Una Mirada Devocional a la Conquista de Canaán y al Liderazgo de Israel bajo sus Jueces
F. Wayne Mac Leod
Copyright © 2011 by F. Wayne Mac Leod
Revisado Abril/ 2016
Todos los derechos reservados. No puede reproducirse ni transmitirse parte alguna de este libro sin el previo consentimiento por escrito de su autor.
Todas las citas bíblicas, a menos que se indique otra versión, han sido tomadas de la Biblia Reina Valera Revisada (1960) (RVR60).
Especial agradecimiento a los revisores y correctores del texto, Diane MacLeod y Lee Tuson, sin los cuáles este libro hubiera sido mucho más difícil de leer.
Traducción al español: Dailys Camejo y David Gomero (Traducciones NaKar)
Tabla de Contenidos
- PRÓLOGO DEL LIBRO DE JOSUÉ
- INTRODUCCIÓN
- 1 – JOSUÉ 1:1-18 – EL LLAMAMIENTO DE JOSUÉ
- 2 – JOSUÉ 2:1-24 – RAHAB Y LOS ESPÍAS
- 3 – JOSUÉ 3:1-17 – CRUZANDO EL JORDÁN
- 4 – JOSUÉ 4:1-24 – MONUMENTOS CONMEMORATIVOS
- 5 – JOSUÉ 5:1-15 – LOS PREPARATIVOS
- 6 – JOSUÉ 6:1-27 – JERICÓ
- 7 – JOSUÉ 7:1-26 – EL PECADO DE ACÁN
- 8 – JOSUÉ 8:1-35 – LA DERROTA DE HAI
- 9 – JOSUÉ 9:1-27 – LOS GABAONITAS
- 10 – JOSUÉ 10:1-43 – LA PETICIÓN DE GABAÓN
- 11 – JOSUÉ 11:1-23 – LA CONQUISTA DE CANAÁN
- 12 – JOSUÉ 12:1-13:33 – LA TIERRA CONQUISTADA Y REPARTIDA
- 13 – JOSUÉ 14;1-15 – LA PETICIÓN DE CALEB
- 14 – JOSUÉ 14:1-17:18 – LA REPARTICIÓN DEL TERRITORIO A LAS TRIBUS DE JUDÁ, MANASÉS Y EFRAÍN
- 15 – JOSUÉ 18:1-19:51 – LA REPARTICIÓN DEL TERRITORIO A LAS OTRAS SIETE TRIBUS
- 16 – JOSUÉ 20:1-21:45 – CIUDADES ESPECIALES
- 17 – JOSUÉ 22:1-34 -MALENTENDIDOS
- 18 – JOSUÉ 23:1-16 – PALABRAS DE JOSUÉ A LA NACIÓN
- 19 – JOSUÉ 24:1-33 – EL PACTO DE SIQUEM
- Prefacio del Libro de Jueces
- INTRODUCCIÓN A JUECES
- 20 – JUECES 1:1-36 – ENEMIGOS EN LA TIERRA
- 21 – JUECES 2:1-23 – ISRAEL ES PROBADO
- 22 – JUECES 3:1-31 – OTONIEL, AOD Y SAMGAR
- 23 – JUECES 4:1-5:31 – DÉBORA
- 24 – JUECES 6:1-40 – EL LLAMADO DE GEDEÓN AL MINISTERIO
- 25 – JUECES 7:1-25 – GEDEÓN DERROTA A LOS MADIANITAS
- 26 – JUECES 8:1-35 – LA MUERTE DE GEDEÓN
- 27 – JUECES 9:1-57 – ABIMELEC
- 28 – JUECES 10:1-11:40 – TOLA, JAIR Y JEFTÉ
- 29 – JUECES 29:1-13:25 – IBZÁN, ELÓN, ABDÓN Y SANSÓN
- 30 – JUECES 14:1-20 – EL ENIGMA DE SANSÓN
- 31 – JUECES 15:1-20 – TRECIENTAS ZORRAS Y UNA QUIJADA DE ASNO
- 32 – JUECES 16:1-31 – LA VICTORIA FINAL DE SANSÓN
- 33 – JUECES 17:1-18:31 – DAN Y LOS ÍDOLOS DE MICAÍA
- 34 – JUECES 19:1-20:48 – EL PECADO ESPANTOSO
- 35 – JUECES 21:1-25 – LA RECONCILIACIÓN CON BENJAMÍN
- PRÓLOGO DEL LIBRO DE RUT
- INTRODUCCIÓN
- 36 – RUT 1:1-22 – LA AFLICCIÓN DE NOEMÍ
- 37 – RUT 2:1-23 – BOOZ
- 38 – RUT 3:1-18 – EL PLAN DE NOEMÍ
- 39 – RUT 4:1-22 – NOEMÍ RECOBRA SU PRESTIGIO
PRÓLOGO DEL LIBRO DE JOSUÉ
El libro de Josué registra la conquista de la tierra prometida bajo el competente liderazgo de Josué, el sucesor de Moisés. A diferencia de Moisés, Josué era un líder militar; él era el hombre de Dios para ese momento. Por medio de él, Israel controlaría toda la tierra que quedaba al oeste del río Jordán.
Es interesante que nos percatemos que, aunque Josué era un comandante militar, su fortaleza y su éxito radicaban en su obediencia al Señor; y esto se puso de manifiesto de manera poderosa en varias ocasiones. Vemos lo que sucedió cuando Acán desobedeció al Señor y puso en riesgo la vida de muchos hombres del ejército de Josué en la ciudad de Hai. Los muros de Jericó cayeron, y no fue debido a las fuerzas militares, sino a un simple acto de obediencia a Dios.
La historia de Josué es inspiradora, pues nos muestra lo que podemos lograr cuando ponemos a Dios en primer lugar y andamos en Sus caminos. Josué vio a Dios hacer cosas imposibles a medida que marchaba en fiel obediencia a Sus mandatos. En la actualidad Dios está buscando personas como Josué, personas que entiendan que la victoria no radica en la fuerza ni en la sabiduría humana, sino sencillamente en la obediencia.
A medida que leamos este libro, seremos inspirados por el poder de Dios que se movió en y a través de Josué; seremos alentados por el hecho de que Dios cumple Sus promesas; y veremos también lo que sucede cuando Israel desobedece a Dios. El libro de Josué es un recordatorio para nosotros de lo que Dios quiere hacer en nuestros días. Él está edificando Su reino y derribando las fortalezas del enemigo por medio de gente sencilla como usted y como yo que decidimos seguirle y caminar en obediencia a Su llamado y dirección para nuestras vidas.
Que el Señor use este comentario para inspirar a los lectores a marchar con mayor valentía y en obediencia y fidelidad a Dios y a Su llamado.
F. Wayne Mac Leod
INTRODUCCIÓN
Autor:
El libro de Josué no muestra ninguna referencia en cuanto a su autor. Pero sí encontramos un breve registro en el capítulo 24, versículos 25 y 26 acerca de Josué redactando un pacto en Siquem y escribiéndolo en el libro de la ley de Dios.
Entonces Josué hizo pacto con el pueblo el mismo día, y les dio estatutos y leyes en Siquem. Y escribió Josué estas palabras en el libro de la ley de Dios; y tomando una gran piedra, la levantó allí debajo de la encina que estaba junto al santuario de Jehová.
Sin embargo, parece que este pasaje se refiere a un pacto específico que Josué escribió, y no necesariamente a todo el libro. Tradicionalmente se le ha acreditado a Josué la autoría del libro; no obstante, en su mayor parte, éste parece estar escrito acerca de Josué, y no se lee como si Josué estuviera escribiendo los eventos acerca de él mismo.
Trasfondo:
Josué era hijo de Nun de la tribu de Efraín, y probablemente nació en Egipto durante el tiempo del cautiverio. En Números 13:16 vemos que su nombre era Oseas, pero Moisés se lo cambió por Josué, que significa “el Señor salva” o “Jehová es salvación”. Josué servía junto a Moisés desempeñándose como comandante militar (ver Éxodo 17:8-16). Él subió a una parte del monte Sinaí cuando Moisés descendió con las tablas que contenían los Diez Mandamientos (Éx. 32:17). Fue uno de los doce espías que Moisés envió a la tierra de Canaán según Números 13:16-17. Solamente él y Caleb creyeron que el Señor les daría la victoria sobre los fuertes cananeos. Por su fe se les permitió entrar a la Tierra Prometida cuando todos los demás israelitas de su edad perecieron en el desierto debido a su incredulidad. A la hora de morir, Moisés le encomendó a Josué que guiara a Israel hasta entrar a la tierra de Canaán. Josué se distingue ante todo como el líder militar que ayudó a Israel a conquistar la tierra de Canaán. Pero también fue un administrador competente que veló que a cada tribu se le diera su parcela de tierra. El liderazgo espiritual de Josué también se evidencia en los últimos capítulos del libro, cuando él desafía a su pueblo a caminar fielmente con el Señor su Dios en la tierra que Él les había dado.
Importancia del Libro en la Actualidad:
El libro de Josué tiene gran importancia histórica debido a lo que nos enseña acerca de la manera en que Dios le dio a Israel la tierra de Canaán. Éste registra los detalles de la conquista de la tierra bajo el liderazgo de Josué.
Pero más allá del valor histórico del libro vemos su inmenso significado espiritual. El libro tiene varias lecciones que nos enseñan hoy como creyentes. El nombre “Josué” es la forma hebrea de “Jesús” en griego. Él lleva el mismo nombre del Señor Jesús, y es considerado, en muchas maneras, como una imagen profética de Cristo. Su nombre significa “Jehová es salvación”. Josué guió a su pueblo en victoria hasta la tierra prometida; y esto es lo que el Señor Jesús vino a hacer. La vida y ministerio de Josué apuntan hacia una salvación y herencia aún mayores que vendrán por medio de Jesús. El escritor de Hebreos se refirió a esto en Hebreos 4:8-10 cuando dijo:
Porque si Josué les hubiera dado el reposo, no hablaría después de otro día. Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios. Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas.
En el libro de Josué encontramos muchos incentivos prácticos para nosotros en la actualidad. Vemos cómo Dios estuvo dispuesto a darle a Israel la victoria sobre sus enemigos, y la manera en que guió a Su pueblo hacia esas victorias. También vemos lo que sucedía cuando el pueblo de Dios no lo consultaba. Pero a pesar de sus fallas, Dios continuaba llevando a cabo Su propósito. En este libro encontramos ejemplos que nos consuelan y fortalecen.
Josué nos recuerda que la victoria es fruto de la obediencia a Dios y a Su Palabra. En el último desafío que Josué le hizo a Israel, los llamó a tomar una decisión. Ellos debían servir al Señor y andar en Sus caminos, o darle la espalda e ir tras los dioses de las naciones que los rodeaban. No obstante, les advirtió que su futuro como nación dependía de la decisión que tomaran. Si ellos buscaban a Dios y Sus caminos, prosperarían en la tierra que el Señor les había prometido; pero si le daban la espalda, lo perderían todo.
El libro nos enseña algunas lecciones importantes acerca de trabajar unidos como creyentes. El pueblo de Dios fue engañado por sus vecinos al hacer un acuerdo de paz. Entonces ellos tomaron decisiones precipitadas y casi se vieron involucrados en una guerra civil con sus hermanos. Pero lo que nos impacta de este libro es cómo Josué y sus líderes resolvieron estos asuntos. Ninguna batalla está exenta de conflictos; sin embargo, Josué nos enseña cómo tratar con estos conflictos cuando aparecen.
1 – EL LLAMAMIENTO DE JOSUÉ
Leamos Josué 1:1-18
Mediante el competente liderazgo de Moisés, el pueblo de Israel se estableció como una nación bajo la autoridad de Dios. Él los liberó de la esclavitud de Egipto, los instruyó en las leyes de Dios y los guió a través del desierto hasta las puertas de la Tierra Prometida. Antes de morir, Moisés comisionó a un hombre llamado Josué para que tomara su lugar como el siguiente líder de Israel (Dt. 3:28).
Pero el rol de Josué como líder del pueblo de Dios sería muy diferente al del liderazgo de Moisés. Éste último era sacerdote y profeta, mientras que Josué era un comandante militar. Tiempos diferentes exigían un liderazgo diferente.
El pueblo de Dios tendría que adaptarse mientras aprendía a tratar con una nueva visión y estilo de liderazgo. Josué no había tomado su llamado a la ligera. Estoy seguro de que él se sentía algo indigno de seguir los pasos de tan poderoso líder. Sin embargo, el propósito de Dios para la vida de Josué era muy evidente, y él estaba dispuesto a aceptar la voluntad de Dios.
A medida que comenzamos vemos en el versículo 2 que el Señor compartió con Josué lo que deseaba para Israel. Dios le dijo que Él quería que se preparara para cruzar el río Jordán y entrar a la tierra que Él quería darle a Su pueblo (v. 2). Dios prometió que les daría toda esa tierra (v. 3). Su territorio se extendería desde el desierto del Líbano y el río Éufrates hasta el Mar Mediterráneo en el lado oeste. Necesitamos entender que Dios tenía un propósito para Su pueblo. En estos versículos Él compartió con Josué Su visión para la nación, y lo hizo por una razón muy importante.
Si Josué iba a guiar al pueblo de Dios, él necesitaba hacerlo en concordancia con el plan y el propósito de Dios. En demasiadas ocasiones olvidamos que somos siervos de Dios llamados a hacer Su voluntad. Esto es algo que debería ser obvio, pero la realidad del asunto es que muchos siervos de Dios no comparten Su voluntad ni Su visión; y muchos no buscan verdaderamente la voluntad de Dios para sus ministerios, sino que tienen sus propias ideas de lo que quieren llevar a cabo. Si queremos servir a Dios necesitamos tener un sentido claro de Su dirección y propósito. En este pasaje vemos cómo Dios compartió Su propósito con Josué. Él le mostró qué cantidad de tierra quería darle a Su pueblo, así como los límites del territorio. Al hacerlo, Dios le estaba dando orientaciones a Josué acerca de su liderazgo y su alcance.
Observemos que el territorio que Dios quería darle a Su pueblo tenía límites. Como buen líder, Josué necesitaba saber hasta dónde Dios quería llevar a Su pueblo. Algunas veces nuestra visión va más allá de lo que Dios quiere darnos, pero otras veces se queda por debajo de la visión de Dios.
Debido a su éxito en campaña, Josué debe haberse sentido tentado a ir más allá de donde Dios quería que él fuera. En otras ocasiones no estamos preparados para ir lo suficientemente lejos en nuestra conquista de la tierra que Dios nos ha dado. Un buen líder buscará la dirección del Señor. No irá más allá de lo que Dios le ha dado, sino que hará todo lo que esté a su alcance para completar a cabalidad lo que el Señor le ha encomendado. En estos versículos Dios le dio a Josué una idea clara de lo que esperaba de él.
Observemos además en el versículo 5 que Dios no solo le mostró a Josué Su propósito, sino que también le prometió que lo capacitaría para que pudiera cumplir ese propósito. Dios le dijo a Josué que nadie podría hacerle frente todos los días de su vida. Él lo protegería de sus enemigos, y Su presencia lo acompañaría a dondequiera que fuera (v. 5). El Señor nunca lo desampararía. Josué sabía que si él marchaba en obediencia a la voluntad y al propósito de Dios, podría llevarlo a cabo sabiendo que Dios siempre estaría con él. Cuando tuviera que tomar una decisión importante, Dios lo guiaría. Cuando tuviera que enfrentar a enemigos poderosos, Dios pelearía con él. Y es que Dios respalda a quienes llama.
Dios le dijo a Josué que debía esforzarse y ser valiente porque la victoria estaba segura (v. 6). Percatémonos que el Señor también le dijo que Él guiaría a Su pueblo a poseer la tierra que les había prometido. Con Dios de su lado, la victoria estaba segura. ¿Cómo podría fallar si el Dios Todopoderoso estaba con él? ¿Qué enemigo podría vencerlo si Dios lo apoyaba? ¡Qué privilegio tan grande es tener al Señor apoyándonos cuando salimos a cumplir Su propósito según Su voluntad! Obtendremos la victoria no porque seamos fuertes, sino porque el Señor nuestro Dios nos respalda.
Josué debía esforzarse y ser valiente sabiendo que Dios estaba a su lado. Una cosa es saber que Dios está con nosotros, y otra cosa es actuar como si Dios estuviera con nosotros. Josué debía dejar que su conocimiento de la presencia de Dios lo fortaleciera para marchar con valentía. No debía acobardarse ante el enemigo, sino que tenía que encontrar valor para enfrentar los peligros y los obstáculos que el enemigo le pondría en su camino. ¿Conocer que Dios está presente cambia en algo la manera en que ministramos? El hecho de saber que Dios está con nosotros, no solo es una idea reconfortante, sino que también lleva implícita una obligación. Aquellos que saben que el Señor está a su lado enfrentarán al enemigo con mayor valentía y correrán mayores riesgos porque saben que nada es imposible para Dios.
El versículo 7 es un versículo muy importante en la vida y ministerio de Josué. Si él quería tener éxito en su ministerio, tendría que aprender a caminar en obediencia a Dios y a Su ley. En ese versículo Dios le advirtió a Josué:
Ten cuidado de obedecer todas las instrucciones que Moisés te dio. No te desvíes de ellas ni a la derecha ni a la izquierda. Entonces te irá bien en todo lo que hagas. (NTV)
Cuando Dios le dice a Josué “Ten cuidado”, le está advirtiendo de un gran peligro. Si hay algo que lo destruiría a él y a su ministerio sería desobedecer a Dios y Su ley.
Además de esto Dios le dijo a Josué que no dejara que el Libro de la Ley se apartara de su boca (v. 8). En otras palabras, Josué debía proclamar la Palabra de Dios con frecuencia, compartirla con otras personas y leerla con regularidad. Josué también debía meditar en la Palabra de Dios de día y de noche, reflexionando en ella cada día. Sus pensamientos y actitudes debían regirse por la Palabra del Señor. Al mantener la ley de Dios fresca en su mente, ésta influiría en todas las decisiones que tomara. La Palabra de Dios debía guiar sus pensamientos, sus acciones y sus decisiones como líder del pueblo de Dios.
Dios le prometió a Josué que si obedecía y hacía las cosas de acuerdo a Su ley divina, entonces todo le iría bien. Seguramente Satanás estaría desafiando a Josué en este aspecto. A través de la historia de la humanidad, a menudo Satanás ha desafiado al pueblo de Dios en el área de la obediencia a Su Palabra divina. Josué estaría verdaderamente tentado a ceder, pero Dios lo estaba llamando a ser fiel a todo lo que estaba escrito. Se levantarían enemigos poderosos en su contra, enemigos aterradores; y en momentos así, podía verse tentado a ceder. Habría momentos cuando las cosas no saldrían como Josué lo esperaba; y en esos momentos de desaliento, muy bien podría estar tentado a sutilmente darle la espalda a los claros mandamientos de la Ley de Dios. Sin embargo, el Señor le advierte que no tema ni desmaye, sino que persevere en la obediencia a Dios y a Su ley. Dios nos ha prometido la victoria con tan solo obedecer.
Josué escuchó el llamado y la advertencia de Dios; y en los versículos del 10 al 11 vemos que él aceptó ese llamado en su vida, juntó a sus oficiales y los desafió a que prepararan al pueblo para cruzar el Jordán y tomar posesión de la tierra. Josué aceptó este puesto sabiendo que tendría muchos desafíos, enemigos y batallas. Él tendría que ir al Señor en busca de dirección, fortaleza y sabiduría. Y es que el hecho de ser llamados a una tarea y contar con la presencia de Dios a nuestro lado no significa que no tendremos que luchar.
En los versículos del 12 al 15 Josué les habló particularmente a las tribus de Rubén, Gad y Manasés. En Números 32:1-27 vimos cómo estas tribus le habían pedido permiso a Moisés para establecerse en el lado este del Jordán. Se había acordado que estas tribus se quedarían en esa región con la condición de que ayudaran a sus hermanos a luchar contra los enemigos y a establecerse en la tierra que Dios les había prometido en Canaán.
En los versículos del 12 al 15 Josué les recordó a estas tribus su obligación. Pero sus mujeres y sus niños no serían obligados a viajar con ellos mientras batallaban en contra de los habitantes de la tierra. Solamente cuando el Señor les diera reposo a sus hermanos sería que las tribus de Rubén, Gad y Manasés podrían volver libremente a sus propias tierras (v. 15). La preocupación de sus hermanos debía ser la suya también. Imaginemos cómo debía haber sido para el pueblo de Dios el no descansar hasta que sus hermanos conquistaran todo lo que Dios les había dado. Dios estaba llamando a la nación a que se preocuparan los unos por los otros. Ellos debían considerar las necesidades de sus hermanos como si fueran las suyas propias.
Dios permitió que Josué hallara favor ante los ojos del pueblo, y en los versículos 16 y 17 ellos le dijeron: “Nosotros haremos todas las cosas que nos has mandado, e iremos adondequiera que nos mandes. De la manera que obedecimos a Moisés en todas las cosas, así te obedeceremos a ti”. Inclusive, el pueblo hizo un compromiso de que cualquiera que desobedeciera los mandatos de Josué, debía morir (v. 18). Ellos se sometieron a Josué y a su liderazgo de todo corazón.
Dios llamó a Josué a guiar a Su pueblo en la toma de la tierra de Canaán. Cuando el Señor lo llamó, también le mostró Su propósito, y le prometió que lo ayudaría en todos sus esfuerzos siempre y cuando él caminara en obediencia a Su Palabra. Josué debía tener cuidado de no apartarse de esa ley en lo absoluto, pues su éxito dependía de su obediencia a Dios. Entonces el Señor le dio a Josué favor ante el pueblo, y ellos permanecieron firmemente a su lado.
Para Meditar:
· ¿Qué cosas Dios nos ha llamado a hacer para Él? ¿Hemos sido fieles a ese llamado?
· ¿Cuál es el deseo de Dios para nuestros ministerios? ¿Es posible que sirvamos a nuestros propios propósitos ministeriales y no a los propósitos del Señor?
· ¿Cómo nos alienta y nos anima el hecho de saber que Dios nos apoya en nuestros ministerios? ¿De qué manera nuestro conocimiento de la presencia de Dios cambia la manera en que obramos?
· ¿Qué importancia tiene la Palabra de Dios en nuestros ministerios? ¿Podemos tener éxito en nuestros ministerios si no vivimos en obediencia a la Palabra de Dios?
· ¿Qué aprendemos acerca de la importancia de considerar las necesidades de los otros tan importantes como las nuestras?
Para Orar:
· Pidamos a Dios que nos muestre Su propósito para nuestro ministerio. Roguémosle que nos mantenga enfocados en Su voluntad y no en la nuestra.
· Agradezcamos al Señor que Él promete estar a nuestro lado. Pidámosle que nos ayude a encontrar confianza y fortaleza en el conocimiento de Su presencia.
· Pidamos a Dios que nos dé un corazón compasivo para con nuestros hermanos necesitados.
· Demos gracias a Dios que Él nos ha dado Su Palabra para guiarnos y consolarnos. Pidámosle que nos dé un anhelo más profundo por ella, y que nos ayude a vivir en obediencia a las Escrituras.
2 – RAHAB Y LOS ESPÍAS
Leamos Josué 2:1-24
Josué emprendió el propósito de Dios para su vida sin perder tiempo. Dios le había dejado claro que él debía vencer a sus enemigos y establecer a su pueblo en su tierra. Entonces, en obediencia al Señor, Josué preparó a sus hombres para la batalla.
En el capítulo 2 Josué envió secretamente a unos hombres para que espiaran la ciudad de Jericó (v. 1). Los espías salieron obedeciendo la orden de Josué, y cuando llegaron a Jericó, encontraron un lugar donde quedarse con una mujer llamada Rahab. Se nos dice que Rahab era ramera. La Biblia en inglés The New International Version 84 (NIV84) contiene una nota al pie de página que dice que Rahab posiblemente fuera una mesonera. Esto nos muestra que los espías no acudieron a ella porque era prostituta, sino porque tenía un lugar para hospedar.
No se nos dice qué hicieron los espías durante su estancia en Jericó. Sin embargo, sí se corrió la voz de su presencia al punto que le avisaron al rey de esa ciudad (v. 2). Inmediatamente el rey le envió un mensaje a Rahab ordenándole que le llevara los hombres que habían estado en su casa esa noche, y le dijo que ellos habían venido para espiar la tierra (v. 3).
Pero Dios suavizó el corazón de Rahab para con los espías, por lo que decidió no entregarlos al rey, sino más bien hacer todo lo posible para protegerlos. Ella le dijo al rey que los dos hombres sí habían venido, pero que ella no sabía de dónde eran (v. 4). Al decir esto Rahab se estaba protegiendo a sí misma, pues ella no quería que el rey la viera como una protectora de espías extranjeros.
Rahab también le dijo al rey que los hombres se habían ido de su casa al atardecer, justo cuando las puertas de la ciudad se iban a cerrar, pero que ella no sabía a dónde habían ido. Y le aconsejó al rey que si enviaba hombres a seguirlos aprisa, posiblemente los capturaran (v. 5). Al decir estas cosas, Rahab le estaba mintiendo a su rey y ganando tiempo para los espías.
El versículo 6 nos dice que Rahab tomó a los espías y los escondió en el terrado, debajo de unos manojos de lino que tenía allí. Los hombres del rey siguieron el consejo de Rahab y salieron a perseguir a los espías. Tan pronto como los hombres del rey se fueron, las puertas de la ciudad se cerraron. Esto impediría que los espías entraran o salieran de la ciudad (v. 7).
Antes de que los espías se durmieran esa noche, Rahab subió al terrado para hablar con ellos. Lo que ella les dijo ese día fue algo muy importante. Les dijo que ella sabía que el Señor les había dado esa tierra; y también que un gran temor había venido sobre todos los que vivían en su país a causa de los israelitas (v. 9). Su nación había oído cómo el Señor había marchado delante de ellos y había secado las aguas del Mar Rojo para que pasaran cuando salieron de Egipto. También habían escuchado cómo Dios les había dado la victoria sobre el rey Og y los dos reyes de los amorreos (v. 10). La historia de lo que Dios estaba haciendo en Su pueblo los precedía. El corazón de toda la nación desfallecía de miedo ante Dios y Su pueblo (v. 11).
Dios estaba obrando poderosamente en las vidas de los israelitas. Los no creyentes estaban asombrados de lo que Dios estaba haciendo, pues veían el poder y la majestad de Dios derramados sobre Su pueblo. Ellos sabían que el Señor estaba con los israelitas, y esto les causaba miedo y espanto. ¿Qué ven los no creyentes en las vidas del pueblo de Dios en la actualidad?
Las palabras de Rahab eran de naturaleza profética. Aunque ella no vivía una vida agradable delante del Dios de Israel ni pertenecía a Su pueblo, aun así, Dios la usó para ayudar a toda la nación de Israel. Estos hombres habían venido para espiar la ciudad de Jericó, y lo que Rahab les dijo ese día les confirmó que Dios estaba con ellos. Ellos volverían a Josué y le contarían lo que Rahab les había dicho. Por medio de esta ramera, Dios le estaba diciendo al gran comandante Josué que le entregaría la ciudad de Jericó y los territorios circundantes. A veces, Dios nos habla de maneras extrañas y mediante personas extrañas.
Esa noche Rahab hizo una petición muy particular. Ella les pidió a los espías que le juraran que tendrían misericordia de ella y de su familia cuando atacaran la ciudad de Jericó. Probablemente estos hombres no le habían dicho a ella que iban a hacer algo así. Esto era un secreto que como espías ellos debían reservarse. Sin embargo, Rahab sabía que ellos no solo volverían, sino que también conquistarían la ciudad y tomarían su nación. Rahab simplemente les pidió que cuando volvieran, recordaran que ella había tenido misericordia de ellos, y perdonaran su vida y las vidas de sus padres, hermanos, hermanas y todos lo que pertenecieran a su familia (vv. 12-13). Para confirmar esta promesa les pidió una señal (v. 12).
Los espías escucharon a Rahab y le prometieron por sus vidas que harían lo que ella les pedía. En otras palabras, si su familia perecía a causa de la batalla, ellos darían sus vidas a cambio. La única condición era que no le dijera a nadie sobre ellos ni sobre el motivo de su estancia en la ciudad. Si ella guardaba el secreto, ellos la tratarían con misericordia y serían fieles a su promesa de protegerla a ella y a su familia (v. 14).
Una vez que estuvieron de acuerdo, Rahab hizo descender a los espías por los muros de la ciudad mediante una cuerda a través de su ventana. Su casa formaba parte de los muros de la ciudad (v. 15). Y cuando ellos se marchaban, Rahab les dijo que se fueran al monte y se escondieran allí durante tres días antes de regresar a su tierra; pues así los que los perseguían no los encontrarían (v. 16).
Antes de partir, los espías le pidieron a Rahab que les hiciera un juramento (v. 17). Le dijeron que debía atar un cordón rojo en la ventana por la cual los había hecho descender, y también le hicieron prometer que reuniría a toda su familia en su casa cuando ellos atacaran la ciudad (v. 18, NVI). Además, le dijeron que si le decía a alguien lo que ellos estaban haciendo en la ciudad, entonces quedarían libres de su juramento (v. 20). Rahab estuvo de acuerdo con todas las condiciones, y ató un cordón rojo en su ventana (v. 21, NVI). Entonces los espías bajaron por la pared y huyeron hacia el monte para estar seguros.
Permítanme hablar brevemente sobre el tema del cordón que Rahab debía usar para indicar dónde se encontraban ella y su familia. Observemos que era un cordón de color rojo. Este es el color de la sangre que a menudo se usa como símbolo de Cristo y Su obra. Estos hombres también habían oído la historia acerca de la sangre pintada en los dinteles de las puertas de las casas de sus padres en Egipto. Que cuando el ángel de la muerte pasó sobre la tierra y vio la sangre en los dinteles, esas familias fueron libradas de la muerte. Aquí esto parece ser un símbolo. El cordón rojo marcaba la casa de Rahab como una casa de personas protegidas. Solamente bajo al amparo de ese cordón rojo era que Rahab y su familia estarían seguras.
Esta es una imagen poderosa de lo que el Señor Jesús ha hecho por nosotros. Él guarda y protege a todo aquel que acepte que Él murió por ellos. La sangre de Cristo fue derramada por los pecados, y todo aquel que sea cubierto por Su sangre se salvará del juicio de Dios.
Los hombres del rey persiguieron a los espías. Buscaron por todo lo largo del camino, pero no pudieron encontrarlos, y volvieron a Jericó con las manos vacías. Después de tres días de estar escondidos en las montañas, los espías regresaron a Josué; y cuando llegaron a la casa le dijeron todo lo que había sucedido (v. 23). Ellos estaban convencidos de que el Señor les había entregado la tierra en sus manos (v. 24), y gran parte de esa convicción provenía de las palabras de Rahab, la ramera.
Para Meditar:
· ¿Quién era Rahab? ¿Cómo Dios la usó en las vidas de los dos espías?
· ¿Qué evidencia tenemos de que Rahab creía en el Dios de Israel?
· ¿Cómo los habitantes de Jericó veían al pueblo de Dios? ¿Qué evidencia había del poder y la presencia del Señor en las vidas de ellos? ¿Hasta qué punto el mundo no creyente ve el poder y la presencia de Cristo en nosotros?
· ¿Por qué el cordón rojo atado a la ventada de la casa de Rahab es una imagen de la Pascua, y a la postre, una imagen del Señor Jesús?
· ¿Qué nos dice este pasaje acerca de la victoria que Dios quiere darle a Su pueblo?
· ¿Qué aprendemos en este capítulo sobre los tipos de personas que Dios puede usar?
Para Orar:
· Pidamos a Dios que revele más de Su presencia y poder en nuestras vidas.
· Demos gracias al Señor porque bajo Su sangre estamos seguros de nuestros enemigos.
· Agradezcamos a Dios por la victoria que Él quiere darnos como creyentes. Démosle gracias porque hasta Satanás tiembla ante la idea del poder de Dios en nuestras vidas.
3 – CRUZANDO EL JORDÁN
Leamos Josué 3:1-17
Los dos espías que habían ido a Canaán le rindieron su informe a Josué, quien, a partir del mismo, comprendió que el Señor quería que cruzaran el río Jordán y conquistaran la ciudad de Jericó. Con este incentivo, Josué preparó a sus hombres para la batalla. El versículo 1 nos dice que temprano en la mañana Josué y sus hombres salieron para Sitim y acamparon junto al Jordán donde permanecerían durante tres días.
Pasados estos tres días, los oficiales recorrieron el campamento dando órdenes al pueblo (vv. 2-3). Ellos le mandaron a seguir el arca y a los levitas que la llevaban (v. 3). Sin embargo, percatémonos de que los oficiales dejaron bien claro que el pueblo debía guardar una distancia de dos mil codos (900 metros) entre ellos y el arca de Dios. Debían seguirla, pero a distancia. En esto hay varios aspectos que necesitamos analizar.
En primer lugar, el arca era el lugar donde Dios había escogido revelar Su presencia a Su pueblo. Al seguir el arca, el pueblo de Dios estaba siguiendo al Señor quien iba al frente de ellos no solo para guiarlos, sino también para protegerlos. El arca de Dios era un símbolo visible para el pueblo de que el Señor estaría con ellos a medida que conquistaran la tierra.
Observemos también que aunque el arca de Dios iba al frente del pueblo, ellos no debían aproximarse a ella. Había una distancia entre Dios y Su pueblo. El Señor los guiaría e iría delante de ellos, pero también debía ser respetado y honrado. Quien se acercara al arca sin estar autorizado y de manera indigna, moriría. Los israelitas eran pecadores, y Él era un Dios santo y justo que demandaba obediencia y respeto; y esto era algo que ellos nunca debían olvidar mientras seguían la dirección del Señor.
Por este motivo los oficiales desafiaron al pueblo a santificarse delante de Dios, porque Él iba a manifestar Su presencia en medio de ellos (v. 5). Cuando los oficiales le dijeron al pueblo que se santificara, le estaban diciendo que tratara con cualquier cosa que pudiera ofender al santo y justo Dios. Esto significaba despojarse de todo lo que entristeciera Su corazón. Significaba confesar sus pecados y ponerse a cuentas con el Señor. Al día siguiente, este Dios santo y justo les iba a manifestar Su presencia, y ellos debían estar preparados.
En el versículo 6 Josué les dijo a los sacerdotes que tomaran el arca y pasaran delante del pueblo. Los israelitas debían seguirlos. Nosotros, como líderes cristianos, debemos ser un ejemplo para aquellos que Dios ha puesto bajo nuestra responsabilidad. Es nuestro deber ir delante de ellos y mostrarles el camino.
Dios le dijo a Josué en el versículo 7 que Él lo engrandecería ante los ojos de Israel para que ellos supieran que Dios estaba con él tal y como estuvo con Moisés. Dios quería que Su pueblo respetara y honrara a Josué como Su siervo escogido; y para que el pueblo lo siguiera y lo escuchara, Dios decidió darle favor ante los ojos de ellos. Sería muy difícil obtener la victoria si el pueblo de Dios no escuchaba ni respetaba al líder que Dios les había puesto. El Señor se estaba asegurando de que Josué tuviera el respeto del pueblo para que nada impidiera que Su pueblo conquistara la tierra que Él les había prometido.
En el versículo 8, Dios le dijo a Josué que mandara a los sacerdotes a llevar el arca del pacto hasta el borde del río Jordán y a permanecer allí en el agua. Allí, en aquella orilla, Dios revelaría Su poder y Su presencia.
Para preparar al pueblo para lo que Dios iba a hacer, Josué los llamó y les comunicó el mensaje que Dios le había dado. Él les dijo que Dios iba a darles la victoria al expulsar a varias naciones de delante de ellos (v. 10). Y también les dijo que el arca del pacto de Dios iría delante de ellos hacia el Jordán y les mostraría cómo cruzar hacia la victoria (v. 11, NTV).
Después que Josué le habló al pueblo, escogió a un hombre de cada una de las doce tribus de Israel (v. 12). En Josué 4:2-3 vemos que cada uno de estos hombres debía llevar una piedra del río y levantarla como memorial de la obra que Dios haría ese día. Por el momento, estos doce hombres solo se quedarían a ver lo que Dios iba a hacer.
Tan pronto como los pies de los sacerdotes que llevaban el arca tocaran las aguas del Jordán, éstas se dividirían para que ellos pudieran pararse en tierra seca (v. 13). Esto es un paralelismo de lo que sucedió cuando las aguas del Mar Rojo se amontonaron para que el pueblo pudiera cruzar por tierra seca cuando estaban escapando de los egipcios bajo el liderazgo de Moisés. La similitud de estos dos incidentes tenía un motivo. Y es que Dios quería que el pueblo supiera que Él estaba con Josué al igual que había estado con Moisés. El Señor quería que el pueblo siguiera a Josué como mismo había seguido a Moisés. Por medio de esta señal milagrosa, Él confirmaría a Josué como líder de los israelitas, y también confirmaría Su propósito de que ellos conquistaran la tierra de Canaán. Esto le impartiría mucho coraje al pueblo a la hora de emprender la gran batalla para poseer la tierra.
A medida que el arca del pacto iba delante del pueblo, se iban eliminando los obstáculos que se levantaban entre ellos y Canaán. Las aguas del Jordán se detuvieron para que el pueblo de Dios pudiera cruzar hacia la tierra que Él había prometido. Y cuando los israelitas vieron que el Río Jordán dejó de fluir y las aguas se amontonaron, desarmaron el campamento y cruzaron al otro lado junto con los sacerdotes que llevaban el arca delante de ellos (v. 14).
En los versículos del 15 al 17, el autor se detiene a explicar más detalladamente lo que realmente sucedió ese día. Se nos dice que en esa temporada el Jordán se desbordaba (v. 15), y ciertamente hubiera sido muy difícil, por no decir imposible, que el pueblo de Dios cruzara hacia el otro lado. Sin embargo, la historia cuenta que tan pronto los pies de los sacerdotes que llevaban el arca tocaron esas aguas desbordadas, las que venían de arriba, pararon de fluir y se amontonaron bien lejos de una ciudad llamada Adam; quedando completamente divididas las aguas del río desde Adam hasta el Mar Salado (v. 16). Esto le dio al pueblo de Dios la oportunidad de cruzar al otro lado del río. Mientras atravesaban el Jordán por tierra seca, los sacerdotes que llevaban el arca del pacto se pararon en medio del río hasta que toda la nación cruzara. Su obra no terminaba hasta que la última persona hubiera pasado a salvo. ¡Qué imagen tan hermosa de lo que significa ser un líder en la actualidad! Estos sacerdotes permanecieron firmes en medio del Río Jordán. La persona más cercana debía estar al menos a dos mil codos o un kilómetro de distancia. Ellos tenían que desempeñar un rol solitario. Podían ver al pueblo cruzando a la distancia, pero estaban demasiado lejos como para hablarles. También debían sostener el arca por muchas horas mientras el pueblo cruzaba a salvo. Algunas veces el rol del líder es solitario y subvalorado, pero es importante que seamos fieles. Las vidas de incontables personas dependen de nuestra fidelidad.
Lo que sucedió ese día no fue más que un milagro, el cual tenía varios propósitos. En primer lugar, estimuló la confianza del pueblo en Josué como su líder al mostrarles que Dios estaba con él como mismo estuvo con Moisés. En segundo lugar, le mostró al pueblo que Dios tenía un propósito específico para ellos; Él quería darles la victoria, e iría delante de ellos cuando fueran a conquistar la tierra que les había prometido. Por último, el milagro también tenía un propósito muy práctico, y era capacitar físicamente al pueblo de Dios para cruzar al otro lado del Río Jordán. Dios quitó las barreras que existían entre Su pueblo y la tierra prometida.
Este pasaje también tiene algo que enseñarnos sobre liderazgo. Aquí vemos cómo Dios favoreció a Josué ante los ojos del pueblo; cómo Josué buscó la dirección del Señor; y también cómo Dios llamó a los sacerdotes para que fueran delante del pueblo mostrándoles el camino. Descubrimos la manera en que Dios obró por medio de estos sacerdotes comunes y corrientes para realizar un milagro maravilloso. Vemos la fe perseverante que ellos tuvieron permaneciendo firmes en medio del Jordán hasta que todo el pueblo pasara a salvo hasta la otra orilla. Dios aún está buscando líderes cómo estos en la actualidad.
Para Meditar:
· ¿Qué aprendemos en este pasaje acerca de la importancia de seguir a Dios? ¿Existe algún área de nuestras vidas en la que nos hemos adelantado a Dios?
· ¿Qué significa santificarnos delante de Dios? ¿Hay algo en nuestras vidas que estorba la obra de Dios?
· ¿Qué aprendemos en este pasaje acerca de la tensión que existe entre el Dios de misericordia y amor que guía y protege, y el Dios santo y justo que juzga el pecado y demanda respeto? ¿Cómo podemos mantener estos atributos en equilibrio?
· ¿Qué nos enseña este pasaje acerca del liderazgo y sus obligaciones?
· ¿Qué logró este milagro en las vidas del pueblo de Dios?
Para Orar:
· Pidamos a Dios que nos muestre si hay algo en nuestras vidas que estorba Su obra en nosotros y en nuestra comunidad.
· Roguemos a Dios que nos perdone por las veces en que nosotros mismos nos hemos exaltado. Démosle gracias por habernos permitidos hallar favor ante los ojos de otras personas para que así podamos impactar sus vidas para gloria de Su nombre.
· Dediquemos un momento para analizar lo que este pasaje nos ha enseñado sobre liderazgo. Roguemos a Dios que nos haga líderes más parecidos a los que vimos en este capítulo.
· Agradezcamos al Señor que Él es un Dios que aún hace milagros. Démosle gracias porque Él puede darnos la victoria que necesitamos en la situación en que nos encontramos.
4 – MONUMENTOS CONMEMORATIVOS
Leamos Josué 4:1-24
Una de nuestras debilidades como seres humanos tiene que ver con la incapacidad de recordar las bendiciones y la fidelidad de Dios. Él nos da la victoria en una situación, pero aun así continuamos preocupándonos por la siguiente. Olvidamos demasiado rápido las victorias que el Señor nos da, y no somos capaces de aprender las lecciones implícitas. A todo lo largo de la Biblia vemos cómo Dios insta a Su pueblo a levantar monumentos para recordar Sus bondades. Muchas de las fiestas y festivales del Antiguo Testamento tenían el propósito de recordarle al pueblo de Dios las maravillosas obras que Él hacía a favor de ellos. En el Nuevo Testamento celebramos la Santa Cena que nos recuerda la muerte y resurrección del Señor Jesús. Aquí en este capítulo de Josué, Dios desafió a Su pueblo a levantar monumentos para recordar Su fidelidad y Su poder.
En el capítulo 3 vimos cómo Dios detuvo las corrientes del Río Jordán para que Su pueblo cruzara hasta el otro lado. Vimos también que cuando toda la nación cruzó, el Señor le dijo a Josué que escogiera doce hombres, uno de cada tribu. Estos hombres debían tomar doce piedras del medio del Jordán donde los sacerdotes habían estado parados. Debían llevar las piedras desde el río hasta el lugar donde se iban a quedar esa noche, y allí levantarlas como un monumento (vv. 2-3).
Entonces Josué convocó a los doce hombres y les dijo que fueran al lugar donde los sacerdotes se habían parado en medio del Jordán. Cada uno debía tomar una piedra y cargarla sobre su hombro hasta el lugar donde acamparían esa noche (v. 5).
El versículo 6 (NTV) deja bien claro que estas piedras servirían como un monumento conmemorativo para las generaciones venideras que, al pasar, verían estas peculiares piedras y preguntarían su significado (v. 6). Esto le daría al pueblo de Dios la oportunidad de contar la historia de cómo el Señor dividió el Río Jordán para que Su pueblo cruzara hasta el otro lado (v. 7).
Dediquemos un momento al análisis de estas piedras. Ellas tendrían tres propósitos para el pueblo de Dios. En primer lugar, ayudarían al pueblo de Israel a recordar la historia de la victoria que Dios les dio ese día. Por medio de ellas recordarían la manera en que Dios hizo que ellos pudieran cruzar el Río Jordán.
En segundo lugar, estas piedras también servirían como una prueba materializada del milagro que había ocurrido allí ese día. Probablemente eran piedras grandes y lisas, y sobresalían en aquel paisaje como si estuvieran fuera de lugar. Cualquiera que las viera sabría que eran piedras de río. Ellas constituían una prueba palpable de que alguien había estado en el río y las había sacado; lo cual era una evidencia indiscutible de que la travesía del Jordán fue real y no una historia ficticia.
Por último, estas piedras constituirían una maravillosa herramienta para que el pueblo de Dios testificara. Cuando las personas preguntaran acerca de esas piedras, ellos tendrían la oportunidad de compartir la manera en que Dios dividió las aguas del Jordán para que ellos cruzaran. Ciertamente esto haría que aquellos que escucharan la historia y vieran las piedras reflexionaran en el poder y la gloria de Dios de una manera extraordinaria. Las doce piedras fueron recogidas del río como Josué había mandado, y llevadas con ellos hasta Gilgal, donde debían erigirse como un monumento conmemorativo por la gran obra del Señor (v. 19).
En el versículo 10 volvemos a los sacerdotes que se pararon en medio del Río Jordán con el arca de Dios. Este versículo nos narra que estos hombres permanecieron en medio del río hasta que se hizo todo lo que el Señor había mandado. Solo cuando todo el pueblo acabó de pasar y las piedras fueron recogidas del cauce del río, fue que los sacerdotes cruzaron a la otra orilla (v. 11).
También se hace aquí una mención especial a los hombres de las tribus de Rubén, Gad y Manasés que cruzaron (v. 12). Estas tribus fueron escogidas para establecerse al otro lado del Jordán; sin embargo, ellos estuvieron de acuerdo a enviar a sus hombres a pelear al lado de sus hermanos hasta que hubieran conquistado la tierra y se hubieran asentado. Observemos que cuarenta mil hombres armados para la batalla cruzaron el Río Jordán hacia la llanura de Jericó listos para pelear (v. 13).
Estos sacerdotes eran representantes de Dios que detuvieron el poder del río hasta que todo el pueblo pasara a salvo. Y este también es el llamado de Dios para nuestras vidas como siervos de Dios. Él nos llama a permanecer firmes como Sus siervos que somos, conteniendo las fuerzas de las tinieblas y el mal hasta que todo Su pueblo esté a salvo en la otra orilla. Esta no es una tarea fácil pero sí muy importante, la cual requiere gran paciencia y perseverancia. ¡Qué gran privilegio y honor es ser sacerdotes capacitados de esta forma para servir a hombres y mujeres necesitados!
Según el versículo 14, el Señor usó este incidente para engrandecer a Josué ante los ojos de Israel, pues este suceso le demostró al pueblo que Dios estaba con Josué. Ahora ellos comenzaban a verlo más como un representante de Dios y como alguien en quien podían confiar. Como resultado de esto, el pueblo lo respetó tal y como respetaba a Moisés previo a él (NTV). ¡Cuán fácil hubiera sido para el pueblo de Dios comparar a Josué con Moisés, quien había sido usado poderosamente para libertarlos de la esclavitud de Egipto! Podemos imaginar que Josué se sentiría algo torpe siguiendo los pasos de tan poderoso hombre de Dios. Sin embargo, la realidad del asunto es que Moisés fue un simple instrumento en las manos del Dios poderoso; y Josué no era diferente. Dios podía usar a Josué tal y como usó a Moisés. Esto nos alienta a todos nosotros de una manera maravillosa. El mismo Dios que obró en Josué y en Moisés está dispuesto a obrar en nosotros también. El poder para servir no radica en nosotros sino en Dios quien obra a través de nosotros.
Cuando concluyó todo lo que Dios había planeado que sucediera ese día, Él le dijo a Josué que mandara a los sacerdotes a subir el Río Jordán con el arca (vv. 15-17). El versículo 18 nos relata que tan pronto como los sacerdotes subieron con el arca, las aguas del río volvieron a su lugar. Sin lugar a dudas ese día Dios había hecho algo maravilloso.
Fue el décimo día del mes primero que el pueblo cruzó el Jordán y viajó hasta Gilgal, donde acamparon. Gilgal estaba situado al oriente de Jericó (v. 19); y fue allí donde se levantaron como monumento conmemorativo las doce piedras que habían sido tomadas del río (v. 20). Josué le dijo al pueblo que cuando sus descendientes le preguntaran el significado de estas piedras, ellos debían contarle cómo Israel cruzó el Río Jordán por tierra seca, tal y como habían cruzado el Mar Rojo en días de Moisés (vv. 21-23). Josué le dijo al pueblo que el Señor hizo esto por dos razones.
En primer lugar, Dios lo hizo para que todos los pueblos de la tierra conocieran que Su mano era poderosa. Él desea revelarse a todo el mundo como un Dios santo y poderoso para quien no hay imposibles. Y es que Dios siempre ha tenido un corazón misionero.
En segundo lugar, el Señor hizo este milagro para que Su pueblo siempre le temiera y le reverenciara como su Dios. Ellos habían visto Su asombroso poder obrando a su favor. Habían visto cómo el Señor podía actuar en beneficio de ellos. El amor de Dios por su pueblo era real. Él dividió las aguas del Jordán para ellos. Y cuando comenzaran a conquistar la tierra de Canaán, el pueblo de Dios estaría completamente consciente de que nada era imposible para su Dios. Si el poderoso y desbordado Jordán no fue rival para Él, entonces ciertamente podría darles la tierra que les había prometido. Ningún enemigo sería lo suficientemente grande como para vencerlos. Ellos podían enfrentar todas las batallas que tuvieran por delante con la confianza puesta en el poderoso y amoroso Dios que obraba a su favor.
Para Meditar:
· ¿Alguna vez hemos visto a Dios hacer algo maravilloso, para luego olvidarlo en la próxima prueba o batalla que tuvimos que enfrentar? Abundemos.
· ¿Tenemos “monumentos conmemorativos” o maneras de recordarnos a nosotros mismos las bondades y el poder de nuestro Dios? ¿Qué cosas podemos hacer que nos ayuden a recordar las bendiciones de Dios en nuestras vidas?
· ¿Por qué los sacerdotes que llevaron el arca del pacto nos dan ejemplo del verdadero liderazgo?
· El Dios que obró en Moisés también obró en la vida de Josué, y es el mismo Dios que continúa obrando en Su pueblo. ¿Cómo esta realidad nos sirve de aliento?
· ¿De qué manera Dios ha demostrado Su poder y Su gloria en nuestras vidas?
Para Orar:
· Agradezcamos al Señor por las veces en que Él nos ha revelado claramente Su poder y Su gloria. Pidámosle que nos ayude a recordar esto cuando enfrentemos las pruebas que vendrán a nuestras vidas.
· Demos gracias al Señor porque Él puede usarnos para llevar a cabo Sus propósitos. Pidámosle que demuestre Su poder y Su gloria en nuestras vidas con mayor esplendidez.
· Agradezcamos al Señor por obrar en nuestras vidas. Démosle gracias porque Él está dispuesto a quitar los obstáculos que se levantan entre nosotros y Sus propósitos, tal y como lo hizo con Su pueblo en los días de Josué.
5 – LOS PREPARATIVOS
Leamos Josué 5:1-15
En la vida, por lo general, si queremos hacer algo bien hecho tenemos que prepararnos bien. Un atleta sabe que debe entrenar seriamente para una competencia. Sin la preparación adecuada, un estudiante puede desaprobar su examen. De la misma manera en la obra del Señor también es necesario prepararse. En este capítulo vemos cómo Dios preparó a Su pueblo para la conquista de la tierra de Canaán.
Observemos en el capítulo 1 cómo los reyes amorreos que estaban al oeste del Jordán y los reyes cananeos que vivían cerca del mar se desalentaron cuando vieron la manera en que el Señor había secado el Río Jordán delante de Israel. Ya vimos cómo Dios usó este suceso en las vidas de Su pueblo para confirmarles Su presencia. Al secar el Jordán, Dios motivó a Su pueblo y les mostró que estaba con ellos. Esto unió y animó a Israel para la batalla que tenían por delante. Sin embargo, más que eso, la travesía del Río Jordán por tierra seca provocó que los cananeos y los amorreos temieran a Dios y a Su pueblo. ¿Quién podría hacerle frente a un Dios que podía detener el curso del Río Jordán?
A partir de aquí vemos cómo el Señor iba delante de Su pueblo para preparar la tierra para su conquista; y mientras lo hacía, iba destrozando la confianza del enemigo. El milagro del Jordán era una prueba evidente para los cananeos de que había un poder obrando que era mayor que cualquier poder que ellos jamás hubieran visto. Ellos sabían que no eran rival para el Dios de Israel.
Observemos en los versículos del 2 al 7 que también había ciertos preparativos que el pueblo de Dios tenía que hacer antes de enrolarse en la batalla. Dios le dijo a Josué que hiciera cuchillos afilados para circuncidar a los hombres israelitas (v. 2). Esta circuncisión se realizó en un lugar que sería conocido como Guibat-ha-aralot, lo cual significa literalmente “Colina de prepucios” (v. 3, NTV).
Los versículos del 4 al 7 nos explican la razón por la cual Josué tenía que circuncidar a estos hombres. La circuncisión era un requisito para todo varón israelita, y era una señal de que pertenecían al Señor. Dios dio este mandamiento por medio de Abraham en Génesis 17:11-14. Según este pasaje, los varones israelitas que no estuvieran circuncidados serían cortados del pueblo de Dios.
Antes de salir de Egipto, los hombres israelitas habían sido circuncidados. Sin embargo, durante los cuarenta años que estuvieron atravesando el desierto, esta ordenanza no se practicó. Los israelitas que vagaron por el desierto se quejaban, murmuraban y a menudo rechazaban los requisitos de Dios. Éstos, que ahora estaban en el ejército de Josué, no habían sido circuncidados.
Si estos hombres querían salir airosos en su batalla, tendrían que estar bien con Dios. Hasta ahora Dios les había sido fiel a pesar del hecho de que ellos no estaban circuncidados. Dios es un Dios misericordioso. No obstante, llegará el momento en que para poder progresar en nuestra relación con Dios y en nuestros ministerios, tendremos que tratar con aquello que obstaculiza Su bendición. Si el ejército de Josué quería experimentar la bendición de Dios de manera más profunda, debían circuncidarse como el Señor exigía.
En obediencia a Dios, Josué ordenó que todo varón fuera circuncidado. No se nos dice cuánto tiempo demoró esto ni cuántos hombres estaban en la nación en ese momento, pero una cosa es cierta; ellos estaban en una posición vulnerable. Al ser circuncidados se estaban poniendo en riesgo; pues si el enemigo se enteraba de que todos los hombres se estaban recuperando de su circuncisión, éste tendría la oportunidad perfecta para atacar. La circuncisión no solo le permitiría al pueblo de Dios ponerse a cuentas con su Señor, sino que también les daría otra oportunidad para aprender a confiar en Él en medio de sus debilidades.
El versículo 8 nos dice que toda la nación se quedó acampando en el área de Guibat-ha-aralot hasta que sanaron de su circuncisión. En ese tiempo el enemigo no se acercó a ellos. Dios los protegió y los guardó porque le obedecieron a Él y a Su ley. Al Señor le agradó su obediencia, y en el versículo 9 le dijo a Josué: “Hoy he quitado de vosotros el oprobio de Egipto”. ¿Cuál era el oprobio de Egipto? El pueblo de Dios estuvo cautivo como esclavos en Egipto. Ellos fueron maltratados y abusados por sus amos crueles. Fueron golpeados y forzados a trabajar por una causa que no era suya. Sin embargo, ahora las cosas iban a cambiar. Ellos tendrían sus propias tierras. Dios se las daría y les permitiría plantar sus propios huertos y construir sus propias casas. Vivirían en esta tierra propia y Dios los bendeciría abundantemente. Ya nunca más vivirían como esclavos.
La circuncisión de los varones israelitas parece haber sido un momento crucial para Israel. Al aceptar ser circuncidados, estos varones desencadenaban sobre su nación una bendición aún mayor de parte de Dios. Ellos eliminaron los obstáculos que estorbaban la plenitud de las bendiciones de Dios.
Observemos también en el versículo 10 que, a los catorce días del mes, los israelitas celebraron la Pascua en Gilgal. La Pascua se celebraba para recordar cómo Dios había liberado a Su pueblo de la esclavitud de Egipto. Y es que antes de seguir hacia adelante, el pueblo de Dios necesitaba mirar hacia atrás. Ellos debían rememorar la gran victoria de Dios y Su misericordia al liberarlos de la esclavitud de Egipto. Al dar una mirada en retrospectiva a la maravillosa liberación de Dios, los israelitas recobrarían valentía para enfrentar su futuro. Esta Pascua les recordaba cómo Dios había liberado a sus ancestros; y les aseguraba que también a ellos los podía liberar.
