedor. Cuidaría de ellos y satisfaría cada una de sus necesidades. No debían confiar en otros dioses para sus provisiones.
En el resto del capítulo catorce, Moisés explica a Israel cuáles eran los requerimientos divinos en cuanto al diezmo. En primer lugar, veamos en el versículo 22 que cada año Israel debía apartar la décima parte de todo lo que produjeran sus campos; esta porción pertenecía al Señor.
El versículo 23 explica lo que sucedería con este diezmo anual. La familia lo llevaría al lugar central de adoración. Allí en presencia del Señor elaborarían una comida con este diezmo de sus cosechas para celebrar la bondad del Señor. Entendemos también (v. 27) que este diezmo era compartido con los levitas.
No siempre era práctico llevar todo el diezmo de sus cosechas al lugar principal de adoración. Algunos habitantes vivían bien lejos del templo, y en ocasiones sus diezmos eran demasiado abundantes para transportarlos. En este caso se hacían las provisiones para que lo intercambiaran por plata; la cual llevarían al lugar principal de adoración para comprar todo lo que quisieran al llegar allí. Entonces se preparaba una comida de esos bienes para consumir en presencia del Señor y celebrar así Su bondad (vv. 24-26).
Cada tres años debía llevarse el diezmo de toda la producción anual a un lugar de almacenamiento, donde quedaría a disposición de los levitas, extranjeros, huérfanos y viudas. Dios se interesa por los pobres y necesitados tanto como por los líderes espirituales.
El diezmo tenía al menos tres propósitos. Primero, como recordatorio de la bondad de Dios, se utilizaba para celebrar lo que por ellos había hecho durante cada año. Segundo, servía para proveer las necesidades de los siervos de Dios, los sacerdotes, para que ellos no tuvieran que interrumpir su labor. Tercero, se utilizaba para satisfacer las necesidades prácticas de los pobres y desprovistos en la comunidad.
Dios requería que Su pueblo se mantuviera desvinculado de las prácticas de las naciones paganas de aquella región. Tampoco debían los israelitas imitar sus conductas, sino andar en los caminos que su Señor ordenara. La santidad influiría en todo aspecto de la vida. Ésta se manifestaría en su manera de vivir, de comer y en lo que hacían con la riqueza que el Señor les había dado. La santidad verdadera se demostraba en cómo adoraban y recordaban a Dios como proveedor, en cómo atendían a Sus siervos, y en cómo ministraban a los necesitados en medio de ellos. Que nuestras vidas reflejen hoy este tipo de santidad.
Para Meditar:
*¿Cómo se vuelve para nosotros una tentación como creyentes el establecer nuestras costumbres y prácticas según este mundo y no de acuerdo al Señor y Su Palabra?
*¿Cómo debemos distinguirnos en nuestra calidad de creyentes? ¿Qué nos distingue del resto del mundo?
*¿Cuál era el propósito del diezmo? ¿Cómo hemos estado utilizando nuestros recursos para el Señor?
*¿Cómo celebramos y hacemos memoria de la bondad divina?
Para orar:
*Pidamos al Señor que nos muestre si hay alguna práctica en nuestra vida que no le agrade.
*Pidámosle que nos ayude a dar un mejor testimonio de lo que significa ser hijo(a) de Dios; que nos ayude a tener una santidad tal que influya en cada aspecto de nuestra vida.
*Pidámosle que nos muestre cómo podemos usar nuestras finanzas, esfuerzos y tiempo para la causa de Su reino y el ministerio a los pobres en nuestra comunidad.
*Dediquemos un momento a considerar en nuestra vida Su bondad. Agradezcámosle por eso.
15 – CANCELACIÓN Y PAGO DE DEUDAS
Leamos Deuteronomio 15:1-23.
Una de las exclusividades de la Ley de Dios era que hacía provisión para los necesitados y establecía límites para que los ricos no pudieran seguir enriqueciéndose a expensas de los pobres. Habíamos visto en el capítulo anterior que cada tres años el pueblo de Israel debía llevar sus diezmos a una ubicación principal del país, para que los levitas y los pobres pudieran tener alimentos. Aquí en el capítulo 15 leemos acerca de la ley que exigía la cancelación de las deudas cada siete años.
Como en muchos otros países, en Israel había individuos que solicitaban préstamos por una variedad de razones. Aunque se esperaba que cada individuo que lo hiciera, se esforzara al máximo por devolverlo, la ley de Dios exigía que cada siete años todas las deudas fueran canceladas. Ese séptimo año era conocido como sabático (para más detalles, ver Levítico 25). No se debía plantar cultivo alguno en ese año, por cuanto a la tierra se le daba reposo mientras tanto. Era en ese año sabático que todas las deudas debían ser canceladas, y el pueblo de Dios debía confiar en Él como la fuente para la satisfacción de todas sus necesidades.
Veamos a partir del versículo 3 que esta ley era aplicable sólo a los israelitas. A un extranjero se le podía exigir el pago de una deuda, pero todas las deudas de parte de algún conciudadano de Israel debían ser canceladas cada siete años.
La ley tocante a la cancelación de las deudas resultaría ser una tremenda bendición para los necesitados de la tierra. Garantizaba que nadie se endeudara demasiado como para no poder devolver todo lo que debiera. Cada siete años se aliviaba la carga financiera, y el individuo podía comenzar de nuevo. También impedía que los israelitas más acaudalados tuvieran cada vez más poder sobre sus compatriotas. El propósito de esta ley era recordar al pueblo de Dios sus obligaciones para con los demás. Bajo ninguna circunstancia debía un israelita oprimir ni tomar ventaja de otro; debían todos velar por el bienestar de los demás.
Sólo podemos imaginar el interés que el pueblo de Dios tendría en el año sabático. No se les permitía sembrar sus campos y se les exigía la cancelación de todas las deudas contraídas por otros conciudadanos. Estoy segura de que muchos israelitas se preguntaban cómo sobrevivirían ese año. ¿Cómo iban a proveer las necesidades de su familia? En los versículos 4-6, Dios prometió que Su mano estaría con ellos si obedecían. Les dijo que los bendeciría lo suficiente para que se erradicara entre ellos la pobreza (v. 4). Prestarían a muchas naciones, pero ellos no tendrían que pedir prestado. La provisión de Dios sería suficiente para todas sus necesidades (v. 6).
La tentación para el israelita, sabiendo que las deudas eran canceladas en el año séptimo, era negarse a conceder préstamos a algún hermano por temor a no recuperar ese dinero. Dios advierte a Su pueblo en el versículo 7 que ellos no debían “cerrar la mano” a sus hermanos. En otras palabras, debían abrir sus manos para dar libremente a cualquiera que lo necesitara.
Notemos particularmente en el versículo 9 cómo Dios sabía que algunos serían tentados a negarse a dar préstamos cuando se acercara el año séptimo, y les advierte que no debían asumir esta actitud. Debían prestar a los necesitados aun si esto significaba que jamás recuperaran su dinero. El versículo 9 deja claro que era pecado negarse a prestar su dinero a alguien que legítimamente lo necesitara, cuando realmente pudiera hacerlo. El Señor sería su recompensa si el hermano(a) no pagaba su deuda. Él recompensaría la generosidad y la bondad de corazón.
El pueblo de Dios debía hacer el máximo esfuerzo por pagar las deudas que contrajeran. Un israelita podía venderse a otro para pagar una deuda; sin embargo, cada siete años, aquellos que se habían vendido antes, debían ser liberados y su deuda, perdonada (v. 12). Los israelitas no debían ser mantenidos como siervos por más de seis años, aunque había una excepción para esta regla. Un israelita podía escoger libremente quedarse con su amo por amor y porque le hubiese ido bien con él. Quizás su amo podía proveer a toda la familia de éste una vida mejor de la que él podía gestionar. En este caso el amo tomaría un punzón y le horadaría la oreja derecha al siervo en señal de su disposición de quedarse en la propiedad del amo. A este punto el individuo se quedaría para siempre con el amo israelita (vv. 16-17).
Cuando algún siervo israelita fuera liberado del servicio de su amo en el séptimo año, Dios le exigiría al amo que no lo despidiera con las manos vacías. Supongamos que un hombre tuviese que venderse como esclavo para saldar una deuda. Al término de los seis años seguiría sin tener nada. Aunque hubiera logrado pagar la deuda, no tendría nada para comer, y se arriesgaría a volver a caer en la misma situación. Dios exigía que cada amo que despidiera a algún siervo conciudadano, le proveyera ovejas de su rebaño, grano de sus depósitos y vino. El amo debía brindar en correspondencia con la bendición de Dios sobre su vida (vv. 13-14). De esta forma, al salir de la servidumbre, el siervo tendría semilla para sembrar, vino para beber y ovejas para criar; todo lo cual le permitiría un nuevo comienzo.
Veamos en el versículo 18 la importancia de la actitud del corazón en todo esto. Dios le dijo a Su pueblo que no debían tener como algo desfavorable despedir a su siervo en libertad en el séptimo año, porque en todo caso se habían beneficiado de él; y este beneficio era doble.
En primer lugar, la mano de obra del siervo israelita le costaba la mitad de lo que le costaba la de un asalariado. Si tenían que contratar a un asalariado, tenían que desembolsar de sus propios bolsillos. El israelita que se vendía a su amo, lo bendecía pagándole lo que le debía y además sirviéndole de forma gratuita.
Fijémonos en la segunda manera en la cual el amo se beneficiaba del siervo israelita. Cuando lo liberaba en el séptimo año y lo enviaba de vuelta abastecido, el amo sería bendecido por el Señor (v. 18). El favor divino estaría sobre el amo por haber tratado a su siervo israelita con respeto y dignidad, y por haber obedecido Su mandamiento en cuanto al año sabático.
Nunca resulta fácil dejar algo en manos del Señor. En este momento que escribo me encuentro atravesando profundo pesar por un matrimonio de amigos que acaba de perder su hijo en un accidente. Nunca es fácil dejar ir a un ser querido. En momentos como éste nos enfocamos en nuestra pérdida, no en las bendiciones que recibimos de Dios mediante las personas que hemos perdido. Cuando miramos en retrospectiva los años compartidos con esa persona, nos damos cuenta de cuán bendecidos hemos sido. Cuando consideramos el hecho de que la bendición de Dios recae sobre quienes entregan lo que Él ordena, tenemos el coraje y la fuerza para enfrentar el mañana.
En los versículos 19-23 el Señor le recuerda a Su pueblo la obligación de darle el primogénito de sus crías. Estos animales eran apartados para Dios. El primogénito de sus bueyes no debía ponerse a trabajar; éstos tenían que ser apartados. Cada año debían ser llevados al lugar central de adoración, donde serían sacrificados (vv. 19-20). Una porción sería entregada al Señor, otra a los sacerdotes, y el resto, sería consumida para celebrar la bondad y fidelidad del Señor.
Si el primogénito tenía algún tipo de defecto, no podía ser ofrecido como sacrificio en la presencia del Señor (v. 21). Aun así, debían ser apartados y consumidos, pero no se sacrificaban al Señor en el lugar central de adoración (v. 21). El único requerimiento era que la sangre fuera derramada en tierra (v. 23).
Para Meditar:
*¿Qué nos enseña este pasaje sobre el interés de parte Dios por los pobres y necesitados?
*¿Cómo la cancelación de deudas salvaguardaba contra los abusos en la sociedad? ¿Qué hubiese sucedido si las deudas no eran canceladas cada siete años?
*¿Alguien tiene una deuda que nosotros debamos cancelar? Expliquemos.
*¿Cómo la cancelación de deudas daba a los pobres un nuevo comienzo? ¿En qué medida esto beneficiaba a la sociedad israelita?
*¿Cuán importante era la actitud del corazón al cancelar una deuda? ¿Cuál era la promesa de Dios para quienes lo hicieran libre y voluntariamente a sus deudores?
*¿Cómo el año sabático enseñaría al pueblo de Dios a apoyarse en Él y a verle como la Fuente de todas las cosas? ¿Cuán fácilmente resulta olvidar que Dios lo es?
Para orar:
*¿Existen personas necesitadas en nuestra comunidad? Pidámosle al Señor que nos muestre lo que podemos hacer para ayudarles.
*Pidámosle que nos dé un corazón más generoso.
*¿Alguna vez hemos tenido que entregar algo al Señor? Dediquémonos por un momento a agradecerle por la bendición que nos dio mediante lo que hemos tenido que entregarle. Agradezcámosle por habernos sido fiel.
*Pidámosle que nos perdone por las ocasiones en que nos hemos aferrado a nuestras posesiones.
16 – TRES CELEBRACIONES ANUALES
Leamos Deuteronomio 16:1-17.
Era importante que el pueblo de Dios recordara Su bondad hacia ellos. Cuán fácil les resultaría, en la nueva tierra de la abundancia, olvidarse de dónde habían venido y lo que Dios había hecho para trasladarlos hasta ese lugar. Para ayudarles a recordar estas cosas, el Señor estableció tres celebraciones y les ordenó observarlas invariablemente cada año.
La Pascua
La primera era la Pascua. Debía ser celebrada en mes de Abib (entre mediados de marzo y mediados de abril). Vemos en el primer versículo que la razón de esta celebración era porque había sido en este mes que el Señor los había sacado de la esclavitud en tierra egipcia.
Moisés no entra en muchos detalles aquí en cuanto a los varios requerimientos para estas celebraciones anuales. Su propósito es simplemente recordar al pueblo cuáles eran sus obligaciones. Durante la Pascua el pueblo de Dios debía sacrificar un animal de su manada o rebaño en el lugar principal de adoración (en el templo o tabernáculo). Durante la celebración, que duraba una semana, no debían ingerir pan con levadura, y esto en conmemoración al hecho que cuando habían salido de Egipto, lo tuvieron que hacer tan de prisa, que no tuvieron la oportunidad de esperar a que se leudara su pan (v. 3). No hubo una gran batalla ni ninguna sublevación de esclavos en aquel momento. El pueblo de Dios estaba inmerso en su cotidianidad cuando Dios se movió poderosamente y los liberó.
Durante la celebración de la Pascua, el pueblo de Dios debía disfrutar de Su bondad festejando con el animal ofrecido en sacrificio que había sido previamente apartado para ese día. Este animal era llevado al Señor al templo o tabernáculo; no debía ser sacrificado en sus ciudades (vv. 5-6). Una porción del animal era consagrada al Señor y quemada en el altar; otra se ofrecía a los sacerdotes, y la porción final se le devolvía a la persona que la sacrificaba. Esta porción debía ser asada y consumida en la presencia del Señor antes de que ellos regresaran a sus hogares (v. 7). Por cuanto se trataba de un sacrificio santo al Señor, nada se dejaba para el siguiente día (v. 4).
La Pascua finalizaba en el día séptimo con una asamblea del pueblo de Dios. Durante los seis días previos a esa asamblea, el pueblo consumiría panes sin levadura. El séptimo sería día santo o de consagración, durante el cual Israel reposaría de sus labores, y dedicaría tiempo para celebrar y recordar la bondad de Dios al librarlos de la esclavitud de Egipto.
La Fiesta de las Semanas
La segunda celebración del año era la Fiesta de las Semanas, la cual se conocería como Pentecostés. Era celebrada siete semanas o cincuenta días luego de ellos haber comenzado a meter la hoz en las mieses (v. 9). El grano al que se hace referencia aquí es casi siempre la cebada, por ser la primera en madurar y estar lista para su cosecha. El Pentecostés comenzaba cincuenta días luego del comienzo de esta cosecha.
El Pentecostés se celebraba dando una ofrenda de buena voluntad en correspondencia con las bendiciones que el Señor había concedido durante ese año (v. 10). Veamos dos cosas en cuanto a esta celebración de Pentecostés. En primer lugar, debía ser un tiempo de regocijo en la presencia del Señor (v. 11). El Pentecostés celebraba la bondad del Señor en la cosecha; debía caracterizarse por el gozo y la festividad. En segundo lugar, la bendición debía compartirse con sus hijos y también con los levitas, extranjeros, huérfanos y viudas que vivían entre ellos (v. 11). No debían retener la bondad de Dios sólo para ellos, sino extenderla a otros como expresión de la generosidad divina. El pueblo de Dios debía recordar cómo habían sufrido siendo esclavos en Egipto, y por tanto tender la mano a quienes padeciesen necesidad a su alrededor. El Pentecostés era un tiempo para regocijarse y compartir la bendición de Dios mediante la cosecha.
La Fiesta de los Tabernáculos
La última celebración anual mencionada en este capítulo es la Fiesta de los Tabernáculos, que se celebraba por siete días luego de los israelitas haber reunido la cosecha de sus eras y sus lagares (v. 13). La cosecha se había terminado, el grano estaba recogido y las uvas exprimidas para hacer vino.
Aunque Moisés no da detalle en cuanto a esta celebración, de Levítico 23:33-43 aprendemos que los israelitas debían quedarse en pequeñas tiendas de campaña durante los siete días de la fiesta. Esto era conmemorando el hecho de que sus ancestros habían habitado en tiendas todo el tiempo de su peregrinación por el desierto. Veamos en el versículo 14 que al pueblo de Dios se le ordenaba alegrarse durante esta festividad. Resulta muy interesante el contraste de quedarse en una pequeña tienda y la gozosa celebración que tendría lugar durante esa semana. El pueblo de Dios debía recordar que sus padres habían sufrido, pero al mismo tiempo regocijarse por lo que Dios había hecho por ellos.
Fijémonos a partir del versículo 15 en que la celebración no sólo servía para rememorar las bendiciones de Dios recibidas durante ese año, sino para tomar en cuenta la garantía de las inagotables bendiciones divinas para el futuro. La promesa era que Dios bendeciría todas sus cosechas y el trabajo de sus manos, de manera que su gozo fuera pleno. Ellos celebraban a Dios por Su bondad en el pasado, y también por las bendiciones futuras.
La sección concluye con un resumen de los primeros quince versículos. Dios esperaba que todos los hombres de Israel realizaran un viaje al templo tres veces al año, en el cual celebrarían estos tres importantes festivales. Al venir al templo, cada uno debía traer su presente al Señor. Estos dones debían corresponderse con la bendición que Dios había derramado sobre sus vidas. Esto no era un diezmo, sino una ofrenda voluntaria al Señor en agradecimiento por Su bondad.
Hay tres aspectos que parecían caracterizar estas grandes festividades. En primer lugar, eran para regocijarse. El término ‘alegrarse’ o ‘alegría’ se repite tres veces en estos versículos (véase los versículos 11, 14, 15). Esto es importante, y nos muestra que los festivales debían ser para celebrar la alegría. Dios quería que Su pueblo experimentara gozo en Él y en Su provisión.
La segunda característica de estas fiestas era que estaban designadas para ayudar al pueblo de Dios a recordar de dónde ellos venían y lo que Dios había hecho por ellos. Estas celebraciones anuales recordaban a Israel sus raíces en la cautividad de Egipto, y cómo el Señor los había trasladado de allí hacia la bendición de la Tierra Prometida. Dios no quería que Su pueblo olvidara sus raíces. Precisamente al recordar su pasado podrían entender mejor la gracia de Dios en sus vidas como nación.
En tercer y último lugar, las festividades se caracterizaban por el compartir. Los sacrificios y ofrendas que traían se compartían con los sacerdotes y levitas. También se compartían con los pobres, los extranjeros, las viudas y los huérfanos. Dios los bendecía de manera que Su pueblo pudiera bendecir a otros. Estas festividades eran un recordatorio para el pueblo de su obligación espiritual y social de atender a aquellos a su alrededor que aún no hubiesen alcanzado esas bendiciones.
Para Meditar:
*¿Cómo celebramos la bondad de Dios en nuestra vida?
*¿Qué alegría nos ha traído Dios mediante las bendiciones que hemos recibido de Su mano?
*Dediquemos un momento para reflexionar en lo que Dios ha hecho por nosotros. ¿Qué bendiciones nos ha dado? ¿Cómo nos ha sido fiel?
*¿Cómo hemos estado compartiendo la bondad de Dios con otros? ¿Cómo haría Él que compartiéramos más?
Para orar:
*Dediquemos un momento a meditar y a alabar al Señor por las buenas cosas que nos ha dado.
*Pidámosle que abra nuestros ojos para poder ver mejor Sus bendiciones.
*Pidámosle que nos muestre específicamente cómo podemos compartir nuestras bendiciones y dones con los demás.
17 – JUECES Y REYES
Leamos Deuteronomio 16:18—17:20.
Moisés le había estado hablando al pueblo, preparándolos para su entrada a la Tierra Prometida. Sabía que allí (en el lugar que Dios les había prometido) habría muchos cambios para ellos. También habría muchas tentaciones. A medida que comenzamos la próxima sección de Deuteronomio, Moisés habla sobre los líderes y sus obligaciones específicas. Aquí en los capítulos 16-17 se refiere a jueces y reyes.
Jueces
Vemos en Deuteronomio 16:18 que Moisés dijo al pueblo que cuando llegaran a la tierra que el Señor les estaba dando, debían designar jueces y funcionarios para cada tribu, en cada ciudad o pueblo que el Señor les hubiese dado. Estos jueces debían estar disponibles para lidiar con cualquier problema que surgiera entre ellos. En Deuteronomio 16:18-20, Moisés proporcionó algunas pautas mediante las cuales debían regirse estos jueces.
En primer lugar, los jueces debían juzgar con justo juicio (v. 18). La idea aquí parece ser que ellos juzgarían de forma piadosa y recta; no debían permitir que sus propias actitudes pecaminosas se interpusieran. Ellos eran los representantes de Dios; por lo tanto, necesitaban tomar decisiones conforme al propósito de Dios.
En segundo lugar, los jueces no debían pervertir la justicia (v. 19). Es decir, no debían torcer las cosas para ajustarse a sus propios prejuicios. No debían permitir que sus sentimientos o preferencias se interpusieran en hacer lo correcto; debían hacer lo correcto sin importar cuánto les costara. Esto no siempre resultaría fácil, pero Dios los haría responsables para que juzgaran conforme a Su voluntad.
En tercer lugar, los designados como jueces no debían mostrar parcialidad. A un enemigo se le tendría el mismo respeto que a un miembro de la familia. La persona pobre tendría la garantía de un juicio justo. Nadie recibiría un trato preferencial.
En cuarto lugar, los jueces nunca debían aceptar sobornos. Un soborno serviría para cegarles y pervertir sus palabras. Es decir, si alguien les daba dinero para hacer cierto juicio, era probable que ellos cerraran sus ojos a la verdad en favor de la persona que había sobornado. Su juicio no estaría basado en la verdad ni en la justicia, sino en cómo poder ayudar a la persona que había ofrecido el soborno para evitar una sentencia justa. Un soborno les impediría tomar la decisión correcta.
Finalmente, Moisés desafía a todos los jueces a seguir únicamente el camino de la justicia. No debían dejar que nada se interpusiese en hacer lo que era correcto. Fijémonos en el versículo 20 cuán importante era en Israel la responsabilidad del juez. Estos jueces debían seguir la senda de la justicia solamente, de manera que pudieran poseer la tierra que el Señor su Dios les estaba dando. En otras palabras, si el pueblo de Israel quería permanecer en la tierra que el Señor les estaba dando, debían andar en los caminos de Dios; debían seguir la senda de la justicia y la rectitud. Los jueces en la tierra tenían un importante rol que desempeñar. Mediante sus sabios e imparciales juicios, el pueblo de Dios permanecería en la tierra y disfrutaría las bendiciones de Dios.
Moisés recuerda le al pueblo en Deuteronomio 16:21—17:1 dos importantes principios que debían seguir cuando entraran a la tierra que el Señor les estaba otorgando. Quienes juzgaran al pueblo de Dios debían tomar estos asuntos con seriedad.
En primer lugar, el pueblo de Dios no debía levantar ninguna imagen de la diosa Aserá junto al altar del Señor ni erigir piedra sagrada alguna (16:21). Los troncos sagrados eran símbolos de la diosa cananea Aserá. El diccionario bíblico Tyndale dice lo siguiente acerca de las diosas cananeas:
“Irónicamente, las diosas eran consideradas prostitutas sagradas, y como tal eran llamadas ‘santas’. Los ídolos que representaban las diosas casi siempre se presentaban desnudas y con rasgos sexuales sobredimensionados”.
(Comfort, Philip W., Elwell, Walter A. (ed) “Caananite Deities and Religion,” Tyndale Bible Dictionary, Cedar Rapids, Laridian Electronic Publishing, 2001)
El dios Baal era representado por una columna de piedra. Era un dios de fertilidad, y se creía que la relación sexual entre Baal y las diosas garantizaba una buena cosecha, según los cananeos.
Cuando Moisés le dijo a su pueblo que no debían erigir un poste a Aserá ni una columna de piedra junto al altar de Dios, estaba dejando claro que no debían combinar su fe en Dios con la de la gente de la tierra que Dios les estaba dando. Moisés sabía que los israelitas serían tentados a claudicar en cuanto a su fe. Los jueces y sacerdotes de Israel debían garantizar que ninguna persona comprometiera su fe incorporando en su adoración las malvadas prácticas de las naciones a su alrededor. En esa tierra sólo Dios debía ser adorado.
La segunda tentación que enfrentaría Israel se encuentra en Deuteronomio 17:1. Aquí Moisés les dice que no debían sacrificar al Señor ningún becerro ni oveja con defecto o imperfección alguna. Es decir, debían dar al Señor lo mejor que tuviesen. Cuán fácil nos resulta ocuparnos de otras cosas y que el Señor pase a tomar el último lugar. Otros asuntos se interponen y nos relajamos en cuanto a nuestras obligaciones y adoración a Dios. Los jueces y sacerdotes de Israel debían mantener un alto estándar en cuanto a adorar y honrar al Señor; no se podía claudicar cuando se trataba de Dios. Él merece lo mejor, y los israelitas debían garantizar que se le brindase lo que Él merecía.
En Deuteronomio 17:2-5, Moisés nos da el ejemplo de un israelita a quien se le halló culpable de adorar a otros dioses. En este caso, cuando se presentó este asunto ante los jueces, ellos debían asumirlo con suma seriedad. Veamos en el versículo 4 que el asunto debía ser investigado a fondo. De hecho, debía ser verificado por dos o tres testigos antes de proceder (v. 6). Si el individuo se había inclinado ante otros dioses, lo cual hubiese sido constatado por dos o tres personas, entonces esa persona debía ser conducida a la puerta de la ciudad y apedreada hasta morir (v. 5). Fijémonos en que los testigos eran los primeros que debían darle muerte; ellos eran llamados a respaldar lo que habían sostenido en contra de esa persona. En caso de que hubiesen mentido, esa muerte estaría en sus manos, pero si decían la verdad, estarían librando a la nación de un terrible mal.
Algunos casos resultarían demasiado difíciles de juzgar para jueces locales. Si se daba esta situación, el asunto se llevaría a una corte superior. Tales casos serían llevados a un lugar principal de adoración (templo o tabernáculo), donde serían presentados a los sacerdotes, levitas y jueces para tomar la decisión final (vv. 8-9). Todo el pueblo debía escucharles y someterse a sus sentencias (vv. 10-11). Todo aquel que rechazara a algún sacerdote o juez que ministrara ante el Señor, debía ser ejecutado (v. 12). Ellos eran representantes de Dios y servían en función de Sus propósitos en medio del pueblo. Como ministros de Dios, debían ser tenidos en alta estima.
Reyes
Moisés se proyecta hacia el futuro proféticamente, a un tiempo en el que Israel pediría un rey, como lo tenían el resto de las naciones a su alrededor. Hasta ese momento Israel no tenía más rey que Dios. Él los guiaba, los protegía y proveía para cada una de sus necesidades. Sin embargo, llegaría el día en que Israel se disgustaría con Dios como rey y escogería uno terrenal, y el Señor se lo reveló a Moisés. En los versículos 14-20 Moisés expone un esquema en cuanto a las calificaciones de tal rey.
