La Obra del Espíritu de Dios en la Iglesia Primitiva: Un Estudio de Hechos 2:42-47
F. Wayne Mac Leod
Copyright © 2018 by F. Wayne Mac Leod
Publicado originalmente en inglés con el título: The Revival of Act 2
Traducido al español por Gisela Céspedes Peña, Doralkis Ramírez Ronda y David Gomero (Traducciones Nakar)
Publicado por la Distribuidora de libros Light to my Path (en español: “Lumbrera a mi camino”)
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, transmitida en forma alguna, ni a través de medio alguno sin una autorización por escrito del autor.
Las citas bíblicas, a menos que se indique otra versión, han sido tomadas de la Santa Biblia, Reina Valera 1960 (RVR60) Usado con autorización. Todos los derechos reservados.
Índice
- 1 – Introducción
- 2 – El Deseo del Espíritu
- 3 – La Devoción de los Creyentes
- 4 – La Doctrina de los Apóstoles
- 5 – La Comunión
- 6 – El Partimiento del Pan
- 7 – La Oración
- 8 – Temor
- 9 – Maravillas y Señales Milagrosas
- 10 – Todo en Común
- 11 – Unánimes
- 12 – La Salvación
1 – Introducción
Aquellos eran días maravillosos y desafiantes para la iglesia primitiva. Los creyentes se adentraban en un territorio totalmente nuevo y no tenían el referente de años de experiencia. Su comprensión de la obra de Cristo y del propósito de Dios para esta nueva iglesia comenzaba a formarse tan sólo en sus mentes. No tenían seminarios para formar a sus pastores; no tenían templos ni programas y muchas veces eran incomprendidos por aquellos que los rodeaban.
Eran pocos en número: Hechos 2: 1 nos dice que estaban “todos” reunidos en un lugar en el día del Pentecostés judío. Los presentes ese día no estaban seguros de lo que iban a hacer después. Antes de irse, Jesús les dijo que se quedaran en Jerusalén hasta que hubieran sido “bautizados con el Espíritu Santo”.
4Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. 5Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hechos 1:4-5).
Estos creyentes no tenían idea de lo que todo eso significaba, no obstante, esperaron.
La mayoría de ellos eran personas sencillas y muchos de sus líderes eran simples pescadores. Éstos habían pasado tres años con Jesús, pero todavía luchaban en su fe. Cuando Jesús fue arrestado, huyeron para salvar sus vidas y lo abandonaron (ver Mateo 26:31; Marcos 14:50). Pedro, que había sido el más atrevido de ellos, negó al Señor tres veces (véase Mateo 26:33-35). Tomás se negó a creer que Jesús había resucitado de entre los muertos y declaró que a menos que viera las marcas de los clavos en sus manos y pudiera meter sus dedos en el lugar de los clavos, no creería en absoluto (ver Juan 20:24-25). Santiago y Juan le pidieron a Jesús que les permitiera sentarse a su derecha e izquierda cuando fueran al cielo (ver Marcos 10:35-39). Esta solicitud de tal posición de honor con respecto a los demás discípulos no fue bien recibida. Mateo 20:24 nos dice que los demás estaban muy enojados cuando descubrieron que habían hecho tal petición.
La iglesia que se reunió en un solo lugar ese día carecía de entendimiento y madurez espiritual. Humanamente hablando, no estaban calificados para llevar adelante esta gran obra de Dios. Sin embargo, aquella iglesia se convertiría en un poderoso ejemplo para las generaciones futuras. Ellos fueron testigos de obras hechas por el Espíritu de Dios las cuales desearíamos ver en nuestros días. La iglesia se expandió y creció en número hasta tal punto que fue objeto de preocupación de los judíos de la época.
La clave del crecimiento fenomenal de la iglesia de Hechos es obviamente la obra del Espíritu de Dios. En Hechos 2 el Espíritu Santo descendió sobre la iglesia y derramó una enorme bendición. Los creyentes se llenaron de poder y audacia. El mensaje de salvación se extendió y cuando Pedro habló el día de Pentecostés, tres mil personas vinieron a la fe en el Señor Jesús (Hechos 2:41). Cada día se añadían nuevos convertidos a la iglesia (Hechos 2:47).
Estos primeros creyentes no tenían ningún programa o técnica especial. El crecimiento de la iglesia ocurrió por medio de simples creyentes sin educación que luchaban con su fe. Este crecimiento no fue el resultado de algo que habían planeado u organizado; más bien los tomó por sorpresa. Un día, había ciento veinte creyentes reunidos en una sola habitación. Al día siguiente había más de tres mil creyentes clamando por orientación y cuidado espiritual. Esta increíble obra de Dios se extendió desde Jerusalén hasta las regiones cercanas. Hombres y mujeres de tierras lejanas escucharían el mensaje de Cristo y le entregarían sus vidas.
Hechos 2: 42-47 es el relato de lo que estaba ocurriendo en aquellos días de despertar en Israel. En estos versículos, podemos vislumbrar lo que el Espíritu Santo estaba haciendo en las vidas de aquellos primeros creyentes y qué fue lo que preservó el movimiento del Espíritu de Dios en aquellos días. Mientras emprendemos este estudio, es mi deseo que veamos la maravillosa obra del Espíritu de Dios en la iglesia primitiva, pero también que veamos su aplicación para la iglesia de Cristo en nuestros días.
Hoy en día podemos hacer que la obra del reino de Dios sea demasiado complicada. Durante años enseñamos a nuestros pastores sobre la administración de la iglesia y las técnicas para su crecimiento. Aunque todo este entrenamiento puede ser beneficioso, hay algo muy reconfortante en la simplicidad de lo que ocurrió en Hechos 2. La gloria por aquello que ocurrió pertenece a Dios debido a que no era de origen humano. Personas sencillas fueron movidas por el poder del Espíritu de Dios para llevar a cabo una obra que tendría un efecto que llegaría incluso hasta nuestros días. Durante los próximos capítulos veremos lo que Dios estaba haciendo en la vida de Su pueblo y el impacto que esto tenía en su comunidad por el bien del reino de Dios.
2 – El Deseo del Espíritu
En la introducción vimos que estos primeros creyentes eran personas muy sencillas. Todo era nuevo para ellos. Su teología aún se estaba formando. Ninguno de ellos tenía mucha experiencia en esta nueva fe cristiana. Sus líderes estaban lejos de ser perfectos y luchaban por entender lo que Dios esperaba de ellos. Sin embargo, aquella iglesia primitiva ardía de pasión por la gloria de Dios. El Espíritu de Dios se movía de manera poderosa en aquellos días. La gente se conmovía por el mensaje del Evangelio y cada día venían a la fe en Cristo.
Aclaremos algo desde el principio de este estudio. Lo que estaba sucediendo en aquellos días era obra del Espíritu de Dios; y todo el mérito por el maravilloso crecimiento que estaba ocurriendo le pertenecía. Estos creyentes inexpertos no planificaron este crecimiento. Fueron tomados completamente por sorpresa. El Espíritu de Dios tenía una obra que hacer y se complacía mucho en hacerla.
Lo que acontecía en aquellos días no era algo que pudiera lograrse jamás con esfuerzo o planificación humanos. En un solo día, tres mil personas entregaron sus vidas al Señor Jesús. Recuerde que justo antes de esto, el Señor Jesús había sido crucificado por soldados romanos cumpliendo los deseos de los líderes religiosos. Esos líderes odiaban a Cristo y todo lo que Él representaba, y habrían hecho cualquier cosa para evitar que creciera aquella nueva fe. En los meses siguientes, la iglesia se encontraría con hombres como Saulo (Pablo) quien creía sinceramente que le hacía un favor a Dios al perseguir y asesinar a los creyentes en Jesucristo. Por eso fue tan sorprenderte que tantas personas abrieran sus corazones al Señor Jesús en aquellos días. Estos hombres y mujeres se apartaron de su fe judía y consagraron sus vidas al Señor Jesús que había sido crucificado en medio de ellos y al hacer esto arriesgaban tanto sus vidas como sus reputaciones.
En aquellos días también sucedían otras cosas. Los creyentes se llenaron de un sentido de asombro (Hechos 2:43). La obra de Dios era tan poderosa y asombrosa que los creyentes sólo podían maravillarse ante lo que estaban viendo. Nunca, ni en sus sueños más remotos, podían haber imaginado tan grande obra de Dios en medio de ellos. Los apóstoles fueron dotados con un poder milagroso (Hechos 2:43). La gente presenciaba cosas que sólo podían atribuirse a la presencia del Espíritu de Dios.
Los creyentes comenzaron a vender todo lo que tenían tratando de ayudar a los necesitados. Las prioridades cambiaron radicalmente y los corazones se sensibilizaban por quienes los rodeaban. Lo que vemos en esos días fue una ola del Espíritu de Dios que inundó toda la comunidad cristiana y produjo quebrantamiento y disposición de entregarlo todo.
La avidez por comunión y la enseñanza de la palabra de Dios era tan intensa que aquellos creyentes comenzaron a reunirse todos los días. Lo hacían en el templo o en casas donde celebraban lo que Jesús había hecho por ellos en la cruz y escuchaban la exposición de la Palabra de Dios. En esas reuniones, clamaban a Dios en oración pidiendo Su dirección y bendición y como respuesta a esas oraciones descendía poder del cielo. El Espíritu de Dios saciaba el hambre de sus corazones.
Los no creyentes a su alrededor notaban lo que sucedía. A pesar de que se trataba de una “nueva religión”, mal vista por los líderes religiosos del momento, el pueblo de Jerusalén y las áreas aledañas no tuvieron otra opción que ver la sinceridad y la devoción mutua de esos primeros creyentes y también para con toda su comunidad. Los primeros cristianos ganaron el favor del pueblo.
Esta era la obra del Espíritu de Dios en aquellos días y llevarla a cabo era un deleite para Él. A veces llegamos a creer que el Espíritu Santo está renuente a entregar sus bendiciones. Esto no es lo que vemos aquí en Hechos 2. Oswald Smith, en su libro “Enduement of Power” [La investidura del poder]” declara lo siguiente acerca de la disposición de Espíritu Santo para bendecir:
A menudo imagino al Espíritu Santo como un caudaloso río, pero que está represado o contenido por obstáculos de una u otra índole. Imagina un hombre parado frente al dique suplicándole al río, en oración, que fluya. ¡Qué absurdo! “¿Por qué?”- contestaría el río- “Eso es justo lo que quiero hacer. No te desgastes en esas repeticiones vanas. Fluir es algo natural en mí. Yo estoy más ansioso por fluir, que tú por que yo fluya”.
Oh, sí, ese es el secreto. Hay un dique en tu vida, un dique de pecado. Hay obstáculos en el camino, obstáculos de inflexibilidad. Se trata del pecado. ¿¡Me escuchas!?– ¡Pecado! Despeja el cauce del río y el agua fluirá perfectamente. Ni siquiera tendrás que pedir al Espíritu Santo que te llene. De hecho, no podrás dejarlo fuera. Él vendrá y te llenará de su propia voluntad. ¡Oh, cuán deseoso está de entrar! ¡Cuán ansioso está por tener el control! ¿Por qué no darle una oportunidad? (Smith, Oswald, Enduement of Power: Basingstoke, Marshall Morgan & Scott, 1983, pg.43.)
¿Creemos realmente que el Espíritu de Dios duda en llenarnos? ¿Creeremos que Él necesita que le supliquemos para que refresque y renueve nuestra tierra maldita por el pecado? ¿Acaso no es Su deseo que caigamos rendidos ante el Señor Jesús y andemos en obediencia y fidelidad a Su propósito? ¿No es Él realmente como un gran río que espera inundar nuestras tierras y naciones para la Gloria de Dios Padre? Esto es lo que sucede en Hechos 2.
Al igual que Oswald Smith, me inclino a creer que el Espíritu de Dios está más dispuesto a bendecir que nosotros a recibir esa bendición. El obstáculo para recibir la bendición soy yo mismo y son las barreras de pecado que he puesto en mi vida. La ilustración de Oswald Smith muestra a un hombre sentado sobre un dique de pecado, suplicando al Espíritu de Dios que fluya. No hay duda de que Espíritu Santo puede derribar ese dique. El mayor obstáculo no es el dique, sino el hecho de que el hombre no está dispuesto a permitir que el Espíritu de Dios lo derribe.
Lo que vemos en Hechos 2 es la obra poderosa del Espíritu de Dios en la ciudad de Jerusalén. Al observar mi vida y mi comunidad, veo la necesidad de que el Espíritu de Dios se derrame de la misma manera. Me motiva ver lo que Dios hace en el libro de Hechos. Sin embargo, me siento desafiado a preguntarme qué es lo que impide que obre en mi vida. ¿Qué debo rendir a Él? ¿Qué pecados debo dejar y confesar?
¿No se deleita Dios en transformar nuestras vidas y comunidades a la imagen de Cristo? ¿Qué es lo que impide que esto suceda? La respuesta se encuentra en 2 Crónicas 7:14:
14 si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.
En este versículo el Señor deja bien claro que si el pueblo de Dios quisiera este maravilloso derramamiento del Espíritu de Dios sobre su tierra, necesita humillarse y orar. Esta humillación tiene que ver con reconocer la culpabilidad, y la oración es una oración de humildad ante Dios, al confesar el pecado y admitir el fracaso. El pueblo de Dios también debía buscar Su rostro y convertirse de sus malos caminos; es decir, debían renunciar a su pecado y rendirse al Señor.
Hechos 2 nos da una idea de lo que el Espíritu de Dios quería hacer y estoy seguro que este sigue siendo Su deseo en la actualidad. Sin embargo, el negarnos a entregarle nuestro pecado es el gran obstáculo para esta obra maravillosa. En lugar de planificar e intentar organizar un movimiento del Espíritu de Dios, sería bueno si pasáramos tiempo limpiando el cauce del río y eliminando los diques. Esto comienza con nosotros en lo personal. A medida que avancemos en este estudio, pídale al Espíritu de Dios que le muestre qué es lo que obstaculiza que Él obre más en su vida.
Para reflexionar:
¿Qué estaba haciendo el Espíritu Santo en la iglesia primitiva? ¿Qué evidencia tenían de Su presencia?
¿Fue este movimiento de Dios algo que la iglesia primitiva había planeado y organizado? Explique.
¿Qué obstaculiza la obra del Espíritu en nuestros días? ¿Habremos tratado de organizar un movimiento del Espíritu de Dios sin tratar con nuestro pecado?
¿Será que Dios no quiere derramar sus bendiciones sobre nosotros? ¿Por qué no vemos más bendición y poder hoy en día?
Para orar:
Agradezcamos al Espíritu de Dios por su deseo de moverse en medio nuestro y transformarnos a la imagen de Cristo.
Pidamos al Señor que nos revele cualquier cosa que no hayamos rendido voluntariamente a Él.
Pidamos a Dios que se mueva en nosotros de una manera más profunda. Tomemos un momento para ofrecernos nuevamente a Él como instrumento suyo, sin importar el precio.
3 – La Devoción de los Creyentes
42 Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones (Hechos 2:42).