La Pascua no solo era un tiempo para que ellos recordaran su historia; sino también un tiempo de alabanza y acción de gracias. Durante esta celebración, el pueblo de Dios lo honraba como su Libertador. Ellos adoraban al Señor por Sus bondades y misericordias, y se comprometían a confiar en Él en el futuro. Todo esto era una parte importante de la preparación del pueblo de Dios para lo que Él les tenía reservado en los meses venideros.
Veamos otra cosa que sucedió el día después de la celebración de la Pascua. Por primera vez en cuarenta años el pueblo de Dios comió del fruto de la tierra. Durante su vagar por el desierto ellos solo habían comido maná; pero el versículo 11 nos dice que ellos ahora comieron panes sin levaduras y espigas tostadas. Al día siguiente de la Pascua Dios dejó de proveerles el maná, pues ahora disfrutarían del fruto de la tierra que Él les estaba entregando. Las bendiciones de Dios se estaban derramando sobre ellos de una manera diferente y renovadora. La dieta diaria de maná le cedía el paso a una abundante variedad de frutas, cereales y carnes. Ahora ellos experimentarían la provisión de Dios de una forma diferente y deliciosa. Los Cielos estaban derramando sus bendiciones sobre un pueblo obediente.
Por último, percatémonos que Dios se encuentra con Josué de una manera particular. Josué estaba cerca de la ciudad de Jericó cuando vio frente a él un hombre que llevaba en su mano una espada desenvainada (v. 13). Josué no sabía qué pensar acerca de él. No sabía si quien le hablaba era amigo o enemigo, por tanto, le preguntó: “¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos?”.
Resulta interesante la respuesta de este hombre: “¡De ninguno! —respondió—. Me presento ante ti como comandante del ejército del SEÑOR” (v. 14, NVI). Obviamente era un ángel del Señor que había venido a Josué como mensajero. Cuando Josué escuchó esta respuesta, se postró rostro en tierra y le preguntó cuál era el mensaje que tenía para él. El ángel le dijo a Josué que se quitara su calzado porque el lugar donde estaba parado era santo (v. 15).
En este contexto hay un par de detalles que necesitamos analizar. En primer lugar, veamos que cuando Josué le preguntó al ángel si él era de su ejército o de sus enemigos, él le respondió que de ninguno. Esto no nos debe llevar a pensar que Dios tenía una postura neutral. Más allá de cualquier sombra de duda, ya Dios había demostrado que Él estaba con Su pueblo y que quería darles la victoria sobre los habitantes de aquella tierra. Cuando el ángel le dijo a Josué que Él no era ni de su ejército ni de sus enemigos, le estaba diciendo que Él no había venido a pelear contra él ni por él, sino que había venido con otro propósito. Ese propósito se pone de manifiesto en el versículo 15 cuando Él manda a Josué a quitarse el calzado de sus pies porque estaba pisando tierra santa. Esto nos remonta a los días de Moisés en Éxodo 3 cuando el Señor lo llamó a regresar a su pueblo y a sacarlos de Egipto. Ese día Dios usó esas mismas palabras con Moisés en Éxodo 3:5:
“Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es”.
Cuando Moisés se quitó el calzado, Dios le habló y le encomendó que sacara a Su pueblo de Egipto. En este capítulo no se plasma el mensaje del ángel a Josué, pero creemos sin temor a equivocarnos que en esa ocasión el Señor comisionó a Josué a guiar a Su pueblo hacia la victoria sobre sus enemigos, tal y como había comisionado a Moisés.
Al igual que Dios preparó a Su pueblo para la conquista de la tierra de Canaán, así también preparó a Josué dotándolo de una manera muy especial. Dios le dio a Josué Su autoridad, y lo ungió para que guiara al pueblo. Josué saldría con un mayor empoderamiento por parte del Espíritu de Dios sobre su vida para hacer todo lo que el Señor demandaba de él. Nosotros, como líderes, también necesitamos esta capacitación especial para llevar a cabo las tareas que Dios nos ha llamado a hacer.
Dios preparó a Su pueblo para la conquista de Canaán. Él fue delante de ellos para destruir el espíritu arrogante de sus enemigos, causándoles así que temieran delante de Su pueblo. Los varones israelitas fueron circuncidados para que no hubiera ningún obstáculo entre ellos y la gran bendición del Señor. Por medio de la celebración de la Pascua ellos tuvieron tiempo para reflexionar en las victorias pasadas que Dios les concedió, y para confiar en Él en espera de las victorias futuras. Josué fue comisionado y empoderado por el ángel del Señor. Todos estos preparativos eran esenciales si el pueblo de Dios quería obtener la victoria.
Para Meditar:
· ¿Cuán importante es que estemos preparados para el ministerio que Dios nos ha dado? ¿Cómo el hecho de prepararnos marca la diferencia? ¿Qué cosas necesitamos hacer en la actualidad para estar preparados?
· Observemos la manera en que Dios destruyó el espíritu arrogante del enemigo. ¿Necesita Dios hacer esto en nuestros días? Describamos la actitud de los no creyentes de hoy en día.
· El hecho de que el pueblo de Dios no estuviera circuncidado era un obstáculo para avanzar en su caminar con Él. ¿Qué cosas se interponen en nuestro camino que impiden que experimentemos las bendiciones de Dios en nuestras vidas y ministerios de una manera más profunda?
· Josué fue comisionado para la tarea de guiar al pueblo de Dios hacia la victoria. ¿Podemos nosotros llevar a cabo el ministerio que Dios nos ha dado sin Su unción y capacitación?
· ¿De qué manera Dios nos ha mostrado Su gracia en el pasado? ¿Cuáles historias sobre la fidelidad de Dios han impactado nuestras vidas? ¿Cómo el hecho de mirar nuestro pasado nos da valor para enfrentar nuestro futuro?
Para Orar:
· Pidamos a Dios que nos perdone por las veces en que hemos murmurado y nos hemos quejado mientras Él nos ha estado preparando para el ministerio.
· Oremos a Dios que nos muestre cualquier obstáculo que impida que experimentemos Su más profunda bendición en nuestras vidas y ministerios.
· Dediquemos un momento para mirar en retrospectiva la fidelidad de Dios en nuestras vidas. Démosle gracias porque Él es un Dios fiel. Agradezcámosle que Él puede tratar con cualquier obstáculo que enfrentemos en el futuro.
· Roguemos a Dios que nos empodere y nos unja para la tarea a la cual nos ha llamado. Pidámosle que nos perdone por creer que podíamos hacerla sin Su sabiduría y capacitación.
6 – JERICÓ
Leamos Josué 6:1-27
En el capítulo 5 vimos cómo Dios preparó a Su pueblo para la conquista de la tierra de Canaán; y el capítulo 6 registra la primera gran victoria sobre los habitantes de esa tierra. Antes de adentrarnos en los detalles de la conquista de Jericó, necesitamos entender algo sobre lo que está sucediendo en este libro de Josué.
Puede ser que algunos digan que Dios estaba siendo injusto con las naciones que iban a ser expulsadas de su tierra. Estas personas habían vivido allí durante muchos años, y ahora los israelitas iban a tomar su territorio. Sin embargo, el asunto no era tan simple. Según Levítico 18:24-25, Dios estaba juzgando a estas naciones debido a su maldad:
“No se contaminen con estas prácticas, porque así se contaminaron las naciones que por amor a ustedes estoy por arrojar, y aun la tierra misma se contaminó. Por eso la castigué por su perversidad, y ella vomitó a sus habitantes”. (NVI)
Imaginemos que somos dueños de una casa y la rentamos a varios inquilinos. La idea y el acuerdo es que ellos cuidarán la casa mientras estén en ella; pero imaginemos que los inquilinos comienzan a destruirla. ¿Qué haríamos? ¿Acaso no tendríamos el derecho de sacarlos de la casa y dársela a otras personas? Pues esto es precisamente lo que Dios está haciendo aquí en el libro de Josué.
Esta tierra y todo lo que hay en ella le pertenece a Dios. El Señor nos ha dado el privilegio de vivir aquí, pero Él tiene el derecho también de quitárnosla. Levítico 18:23-25 nos permite interpretar que Dios le estaba diciendo a Su pueblo que si ellos repetían los pecados de las naciones que Él echaría de delante de ellos, también perderían la tierra que les estaba entregando. De hecho, esto sucedió cuando, años más tarde, Dios envió a las naciones de Asiria y Babilonia a invadir a Israel. Y como consecuencia de sus pecados, Israel también fue expulsado de su tierra y enviado al exilio.
La conquista de Canán se trataba de Dios castigando el pecado y restaurando la obediencia y la adoración al verdadero Creador. Estas naciones servían a otros dioses, pero aún así debían rendirle cuentas al único y verdadero Dios de Israel. Él hace a todas las personas responsables de sus pecados.
Al comenzar el capítulo 6 vemos que la ciudad de Jericó estaba bien cerrada a causa de la presencia de los israelitas. En otras palabras, ellos habían cerrado y bloqueado sus puertas anticipando un ataque. Observemos que nadie entraba ni salía de la ciudad (v. 1). Esto es una señal del terror que los israelitas provocaban en los corazones de aquellos pobladores. Le temían tanto a Israel que se escondieron detrás de sus muros y bloquearon sus puertas. Ellos no iban a correr el riesgo de enviar a sus soldados a comenzar la batalla.
Dios le dijo a Josué que Él le iba a entregar a Jericó en sus manos (v. 2). Pero observemos además que Dios le indicó lo que él debía hacer para obtener esa victoria.
En los versículos del 3 al 5 el Señor le dio a Josué los detalles del plan para la conquista de Jericó. Le dijo que durante seis días él y todos sus hombres de guerra debían marchar alrededor de la ciudad. Siete sacerdotes debían llevar bocinas de cuernos de carnero en frente del arca de Dios mientras marchaban; y el séptimo día debían darle siete vueltas a la ciudad tocando las bocinas. Cuando llegara el momento exacto, los sacerdotes debían soplar la bocina prolongadamente; así que cuando el pueblo escuchara ese largo estallido, debía gritar a gran voz (v. 5). Al sonido de este estridente grito salido de los labios del pueblo de Dios, los muros de Jericó caerían.
Este plan parecía ilógico desde el punto de vista militar. Los muros de Jericó estaban hechos para resistir los ataques de grandes ejércitos, ¿cómo es que el grito de los soldados podría derrumbarlo? Sin embargo, aparte de esto, solo nos resta imaginar lo que sería para un ejército exponerse a sus enemigos que estaban sobre los muros, mientras marchaban de esta manera alrededor de la ciudad. Ellos habrían sido un blanco fácil para los arqueros que estaban encima del muro.
Pero Josué no se regía por su propio razonamiento; sino que estaba dispuesto a escuchar al Señor y hacer lo que Él le decía. Ya él había visto dividirse las aguas del Jordán para que el pueblo pudiera cruzar; así que seguramente Dios también sería capaz de derrumbar los muros de Jericó. En obediencia al Señor, Josué llamó a los sacerdotes y les dijo que tomaran el arca, y que siete de ellos marcharan delante de ella con las bocinas. Ellos debían marchar alrededor de la ciudad con sus hombres armados (v. 7, NVI).
Los sacerdotes obedecieron a Josué y tomaron el arca. Y con los hombres armados y los siete sacerdotes delante de ellos tocando las bocinas, marcharon alrededor de la ciudad una vez, y regresaron a su campamento (vv. 8-11). Josué los mandó a guardar silencio esta vez (v. 10). Humanamente hablando, debía haber algo de miedo en los corazones de los israelitas que marchaban alrededor de la ciudad; pero a pesar del miedo, ellos hicieron lo que Dios exigía.
Al día siguiente bien temprano, los sacerdotes tomaron el arca del Señor nuevamente; y junto a los siete sacerdotes que llevaban las bocinas de cuerno de carnero y junto a los hombres armados, marcharon por segunda vez alrededor de la ciudad tocando las bocinas (vv. 12-13). Procedimiento que repitieron durante seis días (v. 14).
El séptimo día se levantaron al amanecer y marcharon alrededor de la ciudad como antes, excepto que esta vez ellos le dieron siete vueltas en lugar de una sola (v. 15). Cuando los sacerdotes tocaron la bocina la séptima vez que rodearon la ciudad, Josué mandó al pueblo a gritar, y les dijo que Dios les había entregado la ciudad (v. 16). Aquí se evidencia claramente la fe que Josué tenía en la palabra del Señor. El pueblo obedeció a Josué aun cuando no entendía como resultarían las cosas; sin embargo, Josué tenía una fuerte fe en Dios y en Su palabra. Él sabía que los muros caerían al sonido del grito de Israel.
Percatémonos además que Josué les dio una última orden a sus soldados mientras se preparaban para entrar a Jericó. En el versículo 17 les dijo que toda la ciudad estaba dedicada al Señor; es decir, ellos no debían quedarse con nada, sino que debían destruir todo y a todos en la ciudad. Solamente Rahab la ramera y todos los que estaban con ella en su casa se salvarían debido a que ella había escondido a los espías que habían venido a la ciudad.
Josué advirtió a los soldados que si tocaban algo de la ciudad, acarrearían su propia destrucción y pondrían en riesgo la seguridad de toda la nación al tomar lo que le pertenecía a Dios (v. 18). Toda la plata y el oro, así como los artículos de bronce y de hierro debían entrar al tesoro del Señor (v. 19).
Cuando las bocinas sonaron y el pueblo gritó, los muros colapsaron tal y como Dios había dicho. Entonces el ejército israelita atacó y tomó la ciudad (v. 20, NTV), y según Josué ordenó, destruyeron todo ser viviente en la ciudad, tanto animales como humanos (v. 21).
En el versículo 22 vemos que Josué mandó a los dos hombres que habían ido a espiar la tierra a entrar a casa de Rahab para sacarla a ella y a todos sus familiares (v. 22). Los espías hicieron como Josué les ordenó, y escoltaron a Rahab, a su padre, a su madre, a sus hermanos y a otros parientes hasta un lugar fuera del campamento de Israel (v. 23). A partir de ese momento Rahab y su familia vivirían con los israelitas (v. 25).
Ellos quemaron la ciudad de Jericó con todo lo que había en ella (v. 24). Tal y como Josué mandó, el oro, la plata y los artículos de bronce y hierro fueron llevados al tesoro del Señor. Entonces Josué pronunció esta maldición sobre la ciudad recogida en el versículo 26:
“Maldito delante de Jehová el hombre que se levantare y reedificare esta ciudad de Jericó. Sobre su primogénito eche los cimientos de ella, y sobre su hijo menor asiente sus puertas”.
Esta maldición caería muchos años más tarde sobre un hombre llamado Hiel de Bet-el, quien intentó reconstruir la ciudad de Jericó. 1 Reyes 16:34 nos describe lo que sucedió cuando él echó el cimiento de la ciudad.
“En su tiempo Hiel de Bet-el reedificó a Jericó. A precio de la vida de Abiram su primogénito echó el cimiento, y a precio de la vida de Segub su hijo menor puso sus puertas, conforme a la palabra que Jehová había hablado por Josué hijo de Nun”.
El versículo 27 concluye claramente diciendo que Dios estaba con Josué y que su nombre se divulgó por toda la región. No había dudas de que la conquista de Jericó era una victoria del Señor. Josué fue un instrumento, pero evidentemente fue Dios quien le dio la victoria. La manera en que se obtuvo esta victoria no deja dudas al respecto.
Para Meditar:
· ¿Fue injusto Dios al sacar de su tierra al pueblo de Canaán para dársela a Su pueblo? Argumentemos.
· ¿Nos pertenecen realmente las cosas que poseemos? ¿De qué manera el concepto que tenemos de que todo le pertenece a Dios cambia la forma en que vemos nuestras posesiones?
· ¿Cuáles fueron los riesgos que se corrieron al marchar alrededor de la ciudad de Jericó? ¿La obediencia a Dios implica riesgos?
· Describamos la fe de Josué y su disposición para escuchar el plan de Dios. ¿Cómo le propició esto la victoria?
· ¿Cuán importante es para nosotros aprender a escuchar a Dios? ¿Podía habérsele ocurrido a Josué este plan de conquistar a Jericó? ¿Por qué la manera en que fue conquistada la ciudad hizo que Dios recibiera la gloria?
Para Orar:
· Pidamos a Dios que nos ayude a ser fieles con las cosas que nos ha dado.
· Dediquemos un momento para agradecerle al Señor por las cosas que Él ha puesto bajo nuestra responsabilidad.
· Pidamos al Señor que nos ayude a estar dispuestos a escuchar Su voz y a hacer las cosas a Su manera.
· Roguemos a Dios que aumente nuestra fe y nos dé una mayor disposición para obedecerle, tal y como hizo Josué.
· Pidamos al Señor que nos perdone por las veces en que nos hemos apropiado de la gloria que solo Él merece.
7 – EL PECADO DE ACÁN
Leamos Josué 7:1-26
Los israelitas acababan de experimentar una maravillosa victoria sobre Jericó. Ese día Dios demostró Su presencia de una manera poderosa cuando los muros de la ciudad cayeron al grito de los soldados israelitas. Josué había ordenado a sus soldados a no tomar nada de la ciudad. Todo debía ser destruido excepto el oro, la plata y los artículos de bronce y de hierro los cuales irían al tesoro del Señor.
Ese día entre los soldados había un hombre llamado Acán, de la tribu de Judá. A pesar de la orden directa de Josué, él tomó artículos de la ciudad y secretamente se quedó con ellos; motivo por el cual, la ira de Dios se encendió contra la toda la nación.
Es importante que nos percatemos lo que está sucediendo en este capítulo. El pecado de un hombre afectará a la nación completa. El hecho de que Acán actuó a favor de sus propios intereses y no a favor de los intereses de toda la nación estorbaría la bendición de Dios. ¡Con cuánta facilidad nos volvemos egoístas! Y es que Satanás nos lleva a pensar solo en nosotros mismos. Este versículo nos muestra que aun lo que hacemos en secreto impacta en la vida de los demás. El pecado secreto de Acán tendría consecuencias devastadoras sobre toda la nación.
Cuando Josué envió a los espías hasta la ciudad de Hai, todavía no sabía del pecado de Acán. Estos espías fueron a Hai y le trajeron su informe (v. 2). Inspirados por la victoria que habían tenido sobre Jericó, ellos animaron a Josué a atacar la ciudad diciéndole que la misma no era rival para el ejército de Israel. De hecho, los espías pensaban que no era necesario enviar a todo el ejército contra esta pequeña ciudad, pues creían que la vencerían muy fácilmente.
Josué, basado en el informe de los espías, decidió enviar a tres mil soldados a conquistar a Hai (vv. 3-4). Sin embargo, los resultados no fueron los esperados. Los habitantes de Hair mataron a treinta y seis soldados israelitas y ahuyentaron a los otros obligándolos a retirarse. Esta derrota fue humillante para Israel, y el corazón del pueblo de Dios desfalleció (v. 5). A la nación solo le restaba preguntarse qué había pasado, y si Dios los había abandonado.
Josué, en particular, estaba muy confundido por lo que había sucedido ese día. Entonces rompió sus vestidos como señal de luto y se postró rostro en tierra delante del arca del pacto, permaneciendo allí hasta caer la tarde. El arca era el lugar donde se revelaba la presencia del Señor. Al postrarse delante del arca, Josué procuraba escuchar la voz de Dios. Él necesitaba saber lo que había sucedido y lo que el Señor quería hacer. Observemos en el versículo 6 que los ancianos de Israel hicieron lo mismo. Ellos también rociaron polvo sobre sus cabezas como señal de luto.
Josué oraba mientras esperaba delante del Señor. Su oración se registra en los versículos del 7 al 9, y en ella le pregunta a Dios por qué había traído a Su pueblo a cruzar el Jordán para entregarlos en manos de los amorreos para que los destruyeran (v. 7). Observemos que él le dijo al Señor que ojalá se hubieran quedado al otro lado del Jordán. En su voz había un verdadero tono de desánimo, pues estaba sufriendo su primera derrota y no estaba seguro de querer continuar con el llamado de Dios para su vida. Josué temía que la noticia de su derrota se esparciera y animara a los cananeos a rodearlos y exterminarlos (v. 9). Él se había quedado sin recursos y no sabía qué hacer, pues tenía miedo y dudas de la presencia de Dios a su lado.
No podemos subestimar el efecto devastador que esta derrota tuvo sobre Josué y sobre toda la nación. Ellos temieron por sus vidas. Josué se arrepintió de haberse enrolado en esta batalla, y se sintió incapaz de ser el hombre que Dios lo había llamado a ser. ¿Alguna vez nos hemos desanimado al punto de querer dejarlo todo? No son pocos los siervos de Dios que enfrentan tentaciones como éstas al menos una vez en sus ministerios.
Pero Dios le habló a Josué en su desconsuelo, y le dijo que quitara su rostro de la tierra y se levantara (v. 10). No era momento para hacer duelo. Era momento de tratar con el pecado que había a su alrededor. Dios le reveló a Josué que Israel había pecado al tomar artículos que estaban consagrados a Él; y que su derrota en Hai había sido resultado de ese pecado (v. 12). En vez de hacer duelo, ellos debían tratar con el pecado que los rodeaba.
Imaginemos que un ladrón se queje porque lo capturaron y lo enviaron a la prisión. ¿Acaso no le diríamos que deje de quejarse porque su castigo es bien merecido? En esencia, esto es lo que Dios le estaba diciendo a Josué. Él le dijo que dejara de lamentar su derrota, que levantara su rostro y tratara con el pecado que había en su campamento. Hasta que ellos no resolvieran su pecado, no volverían a vencer a sus enemigos (v. 12).
Las consecuencias del pecado de Acán fueron devastadoras para toda la nación. El pecado alejaba la presencia de Dios. Israel no podía esperar que Dios los bendijera mientras estuvieran pecando deliberadamente contra Él. ¡Cuán a menudo clamamos por las bendiciones de Dios, pero no estamos dispuestos a tratar con el pecado que nos rodea! La lección que encierra este capítulo es muy importante. Si queremos ver un avivamiento en nuestro entorno, primero debemos mirar con seriedad los pecados de nuestro campamento.
En el versículo 13 Dios le dijo a Josué que santificara al pueblo para que se preparara para el día siguiente cuando el Señor expondría ese pecado y lo juzgaría. Esta consagración probablemente implicaba sacrificios y una ceremonia de purificación. Dios le dejó bien claro a Josué que ellos no podrían hacerles frente a sus enemigos hasta que no hubieran eliminado el pecado de su campamento. La victoria de Israel dependía de su obediencia a Dios y de su disposición de caminar en Sus propósitos para sus vidas.
Dios le dijo a Josué que a la mañana siguiente el pueblo debía presentarse delante de Él, tribu por tribu; y el Señor revelaría la tribu que era culpable. Entonces, cada familia de esa tribu se presentaría delante de Dios hasta que Él revelara cuál familia era culpable. Luego, cada casa de esa familia debía presentarse delante de Dios hasta que la casa fuera escogida. Y, por último, cada hombre de cada casa se presentaría delante de Dios hasta que el individuo culpable por el pecado fuera expuesto (v. 14). Cuando se revelara quién era esa persona, él y toda su familia morirían quemados por violar una orden directa que el Señor había dado por medio de Josué (v. 15). El castigo era severo, pero el futuro de una nación completa dependía de que este pecado fuera eliminado.
A la mañana siguiente Josué hizo que todas las tribus se presentaran; y fue escogida la tribu de Judá (v. 16). No se explica cuál fue el procedimiento que se usó para escoger la tribu, pero Dios les dio algunas indicaciones claras. Cuando las familias de Judá vinieron, los zeraítas fueron seleccionados (v. 17). De la familia de los zeraítas, fue tomada la casa de Zabdi. Y cuando cada hombre de la casa de Zabdi se acercó, Dios reveló que Acán hijo de Carmi era el culpable de tomar las cosas consagradas de la ciudad de Jericó.
Josué le pidió a Acán que glorificara a Dios y confesara su pecado. Nada iba a impedir que Acán fuera castigado; él y su familia morirían. Ya el pueblo no tenía duda de que él era culpable; pero aun así Josué le pidió que le confesara su pecado a la nación. Él le dijo a Acán que haciendo esto, alabaría y glorificaría a Dios. Esto merita un análisis más profundo.
Este pasaje nos está diciendo que confesar los pecados alaba y glorifica a Dios. Al confesar su pecado, Acán reconocería delante de toda la nación que se había equivocado y que había ofendido al Dios santo. Él aceptaría que merecía el castigo que Dios le iba a dar; y reconocería que el Señor era un Dios santo y justo, y que él era un pecador que merecía el juicio de Dios.
En el versículo 20 Acán confesó que había pecado y se humilló delante del Señor. “Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel, y así y así he hecho”, le dijo a Josué y a toda la nación. A menudo vemos a Acán desde una perspectiva negativa. Sin embargo, este pasaje nos muestra algo diferente. Acán confesó su pecado abiertamente y aceptó el castigo del Señor, lo cual propició que muchos pudieran aprender de su ejemplo. Hay personas que se niegan a tratar con su pecado y rebelión contra Dios. Éstos escogen morir en sus pecados antes de humillarse, glorificar a Dios y aceptar su castigo. Pero Acán nos deja un ejemplo a seguir al confesar su pecado y someterse a la disciplina y al castigo divino.
Acán le dijo a Josué y al pueblo que él había visto un manto babilónico muy bueno, doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos. Él le confesó a toda la nación que los había codiciado y los había tomado. Incluso le dijo a Josué dónde podían encontrar estos artículos, refiriéndole que los había escondido debajo del piso de su tienda (v. 21).
Cuando Josué escuchó esta confesión, mandó a sus hombres a la tienda de Acán para recoger los artículos que habían sido robados. Observemos en el versículo 22 que los hombres de Josué fueron corriendo a la tienda de Acán. O sea, este era un asunto urgente. Dios estaba enojado con la nación por lo que no había tiempo que perder. Cuando los hombres trajeron los artículos robados, los pusieron delante del Señor (v. 23). El pecado fue expuesto ante toda la nación; y ahora que todo había sido revelado, podía ser tratado. ¿Existen pecados en nuestras vidas que necesitan revelarse al igual que los de Acán? Los pecados ocultos solo nos privarán de la bendición de Dios. Acán tuvo la valentía de confesar y exponer su pecado; y al hacerlo, abrió las puertas para que toda la nación volviera a ser bendecida. El hecho de revelar su pecado y aceptar el castigo de Dios liberaría a la nación de la maldición que había traído sobre ella.
Observemos que, aunque Acán confesó su pecado, aun así sufriría las consecuencias de sus actos. Acán y toda su familia fueron llevados al valle de Acor junto con los artículos que él había robado (v. 24). Y allí en ese valle, Israel lo apedreó a él y a su familia, y quemó sus cuerpos (v. 25). Entonces levantaron sobre sus restos un montón de piedras, lo cual serviría como un poderoso recordatorio del peligro de pecar y sus consecuencias sobre toda la nación.
El hecho de que confesemos nuestros pecados no significa que no tendremos que sufrir las consecuencias de nuestros actos. Puede ser que confesemos y seamos perdonados, y aun así tengamos que sufrir las consecuencias. Algunas veces las decisiones tontas y pecaminosas que tomamos pueden cambiar nuestras vidas para siempre. Dios no siempre nos libra de las consecuencias del pecado. En este capítulo vimos un ejemplo de un hombre que confesó su pecado humildemente y sin reservas. Con su muerte glorificó a Dios, pero aun así él y su familia serían cortados de Israel.
El pecado de Acán afectó a toda la nación y esto es una poderosa advertencia para nosotros. Analicemos el hecho de que nuestro pecado pudiera entorpecer las bendiciones de Dios sobre nuestra familia o nuestros hermanos en la fe. Esas bendiciones solo pueden restaurarse completamente por medio del arrepentimiento y la confesión. El versículo 26 (NVI) nos dice que después de estos sucesos, el Señor dejó de estar enojado con Su pueblo. Es decir, por medio de su confesión y muerte, Acán le restauró a toda la nación la bendición de Dios.
Para Meditar:
· ¿Qué nos enseña este pasaje acerca de la manera en que el pecado afecta a las personas que nos rodean? ¿Cómo nuestro pecado ha afectado a otros?
· ¿Podemos esconder algo de Dios? ¿Existe algún pecado actual que estemos tratando de esconder?
· ¿Qué nos enseña este capítulo acerca de la importancia de tratar con el pecado en nuestras vidas?
· ¿Alguna vez hemos estado desanimados como Josué? ¿Cuáles fueron las circunstancias de nuestro desánimo?
· ¿De qué manera Acán glorificó a Dios mediante su confesión y su muerte? ¿Estaríamos nosotros dispuestos a exponer nuestros pecados para que la bendición de Dios sea restaurada?
· ¿Acaso confesar nuestros pecados significa que no tendremos que enfrentar sus consecuencias? ¿Estaríamos dispuestos a enfrentar las consecuencias de nuestro pecado con el objetivo de estar bien con Dios?
Para Orar:
· Pidamos al Señor que nos revele cualquier pecado en nuestras vidas que esté estorbando nuestro caminar con Dios y el de otros.
· Agradezcamos a Dios que Él está dispuesto a ministrarnos en nuestro desánimo. Démosle gracias por la manera en que Él reveló el pecado de Acán y le restauró la esperanza a Josué y a toda la nación de Israel.
· Pidamos a Dios que nos dé la valentía de Acán para confesar nuestros pecados a fin de que Dios sea glorificado en nuestras vidas.
· Démosle gracias al Señor porque debido a la obra de Su hijo Jesús, podemos tener el perdón de nuestros pecados. Agradezcámosle que Él murió en nuestro lugar a pesar de nunca haber pecado.
8 – LA DERROTA DE HAI
Leamos Josué 8:1-35
Lo que Israel experimentó en Hai les había enseñado una gran lección. El pecado de Acán les había causado una derrota humillante en esta pequeña ciudad. Pero, aunque fueron derrotados, no era el deseo de Dios que se quedaran en esa derrota. Una vez que los obstáculos que se presentaron en el camino fueron tratados, ahora Dios llamaba a Josué a volver a Hai para conquistarla. Él le dijo que no temiera ni desmayara. Josué debía levantarse con todo su ejército y subir contra la ciudad, y esta vez Dios les daría la victoria (v. 1).
En este versículo encontramos un desafío muy importante para nosotros. Dios no desea que nos quedemos derrotados. En nuestras vidas existen sitios de derrota que debemos volver a visitar. Algunas veces esos sitios nos han mutilado emocional y espiritualmente durante años. Podemos imaginar que Josué habría ido a esa batalla contra Hai con gran cautela. Él no confiaba en sus propias fuerzas porque sabía que ya había fallado allí. Sin embargo, con la fe puesta en Dios, Josué regresó a Hai para conquistarla. Tal vez nosotros también deberíamos hacer lo mismo en esos lugares en que ya hemos sido derrotados en el pasado.
Dios le dijo a Josué que él debía hacerle a Hai lo mismo que le había hecho a Jericó (v. 2). Es decir, debía matar completamente a todos los habitantes. Sin embargo, esta vez había una excepción; Dios les permitió llevar consigo los despojos y los animales. Nuevamente encontramos en esto una importante lección que debemos considerar. Necesitamos escuchar a Dios y seguir Su dirección en cada nueva situación. En Jericó ellos no debían tomar nada, pero en Hai podían tomar el botín. Observemos también en el versículo 2 que Dios le dijo a Josué que él debía poner emboscadas detrás de la ciudad.
Entonces Josué escogió a sus mejores guerreros y los envió de noche a poner la emboscada detrás de la ciudad. Ellos debían estar preparados esperando la señal (v. 4, NTV). Luego llevaría a otro grupo con él, y atacarían la ciudad por el frente como había hecho la primera vez (v. 5). El grupo que iba a atacar por el frente de la ciudad dejaría que los soldados de Hai los hicieran retroceder. La idea era que ellos los persiguieran dejando a la ciudad indefensa. Una vez que hubieran engañado a los soldados, los que estaban en emboscada esperando atacar tomarían la ciudad y la incendiarían (vv. 6-8). Los que iban a poner la emboscada saldrían durante la noche a buscar un lugar donde esconderse para esperar el momento para atacar la ciudad. Entonces encontraron un lugar entre Bet-el y Hai, y allí esperaron.
Temprano en la mañana, Josué reunió a sus hombres y marcharon contra Hai acercándose a la ciudad por el frente. Pero lo que no sabía el pueblo de Hai era que había cerca de cinco mil soldados israelitas esperando atacar por detrás (v. 12).
Cuando el rey de Hai vio que Josué se aproximaba por el frente, reunió a sus soldados y los envió al encuentro de Israel para combatir (v. 14). Él no tenía idea de que Israel les había puesto una emboscada detrás de la ciudad. Según lo planeado, Josué y su ejército dejaron que ellos los hicieran retroceder. Hai pensaba que estaba ganando la batalla y persiguió a los israelitas hacia el desierto dejando la ciudad indefensa (vv. 15-16). Nos dice el versículo 17 que no quedó en la ciudad ni un solo hombre; todos salieron a perseguir a Israel.
Cuando todos los hombres salieron de la ciudad, Dios le dijo a Josué que extendiera su lanza (v. 18); y tan pronto como lo hizo, los soldados de la emboscada que esperaban en sus posiciones atacaron la ciudad, la tomaron y le prendieron fuego.
Entonces los soldados de Hai miraron hacia atrás y vieron el humo que subía de su ciudad, y los israelitas que estaban huyendo se volvieron hacia ellos y los atacaron (v. 20). Hai no tenía para dónde ir. El ejército a quiénes perseguían se volvió contra ellos por el frente, y los hombres que habían tomado la ciudad venían hacia ellos por detrás (vv. 21-22). Habían quedado atrapados en el medio.
Israel derrotó al pueblo de Hai y mató a todos sus hombres. El versículo 23 nos dice que tomaron al rey vivo y se lo trajeron a Josué, quien más tarde lo colgó y lanzó su cuerpo en la entrada de la ciudad donde finalmente fue sepultado bajo un gran montón de piedras (v. 29).
Entonces Israel regresó a Hai y mató a todos sus habitantes (v. 24). Ese día mataron a doce mil hombres y mujeres, los cuáles constituían toda la población de esa ciudad (v. 25). Josué no se detuvo hasta destruir a todos los moradores de Hai (v. 26); y los israelitas se llevaron el ganado y el botín de la ciudad tal y como Dios le había ordenado a Josué (v. 27). Ese día fue una derrota total. Toda la población de la ciudad fue exterminada. Todas las cosas de valor fueron saqueadas, y la ciudad quedó asolada y reducida a un montón de escombros.
Nos guste o no, Dios tiene derecho absoluto sobre todas las cosas. Tal y como Job descubrió, Dios da y Dios quita (Job 1:21). La ciudad de Hai desapareció de la faz de la tierra. Dios los juzgó por su maldad. Así también vendrá el día en que toda la tierra arderá en fuego (Ap. 21:1). Ese día, solo los que conocen a Cristo se salvarán. La trágica y horrible derrota de Hai es una imagen de lo que un día le sucederá a esta tierra cuando Dios venga a juzgar y a eliminar el pecado.
Cuando la batalla terminó, Josué construyó un altar en el monte Ebal (v. 30), el cual fue construido según las especificaciones que Moisés le había mandado en la ley. Debía hacerse de piedras enteras sobre las cuales nadie hubiera alzado hierro (v. 31). Sobre ese altar Josué ofreció holocausto al Señor. El versículo 32 nos dice que delante de los hijos de Israel, Josué hizo una copia de la ley de Moisés sobre piedras. Hizo además que la mitad del pueblo se colocara en frente del monte Gerizim, y la otra mitad frente al monte Ebal para escuchar la lectura de la ley de Moisés.
En Deuteronomio 27:2-5; 11-14 Moisés animó al pueblo a realizar tal ceremonia:
Y el día que pases el Jordán a la tierra que Jehová tu Dios te da, levantarás piedras grandes, y las revocarás con cal; y escribirás en ellas todas las palabras de esta ley, cuando hayas pasado para entrar en la tierra que Jehová tu Dios te da, tierra que fluye leche y miel, como Jehová el Dios de tus padres te ha dicho. Cuando, pues, hayas pasado el Jordán, levantarás estas piedras que yo os mando hoy, en el monte Ebal, y las revocarás con cal; y edificarás allí un altar a Jehová tu Dios, altar de piedras; no alzarás sobre ellas instrumento de hierro… “Y mandó Moisés al pueblo en aquel día, diciendo: Cuando hayas pasado el Jordán, éstos estarán sobre el monte Gerizim para bendecir al pueblo: Simeón, Leví, Judá, Isacar, José y Benjamín. Y éstos estarán sobre el monte Ebal para pronunciar la maldición: Rubén, Gad, Aser, Zabulón, Dan y Neftalí. Y hablarán los levitas, y dirán a todo varón de Israel en alta voz”.
Obediente al mandato de Moisés, Josué dividió al pueblo en dos grupos. Los levitas leyeron en voz alta las palabras de la ley. Quienes se pararon delante del monte Gerizim pronunciaron bendición sobre todo aquel que siguiera los mandamientos del Señor. Y los que se pararon delante del monte Ebal pronunciaron maldición sobre los que se rehusaban a obedecer los mandamientos del Señor. El pueblo de Dios tenía que elegir. Ellos podían seguir el camino de bendición o podían escoger el camino de maldición.
Estos acontecimientos sucedieron inmediatamente después del pecado de Acán y de la derrota de la nación de Hai. El pueblo de Dios tenía delante de ellos un poderoso ejemplo de lo que sucedería si le daban la espalda a la ley de Dios.
Cuando ese día se leyó la ley de Moisés, el pueblo de Israel tuvo una importante decisión que hacer. Obedecerían y serían bendecidos, o se alejarían del Señor y serían maldecidos como Acán y su familia. Las dos piedras que estaban delante de ellos les recordaban que solo podían obtener su victoria mediante una vida de obediencia a Dios y a Su Palabra. Era de suma importancia que ellos, a medida que permanecían ante el umbral de Canaán con el resto de la tierra por delante, entendieran que su victoria no radicó en la fortaleza de su ejército, sino en la obediencia de sus corazones.
Para Meditar:
· ¿Existen áreas de nuestras vidas en las que hemos estado viviendo en derrota? ¿Cuáles son? ¿Acaso pensamos que Dios quiere que continuemos viviendo en esa derrota? ¿Qué nos enseña este pasaje?
· ¿Cuán importante es que busquemos la dirección del Señor en cada situación de nuestras vidas? ¿Qué diferencia había entre lo que Dios ordenó a hacer respecto a Jericó y respecto a Hai?
· ¿Qué nos enseña la derrota de Hai acerca del juicio venidero de Dios?
· ¿Qué importancia tiene obedecer al Señor y a Su Palabra? ¿Podemos tener verdadera victoria en la vida cristiana sin andar en obediencia?
Para Orar:
· Pidamos a Dios que nos dé la victoria en esas áreas de nuestras vidas que se encuentran en derrota. Pidámosle que nos conceda la gracia para enfrentar esas áreas otra vez.
· Agradezcamos al Señor porque Él quiere darnos una victoria absoluta.
· Pidamos a Dios que nos ayude a estar más atentos a Su dirección. Roguémosle que nos perdone por las veces en que hemos hecho las cosas por nuestra propia cuenta sin consultarlo.
· Pidamos a Dios que nos ayude a valorar más Su palabra y que nos dé mayor deseo de vivir en total obediencia a ella.
9 – LOS GABAONITAS
Leamos Josué 9:1-27
La victoria de Josué sobre Hai fue notoria para los reyes de Canaán. Cuando ellos oyeron al respecto, tanto los reyes de las montañas como de los llanos, así como los de la costa decidieron unir sus fuerzas para pelear contra Israel (v. 1). Ellos hicieron una alianza de naciones que incluía a los heteos, amorreos, cananeos, ferezeos, heveos y jebuseos. Todas estas naciones se unieron con un propósito, pelear contra Josué e Israel (v. 2). Más adelante analizaremos esta alianza de naciones.
Lo que ahora nos concierne es un grupo de personas procedentes de Gabaón. Ellos no se unieron a esta alianza de fuerzas contra Israel, sino que tuvieron otro plan. El versículo 4 nos dice que ellos usaron de astucia y decidieron engañar a Israel para que los protegiera.
Con el objetivo de engañar a Israel, los gabaonitas le enviaron a Josué una delegación. Éstos traían asnos cargados de sacos viejos y cueros viejos de vino, rotos y remendados (v. 4). Los hombres iban con sandalias recocidas y ropas viejas; y sus panes y alimentos estaban secos y mohosos (v. 5). Cuando llegaron al campamento de Israel, dijeron que venían de tierras lejanas para hacer una alianza con Israel (v. 6).
Los gabaonitas sabían que los israelitas no harían trato con ninguna nación de la región en la que ellos querían establecerse. Habiendo oído del poder de Dios que obraba a través del pueblo de Israel, los gabaonitas no creían tener oportunidad de vencerlos con su ejército. Su único chance de sobrevivir era engañando a los israelitas para que pensaran que ellos habían venido de tierras lejanas las cuáles a Israel no les interesaba conquistar. Si ellos engañaban a Israel haciendo un tratado de paz, podrían salvarse.
Israel encontró sospechoso que los gabaonitas le pidieran hacer un tratado de paz, y en el versículo 7 les dijeron: “Quizá habitáis en medio de nosotros. ¿Cómo, pues, podremos hacer alianza con vosotros?”. Luego en el versículo 8 Josué les preguntó de dónde venían, y ellos le respondieron que venían de tierras muy lejanas y que desde allá habían escuchado acerca de las maravillosas obras de su Dios. Mencionaron de manera particular lo que Dios había hecho al liberar a Israel de Egipto y lo que les hizo a los reyes del este del Jordán (v. 10). Los gabaonitas le dijeron a Josué que sus ancianos les sugirieron llevar provisiones y visitar a Israel para hacer una alianza con ellos (v. 11). Ellos le aseguraron a Josué que venían de tierras lejanas y que también querían mantener relaciones amistosas con ellos.
Para probar que venían de muy lejos, los gabaonitas le mostraron a Josué sus provisiones. Les dijeron que cuando salieron de sus hogares su pan estaba caliente, pero ahora estaba seco y mohoso (v. 12). También les mostraron sus ropas y sus sandalias desgastadas y sus cueros de vinos rotos, diciéndole que estas cosas se habían desgastado durante el viaje (v. 13). Todo esto fue ideado para engañar al pueblo de Dios.
El versículo 14 nos dice que los hombres de Israel tomaron de las provisiones de Gabaón y no consultaron al Señor. Este es el versículo más importante del capítulo 9. Josué tomó su decisión basado en las apariencias. Él vio el pan, los cueros de vino y las ropas y las sandalias de los gabaonitas, y les creyó. Tomó una decisión basado en lo que vio con sus propios ojos, y no consultó al Señor acerca de esta decisión. Por eso lo engañaron.
La realidad del asunto es que las cosas no siempre son lo que parecen. Algo puede parecer perfecto según la perspectiva humana, y aun así conducirnos a un gran error y al pecado. No siempre podemos confiar en la lógica humana o en lo que vemos. Esa es la razón por la que necesitamos buscar la dirección del Señor para nuestras vidas y ministerios. Satanás es especialista en mentir y engañar. Él puede hacer que las cosas parezcan muy buenas, pero al final caeremos en su trampa.
El propósito de Dios para Jericó era que toda la ciudad fuera destruida. Sin embargo, cuando fue el momento de conquistar a Hai, Dios permitió que Su pueblo saqueara la ciudad y tomara su ganado. Para ambos casos Dios tuvo propósitos diferentes. Josué necesitaba escuchar la dirección del Señor para cada situación, pero no lo hizo en el caso de los gabaonitas.
En el capítulo anterior vimos que Josué escribió la ley de Dios en dos tablas de piedra. El pueblo se paró delante del monte Ebal y del monte Gerizim y pronunció bendiciones sobre todos los que obedecieran la ley de Dios, y maldijo a todo aquel que la desobedeciera. Estaba claro que si el pueblo de Dios quería ser bendecido, debía vivir en obediencia a la Palabra de Dios escrita. Sin embargo, lo que vemos aquí va más allá. El pueblo de Dios no solo debía ser obediente a la Palabra de Dios escrita, sino que además debía ser sensible a Su dirección para cada situación particular en la que se encontrara.
Debido a que aquí Josué no buscó la voluntad específica de Dios para esta situación, los gabaonitas lo engañaron e hizo alianza con ellos (v. 15). Alrededor de tres días más tarde, los israelitas descubrieron que habían sido engañados, pues realmente los gabaonitas vivían muy cerca de ellos (v. 16).
Cuando Israel descubrió esto, partió para las ciudades de Gabaón, Cafira, Beerot y Quiriat-jearim. Ellos se enfrentaron a estas ciudades, pero no las atacaron porque sus príncipes habían hecho una alianza con ellos delante del Señor (v. 18). Aunque la congregación murmuró a causa del engaño, los líderes debían cumplir con su tratado y no podían dañar a los gabaonitas (v. 19).
En estos días en que vivimos en que las promesas se rompen tan fácilmente, necesitamos aprender de estos líderes israelitas. Es verdad que ellos fueron engañados. Su alianza se basó en una información falsa, pero ellos se comprometieron a vivir en paz con los gabaonitas. El Señor escuchó lo que prometieron y los haría responsable de su compromiso.
Hay ocasiones en nuestras vidas en las que hacemos promesas tontas; y luego, cuando nos percatamos de lo que hemos hecho, nos resulta demasiado fácil tratar de librarnos de ellas. Sin embargo, la realidad es que Dios espera que seamos fieles a nuestra palabra. Él esperaba que Israel fuera fiel a la promesa que le había hecho a Gabaón. También espera que el esposo sea fiel a su esposa aun cuando las cosas no salen como esperaba; que los que emprenden negocios sean fieles a su compromiso aun cuando descubran que en el proceso pueden tener pérdida. Israel fue fiel a su palabra aun cuando no le convenía. Y yo creo que Dios espera lo mismo de nosotros hoy.
Los líderes de Israel se percataron de que le habían hecho un juramento a Gabaón y no podían retractarse (v. 20). La única alternativa que tenían ahora era dejarlos vivir, pero haciéndolos sus siervos. A partir de aquí, los gabaonitas servirían como leñadores y aguadores para Israel (v. 21).
En el versículo 22 Josué llamó a los gabaonitas para pedirles cuenta por sus acciones. Les dijo que por su engaño ellos estarían bajo maldición y tendrían que vivir a partir de ese momento como siervos de Israel (v. 23). Los gabaonitas le dijeron a Josué que ellos tuvieron temor del Dios de Israel porque sabían que Él le había prometido a Su pueblo toda la tierra (v. 24); y se sometieron voluntariamente como siervos de Israel (v. 25). Y aunque les perdonaron la vida, los gabaonitas sufrieron las consecuencias de sus actos.
Este capítulo nos recuerda la importancia de buscar la dirección del Señor en todo lo que hacemos. Nos recuerda que nuestra lógica humana algunas veces puede guiarnos al error. Y también nos recuerda de una manera poderosa la importancia de mantener nuestras promesas aun cuando no nos resulte conveniente.
Para Meditar:
· ¿Qué aprendemos en este capítulo sobre cómo Satanás busca engañar al pueblo de Dios? ¿De qué manera Satanás ha estado engañando a las personas en la actualidad?
· ¿Podemos siempre confiar en la lógica y en la sabiduría humanas? Expliquemos.
· ¿Por qué es importante para nosotros aprender a discernir la dirección del Señor en cada situación de la vida?
· ¿Qué nos enseña este pasaje acerca de la importancia de mantener nuestras promesas aun cuando no nos convenga?
· ¿Cuáles fueron las consecuencias del engaño de los gabaonitas?
Para Orar:
· Pidamos a Dios que nos dé mayor discernimiento para percibir el engaño del enemigo.
· Pidamos a Dios que nos ayude a confiar menos en nuestra propia lógica y sabiduría, y más en Su dirección.
· ¿Alguna vez hemos roto nuestras promesas porque ya no nos resulta conveniente? Pidamos al Señor que nos perdone y nos dé gracia para ser fieles a nuestra palabra, incluso cuando nos duela.
10 – LA PETICIÓN DE GABAÓN
Leamos Josué 10:1-43
Los gabaonitas habían engañado a Israel en cuanto al tratado de paz. Los príncipes de Israel entendieron que, aunque habían sido engañados, eran responsables delante de Dios y debían ser fieles a su acuerdo. Ellos convirtieron a los gabaonitas en sus siervos para que cortaran la leña y cargaran el agua, pero perdonaron sus vidas.
En este capítulo se pone a prueba el compromiso de los israelitas hacia ese tratado de paz con Gabaón. Adonisedec era el rey de Jerusalén. Debemos recordar que en ese tiempo la ciudad de Jerusalén no pertenecía a Israel. El rey Adonisedec oyó que los gabaonitas habían hecho alianza con Israel, y también escuchó cómo Israel había derrotado a Jericó y a Hai; eventos que le habían provocado gran temor (v. 1). El versículo 2 nos dice que Gabaón era una ciudad importante. Todos sus hombres eran fuertes, y Adonisedec puede haberse sentido enojado debido a que Gabaón unió sus fuerzas con su enemigo.
Adonisedec pensó que necesitaba hacer algo ante esta nueva amenaza. Por tanto, habló con los reyes de Hebrón, de Jarmut, de Laquis y de Eglón pidiéndoles que unieran sus fuerzas con él para atacar a Gabaón debido a que los gabaonitas habían hecho alianza con Israel, su enemigo (vv. 3-4). Y los reyes aceptaron.
Entonces los gabaonitas le enviaron un mensaje a Josué en Gilgal pidiéndole que viniera a su ayuda (v. 6). Debemos observar aquí que Josué pudo haber interpretado estos eventos como la manera de Dios liberarlos de la alianza con Gabaón y castigarlos por su engaño. Debemos tener mucho cuidado de no sacar este tipo de conclusiones. Satanás también procura engañar al pueblo de Dios poniéndoles circunstancias en el camino que puedan justificar sus acciones y así alejarlos del propósito de Dios.
¡Cuán fácil nos resulta justificar el pecado con las circunstancias que se nos presentan en nuestro camino! Los jóvenes justifican el casarse con no creyentes diciendo: “Seguramente el hecho de que nos amamos es la manera de Dios decirnos que está bien unirnos en ‘yugo desigual’”. Eso es como que un hombre de negocios justifique su deshonestidad diciendo: “Si lo que hago estuviera mal, seguramente Dios no me permitiría ser tan exitoso”. Desde el principio de los tiempos el enemigo ha estado promocionando esta estrategia. Nos dará cierta medida de éxito y nos dirá que ese éxito, y no la Palabra de Dios, es lo que indica si vamos por el camino correcto.
Pero Josué no cayó en esta trampa del enemigo. Él les había hecho una promesa a los gabaonitas y, por tanto, iba a ser fiel a esa promesa. Entonces Josué reunió a su ejército y partieron desde Gilgal (v. 7). A medida que él iba a defender a los gabaonitas, el Señor le habló y le dijo que no tuviera temor porque esta coalición de cinco naciones no prevalecería delante de él (v. 8). El ataque de Gabaón no era una vía para librarse de la alianza hecha mediante el engaño, más bien era el instrumento de Dios para darle a Israel una gran victoria sobre sus enemigos.
El versículo 9 nos dice que Josué marchó toda la noche desde Gilgal y tomó al enemigo por sorpresa, quienes quedaron consternados delante de Israel. Entonces el pueblo de Dios los persiguió y los derrotó (v. 10). Observemos en el versículo 11 que Dios manifestó Su presencia ese día mediante una gran caída de granizo, y fueron más los enemigos que murieron bajo el granizo que bajo la espada de los israelitas. ¿Cómo podía el enemigo pelear contra semejante poder?
En el versículo 12 Josué le hizo una extraña petición a Dios. Él oró que el sol se detuviera en Gabaón para poder vencer completamente a sus enemigos. Dios le respondió su pedido y el sol se detuvo proporcionándole a Israel la luz necesaria para eliminar completamente la alianza formada contra Gabaón (v. 13). Israel fue empoderado con el poder sobrenatural de Dios; y el versículo 14 lo deja claro cuando dice: “…Jehová peleaba por Israel”.
Los cinco reyes huyeron y se escondieron en una cueva en Maceda, lo cual llegó a los oídos de Josué. Entonces él envió a sus hombres a que rodaran una gran piedra hasta la entrada de la cueva para que estos reyes no pudieran escapar (vv. 17-18).
Con estos reyes encerrados en la cueva, Josué mandó a sus hombres a perseguir al enemigo. Ellos no debían dejarles llegar hasta sus ciudades (v. 19). Entonces los israelitas destruyeron completamente al enemigo, y solo unos pocos soldados que huyeron lograron llegar a sus ciudades fortificadas (v. 20). El ejército israelita regresó a salvo al campamento que Josué había levantado en Maceda, donde se encontraban los cinco reyes encerrados en la cueva (v. 21).
Cuando el enemigo fue completamente destruido, Josué les pidió a sus hombres que abrieran la entrada de la cueva donde estos reyes habían permanecidos cautivos (v. 22). Sus hombres obedecieron y trajeron a los cinco reyes delante de Josué (v. 23), quien mandó a sus principales guerreros a que pusieran sus pies sobre los cuellos de estos reyes, y así él poder matarlos. Josué les dijo a sus hombres que esto es lo que el Señor le haría a todo aquel que les hiciera frente (v. 25). Entonces él colgó los cuerpos de estos reyes en cinco maderos hasta caer la noche (v. 26); y cuando el sol se iba a poner, mandó que bajaran los cuerpos y los lanzaran dentro de la cueva donde habían estado cautivos (v. 27), colocando grandes piedras sobre su entrada para sellarla.
Una vez derrotada la alianza de los cinco reyes, Josué giró su atención hacia las naciones aledañas. En el versículo 28 tomó a la ciudad de Maceda y destruyó por completo a todos sus habitantes. De Maceda Josué se trasladó a Libna (v. 29), y Dios también le entregó esta ciudad. Y al igual que con Maceda, no dejó Josué ningún sobreviviente en ella, sino que mató a todos (v. 30).
La próxima ciudad en este operativo militar era la ciudad de Laquis (v. 31), a la cual Josué atacó. Horam, el rey de Gezer, vino a su ayuda, pero el segundo día la ciudad cayó y todos sus habitantes murieron (v. 32). Así también derrotó Josué a Gezer quien había venido a ayudar a Laquis (v. 33).
Luego Josué partió de Laquis a Eglón (v. 34), tomaron sus posiciones y atacaron la ciudad. Eglón cayó en un solo día y fue completamente destruido (v. 35). Después de Eglón atacaron a Hebrón sin dejar sobrevivientes (v. 37). Y, por último, Israel enfocó su atención en Debir (v. 38). Tomaron esta ciudad y también mataron a todos sus habitantes (v. 39).
En este gran operativo militar Israel conquistó muchas ciudades y exterminó a todos los habitantes como el Señor les había ordenado. Ahora Israel controlaba las regiones desde Cades-barnea hasta Gaza, y desde Gosén hasta Gabaón (v. 41). Todas estas tierras fueron conquistadas en un solo operativo porque el Señor peleaba por Israel (v. 42). Ninguna nación podía hacerle frente a Israel. Después de esta cruzada, Josué y su ejército regresaron a Gilgal (v. 43)
Recordemos el contexto de este gran operativo. Josué había respondido al pedido de ayuda que le hizo Gabaón. Aunque los gabaonitas habían engañado a Israel en cuanto al tratado de paz, la lealtad de Israel para con esta alianza les trajo gran bendición de parte de Dios. Ciertamente este es un gran desafío para nosotros en la actualidad. Dios espera que seamos fieles a nuestras promesas y juramentos. Si somos fieles a Él, contaremos con Su bendición y Su poder capacitador sobre nuestras vidas.
Para Meditar:
· ¿Qué nos enseña este pasaje acerca de dejarnos guiar por Dios y no llevarnos por las circunstancias engañosas?
· ¿Cómo Satanás puede usar las circunstancias para distraernos y desviarnos hacia el camino incorrecto?
· ¿De qué manera Dios bendijo la fidelidad de Josué a su tratado de paz con los gabaonitas?
· Dios estuvo dispuesto a detener el sol para darle a Josué una victoria absoluta ¿Qué nos dice eso respecto al deseo de Dios de darnos la victoria, y acerca del extraordinario poder que tenemos a nuestra disposición?
· Según este pasaje la conquista de Israel parece haberse logrado casi sin esfuerzo. ¿Son así todas las victorias en las vidas de los cristianos? Expliquemos.
