Una Mirada Devocional de las Epístolas a Tito, Filemón y los Hebreos
F. Wayne Mac Leod
Copyright @ 2016 de F. Wayne Mac Leod
Todos los derechos reservados. No puede reproducirse ni transmitirse parte alguna de este libro sin el previo consentimiento por escrito de su autor.
Traducción al español: David Gomero y Dailys Camejo
Todas las citas bíblicas, a menos que se indique otra versión, han sido tomadas de la Biblia Reina Valera Revisada (1960) (RVR60).
Agradecimiento especial a las correctoras de texto sin las cuales este libro hubiese sido más difícil de leer:
Diane Mac Leod, Suzanne St. Amour
Tabla de Contenidos
- Introducción a Tito
1 – Tito 1:1-4 – Un Siervo en la Fe
2 – Tito 1:5-6 – Los ancianos
3 – Tito 1:7-9 – Los obispos
4 – Tito 1:10-16 – Tapar la Boca de los Rebeldes
5 – Tito 2:1-15 – Hombres, Mujeres y Esclavos
6 – Tito 2:11-15 – Nuestra Salvación
7 – Tito 3:1-15 – Haciendo el Bien
Introducción a Filemón
8 – Filemón 1:1-7 – Filemón, Apia y Arquipo
9 – Filemón 1:8-25 – Onésimo
Introducción a Hebreos
10 – Hebreos 1:1-14 – Cristo y los Ángeles
11 – Hebreos 2:1-9 – El Hombre y los Ángeles
12 – Hebreos 2:10-18 – Hermanos de Cristo
13 – Hebreos 3:1-6 – Mayor que Moisés
14 – Hebreos 3:7-19 – No Endurezcáis Vuestros Corazones
15 – Hebreos 4:1-11 – Entrando en Nuestro Reposo
16 – Hebreos 4:12-16 – Acerquémonos
17 – Hebreos 5:1-10 – Jesús Nuestro Sumo Sacerdote
18 – Hebreos 5:11-14 – Alimento Sólido
19 – Hebreos 6:1-3 – Los Rudimentos de la Doctrina
20 – Hebreos 6:4-8 – Los que Recayeron
21 – Hebreos 6:9-20 – Una Esperanza Firme y Segura
22 – Hebreos 7:1-28 – El Sacerdocio de Melquisedec
23 – Hebreos 8:1-13 – Un Mejor Pacto
24 – Hebreos 9:1-12 – Un Tabernáculo Más Perfecto
25 – Hebreos 9:13-28 – La Sangre y el Pacto
26 – Hebreos 10:1-18 – No Más Sacrificio
27 – Hebreos 10:19-25 – Así que…
28 – Hebreos 10:26-39 – Los que Retroceden
29 – Hebreos 11:1-16 – La Fe
30 – Hebreos 11:17-40 – Más Fe
31 – Hebreos 12:1-12 – Considerad a Aquel
32 – Hebreos 12:13-17 – Seguid la Paz
33 – Hebreos 12:18-29 – El Monte Sinaí y el Monte de Sión
34 – Hebreos 13:1-7 – Algunas Cosas que Debemos Recordar
35 – Hebreos 13:8-15 – Un Sacrificio de Alabanza
36 – Hebreos 13:16-22 – Observaciones Finales
Prólogo
Este es un comentario devocional acerca de los libros de Tito, Filemón y Hebreos que encontramos en la Biblia. Cuando digo comentario devocional me refiero al enfoque del pasaje respecto a lo que nos tiene que decir acerca de nuestro caminar con el Señor. Mi propósito no es ser demasiado exhaustivo o académico. Sin embargo, espero que el lector obtenga una mejor comprensión de estos libros de la Biblia y pueda ver cómo se relacionan con la vida cotidiana.
En la Epístola a Tito, Pablo le escribe a una persona llamada Tito, quien se encontraba ministrando a los creyentes de Creta, y en ésta le da su consejo en cuanto a la vida de la iglesia. Sus consejos trataban acerca de la manera de encontrar líderes piadosos que llevaran la iglesia a una relación más profunda con Dios. Además, instruye a Tito en cuanto a la manera de lidiar con los falsos maestros, y le da pautas para vivir una vida pura y santa que muestre el fruto de la salvación.
En Filemón, Pablo se dirige a un señor que es cristiano para hablarle de su esclavo recién convertido y que ha huido de casa. Él exhorta a Filemón a perdonar y darle otra oportunidad al esclavo que en algún momento le fue inútil. Este es un libro que nos desafía a perdonar y a confiar nuevamente.
La Epístola a los Hebreos se escribió para los judíos convertidos al cristianismo que necesitaban ver la superioridad de Cristo y Su nuevo pacto sobre la ley de Moisés. Al usar ilustraciones del Antiguo Testamento, el autor explica cómo Cristo cumplió con los requisitos que la ley establecía, y marcó un mejor camino. El libro de Hebreos es un desafío a perseverar a pesar de las dificultades que se presentan en nuestras vidas. El autor exhorta a los lectores a que consideren a Cristo y Su obra. Él nos llama a acercarnos valientemente a Dios por medio de la obra de Cristo y nos muestra cómo Su obra es suficiente para todas nuestras necesidades espirituales.
Como sucede con todos los libros de esta serie, mi deseo es que usted pueda leer el pasaje bíblico juntamente con este comentario. Si solamente lee el comentario, entonces estaría pasando por alto una parte vital de lo que estoy tratando de lograr. Este comentario no es para reemplazar la Biblia; es simplemente una herramienta para ayudarle a estudiar. Tampoco este estudio trata de reemplazar al Espíritu Santo. Aunque confío en que el Espíritu Santo de Dios me ha guiado en la elaboración de este libro, reconozco que Él también debe guiarlo en la lectura y en el estudio del mismo, así como de las Escrituras que éste trata de explicar. Pídale al Espíritu de Dios que le dé discernimiento. Quiera Él que este estudio le sirva para ello.
¿Le gustaría tomar un momento para poner un par de asuntos delante del Señor en lo que comienza este estudio? Lo primero sería que le pida al Señor que use esta enseñanza en su vida y que por medio de ella usted se acerque más a Él. En segundo lugar, hay miles de copias de esta serie de comentarios que están siendo enviadas de manera gratuita a pastores necesitados y a obreros cristianos en varias partes del mundo. Ore para que este libro y los otros de esta serie sean herramientas útiles en las manos del Espíritu de Dios para que otros se acerquen más a Cristo. ¡Que Dios le bendiga ricamente a medida que avance en este estudio! Gracias por sus oraciones.
F. Wayne Mac Led
INTRODUCCIÓN A TITO
Autor:
Pablo es el autor de esta carta a Tito. Él se identifica en Tito 1:1.
Trasfondo:
Tito era un gentil que colaboraba con Pablo y Bernabé (ver Gálatas 2:1-3), y que había pasado tiempo ministrando en la ciudad de Corinto. En 2 Corintios 7:6-15 vemos que le trae a Pablo noticias del estado en que se encontraba la iglesia en aquella ciudad. Según esta última carta de Pablo a la iglesia de Corinto, Tito había sido un obrero muy activo que había tomado la iniciativa de ministrarles por su propia cuenta (2 Co. 8:16). Pablo apoyó firmemente el ministerio de Tito y exhortó a la iglesia a amarle como un verdadero siervo de Dios (2 Co. 8:23-24).
Cuando Pablo escribió esta carta, Tito se encontraba en Creta, una isla en el Mar Mediterráneo. Pablo le había pedido que permaneciera allí por más tiempo para el nombramiento de los ancianos y para terminar algo que faltaba por hacer (Tit. 1:5).
Todo parece indicar que los creyentes en Creta necesitaban ser guiados en cuanto a la manera de vivir la vida cristiana. Según Pablo, y según uno de sus propios profetas, los cretenses eran conocidos por ser mentirosos, gente malvada y glotona (ver Tito 1:12). La labor de Tito era instruir a los creyentes de aquel lugar en cómo vivir la vida cristiana y caminar en la verdad de la Palabra de Dios. Aquí Pablo le da consejos a Tito acerca de los requisitos que debían tener los ancianos que necesitaba nombrar, y lo que Dios esperaba de los miembros de aquella iglesia en general. El propósito de Pablo al escribir a Tito era el de ayudarle a tomar decisiones sabias acerca de la iglesia y su liderazgo.
La Importancia de Este Libro en la Actualidad:
La carta a Tito es bastante práctica. Debido a que la iglesia en Creta era una iglesia gentil nueva, necesitaba que se le enseñara algunas de las pautas más básicas en cuanto a cómo vivir la vida cristiana. Pablo le da instrucciones a Tito referente a cómo debían comportarse los hombres y las mujeres ahora que se habían vuelto a Cristo. El libro muestra que hay una norma que Dios espera que todos los creyentes cumplan en su caminar con Él.
Pablo exhorta a Tito a que hable con la autoridad que le había sido dada por Dios como Su representante. Él debía hacer lo mejor que pudiera para advertir, enseñar y animar a los creyentes de Creta a convertirse en ejemplos de Cristo para una sociedad malvada y mentirosa. En una época en la que estamos tentados a ser como todo el mundo en la sociedad, el desafío de este libro es muy real. Dios llama a Su pueblo a ser ejemplo de santidad en medio de tinieblas y maldad.
1 – UN SIERVO EN LA FE
Leamos Tito 1:1-4
Tal y como era su costumbre, Pablo comienza esta carta presentándose a sí mismo. Muy a menudo, en sus presentaciones, podemos dar una breve mirada al corazón y propósito de Pablo. En esta carta a Tito, Pablo comparte con sus lectores el privilegio que sentía de ser un siervo de la fe.
Pablo se presenta como un siervo de Dios y apóstol de Jesucristo conforme a la fe de los escogidos de Dios y el conocimiento de la verdad. Para poder entender esto que Pablo está diciendo necesitamos explicarlo por partes.
El apóstol se llamaba a sí mismo ‘siervo de Dios’. La palabra griega que aquí se usa es la palabra “doulos”. La idea que esto da es que Pablo era un esclavo de Dios. Un esclavo servía a los intereses de su amo por encima de sus propios intereses. En otras palabras, el esclavo vivía para complacer a su amo. Pablo se complace en presentarse como siervo o esclavo de Dios. Él había consagrado su vida en servicio a su Señor y Amo, y ya no era dueño de sí mismo. Él había rendido todos sus derechos a su Señor y se había consagrado a servirle y agradarle a Él. Todos necesitamos llegar hasta ese lugar en nuestras vidas.
Pablo les dice a sus lectores que él también era apóstol de Jesucristo. Como apóstol, Pablo había sido escogido especialmente por Dios como Su representante. Veamos que Pablo tenía dos metas como apóstol.
Vemos primeramente que Pablo era apóstol conforme a la fe de los escogidos de Dios (versículo 1). Los elegidos son los verdaderos hijos de Dios. Pablo veía su función como apóstol para ministrar a todos los que pertenecían al Señor Jesús. Él era un apóstol conforme a la fe de ellos. En otras palabras, era su responsabilidad fomentar la fe de los hijos de Dios. Aunque ya hemos venido al Señor Jesucristo y lo hemos aceptado como nuestro Salvador, aún necesitamos fomentar nuestra fe. Necesitamos ser alentados en esos momentos en los que atravesamos situaciones difíciles. Necesitamos ser desafiados cuando escogemos sendas que son caminos de perdición. La responsabilidad de Pablo era fortalecer y edificar la fe del pueblo de Dios. Él lograba esto por medio de sus predicaciones, oraciones, cartas y los desafíos que les hacía en áreas específicas de sus vidas. Pablo tenía la carga como apóstol de ver que los creyentes llegaran a ser todo lo que Dios había preparado para ellos. Él tenía el llamado como apóstol de fortalecer la fe de ellos.
Vemos, en segundo lugar, que Pablo también era apóstol conforme al conocimiento de la verdad que es según la piedad (versículo 1). Dios le había confiado a Pablo la verdad de Su Palabra. Esta verdad era una verdad que conducía a la piedad y a un carácter como el de Cristo. Pablo era responsable ante Dios de pasar fielmente esa verdad a otros. Su llamado era predicar y enseñar esa verdad con la meta de traer a las personas al propósito de Dios. Como siervo, era responsabilidad de Pablo cuidar de ella con su vida. Esta verdad no debía ser negociada ni adulterada. Su deber era defenderla fielmente contra las falsas enseñanzas, para que de esta manera el pueblo de Dios pudiera conocerla y así vivir vidas santas y piadosas. La verdad que Pablo predicaba era una verdad que conducía a la piedad. No se trataba de simples hechos o una mera doctrina. Esta verdad cambiaba vidas y era práctica; además, producía piedad en quienes la tomaban en serio.
Veamos en el versículo 2 cómo Pablo define la piedad. Él les dice a sus lectores que la piedad era fe y conocimiento en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, quien no miente, había prometido antes de la creación. Examinemos esto de manera más detallada.
