Inspirado en el pasaje de Hebreos 12:1-3, para aquellos que se encuentran en la carrera de la vida
F. Wayne Mac Leod
Traducción al español: Traducciones NaKar, Cuba
Copyright © 2012 by F. Wayne Mac Leod
Publicaciones Light To My Path [Ministerio de distribución literaria Lumbrera a mi Camino]
Todos los derechos reservados. No puede reproducirse ni transmitirse de forma alguna este libro, ni ninguna parte de él, sin el permiso por escrito de su autor.
Todas las citas bíblicas han sido tomadas de la Reina Valera 1960, a menos que se indique otra versión.
Mi especial agradecimiento a los correctores de texto:
Diane Mac Leod, Pat Schmidt
Índice
- Prefacio
- 1 Una nube de testigos
- 2 Despojándonos del lastre que nos estorba
- 3 Corriendo con paciencia
- 4 Puestos los ojos en Jesús
- 5 Un ejemplo a seguir
- 6 No desmayemos
Prefacio
Cada creyente tiene una carrera por delante, y esa carrera no siempre es fácil, pues siempre habrá obstáculos en el camino y tentaciones que vencer. Hebreos 12:1-3 sirve de inspiración a quienes desean caminar en obediencia al llamado de Dios para sus vidas. Aquí, en estos sencillos versículos, se nos recuerda de hombres y mujeres que estuvieron antes que nosotros, testificando del poder y la fidelidad del Señor, nuestro Dios, quien nos guía en la carrera. También se nos desafía a tener cuidado de los obstáculos y dificultades en la senda que tenemos por delante, y también se nos anima a considerar al Señor Jesús, nuestro ejemplo e inspiración.
Al hacer uso de las maravillosas verdades recogidas en Hebreos 12:1-3 para escribir este sencillo cometario devocional, tengo como meta animar y fortalecer a los siervos de Dios que se encuentren agotados. Permita el Señor que le sirva de inspiración a quienes estén reflexionando acerca del llamado de Dios en sus vidas. Al igual que con todos estos libros, no se apresure a hacer este estudio; tómese su tiempo para meditar en la verdad de las Escrituras. Pídale al Espíritu Santo que le muestre lo que Él quiere enseñarle a través de estos versículos. Que este libro pueda servir de ánimo a quienes se encuentren agotados en la carrera que se les ha sido trazada.
1 – Una nube de testigos
“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos…” (Hebreos 12:1)
Al comenzar este estudio de Hebreos 12:1-3, necesitamos tomarnos un tiempo para examinar el contexto. El versículo 1 comienza con las palabras ‘por tanto’. Esto implica que anteriormente el autor ha dicho algo que demanda una respuesta.
La palabra “por tanto” se refiere a Hebreos 11. En ese pasaje el autor habla de aquellos que fueron antes que nosotros. Lo que caracterizó a estos hombres y mujeres fue que fueron personas de gran fe. Ellos obedecieron a Dios sin saber lo que estaba por delante, y confiaron en Sus promesas sin poder imaginarse cómo Él las podría cumplir. Ellos confiaron que Dios podía hacer lo imposible, y sacrificaron así sus más valiosas posesiones en obediencia a Su llamado. Algunos fueron torturados; otros encarcelados, apedreados, azotados, y hasta aserrados por la mitad, por causa de la fe que profesaban en el Señor su Dios.
Después de haber compartido las historias de estos hombres y mujeres de fe, el autor habla de cómo debemos responder al ejemplo de ellos. En el versículo 1, él dice: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos”. Percatémonos de la combinación de estas dos frases, “por tanto” y “nosotros también”. Estas palabras implican que tenemos una obligación.
Lea Hebreos 11 y acepte el desafío que nos hace la fe de aquellos que una vez caminaron con Dios. Lea de la increíble gracia y fidelidad de Dios al sacar a Abraham de Ur para convertirlo en el padre de la nación de Israel. Vea cómo el Dios de lo imposible abrió el vientre de Sara aunque ya le había pasado la edad de tener hijos. Reconozca la protección de Dios, quien cerró las bocas de los leones cuando Daniel fue lanzado en el foso. Acepte el desafío a su propio compromiso con el Señor, mientras lee de la dedicación de aquellos que fueron perseguidos y dispusieron sus vidas a causa de su fe.
El pasaje de Hebreos 11 no es tan solo un relato de hombres y mujeres de fe comprometidos; es un desafío a nuestra fe. Cuando vemos cómo Dios guía y protege a Su pueblo, nos quedamos sin excusas ante Su llamado. Cuando vemos cómo Dios hizo lo imposible en la vida de nuestros ancestros espirituales, somos llamados a confiarle también a Él nuestras situaciones. La historia de estos hombres y mujeres nos coloca bajo una obligación. Vemos en ellos a nuestro Dios: Su provisión, protección y dirección. Aquél que proveyó para Moisés en el desierto, también proveerá para nosotros en el desierto. El que protegió a Daniel de la boca de los leones, también nos protegerá. El que guió a Abraham paso a paso, también nos guiará a nosotros. Ésta es la razón por la cual el autor de Hebreos comienza el capítulo 11 con las frases “por tanto” y “nosotros también”. En otras palabras: puesto que sabemos todo esto, no tenemos excusa.
Notemos también que el escritor llama a estos hombres y mujeres de Hebreos 11 “una gran nube de testigos”. Hay varios detalles aquí que debemos tener en cuenta.
En primer lugar, veamos que el escritor habla de una “gran” nube de testigos. La palabra griega usada para ‘gran’ se refiere a cantidad. En otras palabras, hay un gran número de testigos. El número es tan grande, que se habla de él como una nube. Esta nube nos rodea por todas partes. ¿Ha estado sufriendo por causa de su fe? Pues no está solo. ¿Su fe está siendo probada? Usted no está solo. Muchas personas que fueron antes que usted enfrentaron semejantes oposiciones.
En segundo lugar, veamos que esta gran nube es una nube de “testigos”. El testigo es alguien que testifica de algo que ha visto o ha experimentado. ¿Cuál es el testimonio de estos hombres y mujeres de fe? Sus vidas y sus muertes nos hablan de un Dios que provee y cuida a Su pueblo; hablan de un Dios que puede hacer lo imposible; testifican de Su gracia que sostiene, y testifican de Su sabiduría perfecta aún en medio de las pruebas y luchas de la vida.
El hecho de que estos testigos son un gran número, es algo significativo. El Antiguo Testamento exigía que debía haber al menos dos o tres personas que pudieran testificar en contra de alguien para poder acusarle (ver Deuteronomio 19:15, 17:6). Esto se llevó al Nuevo Testamento para que los apóstoles necesitaran al menos dos o tres testigos para poder validar alguna acusación en contra de algún anciano (ver 1 Timoteo 5:19). Sin embargo, lo que tenemos en Hebreos 12:1 es una gran nube de testigos. Sus testimonios juntos son un gran monte de evidencia acerca de la verdad del amor de Dios, Su provisión, Su gracia y Su dirección. ¿Podrá haber alguna duda con tan gran nube de testigos?