Veamos primeramente que el rey para ellos debía ser escogido por el Señor (v. 15). En la actualidad nuestros dirigentes muchas veces son escogidos según la voluntad del pueblo, pero este no era el caso de Israel. El rey de ellos debía tener un claro sentido del llamado de Dios en su vida. Por cuanto era escogido por Dios, también a Dios tendría que rendir cuentas.
En segundo lugar, el rey debía ser israelita. En Israel no debía reinar ningún extranjero. Parece que la razón para que esto fuera así era que, como israelita, el rey debía sujetarse al Señor y a Sus leyes. Un rey extranjero no serviría al Dios de sus padres ni andaría en Sus caminos.
En tercer lugar, el rey no debía adquirir grandes cantidades de caballos como parte de su propiedad ni hacer que su pueblo se volviera a Egipto por más de ellos (v. 16). Adquirir caballos era una forma de incrementar el poderío militar, y también conllevaría a incrementar el comercio con la nación que los había mantenido esclavizados. Egipto era reconocido por su caballería, y el rey que se dedicara a adquirirlos, naturalmente enviaría representantes a ese país a comprarlos, y dicha relación con los egipcios traería consigo otras tentaciones para el pueblo de Dios. Con los caballos vendría la tentación de seguir a sus dioses. También llevaría al rey israelita a la soberbia por el hecho de medir su valor, estatus e importancia en función del tamaño de su ejército y del número de caballos adquiridos. Así no era que Dios medía el éxito. El rey debía concentrarse en servir a Dios y seguir Sus caminos; no debía dedicarse a hacerse de un nombre a expensas de su pueblo. Su confianza y seguridad no debían radicar en la cantidad de caballos que hubiese obtenido, sino en el Señor.
En cuarto lugar, el rey no debía tomar muchas esposas (v. 17); la razón queda bien explícita en este versículo. El rey que tomara muchas esposas corría el riesgo de desviar su corazón. En el caso de que éstas fueran extranjeras, queda bien claro que la tentación sería complacerlas e ir tras sus dioses paganos. Sin embargo, no necesariamente todas sus esposas serían extranjeras; podía darse el caso que tuviera muchas esposas israelitas. Y mientras más esposas tuviese, fuesen israelitas o extranjeras, más tiempo tendría que invertir en cuidarlas y en satisfacer sus necesidades. El rey de Israel no debía diluirse en su propia vida; su enfoque no debía estar en acumular un gran harén, sino en servir al Señor. Su corazón debía servir en función de la gloria de Dios y del bien de su pueblo. Un rey así no dispondría del tiempo necesario para mantener muchas esposas. Analicemos el conflicto que habría en su hogar con todas estas esposas demandando su atención; todas ellas sólo distraerían al rey del llamado de Dios en su vida.
En quinto lugar, Moisés le dijo al pueblo que su rey no debía acumular grandes cantidades de plata ni oro. Con frecuencia pensamos en abundancia y riquezas al referirnos a un rey, porque los reyes casi siempre acumulan grandes cantidades de riquezas y viven lujosamente, mientras que la gente a su alrededor tiene muy poco. Las riquezas vienen aparejadas con el poderío y la soberbia, lo cual puede conllevar a la injusticia y a la corrupción. Dios no nos llama a servir para hacernos ricos. De hecho, casi siempre las riquezas nos desviarán de nuestro llamado. Y además nos cegarán ante las necesidades de quienes nos rodean. El rey de Israel debía ser un siervo humilde cuyo corazón no estuviese enfocado en acumular riquezas sino en hacer la voluntad del Señor.
Finalmente, el rey debía poseer una copia de la Ley de Dios, la cual debía leer todos los días de su vida (vv. 18-19). Esta lectura sistemática de la ley serviría para lograr tres propósitos en la vida del rey. En primer lugar, le enseñaría cómo reverenciar, respetar y honrar al Señor al mostrarle quién es Dios y todo lo que ha hecho. En segundo lugar, le mostraría cómo debía andar de manera agradable a Él. En tercer lugar, le recordaría que la posición del rey no se encontraba por encima de la ley, y que él tenía la obligación, como todo israelita, de andar en los caminos del Señor (v. 20). Sólo cuando entendiera estas cosas, el Señor le daría el privilegio de reinar durante un largo tiempo sobre Su reino. La suposición aquí es que Dios lo sacaría de ese lugar de liderazgo si no andaba de la manera que esa posición ameritaba.
Para Meditar:
*¿Cuál era la responsabilidad del juez en Israel? ¿Qué tipo de jueces buscaba Dios en aquella época?
*¿Cuál era la importancia de la responsabilidad del juez? ¿Cómo se afectaría la sociedad si el juez no ejercía su responsabilidad con equidad y justicia?
*Moisés deja bien claro al pueblo israelita que debían adorar sólo a Dios y darle lo mejor de ellos. ¿Se ha cumplido esto en nuestras vidas?
*¿Cómo debía diferenciarse el rey de Israel de los otros reyes de otras naciones? ¿Cómo deben distinguirse los líderes cristianos de los que no lo son?
*¿Cuál era el papel de la Ley de Dios en la vida del rey? ¿Cómo influiría ésta en su vida?
Para orar:
*Pidámosle al Señor que nos muestre lo que haya en nuestra vida que nos esté distrayendo de Su llamado.
*Pidámosle a Dios que nos dé un compromiso más profundo de servirle sólo a Él y de darle lo mejor que tengamos.
*Pidámosle que nos ayude a ser los líderes que quiere que seamos. Roguémosle que nos guíe mediante Su Palabra, y que no nos guiemos por lo que hace el mundo que nos rodea.
*Pidámosle que nos ayude a ser más fieles en la lectura y el estudio de Su Palabra
18 – SACERDOTES, LEVITAS Y PROFETAS
Leamos Deuteronomio 18:1-22.
Al comenzar este capítulo, Moisés dirige su atención a los sacerdotes y profetas de Israel. Observemos en el versículo 1 la distinción que se hace entre los sacerdotes que eran levitas y el resto de éstos. La tribu de Leví había sido apartada por Dios para servir las necesidades espirituales de Israel. Aunque toda la tribu había sido apartada por Dios y para Su servicio, no todos ellos eran sacerdotes. A los descendientes de Aarón se les dio la responsabilidad de servir como sacerdotes. El resto de los levitas ministraban bajo su cargo en el servicio del templo, asumiendo una serie de responsabilidades en la adoración y el servicio a Dios.
Los sacerdotes y levitas no recibieron una herencia de tierra como el resto de las tribus de Israel. Esto significaba que dependían de aquellos que podían cosechar y criar animales para su alimentación. De hecho, en el primer versículo nos dice que debían vivir de las ofrendas hechas a Dios. En otras palabras, les pertenecía una porción de cada ofrenda que a Él se brindaba. Ellos no tendrían que dedicar tiempo para cosechar; su enfoque sería el de ministrar a las personas. La herencia de los levitas y los sacerdotes era el privilegio por ser los representantes de Dios escogidos por Él (v. 2).
En el tercer versículo (RVR60), Moisés dijo a su pueblo que la espaldilla, la quijada y el cuajar (o intestinos, en la NVI) del buey o cordero que se ofreciera, debía ser entregado a los sacerdotes para su alimentación. Los israelitas también debían entregar en el templo a los levitas y sacerdotes las primicias de todo su grano, vino nuevo, aceite y de la lana de sus ovejas. Esta sería su porción por el servicio que ofrecían al pueblo de Dios.
Si un levita vendía sus posesiones y se mudaba a otro pueblo para servir al Señor, debía recibir de igual modo de las bendiciones ofrecidas por el pueblo de Dios. Podemos imaginar que aunque los levitas y sacerdotes eran siervos de Dios, eran tan humanos como el resto de la sociedad israelita. Si otro levita se les unía, esto significaba una familia más que alimentar. Si todo se compartía equitativamente, cada persona recibiría menos. A esto añadamos el hecho que este levita en particular había acabado de vender sus pertenencias familiares para dedicarse al servicio del templo (v. 8). Es posible que tuviese más dinero que el resto de los levitas; los cuales ahora tenían que compartir a partes iguales con él. Al ser la naturaleza humana como es, esto se convertía en terreno fértil para los celos y la amargura. Aunque este recién llegado tuviese más dinero que el resto, él era igual a los demás debido al servicio que rendía al pueblo de Dios.
Estos sacerdotes eran individuos comunes y corrientes, como nosotros. Batallaban con la envidia y los celos. Dios sabía que eran imperfectos. Pero aun así Dios los escogió, y esperaba que ellos aprendieran a andar en obediencia a Su propósito sin mostrar favoritismo alguno ni celos.
Existía otro grupo reconocido de líderes religiosos en Israel: los profetas, quienes a diferencia de sacerdotes y levitas, no pertenecían a ninguna tribu en particular. No participaban en la rutina cotidiana que tenía lugar en el templo, pero aun así su aporte era esencial a la obra que Dios estaba realizando.
En el caso de los levitas y sacerdotes, sus rutinas y rituales estaban claramente explicados en la Ley; pero este no era el caso de los profetas, cuya responsabilidad consistía en trasmitir la Palabra del Señor a Su pueblo. El problema para Israel era discernir si un profeta hablaba la verdad o no. Aunque los verdaderos profetas formaban una parte muy importante de la vida espiritual de Israel, los profetas falsos podían rápidamente desviar al pueblo.
En los versículos del 9 al 13, Moisés comienza su comentario sobre los profetas con una palabra en cuanto al propósito divino para la vida espiritual de Israel. Les recuerda que cuando entraran a la tierra que el Señor les estaba dando, Israel no debía imitar lo que estaban haciendo los países aledaños. Estas naciones también tenían sus profetas, pero ellos no consultaban al Señor. Cuando arribaran a la tierra de Canaán, encontrarían hombres y mujeres que sacrificaban a sus hijos en el fuego, que practicaban la adivinación y la hechicería, así como la consulta a espíritus malignos en busca de consejo y dirección. Otros interpretaban augurios, practicaban la brujería, lanzaban hechizos y consultaban a los muertos. Estos individuos hablaban al pueblo y les trasmitían la voluntad de los dioses, pero eran profetas falsos. Moisés les dejó bien claro que cualquiera que practicara estas cosas era detestable ante los ojos del Señor. El pueblo de Dios no debía escuchar a estos falsos profetas; la palabra de un profeta verdadero vendría exclusivamente de parte del Señor. Ninguno escucharía a espíritus inmundos, augurios ni a los muertos. Si Israel quería saber si un profeta era del Señor, tendrían que considerar la fuente del mensaje de ese profeta.
Fijémonos (en el versículo 15) que el profeta verdadero que el Señor haría surgir, sería como Moisés, de entre sus propios compatriotas. Veamos dos puntos en esta declaración.
En primer lugar, los profetas que Dios levantaría serían como Moisés. ¿Cómo era Moisés? Durante cuarenta años había dirigido al pueblo de Dios. Anduvo entre ellos y les ministró en sus necesidades. Había sido fiel y se había consagrado al servicio de Dios. Además, demostró ser auténtico por medio de lo que había trasmitido verbalmente y de su manera de vivir. El pueblo de Dios iba a poder conocer a un profeta verdadero por su carácter y su fidelidad.
En segundo lugar, los profetas que Dios levantaría para Israel serían de entre ellos; en otras palabras, serían creyentes y seguidores del Dios de Israel. El pueblo no debía prestar oído a extranjeros que alegaran ser verdaderos profetas. ¿Cómo podía alguien considerarse un verdadero profeta de Dios si no le conocía como Señor ni le seguía?
Moisés les recordó (en el versículo 16) la necesidad del ministerio profético. Cuando Dios les dio Sus mandamientos, sus ancestros se encontraban en la región de Horeb, al pie del Monte Sinaí. Cuando Dios habló, ellos vieron Su gloria y se aterrorizaron (veamos Éxodo 20:18-19). En aquel día clamaron a Moisés llenos de temor: “No queremos seguir escuchando la voz del Señor nuestro Dios, ni volver a contemplar este enorme fuego, no sea que muramos” (v. 16).
Dios escuchó su clamor y escogió levantar de entre ellos a quien hablaría de Su parte. Dios les impartiría Sus palabras, las cuales ellos a su vez trasmitirían a Su pueblo (v. 18). Esta sería la responsabilidad del verdadero profeta. Los profetas debían hablar las palabras que Dios les diera al pueblo de Israel. Por cuanto eran Sus voceros, Dios esperaba que Su pueblo los escuchara, y les pediría cuentas por cada palabra que ellos pronunciaran ante el pueblo (v. 19).
Hablar de parte del Señor constituía un asunto serio. Podemos imaginar que había individuos que quisieran tener el honor de ser voceros de Dios y disfrutar de ese lugar de honor en la sociedad; sin embargo, Dios advirtió a Su pueblo que cualquiera que ostentara proferir una palabra en nombre del Señor que no hubiese venido de Su parte, sería castigado con la pena de muerte. De igual forma ocurriría con quien se pronunciara en nombre de otro dios (v. 20).
Fijémonos en que Dios no hace distinción entre alguien que trajera una palabra a Su pueblo de parte de falsos dioses, y el que hablara una palabra proveniente de su propio corazón, que no viniera de Dios. Ambos estarían hablando mentiras en nombre del Señor y debían ser ejecutados, lo cual ciertamente daría qué pensar a los que aspiraran a ser profetas.
Como hemos visto, el pueblo de Dios debía examinar el carácter del profeta y su mensaje para determinar si provenía del Señor. No obstante, había casos en que un hermano o hermana de confianza pronunciaba “una palabra de parte del Señor”. ¿Cómo podía asegurarse el pueblo de que esta palabra venía de Dios y no simplemente proferida a partir del entendimiento humano? Moisés les dijo que esperaran para que pudieran ver lo que sucedería. Si la palabra era de Dios, se cumpliría. Si no se cumplía, quedaría claro que no provenía del Señor. Entonces ese profeta debía ser castigado, y el pueblo no debía temer en cuanto a eliminarlo (v. 22).
Aquí vemos la seriedad a la hora de dar una palabra “de parte del Señor”. Aquellos que hablaban en esos términos, debían estar dispuestos a enfrentar cualquier riesgo que ello implicara. Si se equivocaban, podían perder la vida por haber representado mal al Señor. Este no era un ministerio para ser tomado a la ligera.
El servicio de los profetas era importante y debía ser examinado siempre. Existían profetas falsos que hablaban en nombre de otros dioses o que sacaban sus profecías de fuentes demoníacas. Había otros que pretendían hacerse de un nombre y se basaban en su propio corazón; no hablaban de parte del Señor realmente. Entonces estaban aquellos a quienes el Señor los impulsaba a hablar. En ocasiones ni siquiera querían hacerlo, pero no podían callarse lo que Dios les había dado. Israel debía escuchar a este último grupo como si Dios mismo estuviese hablando a través de ellos.
Para Meditar:
*¿Cuál era la diferencia entre la responsabilidad del profeta y la del sacerdote?
*¿Cómo podían los sacerdotes y levitas ser tentados a sentir celos y envidia? ¿Aún persiste entre líderes cristianos este tipo de tentaciones?
*¿Cómo eran apoyados los sacerdotes y levitas en su ministerio? ¿Cuán importante es que los creyentes apoyen financieramente a sus líderes? ¿Existe alguna otra forma en que nuestros líderes espirituales puedan ser ayudados?
*Haga una lista de tres maneras en que Israel podía discernir si un profeta realmente era de Dios. ¿Cómo se aplican hoy en día estos principios?
*¿Cómo eran tentados los profetas?
Para orar:
*Agradezcámosle al Señor por los diferentes tipos de líderes que Él ha dado a Su pueblo hoy. Agradezcámosle por las múltiples responsabilidades que ellos tienen a su cargo.
*Pidámosle al Señor que nos muestre cómo podemos apoyar a nuestros líderes espirituales.
*Oremos que sean levantados más hombres y mujeres que puedan hablar la palabra del Señor claramente a nuestra sociedad. Pidámosle a Dios que nos dé más valentía para hablar Su Palabra.
*Dediquemos un momento para orar por los líderes espirituales de nuestra comunidad. Pidámosle a Dios que les proteja de la soberbia, de la falsedad, de la envidia y de los celos. Pidámosle que nos conceda la gracia de hablar la verdad en amor.
19 – HOMICIDIO Y ROBO
Leamos Deuteronomio 19:1-21.
El pueblo de Dios era un pueblo santo. Su santidad no se debía a que eran buenos, sino a que Dios los había apartado para ser Su pueblo escogido. Debido a que Dios los había apartado, Él les demandaba que llevaran una vida de obediencia. Vemos claramente en la historia del pueblo de Israel, que a menudo ellos no podían cumplir con los requerimientos de la norma divina. No todo pecado era cometido intencionalmente. A veces pasaban cosas en la vida de una persona que la hacían culpable de un crimen el cual no tenían la intención de cometer, y Dios también cubrió estos casos en Su ley.
Al comienzo del capítulo 19, Moisés le dijo al pueblo que cuando entraran a la tierra que el Señor les estaba dando, debían señalar en ella tres ciudades; las cuales debían tener caminos accesibles a ellas. El propósito de su existencia era el de albergar a cualquiera que sin intención cometiese homicidio (vv. 1-3).
Fijémonos en el versículo 4 que a cualquiera que hubiese dado muerte a otra persona sin intención, sin malicia ni premeditación, se le permitiría siempre escapar a dichas ciudades para protegerse. Tenemos el ejemplo en el versículo 5 de un hombre que estaba cortando leña en el bosque, al cual se le desprendió el hacha que estaba usando, golpeando a su amigo y matándolo sin haber tenido la intención de hacerlo. En esta situación, la familia del que murió accidentalmente podía sentir la obligación de vengar la sangre de su pariente. Ellos podían ir tras aquel hombre y matarlo, aunque lo que hizo no hubiera sido intencional.
Las ciudades de refugio debían ser situadas en zonas de fácil acceso para que el culpable de matar a otro pudiera huir hacia las mismas, y de esta forma protegerse de la familia que procuraba vengarse. Aunque estas acciones no fueran intencionales, podían encender la ira de los familiares del fallecido en su contra. En la ciudad de refugio, el culpable hallaría protección legal ante la venganza de la familia doliente. Estas ciudades también servían para proteger a estas familias. En su enojo, era muy posible que algunas cometieran algo que después pudieran lamentar, lo cual a su vez acarrearía culpa sobre toda la nación.
Para poder lidiar con la muerte accidental de un ser querido, ambas partes involucradas debían permanecer a distancia. Imaginemos la tentación a la que se enfrentarían los familiares del fallecido (ya fuese un hijo, padre o esposo) si el que lo hubiese matado viviera al lado de ellos. Esto sería mucho más de lo que muchos pudieran soportar. Para promover la paz y una mayor armonía, ambas partes debían estar bien alejadas.
Observemos también que, aunque el hombre que huyó a la ciudad de refugio nunca tuvo la intención de dar muerte a su prójimo, sus acciones tendrían un precio que pagar. Tenía que huir de su ciudad y de las personas que conocía, para establecerse y emprender una nueva vida al amparo de esta nueva ciudad; este era el costo de la paz. Aunque tengamos o no la intención de llevar a cabo ciertas acciones, éstas pueden cambiar el curso de nuestras vidas de forma radical.
En los versículos 8 al 10, Moisés dijo al pueblo que a medida que se expandiera su territorio, debían añadir tres ciudades más, para que la sangre inocente no fuera derramada en su tierra. Los inocentes debían ser protegidos de los vengadores de la sangre, para que toda la tierra no cayera bajo el juicio de Dios.
Si bien los inocentes debían ser protegidos de los vengadores, la ley de Dios establecía que nunca podían ser protegidos los culpables de homicidio premeditado (matar intencionalmente). Si un hombre, habiendo asesinado, huía a una ciudad de refugio, los ancianos de esa ciudad debían regresarlo a su lugar y entregarlo al vengador de la sangre para que lo eliminara; no se le debía tener compasión. Debía morir para que la tierra quedara libre de culpa y pudiera ser restablecida la bendición de Dios (v. 13).
El versículo 14 habla de otro tipo de crimen en Israel. Aquí se nos habla de una ley que tiene que ver con modificar a conveniencia los linderos de un vecino. La idea es que si un individuo, queriendo extender su propio territorio, mueve los límites y se adueña de una parte del terreno de su vecino, se hace culpable ante Dios de tomar lo que no le pertenece. Cada persona debía contentarse con lo que Dios le hubiese dado.
Antes de que un individuo pudiera ser acusado de delito, la culpa debía ser probada por más de un testigo. La ley requería de dos o más, antes de acusar a alguien de una ofensa grave (v. 15); esto debía hacerse para proteger al acusado de los testigos falsos.
Si la veracidad de los testigos era cuestionada, “las dos personas involucradas en la disputa se presentarán ante el SEÑOR, en presencia de los sacerdotes y de los jueces que estén en funciones” (v. 17). Éstos investigarían a fondo el asunto, y si los testigos estaban mintiendo, serían acusados de falsedad. En este caso, los jueces les harían lo mismo que ellos pretendían hacer al hermano al que habían acusado falsamente. Si el delito del cual estaban intentando acusar a ese hermano merecía la pena de muerte, entonces los jueces sentenciarían a muerte al testigo falso. Si se requería que perdiera un ojo, entonces sería sentenciado a lo mismo. Esto serviría de escarmiento al pueblo israelita, para que siempre hablaran la verdad en cuanto a sus hermanos.
No tenemos que pararnos ante un tribunal judicial para dar falso testimonio contra un hermano o hermana con el propósito de dañarlo(a). Existen muchas formas mediante las cuales podemos destruir la reputación de un hermano(a). Los chismes o rumores pueden ser difundidos rápidamente y llevar a otros a creer algo incierto acerca de un hermano o hermana. Debemos de tener mucho cuidado en cuanto a lo que decimos de alguien para que no lleguemos a ser culpables de haber hablado falso testimonio ante Dios.
El pueblo de Dios había sido apartado por Dios mismo. Esto no significaba que fuesen perfectos; de hecho, se encontraban muy lejos de serlo. Dentro del pueblo había quienes procuraban vengarse y deseaban eliminar al hermano por algo que éste hubiese hecho. Había otros que en secreto modificaban los linderos, robando así parte de la tierra que pertenecía a un vecino. Había otros que hasta estaban dispuestos a pronunciar falso testimonio en contra de algún hermano o hermana, y hacerlos padecer por un delito que éstos no habían cometido. Dios sabía que todo esto sucedería, y se encargó de dejar plasmado en Su ley cómo solucionarlo.
El capítulo habla poderosamente de la gracia de Dios. Vemos a un Dios santo proveyendo para un pueblo pecaminoso, para que vivieran al amparo de Sus bendiciones. Pudo haberlos destruido, pero los escogió y los amó con todas sus faltas y fallos. ¡Cuán agradecidos debemos estar porque el Señor aún está dispuesto a obrar con nosotros también en nuestras debilidades!
Para Meditar:
*Dios le estaba otorgando la tierra de Canaán a un pueblo que batallaba contra el pecado. De hecho, Él había establecido Su ley para castigar a quienes se desviaran de Sus propósitos. ¿Qué nos enseña esto sobre la santidad de Dios? ¿Qué nos enseña en cuanto a Su gracia?
*¿Cómo protegía al inocente la ciudad de refugio?
*¿Cómo se preservaba la paz al separar la parte ofendida de la que había causado la ofensa? ¿Podemos esperar que todas las diferencias que tenemos con nuestros hermanos se resuelvan?
*Aunque el hombre que matara a su hermano accidentalmente no era culpable de delito, tendría que pagar un precio por sus acciones. ¿Cómo nuestras acciones (ya sean intencionales o no) cambian el rumbo de nuestra vida?
*¿Pueden ser culpables de haber pronunciado falso testimonio quienes se dedican al chisme y a difundir rumores?
Para orar:
*Agradezcamos al Señor que Él es un Dios de santidad y de gracia; que lidia con el pecado, pero aun así ama al pecador.
*¿Tenemos una relación difícil con algún hermano(a)? Pidamos al Señor que nos muestre qué podemos hacer para no ser tentados cada día a caer en la amargura, la ira, la venganza o la lujuria.
*Pidamos al Señor que nos perdone por difundir información falsa o chismear de la vida de algún hermano(a).
*¿Hay cosas que han cambiado en nuestra vida debido a acciones pecaminosas o a malas decisiones que hemos tomado? Pidamos al Señor que nos ayude a hacer lo que mejor podamos en esta situación. Pidámosle que nos ayude a vivir para Su gloria en esta nueva circunstancia.
20 – PREPARACIÓN PARA LA GUERRA
Leamos Deuteronomio 20:1-20.
El pueblo de Dios iba a tener que luchar para obtener la tierra que el Señor les estaba dando. Tendrían que enfrentar muchas batallas en su conquista de Canaán. De manera similar, hay muchas victorias que el Señor quiere dar a Su pueblo hoy, pero no todas esas victorias vendrán con facilidad. Habrá tiempos en los que todos tendremos que enfrentarnos cara a cara con el enemigo. Todo el que quiera conocer el sabor de la victoria en la vida cristiana, primero debe prepararse para la batalla.
En Deuteronomio 20, Moisés tiene algunas palabras que decir al pueblo en cuanto a las batallas que ellos enfrentarían en su conquista de la tierra que Dios les había prometido. En el primer versículo, comienza con una palabra de aliento. Moisés sabía que el enemigo que los enfrentaba era mayor en número y mejor en equipamiento que el ejército israelita. Ver los carros y la cantidad de soldados frente a ellos resultaría muy desalentador para Israel. Desde la perspectiva humana, no tenían esperanza de conquistar a estas fuerzas enormes y bien entrenadas. Moisés dijo al pueblo que aunque el enemigo les superara en número, no debían temer por cuanto el Señor estaría con ellos.
Dios estaba conduciendo al pueblo contra fuerzas a las cuales no tenían forma de derrotar desde el punto de vista humano. Ninguna sabiduría humana le hubiese posibilitado a Israel permanecer frente a tales adversarios. El primer obstáculo que el pueblo de Dios tendría que enfrentar, era su propio temor. Moisés les dijo que la forma de lograrlo era recordar que el Señor les había prometido esa tierra, y que permanecería con ellos mientras lucharan para poseerla. Esto requería de fe en la presencia de Dios y en Su protección y provisión para llevar a cabo Su propósito.
El temor puede llegar a ser un enemigo mucho mayor que cualquier otro; puede incluso privarnos hasta de intentar salir a la batalla. La confianza del pueblo de Dios no radicaba en su capacidad propia, sino en la promesa de Dios de permanecer a su lado mientras caminaban en obediencia bajo Su dirección. Dios pelearía por ellos, y obtendrían la victoria, no por ser más poderosos sino por cuanto el Señor estaba de su parte.
Mientras se preparaban para la batalla, el sacerdote debía parárseles al frente y recordarles que Dios estaba a su lado. Debía desafiarles a depositar su confianza en el Señor y a no temer. Dios pelearía por ellos y les daría la victoria (vv. 2-3).
Después del sacerdote haber animado a los soldados a tener fe en el Señor, los oficiales del ejército debían entonces dirigirse a ellos. Estos oficiales debían distinguir a dos grupos de soldados. En primer lugar, llamarían aparte a los siguientes:
*Los que hubiesen construido un hogar y no lo hubiesen dedicado
*Los que hubiesen plantado una viña y jamás hubiesen probado de sus frutos
*Los que estuviesen comprometidos para contraer matrimonio
La victoria sobre el enemigo no significaba que no hubiese bajas en la batalla; algunos de los soldados morirían en ella. Sin embargo, antes de arriesgar sus vidas en el campo de batalla, era la voluntad de Dios que les fuera posible experimentar algunos de los gozos que traía consigo vivir en la tierra que Él les había prometido. Ellos debían disfrutar de sus hogares, probar de los frutos de su tierra, conocer el amor de una esposa, así como tener un heredero a través del cual se le diera continuidad a su apellido. A los hombres que se encontraran en estas categorías, se les debía conceder la oportunidad de disfrutar de la bondad de Dios antes de sacrificar sus vidas en el campo de batalla.