La piedad de la que Pablo aquí habla estaba conectada a la fe y al conocimiento. No puede haber piedad (es decir, vida consagrada a Dios) sin fe y conocimiento. Es por la fe en la obra de Jesucristo que nos convertimos en hijos de Dios. Es por medio del conocimiento de Su Palabra que crecemos en nuestra relación con Él.
La piedad también se relaciona con la esperanza de la vida eterna. ¿Qué logra en el creyente la esperanza de la vida eterna? Le produce valor para enfrentar la muerte y las pruebas de esta vida con confianza, porque sabe lo que le está reservado. Nuestra esperanza de vida eterna nos desafía a vivir vidas santas y puras, sabiendo que el Señor nos pedirá cuentas por nuestras vidas cuando estemos delante de Él. También produce en nuestros corazones agradecimiento y alabanza por el regalo que nos ha dado y por el privilegio que tenemos de vivir por siempre con Él. La piedad está directamente ligada a nuestra esperanza de vida eterna.
Pablo le afirma a Tito en el versículo 2 que su fe, su conocimiento y su esperanza de vida eterna descansaban en Dios, quien no miente. Si hay algo de lo que podemos estar seguros como creyentes es que los que pertenecemos al Señor viviremos para siempre con Él. Estaremos en Su presencia y caminaremos con Él por toda la eternidad. Esta promesa que tenemos proviene de un Dios que es completamente confiable.
Veamos que el conocimiento, la fe y la esperanza del creyente fueron prometidos desde antes del principio de los siglos (antes de la creación) (versículo 2). Antes de que el mundo fuese creado, Dios decidió crear un pueblo que estaría con Él para siempre. La historia de este mundo es la historia de Dios alcanzando a Sus hijos y acercándolos a Él de acuerdo al propósito que tenía antes de que el mundo fuera creado.
Aunque la promesa de Dios de vida eterna era desde antes de la creación, al principio los seres humanos no tenían bien claro cómo era que Dios cumpliría ese propósito. Los profetas del Antiguo Testamento estaban deseosos de que llegara el tiempo del cumplimiento de esa promesa en el cual se rompería la barrera entre Dios y las personas. En el versículo 3 Pablo le dice a Tito que a su debido tiempo Dios manifestó esa promesa. El cumplimiento de esa promesa vino por medio del Señor Jesucristo quien murió en la cruz y cargó con nuestros pecados. Pablo tenía el privilegio de anunciar al mundo este maravilloso mensaje. Él les mostraba a sus lectores que Jesús es el cumplimiento de esa promesa eterna hecha por Dios.
Cristo era el enfoque central de la predicación de Pablo. Él era el cumplimiento de la promesa de vida eterna hecha por Dios. La esperanza de todo el mundo descansaba en Jesucristo y Su obra. Era este mensaje acerca de Cristo el que fortalecería la fe de los escogidos y les daría esperanza y confianza de vida eterna.
Al haber compartido con sus lectores la naturaleza de su llamado, Pablo, vuelve su atención hacia Tito, su colaborador, y le recuerda que él es un verdadero hijo en la fe. Como verdadero hijo en la fe, Tito caminaba en la esperanza de la vida eterna y la verdad de la Palabra de Dios. Pablo comienza deseándole la plenitud de la gracia y la paz de Dios.
Para meditar:
¿Cómo describe el apóstol su ministerio en este pasaje?
Pablo se consideraba un esclavo o siervo de Cristo. ¿Qué significa esto? ¿Podría decir usted que es un esclavo o un verdadero siervo de Jesucristo?
¿Cómo está conectada la piedad a la fe, al conocimiento y a la esperanza?
¿Cómo resulta Jesucristo ser el cumplimiento de las promesas de Dios hechas antes de la creación?
Para orar:
Pídale al Señor que le ayude a estar dispuesto a rendirse a Él como Su siervo. Pídale que le revele aquello que usted no quiera ceder.
Agradézcale a Dios por lo que Cristo logró para usted en la cruz.
Agradézcale a Dios por ser fiel a Sus promesas.
Pídale al Señor que le ayude a vivir más plenamente en la fe, el conocimiento y la esperanza que conducen a la piedad.
2 – LOS ANCIANOS
Leamos Tito 1:5-6
Esta carta a Tito la envía el apóstol Pablo. El interés de Pablo es instruir a Tito en cuanto a lo que necesitaba hacer en la región de Creta. En específico él lo desafía a terminar la obra a la que había sido llamado. La iglesia en Creta necesitaba madurar y organizarse. Pablo le había confiado esta tarea a Tito. Esta carta no nos muestra solamente el ministerio de Tito en particular sino también el interés de Pablo por las iglesias de su tiempo.
Pablo le recuerda a Tito que la razón por la que lo había dejado en Creta había sido para corregir lo que faltaba (versículo 5). El apóstol le había dejado la responsabilidad de nombrar ancianos en cada ciudad donde se hubiese establecido una iglesia. Para Pablo era importante que la iglesia tuviese un fuerte liderazgo; y le explica a Tito el tipo de líderes que debería buscar. En este capítulo examinaremos lo que Pablo enseñó acerca de los requisitos para los ancianos.
Irreprensible
El anciano debía ser irreprensible. Esto no quiere decir en ningún momento que el anciano tenía que ser perfecto. Solamente Jesús vivió una vida perfecta. Los ancianos pecan, pues dicen cosas que no deben y sus actitudes no siempre son las correctas. Algunos de ellos hasta poseen un pasado pecaminoso, y es que son seres humanos como cualquiera de nosotros. Al Pablo decirle a Tito que el anciano debía ser irreprochable, le estaba diciendo que cuando el anciano pecara, tenía que lidiar con ese pecado, confesarlo al Señor y recibir restauración. Éste debía ser una persona que se deleitara en caminar en armonía con Dios y Su propósito; y que cuando cayera, rápidamente confrontara su pecado para que no se interpusiera entre él y su Dios.
Marido de una Sola Mujer
El segundo requisito para un anciano era que debía ser marido de una sola mujer. Necesitamos entender que en la cultura de ese tiempo los hombres solían tener más de una mujer. Pablo le dijo a Tito que esto no era el plan de Dios. Desde el principio de los tiempos el plan de Dios era que el hombre tuviese una sola mujer. Dios le dio a Adán una sola mujer para que fuese su compañera. Así que ese era el propósito de Dios desde el principio.
La declaración que aquí hace Pablo levanta varias interrogantes. ¿Puede ser anciano un hombre que se vuelva a casar después de la muerte de su esposa? Al volverse a casar el anciano está tomando a su segunda esposa. Para responder esto debemos entender que la muerte rompe el pacto del matrimonio entre un hombre y una mujer. La Escritura es clara en cuanto a que la persona cuyo compañero(a) haya fallecido está libre para casarse (1 Co. 7:39). Aunque este hombre se haya casado con su segunda esposa, no está en pecado. Debido a que su primera esposa falleció sigue teniendo una sola esposa, por lo que le está permitido ser anciano.
¿Y qué hay con un hombre que le haya sido infiel a su esposa? ¿Al ser infiel este hombre ha tomado para sí una segunda esposa (aunque no se haya casado con ella)? Esta es obviamente una situación muy diferente a la del primer ejemplo que acabamos de considerar. En este caso, el hombre ha pecado claramente contra su esposa, contra la iglesia y contra Dios; ya dejó de ser irreprensible y la iglesia debe tratar este asunto por medio de la disciplina.
Después de haber dicho esto debemos recordar que el Señor Jesús también perdonó a quienes habían incurrido en el pecado sexual. Cuando el Señor perdona, Él ya no nos tiene en cuenta ese pecado (Sal. 103:12; He. 10:17). Aunque queramos dejar que pase algún tiempo para que haya sanidad, debemos reconocer la realidad del perdón de Dios en estas situaciones. El apóstol Pablo, antes de venir al Señor, había hecho mucho daño a la obra de Dios. Pedro, siendo creyente, negó al Señor. David, aun siendo creyente, adulteró y cometió asesinato. En cada uno de estos casos, el Señor los perdonó y siguió usando a cada uno de estos hombres. Nunca podemos perder de vista este perdón, pues nuestra meta como el cuerpo de Cristo debe ser restaurar a los creyentes que han caído, y restaurarles también al ministerio. Debemos ser cuidadosos de no tener en contra de un hermano algo que Dios ya haya perdonado y olvidado.
¿Y qué hay con quienes se han divorciado? La Escritura permite el divorcio en ciertas situaciones. Si el hombre se divorcia y se casa de nuevo, ¿no ha tomado acaso una segunda esposa? Una vez más debemos examinar la causa de este divorcio. ¿Acaso dejó a su esposa porque se cansó de ella o porque no quiso tomarse el tiempo en salvar su matrimonio? ¿Dejó a su esposa porque vio a alguien que le gustaba más? Podemos aprender mucho del tipo de líder que puede ser un hombre al examinar su vida familiar. La manera en que obre en su vida familiar indicará la manera en que obrará en la iglesia.
El anciano debe ser alguien que haya demostrado ser una persona fiel en situaciones difíciles. Sin embargo, debemos considerar su pasado teniendo en cuenta lo que ya dijimos en cuanto al arrepentimiento y el perdón. Las personas pueden cambiar, y Dios perdona y restaura. La pregunta que hay que hacer es si esa persona se ha arrepentido de cualquier error que haya cometido, y si ahora está viviendo con una esposa a quien está consagrado y a quien le es fiel. Debemos tener cuidado de mantener a las personas rehenes de su pasado cuando Dios ya las ha perdonado y ahora se encuentran viviendo en victoria.
Hijos Respetuosos y Creyentes
Percatémonos, en tercer lugar, que el anciano no debía ser solamente un ejemplo en su relación con su esposa sino también con sus hijos. Pablo le decía a Tito que los hijos debían ser creyentes, y no ser conocidos por su desobediencia y su vida desordenada. Veamos esto con más detalle.
Los hijos de los ancianos debían ser creyentes. Existen algunos puntos de vista que difieren en cuanto a lo que Pablo quiso decir con esto. Hay ancianos en todo el mundo cuyos hijos no están caminando con el Señor o que todavía no han aceptado al Señor como su Salvador. ¿Quiso Pablo decir que ningún hombre que tuviese hijos incrédulos podía ejercer la función de anciano en la iglesia? Si este fuera el caso, necesitaríamos esperar a que los hijos de los ancianos crecieran y aceptaran al Señor para que al menos pudieran tenerse en cuenta. Entonces su ministerio y su llamado estarían completamente sujetos al comportamiento de sus hijos.
La palabra “creyentes” pudiera ser traducida también como “fieles” o “confiables”. Algunas versiones de la Biblia han escogido usar la palabra “fieles” en vez de “creyentes” (Biblia del Jubileo, Reina Valera 1909, Palabra de Dios para Todos). La idea es que el anciano se haya esforzado en entrenar a sus hijos en los caminos de Dios. Pablo aclara esto cuando dice que los hijos de los ancianos no deberían ser acusados de “libertinaje” o “desobediencia” (NVI). Si mientras sus hijos se encuentren bajo su cuidado y responsabilidad él no se preocupa por su comportamiento y su bienestar espiritual, ¿qué nos dice esto del tipo de líder que será para la iglesia?
En este pasaje deberíamos enfocarnos en los esfuerzos del anciano en tener una familia consagrada a Dios y no en el compromiso individual de cada hijo. Una mirada rápida al Antiguo Testamento nos muestra que muchos hombres de Dios tenían hijos que no siguieron sus ejemplos. David tuvo hijos que se desviaron de los caminos de Dios. Los hijos de Isaac, Abraham, y Job no siguieron al Señor. Vemos que Dios no rechazó a estos hombres por causa de sus hijos. Sin embargo, Él sí esperaba que ellos hicieran su parte en enseñar a sus hijos en los caminos de Dios. Nadie puede garantizar que si enseñamos y compartimos a Cristo con nuestros hijos, ellos siempre van a venir al Señor. El anciano no puede garantizar la salvación de ninguno de sus hijos, pero sí puede hacer su parte para enseñarlos y capacitarlos en los caminos del Señor.
El anciano debía ser un ejemplo. Debía ser irreprensible en su relación con Dios. Esto no quiere decir que tenía que ser perfecto. Sin embargo, debía caminar en obediencia a Dios, y cuando pecara debía arrepentirse inmediatamente y ser restaurado. Debía también tomar muy en serio su papel como líder espiritual de la familia amando a su esposa e instruyendo a sus hijos en los caminos de Dios.
Para meditar:
¿Qué significa ser irreprensible? ¿Caracteriza eso nuestras vidas?
¿Qué nos enseña este pasaje acerca de la importancia de la familia para un líder cristiano? ¿Cuán propenso está un líder cristiano de ignorar las necesidades de su familia por estar ministrando las necesidades de los demás?
Tomemos un momento para examinar la relación con nuestro cónyuge y nuestros hijos ¿Somos los líderes espirituales que nuestras familias necesitan?
Para orar:
Pidamos al Señor que nos examine y nos muestre si hay algún área específica de nuestras vidas que necesitamos arreglar con Él.
Tomemos un momento para orar por nuestro cónyuge y nuestros hijos. Pidamos a Dios que los acerque más a Él.
Oremos por las esposas y los hijos de los ancianos en nuestras iglesias.