Para Orar:
· Pidamos a Dios que nos ayude a no dejarnos engañar por las circunstancias, sino más bien a dejarnos guiar por Su Palabra y Su Espíritu.
· Roguemos al Señor que nos ayude a ser fieles a las promesas que hacemos, aun cuando se torne difícil y no nos resulte ventajoso.
· Agradezcamos al Señor por el poder que ha puesto a nuestra disposición a fin de que obtengamos la victoria sobre las dificultades que enfrentamos hoy.
· Pidamos a Dios que nos conceda la gracia de perseverar aun cuando la batalla no parezca fácil, a diferencia de como sucedió en este capítulo. Démosle gracias al Señor porque en Él la victoria es nuestra.
11 – LA CONQUISTA DE CANAÁN
Leamos Josué 11:1-23
Dios le dio a Josué y al pueblo de Israel una gran victoria sobre cinco naciones aliadas que habían atacado a los gabaonitas. A partir de esa batalla inicial, Josué continuó su invasión a Canaán conquistando una serie de naciones y tomando sus tierras; y estas victorias no pasaron desapercibidas. Jabín, el rey de Hazor, escuchó lo que había sucedido y envió un mensaje a varios reyes llamándolos a unir sus fuerzas para enfrentar la amenaza israelita. Formaron parte de esta alianza Jobab rey de Madón, los reyes de Simrón y Acsaf, los reyes que estaban en la región del norte de las montañas, los cananeos que estaban al oriente y al occidente, los amorreos, los heteos, los ferezeos, los jebuseos y los heveos (vv. 2-3). El versículo 4 describe que el ejército era tan numeroso como la arena a la orilla del mar, y que también tenía muchísimos caballos y carros de guerra. Esta gran alianza de naciones se reunió junto a las aguas de Merom para pelear contra Israel (v.5).
Obviamente este ejército sobrepasaba en número a Israel y representaba una gran amenaza para ellos. Humanamente hablando Israel no era rival para este ejército. Sin embargo, en el versículo 6, el Señor le habló a Josué y le dijo que no tuviera temor, que para esa misma hora al día siguiente le entregaría en sus manos a todo el ejército enemigo. Josué debía desjarretar sus caballos y quemar sus carros de guerra (v. 6). El jarrete es un tendón de la parte trasera de la rodilla. Al cortar este tendón, los caballos quedarían cojos e inútiles para la batalla.
Con el poder de aquellas palabras del Señor, Josué y su ejército atacaron a sus enemigos junto a las aguas de Merom (v.7). Y como lo prometió, Dios le dio a Josué una gran victoria. Israel derrotó a este ejército tan numeroso y los persiguió hasta que no quedó ningún sobreviviente (v. 8). Luego Josué desjarretó a los caballos enemigos y quemó sus carros. Debemos percatarnos que al desjarretar a estos caballos y quemar sus carros de guerra, Dios estaba evitando que ellos se quedaran con estas cosas. Imaginemos por un momento que Dios le hubiera permitido a Israel tomar los caballos y los carros del enemigo. ¿Probablemente cuál hubiera sido el resultado? ¿Acaso Israel no se hubiera visto tentado a confiar en los carros y en los caballos, y no en el Señor? ¿Cuántas veces ha sido éste el caso de los creyentes? ¿Con qué frecuencia sucede que hemos comenzado a confiar en los dones que Dios nos ha dado en vez de confiar en Dios mismo? ¿Cuántos siervos de Dios han fallado debido a que de manera muy sutil comienzan a confiar en su propia experiencia y educación en vez de confiar en el Espíritu de Dios? El Señor no quería que Su pueblo fuera tentado de esa manera. Al pedirle a Josué que cortara los jarretes de los caballos y quemara los carros del enemigo, Dios estaba protegiendo a Su pueblo de confiar en cualquier cosa que no fuera Él mismo. Sería bueno que examináramos nuestras vidas y ministerios para ver si de algún modo estamos confiando en otra cosa que no sea Dios.
El versículo 10 nos dice que después de esta victoria, Josué tomó a Hazor y mató a su rey. Según el versículo 1, fue Jabín el rey de Hazor quien dirigió este levantamiento contra Israel. Josué capturó su ciudad y mató a todos sus habitantes, quemando la ciudad hasta arrasarla (v. 11).
En aquellos días, Dios le dio a Josué grandes logros. Él tomó todas las ciudades reales de la tierra y mató a sus reyes (v. 12). Su norma era destruir completamente a todos los habitantes de las ciudades que conquistaba; y lo hacía de ese modo porque el Señor se lo había ordenado así por medio de Moisés.
Pero de las ciudades de estos pueblos que Jehová tu Dios te da por heredad, ninguna persona dejarás con vida, sino que los destruirás completamente: al heteo, al amorreo, al cananeo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo, como Jehová tu Dios te ha mandado; para que no os enseñen a hacer según todas sus abominaciones que ellos han hecho para sus dioses, y pequéis contra Jehová vuestro Dios. (Dt. 20:16-18)
Observemos en estas palabras de Moisés la razón por la que debían masacrar a esas naciones. Moisés le dijo a su pueblo que debían matar a todas las personas de estas naciones porque si no lo hacían, ellos podrían ser una tentación para el pueblo de Dios. Al matar a todos los habitantes de cada ciudad que conquistaban, Josué estaba protegiendo a su pueblo de sus costumbres pecaminosas. Algunas veces necesitamos ser severos con el pecado. Si le damos cabida, muy pronto nos veremos caer en su trampa.
Aunque los habitantes de la tierra debían ser masacrados, Israel solo quemó algunas ciudades (v. 13). Dios también permitió que los israelitas tomaran gran cantidad de ganado de las ciudades que conquistaron (v. 14).
Una de las razones del éxito de Josué en estas batallas radicaba en que él hacía todo lo que Dios le mandaba que hiciera (v. 15). Josué sabía que su victoria no dependía de la fortaleza militar sino de la obediencia a Dios. El Señor no busca personas fuertes; Él está buscando hombres y mujeres que sean obedientes a Él y hagan las cosas a Su manera.
Debido a su obediencia, Dios le dio a Josué extraordinarias victorias. Él conquistó toda aquella tierra (vv. 16-17); capturó a sus reyes y los mató como Dios le había ordenado. No había ningún poder que pudiera hacerle frente a Josué porque Dios estaba con él. Sin embargo, el versículo 18 nos recuerda que la conquista de Canaán no se limitó a una noche. Josué estuvo en guerra con estos reyes por mucho tiempo. La perseverancia y la obediencia fueron los dos ingredientes esenciales en la batalla de Josué contra Canaán. Dios lo recompensó por esto y le dio la tierra.
Josué no hizo tratado de paz con ninguna nación que vivía en Canaán, excepto con los gabaonitas (v. 19). Su confianza estaba en el Señor y en establecer una nación que anduviera en obediencia a Su palabra. Observemos cómo Dios iba delante de Josué endureciendo los corazones de las naciones para que estuvieran en contra de Su pueblo, y así, los israelitas poder emprender guerra contra ellos sin oportunidad de paz. Dios hizo esto para que las naciones fueran juzgadas por sus pecados y para que Israel no fuera tentado a formar alianza con ellos. A dondequiera que Israel volteaba, tenía enemigos; y esto no era una maldición sino una bendición. Este era el medio a través del cual Dios establecería a Israel en la tierra como Su pueblo. Ellos le servirían sin correr ningún riesgo. Al endurecer los corazones de las naciones, Dios estaba eliminando todo lo que obstaculizaba una relación más íntima y profunda con Él.
En los versículos 21 y 22 vemos que Josué también destruyó a los anaceos que estaban en las regiones montañosas. La destrucción de estos pueblos fue tan definitiva que no quedaron anaceos en el territorio de Israel (v. 22). Se eliminó esta mala influencia para que cuando el pueblo de Dios se estableciera en la tierra, no tuviera ninguna tentación.
Toda la tierra que Josué conquistó sería distribuida entre las tribus de Israel, tal y como Moisés había ordenado. Josué llevó a cabo todo lo que el Señor lo había llamado a hacer, y lo hizo obedeciendo fielmente a Su Palabra. ¿Podemos nosotros, al mirar nuestras vidas y ministerios, decir que hemos seguido el ejemplo de Josué? ¿Hemos sido obedientes y hemos hecho las cosas a la manera de Dios? ¿Hemos confiado en Dios y en Su dirección de principio a fin? Que Dios permita que en nuestros tiempos abunden más hombres y mujeres como Josué.
Para Meditar:
· ¿Alguna vez nos hemos enfrentado a un enemigo más grande que nosotros? ¿Acaso la dimensión del problema significa algo para Dios?
· ¿Por qué Dios le pidió a Josué que les cortara el jarrete a los caballos, quemara los carros del enemigo y destruyera las ciudades enemigas que conquistaba?
· ¿Hay cosas en nuestras vidas que estorban nuestra comunión con Dios? ¿Cuáles son? ¿Qué necesitamos hacer al respecto?
· ¿Qué papel jugaron la obediencia y la perseverancia en la vida de Josué?
· ¿Es posible que dependamos de nuestra educación, experiencia o de nuestros dones más que de la sabiduría y la fortaleza que Dios pone a nuestra disposición? ¿Cuáles serán los resultados?
· ¿Alguna vez hemos estado tentados a aliarnos con los no creyentes? ¿Por qué pensamos que Dios quería que Israel destruyera completamente a todos los habitantes de aquellas tierras? ¿Cuáles serían las tentaciones que Israel enfrentaría al vivir junto a las naciones incrédulas? ¿Cuáles son las tentaciones que enfrentamos nosotros al vivir y trabajar junto a personas que no creen en Dios ni lo obedecen?
Para Orar:
· Demos gracias a Dios porque Él es mayor que cualquier problema en particular que estemos enfrentando hoy.
· Pidamos a Dios que nos muestre lo que se interponga entre Él y una mayor comunión de parte nuestra. Roguémosle que nos ayude a eliminar esos obstáculos.
· Oremos al Señor que nos ayude a perseverar y a ser obedientes como Él demanda.
· Pidamos a Dios que nos ayude a relacionarnos con aquellos hombres y mujeres que nos ayudarán y nos animarán en nuestro andar espiritual. ¿Hay alguna persona en nuestras vidas que entorpece nuestro caminar con Dios? Roguemos al Señor que nos ayude a discernir qué hacer con este tipo de amistades.
12 – LA TIERRA CONQUISTADA Y REPARTIDA
Leamos Josué 12:1—13:33
Los capítulos 12 y 13 del libro de Josué nos brindan un listado de reyes que fueron derrotados por Moisés y por Josué. Este pasaje también comienza a explicar cómo los israelitas se establecieron en las diferentes regiones de la tierra que Dios les había dado.
En Josué 12:1-6 encontramos un listado de reyes que fueron derrotados al este del río Jordán bajo el liderazgo de Moisés. La lista incluye a Sehón rey de los amorreos (vv. 2-3) y a Og rey de Basán (vv. 4-5). En estos versículos también se describe la tierra que Israel conquistó. Moisés les entregó las tierras del oriente del Jordán a los rubenitas, a los gaditas y a la media tribu de Manasés. No obstante, los hombres de estas tribus debían pelear junto a sus hermanos para conquistar la tierra del oeste del Jordán antes de regresar a la tierra de su herencia (ver Josué 1:12-15).
Josué 12:7-24 nos brinda un listado de reyes que fueron derrotados bajo el liderazgo de Josué al oeste del río Jordán. Él conquistó las tierras de los heteos, los amorreos, los cananeos, los ferezeos, los heveos y los jebuseos; y las repartió a las diferentes tribus de Israel (vv. 7-8). Los versículos del 9 al 24 enumeran a los 31 reyes que Josué venció al occidente del Jordán. Este listado es un fuerte testimonio del poder de Dios obrando a través de Josué y de Israel en aquellos días. Ni un solo rey del lado oeste del Jordán pudo hacerle frente a la nación de Israel ni a su Dios quien los respaldaba.
Para cuando todas estas naciones fueron conquistadas, ya Josué era viejo. No se nos dice cuánto tiempo le tomó a este líder conquistar la tierra. En el capítulo 13, versículo 1, el Señor le recordó a Josué su edad, diciéndole: “Tú eres ya viejo, de edad avanzada, y queda aún mucha tierra por poseer”. Pero a pesar de su edad, todavía el Señor le tenía reservado un trabajo que hacer. Veremos que ahora Josué tenía que enfocarse en dividir la tierra y establecer a su pueblo en sus territorios.
En los versículos del 2 al 5 Dios le habló a Josué acerca de la tierra de Israel que aún quedaba sin conquistar, como eran el territorio de los filisteos y el de los gesureos. Específicamente había cinco príncipes filisteos en Gaza, Asdod, Ascalón, Gat y Ecrón que debían ser derrocados (v. 3). Este listado también incluía las regiones de los sidonios, los giblitas y todo el Líbano.
A partir del versículo 6 de este capítulo, Dios le reafirmó a Josué que Él exterminaría a los sidonios de las montañas del Líbano. Sin embargo, Dios quería que Josué le repartiera a Israel la tierra que había conquistado y que la dividiera entre las tribus (v. 7). Estas palabras del Señor representaban un momento crucial en el ministerio de Josué. Hasta este momento él había sido un líder militar; pero ahora, en su vejez, Dios le estaba dando otra tarea.
En ocasiones nos resulta difícil cuando Dios nos mueve de un ministerio a otro. En sus últimos años, Dios tenía para Josué otro rol que desempeñar. Es importante que sepamos que Dios nos guía aún en nuestra vejez. Josué había terminado la tarea que Dios lo había llamado a hacer en sus años de juventud cuando estaba en todo su vigor; y ahora que había envejecido, Dios le tenía otra labor. Josué estuvo dispuesto a aceptar este cambio y se entregó de a lleno a esta nueva tarea.
El resto del capítulo 13 nos describe la repartición del territorio a las tribus de Manasés, Rubén y Gad, quienes se habían asentado al oriente del Jordán. Moisés les había asignado estas tierras a estas tres tribus antes de que el pueblo cruzara el Jordán. Los versículos del 9 al 12 describen los territorios y sus límites, recordándonos que anteriormente habían pertenecido a Sehón rey de los amorreos (v. 10) y a Og rey de Basán. Moisés venció a estos dos reyes y repartió sus tierras a las tribus de Manasés, Rubén y Gad. El versículo 13 nos dice que los israelitas no echaron de su territorio a los gesureos ni a los maacateos, quienes continuarían viviendo entre ellos. Pero esto violaba directamente la voluntad de Dios, quien no quería que estas naciones fueran una piedra de tropiezo para Su pueblo.
El versículo 14 nos recuerda que la tribu de Leví no recibiría ninguna tierra en heredad. Su herencia consistía en ser siervos de Dios entre las tribus de Israel.
En los versículos desde el 15 hasta el 23 encontramos una descripción más detallada del territorio que Moisés repartió a la tribu de Rubén al oriente del Jordán, incluyendo una lista de ciudades y aldeas que Moisés le entregó.
El territorio del oriente del Jordán repartido a la tribu de Gad se describe en los versículos del 24 al 28. Aquí se mencionan los nombres de las ciudades y aldeas que le fueron entregadas a esta tribu como herencia.
El capítulo concluye describiendo las ciudades y aldeas del oriente del Jordán repartidas a la tribu de Manasés (vv. 29-31), territorio que anteriormente pertenecía a Og rey de Basán.
En esta porción de las Escrituras vemos el cumplimiento de la promesa que Dios le hizo a Su pueblo. Era la voluntad de Dios que ellos se establecieran en la tierra que Él les había ofrecido a sus ancestros; y el Señor cumplió Su promesa cuando el territorio se repartió a cada tribu. Ahora dependería de Israel vivir en la tierra que su Señor les había dado, y poseerla para Su gloria.
Para Meditar:
· ¿Qué nos enseña la larga lista de reyes vencidos que aparecen en esta sección acerca del poder de Dios obrando en Su pueblo? Dediquemos un momento a meditar en las victorias que Dios nos ha dado.
· ¿Qué propósito tenía Dios con Josué en su vejez? ¿Hemos visto nuestros ministerios cambiar con el cursar de los años? ¿Qué nos dice esto acerca de ser sensibles a la dirección del Señor?
· ¿Qué nos enseña esta repartición de tierras a las diferentes tribus acerca de la fidelidad de Dios a Sus promesas? ¿Cómo hemos visto manifestada en nuestras vidas la fidelidad de Dios?
Para Orar:
· Agradezcamos al Señor el hecho de que Él es un Dios poderoso que permanece con nosotros. Tomemos unos minutos para agradecerle de manera particular las victorias que nos ha dado.
· Demos gracias al Señor que Él no nos olvida en nuestra vejez; y que, aunque nuestros ministerios puedan cambiar, Él puede continuar usándonos.
· Dediquemos tiempo para agradecer al Señor la manera en que ha sido fiel a Sus promesas para nuestras vidas. Seamos específicos.
13 – LA PETICIÓN DE CALEB
Leamos Josué 14:1-15
Dios le había dado a Josué la tarea de repartirle al pueblo de Israel la tierra conquistada. En el capítulo anterior vimos una descripción de la tierra que Moisés repartió a las tribus de Manasés, Rubén y Gad, al oriente del río Jordán. Esta próxima sección del libro describe la tierra dada en herencia a Israel por el lado oeste del río Jordán, en la tierra de Canaán. Estas herencias fueron asignadas a las nueve tribus y media que vivían en Canaán mediante el método de echar suerte.
Los descendientes de los doce hijos de Jacob formaban doce tribus separadas, cada una nombrada según los padres cabezas de familia. No obstante, José no tenía una tribu que llevara su nombre directamente. Génesis 48:5 nos dice, sin embargo, que Jacob adoptó a Manasés y a Efraín (hijos de José) como sus propios hijos. Y aunque no había ninguna tribu con el nombre de José, su herencia estaba dividida entre sus dos hijos. Manasés y Efraín serían considerados como medias tribus debido a que ellos dividieron la herencia de José. Moisés le repartió a Rubén, a Gad y a la media tribu de Manasés el territorio del lado este del Jordán; pero aún quedaban nueve tribus y media por recibir su herencia al lado oeste.
El versículo 3 nos recuerda que la tribu de Leví, aunque considerada una tribu de Israel, no recibiría ninguna tierra por heredad. Ellos debían vivir entre las otras tribus y servir como sacerdotes de Dios a favor de ellos. A los levitas se les asignarían ciertas ciudades entre las tribus de Israel para que pudieran tener un lugar para apacentar sus ganados y rebaños (vv. 3-4).
Pero lo que causa mayor interés en este capítulo es la petición de un hombre llamado Caleb; acerca del cuál leímos en Números 13. Moisés envió espías a Canaán para que examinaran la tierra y le informaran al respecto. Éstos regresaron y le dijeron a Moisés que aquel era un pueblo demasiado numeroso y fuerte para ellos conquistarlos. Pero Caleb no concordó con sus hermanos y le dijo a Moisés que Dios podía entregar a sus habitantes en sus manos (ver Números 13:30). No obstante, los otros espías desanimaron al pueblo para que se rehusaran a entrar a la tierra. Entonces Dios le dijo a Moisés que, aparte de Caleb y Josué, ninguno de los que se rehusaron a entrar a Canaán en ese momento entrarían a la Tierra Prometida (Dt. 1:34-36). Sin embargo, Dios le prometió a Caleb una porción de la tierra como herencia debido a su fe y confianza en Él.
En el versículo 6 Caleb se acercó a Josué para hablar sobre la promesa que Moisés le había hecho, y le recordó cómo en Cades-barnea él había sido enviado a Canaán a explorar la tierra y volver con noticias (v. 7). También le dijo a Josué cómo los hermanos que fueron con él trajeron un informe que atemorizó los corazones del pueblo; y que solo él tuvo la fe de creer que Dios les daría la tierra (v. 8). Ese día Moisés le dijo a Caleb que la tierra por donde sus pies caminaron sería una herencia para él y para sus hijos (v. 9).
Por más de cuarenta años Caleb vagó por el desierto junto a sus hermanos israelitas sin ver el cumplimiento de la promesa de Dios. Él vio morir en el desierto a cada uno de sus compañeros espías. De todos los que habían ido a Cades-barnea, solo quedaba él. Este era el tiempo correcto para que él heredara la tierra que le había sido prometida.
Ahora un fuerte y vigoroso Caleb de ochenta y cinco años se presentaba delante de Josué para pedirle que le concediera el cumplimiento de la promesa que a través de Moisés se le había hecho (vv. 10-11). Ese día Caleb le pidió a Josué el monte que había caminado cuando tenía cuarenta años (v. 12). Observemos en el versículo 11 que Caleb no esperaba recibir ese monte sin pelear por él. No obstante, le recordó a Josué que él todavía era fuerte y podía ir a la batalla para conquistar esa tierra.
El monte que Caleb pedía era un territorio habitado por un pueblo conocido como los anaceos. El versículo 12 nos dice que sus ciudades eran grandes y fortificadas. No eran fácil de conquistar. Sin embargo, Caleb no cambió de opinión. Aun así, él creía que el Señor su Dios era capaz de darle la victoria, y que con la ayuda de Dios él expulsaría a ese pueblo.
Caleb no pretendía tener fortaleza en sí mismo. Él no estaba dependiendo de sus propios recursos, sino que su confianza yacía en Dios su Señor y en Sus promesas. Con la ayuda de Dios, él expulsaría a los anaceos de sus tierras.
Entonces Josué bendijo a Caleb y le dio Hebrón por heredad (v. 13). Aunque no tenemos los detalles de cómo sucedió, Caleb y sus hombres conquistaron esa tierra y la dejaron de herencia a sus hijos. El nombre de la ciudad que Caleb conquistó solía ser Quiriat-arba porque Arba era un hombre grande entre los anaceos.
La historia de Caleb es un desafío para todos nosotros. Permítame decir algunas cosas sobre Caleb a modo de conclusión.
En primer lugar, Caleb era un hombre de una fe enorme que no tuvo miedo de ser diferente al grupo. Cuando todos sus compañeros creyeron que no podrían vencer a los cananeos, Caleb se mantuvo firme en su compromiso con Dios y en el poder divino que les daría la victoria. Él no tuvo miedo a ser diferente del resto; sino que fue un hombre de fe, y a veces eso implicaba que el camino a transitar fuera solitario.
En segundo lugar, Caleb era un hombre de una gran perseverancia. Observemos que él esperó cuarenta y cinco años para que la promesa de Dios se cumpliera en su vida. Él vagó por el desierto viendo morir a sus compañeros, pero durante todo ese tiempo confió en la promesa que Dios le había hecho. Caleb creyó que él podía ver la Tierra Prometida. ¡Cuán fácil le hubiera sido perder las esperanzas a medida que pasaban los meses, los años, las décadas! Él es un ejemplo de perseverancia y confianza en la promesa de Dios.
En tercer lugar, Caleb era un hombre cuya confianza en Dios no radicaba en su propia fuerza y sabiduría. Desde el principio Caleb creyó que no importaba cuán fuerte fuera el enemigo, Dios era superior. Y ahora siendo ya un hombre de ochenta y cinco años se presenta delante de Josué a pedirle el monte por donde había caminado cuando tenía cuarenta. Caleb sabía que los anaceos eran poderosos y vivían en ciudades fortificadas, pero él no miraba sus propias fuerzas. Él sabía que Dios era mayor que cualquier anaceo que lo enfrentara. Ese día él se presentó valientemente delante de Josué buscando la presencia de Dios para obtener la victoria.
En cuarto lugar, Caleb era un hombre que estaba dispuesto a luchar. Él sabía que su victoria radicaba en el Señor, pero estaba preparado para usar todos sus recursos con el fin de ver esa promesa de Dios cumplirse en su vida. Dios le había prometido esa tierra, por tanto, estaba listo para confiar en Él, pero también estaba preparado para ir a la batalla. Él se ofreció por completo al Señor para que esa promesa se cumpliera. No todas las promesas de Dios se obtienen sin esfuerzo. De hecho, a menudo tenemos que trabajar duro y batallar antes de poder ver las promesas del Señor cumplirse en nuestras vidas. Algunas personas se rinden cuando ven que el esfuerzo es demasiado. Pero Caleb estaba listo para luchar hasta el final. Él no se iba a rendir hasta que la promesa de Dios se cumpliera plenamente en su vida.
La petición de Caleb “Dame, pues, ahora este monte” es un desafío poderoso para nosotros en la actualidad. Él sabía que Dios tenía un propósito para él, y se comprometió de a lleno a llevar a cabo íntegramente ese propósito. ¿Cuál es el propósito de Dios para nuestras vidas? ¿Cuál es nuestro “monte”? ¿Estamos listos para perseverar durante años, incluso décadas, mientras esperamos que esa promesa se cumpla en nuestras vidas? ¿Estamos preparados para luchar contra los anaceos que se interpongan entre nosotros y el cumplimiento de esa promesa? ¡Que Dios levante en nuestros días más hombres y mujeres como Caleb!
Para Meditar:
· ¿Cómo Caleb demostró ser un hombre de fe según este pasaje?
· ¿Estaríamos dispuestos a enfrentarnos a todos nuestros compañeros para defender la verdad? ¿Con cuánta facilidad nos tornamos “pasivos”?
· ¿Existen promesas de Dios que aún no hemos visto cumplirse en nuestras vidas? ¿Cuáles son? ¿Qué aprendemos de Caleb en este pasaje?
· ¿En quién Caleb depositó su confianza? ¿En quién confiamos nosotros?
· ¿Acaso las promesas de Dios siempre se cumplen sin que nos esforcemos? Expliquemos por qué.
· ¿Cuál es el “monte” personal que Dios quiere que conquistemos?
Para Orar:
· Pidamos a Dios que nos dé valor para estar dispuestos a permanecer firmes en la fe, incluso cuando otros se desvían del camino.
· Agradezcamos al Señor que podemos confiar en Él y en Sus promesas. Démosle gracias que no existen obstáculos que Él no pueda vencer.
· Pidamos a Dios que nos muestre Su propósito para nuestras vidas y ministerios. Oremos que nos dé más gracia para conquistar el territorio que Él tiene preparado para nosotros.
14 – LA REPARTICIÓN DEL TERRITORIO A LAS TRIBUS DE JUDÁ, MANASÉS Y EFRAÍN
Leamos Josué 15:1—17:18
Ya vimos que la tarea que Dios le dio a Josué al final de su vida fue repartirles a las diferentes tribus de Israel el territorio que había conquistado. En esta reflexión analizaremos la asignación de las tierras a las tribus de Judá, Manasés y Efraín.
La Parcela de Judá
El capítulo 15 se enfoca en la asignación del territorio a la tribu de Judá. Por lo general, el territorio de Judá se extendía hasta las tierras de Edom y hasta el desierto de Zin al sur (v. 1). Los versículos del 2 al 4 explican con más detalles sus límites al extremo sur. Los límites del lado este se extendían al Mar Salado y hasta la desembocadura del río Jordán (v. 5). Los detalles de los límites del lado norte de Judá se encuentran en los versículos del 5 al 11. Y, por último, el versículo 12 nos brinda la extensión de los límites del lado oeste.
Los versículos del 13 al 20 nos brindan un informe sobre Caleb y su territorio. Caleb pertenecía a la tribu de Judá, pero su fe en Dios lo distinguía particularmente de los demás miembros de su tribu.
Josué le dio a Caleb una porción de tierra en Judá. Él debía tomar la región de Quiriat-arba, la cual recibiría el nombre de Hebrón (v. 13). Para ocupar esta tierra, Caleb tenía que expulsar a los anaceos (v. 14) y también tenía que pelear contra las personas que vivían en la ciudad de Debir, la cual anteriormente se llamaba Quiriat-sefer (v. 15).
Entonces Caleb les dijo a sus hombres que daría su hija Acsa en matrimonio a quien atacara a la ciudad de Quiriat-sefer (Debir) y la tomara. Y fue Otoniel, hijo del hermano de Caleb que se llamaba Cenaz, quien tomó la ciudad; por tanto, Caleb le dio a su hija en matrimonio (v. 17). En el versículo 18, Acsa, la hija de Caleb, le pidió a su padre que le diera fuentes de agua en el Neguev; y él le concedió su pedido y le dio las fuentes de arriba y las de abajo (v. 19).
Los versículos del 21 al 62 enumeran las diferentes ciudades conquistadas o repartidas a Judá. Los versículos del 21 al 32 registran las ciudades del sur del territorio, numerando veintinueve ciudades. Los versículos del 33 al 47 registran varias aldeas repartidas a Judá en la parte oeste de la llanura. Los versículos del 48 al 60 listan una serie de aldeas en la parte montañosa de Judá. Y, por último, los versículos 61 y 62 nombran a seis aldeas y ciudades en el desierto. A partir del versículo 63 vemos que Judá no pudo desalojar a los jebuseos que vivían en Jerusalén. La ciudad estaba bien defendida y Judá no pudo vencerlos.
La Repartición de las Tierras a Manasés y Efraín
Manasés y Efraín eran los hijos de José. Ya Moisés le había dado su territorio a una parte de la tribu de Manasés al este del Jordán. Sin embargo, esta tribu era grande y necesitaba más territorio del que se le había dado a sus hermanos en esa región oriental. El territorio que se le repartió a los hijos de José comenzaba en el Jordán y cruzaba a través de la región de Bet-el y Bet-horón hasta el mar (16:1-3). Esta es una descripción bien general de las tierras que se le asignaron a los hijos de José.
Josué 16:5-9 describe más detalladamente el territorio asignado a Efraín. Observemos en el versículo 10 que la tribu de Efraín no pudo desalojar a los cananeos que vivían en Gezer, por lo que se quedaron viviendo junto a los efrainitas. Ellos no fueron obligados a ser siervos de la tribu de Efraín, sino que vivieron entre ellos como un pueblo libre.
Josué 17 describe el territorio asignado a Manasés. Su hijo primogénito era Maquir, padre de los maquiritas quienes se distinguían por ser grandes hombres de guerra (v. 1). A ellos se les dieron las regiones de Galaad y Basán al este del Jordán. El resto de los hijos de Manasés eran jefes de varias familias; y en el versículo 2 se enumeran seis (Abiezer, Helec, Asriel, Siquem, Hefer y Semida). La familia de Zelofehad del clan de Hefer no tenía hijos, sino solo hijas (v. 3). Dichas hijas se acercaron al sacerdote Eleazar y a Josué, y les dijeron que Moisés les había prometido tierras, aun cuando no había descendientes varones (ver Números 27:1-7). Entonces Josué escuchó su petición y les dio una heredad junto a los varones de la familia (v. 4). La heredad de estas familias de Manasés se encontraba al oeste del Jordán, al lado de Galaad y Basán (v. 5).
En los versículos del 7 al 10 se describen los límites establecidos para la tribu de Manasés al oeste del río Jordán, los cuales colindaban con el territorio asignado a Efraín por el lado sur. Por el norte, el territorio de Manasés se extendía hasta las tierras repartidas a Aser y a Isacar (v. 11).
Una vez más observemos en los versículos 11 y 12 que los manasitas no pudieron ocupar ciertas ciudades de los cananeos, quienes se mantuvieron firmes y no rindieron sus tierras a Manasés. Sin embargo, a medida que los israelitas se fueron fortaleciendo, fueron sometiendo a los cananeos que radicaban en estas ciudades a trabajos forzosos, aunque no los expulsaron completamente (v. 13).
La bendición de Dios sobre los hijos de José era evidente. En el versículo 14, los moradores de Efraín y Manasés se acercaron a Josué en busca de más tierras porque eran demasiado numerosos para la herencia que habían recibido (v. 14). Entonces Josué les dijo que limpiaran para ellos la tierra de los ferezeos y de los refaítas (v. 15). Sin embargo, los descendientes de José insistieron en que éstas tampoco eran suficiente para ellos. Percatémonos que ellos también le dijeron que los cananeos que vivían en los alrededores tenían carros herrados (v. 16). Ellos les temían a estos cananeos. Pero Josué no les concedió más territorio (v. 17), sino que les dijo que limpiaran la tierra que tenían, y que Dios les daría la victoria sobre los cananeos si ellos se disponían a enfrentarlos (v. 18). Tendrían que pelear para obtener más territorio, y esto no era algo que realmente estuvieran muy animados a hacer. Este desafío que Josué les hizo a los descendientes de José también se aplica a nosotros. Algunas veces solo obtendremos la victoria por medio de la perseverancia y el esfuerzo.
Para Meditar:
· En el capítulo 16 vimos cómo Caleb tuvo que pelear para conquistar su territorio a pesar de que Dios se lo había prometido. ¿Hay cosas en nuestras vidas a las que Dios nos llama a esforzarnos con el fin de obtenerlas?
· Las hijas de Caleb solo tuvieron que pedirle a su padre las fuentes de agua, y él se las dio. ¿Acaso siempre es necesario batallar para obtener las promesas de Dios? ¿Hay cosas que no hemos obtenido de parte de Dios simplemente porque no se las hemos pedido?
· Observemos la cantidad de cananeos que no fueron expulsados del territorio que se le repartió a Israel. Los israelitas no pudieron vencerlos a todos de una vez. Y es que en algunos casos parece que ellos no pudieron tener la victoria absoluta sobre estos enemigos. ¿Hay problemas en nuestras vidas que necesitan de mayor esfuerzo por parte nuestra para solucionarlos?
· Los descendientes de José tenían miedo de los cananeos, y vacilaron a la hora de esforzarse para limpiar la tierra y tener más espacio para su pueblo. ¿Alguna vez nos hemos visto en una situación donde no estamos seguros de querer esforzarnos para obtener más terreno del que Dios nos ha dado?
Para Orar:
· Demos gracias al Señor porque Él tiene la capacidad de fortalecernos para que venzamos los obstáculos que se interponen entre Él y Su propósito para nuestras vidas.
· Pidamos a Dios que nos dé disciplina y perseverancia para pelear las batallas a las que nos ha llamado.
· Pidamos a Dios que nos revele cualquier obstáculo en nuestras vidas que necesitemos vencer. Roguémosle fortaleza para hacerlo.
· Dediquemos un momento para agradecer al Señor por las victorias que nos ha dado en nuestra vida espiritual.
15 – LA REPARTICIÓN DEL TERRITORIO A LAS OTRAS SIETE TRIBUS
Leamos Josué 18:1—19:51
Al comenzar el capítulo 18 vemos que el pueblo de Dios estableció el Tabernáculo en la ciudad de Silo (v. 1). El versículo 1 nos aclara que toda la región de Canaán estaba sometida al control de Israel. Es interesante que nos percatemos en el versículo 3 que Josué desafió a su pueblo a tomar posesión de la tierra que Dios les había dado. Tal parece que no era lo mismo controlar la tierra que poseerla. Esta es una diferencia importante que debemos observar.
Cuando el Señor Jesús murió en la cruz, venció el poder del pecado y le trajo victoria a Su pueblo sobre el control del mismo sobre sus vidas. También preparó el camino para que todos los creyentes vivieran en esa victoria que Él había obtenido para ellos en la cruz. Al igual que Josué, Jesús conquistó el territorio tomado por el enemigo y nos liberó del poder y del control del maligno. Sin embargo, eso no quiere decir que nunca más volveremos a ser tentados por el pecado. La victoria está ahí para nosotros, pero aún tenemos que confiar en Dios y luchar contra el pecado y las tentaciones. Eso mismo sucedía con el pueblo de Dios. Ellos habían conquistado al enemigo, pero aún tenían que tomar posesión de la tierra, establecerse en ella y someterla al propósito de Dios.
Quedaba una gran cantidad de tierra que todavía el pueblo de Dios no había ocupado. Entonces Josué propuso que escogieran a tres hombres de cada una de las siete tribus restantes y los enviaran a recorrer la tierra para explorarla (v.4). Este equipo de supervisores debía dividir el territorio en siete partes y traerle a Josué una descripción de cada porción. Josué le dijo al pueblo que Judá debía permanecer al sur de la región, mientras que el resto de las tribus vivirían al norte (v. 5). Una vez que la tierra fuera dividida en siete partes, Josué y los sacerdotes echarían suerte para ver cuál parcela Dios le daría a cada una de las siete tribus restantes (v. 6).
Los hombres fueron a hacer el levantamiento y dividieron la tierra que Dios les había dado. Josué les dio instrucciones de que cuando terminaran, regresaran donde él estaba en Silo (v. 8); y ellos hicieron exactamente como Josué les mandó (v. 9). Según había prometido, Josué echó suerte sobre la tierra que había sido delineada por aquellos hombres (v. 10), y lo hizo en la presencia del Señor. Al hacerlo de esa manera, él estaba eliminando toda posibilidad de discusión al respecto. Sería el Señor quien determinaría dónde viviría cada tribu. Los versículos restantes de los capítulos 18 y 19 describen cómo quedaron repartidas las parcelas a cada tribu usando el método de echar suerte.
El primer lote fue para la tribu de Benjamín, el cual quedaba entre Judá por el Sur y entre Manasés y Efraín por el norte (v. 11). En los versículos del 12 al 20 encontramos una descripción detallada de sus límites; y los versículos del 21 al 28 nos brindan un listado de veintiséis ciudades y aldeas importantes que formaron parte de la herencia de Benjamín.
En Josué 19:1 vemos que el segundo lote resultó ser para la tribu de Simeón. Es interesante observar que la heredad de esta tribu cayó dentro del territorio de Judá. Josué 19:9 nos dice que el territorio de Judá era demasiado extenso para ellos, por lo que se le dio una parte de sus tierras a Simeón. Los versículos del 2 al 8 enumeran las ciudades y aldeas importantes que se le asignaron a la tribu de Simeón.
La tercera suerte cayó sobre la tribu de Zabulón, y su lote se describe en los versículos del 10 al 15. Su territorio estaba al norte del que se le asignó a Manasés. El versículo 15 nos da un listado de algunas ciudades y aldeas importantes que se localizaban en el territorio de Zabulón.
La cuarta suerte cayó sobre la tribu de Isacar. Los límites de este territorio se describen en los versículos del 18 al 23, en los cuáles también se mencionan dieciséis ciudades y aldeas importantes.
La próxima fue sobre Aser, y su territorio se detalla en los versículos del 24 al 31. Su lote estaba junto al mar en la región norte de la tierra que Dios le había dado a Su pueblo, y éste incluía veintidós ciudades y aldeas importantes.
La sexta parcela repartida fue a la tribu de Neftalí, y los versículos 33 y 34 describen sus límites. Los versículos del 35 al 39 enumeran diecinueve ciudades fortificadas que formaron parte de la herencia entregada a Neftalí.
La séptima y última suerte cayó sobre la tribu de Dan. Los límites de su heredad se detallan en los versículos del 41 al 46, e incluyen una lista importante de ciudades y aldeas. El territorio que se describe en estos versículos se localizaba justo al norte del territorio que se le asignó a Judá en la parte sur a todo lo largo de la costa. Sin embargo, la tribu de Dan tuvo dificultades para poseer su territorio. Puede haber sido debido a las personas que lo ocupaban cuando ellos fueron a tomar posesión. Por este motivo se dirigieron al norte de la región de Lesem y tomaron la ciudad ocupándola también (v. 47).
Cuando Josué terminó de repartir la tierra a las diferentes tribus, los israelitas le dieron a él su heredad (v. 49). Le dieron la ciudad de Timnat-sera, en el monte de Efraín. Allí, él reconstruiría la ciudad y se establecería en ella junto con su familia (v. 50).
Todos estos territorios se les asignaron a las siete tribus de Israel que faltaban; y se efectuó en Silo, echando suerte en la presencia del Señor (v. 51).
Estos dos capítulos, aunque están llenos de descripciones de tierras y listas de ciudades, tienen gran importancia por varias razones. En primer lugar, nos muestran que Dios es fiel a Sus promesas. Él dio a cada tribu una parcela para sus familias, según lo había prometido.
En segundo lugar, estos capítulos nos enseñan que es el propósito de Dios que tomemos posesión y ocupemos el territorio que Él nos ha dado. Dios había conquistado el territorio por medio de Josué, pero Él esperaba que Su pueblo se estableciera en la tierra y la defendiera. A través de Jesucristo nosotros también hemos vencido, pero Dios ahora nos llama a vivir en esa victoria.
En último lugar, estos capítulos nos muestran que Dios tiene una heredad para cada uno de nosotros. El territorio que se le dio a cada tribu era diferente, pero Dios tenía un lugar para cada uno de ellos. Así mismo Dios tiene un propósito para cada uno de nosotros, y Él espera que salgamos y vivamos en ese propósito. El Señor esperaba que cada tribu ocupara el lote de tierra que Él les había dado, pero también que hicieran progresar esa tierra para Su gloria. Cualquier don que Dios nos haya dado, debemos usarlo para Su gloria y Su propósito. Dios espera que hagamos nuestro mayor esfuerzo para poseer y defender cualquier territorio que Él nos haya dado. Él tiene un lugar, un ministerio y un propósito específico para cada uno de nosotros. Dios permita que encontremos ese propósito y ese lugar, y lo ocupemos hasta su venida.
Para Meditar:
· ¿Qué diferencia hay entre conquistar y poseer? ¿De qué manera Cristo venció a Satanás? ¿Qué necesitamos hacer para poseer aquello que Cristo conquistó?
· ¿Es posible que los creyentes vivan en derrota aun cuando Dios les ha dado la victoria? Abundemos. ¿Cuáles victorias necesitamos en nuestras vidas?
· ¿Cómo el echar suerte nos indica el sentir de Israel acerca del propósito de Dios para cada tribu? ¿Tiene Dios un propósito particular para nuestras vidas? ¿Cuál es?
Para Orar:
· Demos gracias al Señor Jesús porque Él venció a Satanás y al pecado.
· Pidamos a Dios que nos ayude a poseer lo que Él ha conquistado para nosotros.
· ¿Existen áreas de derrota en nuestras vidas? ¿Cuáles son? Pidamos al Señor que nos ayude a arrebatarle esas áreas a Satanás.
· Demos gracias al Señor porque Él tiene un propósito y un plan específico para nuestras vidas. Oremos que nos ayude a percibir ese propósito y a caminar en él.
16 – CIUDADES ESPECIALES
Leamos Josué 20:1—21:45
En estos últimos capítulos vimos cómo Josué les repartió el territorio a las diferentes tribus de Israel. A cada una Dios le dio una parcela de tierra específica con el propósito de que la poseyeran. Los capítulos 20 y 21 nos enseñan que Josué también designó ciudades para los levitas. Entre ellas estaban aquellas que servirían de refugio a las personas que hubieran matado a otra de manera accidental. En el libro de Números, capítulo 35:6-34, Dios le dio instrucciones a Moisés para que designara estas ciudades de refugio. Sobre ellas hay varias cosas que necesitamos entender.
En primer lugar, observemos en el versículo 3 que estaban destinadas a las personas que hubieran matado a otra accidentalmente o de manera no intencional. Sin embargo, para quien asesinaba a su hermano o hermana no había tal protección, sino que dicha persona era apedreada hasta morir. Quienes se protegían en la ciudad de refugio eran aquellos que no tenían ninguna mala intención, sino que habían matado por accidente o por descuido de su parte. Aquí, en estas ciudades, ellos serían protegidos de cualquiera que los buscara para vengarse.
El versículo 4 nos dice que cuando un israelita era culpable de matar a otra persona de manera accidental, éste podía huir a estas ciudades de refugio. Sin embargo, antes de poder entrar a esta ciudad, se debía presentar el caso a los ancianos de la misma. Éstos analizarían cada caso, y cuando estuvieran seguros de que el crimen era accidental, entonces le permitirían a dicha persona entrar, y la protegerían de cualquiera que buscara venganza. Según el versículo 5, si el vengador de la sangre perseguía a esta persona hasta la ciudad, los ancianos no se lo entregarían, sino que allí sería protegido de cualquier daño.
Observemos también que la persona que huía hacia la ciudad de refugio debía permanecer allí hasta que se presentara a juicio y hasta que el sumo sacerdote muriera (v. 6). Ellos no podían volver a la ciudad en la cual había ocurrido el incidente. Debemos percatarnos de que la persona que había matado a otra, aun siendo accidentalmente, debía pagar por su crimen. Nadie podía matarlos, pero eran juzgados y hechos prisioneros en la ciudad de refugio. Es importante que observemos lo que Números 35:26-28 nos dice al respecto:
“Mas si el homicida saliere fuera de los límites de su ciudad de refugio, en la cual se refugió, y el vengador de la sangre le hallare fuera del límite de la ciudad de su refugio, y el vengador de la sangre matare al homicida, no se le culpará por ello; pues en su ciudad de refugio deberá aquél habitar hasta que muera el sumo sacerdote; y después que haya muerto el sumo sacerdote, el homicida volverá a la tierra de su posesión”.
Los culpables de un crimen, aun siendo accidental, tenían que responder por sus acciones. No se les permitía salir de la ciudad que los protegía de la pena de muerte. Solamente cuando el sumo sacerdote muriera, ellos podrían regresar junto a sus familias. Hasta los pecados no intencionados debían ser castigados.
Los versículos 7 y 8 nos brindan un listado de ciudades y aldeas que se designaron como ciudades de refugio para los israelitas. Éstas fueron esparcidas por todas las tribus de Israel para que la persona que matara a otra accidentalmente pudiera huir hacia ellas y protegerse del vengador de la sangre (v. 9).
En Israel también había otras ciudades apartadas para los levitas. Debemos recordar que esta tribu que estaba formada por sacerdotes y siervos de Dios no había recibido ningún territorio en particular. Ellos se habían dispersado entre todas las tribus de Israel para poder servir como representantes de Dios entre el pueblo. En Josué 21 los levitas se acercaron a Josué, al sacerdote Eleazar y a los cabezas de las tribus para recordarles que Dios había mandado por medio de Moisés que ellos recibirían una asignación de ciudades como herencia ubicadas por todo Israel (v. 2). Lo que sigue es una descripción de las diferentes ciudades y aldeas que recibieron los levitas de cada tribu de Israel.
Debemos recordar que Leví tenía tres hijos, Gersón, Coat y Merari. Los descendientes de cada uno de estos tres hijos recibieron responsabilidades especiales delante del Señor (ver Números 3:21-37); y a ellos se les entregaron estas ciudades.
Los descendientes de Coat fueron conocidos como los coatitas. Ellos recibieron trece ciudades de las tribus de Judá, Simeón y Benjamín (v. 4), y otras diez ciudades de las tribus de Efraín, Dan y Manasés (v. 5).
Los gersonitas o descendientes de Gerson recibieron trece ciudades de las tribus de Isacar, Aser, Neftalí y Manasés, al este del Jordán (v. 6).
Los descendientes de Merari, los meraritas, recibieron doce ciudades de las tribus de Rubén, Gad y Zabulón (v. 7). Estas ciudades repartidas a los levitas incluían pastos para sus rebaños (v. 8).
Los versículos del 4 al 8 nos brindan una idea general de cómo quedaron distribuidas las ciudades y las aldeas que cada tribu dio a los levitas. El resto del capítulo nos da un informe más detallado de las ciudades entregadas a cada familia levita por tribu. La siguiente tabla ilustra lo comprendido en Josué 21:9-39, mostrando las ciudades que cada tribu le entregó a las diferentes familias de Leví como posesión.
Versículos | Entregado a | De parte de | Ciudades Entregadas |
21:9-16 | Aarón (Sacerdotes) | Judá, Simeón | Hebrón Libna Jatir Estemoa Holón Debir Aín Juta Bet-semes |
21:17-19 | Aarón (Sacerdotes) | Benjamín | GabaónGebaAnatotAlmón |
21:20-22 | Coatitas | Efraín | Siquem Gezer Kibsaim Bet-horón |
21:23-24 | Coatitas | Dan | Elteque Gibetón Ajalón Gat-rimón |
21:25-26 | Coatitas | Manasés | Taanac Gat-rimón |
21:27 | Gersonitas | Manasés | Golán Beestera |
21:28-29 | Gersonitas | Isacar | Cisón Daberat Jarmut En-ganim |
21:30-31 | Gersonitas | Aser | Miseal Abdón Helcat Rehob |
21:32 | Gersonitas | Neftalí | Cedes Hamot-dor Cartán |
21:34-35 | Meraritas | Zabulón | Jocneam Carta Dimna Naalal |
21:36-37 | Meraritas | Rubén | Beser Jahaza Cademot Mefaat |
21:38-39 | Meraritas | Gad | Ramot Mahanaim Hesbón Jazer |
En total fueron cuarenta y ocho ciudades que los levitas recibieron en todo Israel; y cada una de ellas incluía sus tierras de pastos (vv. 41-42).
Con la asignación de las ciudades de refugio y las ciudades de los levitas, todos en Israel recibieron su porción de tierra. Israel separó y estableció a cada tribu en su tierra; y el versículo 44 nos dice que Dios les dio descanso en todo el territorio. Ninguno de sus enemigos podía hacerles frente, sino que estaban sometidos a ellos (v. 44). Todas las promesas que Dios le hizo al pueblo de Israel se cumplieron. Ellos habían vencido grandes obstáculos, pero en medio de todos Dios había sido fiel, y ahora Su pueblo se había establecido en tierra propia.
Lo más importante en esta sección es que cada tribu tuvo algo que dar. Los levitas eran representantes de Dios, y el Señor esperaba que cada tribu hiciera su parte para recibirlos en su tierra. Al entregar de su territorio a los levitas, el pueblo de Dios estaba abriendo sus corazones a los siervos del Señor. Ellos debían crear espacio en su tierra para Dios y Sus siervos los levitas. El Señor no espera nada menos hoy. ¿Tenemos espacio para Dios en nuestros negocios y en nuestra vida personal?
Para Meditar:
· ¿Qué podemos ver en este pasaje acerca de la compasión de Dios hacia aquellas personas que caen en pecado de manera accidental?
· ¿Qué diferencia hay entre pecar intencionalmente y accidentalmente? ¿Somos hallados culpables si pecamos aun sin intención?
· ¿De qué manera las ciudades de refugio son una imagen del Señor Jesús? ¿Hay esperanza fuera de Jesús?
· ¿Qué aprendemos acerca de la obligación que cada tribu de Israel tenía de regresarle al Señor una parte de lo que Él les había dado? ¿Tiene Dios parte de nuestros negocios o trabajos? ¿Tiene Dios parte de nuestras finanzas y de nuestro tiempo?
Para Orar:
· Agradezcamos al Señor por Su gracia para con nosotros cuando caemos en pecado.
· Demos gracias al Señor porque Él quiere ser parte de nuestras vidas y actividades.
· Pidamos al Señor que nos muestre la manera en que podemos consagrar a Él parte de nuestros trabajos, nuestro tiempo o nuestras finanzas.
17 – MALENTENDIDOS
Leamos Josué 22:1-34
Como seres humanos podemos llegar a conclusiones equivocadas debido a que no siempre podemos ver todo el cuadro de la vida. Algunas veces esas falsas conclusiones nos conllevan a graves consecuencias. Josué 22 narra la historia de un malentendido que hubo entre las tribus de Israel.
Al principio de este capítulo vemos que Josué reunió a las tribus de Rubén, Gad y Manasés. Recordemos que estas tres tribus tenían una herencia al este del Jordán, y aunque no iban a vivir al oeste con el resto de sus hermanos, tuvieron que luchar junto a ellos por su territorio. Estas tres tribus se mantuvieron fielmente al lado de sus hermanos en medio de sus batallas hasta que toda la tierra fue conquistada. Ahora era el momento de regresar a sus familias quienes habían permanecido del otro lado del río.
Josué elogió a las tribus de Rubén, Gad y Manasés por su fidelidad para con sus hermanos (v. 3); y observemos que les dijo que ellos habían sido fieles a la misión que el Señor les había dado. Era el propósito de Dios que ellos ayudaran a sus hermanos a conquistar la tierra de Canaán. Incluso, aunque ellos no heredaran ninguna parte de esa tierra, aun así, Dios deseaba que ellos permanecieran junto a las otras tribus mientras la conquistaban.
La fidelidad de Rubén, Gad y Manasés al permanecer junto a sus hermanos se reviste de importancia por dos razones. La primera es que por este medio ellos llegaron a comprender el carácter de Dios de una manera más profunda. Cuando el pueblo de Israel arrasó la tierra de Canaán y la tomó, pudo ver claramente que Dios estaba con ellos y que iba delante de ellos. Cuando experimentaron la derrota de Hai debido al pecado de Acán, ellos obtuvieron una nueva percepción de la santidad de Dios. Cuando el sol se detuvo, pudieron comprender lo mucho que Dios estaba dispuesto a hacer por ellos. Imaginemos que las tribus de Rubén, Gad y Manasés se hubieran perdido de esas experiencias. Su concepto de Dios se fortaleció por medio de sus experiencias con las otras tribus. Ellos regresarían a su territorio con su relación con Dios renovada. Seguramente tendrían muchas historias maravillosas que contar a sus esposas e hijos que se habían quedado al este del río Jordán.
La segunda razón es que estas tres tribus estaban geográficamente separadas de las otras tribus de Israel. Si se hubieran quedado al este del Jordán sin pelear al lado de las otras tribus, fácilmente hubieran sentido como que no eran parte de ellos. Pero al cruzar el Jordán y luchar junto a sus hermanos por la tierra de Canaán, ellos estaban estableciendo un fuerte vínculo de unidad. Juntos tuvieron que luchar por la tierra, y conquistarla.
En el versículo 4 Josué les dijo a las tribus de Rubén, Gad y Manasés que ahora podían regresar a sus tierras. Sin embargo, antes de que se fueran, Josué los desafió a ser fieles a la ley que Moisés les había dado (v. 5), y les recordó que ellos estaban llamados a amar al Señor y a andar en Sus caminos con toda su alma y corazón.
Una vez que los elogió por su fidelidad y los desafió a amar y a obedecer a Dios, Josué bendijo a estas tres tribus y las envió de regreso a sus hogares (v. 6). Parte de esta bendición consistía en grandes riquezas, mucho ganado, plata, oro, bronce, hierro y muchos vestidos. Este era el botín que habían tomado de sus enemigos (v. 8).
Con esta bendición, las tribus de Rubén, Gad y Manasés se despidieron de sus hermanos y emprendieron su viaje a casa, al otro lado del Jordán (v. 9). Sin embargo, antes de volver, ellos decidieron construir un altar (v. 10). Cuando las otras tribus de Israel oyeron que ellos habían construido este gran altar junto al Jordán, se enojaron (v. 11); y fue tanta su molestia que decidieron declararles la guerra (v. 12). Obviamente, ellos consideraron este gran altar como un altar pagano, pues no estaba construido de acuerdo a las especificaciones del Señor.
En el versículo 13 los israelitas enviaron a Finees, el hijo de Eleazar el sacerdote de Galaad, al lugar donde Rubén, Gad y Manasés habían levantado este altar. Junto a Finees estaban diez de los príncipes de cada una de las tribus de Israel (v. 14).
Cuando esta delegación llegó a Galaad les dijeron a las tribus de Rubén, Gad y Manasés lo que las otras tribus pensaban sobre su altar. Ellos lo consideraban una transgresión contra el Dios de Israel y un acto de rebeldía contra Jehová (v. 16). Hasta llegaron a recordarles el pecado de Peor, acerca del cuál leímos en Números 25:1-5. En aquella ocasión, los israelitas le dieron la espalda al Señor y comenzaron a involucrarse en inmoralidades sexuales con las mujeres moabitas. También hicieron sacrificios al Baal de Peor; y al hacer esto, acarrearon sobre sí la ira de Dios. La delegación les recordó a estas tres tribus que, hasta ese día, aún no estaban completamente limpios del pecado que ocurrió en aquel momento. Todavía podían quedar personas que estuvieran tentadas a seguir las sendas de los dioses de Moab.
Finees y los líderes de Israel les recordaron a estas tres tribus que al alejarse de Dios traerían la ira del Señor sobre toda la nación (v. 18). Ellos les rogaron que no se rebelaran contra el Señor construyendo un altar pagano; e incluso los invitaron a vivir junto a ellos si es que la tierra que iban a poseer era inmunda y no experimentaba las bendiciones de Dios (v. 19). También les recordaron a Rubén, a Gad y a Manasés sobre Acán, quien tomó las cosas que estaban consagradas a Jehová. Cuando Acán tomó estos artículos de la ciudad de Jericó y los escondió en su tienda, la maldición del Señor cayó sobre toda la nación (v. 20). Por ser infieles al Señor, se puso en riesgo la salud de toda nación.
Por un lado, tenemos que admirar la dedicación del pueblo de Dios. Aquí vemos su nivel de compromiso y espiritualidad en ese momento de sus vidas. Ellos no querían que nada estorbara la bendición de Dios, y estaban dispuestos a tratar con cualquier cosa que los separara de esa bendición. Ciertamente pudiéramos usar más personas como éstas en la actualidad.