Hemos visto en Hechos 2 que al Espíritu de Dios le plació moverse entre los primeros creyentes. Aunque el gran despertar que ocurrió en aquel tiempo fue puramente obra del Espíritu Santo, el pueblo de Dios también hizo su parte. El Espíritu Santo quiere obrar en corazones y vidas que estén dispuestos a recibir lo que Él está haciendo. Hechos 2:42 nos dice que los primeros creyentes estaban consagrados a cuatro principios. Estos principios los examinaremos con más detalle en los capítulos siguientes. Por ahora es importante que los mencionemos pues se relacionan con la obra que el Espíritu de Dios estaba haciendo en aquellos días. Durante esos días de avivamiento, los creyentes de Jerusalén perseveraban en los siguientes principios:
1. La doctrina de los Apóstoles.
2. Comunión
3. El partimiento del pan.
4. La oración.
Observe la palabra que se utiliza aquí en el versículo 42. La versión Reina Valera del 60 usa la palabra “perseveraban”. La palabra significa literalmente adherirse, dedicarse o persistir en algo. Esto es lo que estaba sucediendo en la iglesia primitiva. A medida que el Espíritu de Dios se movía entre ellos, el pueblo de Dios se mantuvo plenamente firme en la instrucción de la Palabra de Dios, la comunión y en recordar a Cristo en el partimiento del pan y las oraciones.
Tenemos que entender que Satanás no estaba contento con lo que estaba sucediendo en aquellos días. Puede estar seguro de que se estaba librando una batalla espiritual en Jerusalén en aquel momento. En la historia de los avivamientos, ha habido momentos en que la iglesia se ha distraído y extraviado. A veces las experiencias y los milagros tienen prioridad por encima de la clara enseñanza de la Palabra de Dios. A veces el enemigo pone a un creyente en contra de otro y causa división en el cuerpo de Cristo. El enemigo puede atacar de muchas maneras durante tiempos de gran despertar. ¿Qué protegía a la iglesia en aquellos días? Fue su perseverancia en los cuatro principios mencionados en el versículo 42.
Al perseverar en la doctrina de los apóstoles, la comunión, el partimiento del pan y la oración, aquellos hombres y mujeres se fortalecían en su fe y se conducían de la manera en que Dios quería que lo hicieran. Estos cuatro principios los mantenían en sintonía con Dios y les impedían que se apartaran de Su propósito.
La Escritura enseña que es muy posible que aflijamos al Espíritu Santo. Veamos lo que Pablo escribió en Efesios 4: 29-30:
29 Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. 30 Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención.
Parece, al leer esto, que podemos entristecer a Dios y la obra de Su Espíritu en nuestras vidas al rendirnos a nuestra carne. Contristar al Espíritu de Dios es resistir la obra que El quiere hacer en nuestras vidas. Hay innumerables maneras en que podemos resistirnos a lo que Dios está haciendo.
Hay un pasaje muy desafiante en 2 Reyes 17: 16-20. El pasaje habla de las naciones de Israel y Judá y su rebelión contra Dios:
16 Dejaron todos los mandamientos de Jehová su Dios, y se hicieron imágenes fundidas de dos becerros, y también imágenes de Asera, y adoraron a todo el ejército de los cielos, y sirvieron a Baal; 17 e hicieron pasar a sus hijos y a sus hijas por fuego; y se dieron a adivinaciones y agüeros, y se entregaron a hacer lo malo ante los ojos de Jehová, provocándole a ira. 18 Jehová, por tanto, se airó en gran manera contra Israel, y los quitó de delante de su rostro; y no quedó sino sólo la tribu de Judá. 19 Mas ni aun Judá guardó los mandamientos de Jehová su Dios, sino que anduvieron en los estatutos de Israel, los cuales habían ellos hecho. 20 Y desechó Jehová a toda la descendencia de Israel, y los afligió, y los entregó en manos de saqueadores, hasta echarlos de su presencia.
Hay varios detalles que necesitamos analizar en estos versículos de 2do de Reyes. Veamos que a pesar de que Israel y Judá eran pueblo escogido de Dios, le dieron la espalda para ir en pos de otros dioses. Dios no los detuvo. Este pueblo de Dios se inclinó ante los ídolos y adoró las estrellas. Sacrificaron a sus hijos en altares establecidos en tierras de otros dioses. Eran culpables de practicar la brujería y otras artes demoníacas. El resultado fue devastador, Dios quitó Su presencia de ellos (versículo 18), los rechazó (versículo 19), los afligió y los entregó a sus enemigos (versículo 20), y finalmente, los expulsó de Su presencia (versículo 20).
Aquí hay una advertencia muy fuerte para nosotros. El Espíritu de Dios se deleita en moverse a nuestro alrededor. El hecho de que no estemos dispuestos a rendirnos a lo que Él está haciendo lo aflige. En 2do de Reyes 17, el Espíritu de Dios estaba tan contrito que se apartó de Su pueblo, le dio la espalda y los expulsó de Su presencia.
A medida que el Espíritu de Dios se movía en aquellos días, la iglesia se rendía a lo que éste estaba haciendo, perseverando en la enseñanza de la Palabra, la comunión, el partimiento del pan y la oración. Mediante estos cuatro principios, la iglesia fue capaz de apoyarse mutuamente, permanecer en la verdad y conocer la perfecta dirección y bendición de Dios.
Qué fácil habría sido para el enemigo distraer la iglesia primitiva. Eran hombres y mujeres inexpertos y sencillos. Muchos habían conocido la fe en Cristo recientemente y el entendimiento de Su voluntad y propósito era limitado. Sin embargo, al entregarse a Dios y dedicarse a estos principios espirituales fundamentales fueron fortalecidos y preparados para la maravillosa obra que el Espíritu de Dios estaba haciendo en aquellos días.
Durante los próximos capítulos estudiaremos estos cuatro principios más detalladamente. Al hacerlo, veremos que los mismos son vitales si queremos experimentar el Espíritu de Dios moviéndose con poder en nuestros días.
Para reflexionar:
¿Cuáles fueron los cuatro principios espirituales fundamentales a los que se dedicó la iglesia de Jerusalén en Hechos 2?
¿Podemos oponer resistencia al Espíritu de Dios? ¿Cuál es el resultado cuando lo hacemos?
¿Cómo pueden los cuatro principios mencionados en este pasaje mantenernos en sintonía con Dios y lo que Él quiere hacer en nuestras vidas?
Mire detenidamente los cuatro principios mencionados en Hechos 2:42. ¿Persevera usted en ellos?
Para orar:
¿Qué ha estado haciendo el Señor en su vida? Pídale que le dé la gracia para entregarse a la obra de Su Espíritu Santo mientras trata de transformarle a la imagen de Cristo.
Pídale a Dios que le ayude a perseverar más en Su palabra, al compañerismo con otros creyentes, a recordar a Cristo y a la oración.
Tome un momento para agradecer al Espíritu de Dios por Su deseo de obrar en usted.
4 – La Doctrina de los Apóstoles
Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles (Hechos 2:42)
En los dos capítulos previos, examinamos el deseo del Espíritu Santo para la iglesia y la perseverancia de la iglesia en algunas disciplinas espirituales fundamentales. En esta sección, debemos dedicar tiempo para considerar cada una de ellas. La primera disciplina en la que la iglesia primitiva perseveraba era la doctrina de los apóstoles.
El primer detalle que debemos considerar es la palabra “perseverar”. Ésta, en el idioma original, se refiere a una adherencia estricta a algo. También puede referirse a constancia o a un cuidado incesante. Tomemos un momento para considerar esto de forma más detallada.
La iglesia primitiva perseveraba en la doctrina de los apóstoles, esto significa que estaba comprometida con la verdad de esa enseñanza y vivía en absoluta obediencia.
En primer lugar, la iglesia primitiva creía que lo que los apóstoles enseñaban era verdad. Estos creyentes entendían que aquéllos habían recibido esta enseñanza directamente del Señor Jesús. También comprendían que el Espíritu Santo había sido derramado sobre estos hombres para instruirlos en la verdad que Jesús había revelado (véase Juan 14: 25-26). La doctrina de los apóstoles no era de origen humano, fue dada por Jesús y afirmada por el Espíritu Santo y fue voluntad y propósito de Dios para la iglesia. La iglesia primitiva creía esto con todo su corazón.
En segundo lugar, la iglesia primitiva perseveró, se comprometió, en esa enseñanza al tomar una decisión consciente de caminar en absoluta obediencia a lo que los apóstoles enseñaron. Un marido no está comprometido con su esposa si no es fiel a ella. Es muy posible creer que la Escritura es verdadera y no vivir fielmente según su enseñanza. Perseverar en la doctrina de los apóstoles implicaba un compromiso por parte de la iglesia primitiva de vivir en obediencia a la verdad que ellos enseñaban.
Hay una tercera dimensión en esta devoción o consagración de la iglesia primitiva. Pensemos por un momento en la devoción de un pastor hacia sus ovejas, la cual se percibe en la forma en que cuida de ellas. Él no dejará que les pase nada y las defenderá con su vida. Pues resulta que en ese tiempo había personas que se oponían a la enseñanza de los apóstoles. Por ejemplo, había un grupo que creía que un hombre debía circuncidarse para ser un verdadero cristiano. Desde el principio, Satanás trató de diluir, o torcer, la verdad de la Palabra de Dios para decir lo que él quería que dijera. Los que se mantienen firmes en la doctrina de los apóstoles se comprometen a proteger la verdad de la mala interpretación y el error.
Si bien esto puede parecer una enseñanza muy básica, debemos una vez más destacar su importancia en nuestros días. Nuestro enemigo, Satanás, trata activamente de desviar nuestra atención de la enseñanza de la Palabra de Dios. Sabe que si puede hacernos dudar de las Escrituras, cualquier cosa es posible. Muchas iglesias en nuestros días se han debilitado porque no han podido mantenerse firmes, como la iglesia primitiva, en la doctrina de los apóstoles. Me atrevería a decir que, debido a que estas iglesias no han sido perseverantes en esta disciplina, han contristado al Espíritu Santo hasta el punto en que Él las ha privado de Su presencia.
Dios tiene un propósito para Su iglesia. Ese propósito nunca ha cambiado. Si queremos ver la plenitud de Su bendición, es necesario que tengamos la misma dedicación de la iglesia primitiva a Su Palabra. Debemos creer que la Escritura fue dada por Dios para todos los tiempos y todas las culturas. Debemos comprometernos a caminar en absoluta obediencia a ella incluso cuando no la entendamos. También debemos hacer que nuestra prioridad sea preservar esa verdad y defenderla de aquellos que quieran desacreditarla o negar su idoneidad para nuestros tiempos.
En las Escrituras hay verdades que no entiendo. No es que no comprenda lo que están diciendo, sino más bien que no entiendo por qué Dios quiere que las cosas se hagan de cierta manera. Aunque, desde mi perspectiva limitada, esas cosas no siempre tienen sentido, he decidido comprometerme con ellas porque es lo que Dios manda. Él sabe lo que está haciendo y me entrego a Su sabiduría. No reinterpretaré esos versículos para adaptarlos a mi entendimiento.
Hay un segundo punto que debemos resaltar acerca de la devoción de la iglesia primitiva. Observemos que perseveraban en la enseñanza de los “apóstoles”. Fue esta enseñanza particular la que distinguió al cristiano del judío de aquellos días. Los apóstoles tenían una enseñanza muy especial. Enseñaban que el Señor Jesús era el Hijo de Dios, que vino a salvar a Su pueblo de su pecado. Enseñaban que la salvación no se obtenía guardando la Ley de Moisés sino a través de la obra completa del Señor Jesús como sacrificio perfecto por el pecado.
Esta enseñanza era radical para aquel tiempo. Esto despertó el odio de los judíos hacia los cristianos. Los que se adherían a la enseñanza de los apóstoles eran vistos como radicales que iban en contra de la interpretación común de aquellos días. Los líderes judíos desafiaban las enseñanzas de los apóstoles. Los creyentes eran perseguidos y algunos incluso perdían sus vidas por su fidelidad a lo que los apóstoles enseñaban sobre de Jesús. La tentación de rendirse y volver a las viejas costumbres y doctrinas era muy real. El libro de Gálatas fue escrito debido a la tentación de los creyentes a apartarse de la doctrina de los apóstoles. Observe las fuertes palabras de Pablo en Gálatas 1:
6 Me asombra que tan pronto estén dejando ustedes a quien los llamó por la gracia de Cristo, para pasarse a otro evangelio. 7 No es que haya otro evangelio, sino que ciertos individuos están sembrando confusión entre ustedes y quieren tergiversar el evangelio de Cristo. 8 Pero aun si alguno de nosotros o un ángel del cielo les predicara un evangelio distinto del que les hemos predicado, ¡que caiga bajo maldición! 9 Como ya lo hemos dicho, ahora lo repito: si alguien les anda predicando un evangelio distinto del que recibieron, ¡que caiga bajo maldición! (NVI)
Esta tentación de “pasarse a un evangelio diferente” es muy real también en nuestros días. Podemos ser culpables de diluir la verdad para hacerla más aceptable al incrédulo o para justificar nuestros caminos. Podemos ser culpables de ignorar la clara enseñanza de la Palabra de Dios y hacer lo que creemos que es mejor. Esto sólo demuestra que no estamos verdaderamente firmes en la enseñanza de los apóstoles.
A pesar de estos desafíos, la iglesia primitiva se consagraba continuamente a lo que los apóstoles enseñaban, pues creía que éstos hablaban de parte de Dios. Por esa razón, aquellos creyentes se comprometieron a seguir y a obedecer esa enseñanza a cualquier precio; vivirían o morirían confiando en ella y caminarían en absoluta obediencia a esa verdad porque era la verdad de Dios y el propósito de Dios. Fue esta atmósfera en la que el Espíritu Santo se complació en moverse.
No podemos separar nuestra obediencia y devoción a la enseñanza de la Escritura de la obra del Espíritu de Dios. La desobediencia a Dios y su Palabra entristece al Espíritu Santo. La bendición de Dios cae sobre los que andan en obediencia. Lea lo que el Señor dice a su pueblo en Deuteronomio 11: 26-28:
26 He aquí yo pongo hoy delante de vosotros la bendición y la maldición: 27 la bendición, si oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, que yo os prescribo hoy, 28 y la maldición, si no oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, y os apartareis del camino que yo os ordeno hoy, para ir en pos de dioses ajenos que no habéis conocido.
La perseverancia de los primeros creyentes a las enseñanzas de los apóstoles abrió la puerta a la bendición de Dios en sus vidas. Cuando estos creyentes perseveraron en la verdad que escucharon de los apóstoles sucedieron cosas poderosas. Su compromiso de obedecer y proteger esa verdad desató la bendición de Dios desde el cielo.
He conocido muchísimos creyentes que desean la bendición de Dios pero no están dispuestos a guiarse por Sus enseñanzas. He visto muchas iglesias clamar por la bendición de Dios, pero no estar dispuestas a dedicar el tiempo para examinar sus vidas de acuerdo a las enseñanzas de las Escrituras. No han estado dispuestas a enfrentar los pecados y los compromisos que contraían. ¿Podemos realmente esperar que el Espíritu de Dios se mueva cuando no perseveramos en Su Palabra y propósitos para nuestras vidas? Un compromiso intransigente al Evangelio de Cristo es el primer ingrediente necesario para conocer la plenitud del Espíritu de Dios en medio de nosotros.