Percatémonos, finalmente, de cómo esta gran nube de testigos nos rodea. Desde un confín de la tierra hasta el otro, hombres y mujeres de fe testifican de la misma verdad. De época en época su historia es la misma. El Dios de Abraham Isaac y Jacob es el Dios de gracia, misericordia y amor. Él provee y cuida a los Suyos, y les brinda esperanza y victoria. Su testimonio puede resumirse en las palabras del salmista cuando dijo:
Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza. (Salmo 46:1-3)
A medida que leemos las historias y escuchamos los testimonios de aquellos que fueron antes que nosotros, ¿cuál será nuestra respuesta? Nos quedamos sin excusas. Estos hombres y mujeres sufrieron para que su fe nos fuera trasmitida a nosotros. Ellos nos dieron un ejemplo a seguir, pues nos inspiran con su fe y devoción. Con sus vidas nos demostraron que Dios cuidará de nosotros y proveerá para todas nuestras necesidades. Ellos nos recuerdan que hay algo más importante que la vida misma.
No puede haber duda alguna. No hay excusas. El testimonio de esta gran nube de testigos nos inspira a caminar donde ellos caminaron. Es un desafío a permanecer firmes y fieles hasta el final. Su Dios sigue siendo nuestro Dios. Lo que Él hizo por ellos, también lo hará por nosotros.
Para pensar:
- Tome unos minutos para leer Hebreos 11. ¿Qué obstáculos encontraron estos hombres y mujeres de fe en su caminar con Dios?
- ¿Cómo le inspiran estos hombres y mujeres de Hebreos 11 en su caminar con Dios?
- ¿Cuál debe ser nuestra respuesta al testimonio de hombres y mujeres de fe?
- ¿Hay personas en su tiempo que le inspiren a ser mejor en su fe y su devoción al Señor? ¿Quiénes son? ¿Qué hay en ellos que le inspira? ¿Qué le enseñan acerca de Dios?
- ¿Qué tipo de testimonio dejará para sus hijos y los de su generación?
Para orar:
- Tome un momento para agradecerle al Señor por la maravillosa fe de hombres y mujeres que fueron antes que usted.
- Pídale al Señor que lo ayude a aprender de los ejemplos de sus padres y madres espirituales.
- Pídale a Dios que le ayude a dejarle a sus hijos un legado de fe que los inspire en su andar con Dios.
2 – Despojándonos del lastre que nos estorba
“…despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia” (Hebreos 12:1, NVI)
En el capítulo anterior vimos a aquellos que fueron antes que nosotros. Esa “gran nube de testigos” nos sirve de ejemplo e inspiración. Pero la inspiración, aunque buena por una parte, no es suficiente. Viene un punto en nuestras vidas cuando necesitamos tomar decisiones personales para seguir el llamado del Señor Jesús. Y este es el desafío del escritor de Hebreos; Él espera que los lectores vean estos ejemplos mencionados y también se entreguen a Dios de todo corazón.
Aunque esto suena relativamente sencillo, quienes asuman este desafío pronto descubrirán que hay muchos obstáculos a la hora de caminar como anduvieron sus ancestros espirituales. De dos de estos obstáculos se habla en el versículo 1.
Las cosas que estorban
El escritor describe el primer obstáculo como lo que “nos estorba” (NVI). Él no define específicamente estas cosas, pero el contexto del resto de este pasaje nos da una mejor idea de lo que pudiera ser.
Las cosas que estorban no son necesariamente cosas pecaminosas. De hecho, éstas pudieran ser cosas muy buenas en sí. Antes de seguir al Señor Jesús, los discípulos eran pescadores de oficio. Era por medio de esta noble profesión que se buscaban la vida. Un día, el Señor Jesús fue a donde estaban trabajando Simón Pedro y Andrés. Ellos se encontraban lanzando sus redes al lago cuando Jesús les hizo el llamado: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mateo 4:19). Cuando escucharon Su llamado, ellos inmediatamente dejaron sus redes y le siguieron. Jesús les estaba pidiendo que dejaran una profesión honrosa, pues tenía algo más para ellos.
La familia es uno de los regalos más preciados que se recibe en la vida. De hecho, el salmista nos dice que los hijos son una rica herencia del Señor:
He aquí, herencia de Jehová son los hijos, cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos. (Salmo 127:3-5)
Cuando Jesús llamó a Santiago y a Juan para que fuesen Sus discípulos en Mateo 4:21-22, no solamente dejaron su oficio sino también a su padre para seguirle. Jesús nos dice en Mateo 10:37:
El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí.
Si quieres seguir al Señor Jesucristo, Él debe tomar el primer lugar en tu vida. Esto puede significar dejar la seguridad de vivir con tu familia; para otros puede significar permanecer soltero sin hacer familia; para otros puede significar mudarse lejos de sus familiares cercanos para cumplir con el llamado de Dios.
En Mateo 19, Jesús conoce a un gobernante joven y rico. Este joven parecía muy interesado en ser seguidor de Jesús, y un día le preguntó qué cosas buenas él podría hacer para tener la vida eterna. Jesús le respondió diciéndole que vendiera todas sus posesiones, las diera a los pobres y luego le siguiera (Mateo 19:21). Ese día el joven se apartó de Jesús, pues no estaba dispuesto a dejar las bendiciones y comodidades para seguirle.
Nuestro trabajo, familia y posesiones son todas bendiciones del Señor, pues vienen directamente de Él para nuestra bendición y bienestar. Todas estas cosas no son malas en sí mismas; son buenas, y se pueden atesorar y disfrutar como bendiciones de parte de Dios. Sin embargo, como creyentes, nunca debemos dejar que estas bendiciones tomen prioridad en nuestras vidas por delante de Dios mismo.
Observemos que el escritor a los Hebreos nos dice lo que debemos hacer con aquello que nos estorba. Dice que debemos desecharlo. Esta es una palabra fuerte, principalmente cuando se refiere a las cosas buenas que amamos y atesoramos. Desechar algo demanda aun esfuerzo deliberado. Cuando Dios llama, hasta las cosas buenas que son un estorbo deben ser desechadas. Para esto se requiere de sacrificio y disciplina.
En una era donde se lucha por el confort y la seguridad, el sacrificio no resulta nada fácil; y en muchas ocasiones se hace muy difícil desechar todo lo que nos estorba. Abraham tuvo que poner a su hijo sobre un altar en obediencia al llamado de Dios (Génesis 22:9-10). José se vio obligado a abandonar a su familia e ir a Egipto (Génesis 37:27-28). Dios le pidió a Moisés que dejara las comodidades y las riquezas de Egipto (Éxodo 2:11-15). Juan el Bautista perdió su vida porque predicaba la verdad (Mateo 14:1-11). Hasta las cosas buenas pueden obstaculizar que hagamos la voluntad de Dios. El creyente debe estar dispuesto a desechar hasta las bendiciones de Dios si es que éstas nos estorban para que caminemos en total obediencia.
El pecado que nos asedia
El otro obstáculo del que se habla en el versículo 1 se describe como “el pecado que nos asedia (‘el pecado que fácilmente nos envuelve’, LBLA.)”. La palabra “pecado” nos muestra aquí que el escritor se está refiriendo a violaciones claras del propósito y voluntad de Dios, ya sea por medio de actitudes, acciones o pensamientos.
Veamos que el escritor nos está diciendo que estos pecados no solamente son un obstáculo, sino que también nos envuelven (LBLA), nos enredan (DHH). Imaginémonos un atleta que quiera correr con una cuerda atada y enredada en sus tobillos. De manera similar, imagínese la mente de un creyente enredada en la pornografía o la ira. ¿Cómo podrá ese creyente alcanzar verdaderamente su potencial? Hay muchos pecados que nos envuelven y nos incapacitan para el servicio al Reino de Dios.