Rubén, Gad y Manasés oyeron lo que las otras tribus decían, y les respondieron que Dios, “el Poderoso” (NTV), conocía sus intenciones. Al llamar a Dios el Poderoso, ellos estaban reafirmando que Él era su Dios y que no tenían ninguna intención de alejarse de Él.
Percatémonos también en el versículo 22 que ellos dijeron: “si fue por rebelión o por prevaricación contra Jehová, no nos salves hoy”. En otras palabras, si hemos hecho mal estamos dispuestos a ser juzgados. En esencia, ellos les estaban dando permiso a sus hermanos para matarlos si los hallaban culpables de rebelase contra el Poderoso Dios de Israel. “Si nos hemos edificado altar para volvernos de en pos de Jehová, o para sacrificar holocausto u ofrenda, o para ofrecer sobre él ofrendas de paz, el mismo Jehová nos lo demande”, dijeron en el versículo 23.
Esta respuesta es muy importante. Rubén, Gad y Manasés podían haber reaccionado diferente. Podían haberse sentido ofendidos, enojándose así con las otras tribus de Israel. Podían haberles recordado cómo se mantuvieron fieles a ellos en la batalla contra sus enemigos. ¿Quién de nosotros no actúa así cuando nos acusan falsamente?
La respuesta de Rubén, Gad y Manasés fue una respuesta humilde. Ellos comenzaron por decirle a sus hermanos que, si habían actuado mal, estaban más que dispuestos a someterse al juicio más severo. No tenían ninguna intención de estorbar la bendición de Dios hacia sus hermanos. De hecho, estaban dispuestos a sacrificar sus vidas antes que privarlos de la bendición del Señor.
Rubén, Gad y Manasés continuaron dando explicaciones. Ellos aclararon que nunca tuvieron la intención de adorar el altar que habían construido. Por el contrario, debía ser un recordatorio de su unidad con el resto de Israel. Según el versículo 24, ellos temían que debido a que el río Jordán los separaba geográficamente del resto de sus hermanos, las futuras generaciones dijeran:
“¿Qué tenéis vosotros con Jehová Dios de Israel? Jehová ha puesto por lindero el Jordán entre nosotros y vosotros, oh hijos de Rubén e hijos de Gad; no tenéis vosotros parte en Jehová”.
Rubén, Gad y Manasés no querían que las generaciones futuras los hicieran a un lado. Aunque estaban divididos geográficamente del resto de la nación, ellos querían que los demás supieran que todos tenían una misma sangre y pertenecían a una misma familia. Juntos habían compartido la misma herencia y la misma historia. Estas tres tribus temían que, si el resto del pueblo de Israel los hacía a un lado y no eran capaces de reconocer a sus hijos como parte de la misma nación, esto podría provocar que las generaciones futuras se volvieran a otros dioses (v. 25).
Por este motivo, las tribus de Rubén, Gad y Manasés decidieron construir un altar. Éste no era para holocaustos ni para sacrificios, sino para que sirviera como un memorial (v. 26). Era para que sirviera como testimonio entre ellos, y así las generaciones venideras fueran una nación en el Señor (v. 27). Ellos construyeron un memorial en forma de altar porque el altar representaba la adoración al Dios de Israel. Al construir esta réplica como memorial y no como un lugar de sacrificios, ellos estaban diciendo que servirían y adorarían al Dios de Israel, y solo a Él honrarían (v. 28). Rubén, Gad y Manasés les aseguraron a sus hermanos que al construir un altar para la adoración nunca tuvieron la intención de rebelarse contra el Señor (v. 29).
Cuando el sacerdote Finees y el resto de los líderes oyeron la respuesta de Rubén, Gad y Manasés, quedaron complacidos (v. 30). Ahora estaban convencidos de que el Señor no los había abandonado ni Su maldición caería sobre ellos (v. 31). En lo personal pienso que ellos sintieron que su vínculo con estas tres tribus también se reafirmó.
Finees y los líderes regresaron a casa y les informaron a los israelitas lo que habían averiguado (v. 32). Toda la nación se alegró de escuchar este informe y alabó a Dios. Todo plan de guerra contra Rubén, Gad y Manasés se deshizo, y obviamente la relación entre ambos grupos se fortaleció (v. 33). Rubén y Gad nombraron ese altar Ed porque “testimonio es entre nosotros que Jehová es Dios”.
Esta historia es una advertencia que debemos tener en cuenta a la hora de sacar conclusiones precipitadas. Ninguno de nosotros entiende a cabalidad los motivos y las intenciones de nuestros hermanos; y resulta muy fácil llegar a conclusiones equivocadas basados en lo que vemos. Percatémonos en este pasaje que antes de enviar a su ejército, Israel envió a Finees y a los líderes de la comunidad para hablar con Rubén, Gad y Manasés, y esa conversación aclaró y resolvió el problema. A Rubén, Gad y Manasés también se le debe reconocer que escucharon humildemente la preocupación de sus hermanos y fueron pacientes con ellos en medio de este malentendido. ¡Cuántos problemas pudieran evitarse entre los creyentes si tan solo siguiéramos este ejemplo!
Para Meditar:
· Rubén, Gad y Manasés fueron fieles al permanecer con sus hermanos en la batalla. ¿Cuán fieles somos nosotros con nuestros hermanos en Cristo?
· Para Rubén, Gad y Manasés el río Jordán era una amenaza potencial para la unidad que tenían con sus hermanos y hermanas. ¿Qué asuntos tienen el potencial de dividir a los creyentes hoy en día?
· ¿Alguna vez hemos sido culpables de llegar a conclusiones erróneas precipitadamente? ¿De qué manera Israel manejó el malentendido a punto de evitar una guerra? ¿Qué podemos aprender de este suceso?
· ¿Cómo respondieron Rubén, Gad y Manasés al malentendido de sus hermanos? ¿Cuán importante es la manera en que reaccionamos ante los malentendidos?
· Aquí vemos cuán comprometido estaba Israel ante la pureza de su tierra y la gloria de Dios. ¿Qué cosas deshonran al Señor en nuestra nación hoy en día? ¿Qué cree usted que debería hacerse al respecto?
Para Orar:
· Pidamos a Dios que nos ayude a permanecer junto a nuestros hermanos en sus momentos de necesidad.
· Oremos al Señor que nos muestre cuáles asuntos están causando división entre los creyentes en la actualidad. Pidámosle que nos ayude a vencer esas barreras.
· Roguemos a Dios que nos ayude a responder ante los malentendidos de manera que glorifique Su nombre.
· Pidámosle al Señor que nos dé gracia para escuchar las opiniones y los puntos de vista de los demás antes de juzgarlos.
· Oremos a Dios que nos permita estar más comprometidos en cuidar que Su nombre sea honrado en nuestra tierra.
18 – PALABRAS DE JOSUÉ A LA NACIÓN
Leamos Josué 23:1-16
Ya habían pasado muchos años desde que el pueblo de Israel cruzó el Jordán y conquistó la tierra que Dios les había prometido; y para este entonces, ya Josué era un hombre anciano. Él había vivido en fidelidad a Dios; había trabajado con Moisés quién lo había preparado. Cuando Moisés murió, Dios llamó a Josué a guiar a Su pueblo en la conquista de la tierra de Canaán; y cuando esta conquista se llevó a cabo, Dios le pidió que administrara y dividiera la tierra entre los pueblos, responsabilidad en la cual también fue fiel. El propósito de Dios para Josué estaba llegando a su fin. Se acercaba el día cuando el Señor lo llevaría a Su presencia; y en esta etapa final de su vida Dios lo usó para desafiar a su pueblo a caminar en fidelidad y obediencia.
En este capítulo Josué convocó a todo el pueblo de Israel. Los ancianos, los príncipes, los jueces y los oficiales se presentaron delante de él, y Josué les habló (v. 2).
En el versículo 3 Josué le recordó a su pueblo lo que el Señor había hecho por ellos. Les recordó cómo habían entrado a la tierra y habían conquistado poderosas naciones. Ellos no obtuvieron estas tierras porque eran fuertes; sino que el Dios de Israel había peleado por ellos y les había entregado la tierra que ahora poseían.
Josué desafió a su pueblo a recordar todo lo que Dios había hecho; y es que somos dados a olvidar con mucha facilidad lo que el Señor ha hecho en nuestras vidas. ¡Cuán fácil olvidamos las victorias que Él nos ha dado! ¡Cuán fácil pasamos por alto Sus bendiciones! Nos desanimamos y nos abatimos cuando enfrentamos dificultades, y nos preguntamos si acaso seremos capaces de vencerlas. Josué nos llama a dejar de mirar el futuro lo suficiente como para poder mirar el pasado. Cuando miramos al pasado, vemos la mano de un Dios fiel que nunca nos ha abandonado. Vemos Su liberación y victoria. Dejamos de mirar nuestras circunstancias para mirar al Dios de las circunstancias. Josué desafió a su pueblo a no olvidar lo que Dios había hecho por ellos. Recordar lo que Dios ha hecho en el pasado, nos da valor para enfrentar el futuro.
Todavía refiriéndose a la importancia de recordar, Josué le dijo a su pueblo que no olvidara cómo él había repartido la tierra que Dios les había dado (v. 4). Ahora este territorio les pertenecía. El enemigo trataría de reclamarlo, pero ellos debían recordar que esta era la herencia que el Señor les había dado. El mismo Dios que les dio esta tierra los capacitaría para poseerla, dándoles las fuerzas para protegerla y para expulsar a sus enemigos (v. 5).
Podemos imaginar que Satanás llenaría de dudas las mentes del pueblo de Dios a la hora de poseer su territorio. Por ejemplo, podría preguntar “¿Realmente ustedes creen que son los suficientemente fuertes como para expulsar a sus enemigos?”. “¿Realmente tienen derecho sobre estas tierras?”. A menudo Satanás procurará hacer que dudemos de nuestra capacidad de vivir en la victoria que Dios quiere que tengamos. Casi que le oímos decir: “Vas a caer, solo es cuestión de tiempo; no tienes las fuerzas para perseverar”. ¿Acaso alguna vez no hemos experimentado esas dudas? Josué sabía que cuando el pueblo de Dios fuera a poseer su tierra tendría muchos desafíos. Por esta razón los estaba llamando a recordar que era la voluntad de Dios que ocuparan esta tierra. El mismo Dios que les dio la tierra también era capaz de confirmarlos en ella y hacerle frente a todo el que se opusiera. El mismo Dios que nos llama nos dará todo lo que necesitamos para ser fieles a ese llamado.
En el versículo 6 Josué desafió a los israelitas a esforzarse mucho. Él sabía que su pueblo necesitaba de mucha fortaleza si quería obtener la victoria sobre sus enemigos; y en ese mismo versículo les dijo cómo podían lograr esa fortaleza. Ellos debían esforzarse en guardar y hacer todo lo que estaba escrito en el libro de la ley de Moisés. No debían apartarse de ella, más bien obedecerla de todo corazón. La fortaleza del pueblo de Dios radicaba en la obediencia.
La obediencia les traía bendiciones, pero, por otro lado, la desobediencia contristaba el corazón de Dios y alejaba Su presencia de ellos. Si el pueblo de Dios quería esforzarse necesitaba ser obediente. Un pueblo obediente y fiel es un pueblo fuerte.
Esta obediencia implicaba muchos desafíos. El pueblo de Dios estaba rodeado de naciones paganas con costumbres malvadas. Josué le dijo al pueblo que no debían mezclare con estas naciones. No debían mencionar a sus dioses ni jurar por ellos (v. 7); en cambio, debían aferrarse al Señor su Dios y permanecer fieles a Él. Cualquier relación con estas naciones y sus dioses podía debilitarlos a ellos como nación. El secreto de su fortaleza radicaba en una vida de obediencia y fidelidad al único y verdadero Dios de Israel.
En los versículos 9 y 10 Josué habla de la fortaleza que por medio de la obediencia Israel había experimentado. Ellos habían expulsado a naciones grandes y poderosas. Ninguna de esas naciones podía hacerles frente. Un solo israelita podía derrotar a miles porque Dios peleaba por él. ¡Qué necio sería alejarse de este Dios que era la fuente de su fortaleza, y darle la espalda para seguir el camino de otros dioses insignificantes!
Aunque la obediencia es vital si queremos experimentar la victoria del Señor, Josué le dijo al pueblo en el versículo 11 (LBLA), que ellos también debían tener cuidado de amar al Señor su Dios. Él era su fortaleza; todas las bendiciones emanaban de Él; Dios era la fuente de sus vidas. Por tanto, debían honrarlo y caminar con Él en amor. Existe una obediencia externa o aparente que no honra a Dios. Los fariseos del Nuevo Testamento obedecían la ley de Moisés, pero no amaban al Señor con todo su corazón. Dios espera que nuestra obediencia provenga de un corazón lleno de amor. Ese es el tipo de obediencia que nace del corazón y se deleita en Dios y en Sus caminos.
Josué le advirtió a Israel que, si ellos se apartaban de Dios y se aliaban con las naciones paganas adoptando sus costumbres, sufrirían terribles consecuencias en su nación; y en los versículos del 13 al 16 deja bien claro cuáles serían dichas consecuencias. Si se mezclaban con las naciones paganas que estaban a su alrededor, Dios no las echaría más, e Israel se vería incapaz de lidiar con ellas. Dios estaba más que dispuesto a darles la victoria, pero todo lo que pedía a cambio era que le obedecieran con un corazón lleno de amor. La desobediencia a Dios los despojaría de su poder y autoridad, y los dejaría indefensos ante sus enemigos. Las naciones circundantes les serían por tropiezo. Serían derrotados por sus enemigos, quienes los azotarían para obligarlos a someterse. Y, por último, perecerían y serían despojados de la tierra que el Señor les había dado. Si desobedecían al Señor podían perderlo todo.
En los versículos 14 y 15 Josué le dijo al pueblo claramente que como mismo Dios había sido fiel a todas Sus promesas de bendecirlos, también traería sobre ellos toda amenaza y calamidad si le daban la espalda. El Señor no dudaría en quitarles todo lo que les había dado si ellos se alejaban de Él. Su ira se encendería contra ellos si quebrantaban su pacto para ir a servir a otros dioses. De seguro muy pronto perecerían en la tierra.
Tristemente el pueblo de Dios no hizo caso a la advertencia de Josué. Debido a su desobediencia al Señor, los descendientes de ese pueblo que se asentó en la tierra serían derrotados por los asirios y los babilonios; y serían echados de la tierra que Dios les había dado, y enviados como cautivos a Babilonia. ¿Qué cosas en la actualidad impiden que Dios prive de Sus bendiciones a nuestra tierra?
Este capítulo nos recuerda de una manera poderosa la importancia de obedecer a Dios y Sus propósitos de todo corazón. La obediencia y la fidelidad al Señor son el secreto de nuestra fortaleza. Podemos tener todos los dones espirituales que queramos, pero si no andamos en obediencia, Dios no bendice esos dones. Quiera el Señor que entendamos la importancia de caminar en obediencia.
Para Meditar:
· Analicemos por un momento los diferentes ministerios que Dios le dio a Josué. ¿Cuáles ministerios Dios nos ha dado? ¿Cuál es Su llamado hoy para nuestras vidas?
· ¿Qué importancia tiene que recordemos lo que Dios ha hecho? ¿De qué manera el hecho de mirar al pasado nos fortalece para enfrentar el futuro?
· ¿Alguna vez el enemigo nos ha hecho dudar de que podemos seguir caminando en victoria? ¿De qué manera este capítulo nos anima?
· ¿Según Josué, en qué consistía el secreto de la fortaleza?
· ¿Cómo la desobediencia nos despoja de nuestra fortaleza?
· ¿Qué cosas en la actualidad impiden que Dios nos quite las bendiciones que nos ha dado?
Para Orar:
· Pidamos a Dios que nos ayude a caminar en Su propósito específico para nuestras vidas y ministerios.
· Dediquemos un momento para dar una mirada retrospectiva y recordar las cosas buenas que Dios ha hecho por nosotros. Démosle gracias por esas bendiciones en nuestras vidas.
· Agradezcamos al Señor que Él nos capacita para continuar caminando en victoria. Démosle gracias por algunas victorias específicas. Pidámosle que nos dé gracia para permanecer en ellas.
· Oremos al Señor que nos ayude a confesar cualquier desobediencia en particular en nuestras vidas, y a tratar con ella.
· Agradezcamos al Señor por la bendición constante de Su gracia, aun cuando no la merecemos. Roguémosle que nos ayude a no dar por sentado esta gracia.
19 – EL PACTO DE SIQUEM
Leamos Josué 24:1-33
En el capítulo 23 analizamos el desafío que Josué les hizo a los líderes de Israel. Su hora de morir estaba muy próxima. Sin embargo, antes de que esto sucediera, él convocó una asamblea con las tribus de Israel, y una vez reunidos en Siquem les habló a todos (v. 2). Posiblemente estas fueran sus últimas palabras hacia ellos como nación.
En el versículo 3 Josué comenzó recordándole al pueblo la historia de ellos como nación. Observemos aquí que las palabras de Josué venían de parte del Señor; o sea, él les habló en calidad de profeta. Este sería su último rol como siervo de Dios antes de morir.
Esta vez le recordó al pueblo sus humildes comienzos como nación. La historia comenzaba con Abraham quien habitó al otro lado del río Éufrates. Abraham y sus padres no conocían a Dios, sino que adoraban a otros dioses (v. 2).
Pero un día Dios le habló a Abraham y lo sacó de su tierra para llevarlo a la tierra de Canaán; lo bendijo prometiéndole una descendencia numerosa (v. 3), y le dio un hijo llamado Isaac.
Isaac tuvo dos hijos (Jacob y Esaú). Dios le dio a Esaú el monte de Seir, pero Jacob y sus hijos descendieron a Egipto (v. 4) donde se convirtieron en esclavos. Y no era que a Dios no les importaran, sino que Él tenía un propósito mucho mayor para ellos que el que tenía para Esaú y su descendencia.
A Su tiempo, Dios levantó un siervo llamado Moisés; y por medio de él y de su hermano Aarón, castigó a los egipcios y sacó a los descendientes de Jacob de aquel país (v. 5). Los egipcios persiguieron a los israelitas que escaparon hasta llegar al mar Rojo (v. 6); y cuando Israel clamó al Señor pidiendo Su ayuda, Él puso oscuridad entre ellos y los egipcios. El ejército de Faraón no pudo acercarse a Israel. Dios separó las aguas del mar para que Su pueblo pasara por tierra seca; y cuando los egipcios se adentraron al mar, siguiéndolos, el Señor hizo caer sobre ellos las aguas para que los cubrieran (v. 7). Todo el pueblo de Israel fue testigo del gran poder de Dios y de Su protección en aquellos días.
Después de pasar el Mar Rojo, el pueblo de Israel entró al desierto. Durante cuarenta años el Señor los protegió, los alimentó y los guardó. Él los llevó por medio de ese desierto hacia la tierra de los amorreos, al este del río Jordán (v. 8).
Los amorreos pelearon contra el pueblo de Dios, pero el Señor los entregó en sus manos. Los israelitas vencieron a los amorreos y tomaron posesión de sus tierras (v. 8).
Amón no era la única nación al oriente del Jordán que se oponía a Israel. Balac, el rey de Moab, vivía también en esa región. Éste mandó a buscar a Balaam el profeta para maldecir a los Israelitas (v. 9). Sin embargo, nuevamente Dios protegió a Su pueblo y bendijo a Israel una y otra vez (v. 10). El Señor los libró del ataque de Balac.
Josué continuó recordándole a Israel la manera en que cruzaron el Jordán y llegaron a la ciudad de Jericó (v. 11). Los habitantes de esta ciudad (los amorreos, ferezeos, cananeos, heteos, gergeseos, heveos y jebuseos) también pelearon contra ellos, pero Dios le dio la victoria a Israel sobre cada una de estas naciones. En el versículo 12 Josué le dijo a su pueblo que ellos no habían vencido debido a sus arcos o espadas, sino que el Señor había enviado tábanos (avispas) delante de ellos. No está del todo claro lo que Josué quiso decir con esta declaración, pero por lo general se entiende que se refería al temor y a la confusión que Dios puso en los corazones de la nación que Israel iba a conquistar. Imaginemos por un instante que agitamos un nido de avispas. ¿Cómo reaccionaríamos a medida que estos punzantes insectos nos persiguen? Seguramente correríamos lo más rápido que pudiéramos sacudiendo nuestros brazos para alejar la mayor cantidad posible de ellos. Pues así mismo les sucedió a los enemigos del pueblo de Dios. Ellos corrieron temerosos de perder sus vidas, y temerosos del poder de Dios que estaba con el pueblo de Israel quien los perseguía.
Dios le dio a Su pueblo tierras cultivadas, las cuales ellos no tuvieron que trabajar. Les dio ciudades que no tuvieron que construir. Comieron de las viñas y los olivares que no plantaron. Todo esto eran dádivas de Dios para Su pueblo (v. 13).
Habiéndoles recordado a los israelitas acerca de la gracia del Señor que les proveyó, les cuidó, les protegió y les bendijo, Josué los desafió a vivir como pueblo de Dios. En el versículo 14 les dijo que temieran al Señor y le sirvieran con integridad. El Dios que había hecho de ellos una nación poderosa era digno de que le sirvieran y le adoraran. No hay ningún dios como el Dios de Israel. Josué mandó a su pueblo en el versículo 14 a quitar de entre ellos todos los otros dioses. Ningún otro dios merecía adoración.
Entonces ese día Josué llamó a su pueblo a tomar una decisión (v. 15). Les dijo que si les parecía mal servir a Jehová, entonces escogieran a qué dios servirían; pero que él y su familia ya habían escogido. Ellos servirían al Dios que los sacó de Egipto, y solo a Él se consagrarían.
El llamado que Josué hizo a su pueblo era un llamado al compromiso. Él quería que ellos dejaran claro sus intenciones. Todos nosotros a menudo nos hemos visto en una encrucijada. En Apocalipsis 3:16, Jesús le reprochó a la iglesia de Laodicea que no era ni fría ni caliente; y le dijo que Él prefería que fuera fría o caliente, pero por ser tibia, la vomitaría de Su boca. Josué, hablando como profeta de Dios, le dijo al pueblo ese día que ellos debían estar con Dios o en contra de Él. O sea, debían servirle con todo su corazón, o si no, no hacerlo. Ese día Josué los estaba llamando a tomar una decisión. ¿Seguiría el pueblo de Israel a Dios con todo su corazón, o no? Dios quiere saber lo mismo de nosotros hoy.
En el versículo 16 vemos que el pueblo tomó su decisión. “Nunca tal acontezca, que dejemos a Jehová para servir a otros dioses”, respondieron. Ellos reconocían las bondades de Dios. Reconocían que Él los había sacado de Egipto y había hecho grandes señales ante sus ojos (v. 17). Era este Dios quien los había protegido de sus enemigos dándoles la tierra que ellos poseían (vv. 17-18). Ese día ellos se comprometieron a servir al Dios de Israel.
Josué escuchó su respuesta, pero les manifestó que ellos no podrían servir al Señor como decían. Parece ser que Josué veía proféticamente que Israel no guardaría su pacto. Las generaciones venideras darían la espalda al Señor, y al final, serían despojados de la tierra que Dios le dio a Su pueblo, debido a su desobediencia.
Observemos en el versículo 19 que Josué le dijo a su pueblo que el Dios con quien se estaban comprometiendo era un Dios santo y celoso. Si le daban la espalda para servir a otros dioses, Él se volvería contra ellos y les haría mal hasta consumirlos (vv. 19-20).
Esta decisión era de vida o muerte. Si escogían a Dios, vivirían y experimentarían Sus bendiciones. Pero, por el contrario, si le daban la espalda, perecerían sin esperanza alguna.
En el versículo 21, el pueblo nuevamente ratifica su compromiso delante de Josué de que ellos servirían al Señor su Dios. Y Josué les respondió que ellos eran testigos contra ellos mismos de esta elección que habían hecho (v. 22).
Prometer de palabra que seguirían al Señor era una cosa, pero ponerlo en práctica era otra. En el versículo 23 Josué le dijo a Israel que, si su compromiso era en serio, entonces debían deshacerse de todos los dioses ajenos que estaban entre ellos y rendir sus corazones solamente a Dios. ¿Pero sería posible que aún mientras hablaban todavía hubiera algunos individuos que poseían dioses ajenos? Josué estaba llamando al pueblo a ir más allá de las palabras, debían actuar. Y es que hablar resulta muy fácil. Por eso él estaba desafiando a su pueblo a respaldar sus palabras con la acción. En el versículo 24 vemos que el pueblo estuvo de acuerdo a hacer como Josué les había dicho.
Para sellar su compromiso, el pueblo hizo pacto delante de Dios; y Josué estableció los estatutos de ese pacto (v. 25), el cual se encuentra registrado en el Libro de la Ley. Entonces Josué tomó una gran piedra y la puso debajo de una encina que estaba junto al santuario (v. 26), y le dijo al pueblo que esa piedra sería testigo contra ellos y la promesa que le hacían a Dios ese día. Todos estuvieron de acuerdo (v. 27). Después de sellar su compromiso con Dios, el pueblo regresó a sus hogares (v. 28).
Transcurridos estos sucesos Josué murió siendo ya de ciento diez años (v. 29). Lo sepultaron en Timnat-sera, que está en Efraín, la tierra que había recibido como heredad (v. 30). Israel sirvió al Señor bajo el competente liderazgo de Josué, e incluso mientras vivieron los ancianos que servían con él (v. 31).
El versículo 32 registra el cumplimiento de la promesa que José le pidió a sus hijos que le hicieran. Cuando él estaba en Egipto, les pidió a sus hijos que le prometieran que sacarían sus huesos de ese país y los enterrarían en la Tierra Prometida (ver Génesis 50:25). Y según el versículo 32, los huesos de José fueron enterrados en Siquem, en la parcela de tierra que Jacob había comprado muchos años antes (ver Génesis 33:19). Esa tierra les fue dada como herencia a los descendientes de José.
Por esa fecha también murió el sacerdote Eleazar, el hijo de Aarón, quien sirvió fielmente al lado de Josué. A Eleazar lo enterraron en Guibeá, en la parcela de tierra que había recibido su hijo Finees como heredad (v. 33).
Este período de la historia de Israel fue glorioso. Dios usó a Josué como líder militar, como administrador y como profeta. Bajo su competente liderazgo se le repartió al pueblo de Dios la tierra de Canaán. Dios llevó a cabo Su maravilloso propósito al darle a Israel una tierra que fuera de su propiedad. Ahora que Josué había muerto, la tarea de administrar y gobernar la tierra pasaría a manos de varios jueces. El pacto que Israel hizo en Siquem ese día, sería puesto a prueba fuertemente en los próximos años.
Para Meditar:
· ¿Por qué podemos decir que la historia de Israel es una prueba de las bendiciones y de la fidelidad de Dios en sus vidas? ¿Cómo las bendiciones del Señor y Su fidelidad se evidencian en nuestras vidas?
· Los descendientes de Esaú recibieron la región de Seir por heredad, pero los descendientes de Jacob, a quienes Dios quería bendecir, fueron sometidos a la esclavitud en Egipto. ¿Qué nos enseña esto acerca de las pruebas que llegan a nuestras vidas?
· Josué dejó claro que la victoria de Israel no se debía a su gran liderazgo ni a su fortaleza militar. Israel obtuvo la victoria solamente porque Dios estaba con ellos. ¿Es posible que en la actualidad pretendamos obtener la victoria confiando en otras cosas? Abundemos.
· ¿Qué nos enseña este pasaje acerca del deseo de Dios de que nos comprometamos completamente a Él? ¿Hemos hecho ya ese compromiso? ¿Hemos sido fieles a Dios?
Para Orar:
· Dediquemos un momento para agradecerle al Señor por las diversas maneras en que nos ha bendecido.
· Démosle gracias a Dios porque Él puede usar las pruebas para llevar a cabo Sus propósitos; y porque en medio de esas pruebas podemos experimentarlo de manera diferente.
· Pidamos a Dios que nos muestre si al tratar de alcanzar la victoria estamos confiando en algo o alguien que no sea Él.
· Roguemos al Señor que nos muestre si existe algo en nuestras vidas que deshonra nuestro compromiso con Él.
Prefacio del Libro de Jueces
Por medio del competente liderazgo de Josué, Israel ahora se había establecido en Canaán. Después de su muerte la nación fue dirigida por una serie de jueces, quienes, a menudo, eran líderes militares que traían el juicio de Dios sobre naciones enemigas y mantenían la seguridad de Su pueblo. Pero Dios seguía siendo el Rey de Israel.
En este libro vemos las batallas que el pueblo de Dios enfrentaba ante las tentaciones que los rodeaban. Ellos eran un pueblo propenso a alejarse de Dios y de Sus propósitos. También es importante que nos percatemos de la conexión que había entre la fidelidad de Israel hacia Dios y las bendiciones de Él sobre ellos como nación. Cuando el pueblo se alejaba de Dios, se separaba de Sus bendiciones; y a menudo esto les traía graves consecuencias. Aquí vemos cómo el pueblo de Dios era oprimido por el enemigo, vivía en cuevas y se escondía en montañas por temor a lo que sus enemigos pudieran hacerles.
En esos tiempos de desesperación cuando Israel clamaba a Dios, Él les enviaba un libertador para juzgar a sus opresores y liberarlos. Las bendiciones de Dios se restauraban cuando Su pueblo se volvía a Él. Sin embargo, cuando gozaban de esas bendiciones se olvidaban de Dios rápidamente, y el ciclo se repetía. El lector no puede evitar sorprenderse ante la tendencia de Israel al extravío, y ante la increíble paciencia de Dios para con ellos como nación.
A medida que estudiemos el libro de Jueces, nos daremos cuenta de cuán a menudo el pueblo de Dios caía en el pecado. Observaremos, además, la maravillosa paciencia de Dios para con ellos, lo cual nos alentará en nuestro propio andar espiritual. Sin embargo, también analizaremos los devastadores efectos del pecado sobre la vida del pueblo de Dios. Veremos cómo su pecado y su rebelión solamente les trajo angustia y desesperación. Y es que, para el pueblo de Dios, la victoria no radicaba en sus fuerzas militares o en una cautelosa administración, sino en la obediencia al Señor su único y verdadero Rey.
Mi oración es que a medida que comencemos este estudio, el Señor nos permita apreciar mejor Su maravillosa paciencia para con nosotros, pues somos personas propensas a desviarnos fácilmente de Sus propósitos. También oro que el Señor refuerce la importancia de la obediencia en la vida cristiana. Que este libro nos inspire a procurar la gracia para andar en mayor fidelidad para con Él.
F. Wayne Mac Leod
INTRODUCCIÓN A JUECES
Autor:
Tradicionalmente, muchos estudiosos de la Biblia creen que el libro de Jueces fue escrito por el profeta Samuel. Sin embargo, en el libro no existe una evidencia concluyente al respecto.
Trasfondo:
El libro obtiene su nombre debido a los líderes que gobernaron en Israel en esos días. Después de Josué, una serie de líderes conocidos como jueces gobernaron en Israel. Hay algunas preguntas en cuanto a por qué fueron llamados jueces. Por lo general, cuando hablamos de jueces pensamos en aquellas personas que toman las decisiones en la corte. Pero este no es necesariamente el caso en cuanto a los jueces de este período. Estos individuos fueron usados por el Señor para traer Su juicio sobre Israel y las naciones que se oponían al pueblo de Dios; y muchos de ellos eran líderes militares que liberaron a Israel de la opresión de las naciones extranjeras.
En este libro se registran trece jueces. La siguiente tabla enumera los nombres de los jueces de este período.
Jueces | Pasajes |
Aod | Jueces 3:12-30 |
Samgar | Jueces 3:31 |
Débora (y Barac) | Jueces 4:1-5:31 |
Gedeón | Jueces 6:1-8:32 |
Abimelec | Jueces 8:33-9:57 |
Tola | Jueces 10:1-2 |
Jair | Jueces 10:3-5 |
Jefté | Jueces 10:6-12:7 |
Ibzán | Jueces 12:8-10 |
Elón | Jueces 12:11-12 |
Abdón | Jueces 12:13-15 |
Sansón | Jueces 13:1-16:31 |
Uno de los temas clave del libro de Jueces es el ciclo de desobediencia y liberación. El pueblo de Dios era dado a alejarse de Él con prontitud; y cada vez que lo hacían, sus enemigos los oprimían. En su aflicción ellos clamaban al Señor y Él enviaba un juez que los liberaba. Cuando ya se sentían seguros, una vez más se alejaban y el enemigo volvía. Este ciclo de desobediencia y liberación se repite muchas veces en el libro de Jueces, y muestra algo sobre la inclinación natural del corazón del pueblo de Dios a alejarse de Él.
Importancia del Libro en la Actualidad:
El libro de Jueces tiene mucho que enseñarnos sobre la naturaleza humana. En este libro vemos cómo el pueblo de Dios era propenso a alejarse de Él y de Sus propósitos. Nosotros podemos vernos reflejados en este pueblo.
También vemos las consecuencias devastadoras que trae consigo alejarse de Dios. Cada vez que el pueblo de Dios le daba la espalda a Él y a Sus propósitos, el enemigo ganaba terreno sobre sus vidas. Este era un gran precio que tenían que pagar por su extravío. En ocasiones su rebelión despojaba al pueblo de Dios de todo lo que tenían, por lo que se veían obligados a esconderse en cuevas por miedo a sus enemigos. Aunque la obediencia a Dios guía hacia la bendición, la desobediencia solo puede traer devastación y dolor.
No se puede leer el libro de Jueces sin apreciar la paciencia y la gracia de Dos hacia un pueblo rebelde. Una y otra vez el Señor perdona y restaura a Su pueblo arrepentido. Aunque ciertamente había que pagar grandes consecuencias por la rebelión y el extravío de la verdad, el corazón de Dios siempre estaba abierto para recibir a todo aquel que le diera la espala a sus pecados y lo buscara de todo corazón.
Hay ocasiones en el libro en que solo nos resta preguntarnos acerca del tipo de personas que Dios escogió para liberar a Su pueblo. Nos encontramos con el cobarde Barac, quien se negó a tomar las armas a menos que Débora fuera con él. Gedeón dudó de la voluntad del Señor al llamarlo, y demandó una señal. Sansón, rompió su voto como nazareo, y vivió una vida moralmente cuestionable con una ira implacable en su corazón toda su vida. Pero a pesar de los pecados de estos siervos de Dios, Él los usó para llevar a cabo Sus propósitos. ¿Cuánto más puede Él hacer con aquellos que lo buscan de todo corazón?
Los lectores del libro de Jueces no pueden dejar de preguntarse por qué el Señor seguía siendo paciente con un pueblo rebelde que continuamente lo provocaba. El libro es un recordatorio de nuestras propias debilidades. Nos vemos reflejados a nosotros mismos en la nación de Israel, y nos consuela saber que Dios está dispuesto a perdonarnos también. El libro de Jueces nos desafía en nuestras relaciones con los hermanos de la fe. Ver la paciencia de Dios hacia Su pueblo nos obliga a perdonarnos y a demostrarnos mutuamente paciencia y bondad en medio de nuestras diferencias.
20 – ENEMIGOS EN LA TIERRA
Leamos Jueces 1:1-36
Para entender el libro de Jueces es importante que sepamos algo sobre el libro de Josué. Josué guió a su pueblo hacia la tierra prometida. Bajo su liderazgo, el pueblo de Dios venció a sus enemigos y se estableció en la tierra de Canaán. Ya en la última parte del ministerio de Josué, se le asignó el territorio a cada una de las doce tribus de Israel. Aunque Josué había conquistado la tierra, aún existían focos de resistencia. Cuando cada tribu se movía hacia su territorio asignado, ellos tenían que tratar con personas que no querían irse.
Hay otro detalle importante que necesitamos entender. Dios mandó a Israel a destruir a todo el cananeo que viviera en la tierra (Deuteronomio 7:1-4). No debían casarse entre ellos. Debía existir completa separación entre las personas de aquella tierra y el pueblo de Dios. Esto se debía a que el Señor sabía que estas naciones tentarían a Su pueblo a seguir sus costumbres malvadas.
Al comenzar el libro de Jueces, ya Josué había muerto. No había un líder nacional escogido para reemplazarlo. Cada tribu cuidaba de sus propios asuntos, y la nación como un todo, era gobernada por los principios de la ley de Dios. Observemos en el versículo 1 que ellos consultaban al Señor cuando necesitaban saber Su voluntad de manera particular para cada situación específica. Esto se hacía por medio de los profetas y los sacerdotes quienes eran los representantes y los voceros de Dios para la nación. Dios era su Rey, y los profetas y los sacerdotes eran Sus representantes.
Aunque la tierra de Canaán ahora le pertenecía a Israel, había cananeos viviendo allí que se negaban a someterse al dominio de Israel, y que necesitaban ser doblegados.
A medida que reflexionamos en este pasaje vemos una imagen de lo que el Señor Jesús hizo por nosotros. Al igual que Josué, el Señor dejó sin efecto al enemigo. Por medio de Su muerte en la cruz, Jesús proveyó solución para nuestros pecados. Satanás ha sido derrotado; sin embargo, esto no significa que él haya aceptado su derrota. Él y sus demonios aún permanecen en la tierra, negándose a rendirse, causando problemas, tentando y procurando estorbar el avance del reino de Dios.
Como mismo sucede con Satanás también sucede con nuestra carne pecaminosa. Dios le da una nueva vida a todo el que viene a Él, pero esto no significa que no batallaremos con la vieja naturaleza. Esa vieja naturaleza no quiere admitir la derrota. Aún sentimos su atracción y caemos en las garras de sus tentaciones. Diariamente necesitamos morir al impulso de nuestra vieja naturaleza.
Aunque la tierra había sido conquistada, Israel todavía tenía que batallar con enemigos que no que querían irse. Era la voluntad de Dios que todos estos focos de resistencia fueran vencidos y exterminados. Dios quería que Su pueblo viviera en completa victoria sobre sus enemigos. Él no quería que estas naciones tentaran a Su pueblo con sus costumbres malvadas.
Los israelitas se dieron cuenta que necesitaban hacer algo concerniente a los cananeos que vivían en la tierra. Aunque el pueblo de Dios sabía que debían expulsar a los cananeos, ellos debían seguir siendo cuidadosos de no confiar en su propia sabiduría humana en este asunto; por lo que buscaron al Señor respecto a cómo debían conquistar a los cananeos.
Es muy posible que nosotros procuremos el progreso del reino de Dios por medio de la sabiduría humana. ¡Cuán fácil nos resulta confiar en nuestra educación o experiencia! Sin embargo, Dios espera que nosotros le busquemos a Él y a Su dirección en todo lo que hacemos. Esto es lo que el pueblo de Israel estaba haciendo en el versículo 1. Ellos sabían que el Señor quería que ellos expulsaran a los habitantes de ese territorio, y ahora buscaban Su voluntad en cuanto a cómo debían hacerlo. La Palabra de Dios escrita y el Espíritu de Dios van de la mano. Dios nos guía por medio de los claros principios de Su Palabra escrita, pero también nos muestra a través de Su Espíritu cómo proceder en cualquier situación que se nos presente.
En el versículo 2 el Señor le dijo a Israel que Judá debía guiar el ataque contra los cananeos que todavía vivían en la tierra, y prometió entregarles la tierra en sus manos.
Con esta clara promesa de parte del Señor, la tribu de Judá y sus hermanos, los simeonitas, a quienes se les dio una parcela en el territorio de Judá, salieron a pelear contra la resistencia cananea (v. 3). Judá tuvo éxito en derrotar a los ferezeos. El versículo 4 nos dice que ellos hirieron a diez mil hombres en la región de Bezec.
Mientras tanto, estando en la región de Bezec, Judá peleó contra un hombre llamado Adoni-bezec. Su nombre significa literalmente “Señor de Bezec”. Obviamente él era una persona muy importante y poderosa en esa región. Adoni-bezec huyó del ejército de Judá, el cual lo persiguió y lo capturó. Y cuando lo capturaron, le cortaron los pulgares de las manos y los pies (v. 6). Aunque el hacer esto parece extraño, el contexto nos muestra el por qué lo hicieron. Según el versículo 7, Adoni-bezec le había cortado los pulgares de las manos y los pies a setenta reyes. Él ahora sabía que el Dios de Israel lo estaba juzgando por su crueldad. Adoni-bezec fue llevado cautivo a Jerusalén donde murió.
En ese tiempo la ciudad de Jerusalén también fue atacada y tomada por Judá. Ellos quemaron la ciudad y mataron a sus habitantes. Debemos recordar que Jerusalén todavía no era la ciudad que llegaría a ser bajo el reinado de David. Esta era simplemente una de las tantas ciudades que Judá necesitaba conquistar. Sin embargo, en su momento se convertiría en la principal ciudad de Judá.
Después de conquistar a Adoni-bezec y a Jerusalén, Judá enfocó su atención en las regiones del sur de Neguev. Allí pelearon contra los cananeos que vivían en las montañas. Ellos avanzaron contra el pueblo de Hebrón y vencieron a las ciudades de Sesai, Ahimán y Talmai (v. 10).
A partir de estas victorias, Judá marchó contra la región de Debir (que antes se llamaba Quiriat-sefer). A medida que avanzaban, Caleb les lanzó un desafío a sus hombres diciéndoles que le daría su hija Acsa en matrimonio a aquel que tomara a Quiriat-sefer (v. 12). Otoniel, el hermano menor de Caleb, asumió el desafío y venció la ciudad. Entonces Caleb le dijo a Acsa por mujer (v. 13). Otoniel llegaría a ser uno de los primeros jueces de Israel (ver Jueces 3:7-11).
Otoniel persuadió a su nueva esposa Acsa para pedirle a su padre Caleb un campo. Entonces con el permiso de su esposo ella fue a ver a su padre y le pidió un campo con fuentes de agua, y Caleb accedió a su pedido (vv. 14-15).
En el versículo 16 leemos acerca de un grupo conocido como los ceneos, quienes eran los descendientes del suegro de Moisés. Debemos recordar que el suegro de Moisés no era israelita. Él admiraba a los israelitas, pero no era uno de ellos, lo cual creó cierta confusión en Judá. Israel vivía con estos extranjeros y mantenía una relación saludable y respetuosa con ellos, pero no eran parte del pueblo de Dios. Leemos que los ceneos se separarían del pueblo de Dios y se irían al desierto de Judá donde se asentarían. Esto pondría distancia entre Israel y los ceneos.
Las tribus de Simeón y de Judá también atacaron a los cananeos que vivían en la ciudad de Sefat, y la destruyeron completamente (v. 17). También tomaron las regiones de Gaza, Ascalón y Ecrón (v. 18).
Judá tomó posesión de las montañas, pero no pudo expulsar a los habitantes del llano porque éstos tenían carros herrados (v. 19). No debemos interpretar por esto que Dios no fue capaz de darle la victoria a Su pueblo. Sin embargo, lo que sí debemos entender es que algunos enemigos son más difíciles de eliminar que otros. Algunas veces Dios permite ciertos enemigos para que permanezcamos más tiempo siendo humildes y dependientes de Él.
El apóstol Pablo oraba a Dios que le quitara un enemigo de su vida. Veamos su testimonio en 2 Corintios 12:7-9:
Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.
Dios escogió no quitar este aguijón en la carne de Pablo para que él no se enalteciera.
A Caleb se le dio la ciudad de Hebrón (v. 20). Y él expulsó de esa región a los tres hijos de Anac.
En los primeros 20 versículos hemos visto los esfuerzos de Judá por expulsar a los habitantes de la tierra. Los restantes versículos de este capítulo nos dicen algo sobre las otras naciones de Israel.
El versículo 21 nos dice que la tribu de Benjamín no pudo desalojar a los jebuseos que vivían en su región. Estas personas vivieron junto a los benjamitas por muchos años.
La casa de José (Efraín y Manasés) atacó a la ciudad de Bet-el, y el Señor estuvo con ellos (v. 22). Ellos enviaron espías a Bet-el para descubrir la manera en que debían atacar. Los espías vieron a un hombre que salía de Bet-el y le pidieron que les enseñara cómo entrar a la ciudad, prometiéndole tratarlo bien si les decía lo que ellos necesitaban saber (vv. 23-24). El hombre les mostró cómo entrar a la ciudad, y Efraín y Manasés entraron tomando posesión de la misma. Como acordaron, ellos tuvieron misericordia del hombre y de su familia (v. 25). Ese hombre se fue hacia la tierra de los heteos y construyó una ciudad a la que llamó Luz, el cual era el antiguo nombre de Bet-el (v. 26)
La tribu de Manasés no expulsó a las personas de Bet-seán, de Taanac, de Dor, de Ibleam ni de Meguido. Se determinó que los habitantes de estas regiones vivieran en ellas (v. 27). Al final Israel presionaría a estas personas a hacer trabajos forzados, pero nunca los expulsó completamente (v. 28). Permítanme decir algo al respecto.
Nosotros podemos someter nuestras actitudes o pecados. Incluso los no creyentes puede cambiar sus actitudes pecaminosas o dejar sus hábitos dañinos. Podemos eliminar estos pecados y no dejarles controlar nuestras vidas por algún tiempo, pero ellos siguen estando ahí tentándonos. Someter al enemigo a trabajos forzados era algo parecido. El pueblo de Dios tenía el control, pero el enemigo aún vivía en la tierra. Dios quiere no solo ayudarnos a controlar nuestros pecados sino también a darnos victoria total sobre ellos. Nosotros podríamos vivir en victoria sobre los deseos sexuales, pero sabemos que éstos nos tientan constantemente. Dios desea eliminar esa tentación completamente. Todos nosotros en demasiadas ocasiones nos conformamos con mucho menos de lo que Dios desea. Al igual que Israel, nosotros también nos contentamos con someter a nuestros enemigos a trabajos forzados cuando lo que Dios quiere es eliminarlos completamente.
Efraín no expulsó a los cananeos que vivían en Gezer, sino que ese pueblo vivió entre los efrainitas (v. 29).
Zabulón no expulsó a los cananeos de Quitrón ni de Naalal. Aunque los sometieron a trabajos forzados, dejarían que permanecieran en la tierra (v. 30, LBLA).
Tampoco Aser arrojó a los que habitaban en Aco, ni a los que habitaban en Sidón, en Ahlab, en Aczib, en Helba, en Afec y en Rehob. Todos ellos vivirían en la region de Aser (vv. 31-32).
Neftalí tampoco arrojó a los habitantes de Bet-semes, ni a los que habitaban en Bet-anat. Ellos serían sometidos a trabajos forzados, pero permanecerían en el territorio de de Neftalí (v. 33).
El versículo 34 nos dice que los amorreos acosaron a los hijos de Dan hasta el monte y no los dejaron descender a los llanos. Nos da la impresión de que la tribu de Dan era prisionera de los amorreos. Parece que Dan era menos poderosa que sus enemigos y no podían avanzar.
Los amorreos le hicieron una fuerte resistencia a Israel. Ellos estaban determinados a permanecer en varias regiones (v. 35). Sin embargo, cuando la tribu de José se fortaleció, obligaron a los amorreos a hacer trabajos forzados (LBLA).
A medida que analizamos este capítulo vemos que hay muchas lecciones espirituales importantes para nosotros. Vemos aquí que Dios quería que Su pueblo viviera en victoria sobre sus enemigos. Él quería que ellos conquistaran la tierra y a sus habitantes, quienes lo único que harían sería apartarlos de la verdad de la ley de Dios. Cada tribu tenía su desafío. Algunas de ellas obtuvieron mayores victorias que otras. Judá tuvo grandes victorias. Dan pareciera ser vencida por el enemigo. Al parecer Judá no pudo vencer a las personas del llano. Parece que otras tribus simplemente no se esforzaron para expulsar a las personas de su territorio. Observemos que ninguna de ellas tuvo éxito total al expulsar a la influencia extranjera de su territorio.
Esta es una imagen de la iglesia de nuestros tiempos. Todos nosotros tenemos diferentes niveles en nuestra relación con Dios. Todos tenemos áreas de nuestras vidas que necesitan ser rendidas mucho más al Señor. Existen hábitos, actitudes o asuntos en nuestras vidas que necesitan ser conquistados en el nombre de Jesús para que Su obra en nuestras vidas esté libre de estorbos. Hay algo importante aquí, y es que debemos percatarnos de que, aunque Cristo ya venció al enemigo en la cruz, ahora depende de nosotros expulsarlo y ocupar su territorio. ¿Estamos dispuestos a hacerlo? ¿Estamos dispuestos a dejar que el Espíritu de Dios identifique esas áreas de nuestras vidas que necesitan ser sometidas a Él? ¿Tendremos como prioridad confiar en Dios para obtener la victoria sobre esas áreas de nuestras vidas?
Para Meditar:
· Si Jesús ya venció el pecado y al maligno, ¿por qué aún luchamos con eso en nuestras vidas?
· ¿Qué áreas de nuestras vidas necesitan ser mucho más sometidas a Dios?
· ¿Es posible que hagamos la obra del reino por medio de la sabiduría y la fortaleza humanas? ¿Por qué necesitamos buscar la dirección del Señor en la obra de Su reino?
· ¿Acaso permite Dios que estemos toda la vida batallando con algunos de nuestros enemigos? ¿Tenemos nosotros algunos enemigos a los cuáles no hemos podido vencer? ¿De qué manera Dios puede usar a esos enemigos para glorificarse en nuestras vidas? Analicemos el ejemplo de Pablo que se menciona en este capítulo.
· ¿Cuál es la diferencia entre tener control sobre nuestros pecados y tener completa victoria sobre ellos? ¿Existen algunas áreas de nuestras vidas donde Dios quiere darnos completa victoria?
Para Orar:
· Demos gracias al Señor porque ya venció al pecado y al maligno. Agradezcámosle a Dios porque estos enemigos no tienen poder definitivo para separarnos de Dios en la actualidad.
· Pidamos al Señor que nos muestre el área de nuestras vidas donde Él quiere que tengamos mayor victoria. Pidámosle que nos guíe a esa victoria.
· Oremos a Dios que nos dé gracia para caminar en victoria sobre los enemigos que Él ha decidido dejar en nuestras vidas para nuestro bien.
21 – ISRAEL ES PROBADO
Leamos Jueces 2:1-23
Al comenzar el capítulo 2 vemos que un ángel vino al pueblo de Dios con un importante mensaje de parte del Señor. El ángel le recordó al pueblo cómo Dios los había sacado de Egipto llevándolos a la tierra que había prometido a sus padres (v. 1). Al traer esto a su memoria, el ángel le estaba recordando a Israel la fidelidad y la gracia de Dios para con ellos como nación. Ellos no merecían tal favor, pero de todas formas Dios los bendijo. Durante todo el camino por el desierto los hijos de Israel murmuraron y se quejaron de cómo Dios los estaba guiando. Debido a este pecado el Señor juzgó a sus padres permitiendo que todos murieran en el desierto, pero renovó Su gracia y favor para con los hijos de ellos.
Observemos en el versículo 1 que el ángel también les recordó a los israelitas que Dios había hecho pacto con Su pueblo, y que Él nunca invalidaría ese pacto con ellos. La relación de los israelitas con Dios estaba asegurada y garantizada en este pacto. Todo lo que el Señor pedía a cambio era fidelidad y devoción. Les pedía que consagraran sus corazones a Él, alejándose de todos los otros dioses, para que lo amaran y sirvieran solo a Él. Ellos no debían hacer pacto con la gente de la tierra que Dios les estaba dando a poseer. Lo que les tocaba hacer era derribar sus altares y adorar únicamente a Dios en la tierra que les había dado.
Cuando el ángel del Señor se presentó delante del pueblo de Israel ese día, los acusó de romper su pacto con Dios. Les recordó que ellos no habían sido fieles al Señor, su esposo; sino que habían mirado con lujuria a los dioses de las otras naciones. Ellos habían permitido que estos dioses y las prácticas de estas naciones los distrajeran, conllevándoles a ser infieles a su pacto con su Dios.
El ángel le dijo al pueblo que Dios no echaría a esas naciones (v. 3). Bajo el liderazgo de Josué el pueblo de Dios experimentó grandes victorias; y no había nación ni pueblo que pudiera enfrentarse a Israel. Pero ahora las cosas cambiarían. Estas naciones serían como espinas en su costado. Ellos los hostigarían y les serían tropezadero. Esto saca a relucir varias preguntas.
¿Había desistido Dios de Su pueblo? De ninguna manera. El amor y la devoción de Dios hacia Israel eran tan fuertes como siempre. El problema era la actitud de ellos. ¿Alguna vez hemos tratado de lograr que alguien nos ame cuando aún no ha estado listo para hacerlo? No podemos obligar a las personas a amar. El amor obligado realmente no es amor. Hay veces en que lo único que podemos hacer es hacernos a un lado y dejar que el tiempo y las circunstancias sanen una relación quebrantada. El corazón de Dios estaba angustiado porque el corazón de Su pueblo se apartaba de Él. En este versículo vemos que Él se hace a un lado porque Su pueblo no estaba listo para recibirlo. Dios no se estaba rindiendo con ellos; más bien esperaba pacientemente su regreso.
¿Acaso cambió Dios Su plan para con Su pueblo? Una vez más la respuesta es “no”. Dios todavía quería que Su pueblo sacara a todos los dioses extranjeros de aquella tierra. Todavía quería que sacaran de allí toda influencia pagana. Él estaba dispuesto a ayudarlos en eso si tan solo ellos estuviesen dispuestos a recibir Su ayuda. Sin embargo, el problema consistía en que al pueblo le cautivaba el mal de aquella tierra. Ellos no querían que Dios los ayudara a sacar a aquella gente. Sus corazones no estaban consagrados solamente para Él; sino que codiciaban el mal de aquella tierra. Por tanto, Dios vio sus corazones y decidió dejarlos en sus caminos de maldad.
Dios no los dejó porque los había dejado de amar. Lo hizo porque era la única manera en que ellos podían valorar realmente Su amor. Él se hizo a un lado para que ellos vieran que esos dioses no tenían nada que ofrecerles. Para que experimentaran la vanidad del mundo y sus atracciones, y luego regresaran a Él de todo corazón.
¿Por qué Dios no le dio la victoria a Israel? La respuesta es muy simple. El pueblo de Dios no quería esa victoria. Ellos estaban muy conformes con tener a aquellas naciones viviendo con ellos y se sentían atraídos por sus dioses y sus caminos pecaminosos. ¿Será nuestro caso que a veces no obtenemos la victoria en nuestras vidas porque realmente no la queremos? Sabemos que Dios quiere que tengamos victoria, pero a veces no queremos lo que Dios quiere. El enemigo y sus caminos perversos nos atraen demasiado.
Observemos que específicamente en el versículo 3 se nos dice que aquellas naciones serían como espinas (LBLA) en el costado de Israel; y les serían de tropiezo. En otras palabras, Israel pronto experimentaría cuán inservibles resultarían los dioses y los caminos pecaminosos que tanto les atraían. Lo que ella codiciaba se convertiría en una carga, y su amor por los dioses ajenos y sus caminos perversos la frustrarían. Al final no tendría satisfacción alguna.
Observemos en el versículo 4 la reacción del pueblo ante el mensaje que había traído el ángel. Dice que ellos lloraron a gritos (NVI). El versículo 5 nos dice que ellos llamaron aquel lugar Boquim, que significa “los que lloran”. Allí, en Boquim, le ofrecieron sacrificios al Señor su Dios. Aunque todo esto nos parece muy sincero, el resto del capítulo nos muestra que no era así. El pueblo de Dios estaba consternado al escuchar aquella noticia de la disciplina de Dios sobre ellos. Estaban afligidos al escuchar que Dios les quitaría la bendición que había puesto sobre ellos. Sin embargo, la pregunta que necesitamos hacernos es si esto logró de alguna manera romper la atracción que ellos tenían por los dioses de las naciones vecinas. Como se hace obvio y se observa en el resto del capítulo, las palabras del ángel no disminuyeron el amor que ellos sentían por otros dioses. Ellos se lamentaban no porque habían lastimado a Dios, sino porque Él les quitaba Su bendición.
Los versículos del 6 al 9 nos brindan el contexto de aquel período en Israel. Josué, estando en vida, mandó a que cada una de las tribus tomara posesión de la tierra que les había dado. Mientras Josué y los ancianos que servían junto a él estuvieron vivos el pueblo sirvió al Señor (v.7). Sin embargo, cuando Josué murió, las cosas cambiaron. Se levantó toda una generación que no conocía al Señor y Dios de Israel (v. 10). A ellos no les habían enseñado acerca de los caminos de Dios y de las obras que Él había hecho a favor de Israel. Esto trajo como consecuencia que la nación le diera la espalda a Dios. En vez de adorar al Dios de Israel, se volvieron a los dioses de los cananeos (v. 11). Abandonaron a Dios para adorar los dioses de las naciones vecinas (v. 12). Todo esto provocó la ira del Señor.