El segundo grupo que era apartado de la línea de batalla, estaba constituido por aquellos que tenían miedo o estaban decaídos (v. 8). Estos individuos debían regresar a sus hogares para que no afligieran a sus hermanos con el mismo temor. Sólo debían batallar aquellos que estuviesen dispuestos a enfrentar al enemigo con confianza en el Señor. La batalla no era para los cobardes pues el enemigo era fuerte y poderoso. Los guerreros de Dios debían tener confianza en Él si querían experimentar la victoria.
No todos los soldados en el ejército estaban listos para pelear: algunos necesitaban ganar más confianza en el Señor, y otros debían permanecer en casa y disfrutar de Su bondad. En estos detalles vemos la increíble ternura de Dios.
En los versículos 10 al 20 Moisés dio a los comandantes del ejército israelita pautas para conducirse hacia la batalla. Los versículos 10 al 15 se refieren a la conquista de ciudades que se situaban fuera de la frontera de Israel (de la tierra que Él les había otorgado en posesión). Si ellos marchaban contra una ciudad que se encontraba fuera de los límites israelitas, debían llevarles a sus habitantes una ofrenda de paz (v. 10). Si ellos la aceptaban y les abrían las puertas de la ciudad, serían obligados al trabajo forzado y trabajarían como esclavos de Israel (v. 11). Por el contrario, si rechazaban la ofrenda de paz, Israel debía enfrentarlos en batalla; en cuyo caso Israel atacaría, daría muerte a sus hombres (v. 13) y tomaría posesión de las mujeres, niños, ganado y todo aquello que en la ciudad pudiese considerarse botín (v. 14).
Si ellos iban a la guerra contra los habitantes de la tierra que Dios había prometido a sus padres en heredad (dentro de las fronteras israelitas), debían destruirlos por completo sin brindar ninguna ofrenda de paz. La razón para esto era que el pueblo de Dios no fuese tentado a seguir las malvadas prácticas de estas naciones. La tierra que el Señor les estaba dando debía ser pura y no debía contaminarse por la adoración a otros dioses (vv. 16-18).
El último principio que Moisés brinda a los comandantes militares se encuentra en los versículos 19-20. Cuando sitiaran una ciudad y pelearan contra ella, no debían talar los árboles frutales. Tenían la libertad de derribar los árboles que necesitaran para las obras de la conquista de la ciudad, pero los árboles frutales debían permanecer intactos. Éstos constituían una fuente de alimentación para Israel, pero también para las generaciones futuras, por lo cual no debían ser destruidos.
Resulta interesante observar aquí que, aunque Israel debía aniquilar a todos los hombres de la ciudad, debían respetar los árboles frutales. La diferencia parece radicar en la perversidad del corazón del hombre. Los hombres de la ciudad habían dado la espalda a Dios y estaban siguiendo a otros dioses; se encontraban bajo el juicio de Dios. Los árboles frutales, en cambio, constituían una fuente de la bendición divina para Su pueblo.
Vemos en el contexto de este capítulo el contraste entre la santidad de Dios y Su maravillosa compasión, lo cual no siempre resulta fácil de comprender. Bajo el juicio divino, ciudades enteras fueron destruidas; hombre y mujeres perdieron la vida o fueron sometidos a trabajos forzados. Al mismo tiempo, vemos la orden de Dios de exonerar a algunos de los soldados de presentarse en el campo de batalla para poder ir a casa y experimentar Su bendición. La tensión entre la santidad de Dios y Su compasión, es algo con lo que deberemos vivir por el resto de nuestras vidas. ¿Cómo puede un Dios compasivo permitir la destrucción de ciudades enteras con sus habitantes? Esta no es una pregunta fácil de contestar. Hay algunas cosas sobre Dios que jamás seremos capaces de resolver en la simplicidad de nuestros razonamientos; sin embargo, hay algo cierto. Nuestro Dios es un Dios santo que juzgará el pecado y la maldad. Además, es un Dios compasivo que bendice en abundancia, protege y fortalece a quienes le aman y andan en Sus caminos.
Para Meditar:
*¿Alguna vez hemos enfrentado un obstáculo que parecía demasiado grande para vencerlo? ¿Cómo nos sirve de aliento este capítulo hoy en día?
*¿Cómo el temor obstaculiza la obra de Dios en nuestras vidas? ¿Cuáles son nuestros temores hoy en día?
*¿Qué nos enseña este capítulo en cuanto al deseo del Señor de que Su pueblo experimente Su maravillosa bendición en sus vidas?
*Dios demandaba que Su pueblo destruyese a todos los habitantes de la tierra que les estaba dando, para que no quedase nada que pudiera tentar a Su pueblo. ¿Cuáles tentaciones tenemos presentes en nuestra vida? ¿Cómo podemos eliminarlas?
*¿Qué nos enseña este capítulo en cuanto a la santidad de Dios? ¿Qué nos enseña en cuanto a Su compasión?
Para orar:
*Pidámosle al Señor que nos dé mucho más coraje para enfrentar los obstáculos que se interponen al cumplimiento de Sus propósitos para nuestra vida. Agradezcámosle que con Su presencia a nuestro lado, todo resulta posible.
*Pidámosle que nos libre del temor; que lo reemplace por confianza y fe en Su fortaleza y Su poder.
*Agradezcamos al Señor que es un Dios de santidad y compasión.
*Pidámosle que remueva las tentaciones que se presentan en nuestra vida, para que podamos andar en obediencia a Él y cumplir Sus propósitos más allá de todo impedimento.
21 – LEYES EN CUANTO AL HOMICIDIO Y A LA VIDA FAMILIAR
Leamos Deuteronomio 21:1-23.
En esta próxima sección de Deuteronomio, Moisés da una serie de leyes concernientes a las obligaciones de los israelitas y a las responsabilidades sociales. No parece haber un orden con respecto a estas leyes. Las del capítulo 21 pueden dividirse en dos categorías: las que tienen que ver con homicidio y las que pertenecen a la vida familiar.
HOMICIDIO (21:1-9, 22-23)
Si bien quedó claramente entendido que el homicidio intencional era castigado con la pena de muerte (ver Éxodo 19:11-13), Moisés presenta una situación en los versículos 1-9 en la que fue encontrado el cuerpo de un hombre. Fijémonos que en el primer versículo se dice que este hombre fue encontrado sin vida; lo cual implica, al ser examinado el cuerpo, que había evidencia de que el individuo había sido asesinado. ¿Qué debía hacer Israel cuando no hubiese testigos del asesinato y no se pudiera llegar a descubrir al asesino? Moisés muestra al pueblo lo que Dios exigía en los versículos 2-9.
En primer lugar, los ancianos y jueces del pueblo debían medir la distancia que había entre el cuerpo y los pueblos circundantes (v. 2). Esto era suponiendo que el asesino se encontrase escondido en el pueblo más cercano a donde se había encontrado el cadáver.
En segundo lugar, los ancianos de la ciudad más cercana a donde estaba el cuerpo debían tomar una becerra que jamás hubiese sido puesta a trabajar en la tierra ni a la que se le hubiese puesto yugo, y trasladarla hasta un arroyo de aguas continuas, en un valle donde nunca se hubiese arado ni plantado, donde debían quebrar el cuello de la becerra (vv. 3-4).
Es muy interesante la localización de este lugar de sacrificio. Esta tierra no debía haber sido arada antes, donde existiese un manantial; quizás una zona remota donde nadie estuviese viviendo. Con frecuencia los cuerpos de animales muertos eran llevados a las afueras de la ciudad para no contaminarla, y este es el caso. Por cuanto se trataba del sacrificio por un grave delito, la becerra era llevada lejos de la ciudad hasta un lugar inhabitado. También es significativo el hecho de que el sacrificio se llevara a cabo junto a un manantial de aguas continuas. La sangre del sacrificio sería arrastrada por la corriente, y de esta forma removida de la tierra. Constituía un símbolo de lo que haría el Señor: quitaría la culpa de la tierra de ellos.
Cuando la becerra hubiese sido ejecutada, los ancianos del pueblo se acercarían y se lavarían las manos sobre ese cuerpo en presencia de levitas y sacerdotes. Mientras lo estuvieran haciendo, debían decir:
“No derramaron nuestras manos esta sangre, ni vieron nuestros ojos lo ocurrido” (v. 7)
El asesinato de esta persona contaminaba la tierra; incluso, aunque no se hubiese hallado al individuo que lo había cometido, aun así, había que enfrentar el pecado. Solamente mediante el sacrificio de la becerra se podía quitar la culpa. Todos los pecados debían ser tratados. El pueblo de Dios no podía sólo decir: “No lo hicimos; no tiene nada que ver con nosotros”. El pecado había sido cometido en su tierra, y la mancillaba. Imaginemos que tenemos a unos amigos invitados en casa para una cena durante el transcurso de la cual, uno de ellos derrama algo en el suelo. ¿Diremos: “Yo no ensucié el piso; por lo tanto, no lo limpiaré”? ¿Dejaremos el suelo así sencillamente porque no lo ensuciamos nosotros? Todos los desórdenes deben ser arreglados. En ocasiones la cuestión no es tanto quién lo hizo, sino arreglarlo. Así era en Israel. Cuando se hallaba el cadáver de una persona que hubiese sido asesinada, había que tratar con ese pecado. En última instancia había que encontrar al culpable y hacerle pagar, y aunque se encontrara o no, la marca de la culpa permanecía sobre la tierra, y había que quitarla. La sangre de la becerra removería la culpa, para que el pueblo de Dios pudiera continuar viviendo al amparo de Su bendición.
Los versículos 22-23 se refieren al individuo que hubiese sido hallado culpable de haber cometido un delito que mereciera la pena capital. Cualquiera que lo cometiese sería ejecutado, y su cuerpo sería colgado sobre un madero para escarmiento a todos. La ley de Dios establecía que el cadáver debía ser bajado del madero antes de la puesta de sol, para ser sepultado. La persona que hubiese cometido el delito estaría bajo la maldición de Dios, y su cuerpo constituía una maldición para la tierra. Por lo tanto, no debía permanecer en ella, sino ser eliminado y enterrado lo antes posible, para que de esta forma quedara restablecida la bendición del Señor.
A partir de esto vemos que había cosas que maldecirían la tierra y alejarían de ella las bendiciones divinas. Su pueblo tenía que estar apercibido al respecto, y hacer todo lo que pudieran para mantener pura y sin mancha de pecado la herencia que Dios les había concedido. Sólo podemos imaginar cuánto de nuestra tierra se encuentra bajo la maldición de Dios debido al pecado y al mal que nunca han sido tratados.
VIDA FAMILIAR (21:10-21)
El segundo conjunto de leyes en Deuteronomio 21 tiene que ver con la vida de la familia; en los versículos 10-21 Moisés se refiere a tres áreas en particular.
Esposas Extranjeras
En los versículos 10-11 Moisés debate qué sucedería si Israel iba a la guerra contra sus enemigos, y después de tomar prisioneros, eran atraídos por algunas de las mujeres extrajeras. En el versículo 11 queda claro que los israelitas tenían la libertad de tomar como esposas a algunas de estas mujeres. Sin embargo, antes de que esto sucediera, tenían que pasar otras cosas. La mujer debía rapar su cabeza, rebajar sus uñas y despojarse de las vestiduras que usaba antes de ser capturada. Al hacer todo esto, no sólo expresaba su pesar, sino además cortaba con todos los lazos que la unían a su tierra natal. En realidad, estaba dando la espalda a su propia nacionalidad y asumiendo a Israel como su nuevo hogar, y al Señor como su nuevo Dios. Se le concedía todo un mes para hacer duelo por sus padres, y sólo después de este lapso podría casarse en Israel.
Fijémonos en que el hombre era libre de divorciarse siempre que esta esposa ya no le satisficiera (v. 14). No nos queda claro lo que esto incluía, pero su estatus como mujer libre con derechos ciudadanos no le sería vetado. Nunca debía ser vendida ni tratada como esclava, sino como una israelita más, libre de ir y venir como le placiera.
Dos Esposas y un Primogénito
En los versículos 15-17 tenemos el caso de un hombre con dos esposas, a una de las cuales amaba y a la otra no. Ambas le dan un hijo, y el primogénito le nace de la esposa no amada. La tentación para este esposo sería conceder los derechos de la primogenitura al hijo de la esposa amada en lugar de al verdadero primogénito. Sin embargo, Moisés enseñó a Israel que no debían mostrar este tipo de favoritismo. El esposo debía conceder la doble porción de todas sus pertenencias al primogénito real, sin permitir que sus sentimientos interfirieran en su decisión de llevar a cabo lo correcto.
Un Hijo Rebelde
La última ley del capítulo 21 se refiere al hijo que siendo obstinado o rebelde no obedeciera ni escuchara a sus padres cuando lo disciplinaban. Vemos aquí que los padres están haciendo su parte, tratando de enseñar a su hijo en la justicia, pero en este caso su hijo no ha estado escuchando la instrucción de ellos. No existe garantía de que nuestros hijos siempre nos escucharán. Simplemente por entrenarlos correctamente y enseñarles la verdad, no significa que ellos seguirán esa verdad.
En este caso, tenemos a un hijo que decide rebelarse contra sus padres. Si los esfuerzos de ellos no produjeron fruto en la vida de su hijo, ellos debían llevarlo a los ancianos hasta la puerta del pueblo, y contarles acerca de su hijo:
“Este hijo nuestro es obstinado y rebelde, libertino y borracho. No nos obedece” (v. 20)
Los hombres del pueblo entonces debían lapidar a este hijo hasta la muerte. Los padres no debían permitir que este hijo rebelde viviera. Debían estar dispuestos a eliminarlo, de modo que este mal no afectara el resto de la tierra.
De este pasaje aprendemos dos importantes detalles. En primer lugar, debemos ver que hay cosas que pudieran corromper la tierra y causar en ella la maldición de Dios; ya fuera a consecuencia de un homicidio, el cadáver de un homicida colgado de un madero o un hijo rebelde. Todos estos casos debían ser atendidos si el pueblo de Dios tenía la intención de continuar viviendo al amparo de Su bendición.
La segunda clara enseñanza que vemos es que el pueblo de Dios no debía permitir que sus sentimientos se interpusieran en su decisión de hacer lo correcto. El hombre que se casara con una mujer extranjera, y pasado un tiempo ya no le satisficiera, debía respetarla y resistir toda tentación a tratarla ásperamente. El hombre que, teniendo dos esposas, amara a una más que a la otra, no debía permitir que sus sentimientos le impidieran dar la doble porción al primogénito de la esposa que ya no amaba. Los padres que ya no pudieran controlar a su hijo rebelde debían entregarlo a los ancianos para que recibiera el castigo merecido. Debían permitirle ser apedreado para que la bendición de Dios hacia la sociedad como un todo no se obstaculizara por ello. Dios esperaba que Su pueblo hiciera lo correcto; en ocasiones esto les costaría lo más preciado.
Para Meditar:
*¿Qué aprendemos en este pasaje en cuanto a la maldición de Dios sobre la tierra? ¿Es posible que esté sobre nuestra tierra hoy? ¿Qué lo provocó?
*¿Qué aprendemos aquí sobre la disposición de Dios de perdonar y restaurar Su bendición cuando tratamos con nuestros pecados?
*¿Qué nos enseña este pasaje sobre el costo de hacer lo correcto?
*¿Cuán en serio debemos tratar con el pecado en nuestra sociedad? ¿Cuál es el peligro de no enfrentarlo? ¿Podemos ignorar el pecado sencillamente por no haberlo cometido nosotros?
Para orar:
*Pidamos a Dios que quite de nuestra tierra la maldición debida a la mancha del pecado y del mal.
*Pidámosle que examine nuestra vida para ver si debemos lidiar con algún pecado o rebeldía. Pidámosle que nos dé la fortaleza para vencer, y que de esta forma se restablezca Su bendición.
*Oremos que nos dé el coraje para hacer lo correcto sin importar lo que nos cueste.
22 – LEYES EN CUANTO AL RESPETO POR LA VIDA Y LAS PROPIEDADES
Leamos Deuteronomio 22:1-12.
Dios esperaba que los miembros de Su pueblo se respetaran entre sí, y que también respetaran el propósito que Él tenía para sus vidas. En los primeros doce versículos de Deuteronomio 22 Moisés nos da una serie de leyes en cuanto al respeto por la vida, a los propósitos de Dios y a la propiedad ajena.
Respeto a la propiedad de un hermano (vv. 1-4)
En el primer versículo tenemos el caso de alguien cuyo buey u oveja se extraviara y se alejara de su propiedad. Si otro israelita veía alguno de estos animales, debía devolverlo a su legítimo dueño para que el animal no sufriera daño alguno.
En el caso de que la persona encontrara la oveja o el buey y no supiera quién era el dueño, debía llevarlo a su casa, mantenerlo a salvo y alimentarlo hasta que el dueño viniera a buscarlo. Entonces debía devolverlo a su legítimo dueño.
Si el asno o buey de alguien se caía en el camino, el pueblo de Dios no debía ignorarlo, sino ayudarlo a volver a levantarse. Debían respetar lo que fuese propiedad de otro como si fuera suya, y hacer lo que estuviera a su alcance para garantizar que se mantuviera a salvo.
Este principio se aplicaba al encontrar cualquier cosa que perteneciera a otra persona. El versículo tres nos deja bien claro que el pueblo de Dios tenía como responsabilidad proteger lo que uno de sus hermanos hubiese perdido. Negarse a cuidar algo que uno de ellos hubiese perdido constituía un pecado contra Dios.
Dios esperaba que Sus hijos se cuidaran entre ellos. Era una obligación social respetar lo que perteneciera a su hermano o hermana, así como velar por su bienestar.
El respeto hacia las diferencias entre sexos
Notemos en el versículo cinco que una mujer no debía usar ropa de hombre, ni el hombre ropa de mujer. Existe una variedad de opiniones sobre cómo interpretar este versículo. Los cananeos adoraban a la diosa Astarté, y puede que parte de la adoración a esta deidad femenina era que los hombres usaran ropa de mujer y las mujeres, ropa de hombre. Si este era el caso, entonces Dios está aquí prohibiendo esta práctica para apartar a Su pueblo de las falsas religiones de aquella época.
Sin embargo, también debemos entender que desde el comienzo Dios nos creó varón y hembra. Aunque ambos somos iguales ante Dios, también existen diferencias entre ambos sexos; así lo diseñó Él. Es propósito divino que se mantenga esta distinción. Esta ley no sólo se trata de simplemente usar cierto tipo de ropa, sino de la actitud que implica el uso de la ropa del sexo opuesto. Esto expresa un descontento con el sexo que Dios nos ha dado. Si nuestra sociedad ha de ser saludable, debe mantener una clara distinción entre ambos sexos. Cada sexo tiene una importante responsabilidad que cumplir en el propósito universal de Dios.
El respeto a la naturaleza
El pueblo de Dios también debía respetar la naturaleza. En el versículo 6 tenemos el caso de un israelita que se encontrara algún nido de aves cuya madre estuviese echada sobre sus huevos o con los polluelos bajo sus alas. La ley de Dios prohibía tomar a esta madre como alimento. Al israelita se le permitía tomar los huevos o los polluelos, pero debía dejar libre a la madre por una razón muy sencilla. Si el israelita tomaba a la madre, entonces las crías quedaban desprovistas de quien velara por ellas, y por tanto morirían; lo cual constituía una pérdida de vida sin sentido.
Veamos (a partir del versículo 7) que había una bendición adjunta al cumplimiento de esta ley. Este versículo nos dice que les iría bien y gozarían de una larga vida. Es decir, esto era algo que Dios no tomaba a la ligera. Si ellos no respetaban la naturaleza, Él iba a dejar de bendecirlos.
El mismo principio se aplicaba a los animales de trabajo. En el versículo 10 tenemos una ley que prohibía el uso de un buey y un asno en la misma yunta para arar un campo. Imaginemos qué sucedería en este caso. El buey es un animal fuerte que sirve para trabajos forzosos, y el burro a veces puede ser obstinado; estos dos animales trabajan de manera diferente. El burro estorbaría al buey y se agotaría por la capacidad de trabajo de éste. Esta combinación no era natural y resultaría ser una carga para ambos animales. Dios esperaba que Su pueblo respetara las diferencias que había entre ellos por naturaleza y que no los hicieran pasar por una carga innecesaria.
Finalmente, las leyes de Dios en cuanto al respeto por la naturaleza también se aplicaban a las plantas y cosechas. Israel no debía sembrar dos tipos de semilla en sus viñas. La idea aquí parece ser el mantenimiento de la salud de las semillas que utilizaban para la siembra. La polinización cruzada entre diferentes especies produciría semillas de inferior calidad, corrompiendo así lo que Dios les había concedido.
El respeto a la vida (v. 8)
Queda muy claro a partir de las leyes del Antiguo Testamento en cuanto al homicidio y la muerte accidental, que Dios esperaba que Su pueblo respetara la vida de sus coterráneos. El versículo ocho se extiende más allá, al ordenar a los israelitas a construir un muro alrededor de sus azoteas para que nadie se cayera de ellas. En otras palabras, se debía tomar las precauciones para garantizar la seguridad de aquellos que vivieran en sus hogares y para quienes vinieran a visitarles.
El respeto en la forma de vestir de Israel (vv. 11-12)
Finalmente, en los versículos 11-12 Dios llama a Su pueblo a ser respetuosos en cuanto a su manera de vestir. Moisés nos da dos requerimientos en este contexto. Notemos en el versículo 11 que el pueblo de Dios no debía usar vestiduras cuyo tejido mezclara la lana y el lino. Es importante que entendamos este versículo en virtud del mandamiento divino en cuanto a las vestiduras sacerdotales de las que se habla en Éxodo 28:2-5:
(2) Hazle a tu hermano Aarón vestiduras sagradas que le confieran honra y dignidad. (3) Habla con todos los expertos a quienes he dado habilidades especiales, para que hagan las vestiduras de Aarón, y así lo consagre yo como mi sacerdote. (4) »Las vestiduras que le harás son las siguientes: un pectoral, un *efod, un manto, una túnica bordada, un turbante y una faja. Estas vestiduras sagradas se harán para tu hermano Aarón y para sus hijos, a fin de que me sirvan como sacerdotes. (5) Al efecto se usará oro, púrpura, carmesí, escarlata y lino.
Fijémonos especialmente en lo que dice Éxodo 28:5:
“Al efecto se usará oro, púrpura, carmesí, escarlata y lino”.
Las vestiduras de los sacerdotes debían ser hechas de hilo (lana) y lino. Esto nos ayuda a entender lo que el Señor está diciendo a Su pueblo en este pasaje. Ellos debían respetar a los sacerdotes al no usar ninguna prenda de vestir que estuviera confeccionada de ambos materiales entretejidos. Este era el tipo de vestiduras que el sacerdote utilizaba, y nadie más podía usar este tipo de materiales. De esta manera demostrarían su respeto por aquellos a quienes Dios había puesto en autoridad sobre ellos.
La segunda ley en cuanto al vestuario se encuentra en el versículo 12; en el cual Dios exigía a Su pueblo que cuando confeccionaran su ropa, colocaran flecos en sus cuatro bordes. Según Números 15:37-39, había una razón especial para esto:
(37) El SEÑOR le ordenó a Moisés. (38) que les dijera a los israelitas: Ustedes y todos sus descendientes deberán confeccionarse flecos, y coserlos sobre sus vestidos con hilo de color púrpura. (39) Estos flecos les ayudarán a recordar que deben cumplir con todos los mandamientos del SEÑOR, y que no deben prostituirse ni dejarse llevar por los impulsos de su *corazón ni por los deseos de sus ojos.
Los bordes en sus vestiduras eran para recordarles que debían obedecer al Señor y Sus mandamientos. Dondequiera que llevaran su manto con aquellos bordes, llevaban consigo el recordatorio de la obligación que tenían de respetar las leyes de Dios y Sus propósitos para sus vidas.
Para Meditar:
*¿Qué nos enseña este pasaje en cuanto a nuestra obligación de velar los unos por los otros dentro del cuerpo de Cristo? ¿Está esto sucediendo en nuestra congregación?
*¿Cómo honramos a Dios al respetar las diferencias entre ambos sexos? ¿De qué manera nuestras familias y la sociedad sufren cuando no respetamos las diferencias entre masculino y femenino?
*¿Cómo nuestro respeto por la naturaleza demuestra nuestro agradecimiento hacia el Creador?
*¿Cómo demostraban los israelitas mediante su forma de vestir el respeto por sus líderes y por la ley de su Dios?
Para orar:
*Pidámosle al Señor que nos ayude a ser más sensibles a las necesidades de nuestros hermanos. Que nos muestre maneras prácticas de poder demostrar que ellos nos interesan.
*Pidámosle que nos muestre si de alguna manera hemos deshonrado la tierra que nos ha sido concedida. Que nos ayude a demostrar nuestra devoción a Él de manera más íntima al cuidar lo que Él nos ha dado.
*Agradezcamos al Señor por las personas que ha hecho de nosotros. Pidámosle que nos ayude a andar en armonía con Su propósito para nuestra vida.
23 – LEYES EN CUANTO A LA CONDUCTA SEXUAL
Leamos Deuteronomio 22:13-30.
La ley de Dios tocaba cada área de la vida de Israel. Aquí en la última sección del capítulo 22, Moisés revela el propósito de Dios para la vida sexual de Israel.
Relaciones sexuales antes del matrimonio (vv. 13-21)
Al comienzo del versículo 13 tenemos el caso de un hombre que toma a una nueva esposa, consuma el matrimonio durmiendo con ella, pero descubre que ella no le agrada. El pasaje indica que la razón era que no había encontrado pruebas de su virginidad.
En caso de tal acusación, los padres de la muchacha debían mostrar prueba de la virginidad ante los ancianos a la puerta de la ciudad (v. 15). En el versículo 17 leemos que esta prueba se mostraba en una sábana. Por lo general se estima que ésta se colocaba sobre la cama de la pareja durante la primera noche que durmieran juntos. Si la mujer era virgen, se rompería el himen, y esto mancharía la tela, la cual era tomada por los padres como garantía de su virginidad en la noche de bodas.
Si esta prueba se presentaba por parte de los padres de la muchacha, el hombre era hallado culpable de difamar a su esposa y de dañar su reputación en la comunidad. Se le multaría entonces con cien monedas de plata (1 kilogramo o dos libras y media), dinero que se le entregaría al padre de la muchacha. El hombre debía permanecer con esta esposa y nunca podría divorciarse mientras viviera. Esto implicaba que debía cuidarla y proveer para sus necesidades por el resto de su vida.
Si no había pruebas de la virginidad de la mujer, ésta quedaba como culpable. En este caso, la llevaban hasta la puerta de la casa del padre y allí mismo los hombres de la ciudad la lapidarían hasta la muerte. Es evidente que esto acarrearía vergüenza sobre la familia por haber permitido que su joven hija cometiera pecado al tener relaciones sexuales antes de casarse. Este mal había que arreglarlo y eliminarlo de su sociedad (v. 21). A partir de estos versículos queda bien claro que el propósito del Señor era que la actividad sexual se reservara para el matrimonio.