Pidamos a Dios que nos capacite para ser los líderes espirituales que Él quiere que seamos, primero para nuestras familias y luego para nuestra iglesia.
3 – LOS OBISPOS
Leamos Tito 1:7-9
Pablo le había estado hablando a Tito acerca de su responsabilidad de enseñar y nombrar líderes en las iglesias de Creta. En la reflexión pasada Pablo instruía a Tito acerca de los requisitos para los ancianos. En los versículos del 7 al 9 el apóstol habla acerca de los requisitos de un obispo.
El obispo era un pastor o supervisor. Él podía ser el responsable de una iglesia o podía estar supervisando el trabajo de un grupo de iglesias. Veamos lo que Pablo tenía que decir acerca de los requisitos de esta posición.
El obispo, según Pablo, era administrador de la obra de Dios. Aquí la palabra ‘administrador’ es muy significativa, pues ésta no era una posición que él hubiese decidido tener por sí mismo, sino que fue escogido por Dios para esta función. Dios le había dado la orden de administrar los asuntos de un aspecto en específico de Su reino. Este era un llamado muy particular de Dios. Hay muchas personas que quieren ejercer la posición de pastor u obispo, pero no todos han sido llamados por Dios de manera particular para esta función.
Irreprensible
Debido a que el obispo había recibido esta responsabilidad de parte de Dios, él necesitaba ser un hombre de carácter. Al igual que el anciano, el obispo debía ser intachable. Como vimos anteriormente, esto no quiere decir que el obispo debe ser alguien que nunca haya pecado. Solamente el Señor Jesús es perfecto. Sin embargo, esta persona debería ser alguien que se supiera no estuviera viviendo en pecado. Él debía tener un carácter que los demás admiraran y estuvieran dispuestos a seguir. Si caía en pecado, él debía tratar inmediatamente ese pecado, ponerse a cuantas con Dios y ser un instrumento limpio para ser usado por Él.
No Soberbio
Pabló añadía, además, que el obispo no debía ser soberbio. La palabra soberbio en el griego significa “arrogante” u “obstinado”. El líder soberbio sabe lo que quiere y obliga a las personas a lograrlo, a veces ignorando los problemas que causa en el camino. Al actuar de esa manera no tiene en cuenta a las personas de las cuales es responsable. A veces, para salirse con la suya, fuerza a las personas o las presiona. Pablo le recordaba a Tito que un obispo debía ser cordial en su trato con las personas.
¡Cuántas veces queremos asumir la función del Espíritu Santo! No es nuestra responsabilidad convencer a las personas de pecado y cambiar su manera de ser. Ese ministerio le corresponde al Espíritu Santo. El obispo ha de ser gentil y paciente. Él debe darle espacio al Espíritu Santo para que obre, en Su tiempo, en las vidas de Su pueblo. Mientras el Espíritu hace esa obra, el obispo ha de amarlos y ser paciente con ellos. Esto es algo que no siempre va a ser fácil. Tenemos que recordar la paciencia y la bondad de Dios hacia nosotros en nuestra rebelión y tomar eso como nuestro ejemplo. Las personas a las que el obispo ministra no son perfectas. Ellas van a cometer errores, y no cumplirán siempre con las normas de la Palabra de Dios. El obispo tendrá que lidiar con ellas con paciencia y amor.
No Iracundo
El obispo no debía ser iracundo (versículo 7). Es decir, tenía que controlar sus emociones y su lengua. Las cosas no le iban a salir siempre como él quería. Las personas lo iban a decepcionar, y algunas iban a rechazar lo que dijera. La tendencia sería enojarse con esas personas. La ira no cumple los propósitos de Dios. Tenemos que admitir que hay veces en que la ira es algo justificado. Sin embargo, Pablo le dice a Tito que el obispo debía ser lento para airarse. Una vez más vemos la importancia de la paciencia. El obispo que impusiera las cosas y respondiera en ira cuando las cosas no se hicieran a su manera no era el tipo de siervo que Dios estaba buscando. El obispo tenía que ser paciente y tener el control de sus emociones.
No Dado al Vino
El obispo no debía ser un borracho. Él no debía dejar que la bebida fuerte influyera u obstaculizara el ministerio al cual Dios lo había llamado. El obispo necesitaba tener control. A cualquiera que abusara del alcohol le estaba prohibido ejercer la función de obispo. En lugar de ser controlado por el vino, él debía ser controlado por el Espíritu Santo (ver Efesios 5:18).
No Pendenciero
Si un hombre ejercía el papel de obispo, éste no debía ser un hombre violento. El reino de Dios no se expande por medio de la violencia; se expande por medio del ministerio del Espíritu Santo. La persona que es dada a la violencia piensa que puede hacer progresar el reino de Dios con su propia fuerza. La violencia proviene de la carne. Esa violencia puede manifestarse en forma de disciplina excesiva, o de opresión. Quienes están acostumbrados a la violencia usarán la fuerza en el intento de expandir el reino de Dios. Estarán tan enfocados en las reglas, las medidas y los principios que se olvidarán del amor, la misericordia y la compasión. Ministrarán según la carne y no por el Espíritu. El obispo debe amar a las personas y tener compasión por ellas. Él no ha de recurrir a la fuerza para que las personas se conformen a los caminos del reino. En cambio, ha de ser paciente y amable, confiando en el Espíritu de Dios y no en los esfuerzos de la carne.
No Codicioso de Ganancias Deshonestas
El obispo tampoco ha de buscar obtener ganancias deshonestas. Él debe ser honesto en su trato con las personas. No debe usar su cargo para enriquecerse a expensa de otros. El dinero y las posesiones no deben ser su motivación. Él ha de estar dispuesto a rendirlo todo por causa del reino. Debe ser, además, generoso y abnegado en el servicio.
Hospedador
En vez de buscar ganancias para sí, el obispo debe ser hospitalario (versículo 8). Es decir, debe usar los recursos que Dios le ha dado a favor del reino. Él ha de mostrar bondad hacia los desconocidos y a los amigos por igual. Debe ser una persona generosa y preocupada que se deleita en usar lo que tiene para ministrar a otros.
Amante de lo Bueno
El obispo debe amar lo que es bueno. En este mundo hay muchas cosas malvadas. El obispo no se deleita en esas cosas. No es solo que no participa en ellas, sino que hasta encuentra repulsivo mirarlas o escucharlas. Su mente está puesta en lo que es bueno. Su corazón ama las cosas de Dios. Él rechaza cualquier cosa que sea contraria a la Palabra de Dios. Este hombre se deleita en Dios y Sus caminos desde lo más profundo de su ser. En él no hay hipocresía.
Sobrio
En el versículo 8 Pablo le continúa diciendo a Tito que el obispo debía ser prudente, es decir, tener dominio propio. El dominio propio es parte del fruto del Espíritu. Es una capacidad dada por Dios para tomar control sobre la carne y sus deseos. La carne desea lo malo. Tiene hambre de pecado. A veces ese deseo de la carne es muy fuerte y podemos ser presa de él y su influencia. El Espíritu de Dios está dispuesto a darnos el fruto del dominio propio. Él nos dará la fuerza para resistir los fuertes deseos de la carne. El obispo debe ser un individuo que haya abierto su corazón al ministerio del Espíritu de Dios para fortalecerle y vencer las tentaciones de la carne. Este requisito hace que esta persona resista la fuerte influencia de la carne, sus deseos lujuriosos y pecaminosos, y que ande en victoria espiritual.
Justo y Santo
El obispo también ha de ser justo y santo. La persona que es justa se encuentra bien con Dios. Esta persona también debe ser santa. Esto significa no estar mancillado por el pecado y estar apartado para Dios y Sus propósitos. Las personas santas son puras en sus acciones, motivos e intenciones. Esta santidad es un regalo de Dios. El Espíritu Santo es la fuente de esta naturaleza nueva y santa. El obispo se rinde a la obra que el Espíritu Santo está haciendo en él; y está llegando a ser cada vez más como Jesús.
Dueño de sí mismo
Esto tiene que ver con la disciplina y es otra característica del obispo. La disciplina es la capacidad de tener el control de uno mismo y sus acciones. La persona que es disciplinada controlará sus emociones y pasiones para poder hacer lo que es correcto. Él no es perezoso o descuidado en sus responsabilidades. Está consagrado a la causa del reino, y no le teme al trabajo arduo o tener que sufrir por causa del reino.
Retenedor de la Palabra Fiel
Finalmente, en el versículo 9 dice que el obispo debe ser alguien que retenga firmemente “la palabra tal como ha sido enseñada”. El obispo conoce la verdad de Dios y está agarrado a esa verdad. El enemigo hará cualquier cosa con tal de adulterar la verdad. Habrá momentos en que predicar y enseñar la verdad será muy difícil. No todos disfrutarán escucharla; y en algunos casos, predicarla traerá persecución y pruebas. Las personas se burlarán e insultarán a quienes prediquen la verdad. Sin embargo, el obispo permanecerá firme e intransigente.
El obispo debía enseñar la verdad de la Palabra de Dios para la exhortación y el fortalecimiento del cuerpo. Él debía corregir fielmente a quienes se desviaban o se oponían a la verdad. Tenía que predicarla, enseñarla, defenderla y vivirla de manera práctica en su vida.
La labor de ser un obispo no debía tomarse a la ligera. Él debía ser un ejemplo de santidad y pureza. Debía amar a las personas y estar lleno de compasión y bondad en su trato con ellas. Debía ministrar en el poder del Espíritu Santo, afirmado fielmente en la Palabra de Dios. Su deber era llevar a otros a la verdad de la Palabra y demostrarla delante de ellos con su vida y su hablar.
Para meditar:
Dios nos ha dado a todos la tarea de velar por ciertos aspectos de Su reino. ¿Cuál es nuestra responsabilidad que nos ha tocado?
El obispo debía ser paciente y amable. ¿Qué nos enseña esto en cuanto al interés de Dios por las personas?
¿Acaso alguna vez hemos tratando de asumir el papel del Espíritu Santo en el intento de convencer y persuadir a otros basados en nuestras propias fuerzas? ¿Por qué eso está mal?
Tomemos un momento para examinarnos a la luz de lo que enseña este pasaje acerca de los requisitos de un obispo. ¿Muestra usted en su vida todas estas características? ¿En qué aspectos necesita mejorar?
¿Cuál es el papel de un obispo en cuanto a la defensa y proclamación de la verdad?
Para orar:
Pidamos a Dios que nos dé más compasión y amabilidad en nuestro trato con las personas.
Agradezcamos al Señor por Su Palabra, la cual es nuestra autoridad y guía. Pidámosle que nos ayude a conocer más esa Palabra y a vivirla de manera práctica en nuestras vidas.
Tomemos un momento para orar por nuestros obispos espirituales. Pidamos a Dios que haga de ellos las personas que Él quiere que sean. Agradezcamos a Dios por ellos y por la función que ejercen a favor del Reino.
4 – TAPAR LA BOCA DE LOS REBELDES
Leamos Tito 1:10-16
Hasta ahora hemos visto que Tito había sido comisionado por Pablo para llevar a cabo la obra en Creta. Lo primero que debía hacer era establecer el liderazgo en las iglesias para que pudieran continuar en la Palabra de la manera que Dios quería.
En esta sección final del capítulo 1, Pablo mostraba el conocimiento que tenía de la situación en Creta al encargarle a Tito que silenciara a quienes enseñaban falsas doctrinas. En la última reflexión vimos que parte de la función del obispo era mantenerse firme a la verdad y pasarla a quienes estaban bajo su cuidado. Pablo le recordaba a Tito que la razón por la cual era tan importante que los obispos se mantuvieran firme en la verdad de la Palabra de Dios y la predicaran, era porque había personas rebeldes en medio de ellos que estaban desviando al pueblo de Dios. Examinemos lo que Pablo tiene que decirle a Tito acerca de estos falsos maestros.
En el versículo 10 Pablo le recordaba a Tito que había muchas personas rebeldes en el mundo. Esta rebeldía iba en contra de Dios y la verdad de Su Palabra. Las personas de las cuales Pablo hablaba no estaban listas para recibir la Palabra de Dios o rendirse a los caminos de Dios.
En este mismo versículo Pablo describe a estos individuos como habladores de vanidades. Ellos tenían muchas cosas que decir, pero las palabras que decían no tenían ningún basamento en la verdad. Sus palabras eran vanas porque no tenían el poder del Espíritu Santo. Simplemente eran ideas y filosofías humanas. Estos individuos enseñaban y predicaban, pero sus palabras eran huecas y carecían de cualquier propósito verdadero.
Pablo también le dice a Tito que esos falsos maestros eran engañadores. Eran instrumentos de Satanás para alejar al pueblo de la verdad de la Palabra de Dios. En el huerto del Edén, Satanás engañó a Eva para que comiese del árbol del conocimiento del bien y del mal. Él le ofrecería muchas cosas si tan solo ella comía del árbol, en desobediencia al mandamiento de Dios. Eva le creyó las mentiras a Satanás y cayó en su trampa. Los falsos maestros de Creta también estaban siendo engañados por Satanás. Puede que hasta algunos pensaran que defendían la verdad cuando en realidad estaban siendo instrumentos de Satanás.