Jesús, en Mateo 5:23-24, desafió a aquellos que venían a adorar, a que primero trataran con sus relaciones rotas.
Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.
Jesús describe aquí a un hermano que está envuelto en una mala relación. Él le dice a este hermano que si quiere seguirle, primero debe deshacerse de lo que lo envuelve.
Pedro habla de obstáculos en el matrimonio en 1 Pedro 3:7:
Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo.
Un esposo que no trata a su esposa con respeto, peca contra Dios y quedará envuelto de manera tal, que no podrá ser eficaz en su ministerio ni en su andar con Dios.
Dios retuvo la bendición sobre Israel en Josué 7 debido a que Acán tomó artículos prohibidos de la ciudad de Jericó y los escondió en su tienda. Este suceso envolvió a toda la nación de tal manera, que no podían derrotar a la ciudad de Ai. El ejército israelí fue humillado a causa del pecado de Acán. Luego, Dios restauró la bendición sobre la nación, sólo cuando fue expuesto ese pecado y la familia de Acán, destruida.
Si queremos seguir el llamado de Dios y caminar fielmente con Él, debemos tratar con el pecado que nos envuelve. Veamos que el escritor de Hebreos nos dice que estos pecados nos envuelven “fácilmente”. Cuando dejamos que el pecado permanezca en nuestras vidas, le estamos cediendo terreno al enemigo. Si le damos esa entrada al enemigo y le permitimos que se establezca en nuestros corazones, nos enredaremos fácilmente y seremos derrotados. Él puede hacer esto a causa de nuestra naturaleza caída, la cual se deleita en el mal.
David, desde la azotea de su casa, se asomó y vio a Betsabé cuando se bañaba. La lujuria de su naturaleza pecaminosa se despertó dentro de él, y pecó. Caín vio las bendiciones que Dios le había dado a su hermano, Abel; entonces los celos y la ira brotaron de su pecaminoso corazón, y en un arrebato de ira fue y mató a su hermano. Cualquiera de nosotros puede caer fácilmente. El desafío de Hebreos 12:1 es que nos aseguremos de asumir una postura activa y agresiva, no sólo en contra del pecado que nos enreda tan fácilmente, sino también en contra de las cosas buenas que obstaculizan todo lo que Dios tiene para nosotros.
Para pensar:
- ¿Pueden las bendiciones de Dios estorbar en nuestro andar espiritual?
- ¿Qué bendiciones de Dios está usted dispuesto a sacrificar para la gloria de Dios en su vida? ¿Hay bendiciones que le costaría trabajo rendir al Señor? ¿Cuáles son?
- ¿Hay pecados en su vida que le han envuelto? ¿Cuáles son? ¿Cómo le alejan del propósito de Dios?
- ¿Con cuánta facilidad puede caer en pecado? ¿Cuánto necesita depender del Señor para tener fuerzas para vencer?
Para orar:
- Tome un momento para agradecerle al Señor por la plenitud de las bendiciones que le ha dado. Cuando haga esto, dígale que Él tiene el derecho de tomarlas de nuevo.
- Pídale a Dios que le revele cualquier pecado que necesite ser señalado porque lo está envolviendo y está impidiendo que usted sea todo aquello que Dios quiere que sea.
- Agradézcale al Señor, quien le da las fuerzas para vencer las tentaciones del enemigo. Pídale que lo mantenga dependiendo de Él para todo.
3 – Corriendo con paciencia
“… y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12:1)
Hasta ahora, en este estudio de Hebreos 12:1 hemos visto el ejemplo que nos ha dejado esa gran nube de testigos. También hemos oído el desafío, a la luz de su testimonio, de despojarnos de todo aquello que estorba y del pecado que nos asedia. El propósito de esto lo podemos ver en la frase final del versículo 1. Debemos despojarnos de todas estas cosas para poder correr la carrera que tenemos por delante. Aquí hay varios detalles a tener en cuenta.
Observemos que en el versículo 1 el autor usa la palabra ‘correr’. Esta palabra es importante. Aquí no estamos hablando de una caminata tranquila por el parque. El uso del término ‘correr’ nos muestra que esta es una carrera con una meta específica en mente y un tiempo limitado para alcanzar la meta. Hay poco tiempo para mirar para los lados. Se necesita mucha concentración y disciplina. Si nos distraemos, perdemos la carrera.
Es importante que entendamos que nos encontramos en medio de una carrera. Sólo tenemos una equis cantidad de tiempo para completar todo el recorrido. No sabemos la cantidad de tiempo que Dios nos dará sobre esta tierra, pero una cosa sí sabemos: que nuestros días están contados. No podemos darnos el lujo de malgastar el precioso tiempo que el Señor nos ha dado. Escuchemos el reto que Pablo le lanza a los efesios:
Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. (Efesios 5:15-16)
La realidad es que si no aprovechamos bien el tiempo, es muy probable que nos salgamos fuera de los propósitos de Dios para nuestras vidas. ¿Quién de nosotros no ha desperdiciado oportunidades de compartir el amor de Cristo? ¿Quién de nosotros no ha malgastado días e inclusive años buscando sus propias metas y no las de nuestro Señor? ¡Cuán agradecidos deberíamos estar por la paciencia y el perdón del Señor! Pero qué bueno sería para nosotros que termináramos nuestras vidas con la certeza del apóstol Pablo, que dijo:
He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida. (2 Timoteo 4:7-8)
En esta carrera, al creyente tan solo se le da un espacio de tiempo determinado, un tiempo limitado para usar los dones que Dios nos ha dado. El tiempo se nos agota cada día. Pablo animaba a los corintios a que corrieran para ganar el premio:
¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. (1 Corintios 9:24).
¿Será esta carrera la pasión de su vida? ¿Podrá usted percatarse del corto tiempo y de la urgencia de la tarea que tiene por delante? ¿Aprovechará bien el tiempo para poder alcanzar la meta a la cual fue llamado?
Observe también que la carrea que tenemos por delante es una carrera que se debe correr con “paciencia” (NVI: perseverancia). Esto implica esfuerzo. Los corredores saben que si quieren llegar a la meta, deben disciplinarse y esforzarse. Esto es algo que cada corredor toma en serio. Pablo habla de esto en 1 Corintios 9:25-27:
Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.
Pablo decía que necesitaba golpear su cuerpo y convertirlo en su esclavo. Lo que el apóstol Pablo nos está diciendo aquí es que él se disciplinaba a sí mismo para logar los propósitos de Dios para su vida. Él sabía que si quería alcanzar la meta que Dios había trazado para su vida, tenía que hacer un gran esfuerzo de su parte.