El adulterio (v. 22)
La primera ley que analizamos demostraba que Dios quería que las relaciones sexuales se reservaran para el contexto del matrimonio. Ahora, en el versículo 22, nos muestra que eran permitidas exclusivamente con el cónyuge. Si a un hombre lo sorprendían durmiendo con la esposa de otro, tanto el hombre como la mujer debían ser ejecutados. La infidelidad sexual hacia el esposo o la esposa constituía una grave ofensa; merecía la pena de muerte. Este mal debía ser extirpado de la tierra.
Las relaciones sexuales con una mujer comprometida (vv. 23-24)
Si la mujer con la cual un hombre tenía sexo estaba comprometida con otro, y este acto tenía lugar dentro de los límites de un pueblo, tanto el hombre como la mujer debían ser llevados a la puerta del mismo pueblo y allí ser lapidados. El hombre sería apedreado por violar a la mujer; ella, por consentirlo, y se suponía así si ella no gritaba pidiendo auxilio. Aquí la idea es que, si en alguna ciudad una mujer gritaba por ayuda, alguien la escucharía y la socorrería. El hecho de no gritar demuestra que consentía; por lo tanto, era culpable de infidelidad a su futuro esposo, y por este delito, tanto ella como el que tuvo relaciones con ella, morirían.
Violación (vv. 25-29)
El siguiente pecado sexual a analizar es el pecado de violación. Los versículos 25-29 nos describen dos situaciones. La primera (vv. 25-27) es el caso de una mujer que estaba comprometida en matrimonio. El versículo 25 describe la situación en la que un hombre se encuentra en el campo con una joven comprometida, y la viola. En este caso sólo debía morir el hombre. Vemos en el siguiente versículo (26), que la joven no cometió ningún pecado que merezca la muerte. Aquí suponemos que ella haya gritado pidiendo ayuda y que nadie pudo escucharla ni socorrerla. No se trata de alguien que consintió en el hecho. Ella no consintió en tener una relación sexual con este hombre, por lo cual no es culpable de delito alguno. Ella había sido violada por el hombre, y de seguro iba a sufrir emocionalmente como consecuencia de este horrible acto, pero era inocente por no haber hecho nada malo ante Dios.
En la actualidad es muy importante que entendamos esta verdad. Hay mujeres que han sido violadas y siguen viviendo con sentimientos de culpa ante Dios. Él ve sus corazones y conoce su inocencia. No las condena por lo que les han hecho.
La segunda situación tiene que ver con una joven que no estaba antes comprometida para casarse. Cuando se descubrió la violación, el hombre debía pagar al padre de la muchacha cincuenta piezas de plata (0,6 kg o una libra y cuarto) como multa. Entonces debía casarse con ella y cuidarla por el resto de su vida (v. 29). Sin embargo, aquí debemos señalar que habría ocasiones en que el hombre que violara a la joven no sería un buen partido para ella. Éxodo 22:16-17 nos revela que, en este caso, el padre podía rehusarse a darle su hija en casamiento, y siendo así, tenía de todos modos que pagar la multa, pero la joven no le sería dada como esposa.
16 »Si alguien seduce a una mujer virgen que no esté comprometida para casarse, y se acuesta con ella, deberá pagarle su precio al padre y tomarla por esposa. 17 Aun si el padre se niega a entregársela, el seductor deberá pagar el precio establecido para las vírgenes. (Éxodo 22:16-17)
La ley no pretendía castigar a la joven que fuera inocente en este asunto, sino proveer para su futuro. El hecho de que el padre pudiera negarse a darla en casamiento a la persona que la violara, además la protegía de tener que casarse con un esposo abusivo u odioso.
Relaciones sexuales prohibidas (v. 30)
Aunque existen muchas prohibiciones en cuanto al sexo en la ley de Dios, de una de ellas se habla en este capítulo. El versículo 30 nos dice que un hombre nunca debía unirse a la esposa de su padre, por cuanto deshonraría el lecho de su padre y le faltaría el respeto. Es importante que entendamos aquí dos cosas.
La primera, en aquellos días los hombres tenían muchas esposas, por lo que no necesariamente la esposa del padre sería madre de ese hombre. Este pasaje no nos habla necesariamente de las relaciones sexuales entre madre e hijo, aunque esto también estaba estrictamente prohibido (ver Levítico 18:7). Puede ser que al hombre sencillamente le atrajera una de las muchas esposas del padre, y que luego de la muerte de éste, el joven decidiera casarse con ella.
En segundo lugar, también debería notarse que por cuanto los hombres podían tener muchas esposas, no sería descabellado que algunas de ellas fuesen contemporáneas con sus hijos. Sería muy posible ver una relación surgir entre el hijo mayor y la más joven de las esposas de su padre. La ley de Dios prohibía este tipo de relación; era una muestra de irrespeto hacia el padre que el hijo se casara con una de sus esposas. También podemos pensar en qué tipo de problemas se provocarían en la unidad familiar cuando un hombre se casara con la madre de sus hermanos. Por causa de la armonía y el respeto hacia el padre, tales uniones quedaban prohibidas, así como las relaciones sexuales entre miembros de la misma familia.
Para Meditar:
*¿Qué establece la Ley de Dios en cuanto a las relaciones sexuales fuera del matrimonio? ¿Cuál era el castigo para ese pecado? ¿Qué nos dice esto en cuanto a la gravedad de las relaciones sexuales fuera del matrimonio? ¿Cuán en serio toma nuestra sociedad estos pecados en la actualidad?
*¿Acaso una mujer que hubiese sido violada (sin su consentimiento) era culpable delante del Señor?
*¿Qué problemas surgirían con el hijo que se uniera a la esposa de su padre? ¿Qué estaba protegiendo Dios al dictar esta ley?
Para orar:
*Si no nos hemos casado, pidamos al Señor que nos ayude a ser fieles en Su propósito en cuanto a nuestra vida sexual. Pidámosle que nos permita vencer las tentaciones que experimentamos.
*Pidámosle que nos ayude a mantenernos fieles a nuestro cónyuge. Que nos ayude a ambos a disfrutar de nuestra vida sexual para que no seamos tentados a mirar a otro lado.
*¿Conocemos de alguna mujer que haya sido violada? Pidámosle al Señor que la libere de la culpa y que le muestre Su aceptación y entendimiento.
* Pidámosle al Señor que ministre a nuestros amigos y familiares que hayan incurrido en pecados de tipo sexual. Pidámosle que les conceda la victoria y la sanidad para que puedan permanecer en Su propósito para sus vidas.
24 – LA IMPUREZA Y LAS RESPONSABILIDADES SOCIALES
Leamos Deuteronomio 23:1-25.
Este capítulo contiene una serie de leyes relacionadas con la impureza y la responsabilidad social de Israel. El capítulo comienza con una palabra en cuanto a los individuos a quienes se les prohibía participar en las asambleas religiosas del pueblo de Israel.
Exclusiones de las asambleas del pueblo de Dios
Hay una serie de asambleas religiosas que tenían lugar en el transcurso del año. Las festividades y celebraciones religiosas anuales eran un importante aspecto de la práctica religiosa israelita. Dios esperaba que toda la nación participara en estas celebraciones, pero había algunas excepciones.
El primer versículo nos dice que todo hombre castrado por aplastamiento o por haberse extirpado los testículos no era bienvenido a las celebraciones. Algunos comentaristas ven en este contexto una referencia a la práctica pagana de los cananeos que participaban en la prostitución de los santuarios, así como en diversas prácticas sexuales para garantizar la cosecha. Si este era el caso, el individuo llevaba en su cuerpo la marca de tales prácticas malvadas y no se le permitía entrar en la presencia del Señor.
Sin embargo, también debemos entender que este individuo estaba mancillado en su cuerpo. Levítico 21:17-21 deja bien claro que cualquier sacerdote que tuviese un defecto quedaba descalificado para el servicio del Señor:
17 «Ninguno de tus descendientes que tenga defecto físico deberá acercarse jamás a su Dios para presentarle la ofrenda de pan. 18 En efecto, no deberá acercarse nadie que tenga algún defecto físico: ninguno que sea ciego, cojo, mutilado, deforme, 19 lisiado de pies o manos, 20 jorobado o enano; o que tenga sarna o tiña, o cataratas en los ojos, o que haya sido castrado. 21 Ningún descendiente del sacerdote Aarón que tenga algún defecto podrá acercarse a presentar al SEÑOR las ofrendas por fuego. No podrá acercarse para presentarle a su Dios la ofrenda de pan por tener un defecto.
El Señor exigía en este punto que todos los que entraran en Su presencia fueran puros y sin mácula. Hasta las deformaciones físicas podían impedir a una persona presentarse ante Dios y disfrutar de una comunión plena con Él. ¡Cuán agradecidos debemos estar en nuestra época de que la muerte del Señor Jesús haya cubierto nuestros pecados y deformidades, para poder entrar con denuedo a Su presencia!
Un segundo grupo prohibido en las asambleas religiosas de Israel eran aquellos que nacían como consecuencia de un matrimonio prohibido (v. 2). Los matrimonios a los que se refiere este contexto eran probablemente entre israelitas y extranjeros. Los israelitas no debían casarse con cananeos ni dar a sus hijos en matrimonio con ellos, por el temor que estos extranjeros tentaran al pueblo de Dios a apartarse de Él. Vemos que no sólo a los hijos de este tipo de unión conyugal se les prohibía participar en las asambleas del pueblo de Dios, sino también a su descendencia, hasta diez generaciones. Los pecados de estos padres afectarían a diez generaciones de descendientes, y los privarían de la plena comunión con el Señor. Esto nos demuestra cuán serio era para Dios que Su pueblo mantuviera la pureza de fe en la unidad familiar.
Los versículos 3 al 6 nos muestran que el tercer grupo excluido de las asambleas religiosas del pueblo de Dios eran aquellos descendientes de amonitas y moabitas. Hasta diez generaciones, a todo individuo con sangre amonita o moabita le era prohibido congregarse con el pueblo de Dios en sus asambleas (v. 3). La razón se debía a cómo estas naciones habían tratado a los israelitas cuando salieron de Egipto. No sólo se negaron a proveerles de pan y agua para el camino, sino que contrataron a Balaam para que los maldijese (ver Números 22-24). La ley de Dios establecía que Israel jamás debía procurar entablar amistad con ellos en toda su vida.
El juicio de Dios sobre amonitas y moabitas era terminante. El deseo de ellos de maldecir al pueblo de Dios trajo sobre ellos Su maldición, y los separó para siempre del pueblo de Israel. Aquí vemos la realidad del juicio de Dios. Es sólo debido a Su paciencia y gracia que se nos ofrece perdón por nuestra rebeldía. Es interesante notar que Rut era moabita (ver Rut 1:3-4) y se encontraba en la lista de ancestros del Señor Jesús, lo cual nos muestra que la gracia y el perdón divinos finalmente se extenderían a los moabitas, y Él los usaría para salvar al mundo entero mediante el Señor Jesús.
El siguiente grupo al que se le prohibía participar en las asambleas del pueblo de Dios eran los edomitas, los descendientes de Esaú, quien procuró matar a su hermano Jacob por haberle usurpado su primogenitura y su bendición. A lo largo de su historia como nación, los edomitas odiaron al pueblo de Dios, considerando que su bendición realmente les pertenecía. Únicamente luego de tres generaciones se le permitiría al descendiente de un edomita el privilegio de reunirse con el pueblo de Dios (v. 8).
Una vez más vemos cómo la maldición de Dios estaba sobre ciertas naciones debido a su pecado. Es interesante resaltar que la maldición se rompería luego de varias generaciones. Hay quienes creen que debemos dar cuentas a Dios por los pecados de nuestros padres. Éstos enseñan que si hay pecado en mis antepasados, no puedo avanzar en mi camino espiritual. Aunque ciertamente hay ocasiones en que sí debemos afrontar los pecados de generaciones anteriores, resulta interesante que aun en la época del Antiguo Testamento las maldiciones generacionales sólo eran transferidas hasta diez generaciones más adelante en el caso de las más graves ofensas, y hasta tres generaciones por las menores. Estas maldiciones no continuarían para siempre.
Hay una exclusión final de la asamblea del pueblo de Dios. En el versículo 17 se trata acerca de hombres y mujeres que se convertían a la prostitución en santuarios, la cual era la práctica religiosa de los cananeos de aquella época. Dios la prohibía. Notemos que los ingresos de un practicante de dicha prostitución, ya fuese del sexo femenino o masculino, nunca debía entrar a la casa del Señor (v. 18). Esto nos revela algo importante.
El dinero obtenido a partir de prácticas paganas era impuro delante de Dios; no era aceptable. La prostituta no podía aplacar su conciencia diciendo: “Estoy dando lo que gano a Dios”. Dios no aceptaría su dinero debido a cómo lo había ganado. Todo lo ofrecido al Señor debía ser intachable. El pueblo de Dios no sólo debía tener un corazón limpio al presentarse ante Él, sino que todo cuanto trajeran a Su presencia debía ser limpio y honorable.
Impureza
Los versículos del 9 al 14 tratan acerca de una serie de leyes relacionadas con la limpieza. Debemos darnos cuenta de que la limpieza no sólo constituía una cuestión de higiene y de vivir sanamente. La santidad de Dios era dañada mediante la impureza que formaba parte de procesos naturales del cuerpo.
En los versículos 9 al 11 tenemos el ejemplo de un soldado que se encontraba en un campamento del ejército. Puede ser que hubiese estado alejado de su esposa durante mucho tiempo, sin haber tenido relaciones sexuales. Si en el transcurso de su sueño descubría haber tenido una emisión de semen, debía salir del campamento y quedarse fuera durante todo el día. Debía asearse y sólo después de la puesta del sol era considerado limpio para regresar a su posición (v. 11). Esta emisión de semen lo hacía impuro y traía como consecuencia que se obstaculizara la obra de Dios en el campamento. Ahí sólo podían permanecer y pelear como parte del pueblo de Dios los ceremonialmente limpios. ¡Cuán importante es que lidiemos con cualquier cosa que obstaculice la bendición divina en medio nuestro! Aunque dichas restricciones no se exigen en el Nuevo Testamento, sí nos muestra que hasta en las cosas sencillas de nuestra vida podemos impedir la plenitud de la bendición divina.
Otro asunto que debía ser tratado en el campamento israelita era la evacuación intestinal. En Israel debían designar un sitio fuera del campamento que los individuos pudieran utilizar como retrete. Debían tener a mano una pala para cavar en el suelo un hoyo en donde aliviar, el cual debía cubrirse después. Fijémonos en el versículo 14 que esta era una obligación espiritual para Israel. El Señor se movía en medio de ellos para protegerlos y librarlos de sus enemigos; su campamento debía permanecer en santidad. Dios no debía ver nada “indecente” en medio de ellos, pues esto podía provocar que Él les diera la espalda.
Dios está interesado en nuestras condiciones de vida, en aquellos que se encuentren viviendo en condiciones insalubres, sin higiene. De cierto es nuestra obligación espiritual hacer lo que podamos para ministrar a quienes estén atravesando por estas condiciones, para que logren mejorar su salud y bienestar.
Responsabilidades sociales
El capítulo concluye con una serie de leyes relacionadas con la responsabilidad social y las obligaciones. Los versículos 15-16 hablan de un esclavo fugitivo; vemos que es con un israelita que se ha refugiado. El hecho de haberse “refugiado” nos demuestra que ha sido oprimido y maltratado; en este caso, el israelita no debía denunciarle a su amo. Es muy posible que, de tenerlo de vuelta, el amo lo castigara y lo tratara con crueldad. En cambio, el esclavo debía ser protegido y liberado para salir a donde le placiera. La ley proveía esta vía de escape para el esclavo que fuera maltratado.
Si un compatriota israelita era obligado a pedir dinero prestado de algún coterráneo, no debía cobrársele interés. Sí era posible cobrar el interés a los extranjeros, pero no a los mismos hermanos israelitas. Israel tenía hacia sus hermanos la obligación de cuidarlos y proveer para sus necesidades. Todo lo que ellos poseían venía de Dios, y ellos debían compartirlo generosamente con sus hermanos. La bendición divina sobre su tierra dependía de cómo ellos hicieran uso de lo que Él les había concedido para apoyar a su hermano o hermana en necesidad (v. 20).
Si algún israelita hacía voto al Señor, no debía dejar de cumplir lo prometido. Es decir, no debía posponerlo, o incurriría en la culpa de haber pecado contra el Señor. No constituiría pecado rehusarse a hacer voto al Señor, pero si lo hacía, debía hacer todo lo que estuviera a su alcance para cumplir ese voto lo más pronto posible (vv. 21-23).
Finalmente, notemos en los versículos 24-25 que un israelita era libre de entrar en la viña de su vecino y de consumir cuantas uvas quisiese; podía hacer lo mismo con su campo de cereales. Pongamos como ejemplo el caso de un forastero que llegase agotado y hambriento. Al pasar por alguna viña, era libre de recoger uvas para comer y refrescarse. Sin embargo, la ley establecía que él no debía cargar las uvas consigo; tampoco se le permitía llevar al campo una hoz para cortar el cereal. Es decir, se le dejaba consumir lo que precisara para saciar sus necesidades, pero no debía llevar consigo más que eso.
Una vez más vemos que era obligación de Israel proveer para todos en tiempos de escasez. Lo que Dios les proveía era para compartirlo para las necesidades de la familia, pero también debían tener una actitud de generosidad hacia cualquiera que lo necesitara. Aunque los israelitas debían ser generosos, Dios también esperaba que nadie se aprovechara de esta generosidad.
Para Meditar:
*¿Cómo las deformidades físicas impedían a los del pueblo de Dios disfrutar de la plenitud de la comunión con Él, según el Antiguo Testamento? ¿Éstas nos separan de Dios hoy en día?
*¿Tenemos que responder por los pecados de nuestros padres?
*¿Qué nos enseña este capítulo sobre cómo Dios se interesa en nuestras condiciones de vida física? ¿Cuán importante es para nosotros como creyentes ministrar a quienes no estén viviendo en buenas condiciones?
*¿Qué nos enseña este pasaje en cuanto a nuestra obligación hacia nuestros hermanos necesitados?
Para orar:
*Agradezcamos al Señor que nuestras deformaciones físicas ya no impiden que tengamos una comunión plena con Él.
*Agradezcámosle que no nos pide cuentas para siempre por los pecados de nuestros ancestros. Agradezcamos Su perdón.
*Pidámosle que nos muestre las necesidades de los hermanos en la fe que se encuentran a nuestro alrededor. Pidámosle que nos muestre cómo podemos ministrar esas necesidades.
25 – MATRIMONIOS, PRENDAS Y EXTRANJEROS
Leamos Deuteronomio 24:1-22.
Deuteronomio 24 contiene una serie de leyes sobre varios asuntos. El primer conjunto de éstas se refiere al matrimonio.
Matrimonio y divorcio (vv. 1-5)
Veamos en el primer versículo el caso de un hombre que se había casado con una mujer, pero luego se divorció por haber descubierto algo indecente en ella. No se nos explica la palabra “indecente”. Parece ser que los hombres tenían varias razones para divorciarse de sus esposas en aquellos días. Había diferentes definiciones de “indecencia”. Debemos interpretar esto a la luz de lo que dijo el Señor Jesús en Mateo 19:8:
“Moisés les permitió divorciarse de su esposa por lo obstinados que son—respondió Jesús—. Pero no fue así desde el principio”.
Jesús dijo a los que le escuchaban en este contexto que Moisés permitía el divorcio por ser un acto de compasión en un mundo lleno de pecado y de maldad, pero que ese no había sido el propósito original de Dios.
Lo que tenemos aquí es el caso de un hombre que se había divorciado de su esposa (algo que Dios no había querido, pero que sucedió de todos modos); entonces ella se casó con otro. Imaginemos que este segundo hombre muere o que también se disgusta con ella y le da carta de divorcio. En este caso el primer esposo no podía regresar a su antigua esposa. No se nos da la razón; sólo se nos revela que esto resulta detestable a la vista del Señor y acarrea pecado sobre la tierra (v. 4).
Sólo podemos especular en cuanto a las razones por las que el hombre no debía regresar con la que había sido su esposa, después de haber ella contraído matrimonio con otro. Puede haber sido que el acto de divorcio y de dar inicio a otro matrimonio devaluaba esta institución. Aquí tenemos a un hombre que da carta de divorcio y envía fuera a la esposa por no hallar contentamiento con ella; ya no está dispuesto a seguir con ella ni a proveer para sus necesidades. Demuestra que ya no tiene compromiso con ella. El acto de divorcio constituía una humillación pública hacia la mujer. ¿Por qué iba a querer regresar al hombre que la había echado fuera por no gustarle más? La ley protegía a esta esposa del esposo que no había estado realmente comprometido con ella.
Sin embargo, más allá de esto está el hecho de que esta mujer se casa con otro hombre. El versículo 4 nos dice que ha quedado “impura” mediante su matrimonio con este otro. Es cierto que el primer esposo le había dado carta de divorcio, y al hacerlo, le estaba demostrando que ya no estaba comprometido con ella (algo que apesadumbraba el corazón de Dios). Por otra parte, al casarse con otro, la esposa está diciendo lo mismo. Se está retirando de su compromiso y fidelidad hacia su primer esposo y dándoselo a otro (aquí tenemos algo más que entristecía a Dios).
Al negar a ambos cónyuges la oportunidad de volver a unirse alguna vez, el Señor les mostraba la gravedad del divorcio. No podrían separarse y volver a unirse luego; debían tomar muy en serio sus votos. Si deliberadamente invalidaban los votos, renunciaban a todos los derechos de volver a unirse. De volver a hacerlo, provocarían que el pecado contaminara la tierra que el Señor le estaba concediendo a la nación de Israel.
Recordemos que el divorcio no formaba parte del plan de Dios desde el comienzo (Mateo 19:8). Él pretendía que tanto hombres como mujeres resolvieran sus diferencias y aprendieran a vivir con las imperfecciones de cada uno. A pesar de que esta era la voluntad de Dios, aun así, el divorcio ocurría en Israel, y Dios, por Su compasión y misericordia, proveyó solución para los implicados.
Una segunda ley referente al matrimonio puede encontrase en el versículo 5. Aquí la ley de Dios establecía que si un hombre se había casado hacía muy poco tiempo, no debía ser enviado a la guerra ni se le debía encargar ninguna otra responsabilidad, sino que debía permanecer en su hogar y dedicar tiempo a su esposa. Ese primer año sería el de conocerse y posiblemente hasta tener hijos para dar continuidad al apellido familiar. Constituiría una vergüenza para el hombre morir en la guerra sin dejar heredero; así como también en esta cultura constituía una vergüenza para la esposa no poder tener hijos para perpetuar el nombre de su marido.
Garantías y seguridad (vv. 6, 10-13)
La segunda serie de leyes en Deuteronomio 24 tiene que ver con los compromisos (garantías) y las seguridades; éstos se derivaban de deudas y préstamos, y se otorgaban a quien un israelita le debiera algo con el objetivo de garantizar que se pagara lo debido. Si bien constituía evidentemente una obligación para el que había contraído la deuda, saldarla, en estos versículos el Señor se está dirigiendo a quienes tomaban garantías y seguridades.
Notemos en el sexto versículo que un hombre no podía tomar un par de piedras de molino para asegurar el pago de una deuda. La razón para esto era que estas muelas de molino constituían una fuente de ingresos para el individuo en cuestión. ¿Cómo podía un hombre pagar su deuda si se le quitaba la única manera que tenía de hacer dinero? La única razón por la que la persona que otorgaba el préstamo privaría al deudor de su fuente de ingresos, era para mantenerlo endeudado y aprovecharse de él en esta condición. Esto era una forma de opresión y quedaba prohibido en la ley de Dios.
Tenemos un caso similar en los versículos 10 al 13, donde leemos que, si algún israelita efectuaba algún préstamo a otro israelita, no debía ir hasta su casa para exigirle ninguna prenda o seguridad, sino debía quedarse fuera y permitir al individuo que se la trajera. Es importante aquí la actitud. La persona que ofreciera el préstamo no debía hacerlo con una actitud opresora ni cruel. No debía dirigirse a la casa de su prójimo para tomar por la fuerza una garantía de reembolso de la deuda; debía respetarlo y esperar a que éste lo hiciera por su propia voluntad.
Fijémonos también en que si el hombre que ofreciera su garantía precisaba del objeto que ofrecía como tal, debía regresársele cuando lo volviera a necesitar. Por ejemplo, si un hombre ofrecía su capa, se le debía devolver en la noche para que tuviera algo con qué cubrirse del frío. La persona que recibía la prenda o la seguridad por el préstamo debía ser movido por la compasión hacia su deudor.
El respeto por aquellos que vivían en medio de ellos (vv. 7-9; 14-23)
El tercer conjunto de leyes en Deuteronomio 24 se relacionan con el respeto por aquellos que vivían a su alrededor; debían mostrar respeto mutuo de diferentes formas.
El séptimo versículo nos habla de un individuo que ha sido atrapado por secuestrar a uno de sus hermanos. Fijémonos en el propósito del secuestro: esclavizarlo o venderlo. En cualquiera de ambos casos, esta persona está siendo víctima de maltrato o abuso, y se le está privando de su libertad en beneficio de alguien más. Esto evidencia una gran falta de respeto por la vida de un hermano o hermana, por lo cual cualquiera que fuese arrestado por haberlo cometido, debía pagar con su propia vida. El mal debía ser extirpado de la tierra.
Otra forma de mostrar respeto hacia sus hermanos era atender las enfermedades contagiosas. En los versículos 8-9 tenemos el ejemplo de un individuo al que se le descubrió la enfermedad de la lepra. En este caso, el individuo debía dirigirse al sacerdote y seguir sus instrucciones al pie de la letra, lo cual casi siempre implicaba el aislamiento del resto de la comunidad hasta que se sanara de la lepra. No había excepciones para esta ley; hasta a María, la hermana de Moisés, se le exigió cuando contrajo lepra aislarse hasta que la enfermedad se curara y ella quedase purificada (ver Números 12:10-15).
El motivo de este aislamiento era proteger al resto de la comunidad de las enfermedades. No sería nada fácil para un individuo separarse de su familia mientras estuviera padeciendo la lepra u otra enfermedad contagiosa, pero debían considerar aquí el bienestar general de la sociedad como un todo y someterse a dicho aislamiento.
En la sociedad israelita los ricos y los pobres no vivían segregados. Los extranjeros que se habían mudado de otras tierras también vivían en medio de ellos; resultaría muy fácil a los ricos mirarlos por encima del hombro. Sin embargo, la ley de Dios exigía al rico el respeto por el extranjero y los pobres que vivieran a su alrededor; no debían aprovecharse de ellos (v. 14). Si alguno trabajaba para ellos, tenían la obligación de pagarle su salario al finalizar la jornada para que pudiera proveer para las necesidades de su familia (v. 15). Si los pobres padecían por no haber cobrado, Dios escucharía su clamor y pediría cuentas a sus empleadores. Tanto los huérfanos como los extranjeros debían ser tratados de manera justa; ningún israelita podía aprovecharse de ellos. No podían tomar en prenda la ropa de una viuda porque posiblemente no tuviera más que la que llevaba puesta para abrigarse. Israel debía tener memoria de cómo habían sido tratados cuando estuvieron en Egipto; ellos debían ponerse en el lugar del extranjero y darle el mismo trato que les hubiera gustado haber recibido.
Otra de las maneras en que Israel podía respetar las necesidades de los pobres era dejando parte del fruto de sus árboles y cosechas en los campos. Cuando cosecharan, no debían rastrojear, sino dejarlo para los pobres (v. 19). Cuando cosecharan el fruto del olivo, no debían golpear las ramas por segunda vez, sino dejar el resto para los necesitados (v. 20). El mismo principio se aplicaba para sus viñedos. Debían recoger las uvas sólo una vez y dejar el resto para que las viudas, los huérfanos y los extranjeros pudieran recoger libremente de lo que quedara. De esta forma estarían ayudando a los pobres en sus necesidades. Dios exigía que Su pueblo los reconociera en medio de ellos y que cada israelita hiciera su parte para aliviarlos en sus adversidades.