Observemos que en el versículo 10 Pablo menciona a “los de la circuncisión”. Este grupo enseñaba que la circuncisión y la observancia de la ley era una parte necesaria para la salvación. Pablo le decía a Tito en el versículo 11 que era necesario silenciar a esos individuos porque estaban trastornando a familias enteras y desviándolas de la verdad.
Pablo no estaba en contra de la circuncisión, pero sí estaba en contra de la enseñanza de que la circuncisión era necesaria para la salvación. Ésta solo se podía encontrar en Cristo y Su obra en la cruz. Decir que la obra de Cristo no era suficiente y que las personas también tenían que circuncidarse era una blasfemia. Pablo tenía bien claro este asunto. Solo la obra de Cristo era suficiente para perdonar nuestros pecados y llevarnos al reino de los cielos. Los gentiles no tenían que convertirse al judaísmo para poder ser salvos. Lo único que necesitaban era la obra de Cristo. Enseñar que una persona necesitaba hacer más que tan solo aceptar la obra que Cristo ya había hecho, significaba disminuir la trascendencia de lo que el Señor había logrado en la cruz. Estos engañadores predicaban un mensaje de salvación por obras. Según el versículo 11 ya se habían infiltrado en algunos hogares cretenses. Muchas familias estaban siendo engañadas por la falsa doctrina que enseñaban los de la circuncisión. Estaban causando divisiones en la iglesia y necesitaban ser silenciados.
En el versículo 11 Pablo le decía a Tito que estas personas en realidad estaban buscando ganancias con esas enseñanzas falsas. Cuando iban de casa en casa predicando falsas doctrinas recibían ayuda y apoyo financiero. En aquellos días los predicadores ambulantes dependían de los regalos generosos que les daba el pueblo de Dios. Desafortunadamente, también había falsos maestros que vivían de esta manera. Pablo llama “ganancia deshonesta” al dinero que estos falsos maestros recibían. Ellos recibían dinero por decir mentiras y engañar a la gente, y tendrían que responder ante Dios por esto.
Parece indicar que en los días de Pablo los cretenses eran conocidos por ser mentirosos, malas bestias y glotones ociosos (versículo 12). Éstas parecen ser palabras muy ásperas, pero no eran las palabras de Pablo, sino que eran palabras dichas por uno de sus propios profetas que los reprendió por ser tan malos. Creta no era un lugar muy fácil para vivir y trabajar. Había mucho que hacer allí a favor del evangelio. Este lugar era una fortaleza de Satanás. Pablo desafía a Tito a que reprenda a quienes habían incurrido en las maldades de esos días. Parece que hasta la iglesia estaba sufriendo los efectos de aquel trasfondo malvado. Tito debía reprender con audacia a quienes habían caído en las falsas doctrinas y prácticas, y llamarles la atención por aquellas cosas para que tuviesen una fe saludable y rechazaran los mitos y falsas enseñanzas que circulaban en Creta (versículos 13, 14).
Pablo hacía un llamado a separarse de toda impiedad. ¿Cuánto de nuestro trasfondo cultural y familiar traemos con nosotros a nuestra relación con Cristo? La salvación nos hace ser parte de la familia de Dios, pero no nos hace perfectos. Después de la salvación queda mucho trabajo por hacer. Necesitamos morir a los pecados del pasado. Necesitamos también separarnos de las fortalezas que provienen de nuestro trasfondo y que nos impiden crecer en el Señor. Tito debía tomar una postura firme en contra del mal que había en la cultura cretense de aquellos tiempos. Él debía poner fin a todo hábito o actitud cultural y pecaminosa que no estuviese acorde a las enseñanzas del evangelio. Quizás también nosotros necesitamos despertar a la realidad del bagaje pecaminoso que cargamos hacia nuestra relación con Cristo. Los cretenses eran conocidos por su maldad y falta de honestidad. Cuando vinieron a Cristo debieron terminar con todas estas cosas y rendirse por completo a Cristo y a Sus propósitos. Su cultura tenía que cambiar porque no estaba en consonancia con la clara enseñanza de la Palabra de Dios.
El versículo 15 puede ser un poco difícil de entender. Pablo le dice a Tito que para los puros todas las cosas le son puras. La clave para entender este versículo está en la condición del corazón. La persona que es pura es la que se encuentra en una correcta relación con Dios. Su mente y su corazón han sido purificados y renovados por Cristo, y si esto es así para con nosotros, entonces veremos las cosas desde Su perspectiva. Nuestro dinero, nuestros pensamientos, nuestra vida privada y cada parte de nosotros se encuentra consagrada a Él con el propósito de traer honra y gloria a Su nombre.
Por el contrario, si nuestras mentes y corazones están corrompidos, veremos las cosas desde una perspectiva diferente. Aquellas cosas que en sí y por sí mismas son puras y honorables estarán corruptas y contaminadas por la menta corrupta y pecaminosa. Vemos esto en el área del dinero o la sexualidad. Estas cosas son puras y honorables en sí mismas, pero la mente corrompida las ha pervertido. Se abusa y se profana la sexualidad; y el dinero, cuando es tocado por la mente malvada y corrupta se convierte en la raíz de todos los males.
Lo que necesitamos ver es que nuestro pecado comienza en nuestro corazón y nuestra mente. Si la mente está corrupta, el pecado tiene un suelo fértil en el cual crecer. Si la mente es pura, el pecado es percibido y rechazado. La mente pura trae como resultado adoración y agradecimiento hacia Dios. La mente corrupta tuerce lo que es bueno y lo convierte en malo.
Cuando actuamos basados en aquello que la mente ha corrompido, nuestra conciencia se contamina. En lo que respecta al pecado, Dios nos ha dado dos filtros. El primero de ellos es la mente. Se nos ha dado una mente para entender lo que es bueno y lo que es malo. Cuando leemos las Escrituras, éstas moldean y dirigen nuestra mente revelándonos lo que es correcto y piadoso. Si en nuestra mente le hacemos resistencia a la verdad y pecamos, entonces el Señor nos moverá la conciencia como el segundo filtro. Podemos, entonces, sentirnos muy incómodos o culpables. En lo profundo de nuestro interior sentimos que lo que estamos haciendo está mal. A esa altura podemos resistir lo que nuestra conciencia nos está diciendo, o aceptarlo y cambiar el rumbo. Si resistimos, nuestra conciencia se endurece; y con el tiempo no nos molestará cuando hagamos lo malo. Esto era lo que les había sucedido a los falsos maestros en Creta. Ellos, en su mente se habían resistido a la verdad, y sus oídos se había bloqueado al sonido de su conciencia. Ahora se encontraban practicando el mal y enseñando mentiras sin que esto afectara por lo menos sus conciencias, pues éstas estaban corrompidas.
Estos individuos que rechazaban la verdad de Dios y se resistían a la voz interior de la conciencia que Dios les había dado, decían ahora que conocían a Dios y que eran Sus representantes. Pablo tenía palabras duras para estos falsos maestros. En el versículo 16 los llama “abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra”.
La iglesia en Creta se encontraba rodeada de prácticas culturales pecaminosas y falsos maestros. Creta era un campo de batalla de Satanás. Tito tenía delante de él una gran tarea, pues era su responsabilidad hablar contra los males de Creta. Él tenía que hacer un llamado a separarse de todo aquello que no estuviese en sintonía con la clara enseñanza de la Palabra de Dios. Esta ciudad necesitaba ser traída de vuelta a la Palabra de Dios. Se necesitaba purgar la iglesia y el país del mal, si querían que la bendición de Dios fuera derramada en gran medida.
Para meditar:
¿Existe hoy en su país evidencia de que Satanás está buscando alejar a las personas de la Palabra de Dios? Explique.
¿Qué aprendemos en este pasaje acerca de los peligros de creer en la salvación por obras?
¿Por qué predicar la falsa doctrina es obtener ganancias deshonestas?
¿Qué ha traído usted de su pasado a su caminar con Dios? ¿Qué necesita arreglar en su vida para poder crecer en su caminar con Dios?
¿Cuál es la importancia de la conciencia? ¿Cómo puede ésta contaminarse?
¿Hay falsos maestros en su comunidad? ¿Qué enseñan?
Para orar:
Pidamos a Dios que purifique nuestras mentes para poder ver las cosas como Él las ve.
Pidamos al Señor que nos examine por si hay algo de nuestro trasfondo que necesitemos confesar y confrontar.
Agradezcamos al Señor porque Su salvación está basada solo en Su obra y no en lo que podamos hacer.
Pidamos al Señor que purifique nuestra mente y conciencia para que vuelvan a estar en sintonía con Él y Su voluntad.
Pidamos al Señor que convenza de la verdad a los falsos maestros de nuestra comunidad.
5 – HOMBRES, MUJERES Y ESCLAVOS
Leamos Tito 2:1-15
En la última parte del capítulo 1, Pablo le encargaba a Tito la responsabilidad de silenciar a los falsos maestros en Creta que estaba llevando al pueblo de Dios hacia el error y las falsas doctrinas. Él también le exhortaba a que estableciera ancianos en las diferentes comunidades en donde había una iglesia, y le hizo saber los diferentes requisitos que debería buscar en los ancianos y en los obispos. Ahora Pablo gira su atención al miembro regular de la iglesia, y le da instrucciones a Tito en cuanto a los diferentes grupos en la iglesia.
Los Ancianos (hombres de edad avanzada)
Al primer grupo que Pablo quería que Tito se dirigiera era al de los ancianos de sexo masculino. Éstos debían controlar sus cuerpos y sus caprichos. En el capítulo 1 de la epístola vimos que el anciano y el obispo no debían ser dados al vino. Este mismo principio se aplicaba a este grupo de adultos mayores. ¿Sería que ésta era una tentación en particular para quienes tenían más tiempo libre?
Estos hombres ya mayores debían ser dignos de respeto, con vidas que honraran al Señor en todo lo que hacían. Ellos debían ser ejemplos de un vocabulario y comportamiento santos. Para poder ganarse el respeto, debían confrontar cualquier pecado que hubiese en sus vidas. También necesitaban ser honestos en su trato con los demás.
El dominio propio era otra característica que estos ancianos debían demostrar. Esta es la parte del fruto del Espíritu Santo que nos ayuda a vivir en victoria sobre las tentaciones y los pecados de la carne; también influye en nuestro uso del tiempo y en la manera en que obramos. ¡Cuán fácil sería para un anciano sentarse y dejar que otros fuesen quienes hicieran el trabajo! Pablo les estaba diciendo que ellos necesitaban tomar el control de sus cuerpos y sus mentes y usarlos para el reino de Dios. Este no era el momento de sentarse de brazos cruzados ni de ser perezosos e inútiles. Ellos todavía tenían mucho que contribuir a la iglesia y a la comunidad en general. Les hacía falta disciplinarse en la obra del reino.
Estos ancianos también debían ser sanos en la fe. En otras palabras, debían estar firmes en la fe para que de esta manera pudieran pasarla a las próximas generaciones. Tampoco debían apartarse de las claras enseñanzas de las Escrituras o desviarse de la verdad que les habían enseñado.
Pablo también desafiaba a estos hombres de avanzada edad a que estuviesen llenos de amor. Si ellos querían brindar un amor sano y fuerte, no podrían hacerlo viviendo apartados de los demás. El amor demanda de acción, y Pablo les estaba diciendo a los ancianos que dieran el paso al frente en una demostración práctica de amor. Ellos debían buscar esas oportunidades para demostrar el amor hacia el pueblo de Dios. Los ancianos podían lograr esto de una manera que los jóvenes no podían. Las iglesias necesitan de aquellos que pueden manifestar el amor paternal. Recuerdo una ocasión en la que me encontraba enseñando a un grupo de líderes espirituales en la isla de Reunión. Todos esos líderes espirituales eran hombres más jóvenes. Uno de ellos expresó la carga que tenía de encontrar a un hombre adulto cristiano que fuera un padre espiritual para él. En el cuerpo de Cristo de nuestros días esta es una necesidad imperante.
Los hombres ancianos también debían ser sanos en la paciencia. No debían ser personas que se rindieran, sino que perseveraran, pues la carrera no se acababa hasta que estuviesen en la presencia del Señor. Siempre tendrían algo que aportar mientras tuvieran aliento y vida. Para estos hombres hubiese sido más fácil sentarse y entregarles a los más jóvenes la tarea. Pablo los exhortaba a que no se rindieran pues todavía tenían mucho que aportar, y que debían seguir haciendo esto hasta el final.
Las Ancianas (mujeres de avanzada edad)
Seguidamente Pablo se dirige a las ancianas. Pablo le dice a Tito que enseñe a ese grupo de mujeres a ser reverentes en su manera de vivir. Para explicar lo que quería decir con esto, Pablo da algunos ejemplos específicos en el versículo 3.