¿Está usted firme en las enseñanzas de los apóstoles? ¿Se caracteriza su comunión por la perseverancia en las enseñanzas de las Escrituras? ¿Anhela fervientemente aprender lo que Dios quiere y caminar en obediencia a Él? Sólo entonces, podrá usted realmente conocer la plenitud de Sus bendiciones en su vida.
Para reflexionar:
¿Qué significa perseverar en algo?
¿Cuáles son las tres características de alguien que persevera en las enseñanzas de los apóstoles?
¿Cuáles son algunas maneras en que podemos poner en peligro nuestra perseverancia a las Escrituras?
¿Cómo ha intentado el enemigo distraernos de las enseñanzas de las Escrituras?
¿Cuál era la enseñanza de los apóstoles? ¿Cómo difería esto de la interpretación de los judíos acerca de Dios y el Mesías?
¿Cuál es la conexión entre la obra del Espíritu Santo y nuestra obediencia a la Palabra de Dios? ¿Podemos esperar la plenitud de la bendición de Dios si no estamos dedicados a Su Palabra?
Para orar:
Pídale al Señor que le ayude a perseverar más en Su Palabra.
Tome un momento para agradecer al Señor por las enseñanzas de los apóstoles acerca del Señor Jesús y lo que Él vino a hacer.
Pídale al Señor que lo libre de la tentación de apartarse de su compromiso con la Palabra de Dios.
5 – La Comunión
42 Y perseveraban en.… la comunión…
En el capítulo anterior estudiamos la perseverancia de la iglesia primitiva en la doctrina de los apóstoles. El segundo principio al que la iglesia primitiva estaba dedicada era el de la comunión.
En nuestros días, el concepto de comunión ha sido significativamente menospreciado. Decimos que tenemos comunión cuando nos reunimos para adorar o para hablar de asuntos espirituales. Si bien este es, sin duda, un aspecto importante de la comunión, es sólo una pequeña parte de su significado general.
La palabra usada para comunión es el término griego “koinonia”, y habla de compañerismo, comunidad y compartir. La misma se usa en Romanos 15:26 para referirse a una ofrenda que se recogió para los pobres en Jerusalén:
25Mas ahora voy a Jerusalén para ministrar a los santos. 26Porque Macedonia y Acaya tuvieron a bien hacer una ofrenda (koinonia) para los pobres que hay entre los santos que están en Jerusalén. 27 Pues les pareció bueno, y son deudores a ellos; porque si los gentiles han sido hechos participantes de sus bienes espirituales, deben también ellos ministrarles de los materiales.
En este sentido la palabra habla de una contribución financiera destinada a aliviar el sufrimiento de los hermanos en Jerusalén. A partir de esto entendemos que la comunión se relaciona con lo práctico que hacemos para asistirnos mutuamente en tiempos de necesidad. En el contexto de Hechos 2, vemos cómo se desarrolló este tipo de comunión en la vida de los creyentes. Literalmente vendían todo lo que tenían y lo daban a los apóstoles para su distribución entre los pobres. Esa comunión tenía un costo físico.
En la carta a los filipenses (1:3-5), Pablo les agradece por su comunión con el evangelio. Una vez más, la palabra griega utilizada aquí es “koinonia”.
3 Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de vosotros, 4 siempre en todas mis oraciones rogando con gozo por todos vosotros, 5 por vuestra comunión (koinonia) en el evangelio, desde el primer día hasta ahora.
Pablo les agradece a los filipenses por su comunión con el evangelio. ¿Cuál era la naturaleza de aquella comunión? Aunque está claro que la misma incluía oración y preocupación, en Filipenses 4: 14-16, Pablo daba gracias específicamente a los filipenses por sus donativos monetarios que le permitieron continuar su ministerio.
14 Sin embargo, bien hicisteis en participar conmigo en mi tribulación. 15 Y sabéis también vosotros, oh filipenses, que al principio de la predicación del evangelio, cuando partí de Macedonia, ninguna iglesia participó conmigo en razón de dar y recibir, sino vosotros solos; 16 pues aun a Tesalónica me enviasteis una y otra vez para mis necesidades.
La comunión que los creyentes tenían con Pablo era muy práctica, pues compartían de sus finanzas para que él pudiera cumplir con lo que Dios le había llamado a hacer. Ellos entraron en una alianza con Pablo para la extensión del evangelio, y la manera de hacerlo fue contribuyendo para sus gastos.
Pablo utiliza una vez más la palabra “koinonia” en 1 Corintios 10:16. En el contexto de este capítulo, el apóstol trata el problema de la idolatría, y les recuerda a los creyentes de Corinto lo que la Cena del Señor representa para ellos como seguidores de Cristo.
16 La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión (koinonia) de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión (koinonia) del cuerpo de Cristo?
En este versículo la palabra “koinonia” se traduce con el término ‘comunión’. Lo que Pablo le está diciendo a los corintios es que en la Cena del Señor ellos se hicieron partícipes del cuerpo y la sangre del Señor Jesús. En esto recordaron el costo de la verdadera comunión. Para el Señor Jesús, la comunión significaba dar Su vida como una ofrenda para su perdón. De forma implícita, Pablo estaba recordando a los creyentes de Corinto que ellos también tenían una obligación de compañerismo con su Señor, y debían estar dispuestos a dar sus vidas, tal como Él hizo por ellos.
La comunión en la que perseveraba la iglesia primitiva era costosa, sin embargo, lo hacían con alegría de corazón. Hay una conexión muy fuerte en la Escritura entre nuestra relación con los demás seres humanos y Dios. De hecho, la conexión es tan fuerte que una ruptura en la relación con un hermano o hermana entorpecería nuestra relación con Dios.
En Santiago 2: 14-17, el apóstol Santiago deja muy claro que la verdadera fe no es sólo palabras y pensamientos, sino acción.
14 Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? 15 Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, 16 y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? 17 Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.
La fe que el Señor busca es aquella que pone las manos y los pies a la acción y se ocupa de las necesidades prácticas del cuerpo de Cristo. El Señor habla de manera poderosa acerca de esto en Isaías 58: 5-11. Dirigiéndose a los religiosos de su tiempo, que hacían grandes alardes de su religión, el Señor dijo:
5 ¿Es tal el ayuno que yo escogí, que de día aflija el hombre su alma, que incline su cabeza como junco, y haga cama de cilicio y de ceniza? ¿Llamaréis esto ayuno, y día agradable a Jehová? 6¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? 7 ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano? 8 Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto; e irá tu justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia. 9 Entonces invocarás, y te oirá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí. Si quitares de en medio de ti el yugo, el dedo amenazador, y el hablar vanidad; 10 y si dieres tu pan al hambriento, y saciares al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía. 11Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan.
Observe lo que Dios exigía de su pueblo. Debían desatar el yugo de la opresión, compartir comida con el hambriento, dar refugio al pobre errante y vestir al desnudo. El resultado sería que la luz de Dios iba a refulgir sobre ellos. Él respondería sus oraciones, los guiaría y los fortalecería en todo lo que hicieran.
Jesús habla muy claramente acerca de esto en Mateo 25:40 donde dice:
40 Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.
Lo que hacemos por un hermano o hermana en Cristo lo hacemos también por su Creador. Lo contrario también es cierto. Cuando ignoramos la necesidad de nuestro hermano, ignoramos a Cristo. Cuando calumniamos a un hermano o hermana, hablamos en contra de su Creador. Cuando nos negamos a asistir con lo que tenemos a los necesitados, sufrimos las consecuencias en nuestras propias vidas. Vea lo que el escritor de Proverbios dice acerca de esto en el capítulo 21:
13 El que cierra su oído al clamor del pobre, también él clamará, y no será oído.
Este asunto es tan importante para Dios que le recuerda a los que traen una ofrenda ante Él que si su hermano o hermana tienen algo contra ellos deben dejar su ofrenda en el altar y reconciliarse con ellos antes de ofrecérselo a Él (ver Mateo 5: 23-24). Les recuerda a los esposos que si no tratan a sus esposas con respeto y dignidad, eso sería un impedimento para sus oraciones (1 Pedro 3: 7). La Escritura es muy clara en relación a este asunto. Hay una fuerte conexión entre Dios y Sus hijos. Cuando ministramos a uno, lo hacemos también al otro. Cuando ignoramos a los hijos de Dios, lo ignoramos y lo lastimamos a Él.
El Salmo 133 es breve pero habla muy claramente acerca de esta conexión entre Dios y Su bendición y la unidad de los creyentes.
1 ¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es
que habiten los hermanos juntos en armonía!
2 Es como el buen óleo sobre la cabeza,
el cual desciende sobre la barba,
la barba de Aarón,
y baja hasta el borde de sus vestiduras;
3 Como el rocío de Hermón,
que desciende sobre los montes de Sion;
porque allí envía Jehová bendición,
y vida eterna.
Veamos en este breve salmo la conexión entre la unidad de los creyentes y la maravillosa bendición de Dios para con Su pueblo. Es como si el Señor hiciera fluir Su bendición a medida que el pueblo de Dios habitara en unidad.
Esto es lo que estaba sucediendo en la iglesia primitiva. Los creyentes perseveraban en la comunión. Es decir, se ocupaban en atender las necesidades del cuerpo de Cristo, y tocaban el corazón de Dios al hacerlo. Dios derramó Su bendición y Su poder sobre ellos porque estaban caminando dentro de Sus propósitos.
¡Qué fácil es que nos volvamos egoístas en nuestro andar cristiano! Nuestra fe se convierte sólo en lo que creemos y lo que podemos obtener de Dios. El arte del sacrificio es un arte moribundo en nuestros días. Dios nos llama a nosotros los creyentes a preocuparnos por los que nos rodean. Nos llama a ser Sus manos y pies en este mundo. Es en Su nombre que atendemos a los necesitados que están a nuestro alrededor y lo hacemos sin reparos. ¿Quieres ver al Señor moviéndose con poder una vez más en nuestros días? ¿Quieres ver su Espíritu moverse en medio de ti? Entonces debemos aprender el segundo principio que es el principio de la verdadera comunión bíblica. Esta comunión es la que está dispuesta a sacrificarse por los demás tal como el Señor Jesús hizo por nosotros. Mientras yo solo esté enfocado en mí mismo, nunca veré la plenitud de la obra del Espíritu de Dios en mi vida. El Espíritu de Dios se complacía en derramarse sobre aquellos que estaban dispuestos a compartir, sacrificar y servir a sus hermanos.
Para reflexionar:
¿Qué aprendemos en este capítulo acerca de la comunión? ¿Cómo se compara la definición bíblica de comunión con nuestra práctica en la iglesia de hoy?
¿Cuáles son las necesidades particulares del cuerpo de Cristo en su región? ¿Cómo puede llegar a los que sufren?
¿Cuál es la conexión entre Dios y Sus hijos? ¿Cómo el hecho de ocuparse de las necesidades del cuerpo de Cristo puede conmover a Cristo mismo?
¿Podemos ignorar las necesidades del pueblo de Dios y aun así esperar verlo obrar en medio nuestro?
Para orar:
Pida al Señor que nos enseñe más acerca del significado de la verdadera comunión. Pídale que le dé gracia para atender más eficazmente a las necesidades de aquellos que Él pone ante usted.
Pídale perdón por las veces en que usted no se ocupó de los que Dios trajo a su vida, y por la tristeza que esto le causó.
Agradezca al Señor por estar tan interesado y conectado con usted que aquellos que atienden a su necesidad también le están sirviendo a Él.
Agradezca al Señor que Su Espíritu se complace en trabajar en aquellos que anhelan entregarse a otros en sacrificio de servicio a sus necesidades.
6 – El Partimiento del Pan
42 Y perseveraban en.… el partimiento del pan…
Hasta ahora en este estudio hemos examinado la dedicación de la iglesia primitiva a las enseñanzas de los apóstoles y a la comunión. El principio siguiente tiene que ver con el partimiento del pan.
De forma general se entiende que “partir el pan” se refiere más que nada a la práctica de la Cena del Señor. Dicho esto, debemos entender que ésta no se practicaba de la manera exacta en que lo hacemos hoy. Es muy probable que en aquel tiempo los creyentes también compartiesen una comida juntos y disfrutasen de un momento más informal de mutua compañía. Sobre este tema hay varios versículos de la Escritura que debemos examinar.
Jesús instituyó la práctica de la Cena del Señor en Mateo 26. En aquel momento, Él y sus discípulos se encontraban comiendo juntos. Mientras comían, el Señor tomó el pan y la copa y les explicó lo que simbolizaba la Cena del Señor. Juntos comieron el pan y bebieron de la copa en anticipación a lo que iba a ocurrir. Su tiempo juntos terminó con un himno (Mateo 26:30). De esto entendemos que la primera celebración de la Cena del Señor, que fue dirigida por Jesús mismo, incluyó una comida común, un tiempo de reflexión a través del pan y el vino, y un himno entonado como acto de adoración.
En 1 Corintios 11 el apóstol Pablo habló acerca de su práctica de la Cena del Señor. Podemos alcanzar a ver la manera en que hacían esta práctica en los versículos 20-34. En este contexto de 1 Corintios 11: 20-34, el apóstol Pablo aborda algunas serias preocupaciones sobre la práctica incorrecta de la Cena del Señor: Vea lo que dijo a los corintios en los versículos 20-21:
20 Cuando, pues, os reunís vosotros, esto no es comer la cena del Señor. 21 Porque al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena; y uno tiene hambre, y otro se embriaga.
Fíjese que los creyentes se reunían para la Cena del Señor y “se adelantaban a tomar su cena sin esperar a nadie más”; como resultado algunos tenían hambre y otros estaban ebrios. Y por eso Pablo los reprende. Lo importante para nosotros, no obstante, es lo que ocurría durante la celebración de la Cena del Señor.
El hecho de que algunas personas tuvieran hambre indica que se ofrecía una comida en este momento. Que algunos se embriagaran implicaba que había mucho para beber. Había gente que llegaba temprano a aquella comida y se engullía todo lo que podía antes de que otros llegaran. Esto significaba que los últimos en llegar tenían poco para comer. Pablo dijo a los Corintios que la codicia no debía formar parte de su celebración de la Cena del Señor. ¿Cómo podían compartir una comida juntos y participar en la Cena del Señor cuando algunos de ellos estaban ebrios de vino y otros tenían que pasar hambre porque los demás no consideraron sus necesidades? Esto iba en contra de todo lo que Jesús había enseñado. Era una blasfemia celebrar la Cena del Señor de aquella manera. En este pasaje Pablo advirtió a los corintios de que habría consecuencias graves para los que participaran en la Cena del Señor de manera tan indigna:
27 De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. 28 Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. 29 Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí. 30 Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen. (1 Corintios 11:27-30)
Aunque en esta sección Pablo aborda en particular la celebración indigna de la Cena del Señor, el pasaje nos permite ver que esta práctica en Corinto suponía una comida común y hacer memoria, a través de los símbolos del pan y la copa de vino, de lo que el Señor había hecho.