En el versículo 16 hay una ley más que cae en esta categoría del respeto mutuo. Vemos en este versículo 16 que los padres no debían morir por el pecado de sus hijos, ni los hijos por el pecado de los padres. Cada persona en la sociedad israelita debía asumir la responsabilidad individual por sus acciones y pecados. Cada persona debía llevar el castigo por sus propios actos. Mucho antes en el Huerto del Edén, cuando Adán fue acusado de probar del fruto prohibido, inmediatamente culpó a su esposa y le dijo a Dios que ella era quien se lo había dado. Por otra parte, Eva responsabilizó a Satanás por haberla tentado (ver Génesis 3). Ninguno quiere responsabilizarse por sus propios pecados. Dios recuerda a Su pueblo que cada persona que cometiera pecado sería responsable por ello. Tendrían que responder ante Dios o pagar la condena por sus propios actos. Ninguna sociedad puede florecer cuando sus individuos se niegan a asumir la responsabilidad de sus hechos pecaminosos.
Para Meditar:
*¿Qué nos enseña este pasaje sobre la importancia de los votos matrimoniales?
*¿Cómo protegía la ley de Dios a la esposa de un esposo irrespetuoso respecto a volverse a casar?
*¿Cómo debía Israel mostrar compasión cuando se trataba de los préstamos a sus conciudadanos?
*¿Cuáles son algunas de las formas en que Dios demandaba a Israel que mostrara respeto mutuo en su sociedad?
*¿Hay individuos a los que nos ha costado mucho respetar? ¿Qué nos dice hoy este capítulo en cuanto a esto?
*¿Existen en nuestra sociedad personas discriminadas? ¿Quiénes son? ¿Cómo podemos demostrarles que nos importan y que estaremos al tanto de su situación?
Para orar:
*¿Conocemos a alguien que se haya divorciado o que esté teniendo problemas serios en su matrimonio? Dediquemos unos minutos para orar por esa persona. Pidámosle a Dios que les ayude y que provea una solución para esa situación.
*Pidámosle al Señor que nos muestre si hay algo que podamos hacer para ministrar a los necesitados de nuestra sociedad.
*Pidámosle que nos ayude a respetar más a nuestros hermanos, sobre todo a quienes nos resulta más difícil amarlos. Dediquemos un momento para revisar lo que hemos tratado en este capítulo. Pidamos al Señor que nos ayude a aplicar uno de los principios a alguna de nuestras relaciones interpersonales.
26 – RESPETO Y JUICIO
Leamos Deuteronomio 25:1-19.
El respeto por algún hermano culpable de delito (vv. 1-3)
Deuteronomio 25 es muy interesante por lo que nos enseña en cuanto al equilibrio entre respetar a las personas y juzgarlas. Al comienzo Moisés nos pone el ejemplo de algunos hombres que han tenido una disputa legal entre ellos. Su caso debía ser presentado ante los jueces de Israel para llegar a una decisión final. Si el culpable merecía ser azotado, los jueces ejecutarían los azotes conforme a la gravedad del crimen cometido. Sin embargo, notemos que había un límite para ese número de azotes. El versículo 3 nos revela que nadie podía recibir más de 40 azotes, y también nos muestra la razón para esto.
Pero no se le darán más de cuarenta azotes; más de eso sería humillante para tu hermano.
Aquí la idea es que si al hombre culpable de juicio lo azotaban más de cuarenta veces, sería humillado ante los presentes y lo envilecerían. Aun durante la ejecución del castigo, el criminal debía ser tratado con dignidad y respeto. El propósito del castigo no era que el culpable fuese humillado ni despreciado, sino corregirlo y hacerlo volver al camino correcto. Nos haría bien recordar esto hoy en día al ejercer la disciplina en nuestras iglesias y familias.
El respeto por el buey que trilla (v. 4)
Fijémonos en el cuarto versículo cómo este concepto del respeto abarcaba hasta la manera de Israel tratar a sus animales. Moisés le dijo al pueblo que cuando estuvieran trillando el grano, no debían colocar bozal al buey.
Para separar el grano de las gavillas, los israelitas utilizaban un buey para trillarlas. Entonces apartaban el grano y lo almacenaban en depósitos. Moisés dijo a su pueblo que mientras que el buey estuviese trabajando a su servicio, no debían impedirle que comiera parte del grano.
El principio encontrado en la ley con respecto al buey se aplicaba a diferentes situaciones en la vida. El apóstol Pablo aplicaría este principio al pago efectuado a obreros cristianos, en I Corintios 9:1-9. Además, se aplicaría esta ley por cómo los israelitas trataban a los obreros a su servicio en los campos y hogares. Israel debía tratar a todos sus obreros con respeto y pagarles bien por sus esfuerzos.
El respeto por un hermano que fallezca y por su viuda (vv. 5-10)
Los vv. 5 al 10 tienen que ver con la situación en que uno de los hermanos muere sin dejar descendientes. Esto significaba que no iba a haber herederos que dieran continuidad a sus propiedades y perpetuaran el nombre de su familia. En la cultura israelita este era considerado un tema sensible. La ley establecía que, en este caso, la esposa no debía volver a contraer matrimonio con alguien que no fuese de la misma familia, por cuanto hacerlo de otra forma, provocaría que se transfiriera la propiedad de su esposo a otra familia. En cambio, el hermano del esposo fallecido debía casarse con ella y darle un hijo. El primer descendiente de esta unión pertenecería al difunto y heredaría las propiedades de su padre, además de perpetuar su nombre (vv. 5-6). La esposa además no tendría que vivir con la vergüenza de no haber sido capaz de dar descendencia a su difunto esposo.
En el caso de que algún hermano no quisiera asumir la responsabilidad de casarse con la viuda de su hermano, ella debía dirigirse a los ancianos de la ciudad y comunicárselo (v. 7). Los ancianos hablarían al hermano para tratar de persuadirlo de cumplir con sus responsabilidades como cuñado. Y en caso de irremediablemente negarse a contraer matrimonio, la viuda se dirigiría a él en presencia de los ancianos de la ciudad, le quitaría una de sus sandalias, le escupiría el rostro y le diría:
“Así será hecho al varón que no quiere edificar la casa de su hermano” (v. 9, RVR60)
A partir de entonces su linaje se daría a conocer en Israel como “la casa del descalzado”.
El hombre que se negara a casarse con la viuda de su hermano permitía que su linaje desapareciera y que quedara en el olvido su apellido. Su falta de respeto y de interés hacia el hermano difunto y su esposa constituía una grave falta ante el Señor y toda la nación en general. Ante los ancianos de la ciudad quedaría en desgracia. A partir de ese momento su familia cargaría con la deshonra de su falta de disponibilidad para asistir a la viuda del hermano difunto y perpetuar así el nombre de éste.
Respeto por la privacidad de un hombre (vv. 11-12)
En los versículos 11-12 tenemos el caso de dos hombres en una riña. En su esfuerzo de rescatar al esposo del peligro, la esposa de uno de ellos se acerca y agarra al rival por los genitales. Aquí se evidencia que lo hace con el propósito de lastimarlo. Este acto es osado y deshonroso, así como muy grave ante Dios. De hecho, era tan vergonzoso que la ley de Dios ordenaba que se le amputara la mano a esa mujer (v. 12). Aunque lo hubiese hecho con la intención de salvar a su esposo, esta mujer no debía humillar ni perjudicar a su enemigo agarrando ni lastimando sus partes íntimas. En parte esta ley tenía como propósito preservar la modestia, y además proteger al hombre para que no quedara incapacitado de procrear y perpetuar su apellido a futuras generaciones.
Respeto por los clientes en la negociación (vv. 13-16)
La honestidad y la integridad en los negocios es el tema de este pasaje. El vendedor debía respetar a cada persona que llegara a adquirir su mercancía; no debía tener dos pesos ni medidas distintas (pesado, liviano, largo o corto), sino que debía utilizar una medida precisa para cada uno. No debía hacer que el rico pagara de más; no debía aprovecharse de los pobres. Debía ser justo y honesto en el trato con cada persona que contactara en sus negocios.
Respeto por Dios y por Sus propósitos (vv. 17-19)
Los versículos 17-19 nos hablan de la obligación de Israel de borrar la memoria de los amalecitas. El motivo se encuentra en el versículo 18, debido a lo que ellos le habían hecho al pueblo de Dios cuando salían de Egipto. Este versículo nos dice que cuando salían de su cautiverio en Egipto, estando sumamente agotados, los amalecitas eliminaron a los que se habían quedado rezagados. Ellos no tenían temor de Dios ni de lo que Él estaba haciendo en medio de los Suyos. Es posible que ellos hayan oído hablar sobre la victoria que Dios les había dado sobre Egipto y cómo les había abierto el mar para que lo atravesaran, pero los amalecitas no tenían cuidado de ninguna de estas señales. Amalec pretendía destruir al pueblo de Dios e impedirles que en ellos se cumpliese el propósito divino. Su deshonra a Dios al respecto trajo sobre ellos Su ira; serían destruidos.
Fijémonos que en todas estas leyes subyace la cuestión del respeto. El pueblo de Dios debía respetar la dignidad y el honor de sus conciudadanos israelitas. Debía mostrar este respeto en su forma de negociar, de resolver sus conflictos, y en la manera de proveer y de cuidarse unos a otros en épocas de necesidad. La falta de respeto entre ellos era de extrema gravedad. En el caso de que un hombre se negara a proteger a la viuda de algún hermano suyo, todo su linaje a partir de entonces llevaría la vergüenza de su deshonra. En el caso de que alguna mujer deshonrara a un hombre sujetándolo por sus partes íntimas, le sería cortada una mano. La deshonra de los amalecitas hacia el pueblo de Dios y Su propósito hacia ellos acarrearía el juicio divino para ser destruidos, y su memoria, borrada de la tierra.
A lo largo de la historia del mundo, la fuente de muchos pecados ha sido la falta de temor reverente y de respeto hacia Dios y hacia los demás seres humanos. Si vamos a tomar en serio el mensaje de este capítulo, dedicaremos tiempo para reflexionar sobre nuestras acciones y corregir toda falta que nos venga a la mente a partir de ello.
Para Meditar:
*¿Es posible humillar a algún otro creyente por su pecado? ¿Cuán fácil resulta apagar el espíritu y destruir la reputación de otra persona por chismes o la divulgación de lo que él o ella ha hecho? ¿Cuán importante es que respetemos la dignidad hasta de quienes hayan caído en pecado?
*Este pasaje habla de no poner bozal al buey que trilla. ¿Cuán importante es que hagamos nuestra parte y proveamos para quienes nos sirven? ¿Qué nos enseña esto en cuanto a nuestra responsabilidad de cuidar a nuestros líderes espirituales?
*Dediquemos un momento a considerar nuestras relaciones con quienes nos rodean en esta sociedad. ¿Hay alguien a quien nos resulte difícil respetar? ¿Qué quisiera Dios que hagamos al respecto?
*¿Respetar la dignidad de una persona significa que nunca debamos hacerle pagar por su pecado? ¿Cómo encontramos un equilibrio entre respetar la dignidad de una persona y el castigo por su pecado?
Para orar:
*Pidámosle al Señor que nos ayude a respetar a quienes hayan caído, y que nos muestre cómo podemos restaurarles.
*Agradezcámosle por aquellas personas que Él ha puesto para que ministren nuestras necesidades físicas y espirituales. Pidámosle que nos muestre cómo podemos mostrar respeto y apreciación por ese servicio que realizan.
*Pidámosle al Señor que nos muestre si de alguna manera no hemos respetado a nuestros hermanos en Cristo. Pidámosle perdón y que nos enseñe a andar en Sus propósitos.
27 – PRIMICIAS Y DIEZMOS
Leamos Deuteronomio 26:1-19.
Cuando todo nos va bien, solemos olvidar de dónde proviene nuestra bendición. Cuando Israel se encontraba en la frontera de la Tierra Prometida, el Señor quiso que recordaran de dónde habían salido y lo que Él había hecho por ellos; no quería que dieran Sus bendiciones por sentado. Para ayudarles a recordar Su bondad y generosidad, Dios les mandó a apartar dos ofrendas especiales.
Las primicias (vv. 1-11)
La primera ofrenda que debían separar era la de las primicias. En cada cosecha los israelitas debían recoger del suelo parte de su cosecha, ponerla en una cesta y llevarla al sacerdote en el tabernáculo o templo (v. 2). Allí en presencia del sacerdote, debían declarar lo siguiente:
“Declaro hoy a Jehová tu Dios, que he entrado en la tierra que juró Jehová a nuestros padres que nos daría” (v. 3, RVR60).
Esta declaración se hacía recordando el hecho de que el Señor había sido fiel a Su promesa de darles una nación que les perteneciera. Vemos además en este versículo que el individuo debía mencionar el hecho de haber llegado a la tierra que Dios había prometido a sus ascendientes; en otras palabras, estaba experimentando el cumplimiento de la promesa que Dios había hecho a sus padres.
Cuando el individuo que ofrecía las primicias hubiese hecho esta declaración, el sacerdote tomaría de su mano la cesta llena con el primer fruto de la tierra, la cual entonces pasaría a ser colocada frente al altar. Con la canasta puesta delante del Señor, el individuo que estaba entregando la ofrenda haría otra declaración. En presencia del Señor diría lo siguiente:
“(5) …un arameo a punto de perecer fue mi padre, el cual descendió a Egipto y habitó allí con pocos hombres, y allí creció y llegó a ser una nación grande, fuerte y numerosa; (6) y los egipcios nos maltrataron y nos afligieron, y pusieron sobre nosotros dura servidumbre. (7) Y clamamos a Jehová el Dios de nuestros padres; y Jehová oyó nuestra voz, y vio nuestra aflicción, nuestro trabajo y nuestra opresión; (8) y Jehová nos sacó de Egipto con mano fuerte, con brazo extendido, y con grande espanto, y con señales y con milagros; (9) y nos trajo a este lugar, y nos dio esta tierra, tierra que fluye leche y miel. (10) Y ahora, he aquí he traído las primicias del fruto de la tierra que me diste, oh Jehová. Y lo dejarás delante de Jehová tu Dios, y adorarás delante de Jehová tu Dios” (RVR60)
En esta declaración el individuo reconocía que ellos, como nación, habían vagado sin hogar de un lugar a otro. Habían recurrido a la ayuda de Egipto, pero fueron maltratados y subyugados a la esclavitud. Cuando clamaron al Señor, Él los escuchó, y mediante grandes y milagrosas señales los liberó y les dio su propia tierra, llena de todo tipo de riquezas. Este individuo entonces debía declarar, en presencia del sacerdote, que la razón por la cual estaba trayendo esta ofrenda era debido a lo que Dios había hecho por Él. En esto reconocía que todo lo que tenía había venido de parte del Señor. También recordaba de dónde había venido y cómo el Señor había tomado a Israel y la había convertido en una gran nación al amparo de Su bendición. Observemos en el décimo versículo que cuando se hacía la ofrenda, el individuo tenía que inclinarse ante el Señor; lo cual constituía un acto de sometimiento y de gratitud por todas las bendiciones de Dios.
Veamos qué debía pasar con la ofrenda de las primicias. El onceno versículo nos declara que debían ser compartidas con los levitas y extranjeros en una gozosa celebración. Se debía compartir con otros de la bondad de Dios. Sus líderes espirituales, así como los pobres que hubiese entre ellos, debían disfrutar de las bendiciones que Dios les había concedido.
Los diezmos (vv. 12-15)
La segunda ofrenda que Dios esperaba de Su pueblo era el diezmo. Es importante notar que había dos diezmos en Israel, el primero de los cuales se nos explica en Deuteronomio 14:22-27:
(22) Cada año, sin falta, apartarás la décima parte de todo lo que produzcan tus campos. (23) En la presencia del SEÑOR tu Dios comerás la décima parte de tu trigo, tu vino y tu aceite, y de los primogénitos de tus manadas y rebaños; lo harás en el lugar donde él decida habitar. Así aprenderás a temer siempre al SEÑOR tu Dios. (24) Pero si el SEÑOR tu Dios te ha bendecido y el lugar donde ha decidido habitar está demasiado distante, de modo que no puedes transportar tu diezmo hasta allá, (25) entonces lo venderás y te presentarás con el dinero en el lugar que el SEÑOR tu Dios haya elegido. (26) Con ese dinero podrás comprar lo que prefieras o más te guste: ganado, ovejas, vino u otra bebida fermentada, y allí, en presencia del SEÑOR tu Dios, tú y tu familia comerán y se regocijarán. (27) Pero toma en cuenta a los levitas que vivan en tus ciudades. Recuerda que, a diferencia de ti, ellos no tienen patrimonio alguno.
Veamos que, en el caso de la primera ofrenda, la décima parte de lo producido en sus campos debía ser apartado cada año y llevado ante la presencia del Señor en el tabernáculo o templo. Si la distancia a la casa de Dios era demasiado larga para los animales, el individuo podía venderlos y viajar con el dinero. Cuando llegara al templo podía entonces comprar otros animales para ofrendar al Señor con ese dinero que había traído. Este diezmo se utilizaba para mantener el ministerio de los levitas.
El segundo diezmo se describe aquí, en Deuteronomio 26:12-15. Este se diferenciaba del primero en que sólo tenía lugar cada tres años (v. 12). En Deuteronomio 14:28-19 se explica con más detalles:
(28) Cada tres años reunirás los diezmos de todos tus productos de ese año, y los almacenarás en tus ciudades. (29) Así los levitas que no tienen patrimonio alguno, y los extranjeros, los huérfanos y las viudas que viven en tus ciudades podrán comer y quedar satisfechos. Entonces el SEÑOR tu Dios bendecirá todo el trabajo de tus manos.
Notemos en Deuteronomio 14 que este diezmo no se llevaba a la casa de Dios, sino que se almacenaba en sus propias ciudades. Deuteronomio 26:12 nos dice que este diezmo debía ser entregado a los levitas que servían en sus ciudades, así como a los extranjeros, los huérfanos y las viudas. Este diezmo era reservado en cada locación como reserva para todos aquellos necesitados.
Así como la ofrenda de las primicias, había una ceremonia que se celebraba para la entrega de este diezmo trienal. Cuando el individuo llevaba al Señor el diezmo del tercer año, debía presentarse ante Su presencia y pronunciarse así:
13) Ya he retirado de mi casa la porción consagrada a ti, y se la he dado al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda, conforme a todo lo que tú me mandaste. No me he apartado de tus mandamientos ni los he olvidado. 14) Mientras estuve de luto, no comí nada de esta porción consagrada; mientras estuve impuro, no tomé nada de ella ni se la ofrecí a los muertos. SEÑOR mi Dios, yo te he obedecido y he hecho todo lo que me mandaste. 15) Mira desde el cielo, desde el santo lugar donde resides y, tal como se lo juraste a nuestros antepasados, bendice a tu pueblo Israel y a la tierra que nos has dado, tierra donde abundan la leche y la miel (vv. 13-15).
El israelita debía declarar que había retirado la “porción consagrada” de su casa y que la entregaba a los levitas, extranjeros, huérfanos y viudas (v. 13). Fijémonos en cómo se le denomina a este tipo de ofrenda o diezmo: “porción consagrada”. Es decir, que Dios mismo la apartaba y le pertenecía a Él para hacer con ella lo que quisiera. El individuo declaraba ante Dios que había dado todo el diezmo, sin retener nada. Y al afirmar que había sacado de su casa esta porción sagrada, se estaba librando de toda culpa que pudiera recaer sobre su persona por quedarse con algo que solamente pertenecía a Dios.
Percatémonos también de que la persona que entregaba este diezmo debía declarar que había sido fiel en obedecer los mandamientos del Señor su Dios. Si bien esta era una declaración general en cuanto a la integridad total de su vida, también constituía un pronunciamiento en cuanto a la pureza del regalo que se ofrecía. Debía declarar ante el Señor que no se había consumido nada de esta ofrenda estando de luto ni estando impuro, y que tampoco de ella se había ofrecido nada a los muertos. Estas eran probablemente prácticas religiosas que ejecutaban los paganos cananeos. El diezmo entregado a Dios debía presentarse puro, sin contaminación alguna.
Cuando el individuo en cuestión hacía estas declaraciones ante el Señor, entonces debía suplicarle que mirara desde los cielos y bendijera Su templo, a Su pueblo y la tierra que les había concedido. Este es un clamor para que no cesara la bendición del Señor. Es importante que nos percatemos que en el versículo 15 Dios mandaba a Su pueblo a pedirle Su bendición. Dios quiere bendecir; Su deseo es proveernos todo lo que necesitamos para cumplir Sus propósitos. Se deleita en bendecir a quienes utilizan lo que Él les ha concedido, para Su gloria y honra. Nos manda a acudir a Él y a pedir esta bendición para la gloria de Su nombre y por el bienestar de Su pueblo y nación.
Moisés concluye el capítulo instando al pueblo a tener el cuidado de cumplir los mandamientos que el Señor les estaba dando. Aquí vemos que debían seguirlos con todo su corazón y con toda su alma (v. 16). El tipo de obediencia que busca Dios no proviene de un corazón que da porque debe ni por obligación. Dios está buscando un pueblo que se deleite en obedecer y que le responda con agradecimiento.
El pueblo de Dios debía andar en los caminos del Señor y guardar Sus mandamientos con gozo y de todo corazón. Dios se había comprometido con ellos como Su pueblo; ellos serían Su preciado tesoro (v. 18); los distinguiría por encima del resto de las naciones de la tierra para ser un pueblo santo, bendecido por el Señor su Dios.
En este capítulo vemos que aquellos que han sido bendecidos tienen la obligación de recordar la fuente de sus bendiciones. Deben dar gozosamente, de corazón, y andar en obediencia al Señor su Dios, quien les llama en cambio a pedir Sus bendiciones con denuedo. Él promete escuchar las oraciones de Sus hijos obedientes y abrir la ventana de los cielos para ellos en todas sus necesidades.
Para Meditar:
*¿Qué aprendemos en este capítulo en cuanto a la obligación del pueblo de Dios de ofrendar de la abundancia que Dios le ha dado?
*¿Cómo se expresa gratitud ofrendando al Señor y a los que padecen necesidad? ¿Por qué el dar constituye un acto de adoración?
*¿Qué significa obedecer de todo corazón y con toda el alma? ¿Cuán importante es nuestra actitud al ofrendar al Señor?
*¿Cómo nuestro estilo de vida influye en los dones que ofrecemos al Señor? ¿Por qué la pureza de vida es importante a la hora de ofrendar al Señor?
*¿Qué nos enseña este capítulo en cuanto al deseo de Dios de bendecir a Su obediente y agradecido pueblo?
Para orar:
*Pidámosle al Señor que nos muestre cómo quiere que le ofrendemos.
*Pidámosle que nos ayude a dar de corazón, considerando como sumo gozo y deleite el poder ministrar a las necesidades de otros en Su nombre.
*Dediquemos un momento a considerar las buenas cosas que el Señor ha hecho por nosotros. Agradezcámosle por Sus bendiciones.
*Pidámosle que nos ayude a andar en pureza de corazón y de vida; que nos muestre si hay algo en ella que debamos confesar. Pidámosle la gracia de andar fielmente con Él.
*Agradezcámosle por Sus ilimitadas provisiones, y por habernos pedido acercarnos a Él denodadamente para pedirle todo lo que necesitamos en el cumplimiento de Sus propósitos para nuestras vidas.
28 – MÁS DE GERIZIM Y EBAL
Leamos Deuteronomio 27:1-26.
El Señor muchas veces ayudaba a Su pueblo a entender los asuntos espirituales dándoles lecciones gráficas. Muchas de las ceremonias y festividades del Antiguo Testamento fueron diseñadas para ayudar al pueblo de Dios a recordar lo que Él había hecho por ellos. Algunas de estas ceremonias apuntaban a lo que haría el Señor Jesús como máximo sacrificio por el pecado. Aquí en el capítulo 27 el Señor pide a Su pueblo que demuestre de manera gráfica su obligación hacia Él, así como las consecuencias de la desobediencia a Sus mandamientos.
Al comenzar el primer versículo, Moisés y los ancianos desafían al pueblo de Dios a guardar los mandamientos que el Señor su Dios les había dado. Para poder recordarlos, cuando cruzaran el Río Jordán debían erigir unas piedras grandes y cubrirlas de cal. Al pintarlas con cal, harían que fuera posible divisarlas a una gran distancia.
Estas piedras debían ser erigidas en el Monte Ebal (v. 4), desde donde podía avistarse la ciudad de Siquem, en el corazón del territorio que Dios había prometido a Su pueblo. Ellos además debían edificar un altar de piedra, desde donde quemarían ofrendas al Señor (v. 5). Cuando se hicieran las ofrendas, debían comer y regocijarse en la presencia del Señor su Dios (v. 7). Las palabras de la ley de Dios fueron entonces grabadas en las piedras que ellos habían preparado.
Aunque Moisés no iba a estar ahí para supervisar esta ceremonia, él instó a Su pueblo a escuchar atentamente las instrucciones que él les estaba ofreciendo (v. 9). Lo que les estaba diciendo que hicieran a través del establecimiento de estas piedras era la voluntad de Dios para ellos (v. 10). Esta era la forma de Dios recordarles su obligación de seguir Sus mandamientos, sin apartarse de ellos.
En una demostración aún más visible del deber de Su pueblo en cuanto a andar en Sus caminos, Moisés ordenó que cuando los israelitas cruzaran el Jordán, debían realizar una ceremonia con el propósito de recordarles qué sucedería si no obedecían al Señor. En el versículo 12, Moisés le dijo al pueblo que debían dividirse en dos grupos; uno de los cuales se colocaría en el Monte Gerizim, y el otro, en el Monte Ebal.
La ciudad de Siquem se encontraba en un valle. A un lado se ubicaba el Monte Ebal, con las grandes piedras cubiertas con cal, en las cuales se encontraba la Ley de Dios. En el otro lado se ubicaba el Monte Gerizim.
De los versículos 12 y 13 aprendemos qué tribus debían ubicarse en cada elevación. Esto lo podemos ver en el siguiente cuadro:
Notemos, además, de los versículos 12-13, que las tribus colocadas en el Monte Gerizim debían bendecir al pueblo. Los que se encontraban sobre el Monte Ebal debían pronunciar las maldiciones. Esta ceremonia sería celebrada en los días de Josué, y se encuentra registrada para nosotros en Josué 8:30-33.
A partir de Josué 8:33 entendemos que las varias tribus ocupaban su lugar frente a las montañas con el Arca del Pacto entre ellos. A medida que el pueblo se colocaba a ambos lados del arca, los levitas pronunciarían maldiciones sobre cualquiera que desobedeciera la ley del Señor su Dios. Después de pronunciar cada maldición, el pueblo decía “amén” como señal de su acuerdo.