Las ancianas debían demostrar su reverencia al no ser calumniadoras. Calumniar es herir con la lengua. Es hablar de alguien de tal manera que dañe su reputación. Esto parecía ser un problema en particular para las mujeres ancianas de Creta. Ellas debían ser muy cuidadosas en la manera en que se expresaban acerca de otra persona. No debían permitir que su lengua fuese un instrumento de división y daño para el cuerpo de Cristo. En cambio, sus palabras debían ayudar a edificarse mutuamente.
Otra tentación para estas mujeres adultas era el vino. Quizás ahora que sus familias habían crecido y no tenían mucho que hacer en su tiempo libre, la tentación consistía en beber y chismear. En donde vivo las cafeterías están llenas de personas ancianas que se juntan para, junto a una taza de café, ponerse al día de las últimas cosas que han acontecido. Recordemos que antes que llegaran los días del café, el vino era una bebida para socializar. ¡Cuán fácil habría sido para aquellas ancianas reunirse frente a una copa de vino y compartir las últimas cosas que estaban sucediendo! Pablo les decía a esas mujeres que no debían convertirse en adictas (esclavas) del vino. Debían controlarse y ser sensibles en su uso.
Lo que Pablo más quería de las ancianas era que ellas compartieran sus experiencias en las vidas de las mujeres más jóvenes. Si en el cuerpo de Cristo existe la necesidad de padres espirituales, también existe la necesidad de madres espirituales. Las jóvenes necesitan mujeres adultas con quienes compartir. Hay asuntos que una joven solo pudiera compartir con otra mujer. Este consejo de Pablo es muy bueno teniendo en cuenta los tantos problemas que han surgido en el presente por el hecho de que hombres aconsejen a mujeres. Las iglesias deben instar a las mujeres más adultas a aconsejar y a ministrar a las mujeres más jóvenes. ¡Qué bendición sería esta para las mujeres de la iglesia, tanto jóvenes como adultas! Las ancianas no debían sentarse sin hacer nada, pues tenían un papel muy importante que desempeñar en el cuerpo de Cristo.
Las Jóvenes
Observemos en el versículo 4 lo que las mujeres adultas debían enseñarles a las más jóvenes. Debían enseñarles a amar a sus esposos e hijos. ¡Cuán fácil puede resultar para una mujer joven, casada y con hijos, abrumarse ante las responsabilidades! ¡Cuán fácil puede perder la perspectiva! ¡Qué responsabilidad tan grandiosa tenían las mujeres adultas hacia las más jóvenes en ayudarlas a mantener el enfoque de amor en los asuntos de la vida familiar!
Las mujeres jóvenes también debían ser prudentes, o sea, tener dominio propio. Una vez más vemos que esto tiene que ver con ser capaces de disciplinar el cuerpo y la mente para hacer lo que Dios quiere. Esta es una capacidad dada por Dios para vencer la carne, sus deseos pecaminosos y las tentaciones, y poder hacer lo correcto. Esto significaba que debían tener el control de sus emociones, actitudes y acciones.
Las jóvenes debían ser castas, es decir, puras. Esta pureza tiene que ver con su relación con su esposo. Ella debía serle fiel en todos los aspectos. También tenía que ver con su relación con Dios y su fidelidad a Él en obediencia a Su Palabra. Ella debía cuidarse y cuidar sus pensamientos para que éstos fuesen agradables al Señor.
Según el versículo 5 las jóvenes también debían ocuparse de la casa. Ellas debían proveer para las necesidades de su familia y cuidar a sus hijos. Pablo desafiaba a las mujeres jóvenes de Creta a que tomaran en serio su papel como madres y cuidadoras.
Este amor no solo debía ser percibido por la familia más cercana, sino que ella también debía ser gentil con quienes le rodeaban. Su corazón debía extenderse más allá de las necesidades de su familia, es decir hacia la comunidad y la iglesia. Ella debía usar sus habilidades para también demostrar su bondad y generosidad a sus vecinos. Debía mostrar compasión y consideración por los demás.
Finalmente, las jóvenes debían estar sujetas a sus maridos. Esto no significaba que ella tenía que ser una esclava de los caprichos de su esposo, y que no podía expresar cómo se sentía o qué necesitaba. Sin embargo, esto sí significaba que ella debía respetar a su esposo y su roll de liderazgo. Ella debía estar dispuesta a estar a su lado y a trabajar junto a él; sujeta y consagrada a su esposo. Ella no competiría con él, sino que trabajaría a su lado. No lo gobernaría ni se iría por encima de su autoridad, sino que al conversar con él y tenerlo en cuenta, ella se mantendría a su lado en las decisiones que él tomara. Su corazón debía ser un corazón de entrega, unidad y amor.
Los Jóvenes
Lo siguiente que Pablo le diría a Tito tenía que ver con los jóvenes varones. Una vez más vemos que hace un llamado a que los jóvenes tuviesen dominio propio. Por ser jóvenes ellos estaban llenos de energía y entusiasmo. La tentación para ellos era desafiar cualquier cosa que se interpusiera en su camino. Pablo le recomendaba a Tito que enseñara a estos jóvenes entusiastas que debían controlar sus emociones, sus pasiones y sus acciones. Ellos no podían permitir que su entusiasmo les impidiera esperar en Dios, Su tiempo y Su propósito. Este dominio propio no solo se aplicaba a su entusiasmo sino también a sus vidas morales. Éste influiría en la manera en que hicieran uso del vino y cualquier bebida fuerte, e influiría también en sus estilos de vida en general.
Tito como Joven
En el versículo 7 Pablo se dirige personalmente a Tito. Se desconoce la edad de Tito en ese tiempo, pero ante los ojos de Pablo él era un hijo en la fe. Pablo le dice a Tito que, como su hijo en la fe, él tenía que enseñarles a otros jóvenes sirviéndoles de ejemplo. Como “joven”, Tito debía enseñarles integridad, seriedad y sobriedad en el lenguaje. Observemos esto de manera más detallada.
Primero, Pablo le dice a Tito que demostrara su integridad en lo que enseñaba. La palabra integridad tiene un sentido de pureza. Significa que se puede confiar. Pablo le decía a Tito que debía ser un hombre íntegro mientras él predicaba y enseñaba la verdad. Solamente se puede enseñar con integridad si estamos viviendo la verdad que predicamos.
En segundo lugar, Tito debía enseñar con seriedad. La idea es que Tito tenía que mostrar reverencia en lo que enseñaba. Tenía que entender que lo que enseñaba era muy importante. Él representaba a Dios en su enseñanza y en su predicación, por lo cual debía tomar este asunto muy en serio. Él debía respetar y honrar la Palabra que enseñaba.
Finalmente, Tito debía enseñar al mundo con un lenguaje sano e irreprochable. Es decir, la verdad que enseñaba no debía corromperse. Él no debía desviarse de la verdad que le habían enseñado; no debía adulterar esa verdad para acomodarla a las necesidades y deseos de la gente. Aunque no la aceptaran, él debía predicar y no cejar en su empeño.
Si Tito seguía los consejos de Pablo no daría ocasión para que nadie le acusara. Habría quienes se opondrían a la verdad (versículo 8). Al enseñar con integridad, seriedad y palabras sanas él no tendría de qué avergonzarse.
Los Esclavos
El desafío final de este pasaje va dirigido a los esclavos. Aunque Pablo no promovía la esclavitud, la reconocía como una realidad del mundo en que vivía. En este pasaje les hablaba particularmente a esclavos cristianos. Los esclavos tenían un grupo de tentaciones específicas, y Pablo quería hacer referencias a ellas aquí.
Los esclavos estaban desafiados a estar sujetos a sus amos en todo. Algunos de ellos tenían amos que eran muy severos. La tentación de los esclavos que tenían este tipo de amo era la de revelarse. No había ningún tipo de dignidad en la esclavitud. Al ser esclavos se encontraban bajo el control de sus amos. Sin embargo, rebelarse y no mostrar respeto a sus amos no brindaría un buen ejemplo. Imaginemos a un esclavo cristiano que fuese conocido por ser falta de respeto y desobediente con su amo. ¿Qué tipo de testimonio sería este? ¿Cómo testificaría esto del Señor Jesús? Ellos debían aprovechar su situación como una oportunidad para demostrar la diferencia que Jesús marcaba en sus vidas. Ellos debían ser respetuosos y honestos al tratar con sus amos, y al hacerlo así estarían honrando a su Amo celestial.
Pablo exhortaba a los esclavos a que agradaran a sus amos. Debían esforzarse por caminar esa milla más. Debían ir más allá de lo que estaban llamados para poder agradar a sus amos. Esto no sería algo fácil, especialmente si sus amos eran ásperos con ellos. Sin embargo, esto demostraría la realidad del amor y el carácter de Cristo en ellos.
Los cristianos esclavos debían controlar su manera de hablar. A menudo estaban tentados a hablar mal de sus amos. ¡Qué fácil sería para ellos responderles mal o protestar porque no los trataban bien! Pablo les dice en el versículo 9 que ellos no debían responderles a sus amos, sino que debían confiarle a Dios sus problemas.
En el versículo 10 Pablo les advertía acerca de robarle a sus amos (NVI). A veces estos amos tenían vidas lujosas. Por otra parte, los esclavos vivían pobremente. ¡Qué fácil hubiese sido para los esclavos tomar de los amos un poco de aquí y un poco de allá! Sus amos quizás ni lo notaran. Lo mismo se aplica a nuestras situaciones laborales. Así como Dios llamaba a los esclavos a ser personas de confianza, también llama a los creyentes que hacen cualquier trabajo a ser personas de una integridad absoluta. Los esclavos debían vivir y servir de tal manera que sus amos tuvieran plena confianza en ellos. Ellos debían ver la situación en la que estaban como un medio para mostrar a sus amos lo que significaba ser cristiano. Los amos, al ver a sus esclavos y su manera de ser, estarían más abiertos para escuchar acerca del Dios en que ellos creían.
Debemos ser un testimonio y un ejemplo en cualquier situación en la que Dios nos coloque. Quizás usted se encuentre en un trabajo que no le guste. ¡Qué desafío será buscar del Señor diariamente para ser un testigo y un ejemplo de Él en ese trabajo! Dios no llama a todos a ser pastores o líderes de la iglesia, pero sí nos llama a ministrar en donde quiera que estemos. El esclavo debía ver su situación en la vida como una oportunidad para servir al Señor demostrándole a su amo lo que significaba ser cristiano. Dios nos llama a todos a que miremos también de esta manera la obra que estamos haciendo.
Para meditar:
Pablo desafiaba a los ancianos a no sentarse sino a mantenerse sirviendo al Señor. ¿Cuál es el papel de los “padres espirituales” en la iglesia del presente?
¿Cómo pueden las mujeres ancianas de la iglesia exhortar y enseñar a las más jóvenes? ¿Cuán importantes son las “madres espirituales” en la iglesia?
Pablo desafiaba a las mujeres ancianas a que les enseñaran a las más jóvenes a amar a sus esposos y a sus hijos. ¿Cuán propensa está la madre joven con todas sus responsabilidades a perder de vista esta prioridad?
El desafío de Pablo para Tito como joven era ser un hombre de integridad, seriedad y lenguaje sano. ¿Demostramos nosotros estas características en nuestras vidas?
Los esclavos debían servir a sus amos con el deseo de honrarles y agradarles. ¿Cómo se aplica este principio a nuestra situación laboral? ¿Ven a Jesús en nosotros las personas de nuestra escuela o trabajo? ¿En qué necesitamos mejorar?
Para orar:
Pidamos al Señor que nos ayude a ser un ejemplo Suyo en nuestra escuela o trabajo.
Pidamos al Señor que nos dé un(a) hijo(a) espiritual al (a la) cual podamos animar en la fe.
Repasemos lo que Pablo le dice por separado a cada grupo en este pasaje. Pidamos a Dios que nos revele cualquier área en particular de nuestras vidas en la que necesitemos mejorar para Su gloria.
Pidamos a Dios que nos ayude a aceptar la situación en la que nos encontramos en la vida, y a ser un verdadero testimonio de Su presencia y poder en esa situación.
6 – NUESTRA SALVACIÓN
Leamos Tito 2:11-15
En esta carta a Tito, Pablo había estado hablando acerca de los requisitos de los ancianos y los obispos. En la primera parte del capítulo 2, él desafiaba a Tito a enseñarle a los hombres, mujeres y esclavos la manera en que debían vivir ahora que habían conocido al Señor Jesús como su Salvador. El énfasis que Pablo hace en esto nos muestra que la iglesia de Creta tenía muchos problemas que resolver. Ellos todavía no habían madurado para ser las personas que Dios quería que ellos fueran.
Pablo continúa hablando en el versículo 11, recordándoles a sus lectores que fue la gracia de Dios la que les trajo la salvación. Esto es algo importante que debemos recordar. El Señor no nos salvó porque nos merecíamos la salvación. Él no nos salvó porque hubiéramos hecho algo para merecerla. La salvación es un don de gracia de parte de un Dios amoroso para todo aquel que la recibe. La salvación no tiene ninguna explicación fuera de la gracia. La gracia es el favor no merecido de Dios. No merecemos ser salvos de nuestros pecados, pero Dios nos da lo que no merecemos. Él nos perdona y nos cambia a causa de Su amor y favor maravillosos.