Es importante que entendamos este principio. En demasiadas ocasiones somos incapaces de entender los grandes sacrificios que hay que hacer si queremos alcanzar nuestro potencial. Queremos que la carrera sea fácil y sin presiones. No nos gusta esforzar los músculos. No queremos muchos obstáculos. La realidad es que la carrera que tenemos por delante es sobre un terreno disparejo. Hay montañas que escalar y valles que cruzar. En ocasiones esta carrera nos llevará al desierto o a las profundas junglas de la vida en donde podemos perder fácilmente el camino. El enemigo ya ha ido delante de nosotros dejándonos trampas. Nos encontraremos con sus tentaciones y distracciones a lo largo del camino. En ocasiones el enemigo saldrá de la nada y arremeterá contra nosotros para dejarnos tendidos en el suelo. Otras veces nos lanzará insultos desde la distancia. Todo esto lo hace él para obstaculizarnos el paso y desalentarnos. Esta es una carrera en la que hace falta verdadera disciplina y perseverancia. Los que están en la carrera no deben dejarse distraer por el enemigo. Pablo le habla de esto a Timoteo usando el ejemplo del soldado.
Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado. (2 Timoteo 2:3-4)
¡Qué fácil resulta ceder ante las tentaciones cuando nos encontramos en medio de la carrera cansados y desalentados! Sin embargo, nuestro Señor nos está llamado a correr con perseverancia. No debemos desmayar, no debemos ceder. Debemos luchar, esforzarnos y seguir hacia adelante si queremos llegar a la meta a la cual Dios nos ha llamado. Nunca debemos pensar que alcanzaremos la meta sin ningún tipo de esfuerzo.
Hay un último detalle que necesitamos ver en esta sección de Hebreos 12:1. Observe que debemos correr con paciencia “la carrera que tenemos por delante”. Esta no es cualquier carrera; es una carrera muy específica. La carrera que somos llamados a correr es una que nos ha sido escogida de manera particular. Hay tres maneras de conocer cuál es la carrera que se nos ha trazado.
En primer lugar, la carrera se nos ha asignado por medio de un llamamiento. Es decir, Dios ha puesto un llamamiento específico en cada una de nuestras vidas y nos ha dado dones de manera muy especial. Él tiene un propósito específico para mi vida que es para mí nada más. Me ha permitido atravesar circunstancias en la vida que me han preparado para hacer la obra que tiene para mí. Dios llamó al apóstol Pablo para que fuese misionero a los gentiles (vea Romanos 15:15-16). El Señor le dijo a Jeremías que aún estando en el vientre de su madre, Dios lo llamó para que fuese profeta a las naciones:
Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones. (Jeremías 1:5)
¡Qué privilegio saber que Dios tiene un propósito en particular para nuestras vidas! Sin embargo, este conocimiento trae consigo una obligación muy importante. ¿Seremos fieles al llamado o nos distraeremos? En los días de la iglesia primitiva hubo una gran escasez entre las viudas pues no había alimentos ni lo necesario para la vida cotidiana. Aunque la necesidad era apremiante, los apóstoles rehusaron involucrarse porque éste no era el llamado que Dios les había hecho. Al hablarles a los creyentes de esa región, les dijeron:
No está bien que nosotros los apóstoles descuidemos el ministerio de la palabra de Dios para servir las mesas (Hechos 6:2, NVI).
Como resultado de esto, escogieron a siete hombres para que tomasen esa responsabilidad y así los apóstoles pudieran dedicarse a su llamado.
La carrera no se nos ha trazado sólo por medio del llamado, sino también por medio de la Palabra de Dios. Segunda de Timoteo 2:5 lo dice claramente:
Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente.
Esta carrera debe ser corrida a la manera de Dios y según Sus reglas. Todo el que corre en ella debe hacerlo en obediencia a los principios y normas expresados en la Palabra de Dios. Nadie puede ganar ignorando las reglas de la carrera. Nuestras actitudes, nuestras acciones y nuestras motivaciones deben estar en armonía con lo que enseñan las Escrituras. Hay quienes piensan que tienen un mejor camino, pues piensan que el recorrido es demasiado largo y difícil, por lo que toman algunos atajos. Al hacer esto, se descalifican ellos mismos. El Señor ha trazado el recorrido, Él ha puesto las reglas y ha establecido cómo se debe correr esta carrera. Sólo aquellos que corren de acuerdo a las reglas pueden ganar el premio.
Finalmente, esta carrera se nos ha trazado por medio de la dirección del Espíritu Santo. El Señor no nos abandona en esta carrera. Su Espíritu Santo promete que nos guiará y nos llevará a lo largo del camino. A medida que enfrentemos los obstáculos en el camino, el Espíritu Santo nos enseñará y nos mostrará la manera de vencer. Cuando tengamos incertidumbre de qué camino tomar, el Espíritu Santo será nuestro guía y nos mostrará el camino. Cuando enfrentemos tentaciones y distracciones Él no conducirá a la verdad. La carrera que Dios nos ha llamado a correr es una carrera muy específica. Aunque mi llamado no sea el mismo que el suyo, las reglas son las mismas para todos los participantes. La carrera debe correrse según lo que enseñan las Escrituras y según guíe el Espíritu Santo.
Somos llamados a correr una carrera que no es fácil, que está llena de distracciones, tentaciones y dificultades a lo largo del camino. Sólo tenemos un tiempo específico para correrla. ¿Está usted dispuesto a asumir estos desafíos? ¿Hará de esta carrera asignada específicamente para usted la ambición de su vida?
Para pensar:
- ¿Cuál es el recorrido que el Señor le ha trazado para su vida? ¿Qué le ha llamado a hacer?
- ¿Cómo ha estado usted usando su tiempo? ¿Ha estado aprovechando el tiempo que se le ha asignado para correr esta carrera?
- ¿Qué sacrificios ha hecho ya en esta carrera suya?
- ¿Ha estado corriendo de acuerdo a las reglas? ¿Ha estado caminando en obediencia a las enseñanzas claras que da la Palabra de Dios?
- ¿Qué tipo de “atajos” está tentado a tomar en la carrera que le ha sido trazada?
- ¿Cómo le ha estado guiando el Espíritu Santo en esta carrera?
Para orar:
- Pídale al Señor que le esclarezca el propósito que tiene para su vida; eso le ayudará a correr esa carrera a la cual ha sido llamado, y para la cual ha sido dotado.
- Pídale al Señor que le indique cómo usar el tiempo que le queda para terminar la carrera.
- Pídale al Señor que le perdone por el tiempo malgastado o por las veces que se ha distraído en su llamado.
- Agradézcale al Señor por el ministerio del Espíritu Santo, quien lo guía a la verdad de la Palabra de Dios y a Sus propósitos específicos.
4 – Puestos los ojos en Jesús
“…puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”. (Hebreos 12:2)
La carrera que tenemos por delante requiere de perseverancia y sacrificio. Satanás hará todo lo que pueda para distraernos y evitar que terminemos la carrera. El camino que se nos ha trazado lo debemos recorrer por nosotros mismos, pues la carrera de uno no es igual a la del otro. Dios ha marcado el curso que quiere que cada uno recorra. A medida que asumamos el desafío de participar en esta carrera, necesitaremos mucha fuerza y sabiduría. Podemos estar seguros de que nuestra fe será probada con los obstáculos y las tentaciones que tenemos por delante. ¿De dónde vendrá la fortaleza para escalar los montes y cruzar los valles?