La iglesia primitiva perseveraba en el partimiento del pan. Es decir, se reunían regularmente, compartían una comida y recordaban lo que el Señor había hecho por ellos en un espíritu de adoración y acción de gracias. Me parece que esta celebración del partimiento del pan era un festejo lleno de júbilo, pues comían juntos y compartían en la abundancia de su Señor, al recordar que la salvación que tenían era por medio de Su muerte en la cruz.
Es fácil que nos ocupemos tanto con nuestros asuntos de la vida cotidiana que nos olvidemos del Señor Dios y de lo que Él hizo. La Ley de Moisés establecía que un día de cada siete debía apartarse como día de descanso. Esto no fue sólo para el descanso físico, sino también para romper el ciclo de trabajo y dar a la gente tiempo para recordar a Dios. Además de esto, la ley del Sábado establecía que cada siete años el pueblo de Dios dejaría descansar su tierra (Levítico 25: 3-5), y durante ese año no se trabajaba en ella. En la misma Ley de Moisés había una disposición para que el pueblo experimentara la provisión de Dios. Durante ese año ellos debían depender de Él como su Proveedor y Pastor.
En todo el Antiguo Testamento, el Señor mandó a Su pueblo que respetara muchas de esas celebraciones y fiestas. La Pascua era un tiempo de festejo y alegre celebración en la que Israel recordaba cómo el Dios había salvado a Su pueblo del ángel que pasó sobre la tierra de Egipto. La Fiesta de los Tabernáculos era un tiempo para mirar atrás y recordar cómo el Señor los había conducido por el desierto. También, al principio y al final de las cosechas había otras celebraciones. Dios ordenó a Su pueblo dar diezmos de todo lo que tenían como recordatorio de Su provisión y bendición en sus vidas. Estas celebraciones y mandamientos estaban diseñados para que el pueblo de Dios recordara Su bondad y su obligación para con Él como un Dios de gracia y misericordia.
¿Alguna vez ha estado tan ocupado que no tiene tiempo para Dios? En medio de nuestras ocupaciones no podemos recordar lo que Dios ha hecho por nosotros, no tenemos tiempo para deleitarnos en Él y lo que ha hecho en nuestras vidas, y a veces vivimos como si todo dependiera de nosotros. Es entonces cuando Dios se hace distante y nuestra experiencia con Él muy limitada.
El partimiento del pan en la iglesia primitiva parecía ser parte de una gran celebración. Los creyentes disfrutaban la bondad del Señor y Su bendición al comer juntos. Como parte de esa comida, tomaban tiempo para recordar al Señor Jesús, cuya muerte y resurrección les había traído perdón y vida eterna. En ese momento, todo lo demás se detenía. Las mentes y los corazones se enfocaban en el Señor Dios, Su bondad, misericordia y compasión. Todos alababan a Dios por enviar a Su Hijo para que ellos pudieran ser perdonados. Con el partimiento del pan en unión, la iglesia primitiva dedicaba tiempo para recordar a su Salvador, teniéndole presente de forma regular, dándole gracias, exaltándole y recordando el gran sacrificio que Él hizo por ellos.
El partimiento del pan les daba tiempo para poner a un lado las preocupaciones de la vida y reflexionar sobre el amor de Dios hacia ellos. El que había muerto era también quien proveería. El que dejó las glorias del cielo de seguro se acercaría ellos en su necesidad. Este tiempo de reflexión era un tiempo para establecer sus prioridades en la vida. ¿Cómo vivirían ahora que el sacrificio del Señor estaría siempre delante de ellos? ¿Se entregarían a Él? ¿Darían sus vidas por Él?
La dedicación de la iglesia primitiva a la doctrina de los apóstoles y a la comunión requería de arduo trabajo y sacrificio. Sin embargo, este tercer principio les exigía que dejaran de trabajar para reflexionar y contemplar a Cristo. A menudo he sido culpable de estar tan inmerso en la enseñanza y el servicio que no he pasado el tiempo que necesito a los pies del Señor. Esto es lo que sucedió en la historia de María y Marta en Lucas 10. María se sentó a los pies del Señor y lo escuchó. Marta estaba tan ocupada sirviéndole que no tuvo tiempo de sentarse y escuchar. Cuando se frustró porque María no la ayudaba, Jesús dijo:
41 Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. 42 Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada (Lucas 10:41-42).
No digo que no debemos ocuparnos en servir al Señor. Es muy obvio que cada creyente debe hacerlo. Lo que quiero decir, no obstante, es que en nuestros afanes siempre debemos encontrar tiempo para ir y descansar a los pies de Jesús, para escucharle hablar, recordar Su obra y conocer Su fuerza. La iglesia primitiva estaba muy ocupada. Sacrificaban mucho por el reino de Dios. Sin embargo, en medio de toda aquella actividad se hicieron la disciplina del partimiento del pan. Dejaban su trabajo, se sentaban en la presencia de Cristo, celebraban Su bondad y recordaban la obra que Él hizo en su favor. Al hacerlo, hacían del Señor Jesús y Su obra su centro de atención y su prioridad.
Cuando pienso en esto, mi mente viaja hasta la iglesia de Laodicea, en Apocalipsis 3:20. Esta era una iglesia ocupada pero tenía un problema importante. Al escribir a esta iglesia, el Señor Jesús dice:
20 He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.
Por estar tan ocupada la iglesia no podía ver que el Señor Jesús no estaba en medio de ellos. Es muy fácil estar tan centrado en la verdad, la doctrina y el servicio que el Señor queda ignorado. ¿Puede ser que su vida cristiana es así? ¿Ha estado tan inmerso en la actividad del cristianismo que no ha visto que ignora al Señor Jesús?
El principio del partimiento del pan era clave para la iglesia primitiva. Cuando lo hacían, se detenían el tiempo suficiente para volver a conectarse con su Señor y recordarle. Jesús era su centro. Su obra era el tema de su celebración. El papel del Espíritu Santo era guiar a hombres y mujeres en dirección al Señor Jesús. Cómo deleita el corazón del Espíritu Santo cuando Su pueblo lo mira y lo recuerda. Con cuánto placer se mueve el Espíritu de Dios entre aquellos que hacen un alto para recordar a Cristo y depositar sus afectos en Él.
Si queremos ver el Espíritu de Dios moviéndose entre nosotros, necesitamos recordar el principio del partimiento del pan. Es decir, necesitamos mantener al Señor Jesús como nuestro centro y motivación en todo lo que hacemos. Debemos recordarlo a Él y lo que ha hecho por nosotros. Debemos aprender a deleitarnos en Él y en la comunión con Él. Debemos, a toda costa, evitar caer en la trampa de la iglesia de Laodicea -una fe que está tan ocupada en servir a Cristo que se olvida de Él.
Para reflexionar:
¿Cómo celebraba la iglesia primitiva la Cena del Señor?
¿En qué sentido la Cena del Señor se considera un tiempo para celebrar y recordar? ¿Cuán importante es que dediquemos tiempo para recordar a Cristo?
¿Es posible estar muy ocupado en el servicio cristiano y olvidar al Señor Jesús?
Tómese un momento para reflexionar sobre su vida cristiana. ¿Qué significa Jesús para usted? ¿Es Él su centro y deleite o está usted tan ocupado en el servicio que no tiene tiempo para Él?
¿Es posible que la razón por la que no hemos estado experimentando la plenitud de la bendición de Cristo es porque lo hemos ignorado en nombre del servicio y la doctrina?
Para orar:
Pídale al Señor que le ayude a mantenerlo a Él como su centro de atención en el ministerio y en su andar cristiano.
Pídale al Señor que le perdone por las veces en que el ministerio se ha vuelto más importante que Cristo. Pídale que le ayude a tenerlo como el centro de su vida y ministerio.
Tómese un momento para considerar la obra de Cristo a su favor. Dele gracias por lo que Él ha hecho por usted. Pídale que le ayude a conocerlo más para que su ministerio fluya de un corazón que ama cada vez más a Dios.
7 – La Oración
42 Y perseveraban en.… las oraciones.
El último aspecto que se enumera en Hechos 4:42 al que se encontraba consagrada la iglesia primitiva es la oración. Quiero aclarar en este punto que estas devociones de la iglesia no se enumeran en orden de importancia. Cada una de estas disciplinas era vital y ninguna más importante que la otra. Considere este asunto de la oración, por ejemplo. Las oraciones del pueblo de Dios podían ser obstaculizadas porque no estaban caminando en la verdad de la Escritura. Observe lo que el Señor habló por medio del profeta Jeremías:
23 No obstante, este pueblo tiene corazón falso y rebelde;
se apartaron y se fueron.
24 Y no dijeron en su corazón:
Temamos ahora a Jehová Dios nuestro,
que da lluvia temprana y tardía en su tiempo,
y nos guarda los tiempos establecidos de la siega.
25 Vuestras iniquidades han estorbado estas cosas,
y vuestros pecados apartaron de vosotros el bien. (Jeremías 5:23-25)
Lo que es importante que observemos aquí es que los pecados del pueblo de Dios los privaron del bien que el Señor quería hacer por ellos. No podían continuar en su pecado y esperar que Dios escuchara su clamor pidiendo bendición. Si la iglesia primitiva se negaba a dedicarse a la enseñanza de los apóstoles, difícilmente podía esperar que sus oraciones fueran contestadas.
Este mismo principio se aplica a la comunión de la iglesia primitiva. Si no estaban dispuestos a perseverar en la comunión, no podían esperar que el Señor respondiera a sus oraciones. Mateo 6:15 nos dice que si no perdonamos a nuestro hermano o hermana, tampoco Dios nos perdonará. El apóstol Pedro le dijo a los esposos que si no trataban a sus esposas con respeto entonces sus oraciones serían obstaculizadas.
7 Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo. (1 Pedro 3:7)
Existe una profunda conexión entre cada una de estas devociones de la iglesia primitiva, pues funcionan juntas como un automóvil con un motor de cuatro cilindros. Cuando uno de estos cilindros no está funcionando, el efecto se siente en todo el cuerpo. Ninguna de estas disciplinas era más importante que la otra, todas necesitaban trabajar en conjunto si se quería que el cuerpo estuviese completamente sano y experimentase la plenitud del ministerio del Espíritu en medio de ellos.
Después de ver cómo la oración debe obrar junto a las demás disciplinas de la iglesia primitiva, ahora nos corresponde considerar la naturaleza de la oración. Podríamos escribir todo un estudio sobre la oración. Sin embargo, nuestro propósito aquí es considerar la oración en el contexto de Hechos 2; dentro de dicho contexto me gustaría mencionar dos cosas sobre la oración.
Primero, ésta tiene que ver con la búsqueda de Dios, Su sabiduría y Su favor. En la actualidad, se hace tanto énfasis en la educación y la experiencia que la iglesia tiende a minimizar la importancia de la oración. Las reuniones ejecutivas ocupan el lugar de la oración. La experiencia y la educación desplazan la búsqueda del favor y la sabiduría de Dios.
En los últimos años, he comenzado la práctica de llevar un diario de oración. Escribo lo que está sucediendo en mi vida y los diversos asuntos con los que estoy tratando. Como parte de este proceso, también escribo mis oraciones sobre esos asuntos. Lo que me ha sorprendido al hacer esto es la cantidad de situaciones en mi vida por las que no había estado orando. Me asombré por la cantidad de veces en que he confiado en mi educación, experiencia o sabiduría humanas sin buscar a Dios y Su sabiduría. Todavía lucho con esto. Hay muchas cosas en mi vida las cuales nunca han sido confiadas al Señor para recibir Su favor y Su dirección.
En cada uno de nosotros hay un sentimiento de soberbia que cree que somos capaces de encontrar una salida para nuestras situaciones. De cierto modo pensamos que nuestra educación y experiencia nos sacará victoriosos de cualquier problema que pueda aparecer. Estamos convencidos de que tanto nuestro entrenamiento como nuestros dones pueden construir la iglesia de Cristo.
Orar es reconocer nuestra necesidad. Oramos porque necesitamos a Dios. Oramos porque necesitamos Su sabiduría y dirección. Oramos porque sin Su favor estamos perdidos y la obra de Su Reino nunca avanzará. Podemos aumentar en número y en ministerio, pero el corazón, donde se construye el reino, permanece intacto.
¡Cuánto necesitamos al Señor Dios, Su sabiduría y Su bendición en nuestros ministerios y decisiones de vida! La oración invita al Espíritu de Dios a llenar cada acción y palabra. Cuando oramos, le damos la espalda a nuestra sabiduría humana en busca del propósito de Dios. Cuando la iglesia primitiva perseveraba en la oración, invitaba a Dios a tomar todas sus decisiones y acciones. Dios estaba muy complacido de dirigir y bendecir lo que le estaban encomendando a Él.
Segundo, la oración también tiene que ver con escuchar a Dios y responder en obediencia. Es muy posible que busquemos la bendición de Dios en nuestros propios planes y agendas; entonces, nos organizamos y hacemos las cosas a nuestra manera y simplemente pedimos a Dios que ponga Su sello de aprobación en nuestros esfuerzos. Esto no es de lo que se trata la oración. Al orar no sólo buscamos la sabiduría y el favor de Dios, sino que también escuchamos a Dios y seguimos sus instrucciones.
Una de las maravillas de la oración es que cuando buscamos a Dios, Él nos contesta y nos muestra el camino que debemos seguir. Si usted está dispuesto a escuchar, Él abrirá una puerta ante usted en respuesta a su oración, pondrá nuevas ideas en su mente, traerá personas a su camino que serán Sus instrumentos para consolarle o animarle en la senda que debe andar. Puede que también le cierre puertas o le haga sentir incómodo al avanzar por el camino que está siguiendo; o tal vez le lleve a un pasaje de las Escrituras que le hable claramente acerca del propósito que Él tiene para su vida. Él le dará la fuerza y el valor para mantenerse firme en la posición que usted necesita tomar. Incluso le quitará el deseo que usted siente de inclinarse hacia aquello en lo que está equivocado. Dios responde las oraciones. Él anhela guiarnos y dirigirnos en el sendero que nos ha preparado y si estamos dispuestos a escuchar, Él hará precisamente eso. La iglesia primitiva creía en un Dios que escuchaba y respondía las oraciones. Su compromiso no era sólo buscar el favor de Dios sino también oírlo y andar en obediencia.
Cuando la iglesia primitiva se dedicaba a la oración, Dios los guiaba de maneras que nunca podrían haber imaginado, o elegido de forma natural por sí mismos. En otras ocasiones Él los guiaba de forma tal que no tenía sentido para ellos según su experiencia o educación. Hubo momentos en que la obediencia a la dirección de Dios demandó gran sacrificio. Veamos lo que sucedió en Hechos 13: 2-3:
2 Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. 3 Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron.
Durante ese tiempo de oración, el Señor habló a los creyentes y les pidió que se escogieran dos de sus mejores líderes. Esto no debió haber sido un sacrificio fácil para ellos. Sin embargo, Dios les pidió que dieran lo mejor de sí a la causa de alcanzar a los perdidos. La iglesia escuchó esto y respondió en obediencia enviándolos a que hicieran la voluntad y el propósito del Padre. La oración y la obediencia caminan de la mano. No puedes orar con integridad si no estás dispuesto a escuchar y obedecer al Señor cuando contesta.