Observemos en el versículo 11 que esta salvación se manifestó a todos los hombres. La oferta de salvación es para todos, pero no todos la recibirán. Para quienes la reciben ocurre un cambio maravilloso. En los siguientes versículos Pablo describe ese cambio.
En el versículo 12, Pablo les dice a sus lectores que la salvación que el Señor Jesús vino a ofrecer les enseñaba a los hombres a renunciar a toda impiedad y a los deseos mundanos. Antes de reconocer la obra de Jesús a nuestro favor, estábamos presos en las cosas de este mundo y su manera de pensar. Las cosas de Dios no tenían mucho sentido para nosotros ni tampoco encontrábamos ningún tipo de gozo en ellas. Ahora que hemos llegado a conocer al Señor y la maravillosa salvación que nos ha dado, la vida cobra un nuevo sentido. Quienes conocen al Señor encuentran gran gozo y alegría en Él. Las cosas de este mundo comienzan a desvanecerse y no le tienen el mismo interés. La impiedad y los deseos mundanos ya no tienen el mismo atractivo. Los deseos cambian, y ahora tienen la mente y el corazón de Cristo rechazando las influencias impías y las pasiones de este mundo.
Lo segundo que nos enseña la salvación del Señor es a vivir vidas con dominio propio. Antes de recibir a Cristo como nuestro Salvador vivíamos controlados por el mundo y sus deseos pecaminosos. Cuando aceptamos la obra de Jesús y recibimos Su salvación, el Espíritu Santo vino a vivir en nuestros corazones. El Espíritu Santo produce en nosotros ese dominio propio. Él nos fortalece para hacer la voluntad del Señor y resistir el mal. La carne sigue activa en nosotros. Ésta quiere tentarnos y arrastrarnos a nuestros antiguos caminos, pero el dominio propio es la capacidad que nos da el Espíritu Santo para resistir la carne y sus deseos, y hacer lo que Dios quiere. Si usted ha conocido al Señor Jesús también ha recibido el don del Espíritu Santo para resistir el mal que hay en este mundo. La salvación no es tan solo un cambio de nuestra mente y corazón, sino también es poder recibido para hacer lo correcto por medio del ministerio del Espíritu Santo.
Pablo continúa en el versículo 12 y nos dice que la salvación nos enseña a vivir vidas rectas y piadosas en estos tiempos. Las tentaciones nos rodean por doquier. A dondequiera que vamos hay evidencia de impiedad. La salvación cambia nuestras mentes y corazones y nos da poder para hacer lo correcto. El resultado es una vida muy diferente al resto del mundo. Por medio del poder que nos da el Espíritu Santo, quienes han llegado a conocer al Señor Jesucristo pueden vivir en victoria sobre su carne y los deseos malvados de este siglo. El mundo ve la diferencia en ellos; y es que son personas santas y rectas porque el Espíritu de Dios los está transformando a semejanza de Cristo. Necesitamos entender que esto no quiere decir que el cristiano no puede pecar. Un creyente ciertamente puede caer en pecado e incluso vivir en rebelión por un tiempo. Sin embargo, lo que Pablo nos está diciendo aquí es que Dios nos provee de todo lo que necesitamos para vivir una vida recta y piadosa. Nos queda a nosotros el rendirnos a Él y a Sus propósitos haciéndole resistencia al diablo con las fuerzas que nos da el Espíritu.
En el versículo 13 hay otro aspecto referente a esta salvación. Pablo les decía a sus lectores que quienes experimentan la salvación del Señor Jesús esperan la esperanza bienaventurada. Esa esperanza es el regreso del Señor Jesucristo. Quienes no están listos para Su regreso temen que ese día llegue. La aparición del Señor Jesús es una cosa terrible para los incrédulos. ¡Cuán diferente es para quienes le aman! Viven cada día como un niño pequeño que espera un regalo especial por correo. Cada mañana se levantan con la expectativa de que ese pudiera ser el día. Ellos viven siempre listos para ese regreso. Ese es su mayor deseo en la vida, ver al Señor Jesús cara a cara.
Pablo tiene un par de cosas que decir en el versículo 14 acerca de la obra del Señor Jesús. En primer lugar, les decía a sus lectores que el Señor Jesús nos redime de toda iniquidad. Esto fue algo que sucedió en la cruz cuando el Señor pagó por nuestros pecados. Nosotros debíamos haber muerto, pero Él tomó nuestro lugar y pagó por la culpa de nuestros pecados. Él nos libertó de la condenación del pecado. Vemos que dice que el Señor nos ha redimido de “toda” iniquidad. No hay pecado o iniquidad que el Señor no pueda perdonar o de la cual no nos haya libertado. Toda iniquidad queda cubierta por la sangre del Señor Jesús. ¡Qué esperanza tan maravillosa es esta para nosotros!
Lo segundo que Pablo nos dice acerca de la obra del Señor Jesús es que Él se entregó para purificar a un pueblo que fuera Suyo. Hay momentos en mi vida en los que me pregunto si alguna vez podré vencer el pecado que me impide tener una comunión más profunda con el Señor. Este pasaje me dice que el deseo del Señor es purificarme. Al Señor le toca purificarme. Él no nos dice que hagamos esto por nuestra cuenta. Nunca pudiéramos llegar a ser por nuestra propia fuerza el pueblo que Él desea tener. Necesitamos que Él cambie nuestro corazón y nuestras actitudes. Dios quiere purificar para sí mismo un pueblo que esté deseoso de hacer el bien. No nos interpongamos a eso; rindámonos a Él y a Sus propósitos. Dejemos que Él nos guíe, escuchemos Su llamado, obedezcámosle y miremos cómo moldea nuestras vidas hasta convertirlas en una vasija de honor para Él.
Pablo concluye este capítulo con un desafío específico para Tito: que enseñe las cosas que él le ha compartido en esta carta. Él debía exhortar y reprender en la autoridad de Dios. Pablo le recuerda a Tito en el versículo 15 que no dejara que nadie lo menospreciara. Tito iba a tener enemigos a medida que se mantuviera firme a favor de la verdad. Habría personas a las que no les iba a gustar lo que él estaba enseñando. Pero él no podía controlar lo que la gente sintiera hacia él. Al decirle a Tito que no dejara que nadie lo menospreciara, Pablo le estaba diciendo dos cosas. En primer lugar, le estaba diciendo a Tito que no diera ninguna razón o hiciera algo que causara que la gente lo mirara a él y a su ministerio con menosprecio. Él debía vivir como un ejemplo a seguir por todos. En segundo lugar, él no debía permitir que a quienes no le gustara lo que estaba enseñando constituyeran un obstáculo para él o lo desalentaran en su ministerio. Tito necesitaba recordar que era Dios quien lo había llamado. Él no debía permitir que los comentarios o los insultos de las personas impidieran que él ejerciera el llamado que Dios le había hecho. Si había sido Dios quien lo había llamado al ministerio, entonces no importaba lo que otros pensaran. Tito debía ejercer su autoridad como siervo de Dios. Él no tenía que ser tímido al enseñar, sino que debía hacerlo con la autoridad de un embajador de Cristo. Todos los que escuchaban su enseñanza debían respetarle por la autoridad bajo la cual lo hacía.
Para meditar:
¿Qué quiso decir Pablo cuando le dijo a sus lectores que su salvación era un regalo proveniente de la gracia de Dios?
¿Cómo cambió nuestras vidas la salvación?
¿Qué evidencia hemos visto en nuestras vidas del poder que brinda el Espíritu Santo?
¿Tenemos victoria sobre nuestros pecados? ¿Qué pecados necesitamos vencer?
Pablo les decía a sus lectores que Cristo quería purificarlos. ¿Qué diferencia hay entre tratar de vivir la vida cristiana por nuestras propias fuerzas o dejar que Cristo nos purifique?
¿A qué nos ha llamado Dios? ¿Nos encontramos caminando en obediencia a ese llamado?
Para orar:
Pidamos al Señor que nos examine y nos muestre en qué áreas no hemos estado viviendo en victoria espiritual.
Agradezcamos al Señor por la obra capacitadora del Espíritu Santo. Pidamos que abra nuestros corazones al ministerio del Espíritu Santo.
Agradezcámosle al Señor que nos quiere purificar y nos ha provisto de todo lo que necesitamos para caminar en santidad. Oremos que abra nuestros corazones para lo que Él quiere hacer en nosotros.
Demos gracias al Señor por los cambios que hemos experimentado en nuestras vidas desde que nos entregamos al Señor.
7 – HACIENDO EL BIEN
Leamos Tito 3:1-15
Pablo había estado exhortando a Tito a que instruyera a las personas en Creta en cómo debían vivir sus vidas como creyentes en el Señor Jesús. En este capítulo Pablo le da a Tito un listado de las características generales que han de encontrarse en todos los cristianos a medida que se relacionan con las personas de su comunidad.
Sujetos a los Gobernantes y Autoridades
Pablo primero le dice a Tito que el pueblo de Dios debía sujetarse a los gobernantes y autoridades. Necesitamos recordar que no todas aquellas autoridades políticas creían en el Señor. Algunas de estas autoridades estaban corruptas. Aunque la primera obligación del cristiano es para con Dios y Sus propósitos, debemos esforzarnos por andar en sujeción a quienes Dios ha puesto por encima de nosotros. Los cristianos deben ser ciudadanos que busquen el bien de su sociedad, y respetar a quienes Dios ha colocado sobre ellos para gobernar la comunidad.
Obedientes
Los creyentes también han de ser obedientes. Esta obediencia no es tan solo a la Palabra de Dios sino también a las leyes de la tierra. Ignorar las leyes de nuestra tierra es desobedecer a Dios y destruir nuestro testimonio como creyentes.
Dispuestos a Toda Buena Obra
El apóstol continuó dirigiéndose a Tito diciéndole que los creyentes deben estar prestos para hacer lo bueno. Pablo define en el versículo 2 a lo que él llama bueno. Le dice a Tito que el creyente no debe difamar de nadie. Difamar es calumniar, hablar mal de alguien con la intención de dañar a la persona o a su reputación. Los creyentes deben ser cuidadosos con el uso de sus palabras. Las palabras que salgan de la boca del creyente han de ser buenas y piadosas, han de edificar y bendecir.
También en este versículo Pablo le dice a Tito que los creyentes no deben ser pendencieros, es decir que deben evitar los pleitos (NTV). Las discusiones y la división no conducen a la voluntad ni al propósito de Dios. Los cristianos deben recordar que hubo un tiempo en que fueron enemigos de Cristo. Cuando eran aún pecadores, Cristo dio su vida por ellos para que pudieran tener paz con Dios. Los creyentes necesitan seguir Su ejemplo en sus relaciones con los demás. Ellos necesitan buscar la armonía entre los hermanos y vivir en paz aún con sus enemigos.
Los cristianos debemos ser amables. Es natural querer ponernos a nosotros como lo primero; pero cuando el Señor Jesús vivió en esta tierra nos dejó un ejemplo a seguir. Él no vivió para sí mismo, sino para los demás. Él ponía los intereses y las necesidades de los demás por encima de las Suyas. Los creyentes debemos seguir el ejemplo de Cristo y tener en cuenta las necesidades y los intereses de los demás en todo lo que hacemos. Debemos estar dispuestos a morir a nosotros mismos y a nuestros intereses para que otros puedan ser bendecidos.
Finalmente, en el versículo 2 Pablo le recuerda a Tito que los creyentes debían mostrar una verdadera mansedumbre hacia los demás. Esta humildad debía verse en la manera en que tenían en cuenta las necesidades de los demás por encima de las propias. Debía ser vista en su actitud hacia quienes les rodeaban; y no debían enaltecerse entre ellos, sino que debían estar dispuestos a lavar los pies de sus hermanos tal y como lo hizo Jesús (ver Juan 13:5).
Pablo les recuerda a los creyentes en Creta cómo era su forma de vivir (versículo 3). Esa forma contrastaba totalmente con la manera en que debían estar viviendo ahora como creyentes. Pero los cretenses cristianos estaban viviendo como los incrédulos, neciamente, y hasta quizás algunos de ellos estuviesen viviendo en embriagueces e inmoralidades. Vivían para esos placeres momentáneos, pero no tenían en cuenta la eternidad ni los propósitos de Dios.
Más allá de esto eran desobedientes a la Palabra de Dios. Se encontraban engañados por el esplendor y la pasión de este mundo. Pensaban que su propósito y sentido de vivir se podían encontrar en la satisfacción de sus apetitos carnales. Se habían hecho esclavos de esos placeres y apetitos. Ellos vivían para su propio placer, pero ese placer solo duraba un momento.
Ellos eran malvados entre sí y buscaban ser mejores que los demás. Se mentían y se engañaban entre ellos; y debido a sus acciones eran odiados y se odiaban los unos a los otros. Lo único que les importaba era lo suyo. Eran capaces de pisotear al otro con tal de obtener lo que querían.