El versículo 2 responde a esta pregunta. La fuerza para vencer es nuestra fe. La fe a la que se refiere el versículo 2 es el conocimiento de la verdad que Dios nos ha dado acerca de nuestra salvación, Su carácter y propósito. Podemos estar convencidos de que Satanás probará esa fe. Hace ya un tiempo, después de haber pasado la mañana trabajando en un capítulo de un libro que estaba escribiendo, salí de la cafetería donde estuve trabajando y me dirigí a casa. No había avanzado muy lejos cuando sentí que el enemigo me susurraba: “¿Qué te crees que estás haciendo? ¿Cuál es el propósito de escribir esos comentarios bíblicos? Estás perdiendo tu tiempo”. Sabía que eso provenía de Satanás, pero esas preguntas me molestaron a lo largo del camino. No fue hasta el día siguiente que el Señor me habló poderosamente a través de un pasaje en Deuteronomio en donde me decía que podía tener la victoria. Lo que el Señor me mostró en ese pasaje destruyó completamente la obra de Satanás de querer desalentarme. Hasta este día, cuando soy tentado a cuestionar mi llamado, regreso a esas palabras y encuentro fortaleza para seguir adelante.
La fe es la victoria que derrotará al enemigo y nos ayudará a recorrer el camino que Dios nos ha trazado. La pregunta que ahora nos hacemos es ésta: ¿tenemos la fe necesaria para esta carrera? Si somos honestos con nosotros mismos, esta pregunta nos preocupa. Sin embargo, la razón por la que nos preocupa es que estamos considerándonos a nosotros mismos y a nuestras propias habilidades para fomentar nuestra fe. Y es que observamos nuestra falta de fe y comenzamos a preguntarnos qué podemos hacer para fortalecerla. Lo hacemos de esta manera: buscando dentro de nuestra naturaleza pecaminosa y tratando de sacar de ella los recursos para fortalecer nuestra fe. Si la fe proviniese de nosotros, entonces estaríamos en problemas. Sin embargo, el escritor de Hebreos nos dice que si queremos el tipo de fe que nos llevará hasta la meta final, entonces necesitamos dejar de mirarnos a nosotros mismos y poner nuestros ojos en Cristo.
La palabra que se usa aquí para “puestos los ojos” abarca la idea de “considerar con atención”. La idea no es tan solo de mirarle a Él, sino la de establecerlo como nuestra inspiración, motivación, ejemplo y fortaleza. Es decir, sacar de Él todos los recursos que necesitamos para terminar la carrera. Poner nuestros ojos en Él es darle la espalda a todo lo demás. Sólo Jesús va a ser mi ejemplo, mi motivación; por eso pondré mis ojos en Él y no miraré a nadie más en busca de fortaleza, fe y sabiduría. La fe para esta carrera no está en nosotros mismos sino en Jesús; Él es la fuente de la fe que necesitamos para vencer y terminar la carrera.
El escritor de Hebreos nos dice que si queremos correr la carrera con perseverancia, debemos mirar a Jesús como el autor de nuestra fe. La palabra ‘autor’ en el idioma griego también puede ser traducida como “capitán” o “líder”. En este aspecto hay dos consideraciones a tener en cuenta.
Primero, que Jesús es el originador de nuestra fe. Fue Su obra en la cruz la que nos permitió entrar en una relación con el Padre. Sin su obra no hubiese fe para salvación. Sin Su obra no hubiese relación con el Padre ni el Espíritu Santo. Él es el autor de nuestra fe.
Sin embargo, Jesús es más que eso; Él es el capitán de nuestra fe. Un capitán es alguien que guía y dirige su ejército. Él supervisa la batalla y es responsable de su resultado. Jesús nos solamente es el autor de nuestra fe, sino que también la supervisa. Cuando ponemos nuestros ojos en Él, oiremos sus órdenes al guiar y dirigir nuestros pasos sobre los obstáculos en el camino. Él nos alentará y nos fortalecerá cuando lo necesitemos. El autor de la fe está muy interesado en fortalecer nuestra fe.
Veamos también que debemos poner nuestros ojos en Jesús como el consumador (‘perfeccionador’, NVI) de nuestra fe. Esto es muy importante porque nosotros no perfeccionamos nuestra fe. Esta tarea le pertenece a Jesús. Todos entendemos que Jesús es el autor de nuestra fe, pero a veces pasamos por alto que Él es también el perfeccionador. Se nos ha hecho creer que Jesús nos da la fe y que luego nos deja para que la perfeccionemos por nuestra cuenta. Esto no es lo que nos está diciendo el escritor de Hebreos. La tarea de iniciador y perfeccionador de la fe pertenece sólo a Jesús. Esta era la confianza del apóstol Pablo cuando escribió a los filipenses:
… estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo. (Filipenses 1:6)
Al hablar a la nación de Israel por medio del profeta Isaías, el Señor dice:
Yo que hago dar a luz, ¿no haré nacer? dijo Jehová. Yo que hago engendrar, ¿impediré el nacimiento? dice tu Dios. (Isaías 66:9)
El Dios que concibió la fe en nuestros corazones también hará madurar esa fe. Un pequeño niño no puede hacerse crecer por sí mismo; esto es obra de Dios quien le dio la vida. El mismo principio se aplica a nuestra fe. Dios hace que la fe nazca en nuestras vidas y también la hace madurar. Nuestra responsabilidad no es hacer madurar esa fe; nuestra responsabilidad es poner nuestros ojos en Aquél que puede madurar nuestra fe y caminar en obediencia a Él.
Cuando ponemos nuestros ojos en Jesús y caminamos obedeciéndole, Él nos trae las victorias que necesitamos. Además de esto, nos fortalece y equipa para enfrentar los obstáculos en el camino, y nos conforta, nos reafirma en los tiempos de desaliento. La fe de la que habla aquí el escritor no es la confianza en nosotros mismos y en nuestra madurez, sino en Cristo y Su poder. Esto no es algo que hayamos perfeccionado con nuestras propias fuerzas, sino en obediencia a Aquél que no va fallar. Nosotros conocemos nuestras debilidades. Sabemos que fracasaríamos sin Su dirección y Su cuidado. Él es el autor de la fe que profesamos y también el perfeccionador de esa fe. Si vamos a correr nuestra carrera, debemos fijar nuestros ojos en Jesús; Él nos dará la fe y la fortaleza para vencer.
En ocasiones usted será tentado a mirar hacia otras direcciones. Cuando esté más cargado, Satanás tratará de distraerle y hacer que confíe en su propia capacidad o sabiduría, y le pondrá a pensar tratando de que usted se encargue del asunto por su propia cuenta. La carrera está ganada; sin embargo, sólo alcanzarán esa victoria aquellos que miren al autor y perfeccionador de su fe, confíen en Él y caminen en obediencia bajo Su dirección.
Para pensar:
- ¿De qué sirve nuestra fuerza para terminar la carrera que tenemos por delante?
- ¿De dónde viene la fe?
- ¿Cómo se perfecciona la fe en nosotros? ¿Puede la fe madurar por medio del esfuerzo humano?
- ¿Qué significa poner los ojos en el Señor?
- ¿Qué diferencia hay entre sentirse uno fuerte en sí mismo, y en creer en la fuerza del Señor Jesucristo y confiar en lo que nos dice?
Para orar:
- Dele gracias al Señor por la fe que originó en usted.
- Tome un momento para agradecerle al Señor que no sólo haya originado la fe en usted, sino que también la madura.
- Pídale al Señor que le ayude a fijar sus ojos en Él confiando en Su dirección, y no en su propia sabiduría, para terminar la carrera que le ha sido trazada.
- Pídale al Señor que le perdone por las veces que no se ha mantenido con los ojos puestos en Él, sino que le ha dado la espalda para seguir sus propios deseos.