Entonces Dios entregó a Su pueblo en manos de salteadores que los saquearon (v. 14). Anteriormente ellos habían sido una nación poderosa bajo el mandato de Josué; pero ahora esa nación ya no era tan grande, los enemigos que una vez conquistaron ahora los estaban saqueando y apresando. Observemos que durante aquel tiempo de la historia de Israel estaban siendo vendidos como esclavos (v 14). Ya no podían hacerles frente a sus enemigos. El versículo 15 nos dice que dondequiera que iba Israel la mano del Señor estaba en su contra, y por lo tanto eran derrotados. La nación estaba completamente abatida. El Señor les estaba mostrando a Su pueblo lo que era vivir sin Su protección y Su favor, pues ellos le habían dado la espalda al Dios único y verdadero.
En medio de sus avatares, el pueblo clamaba a Dios. Dios les respondía enviando una serie de jueces a los cuales empoderaba para que los ayudaran a librarse de la mano de sus enemigos (v. 16); sin embargo, el pueblo de Dios los rechazaba. Ellos querían salir de sus problemas, pero no estaban dispuestos a consagrarse a Dios. Tampoco quería escuchar a los jueces que Él enviaba, sino que preferían prostituirse con otros dioses (v. 17). Apenas moría el juez, el pueblo retornaba a sus malos caminos y se volvía más corrupto que la vez anterior (v. 19). El pueblo de Dios estaba interesado en las bendiciones de Dios, pero no en Dios mismo.
Todo esto exacerbaba la ira de Dios contra Israel, pues rechazaban Su amor, y se rehusaban a reconocer su obligación para con Él y el pacto que habían hecho (v. 20). A causa de esto Dios los entregó en manos de las naciones que les rodeaban. Israel quedó desprovista ante ellas. Dios permitió que Su pueblo se fuera tras sus caminos malvados y que buscaran otros dioses. Él no se los impidió, pero tampoco los abandonó. Como veremos en este libro, Él les enviaba jueces constantemente en los tiempos en que más lo necesitaban. Su oído seguía presto a sus súplicas de ayuda. Ellos nunca fueron destruidos por completo, sino que padecieron y se lamentaron bajo la pesada mano de la opresión de las naciones extranjeras que les rodeaban.
En el versículo 22 podemos observar que Dios decidió usar aquellas naciones para probar a Su pueblo. Así que Dios no abandonó a Su pueblo en manos de aquellas naciones; éstas fueron, más bien, el medio que Dios usó para disciplinar a Israel a fin de que regresaran a Él y pudieran percatarse de la maldad de sus propios caminos.
Imaginemos un momento que estuviésemos en Israel en ese tiempo, y lo único que vemos es que las naciones nos oprimen. Éstas atacan y despojan nuestra tierra. También se han llevado cautivos a parte de nuestro pueblo y los han vendido como esclavos. En esto no estamos viendo la mano de Dios. Lo único que podemos ver es que la bendición de Dios ya no está con nosotros como nación. Sin embargo, desde la perspectiva de Dios las cosas son muy diferentes. Dios permitió que aquellas naciones los oprimieran, pero nunca Su mano se apartó de ellos. Seguían bajo su mirada protectora. Estas naciones solo podían hacer lo que Dios les permitía hacer. Él estaba usando todo lo que aquellas naciones les estaban haciendo para refinar y probar a Su pueblo. Él la estaba disciplinando porque la amaba y quería que regresasen a Él. Aquellos días de pruebas constituían lecciones que Él les estaba enseñando. El versículo 23 es muy claro al respecto cuando dice que “el Señor permitió que aquellas naciones se quedaran allí” (LBLA). Todo esto tenía un propósito. Dios seguía teniendo el control. Él quería quebrar su testarudez y que se volvieran hacia Él.
¿Hemos sentido la mano de la disciplina de Dios? ¿Ha tratado Él de refinarnos? ¿Dejaremos que haga Su obra y nos acerque hacia Sí mismo?
Para meditar:
· ¿Cuán fiel ha sido Dios con nosotros? Brindemos algunos ejemplos de Su fidelidad en nuestras vidas.
· ¿Le hemos sido fieles a Dios? ¿Qué nos ha alejado de Él? ¿Qué es aquello que hace que quitemos nuestra mirada de Dios y de Su propósito para nuestras vidas?
· ¿Hay pecados que todavía anhelamos? ¿Sentimos todavía que esos pecados nos atraen? ¿Podemos esperar tener una verdadera victoria en esos aspectos de nuestras vidas si en lo profundo de nuestros corazones no la anhelamos?
· ¿Cuál es la diferencia entre el dolor por haber perdido la bendición de Dios y el dolor por haber ofendido al Dios santo que amamos a causa de nuestro pecado?
· ¿Qué ha usado Dios en nuestras vidas para probarnos y refinarnos?
Para Orar:
· Tomemos un momento para agradecerle al Señor por Su fidelidad. Seamos específicos en nuestras acciones de gracias.
· Pidamos al Señor que quite de nuestras vidas aquello que nos distrae e impide que seamos lo que Él quiere.
· Pidamos al Señor que nos quite cualquier atracción por algún pecado en particular, y que nos dé victoria sobre el mismo.
· Pidamos al Señor que nos dé más amor hacia Él, y que nos perdone por pensar más en Sus bendiciones que en Él mismo.
· Agradezcamos al Señor por las pruebas que ha permitido que pasemos en nuestras vidas con el propósito de refinarnos y acercarnos más a Él.
22 – OTONIEL, AOD Y SAMGAR
Leamos Jueces 3:1-31
Durante este período de la historia de Israel Dios levantó a una serie de jueces para que guiaran a Su pueblo. En ocasiones estos jueces actuaron como jefes militares para darle la victoria al pueblo de Dios sobre sus enemigos.
El pueblo de Dios necesita conocer cómo pelear contra el enemigo. Aunque en el presente la batalla es más de índole espiritual, aun así, necesitamos saber cómo pelear contra el enemigo. Satanás no va a dejar de batallar por las almas de los hombres, y constantemente está tratando de destruir la obra de la iglesia. Como creyentes es importante que entendamos que nos encontramos en medio de una batalla; y aquel creyente que no sepa cómo combatir las tentaciones y los dardos del enemigo está en una gran desventaja. Aunque este no es el lugar para hablar de cómo pelear esa batalla, quiero recordarle al lector que a menudo el apóstol Pablo desafiaba a los creyentes a pelear la buena batalla de la fe (ver 1 Corintios 9:26; 1 Timoteo 1:8; 6:12). Efesios 6:11-18 describe detalladamente cómo los creyentes deben ponerse la armadura de Dios para poder contrarrestar los ataques del enemigo.
A medida que tratamos de llevar adelante el Reino de Dios, podemos estar seguros que encontraremos oposición. Por lo tanto, cada creyente necesita saber cómo enfrentar al enemigo. En los versículos del 1 al 2 vemos que Dios quería enseñarles a los israelitas la manera de obtener la victoria sobre el enemigo.
Dios dejó que el enemigo permaneciera en la tierra para así enseñarle a Su pueblo a pelear. Sin embargo, los versículos del 3 al 4 nos dicen que había una segunda razón para esto: ver si el pueblo de Dios obedecía Sus mandamientos (v. 4). Es importante que entendamos lo que está pasando aquí.
Dios desea que le obedezcamos de todo corazón, y en ocasiones Él va a probar esa obediencia. Aunque Dios sabe cuál será el resultado, estas pruebas nos sirven de mucho, pues nos muestran la condición en la que se encuentra nuestro corazón. Cuando Dios le pidió a Abraham que sacrificara a su hijo sobre el altar, esto le mostró a él y a todos los que le rodeaban la condición de su corazón. Él demostró que estaba listo para rendir al Señor incluso a su único hijo. Ha habido momentos en mi vida cuando he fallado en mi obediencia al Señor al enfrentar una prueba. Esos momentos me han servido para poder ver la condición de mi corazón y me han desafiado a hacer algo al respecto. Aunque Dios nunca nos va a tentar para hacer lo malo, Él sí quiere que reconozcamos la condición en la que se encuentra nuestro corazón. Hay momentos en los que Él permite que la tentación aparezca en nuestro camino para mostrarnos dónde nos encontramos en nuestra relación con Él y cuán fácil podemos caer.
Leyendo los versículos 5 y 6 podemos apreciar que Israel no pasó la prueba. Ellos vivieron entre varias naciones paganas y tomaron sus mujeres como esposas. También permitieron que sus hijos se casaran con quienes adoraban dioses extranjeros. Esto era una violación directa del mandamiento que Dios les había dado en cuanto a mezclarse con aquellas naciones.
Observemos que los israelitas no solo se casaron con aquellas mujeres extranjeras, sino que le dieron la espalda al Señor su Dios para servir a los dioses de aquellas naciones. Esto revelaba claramente la condición del corazón de ellos. Este pueblo no estaba consagrado de todo corazón a su Dios, y por lo tanto se fueron lujuriosamente tras otros dioses.
Dios estaba airado con Su pueblo. Por eso Él los castigó dejando que cayeran en manos de Cusan-risataim, rey de Mesopotamia (v. 8). Israel pasó ocho años sujeta al dominio de este rey, y la opresión que sufrían era tan grande que clamaron a Dios. Y eso era exactamente lo que el Señor quería, para que Su pueblo viera que lo necesitaban y de esa manera regresaran a Él como su Dios y Rey.
El oído de Dios estaba presto al clamor de Su pueblo. Él no los había abandonado en medio de su pecado y su rebelión. Cuando clamaron a Él, Él les respondió y levantó un libertador de entre ellos llamado Otoniel (v. 9). Ya Otoniel se había distinguido entre ellos como líder cuando atacó y conquistó la ciudad de Debir (ver Jueces 1:11-13).
Dios estaba con Otoniel y lo revistió de poder. Al hacerle la guerra a Cusan-risataim, Dios le dio la victoria (v. 10); y como resultado de aquella batalla, Israel fue liberado de la opresión de aquel rey de Siria. Israel entonces disfrutaría de paz y seguridad por cuarenta años.
Sin embargo, después de la muerte de Otoniel, Israel le dio la espalda a Dios (v. 12). Su compromiso con Él no duró mucho, y nuevamente volvieron a hacer lo malo a los ojos del Señor. Por eso, al darle la espalda, Él los entregó en manos de Eglón, rey de Moab (v. 12). Éste juntó sus fuerzas con los amonitas y los amalecitas, y atacaron a Israel tomándolos cautivos (v. 13). Entonces Israel se vio sujeta a Moab y a su autoridad por un período de dieciocho años (v. 14).
En su desesperación Israel clamó al Señor pidiéndole Su ayuda, y Él, una vez más levantó otro juez, esta vez uno llamado Aod, para que fuera el libertador de ellos (v. 15).
Aod fue y se presentó ante Eglón con un regalo de parte de Israel. Sin que el rey lo supiera, Aod había escondido un puñal de un pie y medio de largo en la parte interior de su pierna derecha debajo de sus ropas (v. 16). En el versículo 18 vemos que Aod le entrega el regalo a Eglón, y luego le dice que tenía un mensaje secreto que entregarle. Entonces Eglón retira a sus hombres para quedarse solo con Aod (v. 19). Vemos que el rey se levanta de su asiento para acercarse a Aod, y cuando lo hace, Aod estira su mano izquierda tomando el puñal el cual clava en el vientre del rey (v. 21). El rey estaba tan obeso que todo el puñal le penetró (v. 22). Entonces Aod se escabulle de aquella habitación hacia el corredor poniendo los cerrojos a la puerta de salida, dejando que el rey muriera solo (v. 23).
Los siervos de Eglón encontraron que la puerta estaba cerrada y no le dieron mucha importancia, pues pensaron que estaba en medio de alguna necesidad fisiológica (v. 24). Entonces esperaron por un tiempo y comenzaron a darse cuenta de que algo estaba pasando porque el rey no salía. Al abrir la puerta descubrieron que el rey yacía muerto en el suelo (v. 25).
Mientras los siervos de Eglón esperaban en la puerta, Aod escapaba hacia Seirat. Cuando llegó allí, tocó la trompeta llamando a su ejército a prepararse para la batalla (v. 27). Entonces, guiando a todo el ejército, tomó posesión de los vados del Jordán sin dejar que nadie cruzara (v. 28). Durante el curso de la batalla Israel aniquiló a diez mil hombres fuertes de Moab (v. 29). Después de estos sucesos Israel mantuvo su paz por ochenta años (v. 30).
Después de la muerte de Aod, Dios le da a Israel otro juez con el nombre de Samgar. Éste aniquiló a seiscientos filisteos con una aguijada de bueyes librando así a Israel (v. 31). La aguijada era una vara larga hecha de una madera dura. Ésta podía medir hasta diez pies de longitud. El extremo de la vara tenía una punta afilada y se usaba para pinchar a los bueyes y hacerlos ir hacia una dirección. El otro extremo de la aguijada consistía en una pieza de metal en forma de paleta para quitar la tierra del arado mientras el buey tiraba de él.
A pesar de la rebelión de Israel, Dios no la había rechazado. Cuando clamaba a Él pidiéndole ayuda, Él escuchaba su clamor y levantaba un juez para librarlos de la opresión. Este pasaje nos muestra que Dios es muy paciente con Su pueblo. Él es fiel incluso cuando nosotros no lo somos.
Para Meditar:
· ¿Qué nos enseña este capítulo en cuanto a la necesidad que tiene cada creyente de saber cómo batallar contra el enemigo? ¿Cuáles son las armas que como creyentes usamos contra el enemigo?
· ¿Cuáles enemigos o tentaciones enfrentamos en nuestras vidas como cristianos?
· ¿Alguna vez hemos sido probados por Dios? ¿Qué nos han enseñado estas pruebas acerca de nosotros mismos?
· ¿Qué aprendemos en este capítulo acerca de la paciencia que tiene Dios con nosotros y nuestros errores?
Para Orar:
· Pidamos al Señor que nos enseñe a ser sus guerreros valientes.
· Pidamos al Señor que nos enseñe a vencer aquellas tentaciones específicas con las que batallamos en lo personal.
· Agradezcamos al Señor por ser paciente con nosotros en esos momentos en que le hemos fallado.
· Pidamos a Dios que nos ayude a aprender las lecciones que Él quiere que aprendamos por medio del dolor y la prueba.
23 – DÉBORA
Leamos Jueces 4:1-5:31
Después de la muerte de Aod los israelitas hicieron lo malo y le dieron la espalada al Señor su Dios. Como resultado de esto el Señor permitió que Jabín rey de Canaán y el jefe de sus ejércitos los conquistaran (v. 2). Jabín tenía novecientos carros de hierro, y oprimió cruelmente a la nación de Israel por un período de 20 años. En su angustia, Israel clamó al Señor pidiéndole ayuda (v. 3).
El versículo 4 nos dice que por aquel tiempo en Israel servía una profetisa llamada Débora (v. 4). Observemos que el versículo 5 nos dice que ella radicaba en una región específica entre Ramá y Be-tel, en territorio de Efraín. Cuando había algún asunto en disputa, los israelitas venían a la región donde estaba ella para resolver sus querellas. Obviamente, Débora consultaba al Señor y le decía al pueblo lo que el Señor había decidido (v. 5). Aunque en la nación había individuos que buscaban al Señor y sus caminos, la gran mayoría de la nación le había dado la espalda a Dios.
En esta ocasión en particular, Débora mandó a buscar a un hombre llamado Barac, hijo de Abinoam, de la tribu de Nefatlí. Dios había escuchado el clamor de Su pueblo pidiendo ser librados de Jabín, y estaba presto a responder sus súplicas. La respuesta vendría en la persona de Barac.
Débora le dijo a Barac que el Dios de Israel le había ordenado reunir diez mil hombres y conducirlos hasta el monte de Tabor. Dios iba a atraer a Sísara, el jefe del ejército de Jabín, al arroyo de Cisón (vv. 6-7). En aquel lugar Dios le daría la victoria a Su pueblo sobre sus enemigos por medio de Barac.
Cuando Barac escuchó la palabra del Señor por medio de Débora, le dijo que solo se enfrentaría a Sísara y a Jabín si ella iba con él. Su fe no estaba puesta en Dios sino en Débora. Ésta le contestó que iría con él, pero que a causa de su falta de fe en Dios el mérito de la victoria sería para una mujer (v. 9). El impacto de esta declaración podría pasar inadvertido en algunas culturas. En aquellos días las mujeres no tenían entrenamiento de combate; y en muchos casos no tenían ningún tipo de instrucción. Para Barac, que el honor fuese dado a una mujer, sería una vergüenza que tendría que cargar por el resto de su vida. Sin embargo, con el compromiso de que Débora estaría a su lado, Barac pudo reunir a diez mil hombres para que lo siguieran a la batalla.
Aunque no hay vergüenza alguna en trabajar con otras personas en la expansión de Reino de Dios, aquí nos podemos llegar a preguntar si hay cosas que Dios nos ha llamado a hacer pero que nos falta la fe para obedecer. Hay momentos en los que Dios nos llama de en medio de la multitud para que nos levantemos solos. A veces, depender de otro se convierte en un obstáculo. En este pasaje Dios le está pidiendo a Barac que se levante solo con él y mire lo que Él va a hacer. Pero Barac no pudo hacer esto por lo que el mérito iría para otra persona. Además de esto, Barac se estaría perdiendo la oportunidad de conocer el poder de Dios de manera personal. ¿Cuántas veces encontramos fortaleza en otras personas y no en Dios mismo? ¿Estamos dispuestos a levantarnos solos, dependiendo de la fuerza que Dios nos da, incluso cuando no tenemos el apoyo de amigos y seres queridos?
El versículo 11 es importante en esta historia, pero parece estar algo fuera de contexto. Éste nos habla de un hombre llamado Heber que era ceneo. Los ceneos eran los descendientes de la esposa de Moisés que vivían en la tierra con Israel (ver Jueces 1:16). Heber había salido de los ceneos y había puesto su tienda en la región de Cedes. Sin él saberlo en ese momento, esto era parte del plan que Dios tenía para librar a Israel de Sísara y Jabín.
En el versículo 12 regresamos a la historia de Barac. Cuando Sísara escuchó que Barac había ido al monte Tabor, reunió a sus novecientos carros de hierro y a sus hombres y se dirigió al arroyo de Cisón, tal y como Dios le había dicho a Débora. Esto debió haber sido una confirmación para Barac de que la palabra que Dios le había dado a Débora era cierta.
Cuando ya todo estaba en su lugar, Débora le ordenó a Barac que atacara a Sísara, y le dijo que Dios le había entregado en sus manos a ese jefe militar (v. 14). En obediencia al Señor, Barac y sus hombres descendieron al monte Tabor y atacaron a Sísara. Dios fue fiel a Su palabra y Barac derrotó a Sísara con sus carros, quien, al temer por su vida, abandonó su carro y comenzó a huir a pie (v. 15). Barac continuó la batalla y persiguió a los cananeos y sus carros hasta Haroset-goim. Todas las tropas de Sísara fueron derrotadas. El versículo 16 nos dice que ningún hombre quedó vivo. Dios les dio una gran victoria en aquel día.
Sísara, que había huido a pie, llegó hasta la casa de Heber el ceneo. En aquellos tiempos había una buena relación entre el rey Jabín y los ceneos (v. 17). Entonces Sísara buscó refugiarse en la tienda de Heber.
Jael, la esposa de Heber, invitó a Sísara a que entrara en la tienda. Ella le acogió y lo ocultó debajo de una tela (v. 18-19).
Con miedo de ser descubierto, Sísara le pidió a Jael que se pusiera en la puerta de la tienda y que a todo el que preguntara si había alguien allí le dijera que no (v. 20). Sin embargo, la lealtad de Jael no era para con Sísara. Mientras éste dormía debajo de la tela que lo cubría, ella tomó un mazo y una estaca y le atravesó la cabeza hasta clavarla en la tierra, y así lo mató (v. 21). El gran enemigo del pueblo de Dios murió a manos de una mujer gentil.
Cuando Barac llegó buscando a Sísara, Jael le dijo que entrara a su tienda para mostrarle al hombre que él estaba persiguiendo (v. 22). Barac encontró a su enemigo con una estaca atravesada en su frente (v. 22). La palabra del Señor por medio de Débora se hizo realidad. La derrota de Sísara no sería por parte de Barac, sino por medio de una mujer.
Ese día cesó la opresión de los cananeos. Israel derrotó el ejército de Jabín, y Jael les dio la victoria al aniquilar a Sísara, su jefe militar. El rey Jabín y sus fuerzas fueron derrotadas por completo (v. 24).
Ese día se elevaron muchas alabanzas al Dios de Israel. Débora y Barac entonaron un cántico de liberación y victoria, el cual se registra en el capítulo 5. Este cántico es una declaración de lo que sucedió cuando los líderes de Israel tomaron en serio sus responsabilidades y el pueblo se comprometió voluntariamente a obedecer.
Observemos que Débora y Barac cantaron este cántico en presencia de las naciones. Ellos sabían que la victoria alcanzada no era resultado suyo sino del obrar de Dios en medio de ellos. El cántico describe al Señor saliendo de Seir (v. 4). Con sus pasos la tierra tiembla delante de Él, los cielos destilan agua, las montañas se sacuden en Su presencia (v. 5). ¿Quién puede enfrentarse a ese Dios? Barac y Débora no asumen el mérito de aquella gran victoria, ellos sabían que le pertenecía al Señor.
El versículo 6 nos muestra cómo era la vida de Israel en aquellos tiempos. En los días de Samgar, el último juez antes que Débora, los caminos habían sido abandonados y los viajantes tenían que tomar sendas torcidas. En otras palabras, los caminos de Israel no eran seguros para viajar. Los que viajaban tenían que buscar sendas secretas por las cuales desplazarse de un lugar a otro. El versículo 7 nos dice que la vida de las aldeas en Israel había cesado. Es decir, no había vida de comunidad. No podían salir a trabajar ni hablar con amigos y vecinos, pues temían por sus vidas y se encerraban en sus casas.
En medio de todo aquel terror, Dios levantó una mujer que se llamaba Débora, la cual se convirtió en la madre de la nación.
En los días de Débora, Israel estaba siguiendo los dioses de las naciones que le rodeaban (v. 8). Ellos habían abandonado al Dios único y verdadero. Como castigo, el Señor trajo guerra hasta sus propias puertas. Israel estaba indefenso ante sus enemigos, sus calles no eran seguras y el pueblo tenía miedo de salir de sus casas. No podían hacer nada contra los ataques de sus enemigos. Habían abandonado al Señor quien era donde único podían encontrar fortaleza.
En el versículo 9 Débora y Barac cantan sus alabanzas a los líderes de Israel y a los voluntarios del pueblo que estuvieron dispuestos a hacer algo respecto a la situación de Israel. Ésta parecía que no tenía solución, pero dentro del pueblo de Israel había hombres y mujeres dispuestos a confiar en el Señor y a marcar la diferencia. Estos hombres y mujeres son grandes ejemplos para nosotros en el presente. La situación puede parecer una causa perdida, pero quienes confían en el Señor pueden marcar la diferencia.
Observemos en el versículo 10 la advertencia para aquellos que viajan sobre asnas blancas y se sientan sobre tapices (LBLA). Los asnos blancos eran cabalgados por los que habían conquistado; y en aquel tiempo de la historia de Israel sus enemigos cabalgaban sobre esos asnos blancos. Este cántico hace un llamado a estos enemigos a que cuando estén en los abrevaderos piensen en lo que se canta. Ellos cantaban de los hechos justos del Señor y de las grandes proezas que hizo por medio de los guerreros de Israel (v. 11). Dios le daría la victoria a Su pueblo sobre sus enemigos, e Israel contaría Sus maravillosos hechos en presencia de ellos.
En el versículo 12 vemos el llamado a Débora y a Barac a levantarse y entonar canción. Barac debía levantarse y tomar cautivo a su enemigo. Los hombres de Israel que habían sobrevivido al terror de Jabín y Sísara fueron llamados a reunirse con Barac y Débora (v. 13). No todos respondieron al llamado a la batalla. Algunos de la tribu de Efraín vinieron; otros de la tribu de Benjamín junto a al pueblo de Zabulón unieron fuerzas contra su enemigo (v. 14). La tribu de Isacar se unió a Débora y a Barac y atacaron a Sísara en el valle mientras descendían las laderas del monte Tabor (v. 15).
En la tribu de Rubén había mucha indecisión. Ellos no tenían la fe que tenían otras tribus. Muchos de ellos se rehusaron a enfrentarse a Sísara y a Jabín, y prefirieron estar seguros al calor de las fogatas de sus campamentos (v. 16). Galaad también escogió quedarse en la seguridad del otro lado del Jordán. Dan no se unió a las fuerzas de Débora y Barac ni tampoco lo hizo Aser. Sin embargo, Zebulón y Neftalí estuvieron dispuestos a arriesgar sus vidas (v. 18).
Los que se dispusieron pelearon contra los reyes de Canaán, y Dios estuvo con ellos. El versículo 20 nos dice que las estrellas del cielo pelearon contra Sísara. Esto es para simplemente decir que Dios movió Su mano a favor de Su pueblo. Aquellos que estuvieron dispuestos a arriesgarse, experimentaron la presencia de Dios y vencieron. Dios los fortaleció en el río Cisón de tal manera que pudieron derrotar a su enemigo (v. 21).
También se podía escuchar alejándose el sonido del galopar de los caballos. Es probable que se refiera al sonido del enemigo cuando huía atemorizado tratando de salvar sus vidas (v. 22). Mientras el enemigo huía, se oyó la voz del ángel del Señor que decía: “Maldecid a Meroz… maldecid severamente a sus moradores, porque no vinieron al socorro de Jehová, al socorro de Jehová contra los fuertes”. Meroz era un pueblo israelita de Neftalí. El ángel del Señor no está maldiciendo aquí al enemigo sino más bien al pueblo de Dios que se rehusó a creer en Él y a confiar en Su palabra. Estas personas, juntamente con aquellas que no quisieron defender la justicia de Dios y la tierra que Él les había dado, fueron todas maldecidas por el Señor.
Al no pelear contra el enemigo, estas tribus de Israel eran parte del problema. Mostraban pereza y no estaban dispuestas a arriesgar sus vidas por la causa de Dios. En vez de apoyar la verdad, escogieron permanecer en el calor de sus fogatas y en la seguridad de sus cuevas. Dios estaba molesto con ellos por esta causa. Dios está buscando personas que estén dispuestos a arriesgarlo todo por Él. Cuando escogemos la comodidad de nuestras casas y la seguridad que nos brinda lo que ya conocemos por encima de Su dirección para nuestras vidas, pecamos y caemos bajo Su maldición.
Por otra parte, vemos que Jael, la que mató a Sísara, fue bendecida (v. 24). Sísara le pidió agua y ella le dio leche. Percatémonos de la poesía del versículo 25. Jael le trajo leche cuajada (LBLA, NVI) en un tazón adecuado para nobles. El tazón y la leche cuajada son símbolos de lo que le sucedió a Sísara. Jael lo recibió en su casa como un gran hombre, con respeto y reverencia. Sin embargo, la leche que le sirvió, estaba cuajada y agria. Al estar Sísara en su tienda, ella le clavó una estaca atravesándole su frente (vv. 26-27).
El cántico continúa en el versículo 28 describiendo lo que debió haber sucedido en el pueblo de Sísara. Su madre, desconociendo que había muerto, esperaba su regreso. Ella miraba por la ventana a través de las celosías de su casa lujosa preguntándose por qué tardaba tanto su hijo. Una sabia mujer la consolaba diciendo que era muy probable que su hijo se estuviera demorando por repartir los despojos después de la victoria (v. 30). Esto consoló a la madre de Sísara por un tiempo, aunque dicho consuelo era falso.
El cántico culmina con una maldición sobre los enemigos de Dios y una bendición sobre aquellos que le aman y le obedecen.
“Así perezcan todos tus enemigos, oh Jehová; mas los que te aman, sean como el sol cuando sale en su fuerza” (v. 31).
Después de la derrota de Sísara, Israel disfrutó de paz por cuarenta años. Esto constituía el doble del tiempo que habían sido oprimidos. La gracia de Dios es abundante.
Estos dos capítulos nos dicen mucho acerca de la condición de la tierra de Israel durante el tiempo de Débora y Barac. La falta de fe en cuanto a la capacidad de Dios de liberar a Su pueblo abundaba de manera general. Cuando les llegó el llamado a los hombres para que pelearan contra Sísara, no todos respondieron. Tribus completas rechazaron ese desafío. Incluso a Barac le faltó la fe y le pidió a Débora que fuese con él. La nación se encontraba débil espiritualmente. Sin embargo, Dios pudo usar a quienes aceptaron el desafío de enfrentar al enemigo. Quizás su fe no era muy grande, pero era suficiente. Dios trajo la victoria por medio de aquellos que se dispusieron, y la nación fue bendecida con cuarenta años de paz.
Para Meditar:
· ¿Qué nos enseñan los capítulos 4 y 5 acerca del estado de la fe de Israel durante la época de Débora y Barac? ¿Cuál es el estado de la fe en nuestros pueblos o aldeas hoy en día?
· ¿Qué aprendemos en este pasaje acerca de la fe de Barac? ¿Qué consuelo hayamos aquí al ver que Dios puede usar incluso a personas de una fe débil cuando están dispuestas a obedecer?
· Aunque la falta de fe de Barac no obstaculizó el plan general de Dios para la victoria de Israel, sí constituyó una gran vergüenza para él en lo personal. ¿Por qué puede traernos vergüenza nuestra falta de fe?
· ¿Qué le dice Dios a la nación de Israel acerca del tipo de persona que Él puede usar para traerle victoria a Su pueblo, cuando venció a Sísara por medio de una mujer sin tácticas ni entrenamiento militares? Percatémonos también que Jael, quien aniquiló a Sísara, jefe del ejército, no era tan siquiera una israelita.
· Dios maldijo a quienes no se levantaron con Su pueblo para combatir al enemigo. ¿Nos hemos levantado nosotros? ¿Cuáles han sido las tareas que Dios nos ha dado a desempeñar? ¿Tomamos en serio esas tareas?
Para Orar:
· Demos gracias al Señor por Su gran paciencia para con nosotros aun cuando le hemos fallado tantas veces.
· Agradezcamos al Señor porque puede usarnos incluso cuando nuestra fe es muy pequeña.
· Pidamos al Señor que quite la vergüenza que nuestra falta de fe ha traído sobre nosotros y la iglesia.
· Pidamos al Señor que nos dé más valor para poder defender la verdad y caminar en Sus caminos.
24 – EL LLAMADO DE GEDEÓN AL MINISTERIO
Leamos Jueces 6:1-40
Después de la derrota de Sísara y Jabín en Canaán, el pueblo de Dios vivió en paz por cuarenta años. Sin embargo, durante ese tiempo de paz ellos comenzaron a hundirse nuevamente en sus caminos pecaminosos. La victoria de Israel sobre el pecado no parecía durar, pero la paciencia de Dios para con ellos como nación parecía no acabar. Aunque fueron castigados severamente a causa del extravío de sus corazones, su Padre Celestial no los rechazaba.
Debido a que le habían dado la espalda a Dios, Él los entregó a los madianitas por un período de siete años (v. 1). Es importante que entendamos la condición de la nación durante aquellos siete años de opresión bajo los madianitas.
El versículo 2 nos dice que los madianitas oprimían tanto a los israelitas que éstos “se hicieron cuevas en los montes, y cavernas, y lugares fortificados”. Los israelitas no estaban seguros en sus hogares. Ellos tuvieron que salir de ellos y encontrar escondites en las montañas y en las cuevas para protegerse de los soldados madianitas que les oprimían.
Observemos en los versículos del 3 al 4 lo que hacían los soldados madianitas. Cada vez que los israelitas plantaban alguna cosecha. Los madianitas y los amalecitas invadían sus tierras y les destruían sus cosechas, dejándoles prácticamente nada que comer. Vemos también que arruinaban todo a su paso matando las ovejas, el ganado y los asnos de los israelitas. Los madianitas y los amalecitas venían en gran número y tomaban para sí los productos agrícolas que producía Israel en sus campos. Esto hacía que Israel se empobreciera cada vez más sin poder acudir a nadie más que no fuera Dios. Ellos clamaron a Él y Él les envió un profeta para que les hablase (v. 7).
El profeta les recordó la compasión de Dios para con ellos y les contó cómo el Dios de sus ancestros los había librado de la mano opresora de Egipto, la nación más poderosa sobre la tierra en aquel tiempo. Allí sus antepasados sufrieron dura opresión, pero Dios los liberó y les dio su propia tierra (v. 9). Lo que Dios esperaba a cambio era que Su pueblo le sirviera y le adorara solamente a Él. Sin embargo, ellos no hicieron esto y por lo tanto se vieron en la situación en la que ellos mismos se encontraban en ese momento (v. 10).
El profeta tuvo que desempeñar un importante papel. Él les recordó a los israelitas la razón por la cual la tierra se encontraba en aquellas condiciones. Ellos sufrían opresión porque le habían dado la espalda a Dios. Mientras siguieran alejándose de Dios, siempre tendrían problemas. Por eso el profeta llamó al pueblo para que se arrepintiera de sus pecados y regresaran a Dios.
Era muy importante que Israel entendiese que era el pecado el que los privaba de sus bendiciones. ¿Cuántas veces queremos la bendición de Dios mientras seguimos aferrados a nuestros pecados? Dios le estaba enseñando a Su pueblo que no se podía tener ambas cosas; que los pecados obstaculizaban sus bendiciones. Al final no podrían vencer a sus enemigos si no reconocían y lidiaban con sus pecados.
Después de haberles recordado la razón por la cual su tierra estaba bajo aquella opresión, Dios envió a Su ángel para que les ministrara (v. 11). Es interesante que no se registra que hubo algún tipo de arrepentimiento por parte del pueblo. Durante el tiempo de los jueces vemos que el pueblo se caracterizaba por caer continuamente en pecado. Dios, en Su misericordia, les daba un tiempo de alivio, pero la atracción de ellos por el pecado traía consigo nuevamente la derrota. El hecho de que Dios enviara Su ángel a aquel pueblo tan rebelde es un inmenso acto de gracia de Su parte.
Vemos que el ángel del Señor se sentó debajo de una encina en la región de Ofra. Aquella propiedad pertenecía a un hombre llamado Joás abiezerita (v. 11). Los abiezeritas eran un clan dentro de la tribu de Manasés (ver Josué 17:2).
Cuando el ángel apareció, Gedeón, el hijo de Joás, estaba sacudiendo el trigo en un lagar. Inmediatamente nos preguntamos, ¿por qué Gedeón estaba sacudiendo trigo en un lagar? El versículo 11 nos dice que hacían esto en secreto para que los madianitas no los vieran. Esto nos muestra una vez más la situación en que se encontraban en aquellos días.
El ángel del Señor tenía un mensaje para Gedeón. En el versículo 12 el ángel llamó a Gedeón “varón esforzado y valiente” (valiente guerrero, NVI, LBLA), y le dijo también que el Señor estaba con él. Todo esto era algo nuevo para Gedeón. Es muy probable que él no se viera a sí mismo como un valiente guerrero.
Gedeón no entendía lo que el ángel estaba diciendo. “Si Jehová está con nosotros, ¿por qué nos ha sobrevenido todo esto”, le preguntó al ángel. Era obvio que Gedeón estaba batallando con ese pensamiento desde antes. Él no veía evidencia de la presencia de Dios en medio de Su pueblo.
Observemos también en el versículo 12 que Gedeón le pregunta al ángel sobre las maravillas de Dios en el pasado. “¿Y dónde están todas sus maravillas, que nuestros padres nos han contado, diciendo: ¿No nos sacó Jehová de Egipto?”. A mi parecer, Gedeón había estado por mucho tiempo pensando detenidamente en eso. ¿Sería que él había estado orando y buscando a Dios en cuanto a dicha situación? Él había oído de las grandes maravillas que Dios había hecho en la vida de sus ancestros y se preguntaba por qué aquellas señales y prodigios no se repetían en su tiempo. Como era obvio, él anhelaba ver a Dios moverse con poder sobre sus enemigos, tal y como había hecho en el pasado. ¿Acaso Dios escogería a Gedeón porque él anhelaba ver de nuevo aquellas cosas?
Aunque Gedeón anhelaba ver el poder de Dios revelado nuevamente en su época, su fe para que esto aconteciese era muy pequeña. Él pensaba que Dios había abandonado a Su pueblo.
Aquel día el Señor le habló a Gedeón y lo desafió a salir con su fuerza a salvar a su pueblo (v. 14). Este versículo es significativo, pues vemos que había algunas características en Gedeón que Dios quería usar. En él había una fuerza que podía salvar a la nación. ¿Cuál era esa fuerza? Es obvio que la fuerza de la que aquí se habla no era una fuerza humana, pues no era el caso de Gedeón. Aquí podemos observar dos aspectos en cuanto a este hombre.
En primer lugar, el corazón de Gedeón clamaba a Dios para que hiciera algo. Él miraba al pasado y veía las grandes hazañas que Dios había hecho, y se preguntaba por qué Dios no las estaba haciendo en ese momento. “¿Dónde están todas sus maravillas, que nuestros padres nos han contado?”, preguntó él en el versículo 13.
Lo segundo que descubrimos acerca de Gedeón en este capítulo es que su corazón estaba angustiado porque Dios había abandonado la nación. Hay personas que ni siquiera se percatan de que ya Dios no está a su lado. Gedeón anhelaba ver el regreso de Dios y Su bendición sobre Su pueblo nuevamente.
Quizás estas cualidades en la vida de Gedeón eran la fuerza a la que Dios se refería en el versículo 14. La fuerza de Gedeón no era humana ni física. ¿Podría ser que su fuerza radicara en el deseo que él tenía de ver a Dios obrar de nuevo y en la tristeza que tenía al ver que Dios ya no estaba con su pueblo? Aquí había un hombre que Dios podía usar. Con estas cosas en el corazón de Gedeón que coincidían con Sus propósitos, Dios podía salvar a la nación.
Gedeón conocía sus propias debilidades. “¿Con qué salvaré yo a Israel?”, pregunta en el versículo 15. Él le recuerda al Señor que su clan era el más débil de la tribu de Manasés. También le dice que él era el menos importante de toda su familia. Gedeón no entendía que la fuente de su fortaleza no era física ni tampoco mental; sino que yacía en el corazón que tenía para Dios. Dios le dijo en aquel día que estaría con él y que lo fortalecería para derrotar a los madianitas (v. 16). Tan solo podemos imaginar lo que debió haber pensado Gedeón en aquel día. La opresión de los madianitas era tan grande que Israel se ocultaba en las montañas y las cuevas; y sacudían el trigo en los lagares con el propósito de ocultarlo de sus enemigos. Tan solo pensar que sería el escogido por Dios para vencer a los madianitas debió haber sido sobrecogedor.
Gedeón escuchó las palabras del Señor, pero quería estar seguro que había escuchado correctamente. Entonces, le pidió al ángel una señal. Lo que el Señor le estaba pidiendo a él que hiciera era de gran envergadura, así que Gedeón necesitaba estar seguro de que lo que estaba escuchando realmente provenía de parte de Dios. Esto que estaba haciendo Gedeón de pedir una señal no tenemos por qué verlo necesariamente como algo negativo de su parte. Hubo ocasiones en las Escrituras que Dios dio señales para confirmar lo que le estaba diciendo a Su pueblo.
También cabe destacar que, aunque Gedeón estaba pidiendo una señal, también salió a buscar una ofrenda para el ángel del Señor. La palabra que aquí se usa para “ofrenda” en hebreo puede referirse a una donación, un tributo o una ofrenda sacrificial. Pero se podría ver mejor como un acto de hospitalidad. Él le estaba ofreciendo al ángel del Señor algo de comer. Quizás su intención era hablar más del asunto con el ángel. Aunque algunos creen que lo que estaba trayendo Gedeón era una ofrenda para el Señor, el versículo 19 parece indicarnos que la carne preparada era con el propósito de ser consumida. Nos da esa impresión a partir del hecho de que Gedeón puso la carne en una cesta y trajo una especie de sopa en un caldero aparte. Aquel caldo no hubiera sido necesario si lo que estaba ofreciéndole al ángel era un sacrificio de adoración.
Cuando Gedeón regresó con la comida, el ángel del Señor le dijo que pusiera la carne y los panes sin levadura sobre una piedra (v. 20). Él también debía verter el caldo; y es muy probable, aunque aquí no se dice, que el caldo debía verterlo sobre la carne y los panes sin levadura que estaban sobre la roca. Luego de que Gedeón obedeciera lo que se le pidió, el ángel tocó con la punta de su vara la carne y los panes sin levadura. Entonces de la roca subió fuego que consumió la carne y los panes. Al instante de suceder esto el ángel del Señor desapareció (v. 21).
Gedeón se percató entonces que había sido el ángel del Señor el que se le había aparecido en aquel día (vv. 21-22). Aquello trajo temor a su corazón, pues temía que iba a morir por haber visto al ángel de Jehová. Dios le dijo que no temiera, sino que tuviera paz (v. 23). Como respuesta a lo sucedido aquel día Gedeón construyó un altar al Señor y lo llamó “El Señor es paz” (v. 24).
Este encuentro con el ángel del Señor debió haber sido trascendental en la vida de Gedeón. Él sabía ya que Dios no había abandonado a Su pueblo. También había recibido una gran señal de que él sería el instrumento escogido por Dios para librar a Israel de la opresión de los madianitas.
Dios no le pidió a Gedeón que fuera a pelear inmediatamente. Sin embargo, sí le dio una tarea que se relacionaba con su casa. Esa noche Dios le habló y le dijo que tomara un toro del rebaño de su padre. El toro debía tener siete años de edad, o estar plenamente maduro. Tenía que derribar el altar que su padre había levantado para Baal y el poste con la imagen de la diosa Asera que estaba al lado del altar (v. 25). En su lugar Gedeón tenía que construir un altar para el Señor. Con la madera de la imagen de la diosa Asera tenía que encender un fuego sobre el altar y allí sacrificar el toro que tomaría del rebaño de su padre (v. 26). Haciendo esto, Gedeón estaba definiendo su postura. Él tenía que estar dispuesto a limpiar su propia casa antes de ser usado por Dios para lidiar con los pecados de la nación. Este acto también definía en su mente y en la del pueblo que Gedeón estaba en contra de Baal y los dioses cananeos. De esta manera, él definía públicamente que estaba del lado del Dios de Israel.
Gedeón obedeció al Señor, tomó a diez de sus siervos y, debido a que temía a ser visto por su familia y los hombres de la ciudad, hizo todo aquello por la noche cuando nadie le podía ver. Gedeón era tímido y tenía miedo, pero Dios estaba dispuesto a usarlo. También debemos percatarnos que Dios estaba usando todo aquello para tratar con los temores de Gedeón.
Por la mañana, cuando se descubrió lo sucedido, la gente investigó y descubrió que Gedeón era el responsable (v. 29). Los hombres del pueblo le exigieron a su padre que trajera a su hijo para matarlo por haber hecho tal blasfemia (v. 30).
Entonces Joas respondió preguntándole a la multitud por qué ellos trataban de resolver dicho asunto por sus propias manos. Les dijo que le dejaran el asunto a Baal si al fin y al cabo era su altar el que había sido derribado. “Si es un dios, contienda por sí mismo con el que derribó su altar”, le dijo a la enfurecida multitud. La gente entonces se marchó dejando aquel asunto en las manos de su dios Baal. Desde aquel día llamaron a Gedeón “Jerobaal”, que significa “contienda contra él Baal” (v. 32). Por medio de lo sucedido, Dios le estaba mostrando a Gedeón que él podía protegerlo si caminaba en obediencia a Su voluntad.
Estos versículos nos muestran más aún acerca de la condición en la que se encontraba el país en aquel tiempo. Los hombres del pueblo donde vivía Gedeón estaban molestos porque se había construido un altar a Dios sobre los restos del altar dedicado a Baal. No quedaban dudas sobre su lealtad, ellos no querían al Dios de Israel, querían a Baal. Este era el pueblo que Gedeón estaba tratando de salvar de las manos de sus enemigos. Pero ellos no estaban listos para arrepentirse de sus pecados. No estaban listos para consagrarse al Señor; sino que seguían queriendo a Baal y a sus dioses paganos. A pesar de no merecérselo, Dios se acercó a ellos por medio de Su siervo Gedeón.
Pronto llegó el tiempo de la batalla. Los madianitas y los amalecitas pronto juntaron sus fuerzas con otros pueblos del oriente, y cruzaron el Jordán y acamparon en el valle de Jezreel (v. 33). El Espíritu del Señor entonces vino sobre Gedeón, el cual tocó la trompeta para que los abiezeritas (los de su clan) se reunieran con él (v. 34). También envió mensajeros por toda la tribu de Manasés para que tomaran las armas. El llamado también llegó a las tribus de Aser, Zebulón y Neftalí. A todas estas tribus se les pidió que apoyaran a Gedeón en su lucha contra el enemigo.
Entre tanto Gedeón se preparaba para la batalla, fue delante del Señor para preguntarle si Él le daría la victoria sobre sus enemigos. Aunque ciertamente Gedeón parecía tener problemas con su fe, debemos entender que era la costumbre de los reyes de Israel buscar la voluntad y la bendición de Dios antes de ir a la batalla. Esto es lo que Gedeón está haciendo aquí. Le está pidiendo a Dios que le dé una señal que le asegure que va a tener la victoria sobre los madianitas y los amalecitas (v. 36).
En aquel día, Gedeón le pidió al Señor una señal muy particular. El preparó un vellón de lana de oveja y lo puso sobre la tierra, y le dijo a Dios que, si el rocío de la mañana estaba sobre el vellón y no sobre la tierra, él sabría que Dios salvaría a Israel y le daría la victoria. Por la mañana, cuando Gedeón se levantó, exprimió el vellón y sacó un tazón lleno de agua, mientras que alrededor la tierra estaba completamente seca (v. 38).
Ese mismo día Gedeón le pidió otra confirmación a Dios. Esta vez le pidió que el vellón estuviese seco la mañana siguiente y que la tierra estuviese mojada del rocío (v. 39). Al día siguiente, al levantarse había sucedido exactamente como había pedido (v. 40). De esta manera Gedeón supo que Dios en verdad le daría la victoria.
La nación de Israel le había dado la espalda a Dios. Sin embargo, en medio de todo esto, había un hombre que se lamentaba de que la presencia de Dios ya no se evidenciaba entre ellos. Este hombre anhelaba ver las maravillas de las cuales había escuchado sucedieron en la historia de Israel. Él no era un individuo fuerte, más bien era tímido y un poco miedoso, pero estaba dispuesto a obedecer. Y esto era lo que Dios necesitaba. Él tomaría a este hombre y lo usaría para traer liberación para Su pueblo.
Para meditar:
· Describamos el estado de la nación de Israel en los días de Gedeón.
· ¿Cuál fue la fuerza que Gedeón demostró?
· ¿Cuáles eran las debilidades de Gedeón? ¿Cuáles son las personas que Dios puede usar?
· ¿Está mal que le pidamos a Dios que nos confirme algo que creemos Él nos ha estado diciendo?
· Gedeón fue llamado a definir su postura y a purificar primero su propia casa. ¿Qué se interpone entre nosotros y el ser usados por Dios? ¿Es nuestra postura para con el Señor clara en nuestra comunidad?
Para orar:
· Pidamos a Dios que nos revele cualquier pecado que impida que experimentemos la victoria que Él nos da.
· Agradezcamos al Señor que, aunque no somos merecedores de Su gracia, todavía Él la derrama sobre nosotros.
· Agradezcamos al Señor que, a pesar de nuestras faltas y defectos, Él puede usarnos para la expansión de Su Reino.
· Pidamos al Señor que, al igual que Gedeón, nos dé el fuerte deseo de verle obrar en nuestros tiempos.
25 – GEDEÓN DERROTA A LOS MADIANITAS
Leamos Jueces 7:1-25
En la meditación anterior vimos que Gedeón era un hombre sencillo que provenía de una pequeña familia en la tribu de Manasés. En su corazón tan solo tenía una pequeña semilla de fe que Dios estaba dispuesto a usar para Su gloria. En este capítulo veremos que Dios quería que Su pueblo supiera que Él le daría la victoria sobre los madianitas. Los sucesos que ocurren en este capítulo fueron planificados por Dios para que no existiese duda alguna de que había sido Él el que les había dado la victoria.
Del capítulo 6 supimos que Gedeón había reunido un gran ejército para que pelease contra los madianitas. Gedeón y su ejército estaban acampando junto a la fuente de Harod. El ejército madianita se encontraba al norte de ellos, cerca de las montañas de More (v. 1). Todo estaba listo para la batalla.
Desde el punto de vista humano, mientras más grande fuera el ejército de Gedeón, más posibilidades tendrían de derrotar a los madianitas. Sin embargo, la victoria de Dios no depende de los números. Mientras acampaban junto a la fuente, Dios le habló a Gedeón y le dijo que su ejército era demasiado grande. Observemos en el versículo 2 la razón por la cual Dios quería reducir el tamaño del ejército de Gedeón. Dios no quería que el pueblo pensara que la victoria sobre Madián había sido el resultado de su propia fuerza. Él quería debilitarlo para que Su pueblo supiera que la victoria había venido de Su parte.
¿Nos sorprende que Dios en ocasiones se deleite en nuestra debilidad? Veamos qué dice Pablo en 2 Corintios 12:7-10 acerca del “aguijón” en la carne.
“Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”.
Pablo entendía lo que Gedeón tuvo que aprender en esa batalla. A veces Dios permite que las debilidades permanezcan en nuestras vidas para que podamos darnos cuenta que nuestras victorias nos las da Él y no nuestra propia capacidad. Dios quería reducir el tamaño del ejército de Gedeón para que supieran que la victoria que les iba a dar provenía de Él. Para lograr esto Dios le dijo que dejara marcharse a casa a todo aquel que tuviese miedo (v. 3). Ese día 22 mil hombres salieron del ejército de Gedeón, quedando tan solo con él 10 mil hombres para pelear contra los crueles madianitas.
Mientras Gedeón miraba marchar a los 10 mil hombres, Dios le habló una segunda vez. En el versículo 4 el Señor le vuelve a decir que todavía tenía demasiados hombres en su ejército, y que iba a seleccionar a otros de entre los 10 mil que quedaban. Gedeón tenía que dejar irse a todo aquel que el Señor le dijera.
Es importante percatarnos que aquí se está probando la fe de Gedeón. A menudo se describe a Gedeón como un hombre que no tenía mucha fe; sin embargo, lo que necesitamos ver es que Gedeón seguía obedeciendo al Señor. Aun cuando su ejército se estaba reduciendo, él seguía confiando en el Señor. Parece que el secreto de su fuerza radicaba en su disposición de confiar y obedecer a Dios.
Dios le dijo entonces a Gedeón que llevara a sus hombres a tomar agua, y le dijo que observara la manera en que la bebían. Él tenía que separar aquellos que bebiesen el agua llevándola a su boca con sus manos y lamiéndola, de aquellos que se arrodillaban para beber (v. 5). No debemos tratar de interpretar este versículo más allá de lo que nos está diciendo. No había nada de especial en un grupo por encima del otro por su manera de beber el agua. El propósito de Dios aquí era el de reducir el tamaño del ejército de Gedeón de tal manera que quedara un grupo pequeño, y no quedara duda alguna que había sido Él quien les había proporcionado la victoria.
De los 10 mil hombres que fueron a beber agua, solamente trecientos la tomaron llevándola con sus manos a la boca; el resto se puso de rodilla a beber (v. 6). Dios le dijo a Gedeón que Él salvaría a la nación con estos trecientos hombres, y que debía enviar el resto a sus hogares (v. 7). Gedeón hizo exactamente como el Señor le ordenó, y 9700 hombres se fueron a sus casas ese día.
Observemos en el versículo 9 que Dios se le apareció a Gedeón la noche después que había enviado a los hombres de vuelta a casa; y le dijo que tenía que ir y descender contra el campamento de los madianitas. Dios le prometió a Gedeón y a su pequeño ejército que les daría la victoria sobre sus enemigos. Sin embargo, también debemos percatarnos de que en el versículo 10 Dios le dijo a Gedeón que si tenía miedo de ir a la batalla que se llevara consigo a su criado Fura para que bajara con él al campamento madianita y que escuchara lo que ellos estaban diciendo. Dios sabía del temor que había en Gedeón y quiso darle una señal que lo motivara en su obediencia.
Revelando su temor, Gedeón tomó a su siervo para que fuera con él hasta el campamento enemigo (v. 11). Estando allí descubrieron que los madianitas, los amalecitas y los pueblos orientales se había asentado en el valle. Eran tan numerosos que el versículo 12 los describe como “langostas en multitud”, y que “sus camellos eran innumerables como la arena que está a la ribera del mar”. Ver esto hubiera sido más que suficiente para desanimar a Gedeón, pero Dios le había dicho específicamente que cobraría ánimo después de lo que iba a oír, no después de haber visto.
Cuando se acercaba Gedeón al campamento escuchó a un hombre que le contaba a su amigo sobre un sueño que había tenido. Éste contaba que en su sueño veía un pan de cebada que rodaba hacia el campamento madianita. El pan golpeó con tanta fuerza que hizo colapsar la tienda (v. 31).
Mientras Gedeón escuchaba, el amigo del hombre le interpretaba el sueño. “Esto no es otra cosa sino la espada de Gedeón hijo de Joás, varón de Israel. Dios ha entregado en sus manos a los madianitas con todo el campamento” (v. 14).
Entonces Gedeón adoró a Dios al escuchar el sueño y su interpretación (v. 15). Él sabía que Dios le iba a dar la victoria sobre los madianitas. Cuando regresó a su campamento llamó a todos sus hombres: “Levantaos, porque Jehová ha entregado el campamento de Madián en vuestras manos” (v. 15).
En lo personal encuentro que resulta interesante que el Señor usara el sueño del enemigo para darle ánimo a Gedeón. Dios no se limita a hablarnos solamente por medio de aquellos que lo aman y han sido específicamente dotados por Él. Dios puede usar incluso al mismo enemigo para hablarnos al corazón y animarnos.
Esa misma noche Gedeón dividió a sus hombres en tres escuadrones. A cada grupo se le dio trompetas y cántaros vacíos con antorchas dentro de los cántaros (v. 16). Es muy posible que los cántaros hubiesen sido de barro, y que cuando se colocaron las antorchas dentro de ellos impidieron que se viera la luz que éstas irradiaban. Debemos recordar que era de noche, y un ejército de trecientos hombres, cada uno con una antorcha en la mano, hubiera puesto sobre aviso al enemigo dándole tiempo para alistarse para la batalla. Con las antorchas dentro de las vasijas de barro no notarían su presencia.
Gedeón les dijo a sus hombres, además, que se mantuvieran observándolo e hicieran exactamente lo mismo que él hiciera (v. 17). Cuando él y los que estaban con él tocaran las trompetas, el resto debía hacer lo mismo. Cuando sonaran sus trompetas también debían gritar: “¡Por Jehová y por Gedeón!” (v. 18).
Los judíos tenían tres tiempos de vigilia durante la noche. La primera vigilia era desde la puesta del sol hasta las 10 p.m. La segunda vigilia era desde las 10 p.m. hasta las 12 a.m. La última era desde las 12 a.m. hasta la salida del sol. Gedeón llegó a esa vigilia del medio, justo después del cambio de guardia (v. 19). Esto debió haber sido justo después de la media noche. Cuando llegaron al campamento enemigo, Gedeón sonó su trompeta y quebró la vasija que tenía en su mano; y los demás hicieron lo mismo. Solo nos resta imaginar la reacción del enemigo. En medio de la noche, de repente escucharon un sonido tan fuerte como el de trescientas trompetas, y luego, después de ese sonido tan fuerte escucharon el sonido de trescientas vasijas que se quebraban. Con el sonido de las trescientas vasijas quebradas, pudieron ver las luces que irradiaban las trescientas antorchas que les rodeaban. Luego de esto, el grito de trescientos hombres que decían: “¡Por la espada de Jehová y de Gedeón!” (v. 20).
Aquellos sonidos sobresaltaron a los soldados enemigos quienes comenzaron a salir corriendo de sus tiendas asustados y gritando mientras huían. Cada uno atacaba al otro en la oscuridad con sus espadas (v. 22). Finalmente, el ejército madianita salió huyendo del valle.
Los israelitas de Neftalí, Aser y Manasés fueron llamados a perseguir al ejército de Madián que escapaba temeroso (v. 23). Gedeón envió mensajes a Efraín pidiéndoles que descendieran contra los madianitas (v. 24). Ellos respondieron a este llamado y tomaron posesión de las aguas del Jordán hasta la región de Bet-bara (v. 24). También llegaron a capturar a dos líderes madianitas importantes llamados Oreb y Zeeb. Ambos líderes fueron ejecutados, y sus cabezas fueron llevadas a Gedeón (v. 25).