En el versículo 4 Pablo les recuerda a los cretenses que todo había cambiado cuando la bondad y el amor del Señor les fue demostrado por medio del Señor Jesucristo. Él no vino a ellos porque ellos hubiesen sido buenos (versículo 5). Él vino a ellos cuando estaban en su peor condición. Vino a una sociedad de mentirosos y engañadores. Vino a un pueblo que se odiaba entre sí y que constantemente cada cual quería superar al otro.
Cuando el Señor Jesús se reveló a los cretenses, los salvó por “el lavamiento de la regeneración”, y la “renovación en el Espíritu Santo”. Él los había lavado. Habían estado manchados por el pecado y la maldad. Jesucristo vino y los lavó de sus pecados, los purificó y los perdonó. Puso en ellos Su Espíritu Santo y les dio una nueva vida. Esa nueva vida era la vida del Espíritu Santo que moraba en ellos y los renovaba día tras día. Sus pensamientos estaban siendo transformados y ya no se deleitaban más en las cosas que solían hacer. Se convirtieron en un pueblo nuevo, con sus pecados lavados y renovados por el Espíritu Santo que había sido derramado en ellos.
Dios hizo esto por los cretenses para que, al estar perdonados de sus pecados, pudieran quedar justificados por Su gracia. Estar justificado es ser declarado en paz con Dios. Los cretenses solamente podían declararse en paz con Dios cuando el obstáculo de su pecado fuese quitado. Jesús quitó la barrera del pecado en sus vidas para poder restaurarlos a una relación correcta con el Padre. Estos cretenses mentirosos y malvados, que fueron perdonados de sus pecados, se convirtieron en herederos de la vida eterna y de todas las bendiciones de Dios (versículo 7).
Pablo les recordaba a los cretenses que luego de haber recibido una gracia como esa, la única respuesta legítima de parte de ellos debería ser una vida consagrada a hacer el bien (versículo 8). La gracia de Dios y Su misericordia debía ser lo que los motivara a servir. ¿Qué motivación más grande se pudiera tener? La única motivación verdadera para servir a Dios es el amor y el agradecimiento por lo que Él ha hecho por nosotros. Cuando esa es nuestra motivación, aun cuando las cosas se hacen difíciles, podemos seguir hacia adelante. Nos consagramos a Él por causa de Su misericordia para con nosotros. Estamos tan agradecidos por lo que ha hecho, que estamos dispuestos a darlo todo a cambio.
Cuando conocimos al Señor Jesús muchas cosas cambiaron radicalmente en nuestras vidas. Esto no significa que no tenemos que seguir esforzándonos en algunas áreas de nuestras vidas. Aunque la salvación nos declara en paz con Dios, eso no quiere decir que somos perfectos. En el versículo 9 Pablo les dice a los cretenses que debían evitar necias controversias (NVI), genealogías, contenciones y discusiones acerca de la ley. Estas discusiones no beneficiaban al cuerpo de Cristo, más bien creaban divisiones. El mundo incrédulo miraba a la iglesia y veía división y controversia. Pablo desafiaba a la iglesia de Creta a poner a un lado estas diferencias.
Tito tenía que lidiar con personas que causaban divisiones (versículo 10). Este tipo de personas tenía que ser advertida, si no escuchaba tenía que ser advertida una segunda vez. Si después de dos advertencias no escuchaba, ésta debía ser quitada de la membrecía de la iglesia para que no continuara causando divisiones y controversias. Según Pablo, estas personas se encontraban viviendo en pecado y se condenaban a sí mismas por sus propias palabras y acciones divisivas (versículo 11).
En sus palabras finales a Tito, Pablo demostraba algo del amor que Dios había puesto en su corazón por el cuerpo de Cristo. Pablo le dice a Tito que le iba a enviar a Artemas o a Tíquico para animarle en el trabajo. Él también quería hacer todo lo posible por ir a verlo. Era obvio el cariño y el interés de Pablo por Tito.
En el versículo 13 Pablo exhorta a Tito a que hiciera todo lo posible para ayudar a Zenas, (el abogado, NVI) y a Apolos. Él, junto a los demás creyentes, debían proveer lo que estos hermanos necesitaran mientras ministraban para el Señor en medio de ellos.
El pueblo de Dios debía consagrarse a hacer el bien. Ellos debían hacer esto trabajando para proveer para las necesidades diarias del cuerpo y viviendo vidas productivas. Debían usar sus dones, tiempo y recursos por la causa del reino de Dios y el bien de la iglesia.
Pablo concluye enviando saludos de quienes estaban con él, pidiéndole a Tito que salude a quienes los aman en la fe.
Para meditar:
¿Acaso hemos criticado alguna vez a quienes están en autoridad sobre nosotros? ¿Qué tiene que decir Pablo acerca de esto?
¿Tienen en cuenta nuestras iglesias las necesidades de las personas que les rodean? Demos algunos ejemplos.
¿Qué cambio ha hecho el Señor en nuestra relación con los demás?
¿Cuál debe ser nuestra mayor motivación para servirle al Señor?
¿Hay evidencias de división en el cuerpo de Cristo? ¿Cuáles son? ¿Por qué es importante tratar esos problemas?
Para orar:
Pidamos al Señor que abra nuestros ojos a las necesidades que nos rodean.
Oremos al Señor que derrumbe esas murallas que dividen a los creyentes hoy en día.
Agradezcamos al Señor por el maravilloso cambio que ha traído a nuestras vidas después de haberlo conocido.
Pidamos al Señor que nos ayude a hacer el bien y a ser un ejemplo de quienes nos rodean.
INTRODUCCIÓN A FILEMÓN
Autor:
En Filemón 1:1, Pablo se presenta a sí mismo como el autor de esta carta y la escribió con su puño y letra (versículo 19). Al momento de escribirla Pablo se encontraba prisionero en Roma (ver 1:1; 1:9).
Trasfondo:
Esta carta iba dirigida a un hombre llamado Filemón, un creyente que vivía en Colosas, probablemente convertido bajo el ministerio de Pablo (Filemón 1:19). Filemón era un hombre acaudalado y dueño de esclavos. Según Filemón 1:1-2, parece ser que la iglesia se estaba reuniendo en su casa.
Esta es una carta personal escrita por Pablo a Filemón acerca de un esclavo fugitivo que había llegado a Roma. El nombre del esclavo era Onésimo. Todo parece indicar que se había convertido bajo el ministerio de Pablo, y el apóstol lo estaba regresando a su amo. En esta carta el apóstol ruega por la vida de Onésimo, y le pide a Filemón que lo trate con respeto a pesar de que había huido de él. Pablo se ofrece personalmente a pagarle a Filemón cualquier pérdida que haya causado la huida de Onésimo.
Según Colosenses 4:7-9, Onésimo regresó a su amo con Tíquico, quien probablemente haya llevado la carta de Pablo a los Colosenses.
La Importancia de este Libro para el presente:
La carta de Pablo a Filemón contiene lecciones muy importantes para nosotros en el presente. Pablo le recuerda a Filemón que, aunque Onésimo haya huido de él, Dios, en Su soberanía, lo había traído a Pablo quien le presentó el evangelio. Lo que parecía ser una situación terrible, fue usado por Dios para traer un bien mayor. No podemos olvidar en estos tiempos que Dios es soberano sobre las circunstancias de nuestras vidas y que llevará a cabo Sus propósitos.
La segunda gran lección de esta carta tiene que ver con la relación entre Pablo, Onésimo y Filemón. Filemón era un hombre rico y dueño de esclavos, y Onésimo era un esclavo. Sin embargo, Pablo los trata a ambos como hermanos. De ninguna manera él veía a Onésimo como alguien inferior a su amo.
Aunque Pablo no esperaba que Filemón promoviera a Onésimo a otro puesto de trabajo, él sí le pide, sin embargo, que lo acepte como hermano en Cristo. Esto nos muestra que, aunque en el cuerpo de Cristo hay igualdad, no todos los miembros de ese cuerpo desempeñan la misma función. Pablo esperaba que Onésimo regresara a su amo y fuera el mejor sirviente que pudiera ser, mucho más ahora que había conocido al Señor Jesús. Pablo esperaba que Filemón tratara a su esclavo con dignidad y respeto. Esto le habla directamente a quienes estén batallando en cuanto al papel que Dios le ha dado en el día de hoy.
8 – FILEMÓN, APIA Y ARQUIPO
Leamos Filemón 1:1-7
La carta a Filemón es una carta personal de Pablo, el apóstol, dirigida a un hombre de Colosas llamado Filemón. La carta trata acerca del esclavo personal de Filemón el cual había escapado y quien había llegado a conocer al Señor Jesucristo. Es muy probable que Filemón hubiese venido a la fe en el Señor Jesucristo por medio del ministerio del apóstol Pablo. Es por esta razón que Pablo se veía con la libertad suficiente como para escribirle acerca de su esclavo fugitivo.
Pablo se encontraba en prisión cuando escribió esta carta. Observemos cómo él se llama a sí mismo, prisionero de Jesucristo. Cuando leemos nos da la impresión de que Pablo se siente orgulloso de ese título. Él no se avergonzaba de ser un prisionero por la causa de Cristo. Esto nos dice mucho acerca de Pablo. Él había llegado a aceptar su situación; había aceptado lo que le había sucedido y estaba orgulloso de ser prisionero por causa del evangelio.
Observemos que esta carta también proviene de Timoteo (versículo 1). Él era colaborador de Pablo e hijo en la fe. Timoteo apoyaba a Pablo en ese momento de su vida.
La carta va dirigida a Filemón, a quien Pablo se dirige aquí como un querido amigo y fiel colaborador. También hay saludos a Apia y Arquipo. En colosenses 4:17 leemos de Arquipo a quien se le desafía a terminar la obra que el Señor le había dado. Muchos comentaristas creen que Apia es la esposa de Filemón y que Arquipo era su hijo. Esto parece encajar en el contexto porque al parecer, estas personas vivían juntas. Pablo le envía saludos a la iglesia que se reunía en su casa (versículo 2).
Obviamente, Filemón era un hombre acaudalado. Él era dueño de esclavos y poseía una casa lo suficientemente grande como para que en ella se llevaran a cabo las reuniones de los creyentes. El hecho de que Filemón fuese dueño de esclavos no debe sorprendernos, pues eso era algo muy común en la cultura de aquellos tiempos
Pablo saluda a Filemón y a su familia y les desea la gracia (favor no merecido) de Dios y paz. La paz era algo importante para el apóstol. Él a menudo la menciona en sus saludos. La paz es una señal de buenas relaciones con el Señor Jesús y de un andar fiel y puro con Dios. Fuera del perdón y la obediencia a nuestro Dios no hay una paz real y duradera.
Observemos cómo Pablo le decía a Filemón que él siempre le daba gracias a Dios por él cuando lo recordaba en sus oraciones. Cuando Dios traía personas a la mente de Pablo, éste le daba gracias a Dios por cada una de ellas en particular. ¿Cuántas veces durante el transcurso del día el Señor le trae personas a su mente? Cuando Pablo se recordaba de las personas, los entregaba al Señor en oración. A veces, simplemente le daba gracias al Señor por ellos.
Pablo le daba gracias al Señor porque había oído de la fe de Filemón y de su amor por los santos. El amor del que Pablo habla aquí no es un simple sentimiento. Filemón estaba demostrando su amor no solamente con palabras sino también con hechos prácticos. Probablemente se preocupaba por las necesidades de quienes le rodeaban. Él era un hombre que parecía tener cierto poder económico, y es muy probable que estuviese usando sus posesiones en las vidas de las personas de aquella comunidad, para la gloria del Señor. En el versículo 7 Pablo se muestra agradecido a Filemón porque había sido usado por Dios para “confortar los corazones de los santos”. Pudiera ser que sus expresiones prácticas de amor y bondad animaran a los santos y les permitiera continuar en el ministerio.
Pablo oraba para que Filemón siguiese siendo activo en compartir su fe tanto en palabras como en hechos para que tuviese un conocimiento pleno de todo lo bueno que tenía en Cristo. ¿Quién de nosotros no ha experimentado gozo y plenitud a la hora de dar? Cuando damos a otros, nosotros mismos experimentamos la plenitud del gozo de Dios y Su presencia. Al dar somos más ricos. Nos satisface ser Sus siervos. Esto es algo que hemos sido llamados a hacer. Filemón experimentaría una mayor plenitud al usar sus dones.
Las expresiones prácticas de amor de Filemón ya habían sido una gran bendición para el cuerpo de Cristo. El corazón de Pablo rebosaba de gozo cuando escuchaba cómo Filemón había servido a muchos santos con su bondad y su generosidad. Filemón no se encontraba en el frente de batalla predicando el evangelio al igual que Pablo, pero sí tenía una función muy importante que desempeñar en el uso de los recursos que Dios le había dado. Hay muchas maneras en las que podemos compartir nuestra fe. No todos han sido llamados a ser predicadores. Dios también ha llamado a algunos a “confortar los corazones de los santos” demostrando el amor de Cristo en términos prácticos.
Para meditar:
¿Cuál era la actitud de Pablo en cuanto al estar en prisión? ¿Tenemos esa misma actitud en medio de nuestras dificultades y pruebas?
¿Tiene usted hoy la paz de Dios en su corazón? ¿Qué puede arrebatar esa paz?