5 – Un ejemplo a seguir
“…el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”. (Hebreos 12:2)
En el capítulo anterior vimos cómo el escritor de Hebreos desafió a sus lectores a mirar a Jesús como el autor y consumador de la fe. En el versículo dos continúa dándonos otra razón por la cual fijar nuestros ojos en Jesús; nos dice que Jesús es un ejemplo de cómo debemos correr esta carrera. Tomemos un momento para examinar esto más detalladamente. ¿Cómo corrió Jesús la carrera que tenía por delante? El versículo dos nos muestra cuatro aspectos de Cristo y Su ejemplo.
Su gozo en el sacrificio
El pasaje en cuestión comienza con estas palabras: “el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz”. ¿Qué nos enseña esta frase acerca de la manera en que Cristo corrió Su carrera? Cristo sirvió con un corazón alegre. El curso trazado para Él era muy difícil, pues le condujo a la cruz en la que moriría de manera agonizante. La cruz no tenía nada de agradable. Era una manera de morir cruel y humillante, mucho más bajo acusaciones falsas. El versículo dos nos dice, sin embargo, que Jesús sufrió la cruz por el gozo que tenía delante de Él.
Dediquemos unos minutos a analizar la frase “el gozo puesto delante de Él”. ¿Cuál gozo fue puesto delante del Señor? Algunos comentaristas dicen que fue el hecho de que iba a vencer y se iba a sentar a la diestra del Padre. Ciertamente esto es parte del gozo que Jesús experimentó ese día. Él había abandonado la gloria celestial para venir a la tierra donde fue rechazado y crucificado. Es cierto que habría gozo en regresar al Padre y estar nuevamente con Él. Sin embargo, no debemos limitar este gozo solamente al hecho de que iba a regresar a la presencia de Su Padre.
Las Escrituras nos enseñan que el gozo no sólo se encuentra en las victorias, sino también en las luchas y las pruebas. A lo largo del Nuevo Testamento vemos creyentes llenos de gozo en medio de grandes dificultades. Pensemos en los corintios (2 Corintios 8:2) quienes experimentaron un inmenso gozo en medio de “profunda pobreza” y “grande prueba de tribulación”.
…que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad.
Estos creyentes no sabían si iban a llegar a vencer la pobreza y las pruebas de esta vida, pero aun así, experimentaban una “abundancia de gozo”.
En Hechos 13:50-52 los apóstoles fueron echados de Antioquía a causa de la verdad que predicaban. El versículo nos indica que cuando se marchaban estaban “llenos de gozo y del Espíritu Santo” (Hechos 13:52). El gozo del cual hablamos aquí es fruto del Espíritu Santo de Dios. Él se deleita en bendecirnos y animarnos en medio de nuestras tribulaciones. Él nos llena con Su gozo al enfrentar los obstáculos que tenemos por delante. El gozo que el creyente experimenta en medio de su sufrimiento es evidencia de la presencia del Espíritu de Dios en su vida. Cuando Jesús enfrentó la cruz, lo hizo lleno del Espíritu de Dios y el gozo que Éste le dio.
Finalmente, el gozo que el Señor experimentó ese día estaba relacionado con lo que estaba a punto de lograr. ¿Qué iba a lograr en la cruz? Derrotar a Satanás; de esa manera hombres y mujeres de todas partes del mundo quedarían libres del pecado y entrarían en una relación maravillosa con el Dios trino. No cabe duda que al ir a la cruz el Señor tuvo en cuenta las implicaciones de lo que estaba punto de hacer: Usted y yo podríamos entrar en una relación personal con Cristo; nos convertiríamos en Sus hijos y viviríamos en Su presencia. Pensemos en la mujer que está a punto de dar a luz; los dolores de parto son reales, pero también lo es el gozo de traer una nueva vida a este mundo. La madre se anima y se goza a medida que enfrenta los dolores causados por dar a luz a su hijo.
Imagine el gozo de Cristo ese día mientras enfrentaba la cruz. Su gozo estaba en la vida que les estaba dando a tantos hombres y mujeres en todo el mundo. Los estaba liberando del pecado, del yugo de Satanás. Les estaba dando vida y vivirían con Él para siempre.
El Señor Jesús corrió Su carrera con gozo. Con gozo entregó Su vida por Sus hijos. Por eso, el escritor de Hebreos nos desafía a mirarlo como nuestro ejemplo. Nunca debemos perder el gozo del sacrificio y el servicio. Al igual que Cristo, debemos dejar que el gozo del Espíritu llene cada parte de nosotros cuando enfrentemos los obstáculos delante de nosotros. Dios aprecia en Su corazón que caminemos en plenitud de gozo aun en medio de la oposición y los sacrificios. ¡Qué gran privilegio y gozo saber que estamos andando en obediencia a los propósitos de Dios para nuestras vidas y que estamos corriendo la carrera que Él nos ha trazado!
Su compromiso hasta el final
El segundo ejemplo que Jesús nos dejó se encuentra en la frase “sufrió la cruz”. La palabra ‘sufrió’ se refiere a la capacidad de permanecer bajo oposición. Eso fue lo que hizo Jesús. Él estuvo dispuesto a someterse a la cruz y a su crueldad por causa nuestra. La carrera que Jesús tuvo por delante era una bien difícil, pues le conduciría a través del valle del rechazo y la muerte. Esto requeriría de gran sufrimiento y sacrificio, pero eso no lo detuvo, enfrentó la oposición y no se rindió.
El apóstol Pablo le recordaba a Timoteo que todo aquel que quisiera vivir una vida piadosa, sufriría persecución:
Pero tú has seguido mi doctrina, conducta, propósito, fe, longanimidad, amor, paciencia, persecuciones, padecimientos, como los que me sobrevinieron en Antioquía, en Iconio, en Listra; persecuciones que he sufrido, y de todas me ha librado el Señor. Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución. (2 Timoteo 3:10-12)
Hebreos 11 habla de una gran nube de testigos que enfrentó gran persecución y oposición por causa de su fe. Todos estos hombres y mujeres sufrieron eso, y muchos entregaron sus vidas a causa del Señor a quien servían.
No debemos pensar que va a ser fácil; la carrera que tenemos por delante es difícil, llena de tentaciones y tribulación. El Espíritu de Dios nos llenará de Su fuerza y gozo, pero debemos aprender a soportar la oposición. Jesús nos dejó un ejemplo de paciencia; sin ella, nadie puede correr esta carrera.
Su humildad en el servicio
El tercer ejemplo que Jesús nos da se encuentra en la frase “menospreciando el oprobio”. La cruz fue un lugar de oprobio y vergüenza; era la mayor humillación para un delincuente. Jesús colgó de una cruz, expuesto ante el mundo, sufriendo y muriendo delante de todos hasta que se quedó sin vida. Esta fue la senda que nuestro Señor tuvo que recorrer siendo llevado a un lugar de total humillación por parte de aquellos a quienes Él creó.
Observe la actitud del Señor ante este oprobio. El versículo dos nos dice que Él lo rechazó. La idea aquí es que Él no lo tuvo en cuenta; lo trató como algo en lo que no valía la pena ni pensar. Él no iba a permitir que la vergüenza que estaba a punto de atravesar impidiera que se lograse el propósito del Padre. Estaba dispuesto a ser humillado y avergonzado si al hacerlo estaba terminando la carrera que le habían puesto por delante. Su humillación y Su prueba las llevó como insignias de honor.