Aunque en ocasiones Gedeón sintió miedo, y en otras cuestionó lo que Dios estaba haciendo, decidió obedecer. Dios bendijo su obediencia y trajo grandes victorias por medio de él. Habrá momentos en los que también sentiremos miedo e incertidumbre de lo que está delante. Pero este pasaje nos desafía a obedecer a pesar de todo eso. Dios honrará a quienes obedezcan y caminen en sus mandamientos.
Para Meditar:
· ¿Cuáles son nuestras debilidades personales?
· ¿En qué otras cosas, aparte de Dios, estamos tentados a poner nuestra confianza?
· ¿De qué manera se glorificó Dios en la debilidad del apóstol Pablo? ¿De qué manera se glorificó en la debilidad de Gedeón y su ejército? ¿Cómo se glorifica Dios en nuestras debilidades?
· ¿Cómo ministró Dios los temores de Gedeón? ¿De qué manera nos alienta el hecho de que Dios no condenó a Gedeón por sus temores siempre que estuvo dispuesto a obedecer?
· ¿Acaso el temor impedirá que obedezcamos siempre? ¿Qué nos enseña Gedeón acerca de esto? ¿Cuáles son nuestros temores personales?
Para orar:
· Agradezcamos al Señor que a pesar de nuestras debilidades Él puede usarnos para Su gloria.
· Pidámosle al Señor que nos perdone por las veces en que hemos puesto nuestra confianza en otras cosas.
· Pidamos al Señor que nos dé victoria sobre nuestros temores personales.
· Agradezcamos al Señor por el ejemplo de obediencia que fue Gedeón a pesar de sus temores e inseguridades. Pidamos al Señor que nos haga más como Gedeón.
26 – LA MUERTE DE GEDEÓN
Leamos Jueces 8:1-35
Dios derrotó el vasto ejército de los madianitas y los amalecitas por medio de los esfuerzos de Gedeón y sus trecientos hombres. Gedeón también convocó a sus coterráneos israelitas a que se les unieran y los derrotaran por completo. Finalmente, el ejército de Israel los persiguió y mató a muchos.
A comienzos del capítulo 8 encontramos que Gedeón se enfrenta a un problema. En el versículo 1 los hombres de la tribu de Efraín lo criticaron por no haberles pedido que fueran a la batalla cuando él fue a pelear contra los madianitas. Está claro en Jueces 7:24 que Gedeón envió mensajeros a Efraín invitándolos a unirse a él en la batalla. Ellos respondieron a ese llamado tomando control de los vados del Jordán para así bloquear a los enemigos que trataban de escapar cruzando el río, y también aniquilaron a dos importantes líderes madianitas (ver Jueces 7:24-25). El problema que tenían los de la tribu de Efraín con Gedeón era que él no los había invitado a la batalla final en la que habían participado sus trecientos hombres.
Gedeón era de la tribu de Manasés, hijo de José. Efraín también era hijo de José, así que ambas tribus descendían de él. Lo que quizás hayan pensado los de Efraín era que ellos debían haber tenido una atención especial por parte de Gedeón en la batalla. Y esto pudiera ser muy cierto ahora que Gedeón había derrotado totalmente a los madianitas. Efraín quería tener parte de esta gloria. Pero según como se desenvolvieron los sucesos, la gloria no fue para ellos. Era precisamente por eso que Dios le había dicho a Gedeón que redujera el tamaño de su ejército a un número de trescientos hombres. Él sabía que si hubiese habido alguna manera en que el pueblo de Israel pudiera atribuirse la victoria, lo hubiera hecho así.
Observemos la respuesta de Gedeón a los de Efraín en el versículo 2. Él les recordó cuán grande era la tribu de ellos en comparación con su pequeño clan. “¿No es el rebusco de Efraín mejor que la vendimia de Abiezer?”, les preguntó. En otras palabras, ¿qué es mi pequeña tribu comparada con la gran tribu de Efraín? Les dijo que lo que sobraba de la cosecha de uvas en Efraín era mayor que toda la cosecha de esta pequeña tribu de Manasés.
Gedeón también les recordó que ellos habían capturado y aniquilado a dos importantes líderes madianitas. En el versículo 3 también añade: “Comparado con lo que hicieron ustedes, ¡lo que yo hice no fue nada!” (NVI). Al decir esto Gedeón estaba reconociendo su valiosa contribución en el esfuerzo de derrotar a los madianitas. Cuando los de Efraín escucharon aquellas palabras, su resentimiento desapareció y se calmaron.
Aunque es un poco difícil entender esta reacción por parte de la tribu de Efraín, podemos suponer que estaban sintiendo algo de celo, y querían para sí algo de aquella gloria. Cuando Gedeón les recordó que sus nombres quedarían en la historia por haber derrotado a aquellos dos líderes importantes de Madián, su codicia de gloria quedó satisfecha. ¡Con cuánta facilidad a veces sentimos celos de las victorias de otros! Parece que Efraín tenía un problema con el cual tenemos que lidiar muchos de nosotros en el ministerio, el deseo de alcanzar gloria.
Los problemas de Gedeón no se terminaron con Efraín. Él y sus trescientos hombres se encontraban exhaustos mientras seguía persiguiendo al enemigo. En este empeño tuvieron que cruzar el río Jordán, y llegaron al pueblo de Sucot en la región que se le repartió a la tribu de Gad.
Cuando Gedeón llegó a Sucot, le pidió a los que allí vivían que le dieran algo de comer a él y a sus tropas porque estaban cansados de perseguir a Zeba y a Zamula, reyes de Madián (v. 5). Sin embargo, los principales de Sucot se rehusaron a darles provisiones diciendo:
¿Están ya Zeba y Zalmuna en tu mano, para que demos pan a tu ejército? (v. 6).
Esta respuesta de parte de los de Sucot hizo enojar a Gedeón. Les dijo que cuando capturaran a los reyes de Madián, regresaría para trillar su carne con espinos y abrojos del desierto (v. 7).
Gedeón salió de la región de Sucot y se fue con su ejército hasta Peniel. Allí también pidió provisiones para sus hombres, pero también se las negaron (v. 8). En Peniel había una torre, y Gedeón les dijo a sus habitantes que cuando derrotara a los madianitas, regresaría y derribaría esa torre (v. 9).
Los reyes madianitas Zaba y Zalmuna se encontraban en Carcor con un ejército de unos quince mil hombres. Esto era lo que quedaba de un ejército de ciento veinte mil hombres (v. 10). Aquí podemos ver la gran victoria que Dios le estaba dando a Su pueblo. Cuando Gedeón descubrió dónde estaban, tomó un camino por la parte de atrás de la ciudad sorprendiendo de esta manera al enemigo (v. 11). Zaba y Zalmuna huyeron, pero Gedeón los capturó (v. 12).
Cuando regresaba de la victoria, Gedeón capturó a un joven de la ciudad de Sucot y lo interrogó. Por medio de este joven Gedeón obtuvo un listado de nombres de setenta y siete líderes principales de la ciudad de Sucot (v. 14). Entonces Gedeón y sus hombres fueron a aquella ciudad y les mostraron los reyes de Madián. Después de recordarles que le habían negado hospitalidad a él y a sus soldados, tomó a aquellos hombres y los castigó tal y como les había dicho que haría (v. 16). Luego, Gedeón y sus hombres fueron de Sucot a Peniel en donde derribó la torre de esa ciudad como castigo por su falta de hospitalidad y compasión por sus hombres.
Después de esto, Gedeón puso su atención en los reyes madianitas Zeba y Zalmuna. En el versículo 18 vemos que le pregunta por las personas que ellos habían matado en la región de Tabor. En la Biblia no se registra tal evento; pero tal parece que estos reyes habían sido responsables de haber masacrado a los hermanos de Gedeón (v. 19). Los reyes de Madián no negaron haber matado a aquellas personas (v. 18).
Gedeón le pidió a su hijo mayor, Jeter, que matara a los dos reyes madianitas por lo que habían hecho. Sin embargo, Jeter era todavía un muchacho y tenía miedo de desenvainar su espada para matar a estos dos reyes (v. 20). Entonces Zaba y Zalmuna le pidieron a Gedeón que los matara él mismo. Percatémonos de lo que le dicen a Gedeón en el versículo 21: “porque como es el varón, tal es su valentía”. Estas palabras pudieron haber sido tomadas por Gedeón como un insulto hacia su hijo. En realidad, lo que estaban diciendo era que su hijo no era lo suficientemente hombre para tomar una espada y matarlos, así que Gedeón tendría que hacer esto él mismo. Entonces Gedeón tomó la iniciativa y los mató (v. 21).
Con la muerte de los reyes madianitas y la derrota de su ejército, Israel fue librado de una opresión que había durado siete años (Jueces 6:1). Ellos habían visto la capacidad de liderazgo que Gedeón mostró durante la batalla contra los madianitas, y le pidieron a él y a sus hijos que fuesen sus líderes (v. 22). Pero Gedeón no estaba interesado en ser su líder. Para él, ya había cumplido con aquello para lo cual Dios lo había llamado. Además de esto, él sabía que no le pertenecía a él gobernar sobre Israel. Ya Israel tenía un líder, Jehová Dios señorearía sobre ellos (v. 23).
Gedeón no iría más allá de lo que Dios le había pedido que hiciera. Aquí hay una lección muy importante que todos debemos aprender. Al principio de este capítulo vimos cómo los hombres de Efraín estaban buscando gloria para sí mismos. Gedeón pudo haberse regodeado en la gloria que brinda la victoria; pudo haberse convertido en rey y haber tenido la admiración del pueblo de Israel, pero esto no era a lo que Dios lo había llamado. El resto de su vida, en su mayor parte, estaría expuesto a la vista pública. Él prefería regresar a su casa, y de ahí en lo adelante continuar siendo un hombre común. Él parecía estar muy conforme con eso. Hay veces en que vamos más allá de lo que Dios nos ha llamado a hacer. A veces estamos tan enfocados en buscar nuestra propia gloria que nos abrimos paso hasta la cima para obtenerla. Gedeón prefirió alejarse de la posición que le ofrecían porque no era el propósito de Dios para él, ni tampoco quería recibir la gloria que le pertenecía al Señor.
Sin embargo, Gedeón tenía una petición. En el versículo 24 le pidió al pueblo que le dieran los zarcillos (anillo (NVI), arete (NTV)) del botín. Los israelitas estaban más que contentos de darles una muestra de agradecimiento. Entonces se puso un manto en el suelo y cada hombre puso un zarcillo de su botín sobre aquel manto. El peso de aquellos zarcillos de oro fue de mil setecientos siclos (43 libras o 19.5 kilogramos). Gedeón también tuvo los adornos, pendientes y vestidos de púrpura que usaban los reyes de Madián, además de los collares que estaban en los cuellos de sus camellos (v. 26).
De aquel oro Gedeón hizo un efod que luego puso en su pueblo natal, Ofra (v. 27). El efod era parte de la vestimenta que usaban los sacerdotes (Levítico 8:7). No estamos seguros por qué Gedeón tuvo que hacer aquel efod. Obviamente debió haber tenido algún significado espiritual para él. Quizás lo tuvo como recordatorio de la victoria que Jehová le había dado sobre los madianitas. Las intenciones de Gedeón no eran claras.
Sin embargo, una cosa sí quedaba clara en el versículo 27, y es que aquel efod se convertiría en una trampa para Israel, así como para Gedeón y su familia. Israel comenzó a adorar aquel efod.
Israel disfrutó entonces una paz de cuarenta años. Madián había sido vencida y no constituía de nuevo una amenaza para Israel (v. 28). Gedeón tuvo setenta hijos y muchas esposas (v. 30). Uno de los hijos de Gedeón se llamó Abimelec, cuya madre era una de las concubinas de Gedeón (v. 32). Luego murió Gedeón de avanzada edad y lo sepultaron en la tumba de su padre Joás en Ofra (v. 32).
Luego de la muerte de Gedeón, los israelitas le dieron la espalda al Señor y adoraron otros dioses. Entonces pusieron a Baal-berit como su dios (v. 33). Israel no se acordó del Señor ni de cómo los había rescatado de las manos de los madianitas (v. 34). Israel no solamente se olvidó del Señor y de la victoria que Él les había dado, sino que no guardaron respeto ni agradecimiento a la familia de Gedeón por todo el bien que les habían hecho alcanzando para ellos la victoria (v. 35). Las bendiciones de Dios fueron rápidamente olvidadas.
Para Meditar:
· ¿Qué aprendemos del deseo que tenía Efraín de alcanzar gloria? ¿Cuán tentador nos puede resultar el querer recibir gloria? ¿Quién es el único digno de gloria?
· Los habitantes de Sucot y Peniel se rehusaron a apoyar a Gedeón en su esfuerzo de derrotar al enemigo. Por esto fueron castigados. ¿Por qué es importante que apoyemos a los siervos que Dios ha llamado al ministerio? ¿De qué manera estamos usando nuestros recursos para apoyar a quienes Dios ha llamado al ministerio?
· Gedeón se rehusó a ser líder de ellos porque ya Dios era su líder. Él sabía que esa no era la voluntad de Dios para su vida. ¿Cuán conformes estamos con el propósito de Dios para nosotros? ¿Alguna vez hemos querido tener más que aquello que constituye el propósito de Dios para nuestras vidas?
· El efod que hizo Gedeón se convirtió en un objeto de adoración. ¿Qué puede haber en nuestras iglesias que pudiera ocupar el lugar de Dios en este tiempo?
Para Orar:
· Pidamos a Dios que nos perdone por las veces que quisimos que la gente nos viera más a nosotros que a Él.
· Pidamos a Dios que nos ayude a desear Su gloria más que cualquier otra cosa.
· Pidamos al Señor que nos muestre cómo podemos apoyar a Sus siervos en el ministerio. Pidámosle que abra nuestros ojos a las necesidades que tienen los obreros cristianos alrededor nuestro.
· Pidamos a Dios que nos ayude a conformarnos con Su voluntad para nuestras vidas. Pidámosle perdón por las veces que no pudimos someternos a Su propósito.
· Pidámosle al Señor que nos muestre cualquier cosa que haya en nuestras iglesias y en nuestras vidas que le esté quitando a Él la gloria.
27 – ABIMELEC
Leamos Jueces 9:1-57
Antes de la muerte de Gedeón, el pueblo de Israel quiso que él y sus hijos fueran sus líderes. Gedeón rechazó esto basado en el hecho de que solo Dios era el líder de ellos. Uno de los hijos de Gedeón se llamaba Abimelec, quien había nacido de una de las concubinas de su padre. Éste decidió sacar ventaja de los servicios que su padre le había brindado a la nación. Él quería ser el líder de Israel. Sin embargo, para poder lograr este propósito, tenía que vencer dos obstáculos. El primero era que necesitaba tener el apoyo del pueblo en general. Y el segundo era que necesitaba hacer algo respecto a sus hermanos.
En el versículo 1 vemos que Abimelec fue a Siquem a casa de los hermanos de su madre. Recordemos que su madre era una de las concubinas de Gedeón. Obviamente, ella era de la región de Siquem, y sus hermanos (los tíos de Abimelec) vivían en esa región. Él sabía que si había un lugar donde podía encontrar apoyo, ese sería Siquem, donde habitaba la familia de su madre.
Cuando Abimelec llegó a Siquem, hizo esta pregunta:
“¿Qué os parece mejor, que os gobiernen setenta hombres, todos los hijos de Jerobaal, o que os gobierne un solo hombre? Acordaos que yo soy hueso vuestro, y carne vuestra” (v. 2).
Recordemos que el nombre de Jerobaal era el otro nombre que le habían puesto a Gedeón (Jueces 6:32). En este pasaje vemos que las intenciones de Abimelec eran obvias. Él estaba tratando de convencer a los ciudadanos de Siquem de que él sería mejor líder para ellos que sus hermanos porque él era uno de ellos. Su estrategia le salió bien pues vemos en el versículo 3 que los habitantes de Siquem estaban inclinados a seguirle.
Con el apoyo del pueblo de Siquem, Abimelec tenía que lidiar ahora con el segundo obstáculo de su liderazgo, sus hermanos. En el versículo 4 vemos que los habitantes de Siquem le dieron setenta siclos de plata del templo de Baal-berit. Luego Abimelec usó ese dinero para reclutar a algunos hombres. Entonces se dirigió con ellos a la ciudad natal de su padre, Ofra, y reuniendo a todos sus hermanos los mató. Solamente Jotam, que era el más joven de todos, pudo escapar (v. 5). Sin el estorbo de los otros hijos de Gedeón, los ciudadanos de Siquem junto con los de la casa de Milo, se reunieron para coronar a Abimelec como rey (v. 6).
Debemos entender que Abimelec no había sido escogido por Dios para ser rey. Esto fue idea de él. Él quería ser líder, y no se detendría ante nada para lograr sus deseos. Su padre reconocía que el líder de ellos era Dios, pero Abimelec no reconocía eso. Él se estaba atreviendo a tomar el lugar que Dios tenía en Israel.
Cuando Jotam, el hijo menor de Gedeón, escuchó aquello, sintió la necesidad de decir algo. Entonces subió a la cima del monte Gerizim y gritándoles a los ciudadanos de Siquem, les dijo una parábola.
La parábola que les contó trataba sobre algunos árboles que salieron a ungir un rey. Ellos le pidieron al olivo que fuera su rey (v. 8). El olivo rehusó ser su rey porque no quería abandonar su función de la cual tanto los dioses como los hombres se beneficiaban (v. 9).
Cuando el olivo se rehusó, los árboles le pidieron a la higuera que fuera su rey (v. 10). La higuera también se rehusó diciendo que no estaba dispuesta a dejar sus frutos para gobernar sobre otros árboles (v. 11).
Los árboles entonces fueron donde estaba la vid y le pidieron que fuera su rey (v. 12). La vid se rehusó en dejar su vino que alegraba tanto a dioses como a hombres para irse a gobernar otros árboles (v. 13).
Finalmente, los árboles le pidieron a la zarza que fuera el rey de ellos (v. 14). La zarza les dijo que, si realmente ellos querían que ella fuera su rey, tendrían que refugiarse bajo su sombra. Si ellos no se refugiaban bajo su sombra, les enviaría un fuego que los consumiría. Ni tan siquiera los majestuosos cedros del Líbano se salvarían de la ira de la zarza (v. 15).
Creemos que es importante percatarnos de algunos aspectos de esta parábola antes de analizar lo que Jotam estaba diciendo. En primer lugar, percatémonos que los primeros tres árboles eran árboles productivos. Ellos producían olivas, aceite de oliva, higos, uvas y vino. Estos tres árboles eran la primera opción porque tenían algo que ofrecer a los otros árboles. Sin embargo, veamos que éstos se rehusaron a hacer lo que no era natural en ellos. Ellos entendían que si querían guiar a otros árboles tendrían que dejar aquello para lo cual Dios los había designado. El olivo tendría que dejar de producir el aceite de oliva. La higuera tendría que dejar de producir higos. Y la vid tendría que dejar de dar uvas para hacer vino. Dios tenía un propósito para estos árboles. Al igual que Gedeón, aquellos árboles no estaban dispuestos a abandonar ese propósito para hacer algo a lo que no estaban llamados. ¿A qué nos ha llamado Dios? Permanezcamos fieles a ese llamado. No dejemos que el enemigo nos distraiga.
Lo segundo que necesitamos ver es que la zarza era la más insignificante entre los árboles. No tenía nada que ofrecer; no producía ningún fruto beneficioso. La zarza, además de ser improductiva, también dificultaba que otros árboles produjesen buen fruto, pues les quitaba los nutrientes del suelo y los ahogaba, por eso era usual que la arrancaran de raíz y la quemaran.
Veamos cómo la zarza exigió que los demás árboles vinieran bajo su sombra. Si ellos no lo hacían, ella los mataría. Esto fue lo que Abimelec les hizo a sus hermanos. Debido a que ellos eran un obstáculo para que él pudiera alcanzar el éxito, los mató. Si él fue capaz de hacerle esto a sus propios hermanos, ¿qué más no haría a quienes se le atravesaran en el camino? Jotam estaba comparando a Abimelec con una inútil zarza que exigía sumisión por la fuerza.
Después de haberles dicho esta parábola a los pobladores de Siquem, Jotam les deseó bien si habían actuado de buena fe y tratado a la familia de Gedeón con el respeto que se merecía. “Si con verdad y con integridad habéis procedido hoy con Jerobaal y con su casa, que gocéis de Abimelec, y él goce de vosotros” (v. 19).
Sin embargo, después de haber dicho eso, Jotam les recordó a los seguidores de Abimelec que su padre había arriesgado su vida por ellos (v. 17). Les dijo que le habían pagado a su padre asesinándole a sus hijos; y que habían hecho rey a Abimelec porque estaba emparentado con ellos por medio de su madre (v. 18). En el versículo 20, Jotán pronuncia una maldición sobre los seguidores de Abimelec si habían actuado mal.
…fuego salga de Abimelec, que consuma a los de Siquem y a la casa de Milo, y fuego salga de los de Siquem y de la casa de Milo, que consuma a Abimelec.
Jotam sabía cómo habían sido las acciones de Abimelec y sus seguidores, pero le dejó ese asunto en las manos de Dios. Él brinda una bendición y una maldición. Dios aplicaría una de las dos según fuera el caso. Después de decir lo que pensaba, Jotam huyó a la ciudad de Beer para escapar de su hermano Abimelec (v .21). ¿Por qué mataron a los hijos de Gedeón y dejaron con vida al cruel Abimelec? ¿Por qué Jotám tuvo que vivir en escondites? Aunque no podamos entender el propósito de Dios, podemos estar seguros que Él es un Dios de justicia. En los versículos que siguen veremos cómo Dios hace cumplir su propósito en la vida de Abimelec.
Después que Abimelec hubo gobernado a Israel por tres años, Dios envió un espíritu maligno entre Abimelec y los ciudadanos de Siquem (vv. 22-23). Las buenas relaciones entre ellos no duraron mucho. No debiéramos pensar que el “mal espíritu” del que se habla aquí se refiere necesariamente a un demonio. La palabra usada aquí puede referirse fácilmente a una actitud de desconfianza o molestia. Lo que sí queda claro en este pasaje es la reacción del pueblo hacia Abimelec. Ellos actuaron con gran deslealtad hacia él, y ya no lo querían más como líder. Quizás ellos llegaron a ver quién realmente él era. ¿Será que Dios les abrió los ojos para que vieran lo que él estaba haciendo? El versículo 24 dice claramente que Dios estaba permitiendo esa división entre Siquem y Abimelec para castigarle por el crimen de haber matado los hijos de Gedeón (Jerobaal).
También necesitamos recordar la maldición de Jotam en el versículo 20. En ella Jotam pidió que saliera fuego de Abimelec que consumiera a los ciudadanos de Siquem y Milo, y también que saliera fuego de Siquen y Milo que consumiera a Abimelec. Aquella maldición estaba a punto de hacerse realidad. En el versículo 25 se nos dice que los ciudadanos de Siquem se escondían en las colinas para hacerles emboscadas y asaltar a la gente que pasaba. Al hacer esto constituían una gran molestia para Abimelec.
Dios levantó un hombre llamado Gaal. Éste se mudó al pueblo de Siquem y allí se ganó la confianza de la gente de la ciudad (v. 26). Cierto día, cuando el pueblo había reunido la cosecha de uvas y las aplastaban, se pusieron a comer y a beber en el templo. En el curso de sus conversaciones llegaron a maldecir a Abimelec (v. 27). Gaal los escuchó maldiciendo a Abimelec y les preguntó por qué tenían que estar sujetos a él (v. 28). Entonces les dijo que si él fuera su jefe se desharía de Abimelec; y los desafió a que reunieran su ejército y se sublevaran contra su líder (v. 29).
Zebul, el gobernador de la ciudad, era fiel a Abimelec, y cuando oyó que Gaal estaba incitando al pueblo en contra de Abimelec, se molestó (v. 30). Entonces, mandó secretamente mensajeros a Abimelec diciéndole lo que Gaal estaba haciendo, y sugiriéndole a Abimelec y a sus hombres que se lanzaran contra Siquem. (vv. 31-33).
Abimelec siguió el consejo de Zebul y por la noche envió sus tropas, las cuales se dividieron en cuatro compañías (v. 34). Cuando las tropas de Abimelec salieron de donde estaban escondidas, Gaal se encontraba en la puerta principal de la ciudad (v. 35). Al ver que venían, se lo hizo saber a Zebul. Y éste, fingiendo no saber nada del ataque, le dijo a Gaal que lo que veía eran solamente las sombras de las montañas.
Gaal siguió mirando hacia lo lejos y le aseguró a Zebul que lo que veía era un ejército que se acercaba (v. 37). En esta ocasión Zebul admitió que sabía que era un ejército. “¿Dónde están ahora tus fanfarronerías…?”, le dijo, y así le recordaba lo que había dicho acerca de derrotar a Abimelec. Entonces lo desafió a que reunirá a sus hombres y peleara.
Gaal les pidió entonces a los ciudadanos de Siquem que enfrentaran al ejército que se acercaba. Sin embargo, ellos no eran rival para Abimelec, y muchos fueron heridos en la batalla que prosiguió (vv. 39-40). Abimelec tuvo éxito al echar a Gaal y a sus hermanos de la ciudad de Siquem (v. 41).
Cuando las puertas de la ciudad se abrieron en la mañana, el pueblo de Siquem salió al campo a trabajar. Abimelec entonces dividió a su ejército en tres compañías (v. 43). Entonces tomando una compañía se lanzó en ataque hacia la puerta principal de la ciudad. Las otras dos compañías se ocuparon de matar a quienes habían salido al campo a trabajar (v. 44). Todo el día Abimelec atacó la ciudad de Siquem. Cuando finalmente la capturó, esparció sobre ella sal para que nunca más se produjera cosecha alguna en su tierra (v. 45).
Algunos de los ciudadanos huyeron hacia la fortaleza del templo del dios Berit (v. 46), y hasta allí los siguió Abimelec. Entonces tomó un hacha y cortó ramas y las llevó sobre sus hombros hacia la fortaleza. Les dijo también a los soldados que hicieran lo mismo (v. 48). Entonces, juntando las ramas contra la fortaleza les prendieron fuego. Mil hombres y mujeres murieron en aquel fuego (v. 49). Se había hecho realidad la primera parte de la maldición de Jotam. Fuego había salido de Abimelec y había consumido las ciudades de Siquem y Milo. La segunda parte de la maldición estaría a punto de suceder.
Luego Abimelec fue a la región de Tebes y la tomó (v. 50). Dentro de la ciudad de Tebes había una torre fortificada. Para salvaguardarse, los habitantes de la ciudad se encerraron en aquella gran torre.
Abimelec y su ejército asediaron la torre con el propósito de tomarla y prenderle fuego (v. 52). Sin embargo, cuando él se acercó a la torre, una mujer le dejó caer una piedra de molino sobre su cabeza y le fracturó el cráneo (v. 53). Rápidamente Abimelec llamó a su escudero y le dijo que desenvainara su espada para que lo matara, porque nadie podía decir que había muero a manos de una mujer (v. 54). Su escudero le obedeció y lo mató con su espada. Cuando el ejército vio que Abimelec estaba muerto, se regresó a casa (v. 55). La segunda parte de la maldición de Jotam había tenido lugar. Fuego había salido de Siquem y Milo y había consumido a Abimelec.
El versículo 56 deja bien claro que estas cosas habían sucedido como juicio de parte de Dios para castigar a Abimelec y al pueblo de Siquem por su maldad. La maldición de Jotam se había hecho realidad. Dios había juzgado a Abimelec. Es cierto que los malvados pueden prosperar por un tiempo, pueden tornarse ricos y poderosos, pero hay un juicio que viene, y tendremos que dar cuenta por nuestras obras.
Para Meditar:
· Abimelec procuró una posición que no le correspondía. Dios no lo había elegido para ser rey, pero de todas formas quería serlo. ¿Alguna vez hemos tratado de tener un cargo o ministerio al cual Dios no nos ha llamado? ¿Cuál es el llamado de Dios para nuestras vidas?
· Abimelec trató de manipular al pueblo de Siquem para que lo aceptaran como su líder. ¿Qué resultó de esto al final? ¿Por qué es importante para nosotros que sea Dios el que se encargue de poner a las personas? ¿Qué diferencia marca el hecho de que sea Dios quien posicione a las personas?
· Jotam, aunque estaba molesto con Abimelec, dejó el asunto en las manos de Dios. Abimelec se esforzó muchísimo por lograr sus metas e intereses. Pero, ¿quién ganó al final? ¿Qué nos enseña esto en cuanto a lo que es confiar en el Señor?
· ¿Qué nos enseña este capítulo acerca de la justicia de Dios?
· En este capítulo conocemos un hombre que parece que fue puesto por Dios con un simple propósito, incitar tanto a Siquem como a Abimelec. Aunque Gaal fue enviado lejos, él era una parte vital en la cadena de sucesos que hicieron que Abimelec y Siquem fueran juzgados. ¿Cuán importante fue el papel de Gaal en esta historia? ¿Qué nos enseña esto acerca de la importancia de cada persona en la obra de Dios?
Para Orar:
· Pidamos a Dios que nos ayude a estar conformes con las funciones que nos ha dado. Comprometámonos con Dios en ser lo mejor que podamos en esa función.
· Pidamos a Dios que nos ayude a confiar en Él como lo hizo Jotam. Démosle gracias porque Él hará que todos los detalles obren para nuestro bien y para Su gloria.
· Agradezcámosle por ser un Dios de justicia. Démosle gracias porque la justicia y la santidad triunfarán al final.
· Tomemos un momento para meditar acerca de las tantas personas que nos rodean y que al parecer no tienen funciones importantes que desempeñar. Agradezcamos al Señor porque cada uno de ellos es un eslabón importante en la cadena de propósitos de Dios. Démosle gracias porque cada función es importante.
28 – TOLA, JAIR Y JEFTÉ
Leamos Jueces 10:1—11:40
Después de la muerte de Abimelec, se levantó como líder de Israel un hombre llamado Tola que procedía de la tribu de Isacar. Él vivió en Samir, en las colinas de Efraín, y fue líder de Israel por veintitrés años (vv. 1-2). Durante su liderazgo no se registra nada significativo.
Cuando Tola murió, el liderazgo pasó a manos de Jair galaadita quien dirigió a Israel por veintidós años (v. 3). Éste tuvo treinta hijos los cuales cabalgaban asnos (v. 4).
Desde el punto de vista espiritual la nación seguía apartándose de Dios. El versículo 6 nos dice que servían a Baal, a Astarot, a los dioses de Siria, a los dioses de Sidón, a los dioses de Moab, a los dioses de los hijos de Amón y a los dioses de los filisteos. Estaba claro que el corazón de Israel estaba inclinado hacia los dioses de las naciones extranjeras; y no era fiel al Dios de Israel. El versículo también puntualiza que ellos habían abandonado al Señor y que ya no le servían.
La condición espiritual del pueblo encendió la ira de Dios; el cual los castigó entregándolos a sus enemigos, los filisteos y los amonitas (v. 7). Estos enemigos “destrozaron y agobiaron” a Israel por dieciocho años (v. 8).
En el versículo 9 vemos cómo los amonitas que vivían al oriente del Jordán, cruzaron para pelear contra Judá, Benjamín y Efraín. Israel estaba tan debilitado que el versículo nos dice que estaban en una situación de extrema angustia (NVI). En otras palabras, los habían llevado hasta el final de sus recursos físicos, y estaban completamente indefensos delante de los amonitas quienes habían invadido su territorio. No tenían a nadie más que acudir excepto al Señor, el Dios de Israel.
En su angustia, Israel clamó a Dios; “Nosotros hemos pecado contra ti; porque hemos dejado a nuestro Dios, y servido a los baales” (v. 10).
Él les recordó a Su pueblo sobre Su fidelidad en tiempos pasados, de cómo los había librado de los egipcios, del amorreo, de los amonitas, de los filisteos, de los sidonios, de los amalecitas y de los madianitas (vv 11-12). Sin embargo, a pesar de todo esto, Su pueblo había seguido abandonándolo para servir a los dioses de estas naciones.
Observemos en los versículos 13 y 14 que Dios se rehusó a venir en ayuda de Su pueblo:
Pero ustedes me han abandonado y han servido a otros dioses; por lo tanto, no los volveré a salvar. Andad y clamad a los dioses que os habéis elegido; que os libren ellos en el tiempo de vuestra aflicción.
Tomemos un minuto para analizar lo que Dios está haciendo aquí.
Israel había reconocido su pecado contra Dios. Vinieron ante Él pidiéndole que los ayudara en su tiempo de necesidad, y Dios escuchó su oración; pero por el momento se rehusó a darles lo que ellos pedían.
Israel tenía una de dos opciones. Una sería: “Dios no nos quiere ayudar, por lo tanto, tendremos que recurrir a nuestros dioses extranjeros”. De hecho, esto era lo que ellos habían estado haciendo todo el tiempo hasta ahora. Israel no escogió esta opción; en cambio, vemos que en el versículo 15 regresó una vez más al Señor reconociendo su pecado y dependiendo únicamente de Él. “Hemos pecado; haz tú con nosotros como bien te parezca; sólo te rogamos que nos libres en este día”, esa fue su oración. Observemos en el versículo 16 que se deshicieron de sus ídolos y comenzaron a servir al Señor.
Israel le había dicho a Dios que había pecado, pero, ¿de qué le servía eso cuando sus casas estaban llenas de dioses ajenos? ¿Qué pensamos de un esposo infiel que le haya dicho a su esposa que estaba arrepentido por serle infiel, pero que no deja de ver a su amante? La verdadera prueba de nuestro arrepentimiento no está en lo que decimos, sino en lo que hacemos con el pecado del cual decimos que estamos arrepentidos. Si un esposo que ha sido infiel está realmente arrepentido por lo que le ha hecho a su esposa, entonces ya no seguirá yendo a ver a su amante. Si Israel estaba arrepentido por serle infiel a Dios, entonces se desharía de los dioses falsos.
Dios escuchó las palabras de Israel, pero también veía su tierra. Las palabras decían una cosa, pero lo que Dios veía en la tierra de ellos era otra. Las palabras decían “Estamos arrepentidos”, pero los ídolos y los dioses ajenos que llenaban la tierra decían “en verdad, no”. Israel no podía esperar que Dios respondiera su oración mientras no estuvieran dispuestos a hacer algo respecto a su pecado.
Observemos en el versículo 16 que cuando Israel se deshizo de sus dioses extranjeros, el Señor no pudo soportar más la miseria en la que estaban viviendo. Cuando lo que obstaculizaba sus bendiciones fue quitado de en medio, el corazón de Dios se movió en compasión. ¿Nos arrepentimos de veras de nuestros pecados? Si es así, entonces haremos algo más al respecto. ¿Le estamos pidiendo a Dios que nos acerque más a Él? Entonces haremos todo lo que esté a nuestro alcance para quitar aquello que nos lo impide. La oración y la acción deben caminar juntos de la mano.
Hay otro aspecto que debemos ver en la oración del pueblo de Dios. Ellos se rehusaron a dejar de buscar la ayuda de Dios. Vemos que ellos le dicen a Dios que Él podía hacer lo que quisiera con ellos. Al decir esto estaban aceptando la responsabilidad total por su pecado. Le estaban diciendo a Dios que aceptarían el castigo por su pecado.
Israel se rindió a Dios para depender de Su misericordia, y reunió su ejército para enfrentar a otro ejército muy superior a ellos, el ejército amonita (v. 17). Sus vidas estaban en las manos del Señor. Ellos sabían que Si Dios les daba la espalda, perecerían por causa de su pecado. Si Él se inclinaba a favor de ellos, sabían que tendrían la victoria. Ellos entonces se consagraron a Dios y esperaron a ver la respuesta del Señor.
Vemos en el versículo 18 que descubrieron que tenían un ejército listo para pelear, pero que no tenían quien los guiara a marchar contra el enemigo. En Jueces 11:1 nos encontramos con un hombre llamado Jefté. Éste era un poderoso guerrero. Su padre era Galaad y su madre una prostituta (11.1). Galaad también tenía otros hijos con su esposa. Cuando éstos crecieron echaron a Jefté de allí. Le dijeron que él no tendría herencia con la familia de ellos porque era el hijo de una prostituta (v. 2). Le rechazaron como hermano.
Entonces Jefté fue obligado a salir de su familia, y se asentó en la tierra de Tob en donde se hizo de un grupo de guerreros a su alrededor (3). Él y sus hombres habían ganado una gran reputación como guerreros.
Cuando los amonitas cruzaron el río Jordán para pelear contra Israel, los ancianos vieron que tenían un grave problema. Ellos no tenían a nadie que los guiara en la batalla. Fue ahí cuando pensaron en Jefté. Entonces los ancianos fueron a Tob a buscar a Jefté para pedirle que los guiara en la batalla contra los amonitas (vv. 5-6).
Jefté, entonces, les recordó a sus hermanos cómo lo habían sacado de su familia, y les preguntó: “¿No me aborrecisteis vosotros, y me echasteis de la casa de mi padre? ¿Por qué, pues, venís ahora a mí cuando estáis en aflicción?” (v. 7).
Los ancianos de Galaad reconocieron que lo habían rechazado, pero ahora se volvían a él en busca de su ayuda. Ellos le ofrecieron el puesto de líder si venía con ellos a ayudarlos y a enfrentar a su enemigo (v. 8). Aunque él no creía mucho en la oferta que le estaban haciendo, cuando vio que los ancianos prometieron ante Dios que lo respetarían y lo honrarían como líder de ellos, él aceptó el desafío (vv. 9-11). Entonces Jefté regresó a Galaad con los líderes, y ellos lo pusieron como su comandante.
El hecho de que Dios hiciera que Su pueblo lidiara con este asunto de Jefté antes de enviarlos a la batalla puede ser muy significativo. Israel no solo tenía que lidiar con sus dioses ajenos, a ellos se les exigía que trataran de resolver las relaciones rotas con los hermanos. Esta relación rota tenía que ser enmendada antes de que ellos pudieran experimentar la bendición de Dios en la batalla que tenían por delante. Las Escrituras son bien claras al señalar que las relaciones rotas con nuestros hermanos en Cristo pueden convertirse en un obstáculo. Aquí vemos que Dios estaba preparando a Israel para la batalla, y lo hacía quitando todo obstáculo que se interpusiera en el camino de Su bendición. La destrucción de los dioses ajenos y el arreglo de relaciones rotas eran elementos esenciales en la victoria que Dios le daría a Su pueblo.
Como líder del ejército de Israel, Jefté envió mensajeros al rey de los amonitas, y le preguntó qué era lo que tenía en contra de Israel para que viniera a invadir su tierra (v. 12).
El rey de los amonitas le respondió a Jefté diciéndole que cuando Israel salió de Egipto les quitó su tierra. Además, le exigió que le devolviera sus tierras de forma pacífica (v. 13).
Jefté de nuevo le envió mensajeros al rey amonita con una respuesta. Le dijo que Israel no había tomado tierra de Moab ni de Amón. En realidad, ellos les habían pedido permiso para viajar pacíficamente por la tierra de ellos, pero se lo negaron (vv. 16-19). El rey Sehón, rey de aquella región por ese tiempo, reunió a su ejército y atacó a Israel cuando le pidieron permiso para atravesar por su país (v. 20). El resultado de aquella batalla fue que Sehón fue derrotado y todo el territorio vino a quedar bajo el control de los Israelitas (vv. 21-22).
Jefté le recordó, además, al rey amonita que Israel no le había quitado su territorio, había sido el Dios de Israel el que se lo había dado. Israel era dueño de aquella tierra por derecho. Jefté también le preguntó al rey amonita acerca de qué derecho tenía él para quitársela a Israel viendo que era Dios el que se la había dado (v. 23). Le recordó que incluso los amonitas poseerían cualquier tierra que su dios Quemós les diera (v. 25).
Jefté le dijo también que Israel había ocupado aquella tierra al oriente del Jordán por trescientos años (v. 26). Esto muestra cuánto tiempo había pasado desde Moisés hasta Jefté. Durante esos trescientos años los amonitas no recuperaron la tierra (v. 26). Jefté le dejó claro al rey amonita que si alguien estaba equivocado, era él. No le tocaba al rey amonita reclamar aquella tierra. Por lo tanto, decidió encomendar ese asunto en las manos del Dios y Señor de Israel para que juzgara (v. 27). El versículo 28 nos dice que el rey hizo caso omiso del derecho legal de Israel sobre la tierra al oriente del Jordán.
Después de esto, dice el versículo 29 que el Espíritu de Dios vino sobre Jefté. No se nos dice cómo sucedió esto, pero sí vemos el resultado del derramamiento del Espíritu sobre él. Sin dudas, Jefté recibió valor para liderar su ejército contra los amonitas (v. 29).
Entonces, antes de marchar contra los amonitas, Jefté hizo un voto al Señor. Él le prometió al Señor que si le daba la victoria, él le ofrecería como holocausto cualquier cosa que saliera de su casa a recibirlo cuando regresara (v. 31).
Este voto era con la intención de ganar el favor del Señor en la batalla. Recordemos que por muchos años el pueblo de Dios había estado adorando a dioses falsos. Es muy probable que en la nación no se estuviese enseñando la ley de Dios como debía ser. El voto de Jefté no era el voto que haría alguien que confiaba plenamente en el Señor y Dios de Israel. En Israel había reglas estrictas para los diferentes sacrificios que habrían de ofrecerse. Ningún verdadero israelita que deseara honrar al Señor haría un voto de ese tipo. Jefté no tenía manera de saber qué sería lo que vendría a su encuentro cuando regresara a casa.
Es cierto que el Espíritu de Dios había venido sobre Jefté y lo estaba empoderando para ir a la batalla contra los amonitas. Sin embargo, Jefté no estaba bien instruido en la Palabra de Dios y cometió aquí un grave error que luego le costaría muy caro.
Algo importante que debemos entender en este contexto es la conexión entre el Espíritu de Dios y Su Palabra. Jefté era un ejemplo de hombre que estaba siendo guiado por el Espíritu, pero que no conocía la Palabra de Dios. Como es obvio, el Espíritu de Dios no estaba guiando a Jefté para que hiciera aquel voto. Él lo hizo por su propia cuenta. Sin embargo, lo hizo sin el conocimiento pleno de los requisitos que Dios había dado en Su ley. Una mejor comprensión de la ley de Moisés lo hubiera protegido de hacer un voto así.
El problema de Jefté también existe en nuestro tiempo. Dios nos guía tanto por Su Espíritu como por Su Palabra. Hay muchos que están siendo guiados por el Espíritu pero que no tienen un buen conocimiento de la Palabra de Dios. Hay otros que dicen que porque tenemos el Espíritu de Dios ya no nos hace falta estudiar la Biblia. Esto es algo que está demasiado lejos de la verdad. Dios nos ha dado tanto al Espíritu como a Su Palabra para que nos guíen. Tenemos que aprender a caminar en el poder del Espíritu de Dios, pero también tenemos que aprender a caminar en la verdad de Su Palabra. Ignorar uno de los dos nos conducirá a errores graves. Jefté estaba siendo empoderado por el Espíritu, pero no había madurado lo suficiente en la Palabra de Dios como para que lo ayudara a evitar caer en el error.
Después de haber hecho este voto, Jefté se levantó para luchar contra los amonitas, y el Señor le dio la victoria (v. 32). En Amón veinte pueblos fueron desbastados (v. 33).
Cuando Jefté regresaba a casa, su hija, la única que tenía, vino corriendo desde su casa para encontrarse con él danzando al ritmo del tamborín (v. 34). Muy consciente del voto que había hecho, su corazón se quebrantó en gran manera, rasgó sus vestidos y clamó:
¡Ay, hija mía! en verdad me has abatido, y tú misma has venido a ser causa de mi dolor; porque le he dado palabra a Jehová, y no podré retractarme (v. 35).
Entonces, la hija de Jefté le pidió que le diera dos meses para ir por las colinas y allí llorar con sus amigas porque nunca se llegó a casar (v. 37). Jefté le concedió permiso para hacerlo (v. 38), y después de dos meses su hija regresó a donde estaba su padre quien la sacrificó sobre un altar (v. 39).
Debemos entender que este voto no venía del Señor. Dios no aceptaba los sacrificios humanos. Jefté actuó según los procederes de la cultura en la cual creció y en la cual se practicaban los sacrificios humanos. Las religiones paganas de aquel entonces habían influenciado su manera de pensar. Pero hay una cosa que debemos aprender de todo esto, y es que esta historia nos muestra que Dios puede usar a todo tipo de personas para lograr sus propósitos. Aquí vemos al hijo de una prostituta que había sido influenciado grandemente por religiones paganas, convirtiéndose en un instrumento en las manos de Dios para librar a Israel de la opresión enemiga.
Observemos en los versículos del 39 al 40 que a partir de ese día surgió una costumbre en Israel. Cada año, las mujeres jóvenes de Israel saldrían por cuatro días a conmemorar lo que le sucedió a la hija de Jefté.
Para Meditar:
· ¿Qué aprendemos acerca de la condición espiritual en la que se encontraba la nación en los días de Jefté? ¿Cómo influía esto en su manera de pensar? ¿Hasta qué punto nuestra mentalidad ha sido afectada por la cultura en la que vivimos?
· Cuando Israel se debilitó se volvió a Dios. ¿De qué manera el Señor usa nuestra debilidad para hacernos acercar a Él? ¿Qué ha usado el Señor en nuestras vidas para acercarnos a Él?
· ¿Cuál es la diferencia entre decir que estamos arrepentidos y demostrarlo con nuestras acciones? ¿Estamos realmente arrepentidos de nuestro pecado? ¿De qué manera se evidencia eso en nuestras vidas?
· ¿Por qué era importante para Israel lidiar primero con su pecado antes de enfrentar al enemigo?
· ¿Cuál es la conexión que existe entre ser guiado y empoderado por el Espíritu de Dios y ser guiado por la verdad de la Palabra de Dios? ¿Qué nos enseña este pasaje acerca de la importancia de ambas cosas?
· ¿Qué tipo de hombre era Jefté? ¿Qué nos dice esto acerca del tipo de personas que Dios puede usar?
Para Orar:
· Pidamos a Dios que nos ayude a separar las influencias malignas de la cultura que nos rodea de nuestra fe en Dios.
· Agradezcamos al Señor por no rendirse con nosotros, incluso cuando nos alejamos de Él.
· Pidamos a Dios que examine nuestro corazón para ver si nuestro arrepentimiento y nuestro deseo de Él va más allá que solo palabras. Pidamos que nos ayude a demostrar nuestro amor por Él por medio de nuestras acciones.
· Pidamos a Dios que nos ayude a ser personas que además de ser guiadas y empoderadas por el Espíritu de Dios, también seamos guiados diariamente por la verdad de Su Palabra.
29 – IBZÁN, ELÓN, ABDÓN Y SANSÓN
Leamos Jueces 12:1-13:25
En el capítulo anterior vimos que los amonitas cruzaron el Jordán para atacar a Efraín y Benjamín (Jueces 10:9). Los habitantes de Galaad le pidieron a Jefté que fuera su líder. Dios les dio la victoria sobre los amonitas e Israel fue liberado de la opresión.
Uno hubiera pensado que toda la nación estaría muy contenta y agradecida con Jefté por todo lo que había hecho. Pero no era así. Como reacción a su gran victoria, los hombres de Efraín reunieron sus fuerzas para encontrarse con Jefté y para preguntarle por qué habían ido a la batalla sin ellos. Ellos incluso lo amenazaron con quemar su casa con él dentro (v. 1).
Debemos recordar que esta no era la primera vez que Efraín amenazaba a uno de sus líderes de esa misma manera. En Jueces 8:1, después que Gedeón había derrotado a los madianitas, Efraín lo amenazó de manera similar.
Entonces los hombres de Efraín le dijeron: ¿Qué es esto que nos has hecho, al no llamarnos cuando fuiste a pelear contra Madián? Y le criticaron duramente (Jueces 8:1).
Efraín parecía molestarse muy fácilmente. Todo parece indicar que quería tener gloria y se molestaba cuando no lo invitaban a participar en grandes batallas.
Jefté le respondió a los de Efraín que él los había llamado pero que ellos no vinieron en su ayuda (v. 2). Les dijo que cuando vio que no venían a ayudarlo, decidió arriesgar su vida y la de sus hombres para pelear contra los amonitas en nombre de ellos. Jefté se quedó completamente estupefacto al ver que los de Efraín había venido en busca de pelea. El versículo 4 nos dice que los hombres de Efraín insultaron a los hombres de Jefté llamándoles fugitivos.
Jefté entonces decidió concederle a Efraín la pelea que estaban buscando. En el versículo 4 vemos que reunió a los hombres de Galaad y peleó contra ellos. Jefté y sus hombres capturaron los vados del Jordán que conducían a Efraín. Cada vez que un sobreviviente de los de Efraín trataba de regresar cruzando al otro lado del vado, los hombres de Jefté le preguntaban si eran efrateos. Si decían que no eran efrateos les hacían decir la palabra “shibolet”; pues los habitantes de Efraín tenían problemas al pronunciar esa palabra. En vez de decir “shibolet”, decían “sibolet”. Si la persona no pronunciaba bien la palabra, entonces los hombres de Jefté lo atrapaban y lo mataban.
Durante esa batalla murieron cuarenta y dos mil hombres de Efraín. Esto debió haber sido muy duro para su tribu. Los celos que tenían y el deseo de recibir la gloria, junto con la indisposición que tenía Jefté de perdonarlos por ser tan ingratos, trajo como consecuencia la muerte de más de cuarenta y dos mil hombres. Esto nos muestra el desastre que pueden causar los celos y la indisposición a perdonar.
Jefté guió a Israel por seis años. Cuando murió fue sepultado en Galaad, la ciudad de donde fue sacado hacía muchos años por haber sido hijo de una prostituta.
Después de la muerte de Jefté hubo una serie de jueces en Israel. En el capítulo 12 se mencionan sus nombres, pero durante su liderazgo no sucedió nada de particular importancia.
Ibsán se convirtió en el líder después de la muerte de Jefté. Él era de Belén. Dios lo bendijo con treinta hijos y treinta hijas (v. 8). Todos ellos se casaron con israelitas fuera de su clan (v. 9). Ibsán guió a Israel por siete años. Cuando murió fue sepultado en Belén.
Después de la muerte de Ibsán, Elón ocupó su lugar. Él fue el líder de Israel por diez años y fue sepultado en Ajalón, en la tierra de Zabulón (v. 11).
El próximo líder fue Abdón el cual provenía de la región de Piratón (v. 13). Él tuvo cuarenta hijos y treinta nietos. Cada uno de éstos cabalgaban asnos. Esto podría indicar que durante ese tiempo hubo cierta prosperidad en el país. Él fue juez sobre la nación por ocho años (v. 14). Cuando Abdón murió fue sepultado en su pueblo Piratón, en Efraín.
Durante los años de Jefté, el pueblo de Dios clamó al Señor para ser liberado de sus enemigos. En ese tiempo ellos le confesaron su pecado a Dios y destruyeron sus ídolos paganos (ver Jueces 10:15-16). Sin embargo, en los años que sucedieron a Jefté, el pueblo se olvidó rápidamente de su compromiso con el Señor. Para cuando tuvo lugar la muerte de Abdón, aproximadamente unos 25 años después de Jefté, el pueblo de Israel estaba nuevamente haciendo lo malo delante de los ojos del Señor. A causa de esto, el Señor los entregó en las manos de los filisteos, quienes por cuarenta años estuvieron oprimiendo a los israelitas (13:1).
Aunque en Jueces 13 no se recoge que el pueblo haya clamado a Dios en medio de la aflicción, Él seguía velando por ellos. Aunque el Señor los estaba castigando por su desobediencia, también estaba preparando su liberación, la cual vendría de una fuente inesperada.
En Jueces 13:2 conocemos a Manoa, de la tribu de Dan. Él tenía una esposa que no podía tener hijos. Un día, el ángel del Señor se le apareció a la esposa de Manoa y le dijo que daría a luz un hijo (v. 3). Este hijo no sería un niño común, pues cumpliría una función muy especial para la nación. Por esa razón, el ángel de dijo a la esposa de Manoa que no debía tomar vino ni ninguna bebida fermentada ni comer nada inmundo (v. 4). Esto era para proteger de cualquier contaminación al hijo que tendría. El ángel continuó diciéndole a la esposa de Manoa que no debía cortarle el pelo al niño, que sería nazareo, apartado para Dios desde su nacimiento. Este niño sería usado por Dios para librar a Su pueblo de la opresión de los filisteos (v. 5). Solo podemos imaginarnos el gozo que debió haber experimentado la esposa de Manoa al escuchar aquella noticia.
Luego de escuchar las palabras del ángel, ella fue y se lo contó a su esposo, Manoa (v. 6). Este ángel de Dios le dijo que saldría embarazada y que daría a luz un hijo. También le contó a Manoa que el ángel le había dicho que no debía beber vino ni bebida fermentada porque el niño sería nazareo desde su nacimiento (v. 7).
En Números 6:2-21 leemos los requisitos necesarios para los que hicieran el voto nazareo. Estos votos se hacían por varias razones. Durante el tiempo del voto, el individuo debía cumplir con tres prácticas específicas. La primera era que no podían beber vino ni ninguna bebida fermentada. En segundo lugar, no podían cortarse el pelo. Por último, tampoco podían tocar ningún cuerpo muerto. El hijo que le naciera a Manoa y a su esposa debía observar estas restricciones el resto de su vida (v. 7).
Cuando Manoa oyó lo que le dijo su esposa, le rogó al Señor que le trajera de vuelta aquel hombre de Dios para que les enseñara a ambos cómo debían criar al niño (v. 8). Manoa no cuestionó lo que le dijo su esposa. Su preocupación era poder criar al niño como Dios quería. Él sabía que, aunque este muchacho un día libraría a Israel de los filisteos, él mismo sería responsable de criarlo y entrenarlo en el camino que debía andar. Para esto necesitaba de la guía y sabiduría de Dios. Debemos admirar a Manoa y su deseo de criar a su hijo para el Señor. Podemos estar seguros que si nuestros hijos pertenecen al Señor, ellos tendrán un llamado particular en sus vidas. Al igual que Manoa tenemos que tomar esta tarea en serio. ¡Qué responsabilidad tan grande tenemos al criar a los hombres y mujeres de Dios que ministrarán la próxima generación! Al igual que Manoa, necesitamos mucha sabiduría para criar a nuestros hijos para que sean líderes de la próxima generación.
Dios escuchó la oración de Manoa y vio que su corazón estaba dispuesto a hacer lo correcto. El ángel del Señor regresó a donde estaba la esposa de Manoa. En ese momento Manoa se encontraba trabajando en el campo (v. 9). Cuando el ángel apareció, la esposa de Manoa se apresuró para decirle a su esposo que él había venido para hablar con ellos (v. 10). Manoa dejó lo que estaba haciendo y corrió para encontrarse con el ángel (v. 11).
Cuando Manoa vio al ángel le preguntó en qué momento tendría lugar su palabra profética acerca de su hijo. También le preguntó al ángel cómo debía ser la manera de vivir del niño y qué debían hacer con él (v. 12). Manoa parecía estar genuinamente interesado en hacer lo correcto.
El ángel del Señor le dijo a Manoa que su esposa debía hacer exactamente como él le había dicho. Ella no debía consumir nada que procediera de la vid, ni tampoco beber vino ni bebida fermentada, ni comer nada que fuera inmundo (v. 14).
Sin haberse dado cuenta de que el hombre de Dios era un ángel, Manoa le ofreció prepararle un cabrito para que se lo comiera (v. 15). El ángel estuvo de acuerdo en quedarse con ellos, pero le dijo que no comería de su comida. En cambio, le pidió a Manoa que preparara un holocausto para el Señor (v. 16).
Cuando Manoa se alistaba para la ofrenda, le preguntó al ángel cuál era su nombre para de esa manera poder honrarle cuando aquella profecía que les dio se cumpliera (v. 17). Él quería seguir teniendo contacto con aquel hombre. Al preguntarle por su nombre, estaba tratando de identificarlo y de averiguar cómo podía ponerse en contacto con él cuando el niño naciera. El ángel le dijo a Manoa que tenía un nombre admirable (v. 18). La palabra que se usa como admirable en la RVR60, se traduce en la NVI como “misterio maravilloso”. Se refiere a algo que es una maravilla, algo escondido y secreto. Proviene de una palabra que significa maravilloso o distinguido.
Debemos recordar que el nombre representaba el carácter de la persona que lo llevaba. Al ángel rehusarse a decirle su nombre a Manoa, le estaba diciendo algo respecto a su carácter. Le estaba diciendo que él era maravilloso, admirable, que era mucho más de lo que era Manoa, y que su naturaleza iba mucho más allá de lo que se pudiera definir.