En respuesta a la oración, Dios a veces demandará que rindamos aquellas cosas que más apreciamos en la vida. Puede que a veces nos pida dar un paso de fe hacia lo desconocido, o pedirnos que renunciemos a nuestras visiones y metas personales en la vida para seguirlo de una manera completamente diferente. Cuando nos comprometemos a la oración, nos comprometemos a la obediencia sin importar lo que cueste. Y es que al pedirle a Dios sabiduría y dirección estamos convencidos en nuestro corazón de que debemos seguir ese rumbo incluso si eso significara pérdida o dificultades personales.
No busquemos a Dios en oración para pedir Su dirección y orientación si no estamos dispuestos a escuchar lo que Él tiene que decir. La oración sincera viene de un corazón rendido a los pies del Señor, de un corazón que busca el propósito y la voluntad de Dios por encima de todo. Proviene de una voluntad comprometida a hacer lo que Él pide cueste lo que cueste. Usted no puede estar consagrado a la oración sin esta actitud y compromiso.
¡Cuánto se deleita el Espíritu de Dios ante una actitud de oración! Este es el tipo de actitud que abre la puerta para que Dios obre de maneras asombrosas. Cuando Su pueblo le busca a Él y busca el propósito que tiene para sus vidas, Dios le muestra cosas que nunca habrían imaginado. Cuando el corazón de ese pueblo está en Sus mano, Él los lleva a una bendición que nunca antes habían experimentado. Pero estas cosas no vendrán sin penurias y sacrificios. Sin embargo, estos sacrificios abrirán las puertas a una obra del Espíritu de Dios que transformará y renovará la sociedad.
La oración es la disciplina de buscar a Dios, Su voluntad y Su favor. Sin embargo, también es la disciplina de escuchar y caminar en obediencia a lo que Dios revela. Si esperamos una obra del Espíritu de Dios en nuestro medio hoy, esta debe ser nuestra actitud también. Debemos adoptar la misma actitud de la iglesia primitiva hacia la oración.
Para reflexionar:
¿Cuál es la conexión entre la oración y andar en obediencia a la enseñanza de las Escrituras? ¿Podemos realmente orar si no estamos comprometidos a caminar conforme a la doctrina de los apóstoles?
¿Cuál es la conexión entre la oración y la comunión? ¿Cómo interfiere en nuestras oraciones una ruptura en la comunión?
¿Hay asuntos en su vida que no haya confiado al Señor en oración? ¿Qué tan fuerte es la tentación de depender de nuestra experiencia, dones y educación y no del Señor?
Describa la actitud de la persona que está dedicada a la oración. ¿Cómo esta actitud abre puertas para que el Espíritu de Dios obre de forma maravillosa?
Para orar:
Pídale al Señor que le enseñe la importancia de la oración. Pídale que le ayude a tener la actitud de alguien verdaderamente consagrado a la oración.
Pídale a Dios que le dé un corazón que desee conocer Su dirección y bendición. Pídale a Dios que le dé el compromiso para obedecer y caminar en lo que Él le guíe a hacer.
Pídale a Dios que le perdone por las muchas veces que no ha buscado de Él en situaciones sino que ha optado por hacer las cosas a su manera.
Pídale a Dios que obre en su vida y en la vida de su iglesia para que le dé la misma devoción que la iglesia primitiva tenía hacia la oración y la búsqueda del corazón de Dios en todas las cosas.
8 – Temor
Y sobrevino temor a toda persona… (Hechos 2:43).
En los seis capítulos anteriores, examinamos la devoción de la iglesia primitiva a cuatro principios importantes. Dicha devoción abrió la puerta a una maravillosa obra del Espíritu de Dios en medio de ellos y en su comunidad. En nuestra búsqueda de nuevas técnicas y programas, a menudo se nos imposibilita ver la importancia de estos cuatro principios fundamentales los cuales transformaron su sociedad. En los versículos 43-47 podemos ver lo que ocurrió como resultado de esto.
El versículo 43 nos dice que el primer resultado de la obra del Espíritu de Dios en la iglesia fue que todos estaban llenos de temor (asombrados, DHH). La palabra griega traducida como “temor” es el término “phobos” que se refiere a terror, reverencia o respeto. Este vocablo se usa varias veces en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, veamos lo que sucedió cuando Jesús vino caminando sobre el agua hacia sus discípulos:
26 Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de miedo (Mateo 14:26).
Cuando vieron al Señor Jesús caminando hacia ellos, no sabían quién era, y gritaron con temor creyendo que era un fantasma. El miedo que experimentaron fue a algo más poderoso que ellos. Temían a lo desconocido. Aquello estaba más allá de su capacidad de comprensión, y al no saber qué hacer en medio de la situación quedaron en estado de confusión.
La obra de Dios es muy impredecible. Al no tener el control, se abruma nuestra mente y no podemos explicar con lógica lo que está sucediendo. No sabemos a dónde irá a parar todo esto. En aquellos días, cuando la gente observaba lo que sucedía, no podían explicarlo. Había un poder en acción que era muy superior a lo que habían visto antes. Le temían a aquel poder. Era un poder que exigía respeto.
Lo mismo pasó en Mateo 28: 1-4. El cuerpo de Jesús había estado en el sepulcro. Las dos Marías fueron al sepulcro después del Sábado. Hubo un violento terremoto, y un ángel del Señor bajó y rodó la piedra. Mateo 28: 3 nos dice que la apariencia de ese ángel era como el relámpago y sus vestidos eran de un blanco puro. Vea la reacción de los guardias ante ese evento en Mateo 28: 4:
4 Y de miedo de él los guardas temblaron y se quedaron como muertos.
La palabra ‘miedo’ es la misma palabra usada en Hechos 2:43 (phobos). La idea aquí es que estos guardias se desmayaron de terror por lo que experimentaron ese día. Lo que ocurrió era tan abrumador que temieron por sus vidas.
En otra ocasión, Jesús y sus discípulos cruzaban el mar en un bote. Mientras tanto, Jesús estaba dormido. Una gran tormenta se desató en el mar y los discípulos comenzaron a sentir temor. Despertando a Jesús de su sueño, le pidieron que los ayudara. Él se levantó, reprendió el viento y las olas y éstos se calmaron. Observe la respuesta de los discípulos ante lo que Jesús hizo ese día:
Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?
Los discípulos experimentaron terror (phobos). Se dieron cuenta de que estaban en presencia de alguien cuyo poder estaba por encima de lo que habían visto. Hubo un nuevo respeto por Jesús ese día. Reconocieron que Él no era un simple hombre. Era el Hijo de Dios. Temían estar en Su presencia. Estaban aterrorizados de Su poder. Se sentían indignos de estar en el mismo barco con Él.
La palabra traducida como “temor” o “miedo” en Hechos 2:43 es fuerte. En ella se incluye una sensación de terror y profunda reverencia. Había un poder en acción en aquellos días que exigía respeto. Un poder que nadie se atrevía a desafiar.
El versículo 43 nos dice que el temor sobrevino a “toda persona”. El versículo 44 habla de “todos los que habían creído”, pero el versículo 43 habla de “toda persona”. Esto nos lleva a suponer que tanto los creyentes como los no creyentes estaban temerosos por lo que estaba ocurriendo en aquellos días. Aunque los no creyentes de la comunidad no hubieran entregado sus vidas al Señor Jesús, no podían dejar de notar lo que estaba sucediendo a su alrededor. Lo que veían les llenaba de miedo y temor santo. Ni los incrédulos podían poner en duda el poder que estaba en acción en la iglesia primitiva.
Considere un ejemplo de esto que se registra en Hechos 5. Una pareja, Ananías y Safira, vendió una heredad y llevó parte del precio de la venta a los apóstoles para su distribución entre los que tenían necesidad. El problema era que decidieron en su corazón mentir acerca de la cantidad que recibieron. Dios se lo reveló a Pedro y cuando Ananías entró con el dinero, Pedro lo confrontó con esta mentira. El resultado fue que Dios hizo que Ananías cayera muerto por ese engaño. Cuando su esposa entró más tarde y también mintió a los apóstoles sobre la cantidad total que recibieron, Dios también hizo que ella muriera. Note la reacción de la comunidad a esta noticia:
Y vino gran temor sobre toda la iglesia, y sobre todos los que oyeron estas cosas. (Hechos 5:11)
¿Quién de nosotros no quiere experimentar la presencia de Dios? Sin embargo, la realidad del asunto es que la presencia de Dios no puede tomarse a la ligera. Nuestro Dios es Santo e inspira temor en el corazón de aquellos que no están en una relación correcta con Él. Nuestro pecado es una ofensa para Él. ¿Quién puede estar en presencia de santidad y no temer por sus vidas? La presencia de Dios inspira santo temor y reverencia.
Cuando Juan vio una visión del Señor Jesús en Apocalipsis 1, cayó a sus pies como muerto (Apocalipsis 1:17). Cuando Isaías vio su visión del Señor, clamó con temor (Isaías 6: 5). Estos grandes hombres de Dios saben lo que era experimentar la presencia de un Dios santo en medio de ellos. No tomaron esto a la ligera. Su presencia exigía respeto y adoración.
¿Cómo describiría lo que Dios ha estado haciendo en su vida y en la vida de su comunidad en la actualidad? ¿Experimenta este temor santo y reverencia? Donde Dios revela Su presencia se hace evidente esta reverencia. Se experimenta respeto por Sus caminos y un temor sano de ofenderlo con nuestro pecado. No debemos suponer que la presencia de Dios es toda bendición y consuelo. Los que conocen esta presencia también experimentan algo del santo temor del que se menciona en este pasaje. Se sienten obligados a tomar en cuenta a Dios en las decisiones que toman y sienten temor de ofenderlo en sus caminos.
Tan solo me imagino cómo sería ese sentimiento de miedo y temor santo para que pudiera llegar mi sociedad. ¿Cómo sería para aquellos que han escogido un estilo de vida impío comparecer ante la presencia de este Dios poderoso y ser confrontados con sus caminos de pecado? ¿Cómo sería para mí estar delante de mi Salvador sabiendo que no he vivido cada momento para Su gloria y honor? El apóstol Juan nos dice que vendrá el día en que la presencia de Dios será revelada en esta tierra de forma asombrosa. Ese día, los hombres y mujeres más poderosos de la tierra experimentarán terror y santo temor. Vea lo que Juan nos dice en Apocalipsis 6: 15-16:
Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie? (Apocalipsis 6:15-17)
La presencia de Dios fue revelada a la iglesia primitiva. El resultado fue miedo y temor santo. La iglesia se percató de que Dios estaba en medio de ellos. Ananías y Safira fueron heridos de muerte porque se atrevieron a desafiar aquella santa presencia. Esta impresionante y santa presencia de Dios llenó aquella sociedad. La gente sabía que estaba en la presencia de Dios. A medida que el pueblo de Dios se comprometía con Él y caminaba en el temor del Señor, ese mismo temor se extendía a la sociedad.
¿Estamos listos para experimentar esa presencia en nuestro tiempo? ¿Estamos listos para estar delante de Dios? Si bien esta presencia inspira miedo, terror, reverencia y asombro, también deleita nuestro corazón y nos bendice de formas inimaginables. Dios permita que nuestros corazones se abran a Él y a Sus propósitos para nuestras vidas. Que nosotros también experimentemos este temor santo al caminar en Su presencia. Que ese santo temor nos mantenga en el camino de justicia y santidad para la gloria de Su nombre y la plenitud de nuestra bendición en Él.
Para reflexionar:
¿Qué aprendemos acerca de la presencia de Dios en este capítulo? ¿Cuál es nuestra respuesta a la presencia de Dios en medio de nosotros?
¿Cómo sería si estuviéramos hoy en la presencia de Dios? ¿Nos sentiríamos avergonzados?
¿Hasta qué punto nuestra sociedad tiene el temor de Dios en sus corazones? ¿Existe el temor de ofender a Dios en nuestra sociedad? ¿Hay una sana reverencia por Dios en nuestras iglesias?
Para orar:
Pídale al Señor que le dé una mayor reverencia por Su nombre y un mayor deseo de complacerlo en todo lo que hace.
Agradezca al Señor Jesús porque vino a traer el perdón de los pecados. Dele gracias porque debido a Su obra no hay pecado que se interponga entre usted y su Padre celestial.
Pídale a Dios que cree una reverencia más profunda por Su nombre en su comunidad. Ore para que la gente llegue a reconocer quién es Él y su obligación hacia Él.
9 – Maravillas y Señales Milagrosas
43…y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles.
En el capítulo anterior, vimos cómo la comunidad estaba llena de miedo y asombro por causa de la revelación de Dios a través de Su pueblo en aquellos días. En el versículo 43 descubrimos que una de las manifestaciones de la presencia de Dios fue a través de las “maravillas y señales milagrosas” que los apóstoles hacían.
Antes de considerar esto de forma más detallada, es importante destacar que estas maravillas y señales milagrosas eran sólo una de las formas en las que Dios reveló la presencia de Su reino. Hechos 2: 42-47 está lleno de muchas pruebas evidentes de la obra de Dios en aquellos días. Ya hemos examinado cómo la iglesia primitiva perseveraba en la doctrina de los apóstoles, en la comunión, exaltando a Cristo mediante el partimiento del pan y la oración. Cuando vemos una iglesia que está sinceramente dedicada a estos principios, debemos decir que el Espíritu de Dios está obrando poderosamente en medio de ellos. No nos atrevemos a subestimar la obra significativa del Espíritu de Dios en inculcar este tipo de devoción en la iglesia primitiva. Qué maravilloso sería ver esto una vez más en nuestros días.
En los versículos 44-47, también leemos acerca de la unidad de los creyentes y cómo estaban dispuestos a sacrificar todo lo que tenían para atender necesidades que había entre ellos. También vemos su agradecimiento y cómo sus corazones se llenaban de alabanza a Dios. Esto es evidencia indubitable de la maravillosa obra de Dios en medio de ellos. Él se acercó a ellos y sensibilizó sus corazones en cuanto a las cosas espirituales. Cada día, Dios atraía la gente hacia sí mismo. La iglesia crecía en formas que nunca hubieran imaginado. ¿Quién podía dudar que el reino de Dios estaba entre ellos? ¿Quién podía dudar que el Espíritu de Dios estaba obrando en medio de ellos? Hago alusión al contexto porque resulta fácil para las personas concentrarse en las maravillas y las señales milagrosas e ignorar la obra más completa del Espíritu de Dios al traer la salvación y alentar la devoción, la unidad y la alabanza en los corazones de Su pueblo.
Hay algo más que quiero mencionar antes de examinar estas señales y maravillas de Hechos 2. Es muy posible ver estas maravillas y señales milagrosas y no tener una profunda relación personal con el Señor. Jesús lo aclara en Mateo 7 cuando dice:
21 No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 22 Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad. (Mateo 7:21-23)
Observemos que el Señor en realidad llama a aquellos que realizaron estos milagros, “hacedores de maldad”. Esta es también una palabra muy fuerte. Sin embargo, la realidad del asunto es que estos individuos usaron el nombre del Señor Jesús para sus propios fines. Quizás ganaron respeto y admiración en su comunidad por el poder que demostraron. Lo que está claro es que estos individuos no demostraron las demás características del Espíritu de Dios en sus vidas. Su dedicación a la verdad de los apóstoles, a la comunión, a la exaltación de Cristo, a la unidad y al sacrificio estaba ausente en sus vidas. De hecho, y de acuerdo con este pasaje, ni siquiera habían llegado a conocer la salvación que es en Señor Jesús y no le pertenecían a Él en absoluto.