En los versículos 15-26, tenemos las doce maldiciones pronunciadas durante esta ceremonia entre los Montes Ebal y Gerizim. La maldición de Dios recaería sobre los siguientes individuos:
*Cualquiera que fundiera una imagen o ídolo y lo estableciera para adorarlo en secreto (v. 15)
*Cualquiera que deshonrara a su padre o a su madre (v. 16)
*Cualquiera que modificara los linderos de su vecino (v. 17)
*Cualquiera que desviara a un ciego en el camino (v. 18)
*Cualquiera que no le hiciera justicia al extranjero, al huérfano o a la viuda (v. 19)
*Cualquiera que durmiera con la esposa de su padre (v. 20)
*Cualquiera que tuviera relaciones sexuales con un animal (v. 21)
*Cualquiera que durmiera con su hermana o medio hermana (v. 22)
*Cualquiera que durmiera con su suegra (v. 23)
*Cualquiera que asesinara a su prójimo en secreto (v. 24)
*Cualquiera que aceptara soborno por asesinar a un inocente (v. 25)
*Cualquiera que no obedeciera las palabras de la Ley de Dios (v. 26)
Dios requería que Su pueblo estuviera de acuerdo con cada una de las maldiciones que se pronunciaran ese día diciendo “amén”. Al encontrarse entre estos dos montes, el pueblo de Dios vería que tenían dos opciones. Podían escoger andar en los caminos del Señor y conocer las bendiciones del Monte Gerizim, o podían apartarse de Él y experimentar la maldición en el Monte Ebal. Dios les concedía la libertad de desobedecer; no los forzaba a obedecer. Ellos tenían que tomar la decisión, pero con cada decisión, tendrían que enfrentar las consecuencias.
Para Meditar:
*Dios dio a Su pueblo un símbolo visual de su obligación hacia Él en la forma de dos enormes piedras pintadas, con Sus leyes escritas en ellas. En cambio, en este capítulo el Señor también pronuncia una maldición sobre todo aquel que erigiera una imagen o ídolo. ¿Cuál es la diferencia entre una imagen o ídolo, y las leyes de Dios escritas sobre piedras?
*¿Qué tipo de cosas podemos hacer para recordarnos nuestra obligación hacia Dios y Su Palabra?
*¿Nos obliga Él a obedecer Sus mandamientos? ¿Nos protege siempre de nuestra desobediencia?
Para orar:
*Pidámosle al Señor que nos libre de honrar cualquier cosa por encima de Él.
*Pidámosle que siempre mantenga Su Palabra delante de nuestros ojos; que nos ayude a estar llenando nuestra mente con ella para permanecer conscientes de Sus mandamientos y promesas.
*Agradezcámosle por la fuerza que nos da mediante Su Santo Espíritu para andar en obediencia a Su Palabra.
*Agradezcámosle al Señor que nos haya dado libre albedrío para escoger la obediencia. Pidámosle que nos ayude a andar más plenamente en obediencia a Él y a Sus ordenanzas.
29 – BENDICIONES Y MALDICIONES
Leamos Deuteronomio 28:1-68.
En el capítulo 27 el Señor ordenó a Su pueblo a celebrar una ceremonia entre el Monte Ebal y el Monte Gerizim. Las tribus fueron divididas en dos. La mitad de ellas debía ubicarse en el Monte Gerizim y pronunciar las bendiciones de Dios hacia la nación si obedecían las leyes divinas. La otra mitad de las tribus, colocada sobre el Monte Ebal, debía pronunciar las maldiciones de Dios sobre quienes escogieran desobedecer. A medida que nos adentramos ahora en el capítulo 28, el Señor alista las bendiciones y maldiciones que Su pueblo podía esperar.
En los primeros 14 versículos, el Señor explica las bendiciones que les pertenecerían al andar en obediencia a Sus mandamientos. Dios los distinguiría por encima del resto de las naciones de la tierra si escogían andar en Sus mandatos. Según el versículo 3 estas bendiciones eran prometidas para su vida tanto en la ciudad como en el campo; en otras palabras, sin importar dónde se encontraran viviendo, Dios vería su obediencia y les recompensaría. Fijémonos en el listado de las bendiciones prometidas a los israelitas que anduviesen en obediencia a Él.
1.Dios bendeciría a sus hijos, sus cultivos y su ganado, con todas sus crías (v. 4)
2.Dios bendeciría sus cosechas, y ellos tendrían mucho alimento (v. 5)
3.Dios los bendeciría dondequiera que fueran: su entrada y su salida (v. 6)
4.Dios derrotaría a cualquier enemigo que se levantara en su contra y lo dispersaría (v. 7)
5.Dios bendeciría sus graneros (cosechas), así como todo aquello que emprendieran con sus manos (v. 8)
6.Dios establecería a Israel como pueblo santo, para que el mundo viera que sobre ellos reposaba el favor divino, para protegerlos y hacerlos prosperar. Todas las naciones les temerían (vv. 9-11)
7.El Señor abriría los cielos y los depósitos de Su abundancia para concederles la lluvia y bendecir la obra de sus manos (v. 12)
8.Dios haría que ellos prestaran a muchas naciones de su abundante prosperidad, pero nunca tendrían que tomar prestado de nadie (v. 12)
9.Dios los establecería como cabeza, para que otras naciones los respetaran y admiraran. Israel estaría siempre arriba; nunca abajo (v. 13).
Notemos en el versículo 13, sin embargo, el uso de la palabra “…si”. Esta es una importante palabra e indica que estas bendiciones serían exclusivamente para aquellos que anduviesen en obediencia a los mandamientos del Señor; ninguna de ellas estaría garantizada si no andaban en fidelidad a Su Dios. Si querían disfrutarlas, no podían apartarse del Señor ni de Sus mandamientos. No podían servir a otros dioses y experimentar la plenitud de las bendiciones de Dios en sus vidas (v. 14).
Es importante aquí que consideremos lo que Dios le está diciendo a Su pueblo. Les está recordando que en la obediencia radicaba la bendición. El fruto de su tierra no dependía de sus buenas técnicas agrícolas ni de su ciencia. Su éxito militar no dependía de cuán grande ejército tenían, ni de cuán bien entrenado estuviera. Su éxito como nación dependía de su relación con Dios y de cómo anduvieran con Él. Esto es algo que tenemos que entender también en esta época. Consideremos qué sucedería si nuestras naciones se volvieran a Dios y le buscaran de todo corazón y con toda su mente. ¿Acaso no veríamos una tremenda diferencia en la calidad de nuestras vidas? El crimen disminuiría. Habría armonía y justicia en nuestros tribunales y centros laborales. Creo que veríamos la diferencia en la productividad de nuestros campos. La desobediencia al Señor nos ha privado de Su bendición en nuestra tierra. Sólo volviéndonos a Dios garantizaremos que estas bendiciones sean restauradas.
Habiendo recordado a Su pueblo la bendición de la obediencia, ahora el Señor les dice qué ocurriría si le daban la espalda y volvían a la desobediencia. Les dice claramente en el versículo 15 que sobre ellos estaría Su maldición. Esta maldición los alcanzaría, estando en la ciudad o en el campo; dondequiera que se encontraran, no podrían esconderse de Dios. A continuación, se presenta el listado de las maldiciones que les vendrían como nación si ignoraban los mandatos del Señor:
*Serían malditos su canasta (cosecha) y su mesa de amasar (abastecimiento de alimentos) (v. 17).
*Serían malditos sus hijos, sus cosechas, así como su ganado con sus crías (v. 18). Probablemente refiriéndose al hecho que no tendrían descendencia o que la misma no gozaría de plena salud.
*La maldición de Dios les seguiría dondequiera que fueran (al entrar o al salir). No podrían ser capaces de deshacerse de ella (v. 19).
*Dios enviaría confusión a todo lo que emprendieran con sus propias manos, hasta quedar destruidos (v. 20).
*Serían plagados de enfermedades, fiebres, inflamación, calor, sequía, epidemias y pestes sobre los cultivos, hasta ser destruidos en la tierra (vv. 21-22).
*El cielo se tornaría como bronce y la tierra como hierro, para que no hubiese lluvia y el suelo no produjera cosechas (vv. 23-24).
*Serían destruidos por sus enemigos (v. 25).
*Israel quedaría humillado ante todas las naciones. Es decir, serían despreciados por todos.
*Los cadáveres de los israelitas se convertirían en alimento para las aves del cielo y las bestias de la tierra (v. 26). Sus cuerpos serían devorados por animales salvajes y no tendrían la posibilidad de ser enterrados debidamente.
*Dios les afligiría con úlceras, tumores, dolorosas llagas y escozores incurables (v. 27).
*Dios les afligiría con ceguera, demencia y confusión mental (v. 28).
*No tendrían éxito en nada de lo que emprendieran (v. 29).
*Serían oprimidos, les robarían “día tras día” y no tendrían a nadie que los rescataran (v. 29).
*Se comprometerían con su mujer, pero otro la violaría (v. 30).
*Construirían una casa, pero no podrían ser capaces de vivirla (v. 30).
*Plantarían una viña, pero nunca disfrutarían de sus uvas (v. 31).
*Su buey sería degollado delante de ellos, pero no podrían consumirlo (v. 31).
*Su asno les sería quitado a la fuerza (v. 31).
*Sus ovejas les serían dadas a sus enemigos, y ellos no serían capaces de hacer nada al respecto (v. 31).
*Sus hijos serían entregados a otras naciones, y ellos se desgastarían la vista en espera de verlos regresar (v. 32).
*Los extranjeros los oprimirían y consumirían el fruto de su tierra (v. 33).
*Serían afligidos con dolorosas llagas, desde las plantas de sus pies hasta la coronilla. Estas lesiones no tendrían cura (v. 35).
*Dios sacaría a Israel de su tierra y establecería allí a otras naciones. En tierras extranjeras adorarían a dioses de madera y de piedra (v. 36).
*Como nación, a Israel la despreciarían, la ridiculizarían y de ella se burlarían todas las demás naciones (v. 37).
*Las langostas devorarían lo que ellos sembraran en sus campos (vv. 38 y 42).
*Aunque plantaran viñas y olivares, no comerían de su fruto (vv. 39-40).
*Aunque tuvieran hijos, les serían quitados y enviados cautivos a otro país (v. 41).
*Los extranjeros que vivieran entre ellos se levantarían en su contra (vv. 43-44).
Dios deja bien claro en estos versículos que levantaría Su mano contra todos los que le dieran la espalda. Su maldición los perseguiría hasta alcanzarlos y dejarlos destruidos (v. 45). Lo que le aconteciera a la generación que le diera la espalda a Dios, serviría como señal a las generaciones futuras en cuanto al peligro de alejarse de Dios y de Sus caminos. Esto constituiría una advertencia para que las generaciones en lo adelante buscaran el rostro de Dios.
Veamos que no era el deseo de Dios dar la espalda a Su pueblo como nación. Los que se alejaran de Él serían severamente castigados, de manera que las generaciones siguientes lo vieran y decidieran regresar a Él. Era Su deseo bendecir a Su pueblo. La terrible severidad de la maldición nos muestra cuán grave es alejarse de Dios. Su deseo para Su pueblo era muy real, pero nunca debemos olvidar que también lo son Su santidad y Su justicia. Él castigará el pecado; no podemos negar Su ira contra el pecado y la rebelión.
Notemos en el versículo 47 el tipo de obediencia que esperaba el Señor de Su pueblo. Quería que le sirvieran con gozo y alegría. El tipo de obediencia que se exigía aquí no era una obligación, sino un acto de amor y devoción. De hecho, este versículo nos muestra que el pueblo de Dios no debía servirle simplemente por lo que pudieran obtener de Su parte. Si servimos a Dios para poder ganarnos Su favor y bendición, no estamos haciéndolo por amor ni devoción a Él. El tipo de obediencia que Dios esperaba de Su pueblo es aquella llena de gozo y de alegría, que brota de corazones rebosantes de gratitud y de amor por Él.
Por cuanto Su pueblo no le servía con esta actitud de gozo y de alegría, ellos morirían hambrientos, sedientos y desnudos, desprovistos de todas las bendiciones divinas. Sus enemigos pondrían sobre sus cervices un yugo de hierro, para oprimirles y obligarles a la servidumbre hasta quedar destruidos (vv. 47-48).
Aun antes del pueblo de Dios entrar en la tierra que Él les había prometido, Moisés les advirtió que esta tierra les sería quitada si ellos no andaban en obediencia. Dios traería contra ellos a otra nación, la cual hablaría un idioma desconocido para ellos. Esa nación se abalanzaría contra ellos como un águila; no tendría compasión de pequeños ni de grandes. Devoraría su ganado y sus cosechas, sin dejar nada a su paso. Sitiaría sus ciudades y, aunque ellos estuvieran protegidos por altas murallas, ciertamente caerían ante sus enemigos (vv. 49-52).
Sus enemigos les causarían tanto sufrimiento en aquellos días, que ellos serían obligados incluso a devorar a sus propios hijos para sobrevivir (v. 53). Podemos ver hasta qué punto llegaría la maldición de Dios en los versículos 54 al 57. Hasta el más sensible y amoroso de los esposos dejaría de tener compasión por su propia familia. Llegaría al punto de comerse la carne de su hijo muerto sin compartirla con la esposa ni el resto de la familia, dejándolos a todos morir de hambre. La más buena y sensible de las mujeres entre ellos se negaría a compartir de su placenta o de los hijos recién nacidos, sino que se escondería con la intención de devorarlos en secreto. Es difícil imaginar tales condiciones, pero esto es lo que el Señor dijo que sucedería a todos los que se negaran a andar en Sus caminos.
Aquellos que se negaran a seguir las leyes de Dios y a reverenciar el glorioso nombre del Señor, sufrirían las consecuencias de su pecado. Las plagas, los desastres, las recurrentes enfermedades y dolencias los perseguirían hasta destruirlos (vv. 58-61). Aunque fueran tan numerosos como las estrellas del cielo, serían desarraigados de la tierra. Así como el Señor había prometido prosperarlos, ahora les prometía ruinas y destrucción, si ellos desobedecían. Serían esparcidos de un extremo de la tierra hacia el otro. No hallarían descanso ni lugar propio para vivir. Ellos tendrían la mente angustiada; los ojos, cansados de anhelar, y el corazón, sin esperanzas (v. 65). Día tras día serían acechados por el pánico debido al terror al que estarían sometidos. Serían vendidos como esclavos como lo habían sido antes en tierra egipcia (v. 68).
Es importante que veamos que el mayor enemigo de Israel era la desobediencia. Su bendición y protección radicaban en el Señor y en seguir Sus caminos. Si ellos se alejaban de Dios y de Sus mandatos, desencadenarían sobre su tierra una gran maldición, la cual finalmente los destruiría. Debían tener mucho más temor a deshonrar a Dios, que de las naciones enemigas que se encontraban a su alrededor. Debían tener mucho más cuidado de andar en obediencia, que de fortalecer sus ejércitos y velar por sus cosechas. Lo que destruiría a la nación de Israel no serían ejércitos más numerosos y poderosos, sino la falta de interés por Dios y Sus caminos. La bendición divina estaba al alcance de ellos. Él no vacilaría en colmarlos de toda bendición concebible, pero para que esto sucediera, debían buscarle con una actitud de gozo.
Nos quedamos con la interrogante de si hemos desatado esta maldición en nuestras propias naciones e iglesias hoy. No son los programas más extensos ni la educación cristiana lo que restaurará la bendición de Dios. No es una gran predicación lo que renovará nuestras vidas. En última instancia se trata de nuestra obediencia a Dios y a Sus propósitos, sin importar las consecuencias. Él anhela bendecir, pero tenemos que aprender a andar en obediencia y en fidelidad.
Para Meditar:
*Según este capítulo, ¿cuál es la conexión entre la obediencia a Dios y Su bendición en nuestras naciones y en nuestra vida individual?
*¿Qué diferencias creemos que veríamos en nuestro país o en nuestra congregación cristiana local si cada persona anhelara de todo corazón andar en obediencia al Señor?
*¿Qué nos enseñan en este capítulo las maldiciones de Dios en cuanto a la santidad y la justicia divinas? ¿Un Dios de amor puede ignorar el pecado?
*¿Cuál ha sido la consecuencia de la desobediencia a la Palabra de Dios en nuestra comunidad o congregación cristiana local?
Para orar:
*Pidámosle al Señor que nos ayude a andar en obediencia a Él en todo.
*Agradezcámosle por ser un Dios santo. Pidámosle que nos ayude a aceptar y a respetar este aspecto de Su carácter.
*Dediquemos un momento a agradecer al Señor por habernos perdonado y librado de juicio mediante Su muerte en la cruz.
*Pidámosle al Señor que nuevamente ponga carga sobre nuestra iglesia para que andemos en obediencia a Sus propósitos en toda nuestra vida.
*Pidamos a Dios que nos dé un corazón lleno de gozo al andar en Él y servirle.
30 – UN RECORDATORIO
Leamos Deuteronomio 29:1-29.
Al comienzo de este capítulo vigesimonoveno tenemos un recordatorio que se le hace al pueblo de Dios acerca del pacto que habían hecho con su Señor. Él había prometido ser su Dios, y ellos le prometían obedecerle y seguir Sus propósitos. Notemos que el versículo uno menciona dos pactos.
El primero de ellos es el pacto hecho con los israelitas en Moab; esto puede ser una referencia a Deuteronomio 1:5-8:
Moisés comenzó a explicar esta ley cuando todavía estaban los israelitas en el país de Moab, al este del Jordán. Les dijo: «Cuando estábamos en Horeb, el SEÑOR nuestro Dios nos ordenó: Ustedes han permanecido ya demasiado tiempo en este monte. Pónganse en marcha y diríjanse a la región montañosa de los amorreos y a todas las zonas vecinas: el Arabá, las montañas, las llanuras occidentales, el Néguev y la costa, hasta la tierra de los cananeos, el Líbano y el gran río, el Éufrates. Yo les he entregado esta tierra; ¡adelante, tomen posesión de ella!” El SEÑOR juró que se la daría a los antepasados de ustedes, es decir, a Abraham, Isaac y Jacob, y a sus descendientes.
Si este es el pacto que hizo Dios con Su pueblo en Moab, se relacionaba con darles la tierra que les había prometido a sus padres.
El segundo que se menciona es el pacto hecho en Horeb, región alrededor del Monte Sinaí, donde Dios había dado Su Ley a Moisés. Había sido en Horeb, al pie del Monte Sinaí, que Dios explicó Sus requerimientos para el pueblo, enseñándoles cómo Él esperaba que vivieran.
En Moab, Dios explicó Su compromiso con el pueblo como nación, para darles su propia tierra y para ser su Dios. En Horeb, en el monte Sinaí, Dios dio Su Ley mostrando a Israel lo que le exigía a cambio.
A medida que avanzamos en este capítulo, Moisés congregó al pueblo y le recordó cómo Dios había actuado en favor de ellos desde que salieron de la tierra de Egipto. Les recordó la forma milagrosa en que Dios los había librado del poderoso yugo de Faraón. Había parte del pueblo presente que había visto estas señales y la poderosa liberación que Dios le había dado. Sin embargo, observemos en el versículo 4 que, aunque el pueblo presente aquel día había experimentado la liberación divina de la esclavitud en Egipto, no se les había concedido una mente entendida, ni ojos que realmente vieran, ni oídos que realmente escucharan. En otras palabras, aunque ellos le habían visto obrar, aún no confiaban en Dios ni aprendían de lo que Él había hecho. Se quejaron y murmuraron en el desierto. No podían confiar en Dios ni en Sus caminos. Dudaban de Su provisión y dirección.
Durante todo aquel tiempo en el desierto, ellos se perdieron completamente todo lo que Dios había obrado en medio de Israel. Moisés les recordó que, durante todos esos cuarenta años de travesía, no se desgastó su vestidura ni su calzado. No llevaban suministros de alimentos, pero cada día tuvieron lo suficiente para comer (vv. 5-6). Los ojos del pueblo de Dios no podían percibir esta provisión del Señor ni reconocer Su mano en todo esto.
Una de las grandes tragedias de nuestra época es que no podemos ver a Dios en las pequeñas cosas de la vida. A Dios le interesaba cuánto les iba a durar la ropa que llevaban puesta y que cada día tuvieran algo para comer; estas son cosas que a menudo pasamos por alto. Muchas veces buscamos a Dios en las grandes cosas, pero fallamos en ver el milagro de lo pequeño.
Desde el desierto, el pueblo se movió hacia el territorio de Hesbón y Basán, donde encontraron a dos reyes, Sehón y Og, quienes le salieron al encuentro para luchar en su contra, pero Dios les dio la victoria. Esos territorios fueron distribuidos a las tribus de Rubén, Gad y a una parte de la de Manasés (vv. 7-8). En esto Dios demostró Su gracia y maravillosa compasión hacia un pueblo que se quejaba y murmuraba. Además, demostró Su fidelidad a la promesa que les había hecho.
Moisés le recordó al pueblo que, en virtud de lo que había hecho y prometido Dios, tuvieran el cuidado de seguir los términos del pacto que Él estaba haciendo con ellos. Todos los que vivieran entre ellos, desde sus líderes hasta los aguadores, estaban obligados a seguir los mandamientos de Dios como se explicaban en Su Ley (v. 11). Aquel día Moisés llamó al pueblo a renovar el compromiso en su relación de pacto con Dios. El versículo 12 nos guía a creer que Moisés les estaba pidiendo que hicieran el juramento de ser fieles a Dios y sólo a Él. Les recordó que Él los confirmaría como Su pueblo y sería por siempre su Dios, como había prometido a Abraham, Isaac y Jacob (vv. 3-15).
Parte de andar en fidelidad al pacto con Dios era apartarse de cualquier otro dios. Moisés les recordó los dioses hechos de madera, piedra, plata y oro que habían visto en Egipto; y los desafió a que ninguno de ellos se volviera a estos ídolos y dioses foráneos. Ellos debían hacer todo lo que estuviera a su alcance por mantener su tierra pura y sin contaminación alguna de ídolos y dioses paganos. Fijémonos en cómo él describe a estos dioses e ídolos, como raíces de amargo veneno (v. 18). En otras palabras, estos dioses e ídolos los destruirían como nación y los apartarían del único y verdadero Dios.
Moisés sabía que el pueblo de Dios sería tentado por los dioses e ídolos paganos de las naciones circundantes. Sin embargo, esta no sería la única tentación. En el versículo 19 vemos que el conocimiento de su relación de pacto con Dios haría decir a Israel: “Estaré a salvo, aunque persista en buscar mi propio camino”. En otras palabras, ellos se confiarían del hecho que pertenecían a una nación que había sido escogida por Dios. Sentirían que Dios tenía una obligación hacia ellos de cuidarlos y perdonarlos sin importar cómo vivieran. Su seguridad radicaría en el hecho de ser parte de un país que Dios había llamado. Creían entonces que, por ser un pueblo especial, Dios estaría obligado a cuidar de ellos, aunque no estuvieran viviendo conforme a Sus exigencias.
No obstante, Moisés les recordó que ser parte de una nación escogida por Dios no les daría seguridad si no estaban andando con Él en obediencia y fidelidad. Dios juzgaría a quienes se apartaran de Él, aun siendo parte de Su pueblo. Moisés prometió que todas las maldiciones de la Ley caerían sobre quienes persistieran en el pecado, aun siendo parte del pueblo escogido de Dios (vv. 20-21).
Ser miembro de la nación de Israel y estar en una relación de pacto con Él, no les exoneraría de la ira de Dios si no andaban en obediencia a Su Ley (v. 22). Si se apartaban, sufrirían las consecuencias y maldiciones en ella registradas. Sus hijos y extranjeros verían la maldición de Dios en su país. Verían las enfermedades, la falta de cosechas y vegetación. Su tierra se volvería como las de Sodoma, Gomorra, Adma y Zeboim, a las cuales Dios había destruido en Su ira (véase Génesis 19). Adma y Zeboim eran ciudades estrechamente vinculadas a Sodoma y Gomorra, y es probable que hayan sido destruidas junto con ellas en los días de Abraham y Lot.
Si el pueblo de Dios se apartaba de Él, sería castigado como mismo lo fueron Sodoma y Gomorra. Los pueblos a su alrededor se preguntarían la razón por la cual esta terrible destrucción había caído sobre Israel (v. 24), y Moisés les dijo que la respuesta sería:
“Porque este pueblo abandonó el pacto del Dios de sus padres, pacto que el SEÑOR hizo con ellos cuando los sacó de Egipto. Se fueron y adoraron a otros dioses; se inclinaron ante dioses que no conocían, dioses que no tenían por qué adorar. Por eso se encendió la ira del SEÑOR contra esta tierra, y derramó sobre ella todas las maldiciones escritas en este libro. Y como ahora podemos ver, con mucha furia y enojo el SEÑOR los arrancó de raíz de su tierra, y los arrojó a otro país”. (Dt. 29:25-28)
La causa de su castigo y destrucción sería por haberse apartado del Señor su Dios para volverse a otros dioses. Dios les retiraría Su bendición si ellos eran infieles a Él y a Su Palabra.
A partir de esto vemos la importancia de andar en absoluta obediencia al Señor. El futuro de Israel no dependía de su poderío militar o político, sino de su andar con el Señor en fidelidad a Su pacto. Este mismo principio se aplica en la actualidad. Nuestro éxito como pueblo de Dios reside en nuestra obediencia a Él y a Su Palabra.
Moisés concluyó con una palabra final de advertencia al pueblo en el versículo 29. En éste les recordó que los secretos pertenecían al Señor su Dios, pero que aquellas cosas que había revelado pertenecían a ellos y a sus hijos para que pudieran seguir las palabras de Su Ley. En otras palabras, habría muchas preguntas sobre cómo Dios obraba. Habría ocasiones en las que el pueblo de Dios no entendería Su forma de pensar ni las razones por las cuales les pediría hacer las cosas de cierta manera. Estas cosas no siempre nos serían reveladas, pero Dios siempre tiene una razón por la cual hace lo que hace, y en esto debemos confiar. Lo importante para nosotros es andar a la luz de la verdad que Él sí ha revelado. No tenemos que entender todo para obedecer. Hay cosas sobre Dios y Su forma de obrar que jamás entenderemos. Debemos aprender a obedecer lo que sabemos que nos está mandando a hacer aun cuando no entendamos Su propósito general.
Es importante para nosotros entender este principio. Algunos se han negado a dedicarse a lo que han sentido que Dios les ha guiado a hacer, por cuanto no han entendido lo que Él trataba de lograr, o cómo iba a hilvanar todos los detalles. Otros han escogido ignorar claros principios de las Escrituras por no haber visto cómo resultaban relevantes en su moderna sociedad de hoy. Dios no nos está pidiendo entender todo antes de nosotros decidir obedecer; nos está pidiendo simplemente obedecer, aunque entendamos o no Sus caminos.
Para Meditar:
*¿Cuál fue la promesa del pacto que Dios hizo a Su pueblo? ¿Qué esperaba de ellos a cambio?
*Uno de los problemas con el pueblo de Israel en el desierto fue que no veía claramente lo que Dios estaba haciendo en medio de ellos. No se les gastó su ropa ni calzado, y tuvieron todo el alimento que necesitaron, pero no fueron agradecidos por estas bendiciones. ¿Qué ha estado haciendo Dios por nosotros? ¿Cuán fácil nos resulta perdernos lo que está haciendo en nuestra vida?
*Dios estaba pidiendo a Su pueblo hacer un compromiso de fidelidad con Él. ¿Cuán importante es para nosotros hacer tal compromiso?
*Algunos de los israelitas tenían un falso sentido de seguridad. Creían que por su nacionalidad estarían seguros y protegidos del juicio de Dios. Moisés les demostró cuán equivocados estaban. ¿Detrás de qué nos ocultamos hoy en día por una cuestión de seguridad? ¿Cuál es la única seguridad que tenemos como creyentes?
*¿Necesitamos entender antes de obedecer? ¿Alguna vez Dios nos ha guiado en maneras que no entendimos? ¿Existen claros mandatos en las Escrituras que nos resultan difíciles de entender? ¿Cuál es el desafío que nos lanza Moisés?
Para orar:
*Agradezcámosle al Señor que nos promete ser nuestro Dios y permanecer fiel. Pidámosle que nos ayude a serle fieles.