Manoa no entendía bien lo que el ángel le estaba diciendo. Él no sabía que era un ángel. Cuando regresó con su cabrito y su ofrenda de grano, la puso sobre una roca como sacrificio al Señor (v. 19). En el versículo 20 descubrimos que mientras las llamas salían desde el altar hecho de rocas, el ángel del Señor ascendía al cielo en la llama.
Cuando Manoa y su esposa vieron esto, entendieron que la persona con la que se habían encontrado no era una persona común. Ambos se postraron con sus rostros en tierra (v. 20). Luego supieron que habían estado en la presencia del ángel de Jehová (v. 21).
Manoa sintió miedo; y en el versículo 22 le dijo a su esposa: “Ciertamente moriremos, porque a Dios hemos visto”. Algo similar le sucedió a Gedeón cuando el ángel del Señor se le apareció para llamarlo a liberar a su pueblo de los madianitas. Él también sintió miedo y pensó que iba a morir cuando supo que aquel era el ángel del Señor (ver Jueces 6:22-23).
Percatémonos de que Manoa dijo que había visto a Dios. Algunos comentaristas creen que el ángel de Jehová era el Señor Jesús. Lo que sí era evidente era que la presencia del Señor había sido demostrada claramente a Manoa y su esposa en ese día. Ellos temieron por sus vidas.
La esposa de Manoa confortó a su esposo que parecía estar completamente sobrecogido. Ella le dijo que si la intención del Señor era matarlos no hubiera aceptado su ofrenda ni tampoco les hubiera dicho acerca del hijo que les nacería (v. 23).
Tal y como Dios lo prometió, la esposa de Manoa dio a luz un hijo varón. Ellos lo nombraron Sansón. La mano del Señor estaba sobre él desde su nacimiento. El Espíritu de Dios comenzó a moverse en él (vv. 24-25). Dios tenía un plan muy particular para Sansón. Él sería el libertador de su pueblo. Dios había permitido que los filisteos oprimieran a Su pueblo a causa de su pecado, pero también les estaba preparando una salida a favor de ellos. Dios no había abandonado a Su pueblo.
Para Meditar:
· Efraín parece estar en busca de gloria. Parece que sentía celos de todos los que triunfaban en las batallas. ¿Alguna vez hemos sentido celos de quienes son exitosos en el ministerio? ¿Cuál fue el resultado de los celos de Efraín?
· ¿Qué es nazareo? ¿Con qué propósito fue apartado el joven Sansón? ¿Qué propósitos o planes tiene Dios para nuestras vidas?
· ¿Cómo nos muestra Manoa el gran interés que tenía en criar a su hijo para Dios? ¿Por qué es importante criar a nuestros hijos para la gloria de Dios? ¿De qué manera impactará a la próxima generación que los padres críen bien a sus hijos?
· Pensemos en el temor de Manoa y su esposa cuando supieron que habían tenido un encuentro con Dios. ¿Cómo vemos a Dios en nuestro tiempo? ¿Habremos perdido algo del sentido de la grandiosa santidad de Dios?
· ¿Qué aprendemos aquí en cuanto a la manera en que Dios lleva a cabo sus propósitos? Sansón estaba siendo criado por Dios para ser el libertador de un pueblo atrapado en la rebelión. ¿De qué manera nos sirve esto de aliento?
Para Orar:
· Pidamos a Dios que nos conceda la gracia de regocijarnos en el éxito que otros tienen en el ministerio. Pidámosle que nos ayude a no compararnos con los demás, sino que más bien aprendamos a conformarnos con su plan para nuestras vidas.
· Pidamos a Dios que nos muestre cuál es Su propósito para cada uno de nosotros.
· Si somos padres o abuelos, oremos al Señor para que nos dé la gracia y la sabiduría para criar bien a nuestros hijos. Si ese no es el caso, pidámosle al Señor que nos ayude a ser un ejemplo piadoso para la próxima generación.
· Agradezcamos al Señor que no nos ha abandonado. Démosle gracias porque está llevando a cabo Sus propósitos en nuestras vidas. Démosle gracias porque incluso antes de que clamáramos a Él, ya había respondido nuestro clamor.
30 – EL ENIGMA DE SANSÓN
Leamos Jueces 14:1-20
Los años pasaron y ya Sansón era un jovenzuelo en busca de novia para casarse. En aquel tiempo, Sansón fue a la región de Timnat y conoció a una joven filistea (v. 1). Cuando Sansón regresó a casa, les habló a sus padres acerca de la muchacha, y les dijo que la quería como su esposa (v. 2).
Aquí hay dos detalles importantes que debemos entender. En primer lugar, la ley de Dios era clara en cuanto al casamiento de un israelita con alguien procedente de una nación pagana. Dios no quería que estas naciones causaran que Su pueblo se apartara de Él. En segundo lugar, en este momento en la historia los filisteos estaban oprimiendo al pueblo de Dios. Lo que Sansón estaba pidiendo no era algo que sus padres pudieran darle permiso a hacer si realmente querían proceder correctamente.
En Jueces 13:8 vimos que Manoa, el padre de Sansón, estaba muy deseoso de criar al niño para el Señor. Los padres sabían que Dios había apartado a su hijo para un propósito especial. El ángel del Señor les había dicho que un día Sansón liberaría a Israel de la opresión de los filisteos (Jueces 13:2-5). Imaginemos por un momento que seamos los padres de Sansón. ¿Cómo nos sentiríamos si nuestro hijo llegara a casa anunciando que quiere casarse con una mujer procedente del pueblo al cual Dios quiere destruir y para lo cual lo había apartado? Desde la perspectiva de ellos Sansón estaba haciendo amistad con el enemigo. Estaba comprometiendo su llamado y desobedeciendo el mandamiento directo de Dios de no casarse con extranjeras que no sirvieran al Dios de Israel.
Esta petición no les agradó a los padres de Sansón. Ellos le preguntaron: “¿No hay mujer entre las hijas de tus hermanos, ni en todo nuestro pueblo, para que vayas tú a tomar mujer de los filisteos incircuncisos?” Es obvio que ellos sintieran la obligación delante del Señor de hacer lo correcto por su hijo. Ellos no querían que él se desviara del propósito de Dios para su vida.
Los argumentos de sus padres no persuadieron a Sansón. Los que somos padres sabemos que hay ocasiones en las que nuestros hijos simplemente no quieren escuchar nuestros consejos. Sansón insistió en que esta mujer era la adecuada para él.
Al ser Manoa el cabeza de familia, era su responsabilidad dar los pasos necesarios para conseguir una esposa para su hijo. En aquella cultura, era imposible que Sansón pudiera proceder a casarse sin la aprobación de sus padres.
Lo que no sabían los padres de Sansón, era que Dios estaba en el asunto. Él estaba preparando a Sansón para la obra que tenía para él. Por medio de esta propuesta de matrimonio, Dios movería su corazón hacia Su propósito. A partir de esto no debemos pensar que era el propósito de Dios que Sansón se casara con una esposa incrédula. A medida que la historia se desenvuelve, veremos que realmente Dios estaba evitando que Sansón hiciera esto. Sin embargo, Dios iba a usar la atracción que tenía Sansón por esta mujer para prepararlo para la obra que tenía para él.
Según el versículo 5, entendemos que los padres de Sansón estuvieron de acuerdo con él de ir a la ciudad de Timnat. Cuando se acercaban a las viñas de aquel pueblo, he aquí, un león joven venía rugiendo hacia Sansón. El Espíritu de Dios vino sobre él y destrozó al león con sus propias manos (v. 6). Según el versículo 6 sus padres no sabían acerca de esto.
En este versículo hay varias cosas que necesitamos ver. En primer lugar, Sansón era nazareo y no le estaba permitido comer el fruto de la vid. En segundo lugar, sus padres no estaban con él. Aquí vemos a un joven, agotado del viaje, acercándose a una viña prohibida sin ningún tipo de supervisión. Él se estaba colocando en un lugar donde podía ser tentado. No había nadie a su alrededor que pudiera ver lo que estaba haciendo. ¿Qué lo hubiera detenido de romper su voto al tomar del delicioso y fresco fruto de la vid? Es interesante ver que mientras Sansón se acercaba a la viña vino un león y lo atacó. ¿Era esta una forma en que Dios lo estaba protegiendo? Una cosa es segura, Dios vela por aquellos a quienes llama.
Después de matar al león, Sansón siguió su viaje a Timnat junto a sus padres. Allí se encontraron con la mujer y le hablaron. Es muy posible que se haya hecho arreglos para la boda. Después de haber hablado con la mujer y posiblemente con los padres de ella, Sansón y sus padres regresaron a casa.
Un tiempo después, Sansón regresó con sus padres para casarse con la mujer filistea (v. 8). Mientras viajaban por el mismo camino que habían tomado en el viaje anterior, Sansón se acordó del león que había matado. Entonces se desvió un momento para ver el cadáver. Es importante que recordemos que como nazareo, Sansón no podía tocar ningún cuerpo muerto. Hubiese sido sabio que él hubiese resistido esta tentación de ver el cuerpo muerto del león, pero parece ser que Sansón no tenía la fuerza moral y espiritual necesaria para eso. Más bien le vemos desviándose en busca del cuerpo muerto al cual le estaba prohibido tocar. ¿Acaso no nos hemos visto todos tentados a mirar aquello que nos está prohibido tocar?
Cuando Sansón encontró el cuerpo del león muerto se percató de que había un enjambre de abejas en él, y que éstas habían hecho allí un panal de miel. De lo que Sansón no podía tocar, Satanás había hecho algo prácticamente imposible de no tocar. El dulzor de la miel lo llamaba. Entonces, extendió él su mano y sacó miel del cuerpo muerto del león y continuó su viaje. Al haber hecho esto había roto su voto a Dios.
¡Qué poderosa advertencia es esto para nosotros hoy en día! Al igual que la dulce miel en un cuerpo muerto luego de un largo viaje, Satanás nos tentará y hará que lo prohibido sea muy atractivo. Por eso debemos estar constantemente alertas ante sus tentaciones.
Observemos en el versículo 9 que Sansón no les dice a sus padres dónde había encontrado la miel. Esto nos dice que él sabía que había roto el voto. Entonces viajaron juntos a Timnat comiéndose una miel impura.
Cuando llegaron a su destino, el padre de Sansón fue a ver a la mujer con la que su hijo se iba a casar, muy probablemente para hacer arreglos para la boda. En el versículo 11 se nos dice que a Sansón le dieron 30 acompañantes para que celebraran con él. En el curso de las celebraciones, Sansón decidió presentarles a estos acompañantes un acertijo. Les dijo que les daría treinta vestidos de lino y treinta vestidos de fiesta si respondían el enigma. Sin embargo, si no podían responder, cada uno de ellos tendría que darle a él una pieza de vestido (vv. 12-13).
Los acompañantes de Sansón estuvieron de acuerdo, por lo que les dijo su acertijo: “Del devorador salió comida, y del fuerte salió dulzura” (v. 14). Su enigma tenía que ver con su experiencia de encontrar miel en el cuerpo de un león que él había matado.
Los acompañantes de Sansón se pasaron tres días tratando de encontrar una respuesta para aquel enigma. El cuarto día decidieron hablar con la futura esposa de Sansón. Le dijeron que si ella no obtenía la respuesta de Sansón y se las revelaba, entonces la quemarían a ella y a su familia (v. 15). Esto nos muestra algo del carácter de los acompañantes de Sansón. Ellos también apelaron a su sentido de hospitalidad al decirle: “¿Acaso nos invitaron aquí para robarnos?” (NVI). En otras palabras, la estaban culpando a ella y a su familia por su pérdida, porque tendrían que comprarle a Sansón piezas de vestir si no le respondían correctamente.
La esposa de Sansón, amenazada por los acompañantes de Sansón, se echó a llorar sobre él, y le dijo que él no la amaba porque le había dado a su gente un acertijo que no podían responder. Ella lo acusó de tener secretos para con ella y su familia. Le dijo que si la amaba realmente, no tendría secretos con ella (v. 16). Sansón le dijo que ni a sus padres le había dicho él la respuesta de aquel enigma. Si lo descubrían, la respuesta del acertijo expondría su pecado y revelaría que había roto su voto ante Dios. Sansón no quería que esto fuera revelado.
La prometida de Sansón siguió interrogándolo acerca de la respuesta del enigma. Ella tenía razones para hacerlo, pues su vida y la de su familia estaban en juego. Finalmente, el séptimo día de la fiesta, Sansón le revela su secreto (v. 17).
El último día de la fiesta, los acompañantes de Sansón regresaron a él con la respuesta de su acertijo. “¿Qué cosa más dulce que la miel? ¿Y qué cosa más fuerte que el león?”.
Sansón sabía que la única manera de que ellos hubieran sabido la respuesta era que hubieran amenazado a su prometida. “Si no araseis con mi novilla, nunca hubierais descubierto mi enigma”, les dijo. En otras palabras, ellos habían tomado lo que era de él y lo usaron para sus propios beneficios. Ellos usaron a su novia para obtener la solución de aquel acertijo.
Sansón estaba muy molesto con lo que había sucedido aquel día. El Espíritu del Señor cayó sobre él con poder, y descendió a Ascalón, una ciudad principal de los filisteos y aniquiló a treinta hombres. Tomó entonces las ropas de aquellos treinta hombres y las llevó a Timnat y las dio a sus compañeros para que pagaran sus deudas (v. 19). Ardiendo en ira con lo que había sucedido, Sansón dejó a su novia y regresó a la casa de su padre. Su esposa fue dada en casamiento a uno de los “amigos”.
Para Meditar:
· ¿Qué aprendemos en este capítulo acerca de la debilidad moral y espiritual de Sansón?
· ¿De qué manera quebró Sansón en este capítulo dos de las condiciones que llevaba su voto?
· ¿Cómo fue que Satanás hizo que el pecado atrajera a Sansón? Pensemos en un tiempo en el que hayamos caído en un pecado específico. ¿Cómo hizo Satanás para que el pecado nos resultara atractivo?
· ¿Cómo expuso Dios el pecado de Sansón de romper su voto? ¿Qué advertencia podemos tomar de esto?
· ¿Cómo Dios usó el fallido compromiso de Sansón para prepararlo para ir a la batalla contra el enemigo? ¿Cómo ha usado Dios fracasos del pasado para enseñarnos lecciones?
Para Orar:
· Pidamos a Dios que nos proteja de los constantes ataques del enemigo. ¿Existe algún área de nuestras vidas donde Satanás nos tiente? Pidamos a Dios que nos fortalezca en esas áreas.
· Pidamos a Dios que nos ayude a no ser engañados por aquello que resulte atractivo en el pecado.
· ¿Hemos experimentado fracasos en nuestras vidas? Pidamos a Dios que nos enseñe las lecciones que Él quiere que aprendamos de esos fracasos. Pidámosle que nos enseñe a usar esos errores en el futuro para Su gloria.
31 – TRECIENTAS ZORRAS Y UNA QUIJADA DE ASNO
Leamos Jueces 15:1-20
En el capítulo 14 vimos cómo los filisteos amenazaron con matar a la prometida de Sansón si ella no les daba la respuesta a su enigma. Sansón estaba muy molesto con aquello y salió de Timnat durante los preparativos de la boda. Dios usaría lo que sucedió aquel día para preparar a Sansón para que fuera el libertador de su pueblo. Hasta ese momento, el contacto de Sansón con los filisteos había sido positivo. Él había ido de visita a Timnat y allí se enamoró de una filistea del lugar. Él quería casarse con ella, y ese casamiento lo hubiera convertido a él en un filisteo más. Cuando fue a Timnat para la celebración de la boda, le dieron treinta compañeros filisteos para celebrar aquel jubiloso evento. Sin embargo, cuando ellos lo engañaron y amenazaron a su prometida y a su familia, la actitud de Sansón hacia ellos comenzó a cambiar.
Sansón no podía liberar al pueblo de Dios de sus enemigos, los filisteos, hasta que no cambiara de actitud. Él tenía que verlos como el enemigo para poder cumplir el plan de Dios de liberación. Hasta que no veamos lo horrendo que es el pecado y la rebelión contra Dios, no seremos eficaces al lidiar con ellos en nuestras vidas. Mientras sigamos siendo amigos del mundo, no tendremos victoria sobre él. Dios quería que Sansón abriera los ojos a la verdad sobre estos filisteos. Solo cuando Sansón viera a los filisteos como el enemigo, entonces resultaría útil en las manos de Dios para liberar a Su pueblo.
En el capítulo 15, ya la ira de Sansón por el incidente de Timnat se había apaciguado. Decidió entonces regresar y arreglar las cosas con sus amigos y familiares filisteos. Para eso tomó un cabrito, probablemente como una ofrenda de paz, y fue a visitar a su prometida y a su familia. Obviamente, Sansón no estaba listo todavía para ser el libertador de su pueblo. Él todavía no estaba convencido de que el pueblo de Dios tenía que ser liberado de aquellos filisteos. Él seguía detrás de su prometida filistea y buscaba ganarse el favor de la familia de ella.
Cuando Sansón llegó a Timnat, le dijo a su suegro que quería ver a su prometida, pero éste no se lo permitió (v. 1). Él le dijo que después de lo que había sucedido en la celebración de la boda, estaba seguro que él la repudiaría y por eso se la dio como esposa a uno de los amigos de Sansón. En lugar de su prometida le ofreció la hermana de ella (v. 2).
Cuando Sansón escuchó lo que había sucedido, se sintió aún más molesto. “¡Esta vez sí que no respondo por el daño que les cause a los filisteos!”, dijo en el versículo 3 (NVI). Observemos que su intención era desquitarse de lo que los filisteos le habían hecho. Sus ideas no eran motivadas por la causa de su pueblo y la opresión que ellos sufrían de los filisteos. Parecía que solo estaba pensando en los problemas personales que tenía contra ellos. Ahora, debido a lo que ellos le habían hecho, él se sentía justificado por lo que les iba a hacer.
Para “desquitarse” de los filisteos, Sansón cazó trescientas zorras. No se nos dice cuánto tiempo tardó en hacer esto, pero podemos suponer que le debió haber llevado algo de tiempo. Después de cazarlas las tomó por parejas y las amarró cola con cola atándole una antorcha (o tea, RVR60) a cada pareja (v. 4). Luego encendió las antorchas en los campos de cultivo (v. 5). Esto trajo como resultado un daño significativo a todos los sembrados, sin mencionar a las zorras.
Cuando los filisteos vieron lo sucedido, comenzaron a preguntar quién había hecho aquello tan terrible. Cuando descubrieron lo que había detrás de todo aquel desastre, fueron inmediatamente a la casa de la prometida de Sansón y la quemaron a ella y a su padre (v. 6).
El odio de Sansón por los filisteos tan solo crecía en intensidad a causa de lo que le habían hecho a su prometida y al padre de ella. Ese día él se propuso no detenerse hasta que los hubiese vengado (v. 7). Aquí queda claro que ya Sansón no quería mantener ningún tipo de relación amistosa con los filisteos. Él había ido a Timnat en busca de reconciliación, pero ya no quedaba ninguna esperanza para ello. Los filisteos ya no eran sus amigos, eran sus enemigos. Sansón estaba tan molesto con ellos que los atacó y mató a muchísimos de ellos. Luego de hacer esto se fue a morar en una cueva en la roca de Etam, y allí permaneció.
Las acciones de Sansón eran una declaración de guerra entre él y la nación filistea. Por eso, ellos comenzaron a buscarle. En su persecución acamparon en Judá y se extendieron por la región de Lehi (v. 9). Cuando los de Judá vieron esto, les preguntaron a los filisteos por qué habían venido a pelear contra ellos (v. 10). Entonces éstos les respondieron que habían venido a llevarse a Sansón como prisionero.
Al escuchar aquello, tres mil hombres de ellos fueron hasta la cueva donde se encontraba Sansón. Cuando le hallaron le preguntaron por qué había incitado a los filisteos en contra de ellos, y él les contestó que para desquitarse de las cosas que le habían hecho (v. 11).
Entonces, los hombres de Judá al ver que sus vidas estaban en peligro, le dijeron a Sansón que lo iban a entregar a los filisteos. Sansón les hizo jurar que ellos no lo matarían (v. 12). Ellos estuvieron de acuerdo y le dijeron que tan solo lo amarrarían para entregarlo a los filisteos (v. 13).
A nadie le gusta caer en las manos del enemigo. Uno hubiera pensado que mejor hubiera sido para Sansón morir rápidamente a mano de los suyos que sufrir en manos del enemigo. Pero Sansón no pensaba así, él quería que lo entregaran a sus enemigos, pues esto le daría la oportunidad de matar a tantos filisteos como fuera posible.
Aquí vemos claramente un cambio en la actitud de Sansón para con los filisteos. Su corazón ahora estaba dispuesto a matar a tantos como pudiera, y saber que podía morir en sus manos no lo desvió de su propósito. Se dejó entregar para poder hacerle el mayor daño posible.
Cuando los filisteos vieron a Sansón, salieron corriendo hacia él. El odio que le tenían a Sansón era muy intenso. El Espíritu del Señor cayó sobre él mientras los filisteos se abalanzaban sobre él; entonces él rompió la soga con sus brazos, tomó una quijada de asno que se encontró y la usó como un arma para defenderse de sus enemigos. Ese día Sansón mató a mil hombres (v. 15). Sansón declaró su victoria sobre los filisteos recordándoles que con aquella quijada de asno los había amontonado (“los he convertido en asnos”, según la nota de la NVI en este versículo, dice que, en hebreo, las palabras que significan asno y montón son idénticas. v. 16). Aquel lugar donde Sansón mató a los filisteos fue llamado Ramat-lehi, que significa “colina de la quijada”.
La victoria de Sansón sobre los filisteos tuvo su costo. Aunque el Espíritu de Dios había venido sobre él dándole fuerzas para luchar, su cuerpo y su mente estaban muy agotados al final de la jornada. En el versículo 18 él clama al Señor y le dice: “Tú has dado esta grande salvación por mano de tu siervo; ¿y moriré yo ahora de sed, y caeré en mano de los incircuncisos?”.
En este versículo hay dos cosas que necesitamos ver. La primera es el costo de ser usado por Dios. Aunque el poder detrás de la victoria de Sansón ese día provenía del Espíritu de Dios, su cuerpo no podía soportar más. Al final del día Sansón estaba agotado y sediento. Su cuerpo estaba muy exhausto y tenía mucho agotamiento mental. En segundo lugar, observemos cuán fácil fue para Sansón caer en la duda y cuestionar a Dios incluso después de haber visto una victoria tan grande. Ahora se preguntaba si iba a morir de sed. ¿Cómo es posible que alguien que haya experimentado el poder de Dios de aquella manera, cuestionara si le podía dar algo de beber? Aunque esto es difícil de imaginar, sabemos que es cierto porque nos pasa a nosotros también. ¿Cuántas veces hemos visto la provisión de Dios y aun así sentir dudas en nuestros corazones? ¿Cuántas veces nos ha dado Dios la victoria sobre el enemigo y aun así dudamos si Él podría hacerlo de nuevo?
Cuando más, somos débiles y frágiles instrumentos en las manos de un Dios todopoderoso. Pero nuestros cuerpos y nuestras mentes se desgastan. Algo que aprendemos aquí es que Sansón no era un súper héroe. Él se cansó y cuestionó la voluntad y el propósito de Dios; y esto nos sirve para recordar que Dios puede usarnos tal y como somos.
Dios escuchó el clamor de Sansón y le abrió una fuente de agua para él en aquel lugar. Justo allí, bajo sus pies, estaba la respuesta a su oración. Cuando Sansón tomó de aquella fuente, se animó y recobró sus fuerzas. La fuente de la que bebió Sansón aquel día se llamó En-hacore, que literalmente significa “manantial del que clama”.
También hay un manantial similar a este para todo aquel que clame a Dios en medio de su necesidad. Dios está más que dispuesto a ministrarnos en nuestro agotamiento si clamamos a Él. Nuestros cuerpos y nuestras mentes son débiles y frágiles en el mejor de los casos; y en muchas ocasiones, al igual que Sansón, necesitamos alivio. El manantial que Dios le proveyó le trajo alivio. Así que, si también estamos agotados, podemos clamar a Dios pidiéndole que nos refresque, y Él lo hará.
Vemos en el versículo 20 que Sansón guiaría a Israel contra los filisteos por un período de veinte años. Dios le dio la victoria a Sansón sobre sus enemigos ese día. Judá lo entregó a los filisteos, pero Dios prevaleció. Este no era el día de la muerte de Sansón. Por veinte años Sansón sería una espina en el costado de los filisteos. Dios no había terminado todavía lo que comenzó con Sansón, así que ningún ejército tendría éxito contra él. Esto nos da una maravillosa esperanza en el presente. Dios también tiene un propósito para nosotros. Quizás, al igual que Sansón en este capítulo, nos hayamos sentido traicionado por nuestros amigos. Quizás el enemigo nos haya rodeado. Pero no hay razón para desesperarnos, porque Dios pude darnos la victoria.
Al comienzo de este capítulo, lo único que le interesaba a Sansón era desquitarse con los filisteos a causa de lo que le habían hecho. Pero Dios expandió su visión. Ahora su corazón estaba enfocado en liberar a su nación de la opresión de los filisteos. Sansón ha progresado mucho en este capítulo. Al principio le vimos trayendo un cabrito para reconciliarse con su familia filistea, sin entender todavía que los filisteos era enemigos del pueblo de Dios. A medida que el capítulo va terminando vemos a Sansón con la visión de derrotar a los enemigos de Dios. Dios había abierto sus ojos y le había dado una nueva perspectiva. Aquí vemos que Dios toma a un hombre que trataba de hacerse amigo del enemigo, y hace de él un poderoso guerrero para defender a su pueblo de esos enemigos.
Me gusta imaginarme a los padres de Sansón en medio de todo esto. A ellos no les gustaba el asunto de que su hijo hiciera amistad con el enemigo, pero no podían hacer nada al respecto. Ahora ven a su hijo como un líder de su pueblo que enfrenta con firmeza al enemigo y cumple el propósito que Dios tiene para su vida. ¡Qué gran esperanza nos da esto en cuanto a nuestros propios hijos que caminan lejos de Dios en amistad con el mundo! Dios es capaz de cumplir Sus propósitos y traerlos de vuelta.
Para Meditar:
· ¿Cuál es nuestra actitud hacia el pecado y el mundo? ¿Alguna vez nos hemos sentido atraídos por este último, al igual que Sansón?
· ¿Podremos ser verdaderamente eficaces en cumplir el propósito de Dios para nuestras vidas si no vemos al enemigo como lo que es?
· ¿Cómo abrió Dios los ojos de Sansón ante la necesidad de librar a su pueblo de la opresión filistea?
· ¿Cómo hizo Dios para cambiar el enfoque de Sansón en sí mismo para hacer que éste liderara un movimiento nacional?
· ¿Qué aprendemos aquí acerca de la naturaleza humana de Sansón? ¿Qué nos muestra esto acerca del tipo de persona que Dios usa?
Para Orar:
· Pidamos a Dios que nos ayude a ver al mundo y al pecado por lo que son.
· Agradezcamos al Señor por haber estado obrando en nuestras vidas para madurarnos y llevarnos al lugar donde vamos a llevar a cabo un ministerio más eficaz.
· ¿Tenemos un amigo o un ser querido que, al igual que Sansón, se está haciendo amigo del mundo? Pidamos a Dios que les ministre y los acerque más a Él.
· Agradezcamos a Dios por renovar nuestras fuerzas en medio de nuestra debilidad y nuestro agotamiento.
32 – LA VICTORIA FINAL DE SANSÓN
Leamos Jueces 16:1-31
Sansón estaba lejos de ser perfecto en su andar con Dios. Comenzando el capítulo 16 vemos que descendió a Gaza en donde se encontró con una prostituta. Incapaz de resistir la tentación pasó la noche con ella (v. 1). Hay que tener en cuenta que Gaza era una ciudad filistea. No nos queda claro por qué Sansón se encontraba en una ciudad enemiga durmiendo con una prostituta filistea.
Cuando el pueblo de Gaza supo que Sansón estaba en el pueblo con una prostituta, decidieron esperarlo a la puerta de la ciudad. Por la noche se cerraron las puertas de la ciudad para que nadie pudiera entrar o salir de ella. La intención era esperar a que las puertas se abrieran al amanecer para atacarlo y matarlo. Ellos sabían que él no podía salir de la ciudad hasta que las puertas se abrieran.
A media noche, Sansón se levantó y agarró las puertas de la ciudad y las arrancó por completo. Entonces las llevó sobre sus hombros hasta la cima del monte que está frente a Hebrón (v. 3). De esta manera pudo escapar del enemigo. Nos podemos imaginar también que los habitantes de aquella ciudad debieron sentirse humillados porque tan solo un hombre arrancara las puertas de la ciudad.
Un tiempo después vemos que sansón se enamora de una mujer llamada Dalila. Ella vivía en el valle de Sorec. Cuando los principales de los filisteos descubrieron que Sansón estaba enamorado de Dalila, le pidieron a ella que descubriera el secreto de su fuerza para de esa manera poder vencerlo. Le prometieron que cada uno de ellos le daría mil cien monedas de plata si los ayudaba en ese asunto. Esto serían unas 28 libras (13 kilogramos) de plata por cada uno de los líderes. La historia nos dice que los filisteos tenían cinco líderes principales. Dalila iba a ganar mucho con esta oferta, pero para hacerlo, tenía que traicionar a alguien que la amaba.
Obviamente, el amor que sentía Dalila por Sansón no era tan fuerte como su amor por la plata que podía obtener traicionándolo. Vemos en el versículo 6 que ella se dispuso a descubrir el secreto de su fuerza. Ella, sin andar con rodeos, le dijo a Sansón: “Yo te ruego que me declares en qué consiste tu gran fuerza, y cómo podrás ser atado para ser dominado”. Con esta pregunta cualquiera hubiera sentido sospechas, pero Sansón no parece tener ni la más mínima idea de lo que ella estaba haciendo. Observemos que ella le pregunta cómo atarlo y dominarlo.
En el versículo 7 Sansón le dijo entonces que si lo ataban con siete mimbres verdes, o sea, que no se hubiesen secado, se pondría tan débil como cualquier otro hombre. Ella le comunicó esto a los líderes filisteos quienes le trajeron los siete mimbres para atar sus manos, y de esa manera llevárselo cautivo (vv. 8-9). Sin embargo, Sansón rompió aquellas ataduras con facilidad y se defendió de los filisteos.
Dalila se quejó con Sansón diciéndole: “He aquí tú me has engañado, y me has dicho mentiras; descúbreme, pues, ahora, te ruego, cómo podrás ser atado” (v. 10). Esta vez Sansón le dijo que si lo ataban con una soga que nunca se había usado, él se debilitaría y sería como cualquier otro hombre (v. 11). Es muy posible que Sansón estuviese jugando con los filisteos. Él sabía que no podían derrotarlo y que no estaban a la altura como contrarios. Sin embargo, a la vez parece que su confianza estaba en su don y no en el Señor como tal.
Al creerle lo que Sansón le había dicho, Dalila tomó cuerdas nuevas y le ató las manos con ellas. Una vez más los filisteos atacaron y ella gritó por segunda vez: “¡Sansón, los filisteos sobre ti!” Sansón entonces rompió las sogas cual si fueran hilos, y nada le aconteció.
Dalila no se dio por vencida y siguió intentando. Una vez más le pidió que le dijera el secreto de su fuerza. Esta vez Sansón le dijo que si tejía siete trenzas con su cabello con la tela del telar, y la aseguraba con la lanzadera de éste, se debilitaría y sería como cualquier otro hombre. Ella lo escuchó y cuando estaba dormido hizo con su cabello lo que él le había dicho.
Cuando Dalila terminó de hacer las trenzas con la tela y las aseguró con la lanzadera, gritó una vez más tal y como había hecho las otras veces: “¡Sansón, los filisteos sobre ti!” Sansón entonces se despertó del sueño, sacó la lanzadera y se defendió de los filisteos.
Algo significativo esta tercera vez es que Sansón le menciona su pelo a Dalila. Su pelo era el secreto de su fuerza. Sansón cada vez se volvía más arrogante y descuidado en su juego.
Dalila nuevamente se queja con Sansón y le dice:
“¿Cómo dices: Yo te amo, cuando tu corazón no está conmigo? Ya me has engañado tres veces, y no me has descubierto aún en qué consiste tu gran fuerza” (v. 15).
El versículo 16 dice que Dalila lo presionaba día tras día hasta que llegó el momento en que se “sentía harto de la vida” (NVI). Finalmente, él le dice que ninguna navaja había pasado nunca por su cabeza porque él era nazareo de nacimiento. Finalmente él admitió que si le afeitaban la cabeza sería tan débil como cualquier otro hombre. Esta vez Dalila sabía que había descubierto el secreto de su fuerza, por lo tanto, mandó a avisar a los filisteos para que vinieran.
Dalila puso a Sansón a dormir en su regazo y llamó luego a un hombre para que le afeitara la cabeza mientras él dormía (v. 19). Ese día la fuerza de Sansón le abandonó. Una vez más ella gritó “¡Sansón, los filisteos sobre ti!” Sansón despertó pensando que podría defenderse como lo había hecho en otras ocasiones; pero debido a que su gran fuerza le había abandonado, se lo llevaron cautivo.
Los filisteos entonces le sacaron los ojos a Sansón y lo llevaron a Gaza. Allí, le pusieron cadenas de bronce y lo forzaron a moler grano (v. 21). Hay que destacar que el oficio de moler grano se consideraba como algo por debajo de la dignidad de un hombre. Esta era una tarea que comúnmente las hacían las mujeres. En realidad, el enemigo estaba humillando a Sansón. Ese gran Sansón que en varias ocasiones los humilló a ellos con sus actos de fortaleza, ahora estaba ciego, débil y moliendo grano en prisión. Obviamente, esto les daba gran placer a los filisteos; sin embargo, lo que ellos no tuvieron en cuenta fue que mientras pasaba el tiempo en prisión el pelo de Sansón le volvía a crecer (v. 22). A medida que crecía su pelo así también su fuerza.
En una ocasión en particular, los líderes filisteos estaban reunidos para una gran celebración. Ellos se habían reunido para ofrecerles sacrificios a su dios Dagón. Mientras celebraban, alababan a su dios por la victoria que les había dado sobre Sansón (vv. 23-24).
Mientras iba avanzando la celebración, los líderes pidieron que trajeran a Sansón para entretenerse con él. Entre tanto traían a Sansón de la prisión (v. 25), le pidió a uno de los siervos que lo llevaban que lo colocara donde él pudiera tocar los pilares que sostenían el templo (v. 26). El versículo 27 nos dice que aquel lugar estaba abarrotado de gente, entre ellos los principales líderes de los filisteos y unas tres mil personas que observaban desde la parte superior lo que hacía Sansón (v. 27).
Cuando Sansón estaba entre las dos columnas principales que sostenían el templo, oró a Dios pidiéndole que lo fortaleciera por última vez para poder vengarse de los filisteos por haberle sacado los ojos (v. 28). Observemos que él estaba centrado en lo que sus enemigos le habían hecho, y él, por tanto, buscaba una venganza personal. A pesar de estar centrado en él nada más, Dios usó a Sansón para juzgar a Sus enemigos y traer justicia a la tierra.
Luego de haber encomendado este asunto al Señor, Sansón se inclinó contra los pilares del templo. Teniendo una mano en el pilar de la derecha y la otra en el pilar de la izquierda, Sansón comenzó a empujar con todas sus fuerzas. Dios le respondió a Sansón su oración, y los pilares comenzaron a colapsar haciendo que todo el techo le cayera a todos los que se encontraban adentro. Sansón murió en aquel desastre, pero también murió un gran número de filisteos. El versículo 30 nos dice que Sansón en su muerte mató más filisteos que cuando estaba vivo. Entonces su familia llevó su cuerpo a su ciudad natal y lo enterró en la tumba de sus padres (v. 31).
Aunque se conoce a Sansón como un hombre de una gran fuerza física, en realidad era un hombre muy débil en otros aspectos. Su debilidad por las mujeres lo metieron en aprietos, y su confianza en sí mismo también lo conllevó a tomar decisiones difíciles que a la postre le trajeron su derrota. Tal parece que confiaba mucho en el don que le había dado Dios de tener fuerza física en vez de confiar en Dios mismo. Pero a pesar de sus muchas debilidades, Dios lo usaría para traer victoria a Su pueblo.
Para Meditar:
· ¿Cuáles eran las debilidades de Sansón? ¿Qué papel jugaron las mujeres de su vida en su caída?
· ¿Cómo hubiera sido todo si Sansón hubiera resistido la tentación? ¿Cuáles tentaciones hay que nos son difíciles de resistir?
· A Sansón le parecía divertido jugar con el enemigo. ¿Cómo se demostró que esto conllevaría a su caída?
· ¿Creemos que Sansón estaba ciego a lo que Dalila estaba haciendo? ¿Por qué creemos que se quedó con Dalila si él sabía lo que ella estaba haciendo? ¿Qué impide que huyamos de la tentación?
Para Orar:
· Pidamos al Señor que nos muestre cuáles son nuestras debilidades. Roguémosle que nos fortalezca ante ellas.
· ¿Cuáles tentaciones estamos enfrentando ahora? Pidamos a Dios que nos dé victoria sobre ellas.
· Pidamos a Dios que nos dé las fuerzas para huir de las tentaciones del enemigo. Pidámosle que nos ayude a mantenernos lejos de esos lugares o personas que puedan conducirnos a la tentación.
· Agradezcamos al Señor que a pesar de nuestros errores él todavía nos puede usar.
33 – DAN Y LOS ÍDOLOS DE MICAÍA
Leamos Jueces 17:1—18:31
Los capítulos 17 y 18 de Jueces nos brindan un panorama del estado en que se encontraba la fe de Israel. Al comenzar estos capítulos encontramos un hombre que se llamaba Micaía, de la región de Efraín. Micaía había robado mil cien siclos de plata de su madre (cerca de unas 28 libras o 13 kilogramos). Cuando él escuchó que su madre había maldicho la plata que había sido robada, él se la devolvió y le confesó su pecado (v. 2). Hay algo respecto a Micaía que debemos entender. El versículo 5 nos dice que él tenía un altar con un efod y algunos ídolos. El efod era por lo general una prenda de vestir usada por el sacerdote. El hecho de que este efod se encontrara en el altar de Micaía junto con otras imágenes e ídolos nos muestra que no estaba siendo usado en la verdadera adoración a Dios. Percatémonos en este mismo versículo que Micaía había puesto en el altar a uno de sus hijos como sacerdote.
Estos versículos nos muestran que Micaía era un hombre religioso. Sin embargo, su fe no era como la fe de sus ancestros Abraham, Isaac y Jacob. Su fe era una fe influenciada por las naciones paganas a su alrededor. Observemos que su fe no lo había detenido a la hora de robar 1100 siclos de plata de su propia madre. Como hombre religioso al fin, estaba preocupado por la maldición que había proferido su madre sobre el dinero robado. Él entendía y creía en las maldiciones, e hizo todo lo que pudo para que no cayera sobre él la maldición del dinero que había robado.
Cuando llegamos a su madre en el versículo 2 no se nos dice cuál era su nombre, pero ella también era una persona religiosa. Cuando ella vio que su hijo confesó que había tomado el dinero le dijo: “Bendito seas de Jehová, hijo mío”. Es evidente que se trataba del Dios de Israel de quien ella hablaba y en Su nombre lo bendijo. Observemos en el versículo 3 que la madre de Micaía consagró solemnemente (NVI) aquella plata al Señor. Esto también nos muestra que ella era una mujer religiosa. Ella bendijo a su hijo en el nombre del Señor y consagró aquella plata a Él.
Sin embargo, de lo que debemos percatarnos aquí es que la fe de ella también se había contaminado grandemente. Observemos en el versículo 3 que ella consagró la plata que su hijo le había devuelto para que este último hiciera una imagen tallada y un ídolo de fundición. Ningún israelita con conocimiento de la ley de Dios consagraría nunca una cantidad de plata al Señor para hacer un ídolo y una imagen de fundición. Una vez más esto nos muestra la condición religiosa de Israel en aquel tiempo. La gente estaba mezclando la fe de Abraham, Isaac y Jacob con la de las naciones circundantes.
La madre de Micaía tomo entonces doscientos siclos de plata y se los dio al platero para que le hiciera una imagen tallada y un ídolo. Y aquellos artículos fueron colocados en la casa de Micaía (v. 4).
En aquellos días Israel no tenía rey y cada cual hacía lo que bien le parecía (v. 6). Este versículo resulta importante porque una vez más nos confirma la condición en la que se encontraba Israel en aquel tiempo. La nación no se encontraba unida ni por un rey ni por la ley de Dios. La gente hacía lo que quería según le parecía, y esto conllevaba a todo tipo de prácticas impías. Un caso de esto lo tenemos en Micaía y su madre, quienes hablaban del Señor, pero también adoraban las imágenes y los ídolos de las naciones circundantes.
En el versículo 7 nos encontramos con un joven que provenía de la tribu sacerdotal de Leví. Él había estado viviendo en la ciudad de Belén en Judá. Sin embargo, este joven había salido de Belén y andaba en busca de una ciudad donde vivir y servir al Señor. En uno de sus viajes se llegó al hogar de Micaía, en Efraín (v. 8).
Cuando Micaía se encontró con él le preguntó de dónde era y hacia dónde iba. Aquel joven le explicó que era levita de Belén y que andaba en busca de un lugar para vivir (v. 9). Entonces Micaía le ofreció un lugar en su casa, y le dijo que le proveería de ropa y alimento, así como de unos diez siclos de plata anuales por sus servicios sacerdotales (v. 10). Esta oferta agradó al joven levita quien estuvo de acuerdo con aquellas condiciones, y por lo tanto se quedó con Micaía. Micaía lo trataba como a uno de sus hijos y lo instaló como sacerdote sobre su hogar (v. 12). Micaía estaba muy contento con aquel joven levita y pensó que el Señor sería muy bueno con él ahora que tenía un verdadero sacerdote sobre toda su casa (v. 13). Lo que le interesaba a Micaía aquí no era el Señor sino su propio bienestar y seguridad.
Antes de avanzar con esta historia es necesario que entendamos algo respecto a este joven levita. Recordemos que Micaía tenía un altar con imágenes e ídolos y por lo tanto su fe no estaba acorde a la ley de Dios. Sin embargo, esto parece no molestar en lo absoluto a aquel joven que tan solo estaba contento por haber encontrado trabajo. Él se iba a convertir en un sacerdote de un altar con ídolos e imágenes. Este levita procedía de una tribu sacerdotal en Israel, pero no estaba verdaderamente consagrado a la ley y a los caminos de Dios. Una vez más esto nos indica el estado en que se encontraban los líderes espirituales de la nación.
A medida que la historia avanza en el capítulo 18, se traslada a la tribu de Dan. En esta ocasión la tribu de Dan estaba en busca de un lugar para hacerlo suyo y establecerse. Jueces 18:1 nos dice que todavía no habían recibido la parte que les tocaba de entre las tribus de Israel. Es muy probable que esto fuera así porque no habían podido lidiar con la gente que habitaba en la tierra que les habían asignado (Jueces 1:34).
Debido a que no habían podido lidiar con la gente de la parte asignada, Dan decidió buscar otra porción de tierra donde pudiera asentarse. Para poder lograr esto enviaron a cinco guerreros de Zora y Estaol para que espiaran la tierra y les trajeran un informe de ella (v. 2).
Aquellos cinco guerreros de la tribu de Dan viajaron rumbo al norte y llegaron al territorio de Efraín, a la casa de Micaía; en donde se le ofreció hospitalidad y se quedaron a pasar la noche (v. 2). Cuando estaban allí se percataron de que había un joven levita que servía como sacerdote en la casa. Ellos le preguntaron de dónde era y que le había traído al hogar de Micaía (v. 3). El joven levita les explicó cómo había llegado allí para vivir y servir como sacerdote en aquella casa.
Al percatarse de que era un sacerdote, los guerreros de la tribu de Dan le pidieron al joven levita que inquiriera a Dios por ellos. Querían saber si su viaje les sería exitoso (v. 5). El levita les dijo que continuaran viaje en paz porque tenían el respaldo del Señor (v. 6).
Motivados por aquellas palabras, los guerreros de Dan viajaron hasta la región de Lais. Cuando llegaron, descubrieron que la gente de aquel lugar remoto vivía en paz en una tierra que parecía ser muy próspera. Aquellas personas se sentían tranquilas y seguras (v. 7). Cuando los guerreros espías regresaron a Zora y Estaol para dar su informe (v. 8), les recomendaron a sus hermanos que atacaran a aquel pueblo confiado y que tomaran sus tierras (vv. 9-10). Entonces seiscientos hombres de guerra se prepararon inmediatamente para la batalla y partieron para Lais (v. 11).
El ejército de Dan acampó cerca de Quiriat-jearim en Judá (v. 12), y desde allí viajaron hasta la montañosa Efraín en donde Micaía vivía (v. 13). Entre tanto se acercaban a la casa de Micaía, los cinco espías les dijeron a sus hermanos acerca de Micaía y sus ídolos (v. 14). Los soldados entonces decidieron robar los ídolos de Micaía y quedárselos para ellos.
Al dirigirse a la casa de Micaía, se encontraron con el joven levita (v. 15), y después de saludarlo, los espías de Dan entraron a la casa y tomaron la imagen, el efod y otros dioses de Micaía (v. 17). El joven levita les preguntó por qué hacían eso (v. 18).
Los danitas le dijeron al levita que se estuviera quieto y que no le dijera una palabra de esto a su señor. También le invitaron a venir con ellos y a ser su sacerdote. Le dijeron que era mejor ser sacerdote de toda una tribu y no de un solo hombre (v. 19).
Micaía había tratado a este joven levita como si fuese un hijo; sin embargo, esta era la oportunidad de su vida. Al ver esto como la oportunidad de mejorar su posición estuvo muy dispuesto a marcharse. En el versículo 20 también leemos que él “tomó el efod y los terafines y la imagen, y se fue en medio del pueblo”.
Cuando los de Dan ya habían avanzado cierta distancia, Micaía llamó a los hombres que vivían cerca de él a que los persiguieran, obviamente, para recuperar sus ídolos (v. 22). Mientras éstos perseguían a los danitas, les iban gritando en el camino. Al oírlos, los danitas se volvieron y le preguntaron a Micaía qué era lo que quería y por qué había venido a pelear contra ellos (v. 23). Micaía les dijo que habían tomado a sus dioses y a su sacerdote (v. 24).
Los hombres de Dan no cedieron y le dijeron a Micaía y a sus hombres que si persistían en cuanto a ese asunto no vacilarían en atacarlos y matarlos. Incluso hasta los amenazaron con matar a sus familias (v. 25). Micaía no quiso arriesgar la vida de sus hombres y sus familias por lo que regresó a su casa sin sus dioses (v. 26).
Una vez más vemos el triste estado de la nación de Israel en aquellos días. La tribu de Dan les robó a sus compatriotas israelitas y los amenazó con eliminar a todas sus familias si insistían en aquel asunto. Con lo sucedido podemos decir que la condición moral de la nación era muy baja.
Los de Dan siguieron su viaje a Lais, la atacaron y la quemaron. También mataron a sus habitantes (v. 27), que estaban indefensos y no tenían a nadie que viniera a defenderlos (v. 28).
La tribu de Dan reconstruyó la ciudad y la llamó Dan según su padre ancestral (vv. 28-29). Entonces colocaron los ídolos de Micaía en la ciudad. Estos ídolos serían adorados todo el tiempo que la casa de Dios estuvo en Silo (v. 31). Esto quiere decir que ellos estarían adorando estos dioses por lo menos hasta los días del profeta Samuel.
El versículo 30 nos dice la identidad del joven levita. Por este versículo sabemos que su nombre era Jonatán y que era hijo de Gersón, quien a la vez era hijo de Moisés. Jonatán y sus hijos servirían a la tribu de Dan hasta el tiempo en que serían llevados cautivos.
No es difícil ver en estos dos capítulos que la fe del pueblo de Dios se había corrompido seriamente. Aunque el pueblo que se encontraba viviendo en Israel en aquel tiempo era religioso en naturaleza, no se encontraban siguiendo al Señor ni le obedecían. La fe de sus ancestros estaba mezclada con religiones paganas de aquella época. Los líderes espirituales ya no estaban guiando al pueblo en la verdad de la ley de Dios, sino que servían como sacerdotes de ídolos paganos, motivados por beneficios e intenciones egoístas en vez de por el deseo de buscar la gloria de Dios. Los hijos les robaban a sus madres, los hermanos amenazaban a sus hermanos, definitivamente estos no eran días buenos para Israel. Se habían alejado de Dios.
Para Meditar:
· ¿Qué nos enseñan estos dos capítulos acerca de la condición espiritual en la que se encontraba la nación de Israel en aquel tiempo? ¿Qué evidencia hay de que la ley de Dios no se estaba enseñando en Israel? ¿Qué evidencia hay en nuestra nación de que la gente necesita que se le enseñe la Palabra de Dios?
· ¿Cuál era el resultado de no tener en Israel una autoridad sobre la cual basar sus vidas y decisiones? ¿Por qué necesitamos la autoridad? ¿Por qué la Palabra de Dios es una autoridad para la vida y en cuestiones de doctrina?
· La madre de Micaía ofreció lo que había dedicado al Señor para hacer un ídolo con esto. ¿Es posible que estemos tomando lo que pertenece a Dios y se lo estemos ofreciendo a otros dioses? ¿Cómo usamos lo que Dios nos ha dado?
· Analicemos cómo el levita de esta historia cedió en la fe que tenía en el verdadero Dios. Observemos también cómo lo motivaba su propia gloria. ¿Han cedido de alguna manera en su fe los líderes espirituales de nuestros tiempos?
Para Orar:
· Tomemos un momento para orar por la condición espiritual de nuestra nación. Pidamos a Dios que renueve a Su pueblo y que lo traiga de nuevo a la enseñanza de Su Palabra.
· Pidamos a Dios que nos ayude a serle fiel por completo. Volvamos a consagrarle a Él nuestras vidas y todo lo que tenemos. Pidámosle perdón por las veces que no hemos usado para Su gloria todo lo que Él nos ha dado.
· Pidámosle a Dios que nos conceda la gracia para caminar fielmente con Él sin claudicar. Pidámosle que nos ayude a servirle, no por lo que podamos obtener, sino por amor y devoción a Él.
34 – EL PECADO ESPANTOSO
Leamos Jueces 19:1—20:48
En la meditación anterior vimos algo de la condición espiritual en la que se encontraba la nación de Israel. La tribu de Dan había colocado dioses que le habían robado a Micaía y se inclinaban ante ellos. Al hacer esto, le estaban dando la espalda al Señor su Dios. Ahora, en los capítulos 19 y 20 vemos el declinar espiritual y moral de la tribu de Benjamín. Tan solo podemos imaginarnos cuánto entristecía el corazón de Dios ver la condición de Su pueblo en aquellos días.
Jueces 19:1 comienza con la declaración de que Israel no tenía rey. En otras palabras, no había quien dirigiera al pueblo en la nación. Cada cual hacía como le parecía. No había autoridad alguna. Nadie estaba guiando al pueblo en los caminos de Dios, y, aunque literalmente Dios era su Rey, ellos lo habían rechazado y se habían rehusado a Su liderazgo.
A medida en que nuestra historia se desarrolla, nos encontramos con un levita que vivía en la región remota y montañosa de Efraín (v. 1). Aquí vemos que el levita tomó una concubina de la región de Belén en Judá. Esta concubina le fue infiel y regresó a la casa de su padre (v. 2).
Después de cuatro meses el levita decidió persuadirla a que volviera con él (vv. 2-3). Tomando a su siervo y dos asnos, fue a verla a la casa de su padre, el cual se puso muy contento de verlo y lo recibió con alegría. Es muy probable que quería que la relación entre ambos se arreglara, y entonces le pidió al levita que se quedara con él por tres días en los cuales lo trató con mucha hospitalidad (v. 4).
Al cuarto día el levita decidió regresar a casa con su concubina. Se levantó temprano y se preparó para partir. Sin embargo, el padre de la muchacha lo persuadió a que comiera algo antes de irse. El levita estuvo de acuerdo y se sentó a comer. Después de la comida el padre lo persuadió a que se quedara otra noche (vv. 6-7).
En la mañana del quinto día se repitió la misma situación. El levita comió con su suegro quien una vez más trató de persuadirlo para que se quedara otro día. Para cuando hubo terminado la comida ya el día estaba muy avanzado y era tarde. Sin embargo, cuando su suegro trató de convencerlo para que se quedara otra noche, el levita no quiso; así que tomó su concubina y salió de viaje hacia la ciudad de Jebus (Jerusalén).
Jebus o Jerusalén era una ciudad fortificada. En aquel momento no pertenecía a Israel. Ya era muy tarde en el día cuando el levita salió de la casa de su suegro. Mientras se acercaban a la ciudad de Jebus, el siervo le sugirió pasar la noche en la ciudad (v. 11). Sin embargo, el levita no quería quedarse en una “ciudad extranjera”. Los jebuseos no eran israelitas, por lo que él prefirió seguir hasta la ciudad de Gabaa o de Ramá, en donde por lo menos podía estar entre hermanos (vv. 12-13).
Ya era muy tarde cuando finalmente llegaron a Gabaa, en el territorio de Benjamín. Entonces se detuvieron en la plaza de la ciudad y no había ningún mesón ni nada por el estilo en donde pudiera quedarse. Los viajeros dependían de la hospitalidad del pueblo de la región quienes le podían dar un lugar para quedarse. La plaza de la ciudad era un lugar donde el viajante podía preguntar por un lugar para quedarse. Sin embargo, el versículo 15 nos dice que nadie de la ciudad se ofreció para llevarlos a su casa a pasar la noche.
Había entonces un anciano de la tribu de Efraín que estaba viviendo en Gabaa. Cuando regresaba de sus labores éste vio a los viajeros en la plaza de la ciudad y les ofreció un lugar para quedarse (vv. 17-19). Cuando el levita le dijo que estaba preparado para quedarse en la plaza, aquel anciano insistió en que vinieran a quedarse con él (vv. 19-20). Obviamente, el hombre sabía que quedarse toda la noche allí no sería seguro para ellos.
Luego de aceptar la ofrenda de aquel hombre, el levita lo siguió hasta su casa. Después que hubieron alimentado a los asnos y se lavaron los pies, se sentaron a comer con el efrateo.
Mientras comían, algunos hombres de la ciudad rodearon la casa y comenzaron a tocar fuerte la puerta (v. 22). Ellos le comenzaron a exigir al anciano que sacara a su huésped para tener sexo con él. Esto es una indicación del estado moral de la ciudad de Gabaa. Aquellos hombres no ocultaron sus intenciones y fueron muy explícitos en su pecado.
El anciano se rehusaba a entregarle su huésped a los hombres que estaban afuera. En cambio, él les ofreció darles su hija virgen y la concubina del levita para que hicieran lo que quisieran. Los hombres fuera de la casa no le hicieron caso por lo que el levita tomó su concubina, la sacó para ellos y cerró la puerta. El versículo 25 dice que los hombres la violaron y abusaron de ella toda la noche.
Después de haber descansado, el levita se levantó por la mañana y se preparó para continuar su viaje. Al abrir la puerta de la casa para salir, descubrió que allí estaba su concubina que yacía en el suelo frente a la casa. Sus manos estaban sobre el umbral (v. 27). El levita la miró y le dijo que se pusiera de pie, pero ella no reaccionaba. Entonces él la levantó y la puso sobre su asno y continuó su camino a casa.
Este incidente no nos dice solamente algo de la maldad que se mostraba en la tribu de Benjamín, sino que nos habla también acerca del levita. He aquí un hombre de Dios, dispuesto a sacrificar a su concubina para protegerse a sí mismo. Él la sacó y se la entregó a aquellos hombres de la ciudad para que abusaran de ella. No tenía amor ni respeto por su concubina. No se nos dice nada de que el levita se levantara por la noche para ver si todo estaba bien. Él simplemente la dejó para que abusaran de ella toda la noche.
Cuando finalmente llegó a su casa, el levita tomó un cuchillo y cortó a su concubina en doce pedazos, y envió cada uno de ellos a diferentes regiones de Israel (v. 29). Él hizo esto para llamar la atención de lo sucedido.
Cuando los habitantes de Israel escucharon lo sucedido, se enojaron y decidieron hacer algo respecto a aquella situación. Vemos en Jueces 20:1 que toda la nación se alborotó por aquel incidente al punto que reunieron todos sus ejércitos y se presentaron delante del Señor en Mizpa con espada en mano listos para la batalla. Ellos exigieron saber cómo una cosa tan horrenda había sucedido (Jueces 20:3).