El Espíritu de Dios quiere hacer una obra que nos cambie desde adentro hacia afuera. Él obra en nuestro carácter y nos moldea a la imagen del Señor Jesús. Cosas poderosas sucederán como resultado de esta intimidad y cercanía a Cristo. No es nuestro propósito aquí hablar de cómo las señales y las maravillas son posibles fuera de esta intimidad con Cristo. Sin embargo, lo que es importante resaltar, es que las maravillas y señales realizadas en la iglesia primitiva eran parte de una obra mucho más completa que Dios estaba haciendo. Ellos eran el fruto de una relación con Cristo que cambió radicalmente al pueblo de Dios de adentro hacia afuera.
Después de examinar el contexto, nos disponemos a examinar las maravillas y las señales que estaban ocurriendo en aquellos días. La palabra “maravilla”, habla de un evento extraordinario o sobrenatural. Este hecho no puede explicarse en términos humanos o científicos. Lo que estaba sucediendo desafiaba las leyes de la naturaleza. Era un acontecimiento extraordinario que dejaba a la gente confundida. La única explicación para este suceso era que había un poder en acción que estaba muy por encima de la ciencia y la tecnología. Aquel era un poder que no se limitaba a las leyes de la naturaleza. Era superior a todos los demás poderes. Desafiaba la lógica y la ciencia humanas. Era un poder que inspiraba temor porque constituía una ley en sí mismo.
La palabra utilizada para “señales” se refiere un acontecimiento diseñado para confirmar o autenticar. Nos muestra que había un propósito y un orden detrás de las maravillas que estaban ocurriendo. Aquellos acontecimientos milagrosos confirmaban la presencia del Reino de Dios, pues fueron diseñados para mostrar que el Reino del Padre estaba siendo establecido en la tierra en las vidas y corazones de aquellos que habían aceptado a Cristo como su Salvador y Señor.
Vea en este versículo que los apóstoles hacían aquellas maravillas y señales. No debemos suponer por esto que ellos eran los únicos que hacían milagros. Tenemos el ejemplo de Esteban que realizaba señales milagrosas también.
8 Y Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo. (Hechos 6:8)
Cuando el Señor Jesús desafió a sus discípulos a ir a todo el mundo a predicar el evangelio, les dijo que habría señales que seguirían “a los que creyeran”:
15 Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura 16 El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. 17 Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; 18 tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán. (Marcos 16:17-18)
La frase “los que creen” indica que el poder de Dios no se limitaría a los apóstoles sino que también se demostraría en la vida de muchos otros que llegarían a la fe en el Señor Jesús.
El apóstol Pablo enseñó que Dios impartió distintos dones a cada persona en la iglesia. Observe, en particular, que Pablo dijo a los Corintios que a algunas personas se les dieron los dones de la fe, la sanidad y los poderes milagrosos:
7 Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho 8 Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; 9 a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. 10 A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. 11 Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere. (1 Corintios 12:7-11)
Lo que necesitamos entender de esto es que mientras que es evidente que son los apóstoles los que realizan estas maravillas y señales en Hechos 2:43, esta habilidad también sería dada a otros en los años siguientes. Sin embargo, en este tiempo Dios estaba haciendo estas maravillas y señales a través de los apóstoles que lo representaban en la iglesia primitiva y que tenían un nivel de madurez para ministrar de aquella manera.
Había individuos en el Nuevo Testamento que, al ver las señales milagrosas, deseaban tener aquel poder para sí mismos. Ellos, sin embargo, no tenían la madurez espiritual necesaria para manejar tales dones. En Hechos 8: 18-20, tenemos el ejemplo de un antiguo mago llamado Simón que vio a algunos individuos recibir el Espíritu Santo por medio de la imposición de las manos de los apóstoles. Él ofreció dinero a los apóstoles si ellos le daban aquella habilidad a él también.
18 Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero; 19 diciendo: Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo. 20 Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero.
Observe la condena de Pedro: “Que tu dinero perezca contigo”, dijo. El juicio llegó rápidamente a Simón porque depreció la obra del Espíritu de Dios de aquella manera, pensando que podría pagar para tener el don.
Tenemos otro caso en Hechos 19: 13-16 donde siete hijos de Esceva trataron de expulsar demonios en el nombre del Señor Jesús.
13 Pero algunos de los judíos, exorcistas ambulantes, intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: Os conjuro por Jesús, el que predica Pablo. 14 Había siete hijos de un tal Esceva, judío, jefe de los sacerdotes, que hacían esto. 15 Pero respondiendo el espíritu malo, dijo: A Jesús conozco, y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois? 16 Y el hombre en quien estaba el espíritu malo, saltando sobre ellos y dominándolos, pudo más que ellos, de tal manera que huyeron de aquella casa desnudos y heridos.
El resultado de este intento fue desastroso para aquellos siete hombres quienes fueron golpeados, dominados y despojados de sus ropas por aquel hombre poseído. Ellos tuvieron que huir de la casa desnudos para salvar sus vidas.
El poder que obraba en la iglesia primitiva no podía tomarse a la ligera ni manipularse para la gloria personal. Aquel era un poder que inspiraba temor y respeto. En Hechos 2, el Señor usó a los apóstoles para demostrar que el Reino de Dios estaba en medio de ellos. El poder de ese reino fue visto no sólo en la devoción y compromiso de la iglesia primitiva, sino también en maravillas y señales que fueron realizadas por las manos de los apóstoles.
Nuestro Dios es un Dios inmenso y todopoderoso. Cuando Él se acerca, hay evidencia de Su presencia alrededor de Él. En los días de Moisés, Dios se reveló por medio de espesas nubes, relámpagos y truenos (ver Éxodo 19: 16-22). Mientras Dios iba delante de su pueblo en el desierto, las aguas se separaban y la tierra producía maná para que comieran. Cuando Israel conquistó la tierra de Canaán, la presencia de Dios fue delante de ellos, haciendo temer a las naciones (vea Josué 2:24). El sol se detendría durante un día para que Josué pudiera obtener la victoria sobre sus enemigos (Josué 10:13). Mientras Jesús caminaba sobre la tierra, los muertos resucitaron, los enfermos fueron sanados y las tormentas fueron detenidas. Estas son las palabras de Habacuc para describir la venida de la presencia del Señor a Israel, en Habacuc 3: 3-6:
Dios vendrá de Temán, y el Santo desde el monte de Parán. Selah Su gloria cubrió los cielos, y la tierra se llenó de su alabanza. Y el resplandor fue como la luz; rayos brillantes salían de su mano, y allí estaba escondido su poder. Delante de su rostro iba mortandad, y a sus pies salían carbones encendidos. Se levantó, y midió la tierra; miró, e hizo temblar las gentes; los montes antiguos fueron desmenuzados, los collados antiguos se humillaron. Sus caminos son eternos (Habacuc 3: 3-6).
¿Deberíamos esperar algo menor en nuestros días? El Dios de Habacuc y Moisés sigue siendo el mismo Dios en nuestros días. ¿No temblará aún la tierra y las montañas se derrumbarán cuando Él se acerque? ¿No son estas maravillas el resultado de Su presencia? ¿No temblarán las fortalezas de Satanás ante ella? La presencia de Dios en medio de nosotros es algo maravilloso y temible y no pasará desapercibida.
En aquellos primeros días de la iglesia, el Espíritu de Dios se movía poderosamente por medio de los apóstoles. A través de sus manos se demostraba el poder y la presencia de Dios en la iglesia y en su comunidad. Dios estaba demostrando a todos que estaba estableciendo Su Reino en la tierra. Ese reino estaba venciendo el poder de Satanás; estaba sanando y restaurando la integridad y la adoración al único Dios verdadero.
Al mirar lo que estaba ocurriendo en aquellos días, tenemos que preguntarnos: ¿Deberíamos esperar que estas maravillas y señales milagrosas ocurran en el presente? ¿Deberíamos anhelar ver este tipo de manifestación una vez más? A manera de conclusión permítanme comentar esto brevemente.
Lo que sucedió en aquellos días fue obra de Dios, y sucedía a medida que el Señor se acercaba. El deseo de los apóstoles, que realizaron aquellos milagros en Hechos 2:43, no era sólo tener aquel poder, sino conocer a Dios y caminar con Él. Hay una gran diferencia entre las ansias de poder y el anhelo de conocer a Dios y Su presencia. Simón el mago y los Hijos de Esceva codiciaron el poder y pagaron un precio por ello. Los apóstoles anhelaban a Dios y encontraron que se fortalecían de una manera maravillosa a medida que Él se acercaba a ellos. Mucha gente cae presa del anhelo de poder y pierde de vista al Dios que todo lo puede.
En Lucas 10, leemos cómo el Señor Jesús envió 72 discípulos a predicar y compartir en Su nombre. Él les dio autoridad para que fueran a esta misión. Al ministrar en su nombre, ellos veían que sucedían cosas maravillosas. Estaban muy sorprendidos. Al regresar hablaron con Jesús sobre sus experiencias:
17 Volvieron los setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre. 18 Y les dijo: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. 19 He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará. 20 Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos.
Vea el énfasis que hizo Jesús en este punto. Se regocijó con estos discípulos de haber visto la evidencia del poder de Dios en sus vidas, pero les desafió a no dejar que esto fuera tan importante para ellos que olvidaran su relación más básica con el Señor. En otras palabras, lo que le dijo fue esto: “No centren tanto su atención en que los demonios se someten a ustedes no sea que olviden lo que significa ser un hijo de Dios. No permitan que su poder sea el centro para que no se olviden de su relación con el Padre”. Jesús habla de un tema que es una tentación real para todos nosotros. Más importante que todas las maravillas y señales milagrosas, es el hecho de que el Señor Jesús bajó del cielo y alcanzó a un pecador como yo. Me tocó y salvó mi alma. De todas las maravillas y señales este simple hecho es el más asombroso de todos. Esto siempre debe ser nuestro mayor deleite.
¿Deberíamos esperar que Dios actúe hoy por medio de maravillas y señales milagrosas? La respuesta es un rotundo “sí”. El Reino de Dios continúa expandiéndose. Dios sigue obrando de maneras milagrosas. Estoy seguro de que incluso en tu propia vida has experimentado la milagrosa y maravillosa mano de Dios. A menudo ni siquiera reconocemos estos hechos milagrosos. Dios no siempre hace notorios sus milagros de protección, sanidad y dirección para nosotros, no obstante éstos son reales.
¿Debemos esperar que Dios nos use como instrumentos de Sus maravillas y señales milagrosas? Dios siempre ha usado a Su pueblo para ser los instrumentos de Su poder en este mundo. Él imparte dones espirituales y espera que los usemos para Su gloria. Cada vez que una persona conoce al Señor a través de una palabra compartida por uno de Sus siervos vemos un milagro. Cada vez que una persona es sanada físicamente como resultado de las oraciones del pueblo de Dios somos testigos de un milagro. Dios continúa usando a Sus hijos para expandir Su reino en esta tierra, y continúa dando poder a cada uno de ellos de maneras especiales para lograr esa tarea. No servimos en nuestra propia fuerza, sino en el poder del Espíritu de Dios que guía y fortalece.
¿Debemos tratar de controlar y manipular el maravilloso poder de Dios? La respuesta a esto es un “no” contundente. Dios nos da a cada uno de nosotros según lo estima apropiado. Incluso el Señor Jesús se sometió a la voluntad y propósito del Padre en este sentido. En Juan 5: 19-20 Él dijo:
19 Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. 20 Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace; y mayores obras que estas le mostrará, de modo que vosotros os maravilléis.
Todo lo que hizo el Señor Jesús fue en sujeción al propósito del Padre. Él no pretendió controlar o manipular la voluntad del Padre para satisfacer Sus propias necesidades o deseos. Era simplemente un instrumento del poder de Dios. Él no trató de controlarlo. De forma similar, nosotros también debemos someternos a la voluntad de Dios en este aspecto que tiene que ver con el uso del poder que Él ha depositado en nosotros. Él nos guiará en el uso de los dones y la autoridad que nos otorga. Para hacer esto solo nos resta obedecer. Creo que esta era la actitud del corazón de los apóstoles. Ellos actuaban conforme el Espíritu de Dios los guiara. El resultado fue la realización de muchas maravillas y señales milagrosas en presencia de todos. Espero que, si nuestra actitud es igual a la de ellos, también veamos una gran obra de parte de Dios en medio nuestro.
Para reflexionar:
¿Cuáles fueron las muchas evidencias de la presencia de Dios en la iglesia primitiva?
¿Es posible realizar maravillas sin estar en una relación correcta con el Señor Jesús (reflexione en Mateo 7: 21-23)?
¿Es posible que las maravillas y las señales milagrosas ocupen el lugar de una buena relación con Dios? ¿Pueden llegar a ser más importantes para nosotros que nuestro andar personal con Dios?
¿Cómo podemos tratar de manipular o controlar el poder de Dios?
¿Qué evidencia hay en tu vida y ministerio del poder de Dios? ¿Qué cosas milagrosas ha estado haciendo el Señor en tu vida?
¿Qué tan importante es la sujeción a Dios en el uso de los dones y la autoridad que Dios nos ha dado?
Para orar:
Dé gracias al Señor porque Él es un Dios de imposibles. Agradézcale por las cosas milagrosas que ha hecho, incluso en su vida.
Pídale a Dios que le enseñe a caminar en total sujeción a Su voluntad y Su propósito. Pídale que lo use como un instrumento de Su poder en la sociedad.
Pídale a Dios que le ayude a mantener siempre su enfoque en Él y en su relación con Él. Pídale perdón por momentos en que otras cosas han desviado su prioridad de la intimidad con Él.
10 – Todo en Común
44 Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; 45 y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno.
Aquellos días en la iglesia primitiva fueron muy especiales. Muchos acababan de conocer la salvación del Señor Jesús. En un solo día, el número de creyentes había aumentado de alrededor de 120 a más de 3.000 (ver Hechos 2:41). Lo que estaba ocurriendo en aquel tiempo, no obstante, se limitaba a la región de Jerusalén. El evangelio aún no se había extendido desde allí.
Esta nueva fe no había sido bien recibida por los líderes religiosos judíos. Mientras Dios obraba de forma maravillosa, también había oposición a esa obra. Jesús había sido acusado de blasfemia y colgado en una cruz. En poco tiempo, los judíos comenzarían una campaña para deshacerse de los seguidores de Jesús. Saulo, quién más tarde sería conocido como el apóstol Pablo, se convertiría en un líder fundamental en este esfuerzo de acabar con el cristianismo.
Los apóstoles Pedro y Juan enfrentarían la ira de los líderes judíos en Hechos 4 y como resultado fueron hechos prisioneros debido a sus enseñanzas. Se les advirtió que no volvieran a hablar en el nombre del Señor Jesús y luego fueron liberados. Como se negaron a cumplir, los capturaron y nuevamente los pusieron en prisión. Esta vez, sin embargo, fueron azotados antes de ser liberados (ver Hechos 5: 17-42).