*Pidámosle que abra nuestros ojos a las cosas que está haciendo en medio nuestro; que nos ayude a ver Sus bendiciones más claramente.
*Agradezcámosle que sólo Él es nuestra seguridad, y que Su muerte constituye nuestra única garantía de salvación y lo único que nos libra del juicio de Dios.
*Agradezcamos al Señor que Él sabe lo que hace y lo que es mejor para nosotros y para nuestra sociedad. Pidámosle que nos ayude a confiar en Su Palabra y en Su dirección, aun cuando no las entendamos.
31 – ESCOJAN LA VIDA
Leamos Deuteronomio 30:1-20.
Durante el transcurso de los capítulos anteriores hemos visto el peligro de apartarnos de Dios y de desobedecer Sus mandamientos. Su maldición era algo muy real para la nación de Israel. Años más tarde ellos la experimentaron cuando fue destruido el país y ellos, conducidos a la cautividad en Babilonia. Nunca debemos olvidar que el Señor es un Dios santo, que no puede tolerar el pecado ni el mal. En Su justicia todo pecado ha de ser castigado; todo mal ha de ser destruido. Esto también debería darnos un gran motivo para agradecerle por el Señor Jesús, quien vino a pagar la condena por nuestro pecado para que pudiéramos por siempre estar unidos al Padre.
Aunque la ira de Dios es algo bien real, y todos los que de Él se apartan sufrirán las consecuencias de su pecado, Dios también está lleno de misericordia y de compasión. Veamos al comenzar el capítulo 30 que el Señor recordó a Su pueblo que cuando todas las maldiciones cayeran sobre ellos y las tomaran en serio, dondequiera que el Señor los hubiere dispersado entre las naciones, Él restauraría su fortuna (vv. 1-3).
En estos versículos notamos que el pueblo sería dispersado entre las naciones. Esto significa que ya no estarían más en la tierra que el Señor les había dado. Sus pecados les privarían de sus bendiciones. Experimentarían la maldición de Dios por su rebelión. Y aunque Él los castigaría, no los abandonaría por completo.
En los versículos 2 y 3, Dios ofrece esperanza a Su pueblo; les promete que, si sus hijos se volvían a Él de todo corazón y alma en la tierra de su exilio, Él restauraría su patrimonio. Una vez más les tendría compasión, los reuniría de todas las naciones de donde hubieran sido esparcidos y los traería de vuelta a su propia tierra (vv. 4-5). La condición para la restauración de la bendición era que Su pueblo regresara al Señor con toda su alma y corazón.
El vocablo “todo” es significativo en este contexto. Cuando nos volvemos al Señor con todo nuestro corazón y nuestra alma, no queda espacio para nada más; todo nuestro corazón y toda nuestra alma le pertenece. Esto representa una total consagración y devoción; y esto es lo que el Señor esperaba de Su pueblo. Esperaba que ellos se entregaran completamente, rechazando los demás dioses. Esperaba que ellos se comprometieran a andar plenamente en Sus mandamientos. Esta plenitud de la bendición de Dios sólo la experimentarán quienes se comprometan a andar en Sus caminos.
Dios tiene grandes promesas para quienes se comprometan a seguir Sus caminos. Fijémonos que se nos dice que éstas vendrán, aunque no nos las merezcamos. El pueblo de Dios vagaría; sería separado de su tierra y experimentaría la maldición de Dios. En medio de su rebelión sería que ellos oirían este llamado de volverse al Señor. Él no sólo los perdonaría, sino que una vez más llegarían a experimentar Su abundante bendición. Sin importar cuán lejos nos hayamos extraviado del Señor, este llamado aún nos alcanza. Si regresamos, Dios renovará Su favor y bendición. Dediquémonos un momento a pensar en la bendición que Dios promete al errante que vuelva a Él.
En primer lugar, Dios prometió hacer que los que se volvieran a Él llegasen a crecer en número y prosperidad, más que sus padres. Si regresaban a Él, Dios no retendría Su bendición a estos rebeldes israelitas, no se les tendrían en su contra sus pecados; en cambio, los trataría como si jamás los hubieran cometido. Su anterior rebeldía no les impediría recibir sus bendiciones. Todos los que se volvieran a Él, procuraran ser perdonados y se consagraran a Sus propósitos, experimentarían mucha más bendición de la que como país hubiesen visto antes. Esto es un gran aliento para quienes han caído en pecado. Se promete todo perdón y una inmensa bendición a todos los que se arrepientan y busquen Su rostro.
Veamos la segunda promesa del Señor a quienes se volvieran a Él. En el sexto versículo, el Señor promete circuncidar sus corazones para que le pudiésemos amar. Uno de los mayores obstáculos de nuestro andar con el Señor es la dureza de nuestro corazón hacia las cosas espirituales. Lo natural en nosotros (debido a la naturaleza pecaminosa) es amar las cosas del mundo. Somos atraídos de forma espontánea al mundo, sus pecados y atracciones. ¿Cómo podríamos realmente buscar al Señor cuando nuestro corazón se encuentra dividido?
Dios promete circuncidar el corazón de quienes nos volvamos a Él; lo sensibilizará y extirpará su dureza. Esta sensibilidad de corazón daría a Su pueblo la capacidad de amarle y dedicarse a Él de una manera renovada. Esto abriría sus ojos a Dios. Sus afectos hacia el mundo y las atracciones que éste ofrece serían reenfocados y puestos en el Señor. ¡Cuánto necesitamos todos esta circuncisión del corazón para librarnos de las cosas que nos atraen! Sólo cuando Dios enternece nuestro corazón, podemos amarle y consagrarnos a Él. No lo podemos hacer con nuestro corazón endurecido por el pecado, pero Dios promete cambiar el corazón de todo aquel que recurra a Su presencia y busque Su rostro.
Una tercera promesa de Dios a quienes se vuelven a Él se encuentra en el versículo 7. Aquí Él promete maldecir a los enemigos de Israel y a quienes los persigan. Es decir, serían librados de las garras de sus enemigos. En nuestra vida espiritual hay muchos de ellos, y en ocasiones nos parece que no podremos experimentar la victoria que necesitamos arrebatarles. Dios promete que quienes regresen a Él conocerán dicha victoria que, dicho sea de paso, de Él proviene. Muchas veces intentamos vencer a nuestros enemigos espirituales con nuestra propia fuerza, y fallamos. La victoria no proviene de la fuerza ni la sabiduría humanas. La victoria a la que se refiere el séptimo versículo viene de Dios, quien la promete a aquellos que recurran a Su presencia y a Sus caminos. Si nos comprometemos a hacer de todo corazón lo que Dios manda, nos dará la victoria que tan desesperadamente necesitamos.
En cuarto lugar, Dios prometió a Su pueblo en los versículos 9-10 que, si se volvían a Él con todo su corazón, les haría nuevamente prosperar en la labor a la que se habían dedicado antes. Las esposas nuevamente darían a luz muchos hijos, y serían bendecidos igualmente su ganado y sus cosechas. Los israelitas experimentarían abundante prosperidad al amparo de Su bendición. Vemos que la clave para dicha prosperidad no radicaba en buenas técnicas médicas ni agrícolas, sino en la obediencia a Dios y a andar con Él con toda su alma y corazón. La prosperidad a la que Dios se refiere aquí es el fruto de la obediencia. Muchos de nosotros queremos prosperidad y ministerios fructíferos sin andar en obediencia. Queremos el mundo y sus caminos, y además la bendición del Señor. Sin embargo, la obediencia de la cual Él está hablando aquí no va a resultar fácil. Él nos llama a ofrecer nuestra vida y todo lo que poseemos, en sacrificio. Debemos también ofrecerle nuestros planes y metas de vida. Hemos de rendir nuestros deseos y ambiciones. Enfrentaremos la oposición del mundo. Tendremos que disciplinar nuestras manos, nuestra mente y nuestros pies para seguir el propósito de Dios. Es costosísimo obedecer al Señor con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma, pero hay ricas bendiciones que se añaden a dicha obediencia.
Puede que esa bendición no sea en forma de una casa enorme, un automóvil o una cuenta bancaria. Jesús no tuvo nada de esto, y no por eso dejó de ser ricamente bendecido. Pablo sufrió mucho al trasladarse de un pueblo a otro, pero se describió como el hombre más bendecido sobre la tierra por lo que tuvo en el Señor. Dios suplirá todo lo que necesitamos para cumplir Sus propósitos.
Habría sido muy fácil para Israel ver los requerimientos de Dios y decir: “¡Es demasiado! Es imposible buscar al Señor con toda mi mente y corazón”. Quizás nosotros también, al intentar llevar la vida cristiana, nos hemos preguntado si es posible realmente. El Señor sabe cuán fácilmente nos podemos desanimar, y a esto se refiere en los versículos 11-14. En este pasaje le recuerda a Su pueblo que lo que les estaba ordenando no era demasiado difícil de cumplir ni tampoco imposible. En cambio, al Israel examinarlos, los veían tan altos como los cielos, y así de inalcanzables. Los veían más allá del más remoto océano, lejanos sin remedio. Estaba abrumados con las leyes, obligaciones y requerimientos de Dios, y sentían que eran imposibles de obedecer. Aquí la idea es que ninguno de ellos podía jamás tener la esperanza de cumplirlos.
Sin embargo, Dios les recuerda en los versículos 11-14 que lo que demandaba de ellos no estaba fuera de sus posibilidades, sino a la mano. El poder obedecer estaba en su corazón y en su boca, pero necesitamos entender este versículo en el contexto de lo que el Señor les había acabado de decir. Les había dicho previamente que, a pesar de su antiguo pecado, los aceptaría y los perdonaría. Les dijo que circuncidaría sus corazones y que les concedería la capacidad de seguirle de todo corazón. Les dijo también que vencerían a sus enemigos y que prosperaría el fruto de sus labores manuales. Podemos ver que Dios les capacitaría para lograr lo que les estaba pidiendo. La fuerza para la obediencia y la victoria radicaban en Dios. Hay que admitir que ellos no iban a ser capaces de cumplir con estos requerimientos por su propia cuenta, pero tampoco Dios esperaba que lo hiciesen. Él mismo constituiría la fuerza de ellos. Él cambiaría sus corazones. Él les daría la victoria. Era Suya la batalla, y la iba a ganar si ellos rendían sus vidas entregándolas en Sus manos.
Dios puso delante de Su pueblo la vida y la muerte (vv. 15-16). Fijémonos en este contexto que Su deseo era que anduviesen en Sus caminos y conforme a Sus mandamientos, para experimentar vida y bendición al máximo; sin embargo, Dios no los obligaría a obedecer. Su pueblo era libre de alejarse de Él; libre de inclinarse a otros dioses; pero si lo hacían, sufrirían las consecuencias de Su santo juicio. No permanecerían en la tierra que les estaba otorgando (v. 18). Dios los expulsaría y les retiraría Su bendición.
En ese día Dios llamó a Su pueblo a escoger entre la vida y la muerte, entre las bendiciones y las maldiciones. Les persuadió a escoger la vida (versículo 19), para que tanto ellos como sus descendientes pudiesen andar en Su bendición. Les recordó que Él era su vida y la fuente de su bendición. Les llamó a escogerle y a vivir, y ese mismo llamado nos lo hace hoy a cada uno de nosotros.
Para Meditar:
*¿Abandona Dios por completo a quienes caen a pesar de que es bien real Su ira contra el pecado y la rebeldía? ¿Los aceptará si se vuelven a Él?
*¿Qué significa regresar a Dios con “toda” nuestra alma y corazón?
*¿Son demasiado difíciles de seguir para nosotros los requerimientos de Dios? ¿Qué promesas nos da a quienes recurrimos a él con el deseo de seguir Su Palabra?
*¿Cuál es la diferencia entre procurar agradar a Dios y seguirle en nuestra propia fuerza, y confiar en Su capacitación para cumplir Sus propósitos en nuestras vidas? ¿Hemos estado confiando en nuestra propia fuerza o en la del Señor?
Para orar:
*Agradezcamos al Señor por Su gracia y misericordia hacia nosotros, aun cuando nos alejamos de Él y de Sus mandamientos.
*Agradezcamos al Señor que está dispuesto a restaurar nuestras bendiciones si volvemos a Él de todo corazón y con toda nuestra alma.
*Pidámosle que “circuncide” nuestro corazón para que le mostremos más ternura y humildad para seguir en Sus caminos.
32 – JOSUÉ, UN CÁNTICO Y LA PALABRA
Leamos Deuteronomio 31:1-29.
El pueblo de Dios había permanecido en el lado oriental del Río Jordán. Se acercaba su hora de cruzarlo y tomar posesión de la tierra que el Señor les había prometido. Moisés les había estado instruyendo y enseñando los requerimientos divinos mientras se alistaban a conquistar la tierra. Les había estado recordando que el secreto de su éxito en aquella tierra era la obediencia al Señor y a Sus mandamientos.
Moisés tenía 120 años cuando Su pueblo se disponía a atravesar el Jordán; y por cuarenta años había sido el líder de Israel. Los había guiado desde Egipto hacia la frontera de la Tierra Prometida, pero ahora había cumplido sus responsabilidades; había llevado a cabo todo lo que Dios quería que cumpliese y el momento de su muerte se acercaba.
Para el pueblo de Dios sería muy difícil no tener a Moisés como líder, pues había sido el único líder que había tenido ese país. Dios lo había usado poderosamente. Le había hablado directamente, había ejecutado grandes señales milagrosas por medio de él y lo había dotado de la sabiduría para solucionar muchos conflictos entre los creyentes de su época. ¿Quién iba a ocupar el papel de líder cuando el Señor se lo llevara?
Podemos imaginar que al pueblo de Israel le preocupaba trasladarse sin Moisés hacia la tierra de Canaán. Sin embargo, Moisés les recordó que el Señor cruzaría el río delante de ellos y destruiría aquellas naciones para que ellos pudieran tomar posesión de la tierra prometida. Veamos cómo les recordó a los israelitas en el versículo 4 la derrota que Dios le había dado a Sehón y a Og, al oriente del río. Dios nuevamente les concedería a ellos la victoria cuando cruzaran hacia la tierra que había sido prometida a sus padres (vv. 4-5).
Moisés le dijo al pueblo aquel día que Josué cruzaría el río a la cabeza de ellos; o sea, que sería su nuevo líder. Dios lo había escogido para guiar a Israel en la conquista de la tierra; había llamado a Su pueblo a tener valor y firmeza, por cuanto Él iría delante de ellos junto a Josué. Moisés prometió que el Señor no los dejaría ni los desampararía en esta conquista de la tierra (v. 6).
Hablando a Josué personalmente, Moisés le ordenó ser esforzado y valiente (versículo 7). Él debía ir delante del pueblo y ser ejemplo para ellos. Debía guiar a su pueblo en la conquista de la tierra que se encontraba ante sus ojos, con la fuerza divina. No debía desanimarse en este llamado, por cuanto Dios mismo iría delante de él y estaría a su lado hasta el término de lo encomendado (v. 8). Veamos en el versículo 7, además, que Josué no sólo debía dirigir al pueblo en la conquista de la Tierra Prometida, sino que debía supervisar que ésta fuera distribuida entre ellos una vez que allí se asentaran.
Dios tenía un propósito con Moisés, y otro muy diferente con Josué. Moisés había establecido al pueblo de Dios como nación en el desierto, dándoles sus leyes y enseñándoles lo que Dios les exigía. Josué los establecería en la tierra que Dios había prometido a sus antepasados. El propósito de Dios es diferente para cada uno de nosotros. Él tiene un llamado especial para cada vida, y nos ha dotado de diferentes maneras para el cumplimiento de Sus propósitos.
La gran preocupación de Moisés en este libro es que el pueblo de Dios hiciera caso de los mandamientos del Señor. Josué los conduciría a la tierra y los instalaría en sus propiedades. En cambio, su éxito como país dependería de su caminar con Dios. Para garantizar que el pueblo de Dios recordara constantemente su obligación con Dios, Moisés escribió la ley que el Señor le había dado y la entregó a los sacerdotes, levitas y ancianos de Israel. En los versículos 10-12 también ordenó que cada siete años (en el sabático), cuando el pueblo de Dios se congregara para la Fiesta de los Tabernáculos, fuese leída esta ley a oídos de todo el pueblo. Durante esta festividad se les recordaría a todos nuevamente su obligación para con Dios. Los hijos de ellos, que nunca antes habían escuchado la ley, la oirían y aprenderían esta obligación. Aquí debemos tener presente que en aquella época no había libros a su disposición, y que muy pocas personas sabían leer. Ellos no disponían de un rollo o pergamino en cada hogar para el estudio diario; dependían de ocasiones como esta festividad para escuchar la lectura de la Palabra de Dios. Al escribir la ley de Dios y entregarla a los líderes de su país, Moisés garantizaba que se transmitiera a la nueva generación. La salud de esta nación dependía de su obediencia a esta Ley, así que de hecho los pergaminos o rollos habrían sido de incalculable valor.
En el versículo catorce el Señor declaró a Moisés que se aproximaba el día de su deceso. Le ordenó traer a Josué al Tabernáculo, donde Dios lo comisionaría para la responsabilidad de guiar a Su pueblo hacia la Tierra de la Promesa. En esa ocasión el Señor descendió sobre la Tienda en forma de una columna de nube. La nube permaneció a la entrada de la Tienda del Encuentro mientras el Señor hablaba a Moisés. Le reveló lo que sucedería después de su muerte. Los israelitas se prostituirían con dioses ajenos, abandonarían al Dios de sus antepasados y profanarían el pacto establecido entre Dios y ellos (v. 16). Dios le dijo a Moisés que se enojaría mucho con Su pueblo y que apartaría Su rostro de ellos hasta que fuesen destruidos por su pecado. Vendrían sobre ellos grandes desastres, y los israelitas reconocerían que su agonía se debía a haber traicionado al único Dios verdadero (v. 17).
A medida que Moisés escuchaba la voz de Dios aquel día, Dios le ordenó escribir un cántico. Entonces debía enseñarlo al pueblo de Israel como muestra de que Dios no estaría a su favor. Este cántico quedó registrado para nosotros en el capítulo 33. Constituye un canto profético que habla acerca de la ira de Dios provocada por el abandono de Su pueblo. Esta canción explicaría a Israel el porqué estaban siendo castigados y por qué Dios les había dado la espalda (vv. 19-22). El pueblo aprendería este cántico en los días de Moisés, pero más adelante era que iban a reconocer su relevancia; constituía una advertencia al Pueblo de Dios en cuanto a los peligros de alejarse de Dios y de Sus leyes.
Parece que Josué se encontraba en el Tabernáculo mientras el Señor se comunicaba con Moisés y le advertía de lo que sucedería después de su fallecimiento. Una vez que se comunicó con Moisés y le ordenó escribir este cántico, dirigió a Josué Su atención. Dios le ordenó esforzarse y ser valiente, mediante lo cual Dios está infundiendo aliento y coraje a este nuevo líder para la labor que estaba a punto de emprender. Le estaba abriendo las ventanas de los cielos para que tomase todo lo necesario en cuanto a fuerza y valor. Al hacer frente a los enemigos del pueblo de Dios, necesitaría estos dos regalos de parte de Él. Dios le ofrecía todo lo que necesitaba para cumplir la misión, y así mismo lo hará por nosotros. Siempre nos equipará para realizar lo que nos encomienda, a medida que le busquemos y procuremos Su provisión.
Fijémonos también en el versículo 23 que Dios prometió a Josué no sólo valor y firmeza, sino también Su presencia. No podemos subestimar la relevancia de la presencia del Señor. ¿Qué son nuestros dones sin Su presencia? Muchos de nosotros nos contentamos con Su llamado y Sus dones, pero dejamos de comprender nuestra necesidad de Su presencia; es ahí que hay vida y poder. Su presencia en nuestros dones los hace poderosos y útiles. Ellos son meros instrumentos; el poder para servir radica en la presencia de Dios. Él no sólo equiparía a Josué con las herramientas necesarias, sino con el poder para ejecutar Su labor mediante Su presencia.
Cuando Moisés terminó de escribir las palabras de la Ley de Dios de principio a fin, la entregó a los levitas. El Libro de la Ley se conservaba junto al Arca del Pacto, donde debía permanecer como testigo de los propósitos de Dios para Su pueblo. Constituiría un recordatorio por escrito de su obligación hacia Dios. Este libro los condenaría si se alejaban de Dios.
A medida que Moisés se preparaba para partir de este mundo, sabía que el pueblo se rebelaría contra Dios y no prestaría atención a las palabras de la Ley. Aunque Dios les había provisto lo necesario para que obedecieran, a pesar de todo se alejarían de Él. Josué sería dotado de las fuerzas para dar a Israel el territorio al occidente del Jordán. Las exigencias de Dios quedarían registradas por escrito para que todos las pudiesen leer y escuchar. Moisés compuso un cántico para advertirles del inminente peligro de rebelarse contra Dios. A pesar de todo lo que el Señor había hecho por ellos, el pueblo daría la espalda a Sus bendiciones y se alejaría de Su Ley, pero las consecuencias llegarían a ser devastadoras para ellos como nación.
Para Meditar:
*¿A qué llamó Dios a Moisés? ¿Qué encomendó Dios a Josué? ¿Cuál es Su propósito para nuestra vida?
*¿Cuán importante es que el pueblo de Dios obedezca Sus mandamientos? ¿Cuál sería la consecuencia de su desobediencia?
*¿Qué hizo Moisés para asegurar que la Ley de Dios fuese transmitida a las generaciones siguientes?
*¿Cómo equipó Dios a Josué para el ministerio al cual estaba siendo llamado?
*¿Son suficientes los dones espirituales para cumplir los propósitos de Dios? ¿Qué papel desempeña la presencia de Dios en nuestros ministerios?
*¿Cómo creemos que Moisés se habrá sentido luego de haber dirigido a su pueblo durante cuarenta años, cuando oyó a Dios comunicarle que su pueblo adoraría ídolos y falsos dioses en la tierra que Él les estaba concediendo? ¿Cuál es la medida del éxito en el ministerio?
Para orar:
*Pidamos al Señor que nos muestre Su propósito para nuestra vida. Agradezcámosle que nos promete proveer todo lo necesario para que cumplamos dicho propósito.
*Agradezcámosle que nos ha dado la Palabra escrita para que podamos conocerle a Él y a Sus mandamientos.
*Pidámosle que esté con nosotros en el ministerio al cual nos ha llamado. Agradezcámosle que Su presencia brinde poder y protección.
*Pidámosle que nos dé la fidelidad de Moisés para ministrar, aun cuando no veamos resultados.
33 – EL CÁNTICO DE MOISÉS
Leamos Deuteronomio 31:30—32:47
En Deuteronomio 31 vimos que el Señor le ordenó a Moisés escribir un cántico que serviría como testigo profético en contra de Su pueblo. Este cántico fue enseñado a los israelitas para que fuesen advertidos mucho antes acerca de los peligros de desviarse de la verdad de los mandamientos divinos. En obediencia a Dios, y bajo Su divina inspiración, Moisés lo compuso y lo enseñó al pueblo (31:30). Tenemos sus palabras registradas a nuestra disposición en Deuteronomio 32:1-47.
El cántico de Moisés comienza con un llamado al cielo y a la tierra a escuchar. Toda la creación debía ser testigo de las palabras de esta composición. Nosotros no llamamos a nadie a presenciar algo si no tenemos la certeza de que ocurrirá. En este cántico el cielo y la tierra con todos sus habitantes son llamados a ser testigos, y Dios pone al descubierto Su reputación a través de estas palabras. Estas eran las cosas que sucederían; Dios no tenía duda alguna de que iban a ocurrir. Se le hacen advertencias al cielo y a la tierra, y cuando estas cosas llegaran a suceder, no sería porque Israel no había sido puesto sobre aviso. Al darles este cántico, Dios les estaba dando a todos ellos la advertencia que necesitaban.
Fijémonos que en el segundo versículo el Señor hace un llamado a toda la creación a que Su enseñanza descienda como la lluvia, y Sus palabras como rocío y aguaceros sobre la hierba nueva. Aquí la idea es que la enseñanza divina en este cántico debía caer sobre la tierra e instruirla, para refrescarla y hacerla crecer; debía nutrirla y darle vida.
El tercer versículo nos recuerda que, aunque este cántico contenía advertencias para el pueblo de Dios, su intención era proclamar el nombre y la grandeza del Señor. En todo su contenido veremos cómo Israel caería y se apartaría del Dios viviente. Dios los castigaría, pero en Su misericordia, ellos serían restaurados. El cántico habla de la justicia de Dios; lo describe como Dios omnisciente y omnipotente. Nos recuerda Su compasión y misericordia hacia quienes han caído. Presenta a Dios como único Dios verdadero, quien está por encima de todo falso dios, y ante quien toda rodilla un día se doblará. Es un cántico de advertencia, pero también presenta al Señor como soberano, santo, omnisciente y compasivo.
Moisés describe al Dios de Israel en el versículo cuatro. Tiene seis aspectos que decir en este versículo acerca del Señor.
Primero, Dios es la Roca, el firme fundamento que nadie puede mover. Como la Roca, el Señor es invariable y seguro, y en quien Su pueblo puede confiar.
Segundo, Sus obras son perfectas. Todo lo que Dios se propuso formar con Sus manos es perfecto; en Su obra no hay defectos. Su creación es inmejorable, como lo es Su propósito para la humanidad. Dios no es el autor de nuestras imperfecciones; jamás es responsable del mal ni del pecado.
Tercero, todo Su obrar es justo; es decir, nos trata a todos con justicia. Si somos castigados, estamos recibiendo de Dios lo que merecemos. Él no muestra favoritismo al juzgar ni en los propósitos para nuestra vida.
Cuarto, Dios es fiel. Cumplirá Su Palabra siendo fiel a Su carácter y a Su creación. No cambia, sino permanece estable y fuerte. Será fiel a Su palabra y a Sus promesas, y tendrá cuidado de nosotros hasta cuando le hayamos fallado.
Quinto, Dios no comete maldad. Todo lo que hace es justo, bueno, exacto y santo. A Dios nunca se le puede acusar de maldad ni pecado.
Sexto y último, Dios es recto y veraz; así es Su carácter. Su actuar es justo y bueno; no tiene ninguna inclinación al mal ni al pecado. Él constituye la medida de todo lo bueno y justo.
En el versículo cinco vemos que, aunque Dios es justo, perfecto, santo, fiel y recto, Su pueblo es muy diferente. Actuarían corruptamente hacia Dios; se les describe como una generación “torcida y perversa”; es decir, se apartarían de la senda de justicia y seguirían la maldad.
Vemos además a partir del versículo 5 que, para vergüenza de Israel, ya no serían más Sus hijos. Es decir, por sus acciones darían la espalda a su Padre celestial. Se alejarían de Él y asumirían las costumbres de las naciones; ya no serían más como Él. Ya no tendrían más comunión con Él. Ya no lo amarían ni se deleitarían en Él. Lo rechazarían como Padre. A cambio de Su bondad y misericordia, manifestarían su rebeldía (v. 6). Él los había formado, pero ellos se alejarían de Él.
En el versículo 7 Moisés llamó al pueblo a recordar lo que Dios había hecho por ellos. Debían indagar en su historia y revisar las grandes obras que Él había hecho en favor de ellos. Al repasar lo que Dios había hecho por ellos, quizás tendrían mayor conciencia de la gravedad de su rebeldía. Analicemos lo que el cántico de Moisés tiene que decirnos acerca de lo que Dios había hecho por Su pueblo.