El apóstol Pablo nos recuerda cómo el Señor lo dejó todo y se empobreció por nosotros:
Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos. (2 Corintios 8:9)
La cruz no fue la única humillación que sufrió el Señor Jesús. Él se hizo carne y se convirtió en uno de nosotros. Nunca entenderemos a plenitud lo que esto significó para el Señor Jesús, pues dejó la gloria celestial para asumir las limitaciones del cuerpo humano. Sufrió la burla y el rechazo de quienes creó. Esto lo hizo por su propia voluntad.
¿Qué ha sufrido usted por causa del Señor? ¿Está usted dispuesto a sufrir el “oprobio” de ser uno de Sus seguidores? ¿Correría el riesgo de levantarse firme para hacer lo correcto? ¿Aceptaría la burla y el maltrato? ¿No tomaría en cuenta lo que otros digan para hacer lo que usted sabe que Él le ha llamado a hacer? Si vamos a correr la carrera que tenemos por delante, debemos estar dispuestos a llevar el “oprobio” con orgullo.
Su recompensa por la fidelidad
Finalmente el versículo dos nos dice que Jesús “se sentó a la diestra del trono de Dios”. La diestra era un lugar de honor en esa cultura. Jesús sirvió con gozo, sacrificio y humildad. Ahora sería recompensado. Él corrió para ganar la carrera y obtener el premio.
Veamos la actitud del apóstol Pablo en Filipenses 3:14:
…prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.
El apóstol desafió a los corintios a tener esa misma actitud cuando escribió:
¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. (1 Corintios 9:24)
Todos debemos tener esta actitud y compromiso. Debemos correr la carrera que tenemos por delante para poder obtener el premio. Esto no es un motivo egoísta; es un compromiso de llegar a ser todo aquello que Dios desea que seamos; es un deseo intenso de alcanzar mi mayor potencial para la gloria de Dios y la expansión de Su Reino. El deseo del corazón de Jesús era lograr todo lo que el Padre le había dado a hacer, para que ocupara el lugar que le corresponde a la diestra del Padre.
¿Será esta su actitud? ¿Ganar esta carrera será su compromiso? ¿Dará todo lo que pueda por alcanzar la meta que Cristo le ha trazado? ¿Luchará por ese premio? Aquí no hay lugar para la negligencia. Correr por el premio requiere de esfuerzo, seriedad y compromiso. La recompensa bien vale la pena. Llegará el día en donde le oirá al Señor decir: “Bien, buen siervo y fiel” (Mateo 25:21).
Hay un premio que espera por el corredor. Al Señor le deleita entregar ese premio, y será nuestro gran gozo y placer recibirlo. Que la carrera que corramos sea digna de la recompensa al seguir el ejemplo que se nos ha dejado por medio de la persona de Jesucristo.
Para pensar:
- ¿Está usted en el presente experimentando gozo en su andar con Cristo? ¿Podemos conocer ese gozo en medio de las pruebas y el sufrimiento? ¿De qué manera es el gozo una evidencia de la presencia del Espíritu de Dios en nosotros?
- ¿A qué renunció Jesús para darnos salvación? ¿Qué está dispuesto a ceder para correr la carrera que se le ha asignado?
- ¿Ha enfrentado del “oprobio” por causa de Cristo? ¿Ve esto como una insignia de honor? ¿Está dispuesto a humillarse o ser humillado por causa de Cristo?
- ¿Está mal que corramos para alcanzar el premio? ¿Está corriendo su carrera con el compromiso de terminar bien y recibir el premio?
Para orar:
- Pídale al Señor que aumente su experiencia de gozo a la hora de servir.
- Agradézcale al Señor por el ejemplo que es para nosotros Su humildad y sacrificio. Pídale más disposición para seguir su ejemplo.
- Ore por un mayor compromiso en su carrera por el premio. Pídale perdón al Señor por las veces que no estuvo comprometido de la manera en que debía cuando corría la carrera que le ha sido asignada.
6 – No desmayemos
“Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar”. (Hebreos 12:3)
Al concluir nuestro estudio de Hebreos 12:1-3, somos nuevamente desafiados a mirar a Jesús. Ya hemos visto que Él es el autor y consumador de nuestra fe, y que también nos ha dejado un ejemplo de humildad y determinación. En la última idea de estos tres versículos el autor, para que no desmayemos, nos llama a considerar la oposición que Jesús sufría de parte de pecadores.
Veamos que se nos llama a “considerar”. La palabra ‘considerar’ a veces se usa de manera descuidada. Sin embargo, la idea aquí está en prestar atención a la obra y vida del Señor Jesucristo. El apóstol Pablo hizo esto en Filipenses 2. Escuchemos lo que nos dice en este pasaje:
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”. (Filipenses 2:6-11)
Observemos lo que el apóstol Pablo nos dice cuando habla (en Filipenses 2) de “considerar” a Cristo. Él nos recuerda primero que el Señor Jesús era igual a Dios. Es decir, Él es Dios en cada sentido de la palabra. Él es el Creador, y sin Él nada pudiera existir (vea Juan 1:3). A Él le debemos todo; por eso es digno de nuestra adoración y nuestras alabanzas. No hay nadie más grande que Él que sea digno de adoración. Él es quien sostiene todas las cosas (vea Efesios 4:16).
En segundo lugar, este Dios soberano decidió “despojarse de sí mismo”. Es decir, tomó forma de siervo y se hizo hombre. Él merecía ser rey, merecía que todos se inclinasen ante Él; en cambio, se hizo dependiente de una joven madre; creció en esta tierra maldita por el pecado; fue tentado y sufrió todo lo que sufrimos, “pero sin pecado” (vea Hebreos 4:15).
En tercer lugar, el Señor Jesús se humilló a Sí mismo como hombre y estuvo dispuesto a sufrir la cruz (la más grande humillación) por causa nuestra. Él entregó Su vida como Hijo de Dios para que usted y yo fuésemos libres del pecado y para unirnos con el Padre.
Finalmente, Jesús fue exaltado porque corrió con disposición la carreara que tenía por delante. Él no se echó para atrás en cuanto a Su compromiso. Soportó la más grande humillación. Por eso el Padre le ha exaltado sobre todo nombre.
¿Cuál es la aplicación de las verdades que Pablo comunica en Filipenses 2, y cómo esto nos ayuda a entender lo que el escritor de Hebreos nos dice en Hebreos 12:3? Consideremos esto de manera breve.
Al considerar a Jesús, en verdad estamos considerando a Dios, quien se inclinó hacia nosotros; se humilló a sí mismo para que pudiéramos conocerle y ofreció Su vida en la cruz para que pudiéramos ser Sus hijos. Cuando estábamos perdidos en nuestros pecados, vino a nosotros y nos liberó de estar eternamente separados del Padre. Derramó Su amor sobre nosotros y nos lo entregó todo.