El levita explicó cómo él y su concubina habían llegado a la ciudad de Gabaa en el territorio de Benjamín. Les dijo cómo aquellos hombres habían rodeado la casa con la intención de tener sexo con él. Luego les siguió diciendo que habían violado a su concubina y por eso había muerto (vv. 4-5); y que la había cortado en pedazos los cuales había enviado a diferentes regiones de Israel para mostrarles la cosa tan horrible que había sucedido en su nación (v. 6). El testimonio del levita conmovió a toda la nación; estaban molestos con la tribu de Benjamín y decidieron atacarlos (v. 8).
Eran legítimos el enojo y el horror que sentía el pueblo de Israel a causa de lo que había sucedido ese día. Ellos eran sinceros al pensar que había que hacer algo para castigar tal crimen y no se volviera a repetir en la nación.
¿Acaso hemos perdido durante este tiempo la capacidad de horrorizarnos ante el pecado en nuestra tierra? La reacción de la nación ante la violación de la concubina del levita quizás parezca extrema, pero los israelitas tenían razón para sentirse molestos y ofendidos. Aquella culpa tenía que ser borrada de la tierra.
En el versículo 12 vemos que Israel envió hombres a la tribu de Benjamín exigiendo que se entregaran quienes habían cometido el crimen, y que se les diera muerte para así limpiar la tierra de la maldad (vv. 12-13). Benjamín se rehusó a entregar esos hombres; y más bien lo que hizo fue juntar a varias de sus ciudades en Gabaa para hacer frente a las amenazas de sus hermanos. Al hacer esto estaban respaldando aquellas acciones y defendiendo el pecado.
Benjamín movilizó a veintiséis mil hombres con espadas y setecientos hombres escogidos de Gabaa para pelear contra sus hermanos y defender a los malhechores. El versículo 16 nos dice que entre los hombres de Benjamín que se reunieron aquel día había setecientos zurdos que podían lanzar piedras con ondas y no errar ni aunque le dispararan a un cabello en el aire.
Mientras Benjamín tenía un poco menos de treinta mil hombres para defenderse, el resto de las tribus sumaban unos cuatrocientos mil hombres (v. 17). Éstos superaban a Benjamín ampliamente.
Antes de ir a la batalla contra Benjamín, Israel subió a Betel para inquirir del Señor en cuanto a quién debía ir primero a la batalla (v. 18). El Señor le dijo que Judá debía ir primero. Con estas instrucciones de parte del Señor, a la mañana siguiente los israelitas salieron a pelear contra Benjamín cerca de Gabaa (v. 19). Ese día, Benjamín eliminó a veintidós mil israelitas en el campo de batalla (v. 21). Israel fue derrotado.
Después de esa humillante derrota, Israel lloró delante del Señor hasta la noche. En el versículo 23 vemos que regresaron a donde el Señor y le preguntaron si debían ir contra los benjamitas. El Señor les dijo otra vez que fueran.
Por segunda vez Israel enfrentó a Benjamín en la batalla. Durante este combate, Benjamín le causó muchas bajas a Israel. Otros dieciocho mil hombres fueron aniquilados (v. 25).
Después de esa segunda pérdida, el ejército de Israel regresó a Betel donde se sentaron a llorar y a ayunar delante del Señor. Por la tarde ofrecieron holocaustos y ofrendas de paz al Señor (v. 26). Una vez más inquirieron a Dios delante del arca del pacto: “¿Volveremos aún a salir contra los hijos de Benjamín nuestros hermanos, para pelear, o desistiremos?” (v. 28). El Señor les dijo que atacaran a Benjamín que Él les daría la victoria.
En esta ocasión Israel preparó emboscadas alrededor de Gabaa (v. 29). Entonces tomaros sus posiciones contra Benjamín tal y como habían hecho anteriormente (v. 30). Y Benjamín salió por tercera vez para enfrentarlos en la batalla dejando la ciudad abierta. Al igual que en las ocasiones anteriores, Benjamín comenzó a causar muchas bajas dentro de las tropas de Israel (v. 31). Sin embargo, Dios cambió el curso de la batalla ese día, pues veinticinco mil cien soldados benjamitas fueron aniquilados. El ejército de Benjamín era de menos de treinta mil por lo que estas bajas constituían un problema serio para ellos.
El versículo 36 nos dice que Israel cedió terreno para que Benjamín se alejara de la ciudad y poder emboscarlos. Cuando llegó el momento, los soldados que se escondieron alrededor de la ciudad se apresuraron y la tomaron. Fue entonces cuando los israelitas detuvieron su retirada y atacaron a Benjamín (v. 41).
Benjamín huyó delante de Israel hasta el desierto, y los hombres de varias ciudades salían a matarlos mientras huían (v. 42). Dieciocho mil benjamitas cayeron en la batalla (vv. 43-44). Otros cinco mil cayeron junto a los caminos mientras huían hacia el desierto y otros dos mil más cayeron antes de llegar a Gidom (v. 45). En total cayeron unos veinticinco mil soldados benjamitas, y quedaron seiscientos hombres, los cuales huyeron al desierto y permanecieron allí por un período de cuatro meses (v. 47). Después de esta derrota, Israel retornó a las ciudades de Benjamín, las quemó y les dio muerte tanto a personas como a animales (v. 48).
En esta historia hay varias cosas que necesitamos ver. Observemos en primer lugar, que obtener la victoria no fue nada fácil para Israel. Ellos fueron derrotados dos veces y sufrieron un buen número de bajas. Todos nos quedamos con la interrogante de por qué Dios le dijo a Israel que fuera a la batalla contra sus hermanos y permitió que sufrieran muchas bajas. Para Israel podía haber sido fácil pensar que la victoria sería el resultado de su superioridad numérica. Al permitirle a Benjamín causarles muchas bajas estaba llevando a Israel a una posición de humildad. Ellos, por medio de ayunos y oración, les rogaron a Dios que les diera la victoria. Al final supieron que la victoria venía del Señor y que no era el resultado de tener muchos más soldados. Ellos también necesitaban ser humildes a medida que trataban el pecado de Benjamín.
¡Cuán fácil puede ser para nosotros llenarnos de arrogancia y mirar con desprecio al hermano que ha pecado! A veces el Señor tiene que quitar nuestra arrogancia antes de poder usarnos a la hora de tratar el pecado que vemos en otra persona.
Observemos también que hay victorias en la vida que nos cuestan mucho. En demasiadas ocasiones nos rendimos cuando nos encontramos con problemas en la vida y en el ministerio. Israel no se rindió, sino que perseveró hasta que el pecado fue eliminado. En esto también hay una lección para nosotros. No debemos desalentarnos ni rendirnos, pues Dios nos está llamando a enfrentar al enemigo, aunque a veces haya bajas y luchas a lo largo del camino. No todas las victorias vienen sin batallas.
Finalmente, debemos reconocer que el pecado es algo horrible a los ojos de Dios. También resulta demasiado fácil perder el sentido de cuán horrible es. Israel se horrorizó por la poca moral y el bajo nivel espiritual que había en la tribu de Benjamín. Ellos no podían quedarse sentados sin hacer nada al respecto. Entonces tomaron una postura firme en cuanto a esto e hicieron todo lo que estuvo a su alcance para eliminar el pecado de su tierra. Nosotros también debemos tomar en serio lo que debemos hacer con el pecado que hay en nuestras vidas y en nuestra tierra.
Para Meditar:
· Al comenzar este capítulo nos percatamos de que la nación de Israel había estado adorando ídolos, y que la ley de Dios no se estaba enseñando adecuadamente ni tampoco se estaba obedeciendo. A pesar de esto, Israel se horrorizó ante el pecado de Benjamín. ¿Hay ciertos pecados que nos ofenden más que otros?
· Pensemos por un momento en el levita de nuestra historia. ¿Cómo lo describiríamos como líder espiritual de Israel?
· ¿Qué le hizo este levita a su concubina para protegerse? ¿Cómo se compara su actitud como líder con la actitud de Cristo?
· ¿Cómo lleva Dios a Israel a una posición de humildad mientras lo usa para juzgar a Benjamín por su pecado? ¿Por qué es importante que seamos humildes cuando vamos a tratar el pecado de otras personas?
· ¿Vemos el pecado hoy en día como Dios lo ve? ¿Acaso nos hemos acostumbrado al pecado que ya no lo vemos como lo que realmente es?
Para Orar:
· Pidamos a Dios que abra nuestros ojos para que podamos ver el pecado como Él lo ve.
· Pidamos a Dios que nos dé más humildad a medida que tratamos con otras personas que también se han equivocado.
· Tomemos un momento para orar por los líderes espirituales de nuestra iglesia y nuestro país. Pidamos a Dios que nos dé la convicción de pecado y la disposición de seguirle sin cesar un momento.
35 – LA RECONCILIACIÓN CON BENJAMÍN
Leamos Jueces 21:1-25
En la meditación anterior vimos cómo la tribu de Benjamín casi fue borrada por completo a causa del pecado de aquellos hombres que violaron a la concubina del levita. En vez de entregar a aquellos hombres malvados a Israel para que fueran juzgados, Benjamín los defendió y esto conllevó a una batalla en donde murieron más de veinticinco mil soldados. Ahora vemos en el versículo 1 que los hombres de otras tribus de Israel juraron no dar sus hijas en matrimonio a ningún benjamita. Este juramento sería una carga muy severa sobre la tribu de Benjamín.
Cuando se terminó la guerra contra Benjamín, las tribus de Israel se dirigieron a Betel en donde tuvieron tiempo para meditar en lo que había sucedido. El versículo 2 nos dice que estaban muy afligidos al ver tanto desastre en una de las tribus de Israel. Así que lloraron amargamente y clamaron al Señor:
“¿por qué ha sucedido esto en Israel, que falte hoy de Israel una tribu?” (v. 3).
Al día siguiente se levantaron y construyeron un altar y le ofrecieron holocaustos y ofrendas de paz al Señor. Ellos eran culpables de casi exterminar por completo la tribu de Benjamín y por eso venían ante Dios en arrepentimiento. La actitud de Israel aquí es digna de admirar. Dios los había usado para tratar el pecado de Benjamín, pero el dolor que le causaron a sus hermanos no les dio placer alguno. Sus corazones estaban dolidos por ellos.
No es nuestro propósito aquí debatir si estuvo bien o mal lo que Israel le hizo a Benjamín. La realidad era que había sucedido, y ahora no podían hacer nada para cambiarlo. Israel reaccionó al daño causado a Benjamín haciendo dos cosas. La primera fue que el pueblo vino ante Dios y se arrepintió ofreciendo un sacrificio a Dios. Lo segundo fue que hicieron todo lo que pudieron para reconciliarse con sus hermanos. Analicemos este proceso de reconciliación con Benjamín.
En el versículo 5 vemos que las tribus de Israel habían hecho un juramento al Señor de matar al que se rehusara pelear contra Benjamín. Esto muestra cuán serio se tomaron el pecado cometido. Si algún israelita no hacía lo que estaba a su alcance para librar a la nación de dicho pecado, se le daría muerte. Cuando nos cruzamos de brazos y no hacemos nada respecto al pecado y la maldad teniendo el poder para hacerlo, somos culpables ante Dios. Dios nos está llamando a ser un pueblo de acción. Rehusarnos a hacer algo cuando está a nuestro alcance hacerlo nos es pecado; y éste caso en particular era un pecado que merecía la muerte.
Sin embargo, mientras los israelitas se lamentaban de la situación actual de Benjamín, se preguntaban esto:
“¿Qué haremos en cuanto a mujeres para los que han quedado?” (v. 7).
El interés de Israel era que la tribu de Benjamín se restaurara y prosperara. El problema ahora era que ningún Israelita podía darle su hija en matrimonio a ningún hombre de la tribu de Benjamín debido al juramento que habían hecho delante del Señor. A menos que pudieran encontrar mujeres para estas tribus, no podrían crecer en número ni ser restaurados a su antigua gloria.
Mientras Israel reflexionaba sobre esto, se percataron de que el pueblo de Jabes-galaad no había acudido a Mizpa para pelear contra los benjamitas (v. 8). Debido a esto, tampoco llegaron a hacer el juramento de no darle sus hijas a los hombres de Benjamín. Sin embargo, el problema era que Israel también había jurado que mataría a los que no quisieran venir a Mizpa para pelear contra Benjamín.
Para cumplir ese compromiso, Israel envió a doce mil hombres para pelear contra los de Jabes-galaad y darles muerte (v. 10). Ellos les dieron instrucciones a los soldados de que mataran a todos los hombres, niños y mujeres que no fueran vírgenes. Aquellos soldados encontraron que en Jabes-galaad vivían unas cuatrocientas vírgenes, a quienes capturaron y las trajeron de vuelta al campamento de Silo (v. 12).
En el versículo 13 vemos que Israel envió una ofrenda de paz a Benjamín. Parte de esta ofrenda era el regalo de aquellas cuatrocientas vírgenes. Aunque aquel gesto era muy noble, no había suficientes vírgenes para los hombres de Benjamín (v. 14).
Entonces los ancianos de Israel se volvieron a reunir para debatir en cuanto a la escasez de mujeres en la tribu de Benjamín. Ellos se percataron que la difícil situación en la que se encontraba la tribu de Benjamín ahora, era producto de haber matado a las mujeres cuando peleaban contra ellos. ¿Cómo podrían encontrar ellos más mujeres para Benjamín para que la tribu no pasara por vicisitudes innecesarias? (v. 16). Ellos no querían ver que la tribu desapareciera (v. 17). Los hombres de Israel sabían que no podían romper el juramento, si no, quedarían malditos (v. 18); lo cual significaba que tenían que buscar otra solución.
La solución al problema vino en el versículo 19. Los ancianos les recordaron a los benjamitas del festival anual del Señor que se celebraba en Silo. No se nos dice de cuál festival se trataba, pero sí que era una tradición anual en Israel. Entonces los de Israel les dieron instrucciones a los de Benjamín de que se escondieran en los viñedos que se encontraban en la región de Silo, y que cuando las muchachas de allí salieran a unirse a los bailes, ellos se apresuraran a salir de los viñedos y se las llevaran para sus casas para que fueran sus esposas (v. 21). Los ancianos les prometieron que cuando sus hermanos protestaran por esto, ellos los defenderían diciéndoles que tuvieran compasión de sus hermanos a causa de su necesidad (v. 22).
El razonamiento detrás de todo esto era muy sencillo. Aunque ellos no podían darles sus hijas en casamiento a Benjamín, sí podían ser llevadas a la fuerza. Si Benjamín tomaba sus hijas a la fuerza, entonces nadie podía decir que Israel se las dio en matrimonio a la tribu de Benjamín. De esta manera Israel quedaría libre de haber roto el juramento, y Benjamín podía tener suficientes esposas para continuar con su linaje familiar. Israel simplemente decidió cerrar sus ojos y perdonar cualquier cosa que Benjamín hiciera en cuanto a esto.
A Benjamín le agradó el consejo de los ancianos e hizo exactamente como le recomendaron. Capturaron un grupo de muchachas y las trajeron para sus casas como sus esposas. El versículo 23 nos dice que ellos reconstruyeron las ciudades que Israel había destruido.
La historia de este capítulo final en Jueces es de reconciliación. Israel fue un instrumento en las manos de Dios para juzgar el pecado de Benjamín, pero también hubo reconciliación y bendición. ¿Hay personas en nuestras vidas que hemos ofendido? ¿Hay personas en nuestras congregaciones que han sido disciplinadas? Que Dios nos conceda la gracia de hacer la parte que nos toca para poder ver a cada uno de ellos restaurado.
Para Meditar:
· ¿Qué evidencia nos da este pasaje de que Israel se lamentaba por lo que le había hecho a Benjamín? ¿Qué nos enseña esto en cuanto a cuál debe ser nuestra actitud en lo concerniente a la disciplina que se aplica en la iglesia en la actualidad?
· ¿Hemos sido culpables alguna vez de haber herido a algún hermano en Cristo? ¿Qué podemos hacer para ayudarle a restaurarse en bendición y victoria?
· ¿Cuáles son algunos de los pecados que nos rodean en el presente? ¿Qué creemos que Dios nos pediría que hiciéramos al respecto?
· ¿Qué aprendemos acerca de cumplir las promesas que hacemos? ¿Hemos hecho promesas? ¿Las hemos estado cumpliendo?
· Para Israel el desafío en este capítulo fue mantener el equilibrio entre cumplir sus juramentos y mostrar compasión. ¿Hay ocasiones en las que deberíamos romper nuestras promesas porque al querer mantenerlas estamos creando problemas y dificultades para otros?
Para Orar:
· Pidamos a Dios que nos conceda la gracia para dolernos junto aquellos que en el cuerpo de Cristo se encuentran en dificultades.
· Pidamos a Dios que nos muestre cómo podemos ayudar a quienes hoy están necesitados. Pidámosle que nos muestre necesidades específicas en las que podamos ayudar ahora.
· Pidamos al Señor que nos perdone por las veces que no hemos tomado nuestras promesas en serio.
· Agradezcamos al Señor por ser Él un Dios de compasión. Oremos pidiéndole que nos dé un corazón con más compasión por aquellos que nos rodean.
PRÓLOGO DEL LIBRO DE RUT
El libro de Rut nos narra la trágica historia de una familia que, afectada por la hambruna de Israel, se mudó a la tierra de Moab con la esperanza de encontrar una mejor vida. Sin embargo, allí en Moab, los hombres de la familia murieron dejando tres viudas sin hijos y sin manera alguna de proveer para sí. De regreso a Israel, dos de estas viudas buscaron de Dios para suplir sus necesidades básicas.
Rut narra la historia de la provisión de Dios para estas mujeres. A medida que nos adentremos en la lectura del libro nos podremos percatar de cómo Dios obró en sus vidas, cronometrando cuidadosamente los sucesos y guiándolas hacia la plenitud de Su provisión. Observaremos cómo Dios las usó como un eslabón en la cadena que finalmente traería la salvación al mundo.
Este libro nos recuerda que Dios tiene el control de todo lo que nos acontece en la vida. Él puede usar lo que aparentemente es una circunstancia trágica para manifestar Su gloria suprema a favor nuestro. También el libro nos recuerda que Dios nos extiende Su cuidado y compasión cuando nos encontramos en necesidad.
Es mi oración que esta corta historia de Rut y Noemí esté animando a cada lector en medio de sus luchas diarias. Confío que este libro dirija nuestra atención hacia el Dios soberano y compasivo, quien nos abraza en nuestros momentos de necesidad.
INTRODUCCIÓN
Autor:
En el libro no existe ninguna evidencia de que Rut sea la autora; sin embargo, hay algunos aspectos que indican el momento en que pudo haber sido escrito. En Rut 4:17 se registra que Rut y Booz tuvieron un niño a quien llamaron Obed. Y luego Rut 4:18-22 traza la línea genealógica desde Obed hasta David. Esto indica que el libro se escribió varias generaciones después de Rut, probablemente en los días de David.
Trasfondo:
Rut era la esposa de Mahlón, el hijo de Elimelec y Noemí. Este matrimonio se fue de Belén probablemente debido a la hambruna de aquella época (Rut 1:1), y se estableció en los campos de Moab. Una vez en Moab, Mahlón se casó con Rut, una mujer moabita. Pero con el tiempo, Elimelec y Mahlón murieron dejando viudas a Noemí y a Rut. Este libro nos narra la historia de cómo estas viudas regresaron a Belén, y cómo Dios proveyó para ellas y las usó de una manera poderosa.
Originalmente el libro de Rut formaba parte del libro de Jueces, pero más tarde fue separado para ser un libro independiente. La historia ocurre durante el período en que los jueces gobernaban la tierra (Rut 1:1).
Resulta interesante que nos percatemos que David tenía buenas relaciones con el rey de Moab. 1 Samuel 22:3-5 nos narra que cuando David estaba huyendo de Saúl, le pidió al rey de Moab que cuidara de su familia hasta que él pudiera entender el propósito de Dios. Cuando David y sus soldados huyeron de Saúl, su familia quedó bajo la protección del rey en la tierra de Moab. Algunos eruditos creen que el libro de Rut se escribió como celebración de esta relación entre David y el rey de Moab.
Importancia del Libro en la actualidad
Existen varias razones que hacen de Rut un libro importante. En primer lugar, muestra la preocupación de Dios por dos viudas necesitadas, consuela a quienes batallan en la vida y nos recuerda que Dios cuida de nosotros en nuestros momentos de necesidad.
Rut también tiene cosas importantes que decirnos respecto al interés de Dios por las naciones. En este libro vemos a Dios extendiéndole su ayuda a una viuda de Moab. Ella no procedía de la nación judía, sin embargo, Dios la usó para cumplir Su propósito para Su pueblo. Rut se convertiría en ancestro de uno de los reyes más grandes de Israel; sin embargo, mucho más importante aún es que ella sería parte del linaje del Señor Jesucristo (ver Mateo 1:5). Es bien impresionante que el Señor usara a una persona ajena a la nación de Israel para llevar a cabo Su gran propósito de traer al mundo al Salvador. Dios siempre ha tenido un corazón compasivo por las naciones, y este libro nos brinda una imagen de esa compasión.
Dios respondió a las necesidades de Rut y Noemí a través de un hombre llamado Booz, quien fue movido por el Señor a ser generoso y compasivo con ellas en sus momentos de necesidad. Y nuevamente esto nos muestra la compasión de Dios hacia las viudas y los que tienen necesidades físicas. Booz es un ejemplo del amor de Dios en acción. Él ayudó a Rut y a Noemí en su necesidad, lo cual constituye un ejemplo para nosotros hoy.
En el libro de Rut tenemos la historia de dos viudas pobres que se quedaron solas en la vida. Sus esposos habían muerto y su linaje terminaría con ellos. Pero Dios levantó a un redentor que les devolvería su honor y herencia en la nación. Verdaderamente eso es lo que el Señor Jesús vino a hacer por nosotros. El pecado nos despojó de nuestro honor y de nuestra herencia. Quedamos desprovistos y sin esperanza. Pero el Señor vino como nuestro Redentor para restaurar nuestra posición y nuestra herencia. Por medio de Su obra a favor nuestro, ahora tenemos un lugar de honor delante del Padre en los cielos. Por medio de la muerte de Cristo, ahora venimos a ser hijos de Dios y herederos del reino y de todas Sus bendiciones. El libro de Rut nos recuerda la obra que Cristo hizo a nuestro favor.
36 – LA AFLICCIÓN DE NOEMÍ
Leamos Rut 1:1-22
Los sucesos del libro de Rut acontecieron durante el tiempo de los jueces (v. 1). No se nos dice cuál era el juez que gobernaba en ese momento. Sin embargo, lo que sí sabemos es que había hambre en la tierra.
El versículo 1 nos dice que un hombre de Belén, de la tribu de Judá, tomó a su esposa y a sus dos hijos y se mudó de Israel hacia los campos de Moab. Ellos no pretendían que esta mudanza fuera permanente. La Biblia Textual (BTX) nos dice que fueron a habitar “temporalmente”. Esto era probablemente hasta que pasara la hambruna en Israel. El versículo 2 nos enseña que ese hombre se llamaba Elimelec y su esposa, Noemí; y sus dos hijos eran Mahlón y Quelión.
Mientras la familia vivía en Moab, Elimelec murió y Noemí tuvo que criar sola a sus dos hijos (v. 3), los cuales con el tiempo se casaron con mujeres moabitas. Bajo condiciones normales, estaba prohibido que un israelita se casara con una mujer extranjera. Si la familia no se hubiera mudado hacia Moab, esto no hubiera sido una tentación para estos jóvenes. Aquí vemos que hay veces en que colocamos a nuestras familias y a nosotros mismos en situaciones que nos incitan a alejarnos de los caminos de Dios.
Las mujeres moabitas con quienes se casaron los hijos de Noemí fueron Orfa y Rut (v. 4). Después de 10 años de la familia vivir en Moab, los dos hijos de Noemí también murieron. Es interesante que nos percatemos que la intención de Elimelec era mudarse temporalmente para Moab debido a la hambruna en Israel, pero esta mudanza temporal había terminado convirtiéndose en diez años. En ese período de tiempo Noemí perdió a su esposo. Sus hijos se casaron con mujeres extranjeras y se establecieron con ellas. Sus raíces se iban introduciendo cada vez más en las costumbres moabitas. Esto nos permite entender con cuánta facilidad nos acomodamos a circunstancias en las cuales Dios no desea que permanezcamos. Mientras más nos alejemos de lo que Dios nos ha llamado a hacer, más difícil nos resultará ser obedientes.
El propósito de Dios era que Noemí regresara a Israel. La muerte de su esposo y de sus dos hijos le recordaron que Moab no era su hogar. Cuando ella oyó que Dios había venido a ayudar a su pueblo en Israel, decidió que era el momento de regresar (v. 6); y tomando a sus dos nueras, partió para Israel (v. 7).
Al emprender su viaje, Noemí se volvió a sus nueras y les dijo: Andad, volveos cada una a la casa de su madre (v. 8). Ella las bendijo y oró para que encontraran un nuevo esposo (vv. 8-9); y besándolas, las despidió y les dijo que regresaran a su pueblo (v. 10).
Obviamente, las nueras de Noemí dudaron en regresar, por eso, ella les recordó que a su lado no tendrían ningún futuro. Ella era viuda y no podía tener más hijos para darles como esposos (vv. 11-12). Noemí también les dijo que la mano del Señor se había vuelto en su contra (v. 13). Ella creía que su situación era una prueba de que ya no contaba con el favor de Dios; pero en realidad, el favor del Señor reposaba sobre Noemí en gran manera. Todavía ella no podía ver cómo sería posible, pero Dios ya estaba preparando Su propósito para ella y para las generaciones futuras.
Orfa lloró cuando escuchó las palabras de Noemí. No era una partida fácil para ella; sin embargo, besando a su suegra, regresó a su hogar junto a su pueblo (v. 14).
Más Rut no quiso regresar a su pueblo, sino que se aferró a Noemí (v. 14, NTV), quien le dijo que Orfa había regresado y la exhortó a hacer lo mismo (v. 15).
Pero Rut se negó a volver a su pueblo. Ya ella había decidido quedarse con Noemí. Y no solo escogió seguir con ella, sino que también se comprometió a adorar y a seguir al Dios de Noemí. “Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios”, le dijo a su suegra. Al decir esto, Rut estaba renunciando a sus raíces moabitas. De ahora en adelante, ella seguiría al Dios de Israel. Dándole la espalda a su propio pueblo y a sus dioses antiguos, Rut se comprometía a permanecer con Noemí en sus pruebas. Ella no dejaría que nada, excepto la muerte, las separara (v. 17).
Ese día, de camino hacia Israel, Rut y Orfa tuvieron que tomar una decisión. Orfa escogió volver a sus raíces, y Rut le dio la espalda a Moab para seguir al único y verdadero Dios de Israel. No se nos dice nada más acerca de Orfa; sin embargo, Rut seguiría adelante para luego traer el linaje del cual nacería el rey David. Y de ese mismo linaje vendría el Señor Jesús. La decisión que Rut tomó ese día en el camino hacia Israel fue una de las decisiones más importantes que jamás haría.
En el camino de la vida hay muchas personas como Rut y Orfa. Cada una de ellas tiene una decisión importante que tomar. ¿Acaso le darán la espalda a lo que ya conocen, o harán un compromiso con el Dios de Israel y le servirán? La decisión de Rut tendría un impacto permanente sobre todo el mundo.
Viendo Noemí que Rut estaba absolutamente comprometida a seguirla a ella y a su Dios, le permitió que también viniera a Israel (v. 18). Estas dos mujeres viajaron juntas hacia Belén en Judá y llegaron justamente al comienzo de la siega de la cebada (v. 22). Cuando llegaron, toda la ciudad se conmovió, pues recordaban a Noemí y decían: “¿No es ésta Noemí?”.
Noemí les dijo a sus amigos de Belén que ya no la llamaran más Noemí, más bien, Mara. Noemí significa “placentera”, en cambio Mara significa “amargura”. Esto revela algo acerca de la actitud de Noemí en este momento de su vida. Ella había batallado profundamente con su suerte en la vida. Incluso con Rut a su lado, ella no era capaz de percibir la bendición de Dios. Noemí les comentó a sus amigos cómo ella se había ido de Israel llena, pero había regresado con las manos vacías. Dios la había afligido. Ahora era una viuda sin hijos. Desde su perspectiva las cosas no podían haberle ido peor.
La realidad del asunto es que Dios estaba a punto de hacer algo maravilloso en la vida de Noemí; sin embargo, en este momento de su vida ella no podía verlo. Estaba deprimida y abrumada por el dolor que había experimentado en estos últimos diez años que pasó en Moab. El mañana era incierto ante sus ojos. No sabía qué futuro podía brindarle a Rut. Noemí estaba enfocada en sus problemas.
¿Qué tipo de ejemplo se supone que Noemí era para Rut, quien precisamente se había comprometido a seguir al Dios de Noemí? El testimonio de esta mujer no era el mejor. Ella hablaba de un Dios que la había abandonado y la había dejado en la condición de viuda, llevándose a sus hijos y dejándola sin ninguna esperanza. De alguna manera en medio de todo esto, aún Rut se sentía atraída por el Dios de Noemí. ¿Cuán a menudo fracasamos como padres con nuestros hijos, como trabajadores en nuestro puesto de trabajo o como testigos ante nuestros vecinos? Sin embargo, Dios puede obrar a través de nosotros para llevar a cabo Sus propósitos. Noemí no se encontraba en un buen nivel espiritual, pero, aun así, Dios escogió cumplir Su propósito a través de ella. Demos gloria a Dios porque Él nos usa aun en nuestros momentos de debilidad.
Para Meditar:
· Elimelec y su familia se mudaron “temporalmente” para Moab; pero la familia permaneció allí durante diez años y durante ese tiempo sus dos hijos se casaron. ¿Cuán fácil nos resulta acomodarnos en nuestras situaciones? ¿Por qué esto no siempre es bueno?
· Al mudarse hacia Moab, Elimelec expuso a sus dos hijos a una situación en la que escogieron casarse con mujeres moabitas (lo cual estaba prohibido por la ley de Moisés). ¿Cuán importante es que analicemos cuidadosamente cada situación a la que exponemos a nuestras familias? ¿De qué manera nuestro entorno influye en nuestras vidas y en nuestro caminar con Dios?
· ¿Cuál fue la decisión que Rut tomó en el camino hacia Israel? ¿De qué manera esa decisión cambiaría el resto de su vida? ¿Alguna vez hemos tomado decisiones similares?
· Analicemos la actitud de Noemí ante su situación. ¿Alguna vez hemos tenido una actitud similar? Expliquemos.
· ¿Puede Dios llevar a cabo Sus propósitos aun cuando no estamos en el nivel espiritual que deberíamos?
Para Orar:
· Pidamos a Dios que nos permita ver cualquier área de nuestra vida en la que nos hemos acomodado demasiado. Pidámosle que nos dé gracia para hacer algo al respecto.
· Tomemos un momento para renovar nuestro compromiso con Dios y Sus propósitos al igual que hizo Rut en este capítulo.
· Dediquemos unos minutos para analizar nuestra actitud ante las situaciones que atravesamos en la vida. Roguémosle al Señor que nos dé una esperanza positiva y expectante en Él y en Sus propósitos.
· Agradezcamos al Señor que, aunque no siempre hemos sido la persona que debemos ser, Él aún puede usarnos para Su gloria.
37 – BOOZ
Leamos Rut 2:1-23
Aun cuando el esposo y los hijos de Noemí habían muerto, ella tenía un pariente por parte de su esposo que vivía en Belén, el cual se llamaba Booz. Éste era un hombre de buena posición en la comunidad y probaría ser una figura importante en la historia de Noemí y Rut.
Un día, Rut se dirigió a su suegra y le pidió permiso para ir a los campos a recoger las espigas sobrantes. Moisés les había ordenado a los israelitas que cuando segaran sus tierras, debían dejar las espigas para los pobres y los extranjeros. Esto lo leemos en Levíticos 23:22:
Cuando segareis la mies de vuestra tierra, no segaréis hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu siega; para el pobre y para el extranjero la dejarás. Yo Jehová vuestro Dios.
Rut sabía acerca de esta costumbre en Israel y le sugirió a Noemí que le permitiera encontrar un campo para así recoger las espigas para comer; y Noemí le dio permiso.
La mano del Señor estaba sobre Rut y Noemí en ese momento. A partir de Rut 1:22 vimos que ellas habían llegado a Belén justo al comienzo de la siega de la cebada. Y es que el tiempo de Dios es perfecto. El Señor estaba cuidando de ellas.
Entonces Rut escogió un campo y comenzó a recoger lo que los segadores habían dejado. Pero lo que ella no sabía en ese momento era que estaba espigando cebada en el campo de Booz, el pariente de Noemí (v. 3). Una vez más vemos claramente la mano de Dios guiando a Rut hacia el campo correcto.
En el versículo 4 encontramos otra evidencia de que Dios estaba obrando en la vida de Rut. Cuando ella estaba recogiendo la cebada, Booz llegó de la ciudad. No sabemos por qué Booz decidió visitar a los hombres que trabajaban en su campo ese día en particular. Pero lo que sí sabemos es que él se percató de que Rut estaba en el campo y le preguntó a su mayordomo sobre ella (v. 5). El mayordomo le explicó que ella era de Moab, que había vuelto con Noemí (v. 6), y que le había pedido permiso para espigar detrás de los segadores. Este criado le dijo a Booz que ella había estado trabajando sin parar desde la mañana. Solo había tomado un breve descanso en el refugio (v. 7, NTV). Obviamente Rut trabajaba fuertemente.
Oyendo esto, Booz salió a hablar personalmente con Rut y le dijo que se quedara en sus campos espigando su cebada. Ella debía seguir a sus criadas a dondequiera que fueran. También le dijo que ya les había dado instrucciones a sus hombres de que no la tocaran ni la molestaran. Y si tenía sed, debía ir a beber del agua que sacaran los criados (vv. 8-9).
Rut estaba sorprendida por la generosidad de Booz. En el versículo 10 ella se inclinó con su rostro en tierra en reverencia, y le preguntó:
“¿Por qué he hallado gracia en tus ojos para que me reconozcas, siendo yo extranjera?”
Booz le dijo a Rut que él había oído sobre todo lo que ella había hecho por su suegra Noemí desde la muerte de su esposo. Que él sabía que ella había dejado su propio país para vivir con Noemí en Israel. No hay indicios en el texto de que él le dijera que era pariente de Noemí. Entonces Rut le agradeció a Booz y lo bendijo por su generosidad (v. 13). En este encuentro Rut percibe una mejor imagen del Dios de Israel. Mientras Noemí parecía decirle que Dios la había abandonado, ella comenzaba a ver a Dios proveyendo de una manera milagrosa para cada una de sus necesidades.
Booz invitó a Rut a que lo acompañara a la hora de comer, y ofreciéndole pan, le dijo que lo mojara en el vinagre que ya estaba preparado (v. 14). Ella aceptó, y sentándose con los segadores a comer, comió todo lo que quiso y hasta sobró (v. 14), lo cual guardó para su suegra (v. 18). Esto nos muestra que Rut era una persona precavida que además se preocupaba por el bienestar de Noemí.
Después de la comida, Rut regresó a espigar. Booz les dio instrucciones a sus hombres de que no la avergonzaran, más bien que la dejaran recoger entre las gavillas donde ellos aún no habían cosechado (v. 15). También les dijo que arrancaran algunos manojos y los dejaran delante de ella para que los recogiera (v. 16). Ellos debían hacer todo lo que pudieran para ayudar a Rut.
Rut estuvo recogiendo cebada hasta el anochecer; y antes de regresar a casa, tomó todo que había recogido y lo trilló separando el grano de la paja. Cuando terminó de trillar, tenía como un efa (más de 20 kilos) de cebada, lo cual le llevó a su suegra.
Cuando Noemí vio la cantidad de cebada que Rut le había traído le preguntó que dónde había espigado, y bendijo al hombre que se había fijado en ella (v. 19).
Rut le contó a Noemí acerca del hombre que la había tratado tan amablemente, y cuando Noemí descubrió que se llamaba Booz, se puso muy feliz. Ella le dijo a Rut que ellos no solo eran parientes cercanos, sino que él también era uno de sus “parientes redentores” (v. 20).
Un pariente redentor tenía la responsabilidad de cuidar de la familia ampliada cuando estuvieran en necesidad. Esto incluía proveer un heredero para la viuda que no tuviera hijos (Dt. 25:5-10), volver a comprar a un miembro de la familia que hubiera sido vendido como esclavo (Lv. 25:25-28) o vengar la muerte de un miembro de la familia (Nm. 35:19-21). En este caso, Noemí era una viuda sin hijos. La línea familiar de su esposo terminaría con ella, y esto era un asunto serio. Recaía sobre el pariente redentor velar que el linaje de su esposo no se extinguiera. Noemí sabía que Booz haría cualquier cosa que estuviera a su alcance para proteger a Rut (v. 22). Ese era un lugar seguro para que ella espigara, por tanto, la animó a regresar allí.
En el capítulo 1 vimos lo desanimada que estaba Noemí, pero ahora ella veía la mano de Dios en todo lo que le había sucedido a Rut ese día. El versículo 23 nos dice que Rut se mantuvo cerca de las criadas, y recogió cebada en el campo de Booz hasta que la siega terminó.
Dios cuida de Sus hijos de una manera maravillosa. Su tiempo es perfecto. Él guió a Rut hacia el campo correcto en el momento correcto. Guió a Booz a visitar el campo en el momento correcto. Llevó a estas dos mujeres a regresar de Moab en el tiempo exacto. Propició que Booz oyera lo que Rut había hecho por su suegra. Todas estas circunstancias nos muestran la mano de Dios obrando a favor de estas dos viudas. Debería reconfortarnos mucho ver cómo Dios es capaz de guiar a Su pueblo. Debería animarnos ver cuán tiernamente Él cuida de aquellos a quienes ama.
Para Meditar:
· ¿Qué aprendemos en este capítulo acerca del carácter de Rut?
· ¿Qué nos enseña este capítulo acerca del cuidado de Dios?
· ¿Cómo este texto nos enseña respecto al tiempo de Dios y la forma en que Él planifica de manera perfecta los sucesos de nuestras vidas? ¿Acaso Rut estaba consciente de que Dios la guiaba en cada uno de estos acontecimientos?
· ¿Qué aprendemos aquí en cuanto a nuestra responsabilidad de cuidar de los demás miembros de nuestra familia extendida?
· ¿Alguna vez nos hemos sentido desalentados como estaba Noemí en el capítulo 1? ¿Cómo nos alienta ahora el capítulo 2? ¿Hemos percibido la manera en que Dios ha estado proveyendo y cuidando de nosotros en la actualidad?
Para Orar:
· Agradezcamos al Señor que Él es un Dios compasivo y misericordioso, que cuida entrañablemente de nosotros en nuestros momentos de necesidad.
· Demos gracias al Señor por la manera en que tan maravillosamente nos guía y porque Su tiempo es perfecto.
· Pidamos a Dios que abra nuestros ojos ante cualquier necesidad que padezcan nuestros parientes. Oremos que nos ayude a discernir lo que Él quisiera que hiciéramos respecto a esas necesidades.
· Démosle gracias a Dios por el ejemplo que Rut nos dio al cuidar de su suegra.
38 – EL PLAN DE NOEMÍ
Leamos Rut 3:1-18
En el capítulo anterior vimos cómo Dios permitió que Rut hallara favor ante los ojos de Booz. Noemí estaba muy animada al ver que Booz, uno de sus parientes redentores, estuvo dispuesto a proveer para ellas en sus momentos de necesidad. Sin embargo, Noemí también se dio cuenta de que ya ella estaba vieja y necesitaba proveer para el futuro de Rut.
Un día Noemí le dijo a Rut que ella quería proporcionarle un hogar donde no le faltara nada (v. 1, NVI). También le recordó a Rut que Booz era su pariente, y que ella tenía esperanzas de que él pudiera proveerle el hogar que ella necesitaba. Sin embargo, para que eso sucediera, Rut debía tomar la iniciativa.
Noemí le dijo a Rut que Booz estaría en la era (en el campo de trillar) esa noche con sus hombres, trabajando y celebrando la cosecha. Ella le aconsejó que se lavara y se perfumara, y se pusiera sus mejores ropas. Entonces ella debía ir a la era, pero tenía que ocultarse hasta que todos hubieran terminado de comer y de beber (v. 3).
Noemí le dijo a Rut que se fijara el lugar donde Booz estaba durmiendo, pues ella debía ir donde él, descubrir sus pies y acostarse allí (v. 4). Y Rut hizo exactamente lo que Noemí le dijo (vv. 5-6). No sabemos con certeza por qué Noemí usó este método en particular. Su intención era hacer que Booz llevara a cabo su función de pariente redentor. Ella quería que él le proveyera un hogar a Rut casándose con ella y dándole continuidad así al linaje de su familia.
En el capítulo 4 veremos que Booz no era el único pariente redentor. Había otros hombres, incluso más cercanos a ella, sobre quienes podía recaer la responsabilidad de ayudar a la familia. Posiblemente Noemí lo sabía, pero ella vio a Booz como el mejor proveedor para Rut. Ella lo respetaba y lo conocía como un hombre honrado. Puede ser que Noemí quisiera mantener ese asunto en secreto debido a que ella realmente quería que fuera Booz quien se casara con Rut, y no otro hombre con más derecho.
El hecho de destapar los pies de Booz y acostarse allí parece obedecer a varios propósitos. En primer lugar, él se despertaría pues tendría frio en los pies. En segundo lugar, era un símbolo de que Rut se sometía a él. Y, en tercer lugar, al destapar sus pies mientras dormía, Rut estaba teniendo el sutil gesto de pedirle a Booz que la tomara como esposa.
Esa noche mientras Booz dormía, Rut entró secretamente, descubrió sus pies y se acostó allí (v. 7). Algo sorprendió a Booz a media noche. Él se despertó y encontró a una mujer acostada a sus pies (v. 8).
¿Quién eres?, preguntó Booz (v. 9). Rut le respondió diciéndole que era ella, y le dijo que extendiera el borde de su capa sobre ella porque él era su pariente redentor.
Booz sabía exactamente que Rut le estaba pidiendo que se casara con ella. El hecho de extender el borde de la capa sobre alguien significaba aceptarlo bajo su cuidado, protegerlo y proveer para esa persona. Esto es lo que Rut le estaba pidiendo a Booz que hiciera. Este acto parece ser bastante agresivo para Rut, particularmente en aquella cultura.
Noemí y Rut estaban dando pasos en vista a su futuro. Hasta ahora Dios siempre les había provisto; sin embargo, aquí ellas se muestran bastante agresivas en su estrategia. Literalmente le estaban pidiendo a Booz que se hiciera responsable por ellas y que les proveyera para sus necesidades.
Todos sabemos que Dios puede proveer para nuestras necesidades sin nosotros tener que pedirle a alguien más. Sin embargo, hay ocasiones en que el pueblo de Dios sí necesita estar desafiado a actuar. Debido a que Rut pidió, Booz se motivó a hacer algo al respecto.
Observemos la respuesta de Booz en el versículo 10. Él estaba asombrado por esta petición. Le dijo: “…no has ido en busca de hombres jóvenes, sean ricos o pobres”. Booz se consideraba un hombre viejo. Él sabía que Rut podía haberse casado con alguien mucho más joven, pero ella se había fijado en él, y esto parece haberle agradado. Quizás él dudaba pedirle a Rut matrimonio por temor a su respuesta.
Esa noche Booz le dijo a Rut que él haría lo que fuera necesario para proveer para ella (v. 11, NTV), y le confirmó que todos sabían que ella era una mujer virtuosa y de noble carácter. También le dijo que había otro pariente más cercano que él que tenía más derecho a redimirla. Él tenía que consultar primero a ese hombre antes de proponerle matrimonio (v. 12). No obstante, le prometió que él haría todo lo que estuviera a su alcance para proveerles según ella lo había pedido (v. 13).
Temprano en la mañana, mientras todavía estaba oscuro y nadie podía reconocer a las personas, Rut se levantó y se fue. Pero antes de irse Booz le dijo que no dejara que nadie supiera que ella había estado allí (v. 14), pues eso perjudicaría su reputación y solo provocaría falsas opiniones de lo que había sucedido. Booz también le dijo que se quitara el manto, y cuando ella lo hizo, él puso dentro seis medidas de cebada, y la despidió. Luego él fue al pueblo, obviamente a tratar ese asunto que Rut había suscitado esa noche (v. 15, NVI).
Entonces Rut regresó a donde estaba Noemí para contarle a su suegra lo que había acontecido (v.16), y le dijo que él le había dado seis medidas de cebada. La cebada era un símbolo del compromiso de Booz de hacer lo que fuera necesario para proveerles. Cuando Noemí oyó todo aquello, le dijo a Rut que esperara pacientemente hasta ver qué sucedía. Ella sabía que Booz no descansaría hasta resolver ese asunto con el otro pariente redentor (v. 18).
Aunque hasta cierto punto Booz sí proveyó para aquellas mujeres, se necesitó el acto directo de Rut y Noemí para conllevarlo a hacer planes para la futura seguridad de ellas. Dios mismo puede mover a las personas, pero hay veces en que Él nos pide que seamos el instrumento mediante el cual Él mueve a Su pueblo a actuar. Este simple gesto de Rut llevó a Booz a actuar. Algunas veces las personas necesitan ser desafiadas e incentivadas a hacer lo correcto.
Para Meditar:
· ¿Cuál era la preocupación de Noemí respecto a Rut?
· ¿Por qué suponemos que Noemí usó este método en particular para comunicarse con Booz?
· Observemos la respuesta de Booz ante la petición de Rut, y la pasión que él demostró al responderle. ¿Por qué creemos que él dudó en hacer esto antes de que ella se lo pidiera?
· ¿Qué cosas nos impiden cumplir con las responsabilidades que Dios nos ha dado?
· ¿Hay personas a nuestro alrededor que, como Booz, necesitan ser motivadas? ¿Qué debemos hacer para animarlas?
Para Orar:
· Pidamos al Señor que nos ayude a ser buenos proveedores para nuestra familia.
· Roguemos a Dios que nos perdone por no desempeñar un papel más activo en aquello que Él ha puesto en nuestro corazón que debemos hacer.
· Pidamos a Dios que elimine cualquier obstáculo que nos impida hacer lo que Él quiere que hagamos hoy.
· Pidamos a Dios que nos ayude a servir de estímulo (como hicieron Rut y Noemí) a las personas que nos rodean para que sean movidas a comprometerse a hacer la voluntad de Dios.
39 – NOEMÍ RECOBRA SU PRESTIGIO
Leamos Rut 4:1-22
En la meditación anterior vimos que Rut fue a ver a Booz para pedirle que la tomara como esposa y proveyera para ella y para Noemí. Booz se conmovió con esta petición, y a la mañana siguiente fue a la ciudad a resolver los detalles pertinentes. Aunque Booz era un pariente cercano, no era el más cercano. Había otro hombre a quién le correspondía primero esta responsabilidad para con Noemí. Si Booz quería asumir esa responsabilidad, primero necesitaba la aprobación de este otro pariente redentor.
Cuando Booz llegó a la ciudad, se sentó junto a la puerta y esperó que llegara el otro pariente (v. 1). Este era el lugar acostumbrado para tratar los negocios.
Cuando el pariente llegó, Booz lo llamó, y también tomó a diez ancianos de la ciudad para que escucharan el asunto que iban a tratar (v. 2). Estos ancianos servirían como jueces entre las dos partes, y sellarían cualquier negociación que tuviera lugar allí.
Cuando todos estuvieron presentes, Booz expuso el asunto ante aquel pariente y los ancianos de la ciudad. Dirigiéndose al hombre le dijo que Noemí había regresado de Moab y que estaba vendiendo la parcela de tierra que le pertenecía a su esposo Elimelec (v. 3). Booz le dijo que debido a que él era el pariente más cercano, tenía por derecho la oportunidad de comprar la tierra y así ésta quedaba en poder de la familia. Booz le dejó claro a este hombre que si no compraba la tierra, él lo haría (v. 4). Cuando el pariente redentor oyó que la propiedad estaba a la venta, se mostró interesado y dijo: “Yo redimiré” (v. 4).
Entonces Booz le dijo que al comprar la tierra también debía tomar a Noemí la esposa de Elimelec para de esa forma mantener el nombre del difunto sobre su propiedad. La ley de Moisés declaraba que cuando un hombre moría sin hijos, su hermano debía casarse con la viuda para proveerle un hijo. El primer hijo que naciera de esa unión debía llevar el nombre del primer esposo de la viuda y heredar sus posesiones. De esta manera el nombre del difunto no sería borrado de Israel (ver Deuteronomio 25:5-6).
En Rut 1:12 Noemí les dijo a sus nueras que ella era demasiado vieja para tener hijos. Probablemente esto suponía que debido a que Noemí era demasiado vieja para tener hijos, entonces el pariente redentor debía casarse con Rut para proveerle un hijo. Entonces este hijo le pertenecería a Noemí y llevaría el nombre de su esposo Elimelec. Más adelante abundaremos al respecto.
Cuando el primer pariente redentor escuchó que también tendría que hacerse cargo de estas dos viudas, cambió de opinión. Él temía perjudicar su heredad al comprar una tierra que al final no sería parte de la herencia que les correspondería a sus hijos. El problema de este hombre no era comprar la tierra, sino recibir a Noemí y a Rut. Si él tenía un hijo por medio de Rut y Noemí, la tierra automáticamente pasaría a ser de ese hijo, y se consideraría como parte de la propiedad de Elimelec, el esposo de Noemí. En caso de que todos los hijos propios de este pariente redentor murieran sin heredero, entonces el hijo de Noemí y Rut podría heredar toda esa tierra. Este pariente no estaba dispuesto a correr ese riesgo, por lo que le dio a Booz el derecho de redimir él mismo la propiedad (v. 6).
La costumbre de Israel en aquella época para consumar la transferencia de una propiedad era que una de las partes se quitaba su sandalia y se la entregaba a la otra. Así era que se legalizaban las transacciones (v. 7). Entonces, para sellar el trato, el pariente redentor se quitó su zapato y se lo entregó a Booz (v. 8). Luego Booz llamó a los diez ancianos que estaban presentes ese día para ser testigos de la transacción y les reiteró que él acababa de adquirir todo lo que era propiedad de Elimelec y de sus hijos Quelión y Mahlón (v. 9). También les recordó que además había adquirido como su esposa a Rut, la viuda de Mahlón, para así restaurar el nombre del difunto con la propiedad a fin de que el nombre de Elimelec no fuera borrado del registro de la ciudad (v. 10).
Los ancianos declararon que habían sido testigos de toda la negociación y bendijeron a Booz con una triple bendición.
La primera fue: “Jehová haga a la mujer que entra en tu casa como a Raquel y a Lea, las cuales edificaron la casa de Israel” (v. 11). Los hijos que Jacob tuvo con Raquel y Lea fueron líderes de las doce tribus de Israel. Esta bendición de los ancianos era muy importante ya que le estaban dando a Rut, quien era extranjera, una posición junto a las más grandes mujeres de Israel.
La segunda bendición de los ancianos en el versículo 11 es esta: “…y tú seas ilustre en Efrata, y seas de renombre en Belén”. Nuevamente estamos ante una bendición trascendental. Parece que los ancianos habían percibido que esta unión entre Rut y Booz era significativa. Ellos aún no sabían la magnitud de su importancia, pero percibían que Booz y su descendencia por medio de Rut serían famosos en Israel.
La última bendición la encontramos en el versículo 12 cuando los ancianos dicen: “Y sea tu casa como la casa de Fares, el que Tamar dio a luz a Judá”. Booz provenía del linaje de Fares. Obviamente, Fares y su línea familiar eran bien respetados en Israel. En realidad, lo que los ancianos le estaban diciendo era: “que tu familia sea tan respetable y honorable como la familia de Fares, tu ancestro”. Nuevamente ellos percibían que esta unión entre Booz y Rut iba a ser muy importante y originaría un linaje respetable en Israel.
Cuando terminaron de negociar, Booz regresó y tomó a Rut como su esposa y Dios le concedió un hijo (v. 13) a quien llamaron Obed (v. 17). Observemos la respuesta de las mujeres de Belén ante el nacimiento de Obed. Ellas alabaron al Señor porque no había dejado a Noemí sin un pariente redentor. Veamos cómo ellas bendijeron a su hijo diciendo: “Que este niño sea famoso en Israel” (v. 14, NTV). Se cree de manera general que este pequeño fue reconocido como alguien que sería muy importante en la historia de su nación.
Las mujeres de Belén también sabían que ese día Noemí había sido liberada de su maldición. Este hijo sería el heredero de las propiedades de su esposo y llevaría su nombre. También proveería para ella y la cuidaría en su vejez. Todo esto pudo suceder por la fidelidad de Rut, quien voluntariamente dejó su propia tierra para ayudar a su suegra en sus momentos de necesidad. Según las mujeres de Israel, Rut era para Noemí mejor que siete hijos.
Observemos también en el versículo 16 que sería Noemí quien cuidaría del niño. Aunque Rut era su madre biológica, Noemí cuidaría de Obed y lo criaría como su propio hijo. Ella lo adoptaría y él heredaría todas las pertenencias de su esposo Elimelec. Este niño cargaría el nombre de Elimelec. Percatémonos en el versículo 17 que las mujeres de Belén dijeron: “Le ha nacido un hijo a Noemí”. Esto nos muestra sin lugar a dudas que Obed (nacido de Rut y Booz) era considerado el hijo de Noemí, y ella lo criaría como si fuera su propio hijo.
Solo nos resta imaginar el gozo que Noemí sentiría al tomar a este pequeño que Rut y Booz le habían dado, y criarlo para que fuera el heredero de la tierra y las propiedades de su esposo. Ella había recobrado su prestigio, pues Dios le había provisto de un heredero.
Obed, el hijo de Noemí crecería y tendría sus propios hijos. Uno de ellos fue Isaí, quién sería el padre de David, el mayor rey que tuvo Israel; quien a su vez sería el antecesor de un rey aun mucho mayor, el Señor Jesús. En los versículos del 18 al 22, se traza el linaje desde Fares hasta el rey David.
El libro de Rut narra la historia de una moabita extranjera que se comprometió con su suegra y con el Dios de ésta. Narra la historia del hacendado Booz quien rescató y redimió a Noemí y a Rut. Es la historia de Rut y Booz quienes voluntariamente le entregaron su primer hijo a Noemí para que lo criara como suyo propio. Y, por último, es la historia de cómo Dios proveyó y cuidó a estas dos viudas en su momento de necesidad.
La historia de Rut es la historia de cómo Dios preservó el linaje de David por medio de una extranjera. Hay sangre moabita en el linaje de Cristo; y esto nos muestra que Dios, desde siempre, se ha preocupado no solo por Israel, sino por todo el mundo. Esta es la historia de cómo Dios tomó a dos viudas carentes e hizo una obra poderosa por medio de ellas que impactaría a toda la humanidad. Estas dos viudas fueron un eslabón vital en la cadena de salvación a través de Jesucristo. Ellas nos recuerdan que Dios puede usar a cualquiera de nosotros para cumplir Sus propósitos si nos comprometemos con Él y no perdemos la esperanza.
Para Meditar:
· ¿Qué aprendemos aquí acerca del empeño de Booz en hacer las cosas legalmente y con honestidad? ¿Qué muestra esto de su carácter?
· ¿Cómo se puso de manifiesto el propósito de Dios para con Booz en la negociación que tuvo lugar ese día en la ciudad?
· ¿Qué nos revelan las bendiciones de los ancianos acerca de la percepción que ellos tuvieron de la importancia del matrimonio entre Booz y Rut? ¿De qué manera Dios cumplió esas bendiciones?
· Analicemos la situación de Rut y Noemí cuando llegaron a Belén al principio. ¿Cómo Dios tornó esa trágica situación en una gran victoria para estas viudas? ¿Puede Dios hacer lo mismo en nuestras situaciones?
· Meditemos en los sacrificios que se hicieron en esta historia. ¿Cómo Dios usó los sacrificios voluntarios de Su pueblo para llevar a cabo Sus propósitos? ¿Qué sacrificios estamos dispuestos a hacer en la actualidad?
· ¿Qué importancia tiene el hecho de que haya sangre moabita en el linaje de Cristo?
Para Orar:
· Pidamos a Dios que nos dé gracia para caminar con Él en honestidad y fidelidad, tal y como hicieron Rut y Booz.
· Agradezcamos al Señor que Él lleva adelante Sus propósitos aun en las más trágicas circunstancias. Rindamos hoy nuestras circunstancias a Él.
· Pidamos al Señor que nos capacite para hacer los sacrificios que sean necesarios para la expansión de Su reino.