En los versículos 8-9 el cántico le recuerda a Israel que el Señor les había concedido las naciones como herencia. Aunque aún no estaban viviendo en la tierra que Dios les había prometido, el Señor ya la había destinado a ellos. Mediante Josué ellos conquistarían a las naciones que se habían establecido en tierra cananea, y su territorio sería dividido según sus cantidades. Cada tribu tendría todo lo que iban a necesitar. Esto no sería resultado de su poderoso ejército, sino porque Dios había apartado esta tierra para ellos desde el comienzo de los tiempos. Había preparado un lugar para ellos, de manera que pudieran prosperar y vivir a la luz de Su bendición. Él echó fuera otras naciones para que Su pueblo pudiera tener su tierra.
Cuando Dios encontró a Su pueblo, ellos estaban en el desierto. No tenían su propio país; vagaban en una tierra desolada, en la rugiente soledad del yermo (v. 10). Dios los tomó de aquel lugar y los guió hasta la tierra que Él había escogido para ellos; los escudó y los cuidó en su vagar a través del desierto. Los apartó como pueblo especial y “los guardó como a la niña de sus ojos”; en otras palabras, los amó y los atesoró.
El versículo once describe la relación de Dios con Su pueblo como la del águila, que protege sus polluelos y les enseña a alzar el vuelo. Él extendió Sus alas sobre los Suyos, y cuando ellos cayeron, los cargó en Sus alas conduciéndolos a un lugar seguro.
Dios guió a Su pueblo; no hubo ningún otro dios que los guiara. Ningún otro los ayudó ni se encargó de ellos. Sólo Él proveyó para ellos y los protegió. Sólo Él los cuidó (v. 12); los hizo cabalgar en las alturas de la tierra (v. 13). Es decir, Su bendición estaba en ellos y por eso anduvieron en victoria. Los nutrió con la cosecha de los campos y les proveyó miel y aceite hasta en los lugares más recónditos en los que vivieron (v. 13). Consumieron nata y leche; se gozaron consumiendo “cebados corderos y cabritos; con toros selectos de Basán y las mejores espigas del trigo” y bebieron el rico jugo espumoso de sus uvas (v. 14).
En el versículo 15 a Israel se le refiere como Jesurún, nombre que significa literalmente “el recto”. Israel “el recto”, quien había sido grandemente favorecido por Dios, fue ensanchado por Sus bendiciones. Cuando tuvo todo lo que necesitaba, le dio la espalda a “la Roca, su Salvador” (v. 15).
Israel se volvería a dioses ajenos y se postraría ante ídolos detestables; lo cual provocaría a celos e ira al Señor (v. 16). Ellos sacrificarían a los demonios y desertarían a la Roca que les había sido por padre; se olvidarían de quien les dio vida (v. 18).
Su conducta llegaría a ser tan repulsiva ante Dios, que Él llegaría a darles la espalda. Escondería de ellos Su rostro y les retiraría Sus bendiciones (vv. 19-20). Por cuanto ellos le provocarían a celos sirviendo a ídolos, Dios les haría envidiar a aquellos que no formaban parte de Su pueblo y a una nación falta de entendimiento (v. 21). Es decir, los enviaría a un pueblo que no conocía a Dios. Allá en el exilio ellos aprenderían lo que sería haber sido apartados de la bendición de Dios y de la comunión con Él. Verían lo que significaría ser despojados de todo lo que habían poseído y ser obligados a servir a un país extranjero. En aquel tiempo ellos llegarían a ver que servir al Señor es muchísimo mejor que lo que habían logrado en su rebeldía. Y verían también la necedad de su conducta.
La feroz ira de Dios se encendería contra Su pueblo; devoraría su tierra. Dios ocasionaría problemas a Su pueblo y enviaría flechas en su contra debido a su rebelión. Ellos sufrirían hambre, pestes destructoras, plagas mortales, y serían atacados por bestias salvajes (v. 24). Morirían a espada en las calles. Sus jóvenes perecerían junto a los ancianos e infantes. Nadie quedaría exento de la ira de Dios por su rebelión (v. 25).
Mientras que la ira de Dios sería muy real contra Su pueblo en su rebeldía, Dios también se manifestaría en Su tremenda misericordia y compasión. Fijémonos en que (en el versículo 26) aunque Él pudo haber dispersado Su pueblo y removido su memoria de la faz de la tierra, por la gloria de Su nombre Él decidió tener de ellos misericordia.
¿Qué diría el enemigo si Dios destruyera a Su pueblo? ¿No pensarían las naciones que habían sido ellas las responsables de la destrucción de Israel, y no se creerían incluso más poderosas que el Dios de Israel (v. 27)? Dios quería que hasta los países ajenos a Él llegaran a entender Su poder, misericordia y santidad.
Aquí podemos llegar a comprender levemente el quebrantamiento del corazón de Dios por Su pueblo (v. 29): “¡Si tan sólo fueran sabios y entendieran esto, y comprendieran cuál será su fin!”. Este es un llamado a Israel para que abrieran los ojos y comprendieran qué les estaba sucediendo. El versículo 30 describe lo que sucedería a Israel. Un enemigo perseguiría a mil israelitas; dos, pondrían en fuga a diez mil israelitas (esto sería algo lejano a lo que sucedería más adelante bajo el mando de Josué cuando Israel hiciera huir a sus enemigos). Pero con el transcurso del tiempo, debido a su rebelión, el Señor los abandonaría (v. 30). Ya no pelearía por ellos, y ellos quedarían desprovistos ante sus enemigos.
Aunque Israel sufriría las consecuencias de su rebelión, a Su debido tiempo, Dios se revelaría como Dios verdadero y fiel. Los dioses de las naciones no eran como el de Israel (v. 31). Las viñas de estas naciones provenían de Sodoma y Gomorra; es decir, estas naciones eran tal cual en su rebeldía contra Dios. Sus uvas, o el fruto de su cultura, constituían veneno y estaban llenas de amargura (vv. 32-33).
Dios veía la rebelión de Su propio pueblo; también la maldad de las naciones. Él describe esta última como un veneno que Él mantenía en reserva, sellado en un archivo. Se acercaba el día en que sería abierto el archivo que contenía el veneno y, a su debido tiempo, el contenido se vertería sobre los malhechores. Se aproximaba la hora en que las naciones serían juzgadas por tratar al pueblo de Dios con desprecio y por haberlo sujetado a labores forzadas y a la esclavitud. Dios juzgaría a las naciones, pero de Su pueblo tendría compasión (v. 36).
En aquellos días el Señor revelaría que los dioses de las naciones nada son; estos dioses no serían capaces de protegerlas de la ira del Señor. Dios revelaría a todas las naciones que Él era el único y verdadero Dios, y que nadie es Dios sino Él (v. 39). Se revelaría como el Dios que toma la vida y el que la da. Él es el Dios que causa la herida, pero también el Dios que sana (v.39). Se acercaba el día cuando Él afilaría Su espada para vengarse de los enemigos de Su pueblo (v. 41). Sus flechas se embriagarían de la sangre de ellos; Su espada devoraría la carne de ellos (v. 42). Su pueblo (a quien Él había disciplinado) en cambio, sería nuevamente levantado, y su tierra, restaurada (v. 43).
El cántico de Moisés le demostraba a Su pueblo que en los días por venir habría una gran rebelión contra Dios. Sus enemigos los sobrepasarían en poderío militar, y se les retiraría la bendición antes concedida a su tierra. Sin embargo, Dios no los desampararía. Aunque los iba a disciplinar, no los olvidaría. Llegaría el día en que Dios restauraría su tierra. Todas estas cosas sucedieron cuando los asirios y los babilonios tomaron cautivo a Israel y redujeron a cenizas la ciudad de Jerusalén. La restauración del pueblo de Dios en su territorio se llevaría a cabo (al menos en parte) durante el ministerio de Esdras y Nehemías.
Cuando Moisés terminó de enseñar a su nación las palabras del cántico, les dijo que tomaran muy en serio lo que les había dicho. Les recordó que no se trataba de meras palabras, sino de vida (v. 47). Si ellos obedecían los mandamientos del Señor, conocerían la vida y la bendición en la tierra que Él les había dado. Si ellos se negaban a obedecer, iban a ser despojados hasta de lo que tenían. El éxito de Israel en su tierra iba a depender completamente de su andar en obediencia a Dios. Si caminaban en fidelidad a Dios y a Su Palabra, vivirían durante mucho tiempo en la tierra que Él les había dado; si no lo hacían así, se les quitaría la tierra.
Había una decisión que el pueblo de Dios tenía que tomar. Ellos podían escoger la vida y la bendición andando en obediencia a las leyes divinas, o podían perder todo rebelándose. Dios les daba la libertad de escoger.
Para meditar:
*¿Qué nos enseña el cántico de Moisés sobre Dios?
*¿Qué hizo Dios por Su pueblo según este capítulo? ¿Qué ha hecho Dios en nuestra vida?
*¿Cómo nos describe este pasaje la tierna relación de Dios con Su pueblo?
*¿Disciplina Dios a quienes ama? ¿Los olvida durante ese tiempo de castigo?
*Como creyentes, ¿hay consecuencias para nuestro pecado?
*¿Cómo podía ser este cántico una advertencia para los israelitas en cuanto a los días que se les avecinaban?
Para orar:
*Consideremos las características de Dios descritas en este capítulo. Dediquemos un momento para agradecer al Señor por quien Él es y por lo que ha hecho en favor nuestro.
*Agradezcámosle por la relación que quiere establecer con Su pueblo.
*Agradezcámosle por Su paciencia con nosotros en cuanto a nuestro pecado y fracasos.
*Agradezcámosle al Señor por Su Palabra, la cual, al igual que este cántico de Moisés, constituye una advertencia para todos nosotros en cuanto a los peligros y las consecuencias del pecado.
*Agradezcámosle que nos haya tenido compasión y misericordia, hasta cuando hemos caído.
34 – MOISÉS BENDICE A SU PUEBLO
Leamos Deuteronomio 32:48—33:29.
En la sección anterior de Deuteronomio, Moisés le enseñó a su pueblo un cántico, el cual constituye una advertencia profética en cuanto a lo que ocurriría en los días venideros cuando ellos se alejaran del Señor. El mismo día que Moisés enseñó a su pueblo este cántico, el Señor lo llamó al Monte Nebo en Moab (32:48-49). Desde ese monte Dios le mostraría la tierra que iba a dar a Su pueblo. Dios dijo a Moisés que moriría en ese monte; no se le permitiría entrar a la tierra de Canaán por cuanto él había desobedecido a Dios delante del pueblo en la región de Meriba (Véase Números 20:6-13).
Sabiendo que se acercaba su momento de partir, Moisés dedicó sus últimas horas a pronunciar una bendición sobre el pueblo de Israel, la cual se registra en el capítulo 33.
Introducción
Deuteronomio 33:1-5 sirve de introducción a la bendición de Moisés. Ésta comienza con una introducción general. En el primer versículo Moisés expone una representación del Señor, y nos dice que el Señor venía del Sinaí. Allí fue donde Moisés recibió las leyes de Dios y donde había permanecido mucho tiempo en Su presencia.
El Señor mismo se presentó ante Su pueblo en aquel Monte Sinaí. Él vino a ellos en Seír (la tierra de los edomitas) y se mostró a ellos en Parán (el desierto). Notemos que en el versículo 2 Moisés dijo a su pueblo que el Señor venía con sus miríadas de santos desde el sur y desde las laderas de la montaña. Aunque resulta difícil saber exactamente quiénes eran estos santos, algunos eruditos bíblicos estiman que se trataba de los ángeles de Dios que iban con Su pueblo protegiéndolos durante su trayectoria hacia la Tierra Prometida. También puede ser que “los santos” a los que se refiere aquí sean los mismos israelitas. En este contexto puede hallarse evidencias para esta interpretación. Veamos en el versículo 3 cómo Moisés recordó a los israelitas que Dios los amaba. Todos Sus “santos” estaban en Sus manos y se inclinaban a Sus pies para recibir instrucciones de Él; las cuales recibieron en forma de la Ley que Dios puso en manos de Moisés (v. 4). El versículo 5 nos dice que Dios es el rey de Jesurún (nombre que literalmente significa ‘rectos’), una clara referencia al pueblo de Israel y a su llamado a ser un pueblo santo ante el Señor su Dios y Rey.
Lo que observamos a partir de esta introducción es cómo el Señor escogió a Su pueblo para que fuese santificado. Les dio Su ley y se presentó a ellos en el Monte Sinaí, desde donde se movió con Su pueblo a través del desierto y hacia la tierra que Él había prometido a sus padres. Su favor estuvo sobre ellos en todo momento, y lo hacía por amor a ellos.
A partir de esta introducción, Moisés prosigue a las bendiciones de cada una de las tribus de Israel; cada una por su nombre.
Rubén
Rubén es el primero en ser bendecido. Moisés tiene dos bendiciones para esta tribu; la primera es que Rubén viviera y no muriera. Recordemos que estamos hablando aquí sobre una tribu. Moisés ora que la tribu de Rubén viviera para siempre, perpetuando así su presencia en la tierra.
La segunda bendición fue que ellos pudieran prosperar y ser abundantes en número. Esta sería la evidencia de que la mano del Señor estaba sobre ellos.
Judá
Moisés pidió que el Señor escuchara el clamor de Judá y los trajera a su pueblo. Aquí la idea es que el Señor les daría una tierra donde ellos pudieran vivir como pueblo. Fijémonos en que Moisés dijo además que Judá defendería su causa con sus propias manos. Es decir, ellos serían fortalecidos en sus esfuerzos. Moisés pide que el Señor fuera su fuerza contra todos sus enemigos y que prosperara la obra de sus manos.
Leví
Leví había sido apartada como tribu para pertenecer al Señor. El versículo 8 nos dice que el Tumim y el Urim pertenecían a Leví. Estos dos objetos los portaban los sacerdotes (Lv. 8:8) y se utilizaban para buscar la voluntad del Señor en una determinada situación. De todas las tribus, la de Leví había sido favorecida de manera especial por Dios y además escogida para servirle a Él. Esto no significaba que ellos fueran mejores que las restantes tribus. De hecho, se hace referencia en el versículo 8 a Masá (véase Éxodo 17:7) y a Meribá (véase Deuteronomio 32:51), donde esta tribu había reñido o se había rebelado contra Dios.
Aunque la tribu de Leví tenía sus problemas, Dios los había escogido para ser Sus sacerdotes y ministros. Esta tribu fue exonerada de todas las demás obligaciones con el fin de que velara por la Palabra del Señor y guardara Su pacto. Su dedicación a la Palabra del Señor era tal, que ellos tenían que estar dispuestos a oponerse a sus propios padres, hijos u otros familiares si éstos se apartaban de Dios o Sus caminos (v. 9).
A la tribu de Leví se le dio la responsabilidad de enseñar la Ley de Dios a su pueblo, de ofrecer al Señor incienso y ofrendas de animales en favor del pueblo. La oración de Moisés para ellos fue que el Señor bendijera sus habilidades y el esfuerzo de sus manos para que pudieran realizar la obra que Dios los había llamado a completar. También oró por protección sobre ellos como tribu, para que todos los que se levantaran en su contra fuesen derribados por Dios (v. 11).
Benjamín
La tribu de Benjamín era especialmente amada por el Señor. La oración de Moisés fue que ellos continuaran reposando en su seguridad, siendo todo el día escudados a salvo de sus enemigos. Benjamín descansaría entre los brazos del Señor. Aquí la representación parece ser la de un hijo(a) que se sienta en los hombros de su padre; ahí están seguros; nada los puede dañar. Esta es una figura que denota intimidad y protección.
José
Los hijos de José fueron Efraín y Manasés; a ambos se les dio completo reconocimiento como tribus dentro del pueblo de Dios. Moisés se refiere a ellos como José. Su oración fue que el Señor bendijera su tierra con el rocío del cielo y con el agua que está en lo profundo de la tierra (v. 13). Además, oró que fuera bendecida con lo mejor que el sol y la luna pudieran ofrecerles (v. 14). Esto aseguraría que su tierra fuera fructífera y bendecida (v. 15). El favor del que habitaba en la zarza ardiente reposaría sobre la cabeza de José, y él sería un príncipe entre sus hermanos (v. 16). La referencia a la zarza ardiente se remonta al llamado de Moisés en Éxodo 3; Dios había encontrado a Moisés en la zarza. Aquí la idea es que el mismo que se había encontrado con Moisés en la zarza ardiente, favorecería las tribus de José.
Aunque José no era primogénito, sería como tal en bendiciones y poder. A él se le compara con un búfalo en su fuerza. Él cornearía a las naciones y éstas caerían a sus pies. Aunque Efraín llegaría a ser más grande que Manasés, ambos serían bendecidos por Dios y conocerían Su favor y protección.
Zabulón e Isacar
Zabulón debía regocijarse en sus salidas (v. 18). Esta pudiera ser una referencia a su negocio de mercancías. Si este es el caso, ellos serían bendecidos en el comercio con otros países.
Por otro lado, los de Isacar serían bendecidos en sus tiendas de campaña. Aunque la tribu de su hermano Zabulón fue bendecida en sus viajes, la de Isacar fue bendecida en su permanencia en casa.
Estas dos tribus ofrecerían sacrificios de justicia en las montañas de su tierra; se regocijarían en la abundancia de sus pescas. Además, disfrutarían de las ganancias de los tesoros escondidos hallados en la arena (v. 19). Esta puede ser una referencia al éxito de su industria pesquera o a los recursos escondidos bajo su tierra.
Gad
A Gad se le compara con un león que desgarra a su presa. Los que permanecieran con Gad serían bendecidos (v. 20). Sería algo terrible encender la ira de Gad. Esta tribu proporcionaba el liderazgo entre las demás. Ellos escogieron lo mejor de la tierra (v. 21); llevarían a cabo la voluntad del Señor y serían instrumento Suyo para llevar a cabo Sus juicios. A Gad se le representa como león presto a destruir a sus enemigos, lo cual puede ser una referencia al poderío militar de Gad y a sus habilidades de liderazgo.
Dan
Si bien Gad era como un león, Dan era un cachorro de león que saltaba desde Basán. Esta tribu no sería tan fuerte como la de Gad, pero sería una fuerza a ser respetada, como al león que acecha a su presa.
Neftalí
Neftalí experimentaría el favor del Señor en abundancia. Esta tribu sería llena de Su bendición y heredaría la tierra hasta el sur del “lago”, lo cual es una posible referencia al Mar de Galilea.
Aser
Aser es considerado como el más bendecido entre los hijos. Moisés oró que fueran favorecidos por el resto de las tribus. La rica bendición de Dios estaría sobre esta tribu; ellos bañarían sus pies en aceite. Fijémonos que el versículo 25 declara que los cerrojos de sus puertas serían de hierro y bronce. La tribu de Aser estaría segura tras estas firmes compuertas.
Dios les daría tanta fuerza como días de vida. En otras palabras, mientras ellos fueran una tribu, los de Aser conocerían la fortaleza del Señor.
Conclusión
Moisés concluye su bendición en los versículos 26-29 una vez más enfocando nuestra atención en el Dios de Jesurún (el recto), nombre que Él da a Israel. Veamos lo que nos dice sobre el Señor de Israel.
Como majestuoso Dios, Él vendría desde los cielos en ayuda de Su pueblo (v. 26). Él era el eterno Dios que sería refugio de Su pueblo. Extendería sus eternos brazos para sostenerlos, y echaría fuera a sus enemigos (v. 27).
Como nación, Israel viviría en seguridad, guardada por su Dios. Los descendientes de Jacob (Israel) estarían seguros en la tierra que el Señor su Dios les estaba dando. Era una tierra de grano y de vino nuevo; una tierra regada desde el cielo (v. 28).
No había otra nación que hubiese experimentado el favor del Señor como Israel. Dios salvó a Su pueblo de su cautiverio y esclavitud. Los escudó de sus enemigos; ningún otro país tenía un Dios que también fuese su ayudador. Los enemigos de Israel les temerían. Israel vencería sobre ellos y derribaría sus lugares altos, donde adoraban a sus dioses paganos.
Resulta sumamente interesante comparar el cántico de Moisés en el capítulo anterior con esta bendición. En su cántico, Moisés advirtió del peligro inminente por causa de su desobediencia. La realidad era que ellos lo perderían todo. Aquí en el capítulo 33 vemos la voluntad de Dios hacia Su pueblo. Él les ofrece estas bendiciones a través de Su siervo Moisés. Ellos experimentarían estas bendiciones por un tiempo, pero también se alejarían de ellas. Dios tiene un propósito con nuestras vidas. Él se deleita en bendecirnos y usarnos. Sin embargo, la cuestión es si vamos a seguir andando en esa bendición, o seremos como Israel, alejándonos de ella para nuestra propia destrucción.
Para Meditar:
*¿Qué significa el nombre ‘Jesurún’? ¿Cómo describía este nombre al pueblo de Dios? ¿Pudiera ser utilizado para describirnos en la actualidad?
*Veamos cómo la tribu de Leví (como sacerdotes y ministros de Dios) debían hacer lo correcto aun si esto implicaba alejarse de sus familias. ¿Qué nos impide hoy hacer lo correcto?
*¿Qué nos enseña este capítulo sobre el cuidado y la protección del Señor en nuestras vidas?
*¿Es posible para nosotros alejarnos de la plenitud de la bendición de Dios en nuestras vidas? ¿Estamos experimentando la plenitud de estas bendiciones en nuestra vida hoy?
Para orar:
*Pidamos a Dios que nos ayude a andar de manera recta y agradable a Él.
*Pidamos al Señor que nos enseñe a hacer lo que es correcto sin importar cuánto nos cueste.
*Agradezcámosle Su deseo de bendecirnos y de protegernos.
*Pidámosle que nos muestre lo que nos impide experimentar aún más Su bendición en nuestra vida.
*Pidámosle que nos perdone por las veces en que nos hemos contentado con mucho menos que la plenitud de Su bendición.
35 – EL DECESO DE MOISÉS
Leamos Deuteronomio 34:1-12.
En Deuteronomio 32:48-52 el Señor ordenó a Moisés que subiera el Monte Nebo, desde donde le mostró la tierra que Él había prometido a Su pueblo. A Moisés no se le concedería el privilegio de entrar en ella. Dios le dejó bien claro que ya había llegado el tiempo de partir. Él no regresaría a su gente; Moisés pasó con ellos sus últimos momentos bendiciéndoles e instruyéndoles en los caminos del Señor.
Dejando atrás el pueblo, Moisés subió a la cima del Nebo. A partir del primer versículo entendemos que ascendió a un pico de esa montaña llamada Pisgá, desde donde podía contemplar la tierra de Canaán. Dios le mostró la tierra que daría a Su pueblo. Desde esa elevación Moisés podía ver una gran parte de la tierra que Dios había prometido a Abraham, Isaac y Jacob (vv. 2-4).
Durante cuarenta años Moisés había conducido a los hijos de Israel a través del desierto hasta este territorio. Ahora Dios le mostraba el fruto de su ardua labor. Es cierto que Moisés no entraría en esta tierra, pero al estar en la cima de aquella montaña, sabía que había desempeñado un importante papel al haber trasladado a su pueblo hasta este punto. Sólo podemos imaginar las emociones que Moisés estaba experimentando en esta ocasión. Hubo momentos en el desierto en los que había sido abrumado por la carga de cuidar de su pueblo. Sin embargo, ahora, al mirar la tierra desde el Pisgá, debió haber sabido que bien había valido la pena. Muchas veces no vemos el fruto de nuestras labores; no obstante, el llamado de Dios es que continuemos haciendo lo que Él nos ha llamado a hacer. Moisés no se rindió en el desierto y sus esfuerzos fueron grandemente recompensados. Él ahora podía verlo claramente al mirar desde aquella altura.
Si Dios nos condujera a la cima de la montaña al término de nuestras vidas y nos permitiera mirar hacia abajo para ver el fruto de nuestras labores para Él, ¿qué veríamos? ¿Hemos sido fieles? ¿Hemos andado en obediencia? ¿Habrá lágrimas de gratitud y de adoración a Dios por lo que Él ha hecho a través de nosotros, o habrá lamentos por muchas tareas sin terminar u otras renegadas?
Moisés falleció después de ver la tierra que Dios había prometido a su pueblo. El versículo 6 nos dice que fue sepultado en la región de Moab, en un valle frente a Bet-peor. El versículo deja claro que nadie sabía dónde se ubicó su tumba. Moisés tenía 120 años cuando murió. Parecía haber conservado una excelente salud; conservaba la vista y se mantenía fuerte. La bendición de Dios reposó sobre él hasta el término de sus días. Los israelitas harían duelo por él durante 30 días (v. 8).
Puede ser significativo que su cuerpo haya sido escondido de su pueblo, a quienes había dirigido durante cuarenta años. Él había sido un poderoso profeta. Cuán fácil hubiera sido para su gente elevarlo y apartar el lugar donde fue enterrado como un lugar santo. Dios entonces toma a Moisés de entre ellos y oculta el lugar donde reposarían sus restos. El punto de enfoque no sería Moisés; ellos no irían a su tumba para rendirle honores.
Moisés ya había partido y su cuerpo había sido enterrado. El pueblo de Dios debía rendir honores incondicionalmente sólo a Él.
Fijémonos (en el versículo 9) en que antes de que Moisés falleciera, él impuso sus manos sobre Josué. Cuando lo hizo, Josué fue lleno de sabiduría, y sería empoderado por el Espíritu de Dios para ser el nuevo líder de Su pueblo. Los israelitas sabían que Josué había sido comisionado para guiarlos, por lo cual se sometieron a su liderazgo (v. 9).
Los versículos 10-11 culminan el libro de Deuteronomio con una palabra sobre Moisés. Jamás hubo profeta como él en la historia de Israel. Fue un hombre a quien el Señor conoció “cara a cara”. Es decir, Dios le hablaba de manera que no había hablado antes a ningún otro profeta. Existía una cercanía y una intimidad entre Moisés y Dios, que nunca antes se había visto ni experimentado.
Uno de los frutos de esa intimidad con Dios eran las señales y milagros que el Señor había ejecutado a través de él. Mediante este solo hombre, Dios arrodilló a toda la nación egipcia y liberó a Su pueblo de la esclavitud. Nunca más, desde los días de Moisés, hemos visto a hombre alguno manifestar tales señales de poder (vv. 11-12).
Moisés experimentó una poderosa intimidad con Dios, fruto de la cual resultó una obra sin precedentes. Al término de este libro podemos preguntarnos cómo será recordada nuestra vida. ¿Seremos recordados por nuestra intimidad con Dios? ¿Seremos recordados por la fidelidad en medio de la oposición? ¿Seremos recordados por nuestro abnegado servicio al Señor? Que Dios nos conceda la gracia de ver en Moisés un ejemplo a seguir.
Para Meditar:
*¿Veremos siempre el fruto de nuestra ardua labor? ¿Qué deberíamos hacer cuando no vemos el fruto de nuestros esfuerzos?
*¿Qué nos ha llamado Dios a hacer? ¿Hemos sido fieles a esa labor?
*¿Alguna vez hemos incurrido en elevar a nuestros líderes espirituales más allá de lo que Dios demanda? ¿Qué nos enseña la desaparición del cuerpo de Moisés sobre el deseo de Dios al respecto? ¿Cuál es el equilibrio entre el respeto hacia nuestros líderes y el hecho de catapultarlos más allá del propósito de Dios?
*¿Por qué fue recordado Moisés? ¿Por qué seremos recordados nosotros?
Para orar:
*Pidamos a Dios que nos ayude a ser fieles a Él aun cuando no veamos el fruto de nuestros esfuerzos.
*Agradezcamos al Señor que haya escogido usarnos para Su gloria. Pidámosle que nos ayude a serle fieles sin importar lo que nos cueste.
*Pidámosle que nos dé una más profunda intimidad con Él. Pidámosle que se acerque más a nosotros quitando todo lo que obstaculice una mejor comunión y Su poder.
*Pidámosle que nos ayude a terminar bien nuestra vida.