Al tomar de nuestro tiempo para considerar todo lo que Dios ha hecho por nosotros, ¿cuál es nuestra respuesta? ¿Realmente cree usted que el Creador de todo le ama con tal intensidad? ¿Puede ver cuánto estuvo dispuesto a sufrir por usted? ¿Puede escuchar los insultos de quienes se burlaron de Él en la cruz? ¿Se da cuenta de que todo esto fue por usted? ¿Está siendo tentado a desmayar a causa de las luchas que enfrenta hoy? ¿Lo que la gente dice de usted hace que desfallezca de la vida cristiana? Entonces, necesita ver de nuevo lo que Él sufrió por usted, necesita ver el amor que fluía con la sangre que corría sobre Su cuerpo y caía en tierra cuando colgaba de aquella cruz. Necesita ver el anhelo de Su corazón cuando sufría y moría por usted en la cruz. Al considerar lo que Él sufrió por usted, cobrará valor y ánimo para enfrentar las luchas y vicisitudes de la vida. Aquellos que verdaderamente entiendan lo que el Señor de la creación ha hecho, entregarán sus vidas a cambio, y lo harán con gozo.
En segundo lugar, al considerar al Señor Jesús recordamos que se hizo carne, que se hizo hombre. Escuchemos lo que el escritor de Hebreos nos dice al ‘considerar’ esta verdad:
Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. (Hebreos 4:15-16)
El escritor nos dice que Jesús fue tentado “en todo, según nuestra semejanza”. Jesús puede entender y compadecerse con nuestras debilidades. Al igual que cualquier ser humano, Jesús soportó insultos y persecución; Él sabe lo que se siente. Su cuerpo sintió el dolor que usted y yo sentimos, Sus emociones se estremecieron como las nuestras lo hacen. Él sabe lo que es la tristeza; sabe lo que es ser rechazado. Él sabe lo que es ser tentado en la carne, porque experimentó todo esto personalmente.
¿Qué implicaciones tiene esto para nosotros en lo personal? Cuando consideramos a Jesús y lo que Él soportó, llegamos a comprender que podemos acercarnos a Él como alguien que nos entiende. ¿Alguna vez ha tratado de explicarle a alguien lo que está sintiendo sabiendo que no va a entender? ¿Qué diferencia hace hablar con alguien que no entiende? ¡De cuánto aliento nos resulta encontrar a una persona que se identifique con nosotros! Esa persona sí parece saber lo estamos sintiendo antes de que le digamos lo que nos pasa. Así es el Señor que tenemos. Cuando usted acude a Él con su dolor, Él sabe exactamente cómo se está sintiendo. Él no se apresurará a condenarle, pues desea ministrarle y fortalecerle para que enfrente la lucha. Puesto que ya Él atravesó por eso mismo, puede identificarse con usted y ayudarle. ¡Qué confianza nos da saber que Él nos entiende! Cuando estamos cansados y tentados a desmayar, Él va a nuestro lado consolándonos y recordándonos que también Él pasó por eso y triunfó.
En tercer lugar, veamos que el perfecto Hijo de Dios sufrió oposición en manos de pecadores. ¿Ha sentido alguna vez como si el pecado y la maldad se hubiesen desatado y se estuvieran saliendo con la suya? Cuando lee las noticias, ¿alguna vez se ha preguntado a dónde irá a parar ese asunto? Un grupo de pecadores se opusieron a Jesús. Él permitió que se burlaran de Él y que lo clavaran en la cruz. Desde el punto de vista humano, parecía que Satanás había ganado la batalla. Sin embargo, ese no era el caso; lo que parecía una derrota, era en realidad una gran victoria. Dios tornaría la crucifixión de Jesús en un arma poderosa contra el enemigo. Su muerte fue nuestra vida. El enemigo arremetió con violencia en contra de Cristo, pero Él venció, y trajo el perdón y la salvación de Dios para la humanidad.
En el presente, esto nos debe servir de gran aliento cuando nos cansemos en esta carrera que tenemos por delante. ¿Siente que no ve el resultado de su trabajo? ¿Piensa que la carrera es demasiado difícil para usted? ¿Parece que el enemigo se sale con la suya? Entonces necesita mirar a Aquél que sufrió tal contradicción de pecadores. Necesita ver que lo que parecía una derrota, era en realidad una gran victoria. Dios honró la fidelidad del Señor Jesucristo. Puede que Él no llegase a ver a muchos aceptarle antes de Su muerte, pero Su fidelidad preparó el camino para una cosecha de almas de todas partes del mundo. Humanamente hablando, le crucificaron en una cruz; sin embargo, desde la perspectiva de Dios, fue un siervo victorioso y fiel que terminó la carrera que le habían trazado. No deje que las apariencias lo engañen. Dios no nos llama a ver grandes resultados en el ministerio; lo importante es que podamos correr la carrera que cada uno tiene. El resultado final hay que dejárselo a Él.
Finalmente, al considerar a “aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo”, recordemos la recompensa del Padre por el servicio fiel. En Filipenses 2:9, Pablo nos dice que el Padre exaltó a Jesús y le dio un nombre que es sobre todo nombre. Después de haber sufrido tal oposición, “se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:2).
No hay mayor honor que se pueda dar a un individuo que el sentarse a la diestra del trono de Dios. Él recompensó la fidelidad de su Hijo. De la misma manera, Él promete premiar a aquellos que perseveran en la fe y sufren oposición por causa de Su nombre. Jesús dijo a Sus discípulos que aunque algunos fuesen obligados a dejar padre o madre en esta vida, iban a ser grandemente recompensados por su sacrificio:
Respondió Jesús y dijo: De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna. (Marcos 10:29-30)
Dios no tiene que recompensarnos por nuestro servicio. Sin embargo, la verdad es que Él se deleita en recompensar a quienes le sirven fielmente. ¿Se siente cansado y a punto de desmayar en la carrera que se le ha asignado? Entonces necesita considerar al Señor Jesús. Necesita recordar que Él fue librado de todo lo que pasó, que fue llevado a la presencia de Dios, y que una gran recompensa le fue entregada.
Hay gran esperanza para todos nosotros. Debemos correr la carrera para recibir el premio; ese premio por el cual todo el esfuerzo y el sacrificio habrán valido la pena. Dios está en la meta final con el premio en Sus manos y está anhelando entregárnoslo. Por eso, nos ha dado Su Espíritu para guiarnos y conducirnos hasta el final. También envió a Su Hijo a morir por nosotros para que pudiéramos terminar nuestra carrera. Jesús es un ejemplo a seguir. El Padre ha invertido mucho en usted. Su gran deseo es verle alcanzar la meta y recibir el premio. Que sea ésta su motivación cuando esté sintiendo que no puede más y esté tentado a rendirse.
Para pensar:
- ¿Se encuentra enfrentando oposición? ¿Esto le resulta en cansancio? ¿Cuál es la oposición que está enfrentando?
- Tome un momento para considerar a Jesús a la luz de la oposición que está enfrentando, y hágase las siguientes preguntas:
- ¿Cómo experimentó Jesús lo que yo estoy experimentando?
- ¿Puede Jesús identificarse con lo que estoy atravesando?
- ¿Cómo el Señor enfrentó esta oposición?
- ¿Cuál fue el resultado final para Jesús, y qué puedo esperar para mí?
Para orar:
- Agradézcale al Señor que estuvo dispuesto a soportar tal contradicción de pecadores.
- Agradézcale al Señor que Él entiende completamente lo que usted está enfrentando en esta vida.
- Pídale al Señor que le dé fuerza y coraje al ver Su ejemplo y la victoria que pudo alcanzar.
- Agradezca al Señor por el premio que ha preparado para todo aquel que termine la carrera que tiene por delante.