En Hechos 7 leemos la historia del primer mártir de la fe cristiana. Esteban fue apedreado hasta la muerte por predicar el Evangelio de Jesucristo. Este incidente fue el comienzo de una persecución aún mayor de la iglesia. En Hechos 8: 1-3 leemos:
1… En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles. 2 Y hombres piadosos llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran llanto sobre él. 3 Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel.
Hasta este punto hemos leído acerca de las cosas maravillosas que Dios estaba haciendo en la iglesia primitiva. Lo que debemos entender es que estas cosas maravillosas estaban ocurriendo en tiempos muy difíciles. Los creyentes no siempre eran aceptados. Eran vistos como traidores a la fe judía. Los apóstoles eran azotados por predicar el Evangelio. Hombres y mujeres eran llevados a la cárcel por esta nueva fe. Arriesgaban sus vidas para vivir para el Señor Jesús.
En momentos como aquellos, era importante que los creyentes se unieran para apoyarse y darse aliento. Esto es lo que sucedía en Hechos 2: 44-45. Aquí leemos que todos los creyentes estaban juntos. Esto puede entenderse de dos maneras.
Primero, todos los creyentes estaban juntos en el sentido de que todos vivían en la misma región. La iglesia no se había expandido más allá de la región de Jerusalén. La persecución que estalló en Hechos 8 cambiaría esto. Debido a esta persecución, los cristianos serían forzados a abandonar Jerusalén y las áreas aledañas y encontrar refugio en otros lugares. Sin embargo, en este momento todos los creyentes vivían en la misma región.
Segundo, los creyentes estaban juntos no sólo geográficamente sino también en espíritu y corazón. Es decir, había unidad entre ellos. Se preocupaban los unos por los otros, se apoyaban y enfrentaban la oposición y la persecución. Observe cómo esta unidad se desarrolló de forma práctica en la comunidad de creyentes. Leemos en Hechos 2:45:
45 y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno.
No dice específicamente en este pasaje por qué los creyentes vendieron sus posesiones y dieron a cualquiera que tuviera necesidad, pero el contexto de Hechos 2-8 nos da una pista. En estos capítulos, leemos acerca de la persecución de los cristianos. Hechos 8 nos dice específicamente que Saulo iba de casa en casa y arrastrando a hombres y mujeres y arrojándolos a la cárcel por ser cristianos. Su intención era destruir la iglesia (Hechos 8: 3).
¿Cuál habría sido la consecuencia de esa persecución en Jerusalén? Imagina la familia en la que el esposo era arrebatado del hogar y arrojado a la cárcel. Con el único proveedor para la familia en prisión, los demás miembros estarían en necesidad. Los niños tendrían hambre. ¿Cómo iba a responder la iglesia ante esa necesidad? Decidieron hacer todo lo que podían para suplir las necesidades mutuas de forma tal que todos tuvieran provisiones y ninguna familia sufriera innecesariamente. No se menciona cuántas familias fueron afectadas en aquellos días difíciles.
La práctica de que los creyentes vendieran todo lo que tenían era voluntaria. Podemos comprobar esto en Hechos 5. En ese capítulo, leemos la historia de Ananías y Safira. Juntos vendieron una heredad y dieron una porción del precio de la venta a los apóstoles. Sin embargo, en un esfuerzo por parecer más generosos, decidieron decirle a la iglesia que estaban donando todo el dinero recibido. Al final Dios los hirió de muerte por aquella mentira. Lo importante para nosotros es que observemos la respuesta de Pedro a Ananías al descubrir que había mentido sobre la cantidad que recibió por la venta de su propiedad:
4 Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios. (Hechos 5:4)
Pedro dejó muy claro a Ananías que la propiedad le pertenecía y que tenía derecho a hacer lo que quisiera con el dinero que recibió por la transacción. Ananías no estaba obligado a vender su propiedad. Ni tampoco a dar todo su dinero a la iglesia. Era libre de vender y dar lo que quería. Murió no porque se quedó con una parte para sí mismo sino por haber mentido a la iglesia acerca de lo que había dado.
La práctica de los creyentes de vender todo era también de carácter temporal. Demostraba el compromiso de los creyentes entre sí, pero la práctica no se perpetuaría. De hecho, en los años siguientes la iglesia en Jerusalén iba a pasar tiempos de pobreza y necesidad. En su epístola a los Corintios, Pablo los exhortaba a recoger una ofrenda para ayudar a satisfacer las necesidades de los creyentes en Jerusalén:
1 En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia. 2 Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas. 3 Y cuando haya llegado, a quienes hubiereis designado por carta, a éstos enviaré para que lleven vuestro donativo a Jerusalén. (1 Corintios 16:1-3)
Vea como Pablo también había alentado a la iglesia de Galacia a hacer lo mismo (1 Corintios 16: 1). Al escribir a los romanos, Pablo habla de una ofrenda que había recibido de la iglesia en Macedonia y Acaya para el servicio a los pobres de entre los santos de Jerusalén:
25 Mas ahora voy a Jerusalén para ministrar a los santos. 26 Porque Macedonia y Acaya tuvieron a bien hacer una ofrenda para los pobres que hay entre los santos que están en Jerusalén. (Romanos 15:25-26)
Él también menciona esto en Hechos 24:17 durante su defensa personal ante Félix:
17 Pero pasados algunos años, vine a hacer limosnas a mi nación y presentar ofrendas. (Hechos 24)
En los años siguientes, no siempre se suplía para las necesidades. Los creyentes padecían pobreza y necesidad en Jerusalén y en todo el mundo. El apóstol tuvo que exhortar a los creyentes a recoger una ofrenda especial para satisfacer esas necesidades.
A pesar de que la práctica de vender todo y darlo a la iglesia no continuó, el principio que siguió la iglesia primitiva es importante. Ellos demostraron que se preocupaban mucho los unos por los otros y que tenían la voluntad de sacrificar todo para que nadie estuviera en necesidad. Jesús enseñó este principio de la generosidad en Mateo 5: 40-41 cuando dijo:
40 y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; 41 y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, vé con él dos. 42 Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.
El apóstol Santiago reprende a aquellos que deseaban bien a su hermano o hermana pero no hacían nada para asistirlos en sus necesidades físicas:
14 Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? 15 Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, 16 y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? 17 Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. (Santiago 2:14-17)
En su carta a los filipenses, el apóstol Pablo los exhortaba a considerar las necesidades de los demás como más importantes que las suyas propias:
3 Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; 4 no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros (Filipenses 2:3).
Un cristianismo egoísta y egocéntrico es un cristianismo muerto. Dios nos llama a usar lo que Él nos ha dado para el bien de los demás. Él nos provee para que podamos ayudarnos los unos a los otros en tiempos de necesidad. En Hechos 2, la iglesia de Jerusalén nos muestra hasta qué punto aquellos creyentes estaban dispuestos a comprometerse mutuamente. Con gusto vendían todo cuanto que tenían para satisfacer necesidades mutuas. Estaban dispuestos a sacrificar todo por el bien de todos.
La obra del Espíritu de Dios en aquellos días era claramente evidente en la actitud de sacrificio que expresaban los creyentes entre sí. Ciertamente, esto supone un reto para nosotros. Donde el Espíritu de Dios está en acción, existe una creciente preocupación por los hermanos que están a nuestro alcance y alrededor del mundo. El Espíritu Santo abre nuestros ojos a los problemas que tocan Su corazón. Nos motiva a dar de nuestro tiempo, recursos y energía para atender a esas necesidades. Nos enseña que nuestras bendiciones no son sólo para nosotros mismos sino también para ocuparnos de aquellos que Dios trae a nuestra vida. Una iglesia llena del Espíritu es una iglesia que da gozosamente y en sacrificio para ayudar a los hermanos de todo el mundo. Su deleite no es en edificios grandes ni bancos cómodos, sino en alimentar al hambriento y cuidar de los que están en necesidad.
Para reflexionar:
¿Qué estaba sucediendo en Jerusalén durante el tiempo de esta gran obra del Espíritu de Dios? ¿Cómo era la vida de los creyentes en aquellos días?
¿Cómo se cuidaban los creyentes mutuamente? ¿Qué nos dice esto acerca de su actitud hacia las cosas de este mundo?
¿Eran forzados aquellos primeros creyentes a la práctica de vender todo? ¿Qué evidencia tenemos de que se trataba de una práctica voluntaria?
¿Cuán importante es el principio de la generosidad? ¿Cómo has estado usando lo que Dios te ha dado para ayudar a otros?
¿Hay creyentes en su comunidad que estén experimentando persecución o necesidades físicas? ¿Cuáles son esas necesidades? ¿Qué querría el Señor que usted hiciera por ellos?
Para orar:
Pídale al Señor que le dé una preocupación más profunda por las personas que le rodean.
Pídale al Espíritu de Dios que traiga a su camino personas necesitadas que usted pueda ayudar.
Pídale a Dios que le perdone por aferrarse tan firmemente a sus posesiones. Tómense un momento para entregarlas al Señor. Pídale que las use como Él entienda necesario.
11 – Unánimes
46 Día tras día continuaban unánimes en el templo y partiendo el pan en los hogares, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, 47 alabando a Dios y hallando favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día al número de ellos los que iban siendo salvos.
En el capítulo anterior, vimos la devoción mutua que había en la iglesia primitiva cuando voluntariamente vendían sus posesiones, y daban lo recaudado a los apóstoles para su distribución entre los necesitados. Esto también se veía en la forma en que se congregaban. Hechos 2:46 nos enseña que los creyentes se reunían de tres maneras.
UNÁNIMES EN EL TEMPLO
En primer lugar observe que aquellos primeros creyentes se reunían en los atrios del templo. No parecía que los primeros cristianos hubieran negado la fe judía. Jesús era el Mesías que había sido prometido a Abraham, Isaac y Jacob. Él era de quien todos los profetas judíos hablaron. Jesús había enseñado en el templo e incluso había expulsado de allí a los mercaderes y cambistas (vea Mateo 21:12). Era muy natural que esos primeros creyentes continuaran reuniéndose en aquel lugar.
La palabra “continuaban” lleva implícito un sentido de perseverancia y devoción. Dicho de otra manera, aquellos creyentes tenían el compromiso de reunirse con otros para la adoración, la oración y el estudio. No vivían su fe por separado. Estaban dedicados a reunirse para adorar y estudiar juntos. La fe que se vive en comunión con los hermanos es tan importante como la adoración y la oración privadas. La iglesia primitiva ciertamente estaba comprometida a mantenerse en comunión los unos con los otros. Dios puso en sus corazones el estar juntos, bendiciéndose y animándose mutuamente en su fe.
Recuerde que las Escrituras no estaban al alcance de la mano en aquel tiempo. Las familias no tenían una copia de las Escrituras en sus hogares. Si querían escuchar las Escrituras, tenían que ir al templo. El compromiso de aquellos creyentes era dedicar tiempo para escuchar la Palabra y reflexionar en ella. En el templo la escuchaban y tenían la posibilidad de meditar en ella y orar. El versículo 46 nos dice que lo hacían todos los días.
PARTIENDO EL PAN EN LOS HOGARES
Los creyentes en Hechos 2 no limitaban sus reuniones al templo. El versículo 46 nos dice también que partían el pan en sus hogares. Ya hemos analizado esta práctica del partimiento del pan. A menudo se refiere a la celebración de la Cena del Señor y de recordar a Cristo y Su obra. Estaba acompañada de una comida común. El partimiento del pan no se hacía en el templo. Puede haber una muy buena razón para esto. Aquella práctica era “ofensiva” para los judíos de ese tiempo. La Cena del Señor no formaba parte de la tradición judía. Ésta recordaba a Cristo, Su muerte en la cruz y la esperanza que sus seguidores tenían en Él. Celebrar a Aquel que había sido asesinado por “blasfemia” hubiera sido algo muy desagradable para los líderes judíos y ciertamente no hubieran querido ver que se practicara en el templo. Mientras que los creyentes eran libres para orar y estudiar las Escrituras en el templo, el partimiento del pan se hacía en las casas de los seguidores de Jesús. Estos grupos pequeños eran más privados, más íntimos, y es muy probable que brindaran a los cristianos la oportunidad de adorar y recordar a Cristo de una manera que no hubieran podido hacer en el templo.
COMÍAN JUNTOS
Este versículo también habla de que la iglesia primitiva se reunía para comidas corrientes, lo que servía para dos propósitos. En primer lugar, daba a todos los que tenían necesidad la posibilidad de alimentarse en una comida. En segundo lugar, propiciaba tiempo para que los creyentes se conocieran y compartieran de una manera más informal. ¿Con qué frecuencia adoramos con nuestros hermanos pero no sabemos nada acerca de sus vidas, sus problemas o las oportunidades que Dios les ha dado en el ministerio? Al tener esta oportunidad de conocernos de manera informal, se desarrollan relaciones y somos más capaces de atender a las necesidades de demás. Aunque compartir una comida o tomar un café juntos puede no parecer muy espiritual, es de todos modos una parte muy importante del compañerismo cristiano. Durante estos momentos pueden construirse relaciones y formarse lazos que podrían durar para toda la vida.
Los versículos 46-47 nos dicen cuatro cosas acerca de estos tiempos de comunión.
Corazones alegres
Observe primero que los creyentes se reunían con alegría de corazón. Estaban felices de estar juntos. La comunión que experimentaban los llenaba de gozo y deleite. Reunirse no era una carga para ellos. Estaban emocionados y agradecidos a Dios por ese privilegio.
Corazones sencillos
Los creyentes también se reunían con sencillez de corazón. La palabra usada para “sencillez” da la idea de algo que ocurre sin obstáculos ni obstrucción. Imagine un granjero arando un campo lleno de rocas. Empuja el arado un poco y luego tiene que detenerse y excavar para sacar una gran roca. Existen relaciones como esa. No se avanza mucho sin encontrar un obstáculo. Puede ser un prejuicio o una vieja herida. Podría ser algo que nunca fue perdonado o una ofensa que nunca fue resuelta. A menos que se haga algo con respecto a ese asunto, no se podrá avanzar más en la relación.
Cuando los primeros creyentes se reunían, lo hacían con corazones que no abrigaban rencores, prejuicios, falta de perdón u orgullo. El creyente pobre era tan bienvenido como el que era rico. Todas las diferencias eran dejadas a un lado. Todos eran bienvenidos y apreciados.
Alabando a Dios
La iglesia también se reunía para alabar a Dios. Tenían esta maravilla en común. Sus corazones estaban llenos de gratitud y amor por el Dios que los había salvado. Glorificaban Su nombre en sus relaciones. Se relacionaban entre sí de manera tal que Dios recibía toda la gloria. El amor de Dios se derramaba a través de ellos y se expresaba a otros creyentes; Él recibía toda la gloria. Estos creyentes elevaban sus corazones a Dios en alabanza cuando suplían para una necesidad o cuando recibían aliento. Dios se glorificaba a través de las relaciones que aquellos creyentes disfrutaban entre sí. ¿Quién de nosotros no ha lanzado un grito de acción de gracias al Señor cuando ha atendido una necesidad nuestra a través de otro creyente? ¿Quién de nosotros no ha alabado al Señor por una palabra de aliento que nos ha enviado mediante de un hermano o hermana? Dios se glorificaba en medio de las relaciones de los creyentes en aquellos días.
Teniendo favor
Finalmente, la iglesia tenía favor con todo el pueblo. Es preciso analizar esto en el contexto de aquellos tiempos difíciles en que vivían esos creyentes. Había persecución en aquellos días. Hombres como Saulo iban de casa en casa arrastrando a los creyentes y haciéndolos prisioneros. Sin embargo, lo que este pasaje nos dice es que los que observaban a los creyentes notaban algo muy diferente en sus vidas. No podían dejar de admirar la dedicación mutua de los miembros de la iglesia primitiva. La gente veía su compasión y su sacrificio voluntario, su compromiso de reunirse y compartir sus comidas. Hasta los incrédulos tenían que admirar lo que estaba sucediendo en la iglesia en aquellos días, pues veían cómo se amaban, su devoción; y en esto, de alguna manera, veían evidencia del amor de Dios.
Además de esto, el mundo veía el compromiso de aquellos primeros creyentes con la verdad, la honestidad y la piedad. Los cristianos eran personas en las que se podía confiar; y también se podía confiar en su palabra. Nadie podía dudar de su sinceridad.
Los creyentes de Hechos 2 tenían devoción entre sí. Se cuidaban en tiempos de necesidad. Se fortalecían en tiempos de debilidad. Se reunían con regularidad para adorar y orar. Se congregaban con alegría y sencillez en sus corazones. Su relación no sólo glorificaba a Dios sino que ganaba el respeto y la admiración de los no creyentes.
¿Es este el tipo de relaciones que existe en su iglesia? El enemigo conoce el poder de la unidad y la comunión cristianas y hará todo lo posible para destruirlo. No será fácil mantener este tipo de comunión, pero sin duda será una rica bendición y un poderoso instrumento para alcanzar al mundo para la causa de Cristo.
Para reflexionar:
¿Cuán importante era para la iglesia primitiva pasar tiempo juntos estudiando las Escrituras y en adoración? ¿Tiene usted tiempos así en su rutina diaria?
¿Cómo se beneficiaban los creyentes durante aquellos momentos informales en que compartían una comida juntos?
¿Cuál era la actitud en la iglesia de aquellos días cuando se reunía? ¿Experimenta usted el mismo deleite en la comunión con su iglesia?
¿De qué manera la relación entre los creyentes glorificaba y honraba al Señor Dios? ¿Glorifican a Dios las relaciones en su iglesia?
¿De qué manera aquella relación entre los creyentes de la iglesia primitiva sirvió de herramienta evangelística para alcanzar a los incrédulos?
Para orar:
Pídale al Señor que le dé buenos momentos en Su Palabra y en la oración. Pídale que le enseñe y le bendiga durante esos tiempos.
Pídale a Dios que bendiga a los que dirigen la adoración y enseñan la palabra en su iglesia. Pídale que los use para fortalecer y alentar a la iglesia.
Pídale a Dios que trate con cualquier obstáculo en la comunión de los creyentes en su iglesia.
Tómese un momento para orar para que las relaciones en su iglesia glorifiquen a Dios y sirvan para atraer a muchos al cuerpo de Cristo.
12 – La Salvación
Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos. (Hechos 2:47)
Cosas maravillosas habían estado sucediendo en la iglesia primitiva. El Espíritu de Dios se movía de manera poderosa entre los creyentes. Aquello no podía pasar desapercibido por la comunidad y mientras algunos rechazaban el cristianismo y optaban por perseguir a los creyentes, otros veían la mano de Dios en lo que ocurría. El resultado fue que la gente se convertía al cristianismo todos los días.
¿Cuál era el secreto detrás de aquellas conversiones diarias a Cristo y de aquel crecimiento extraordinario de la iglesia en aquellos días? No hay dudas de que lo que estaba sucediendo allí era obra de Dios. Observe que el versículo 47 dice que “el Señor añadía cada día a la iglesia”. Esta era la obra de Dios. No era algo que los apóstoles y la iglesia primitiva hubieran podido hacer por su cuenta. Ningún plan o programa podría haber producido tales resultados.
Aunque la obra que estaba en acción durante aquellos días era del Espíritu Santo desde el principio hasta el final, debemos ver que Dios exigía que Su pueblo caminara en obediencia y sumisión a Él. Es muy posible para nosotros obstaculizar la obra de Dios debido nuestro pecado y terquedad. Examine la historia de Acán en Josué 7. Acán fue el hombre que tomó tesoros prohibidos de la ciudad de Jericó y los escondió bajo el suelo de su tienda. Dios dio instrucciones específicas a Josué y a Su pueblo de que no debían tomar nada de aquella ciudad sino que debían destruirla completamente. Acán desobedeció esta clara orden de Dios.
El resultado de dicha desobediencia se experimentó cuando Josué y su ejército atacaron la pequeña ciudad de Hai y fueron derrotados. Treinta y seis israelitas murieron en esa batalla (Josué 7: 4-5). Dios le hizo saber a Josué que la razón por la cual fueron derrotados había sido por la desobediencia de Acán. Sólo cuando Acán y su familia fueran eliminados se podría restaurar la bendición de Dios.
Lo importante a tener en cuenta en este punto es que el pecado y la rebelión impidieron la bendición de Dios. Dios quiso traer la victoria a Josué, pero a causa del pecado en el campamento Él retiró esa bendición. Dios retendrá sus bendiciones cuando su pueblo se aparte de él. En 2 Crónicas 7, Dios habla a Salomón acerca de este mismo asunto:
13 Si yo cerrare los cielos para que no haya lluvia, y si mandare a la langosta que consuma la tierra, o si enviare pestilencia a mi pueblo; 14 si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.
En 2 Crónicas 7: 13-14 el Señor cerró los cielos para que no hubiera lluvia. Envió langostas para devorar la tierra y plagas entre su pueblo. El versículo 14 nos dice que la única manera de restaurar esa bendición era que el pueblo de Dios se humillara, orara, buscara Su rostro y se apartara de sus malos caminos. Es evidente que los pecados del pueblo de Dios los habían despojado de todas sus bendiciones.
Al hablarle a Su pueblo por medio del profeta Oseas, el Señor dice:
1Oíd palabra de Jehová, hijos de Israel, porque Jehová contiende con los moradores de la tierra; porque no hay verdad, ni misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra. 2Perjurar, mentir, matar, hurtar y adulterar prevalecen, y homicidio tras homicidio se suceden. 3 Por lo cual se enlutará la tierra, y se extenuará todo morador de ella, con las bestias del campo y las aves del cielo; y aun los peces del mar morirán (Oseas 4:1-3).
Observemos la conexión entre la desobediencia del pueblo de Dios y lo que estaba sucediendo en su tierra. La tierra se enlutó porque el pueblo de Dios no demostró amor ni fidelidad. Todo morador de la tierra se consumió porque no reconocían a Dios. Las bestias del campo, las aves del cielo y los peces del mar morían porque el pueblo de Dios robaba, cometía adulterio y asesinaba.
Lo que debemos entender de estos pasajes es que el Señor quiere bendecir a su pueblo. Lo hizo en Hechos 2. A medida que Dios se movía en medio de Sus hijos, ellos se rendían a Su obra; perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en tener libre comunión, en recordar a Cristo mediante el partimiento del pan y en la oración. Ananías y Safira murieron por atreverse a mentir a la iglesia y a Dios. Aquella sumisión y obediencia al Señor mantuvieron abierto el canal de la bendición de Dios.
¿Cuántas veces queremos tener la bendición de Dios en nuestras vidas pero también nuestros pecados? En Mateo 6 Jesús dijo claramente que debemos tomar una decisión:
24 Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. (Mateo 6:24)
Dios no nos quiere compartir con nadie más. Nos exige total obediencia y consagración a Él. No podemos esperar conocer la plenitud de las bendiciones de Dios si no tomamos en serio el problema del pecado.
A medida que el pueblo de Dios se entregaba a la obra que Él hacía en medio de ellos, y andaba en obediencia a Su mandato, Dios se complacía en revelar Su presencia de formas aún más profundas. Dios le da a los que van a recibir lo que Él da y lo van a usar para Su gloria. Él da a los que caminan en pureza y obediencia.
En Hechos 2, tenemos una imagen maravillosa de la obra que Dios estaba haciendo en la vida de aquellos que abierta y voluntariamente se rindieron a Él. La presencia de Dios era tan poderosa que todo el mundo la notaba y abría su corazón al Señor Jesús. Una de las herramientas más poderosas en el evangelismo de hoy es un cristiano sometido y obediente. Es frecuente que el mundo mire a la iglesia de nuestros días y no quiera tener nada que ver con ella. Esto sucede porque no ven el poder de Dios en acción en la vida de los creyentes. No ven más que tradición y doctrina. Observan a creyentes cuyas vidas no están entregadas en obediencia a su Señor. Ven todos los pecados del mundo también dentro de la iglesia. Notan que hay reuniones en iglesias que terminan en discusiones, y que existe división entre los creyentes. Hay poca evidencia de vidas cambiadas y del poder de Dios.
En una conversación con un cristiano que trabajaba en prisiones en mi país me comentó que una de las mayores frustraciones para él en este ministerio era que cuando un prisionero se entregaba al Señor Jesús, su entusiasmo por Cristo era tan grande que una iglesia mediocre no lo podía soportar. También me dijo que muchos de ellos tenían que “recaer” para poder encajar en la iglesia local. ¡Qué imagen tan triste esta de la iglesia! Nos hemos conformado con poco menos que una rendición total. Y cuando se trata del pecado, hemos dejado el listón muy bajo. No estamos dispuestos a hacer los sacrificios necesarios para andar en completa obediencia. Enterramos los pecados y decidimos no tratar de hacerles frente. Mientras que esa sea la situación no esperemos bendiciones de Dios.
La bendición de Dios era evidente en la vida de la iglesia primitiva. Él se movía entre Su pueblo de una manera especial en aquellos días. Esto despertó en ellos un deseo por Su Palabra y por la comunión. El pueblo de Dios se rendía a eso y daba todo voluntariamente. Su presencia era tan evidente en la devoción a Cristo y su dedicación entre sí que el mundo comenzó a prestarles atención. Había algo muy real en aquella iglesia que se describe en Hechos 2. La realidad de Cristo en medio de ellos atrajo a la gente a la iglesia. Aquella presencia, y la belleza de la misma, era tan fuerte que las personas arriesgaban voluntariamente sus vidas para tener lo que esos cristianos tenían. La comunidad judía los despreciaba, sin embargo, muchos arriesgaban su reputación, sus trabajos y sus vidas, porque la belleza de Cristo, tal como la veían en Su pueblo, era demasiado maravillosa como para resistirse. Todos los días hombres y mujeres entregaban sus vidas al Señor Jesucristo y se unían a los creyentes en la adoración a Su nombre.
¿Quieres influir en tu comunidad? ¿Quieres que el poder de Cristo sea evidente en tu vida y en tu iglesia? ¿Quieres que Dios derrame Su bendición? Este es el deseo del Señor para usted en nuestros días. El secreto para conocer esta bendición es aprender a caminar en obediencia y someterse. La iglesia de Hechos 2 estaba dedicada a cuatro principios fundamentales.
Primero, se entregaron al estudio y aplicación de la Palabra de Dios. Todos los días pasaban tiempo en el templo escuchando las Escrituras y estudiándolas. Ellos querían que sus vidas estuvieran de acuerdo con el propósito de Dios, como está escrito en Su Palabra.
En segundo lugar, se comprometieron a la libre comunión con otros creyentes. Sabían que si sus relaciones con sus hermanos y hermanas no eran buenas, eso también afectaría su relación con Dios. Querían estar seguros de que no había obstáculos para la obra de Dios como resultado de actitudes impías o relaciones deterioradas con un hermano o hermana en Cristo.
Tercero, los creyentes de Hechos 2 mantuvieron la obra de Cristo como el eje central en sus pensamientos y corazones. Con frecuencia recordaban lo que Jesús había hecho por ellos en la cruz mientras celebraban el partimiento del pan. Al hacerlo, hacían memoria del precio que Él tuvo que pagar por ellos. También, al celebrar el partimiento del pan, se comprometían nuevamente a someterse y obedecer como Él lo había hecho por ellos.
Finalmente, la iglesia de Hechos 2 se entregó a la oración. Encomendaban a Dios todo lo que le hacían, buscando Su voluntad y bendición. No tomaban los asuntos en sus manos para resolverlos según sus propias fuerzas y sabiduría; en vez de eso, buscaban a Dios en todos sus caminos y Su voluntad era lo que se hacía. Ellos no confiaban en sí mismos, sino que se rendían a la dirección de Dios. Esta maravillosa atmósfera de entrega y obediencia a Cristo proporcionaba el medio en que el Espíritu de Dios podía obrar de manera aún mayor, fortaleciendo a los creyentes y atrayendo a los incrédulos hacia Él.
El crecimiento de la iglesia en Hechos 2 comenzó con la obra que Dios estaba haciendo en la vida de Su pueblo. Esos creyentes fueron transformados por el poder de Dios y a medida que se rendían a Él, sus vidas resplandecían con la luz de Cristo. Llevaban el grato olor de Cristo dondequiera que iban. Esto atraía a los incrédulos que veían al Señor Jesucristo en los hijos de Dios y querían tener lo que ellos tenían. ¿Se puede decir esto de su vida cristiana? ¿Se puede decir de su iglesia? Cuánto necesitamos una nueva entrega del pueblo de Dios a Su obra en estos tiempos. Tal mover de Dios no se logra fácilmente debido a que demandará sacrificio, hacer a un lado el orgullo y confesar pecados. Algunos hombres y mujeres no están dispuestos a rendirse de esta manera. Otros, sin embargo, lo harán, y sus vidas serán cambiadas para siempre. Ellos reflejarán la belleza de Cristo en su comunidad y conocerán Su presencia de una manera maravillosa. Que Dios nos dé la gracia de entregarnos a Él para que, a través de nosotros, muchos vean la belleza de Cristo y vengan a Él.
Para reflexionar:
¿Cuál era el “secreto” detrás del crecimiento de la iglesia primitiva? ¿Cuál era el papel de Dios? ¿Cuál era el papel de los creyentes?
¿De qué manera el pecado obstaculiza la bendición de Dios? ¿Cuál es la conexión entre Su bendición y la obediencia?
¿Cómo describiría el estado de la iglesia en nuestros días? ¿Qué cree que haría Dios si Su pueblo estuviera dispuesto a lidiar con sus pecados y a someterse más a Él?
¿Son atraídos los incrédulos por lo ven en su vida personal o en la vida de los que asisten a su iglesia? ¿Qué verían específicamente que los llevaría a considerar una decisión por Cristo?
Para orar:
Pídale al Señor que le muestre cualquier cosa que pueda obstaculizar que Él haga una mayor obra en su vida.
Agradezca al Señor porque Él quiere bendecir y hacer Su presencia más real en usted y en la vida de su iglesia. Pídale que le perdone las cosas que en su vida obstaculizan esa bendición.
Pídale a Dios que le dé la gracia de rendirse a Él y a Sus propósitos. Ore para que Dios se haga más real para usted y que eso sea evidente para las personas a su alrededor.