¿Qué nos dice Pablo acerca de expresar nuestro amor de manera práctica? ¿Cómo le ha mostrado usted su amor a familiares, amigos o conocidos?
¿Cómo dice este pasaje que Filemón comparte su fe? ¿De qué otras maneras, aparte de predicar, podemos compartir nuestra fe?
¿Cómo puede usted confortar en este tiempo los corazones de los santos?
Para orar:
¿Le ha puesto el Señor a alguien en su mente en este día? Tome un momento para orar por esa persona.
Pidamos al Señor que nos muestre cómo podemos hoy demostrar Su amor a alguien de manera práctica.
¿Cuáles pruebas se encuentra usted atravesando en este día? Pídale al Señor que vele por su actitud para que ésta refleje Su amor y Su carácter.
9 – ONÉSIMO
Leamos Filemón 1:8-25
En la primera parte de esta carta conocimos a Filemón y a su familia. Vimos cómo el apóstol lo consideraba como amigo y colaborador en el Señor. Pablo lo elogia por haber sido de tanta bendición para los santos.
Pablo tenía un propósito en particular al escribirle a Filemón. Como apóstol, Pablo tenía cierto derecho; y le recuerda a Filemón que él pudiera tener la libertad en el Señor para ordenarle a que hiciera lo correcto, pero en cambio escogía acudir a él sobre la base del amor y la compasión (algo por lo cual Filemón era conocido). Veamos también que Pablo acude a Filemón como una persona anciana y prisionero por Cristo (versículo 9). En otras palabras, si Filemón sentía respeto por la posición de Pablo, su edad y su trabajo, él escucharía su petición. Esta es la base para la petición que hace Pablo respecto a Filemón.
Fácilmente Pablo pudiese haberle impuesto su opinión a Filemón, pues tenía la autoridad y la posición en la iglesia para hacerlo. Hoy en día hay líderes que están más que dispuestos a imponer sus puntos de vista sobre los demás. Una cosa es tener autoridad y otra es saber hacer uso de ella. Tener autoridad no quiere decir que tenemos que exigir que las cosas se hagan a nuestra manera. Ni tampoco nos da el derecho a obligar a las personas a que obedezcan. Pablo no quería que Filemón respondiera por obligación o porque era su deber; él quería que lo hiciera por amor pues era lo correcto.
Observamos que la petición de Pablo tenía que ver con un esclavo fugitivo que se llamaba Onésimo. “Onésimo” significa “útil o beneficioso”, pero Onésimo había decepcionado a su amo.
De alguna manera el esclavo, Onésimo, había llegado a ver a Pablo. El apóstol no explica los detalles de cómo conoció a Onésimo, pero los resultados de haberse conocido son claros. Onésimo había llegado a conocer al Señor Jesús como su salvador y había resultado ser de gran ayuda para Pablo en la prisión. Pablo lo llama ‘hijo’.
Es importante que veamos la relación entre Pablo y Onésimo. Pablo lo consideraba como un hijo. Onésimo era un esclavo fugitivo. Desde el punto de vista social, él se encontraba en lo más bajo. Pablo no tiene en cuenta la posición social, y más allá de la esclavitud veía a un hombre real. Él veía a Onésimo como el Señor lo veía. ¡Cuán fácil puede ser mirar con menosprecio a ciertas personas por no tener la misma posición social que nosotros! Quizás ellas provengan de una tribu o grupo de personas diferentes, pero aquí Pablo no tiene en cuenta la raza, el color de la piel o la posición social. Todo lo que él ve son personas reales con necesidades reales. Onésimo era su hijo en el Señor, lo amaba y lo quería como si fuera de su propia sangre.
Ya hemos mencionado que “Onésimo” significa “útil” o “beneficioso”. Pablo le dice a Filemón que su esclavo le había sido “inútil”. Es decir, se le había escapado a Filemón y le había creado un problema. Pero que, ahora que había conocido al Señor, él podía vivir a la altura de su nombre. Él podía ser útil, no solo para Pablo, sino también para Filemón, su amo. ¡Qué cambio tan maravilloso puede lograr el evangelio en las vidas y los corazones del pueblo de Dios! Onésimo había cambiado para siempre con el maravilloso mensaje de esperanza que le había traído el evangelio. Jesús había transformado su vida. Quien antes había sido un esclavo inútil, ahora se había convertido en una herramienta poderosa para la causa del evangelio.
Pablo le dice a Filemón que le enviaba a Onésimo de vuelta. Él le recuerda a Filemón lo mucho que quería a Onésimo (versículo 12). Esta declaración debió haber tenido peso para Filemón. Al haber escuchado lo apreciado que era el esclavo para el apóstol, Filemón pensaría muy bien cómo tratarlo ahora que había regresado.
Debemos decir aquí que Pablo no estaba justificando la esclavitud al mandar a Onésimo de vuelta a su amo. Él, en cambio, le estaba enseñando una lección muy importante. No debía ser fácil para Onésimo tener que ver a su amo nuevamente. Pablo pensaba que era muy importante tanto para Filemón como para Onésimo resolver sus diferencias. Onésimo no podría progresar en su andar con el Señor entre tanto no se hubiera reconciliado con su amo. Tampoco Filemón podría avanzar si no perdonaba a Onésimo. Necesitamos lidiar con nuestras relaciones rotas. No debemos tener un corazón rencoroso hacia nuestros hermanos, de lo contrario, eso obstaculizaría nuestro andar con el Señor.
Pablo envía de vuelta a Onésimo para que resuelva su problema con Filemón. Pablo le dice a Filemón que él hubiera preferido que Onésimo se quedara con él porque le había sido muy útil en la prisión (versículo 13). Sin embargo, él no hubiera querido que se quedara sin el consentimiento de Filemón. Por lo tanto, lo envió de vuelta para que Filemón pudiera decidir libremente lo que haría con él.
En el versículo 15, Pablo le dice a Filemón que había un propósito en lo que había sucedido. Onésimo había escapado de su amo, pero Dios tenía un propósito. El resultado de la huida de Onésimo era obvio. Había llegado a conocer al Señor, y ahora demostraría ser un maravilloso siervo para la familia de Filemón. Dios necesitaba llevárselo lejos por un tiempo para poder trabajar con él. El hombre que regresaba a Filemón no era el mismo hombre que había escapado hace algún tiempo. Había escapado como esclavo, pero ahora regresaba como hermano en el Señor. Él era un hermano a quien Pablo quería mucho.
Filemón debía recibir a Onésimo de la misma manera que recibiría a Pablo. El apóstol consideraba a Onésimo su colaborador en la obra del evangelio. En el versículo 18 Pablo le promete a Filemón que si Onésimo había sido causa de alguna pérdida o si le debía algo, que él mismo se lo pagaría.
En el versículo 19 vemos que Pablo le escribe esta promesa de su propio puño y letra. Al hacer esto, Pablo estaba haciendo legal y oficial dicha promesa. Él se comprometía legalmente con Onésimo y asumía la responsabilidad de pagar sus deudas. Sin embargo, le recordaba a Filemón que él mismo le debía su propia vida (posiblemente una referencia al hecho de que Filemón había llegado a conocer Cristo por medio del ministerio de Pablo). El apóstol le ruega a Filemón que lo bendijera haciendo lo que era correcto. Él estaba seguro de que Filemón haría mucho más de lo que él le estaba pidiendo (versículo 21). Pablo le habla de su intención de ir a verlo y que le preparara un cuarto de huéspedes para cuando fuera. Él confiaba que el Señor le daría la libertad como respuesta a las oraciones de muchos santos.
Pablo concluye su carta con los saludos de Epafras, quien estaba prisionero junto con él (versículo 23). También manda saludos de Marcos, Aristarco, Demas y Lucas quienes eran sus colaboradores en la causa del evangelio.
El deseo de Pablo para Filemón era que la gracia de Cristo fuese con su espíritu. Era muy adecuado que Pablo mencionara esto en esta carta. Era gracia lo que Jesús le había demostrado a Filemón al aceptarlo y perdonarlo. La oración de Pablo era que Filemón demostrara esa misma gracia en su relación con Onésimo.
Para orar:
¿Qué nos enseña la forma de Pablo tratar a Filemón acerca de darle a las personas la libertad de diferir y tomar sus propias decisiones? ¿Alguna vez ha tratado usted de forzar el cambio en vez de confiar en Dios?
¿Qué relación tenía Pablo con Onésimo, el esclavo? ¿Qué nos enseña esto? ¿Cuáles son las personas a las que nos cuesta amar?
¿Qué cambio ha hecho el Señor en nuestras vidas desde que le conocimos?
¿Por qué es importante buscar la reconciliación con nuestros hermanos en Cristo? ¿De qué manera nos afecta en nuestro caminar con Dios tener un espíritu rencoroso?
¿Qué podemos aprender acerca de la manera en que Dios puede usar un asunto que parecía terrible para cumplir sus propósitos?
Para orar:
Pidamos a Dios que nos dé la gracia para perdonar a quienes nos han hecho mal.
Pidamos al Señor que nos perdone por las veces que hemos tratado de imponer a los demás nuestra manera de pensar. Oremos que nos dé paciencia a la hora de tratar con otras personas.
Pidamos al Señor que nos ayude a ver a las personas como Él las ve y no según su raza o posición social.
Agradezcámosle al Señor que cualquier cosa que nos pase Él la usará para Su gloria y para nuestro bien
INTRODUCCIÓN A HEBREOS
Autor:
Se desconoce el autor de este libro. Existen varias sugerencias en cuanto a un posible autor (Silas, Bernabé, Apolos o Pablo), pero en este libro no hay indicación alguna de su autor. La opinión más popular es que la autoría le pertenece a Pablo, pero no existe prueba alguna de esto.
Trasfondo:
Según el contexto de este libro entendemos que fue escrito a judíos convertidos al cristianismo. El lenguaje del libro nos sugiere que sus lectores tenían un amplio conocimiento de la religión judía y sus tradiciones. También es evidente que habían sufrido por su nueva fe en Jesús (ver Hebreos 10:32-34; 12:2-4: 13:3). Para el tiempo en que esta carta fue escrita, la fe de sus lectores había padecido (posiblemente como resultado de su persecución). Sus vidas espirituales no habían progresado mucho (5:11-14). El mundo y sus atractivos los tentaban y el autor los exhorta a cuidarse del amor al dinero (13:5). Algunos habían caído en falsas enseñanzas (13:9) y parecía que les habían perdido el respeto a sus líderes espirituales (13:17). Otros habían dejado totalmente de reunirse con otros cristianos (10:25). Todo parece indicar que había un descontento general entre esos creyentes.
En esta carta el autor apunta a sus lectores hacia la persona y la obra de Jesucristo, recordándoles que Él era superior a los ángeles del cielo, a Moisés y hasta incluso la ley de Dios que vino por medio de Moisés. Les muestra cómo el Señor Jesús vino como Sumo Sacerdote proveniente de un nuevo orden, con nuevas normas y un nuevo pacto. Todo el Antiguo Testamento apuntaba hacia Él y la obra que haría. Mediante esta obra Él nos libertaría de la ley veterotestamentaria. Lo único que ahora importaba era la fe en Su obra.
Luego de haber apuntado a sus lectores hacia la persona de Jesucristo, el autor les exhorta, a la luz de lo que Él había hecho, a que pusieran su confianza en Cristo y Su obra para poder perseverar y estar dispuestos a sufrir aún más pruebas por Su causa.
La Importancia de Este Libro para el Presente:
En medio del desánimo y la falta de pasión espiritual, el autor apunta a sus lectores hacia la persona y la obra de Cristo. Estos creyentes se encontraban sumidos en leyes y tradiciones, pero no estaban satisfechos. Solamente una nueva visión de Cristo y de lo que Él había hecho podía restaurar esa pasión y compromiso. Esto también es una realidad para nosotros en el presente. Este libro nos apunta hacia el Señor Jesús, y al refrescar nuestra visión de Él recibimos ánimo, y nuestra fe y pasión se renueva.
La carta a los Hebreos es un libro muy importante por lo que nos enseña acerca de la persona del Señor Jesús y la superioridad de Su obra respecto a la ley de Moisés. Nos muestra que Él es un sacerdote de un orden totalmente nuevo. Los creyentes no están obligados a guardar la ley de Moisés, sus normas y sus requisitos. El camino a la salvación es por medio de la obra de nuestro nuevo Sumo Sacerdote, quien cumple de manera perfecta todos los requisitos de la ley del Antiguo Testamento, y nos libra del castigo y la culpa del pecado.
Uno de los problemas que enfrentaban los creyentes hebreos era que nunca habían madurado verdaderamente en su nueva fe en Cristo. Se encontraban atrapados en la ley y en sus antiguas formas de vivir. Esta carta nos desafía a meditar en aquello que la obra de Cristo cambió realmente para nosotros. También nos desafía a examinar nuestras vidas para ver si estamos viviendo a la luz de la gran obra que Cristo llevó a cabo en la cruz del Calvario.
10 – CRISTO Y LOS ÁNGELES
Leamos Hebreos 1:1-14
La autoría del libro de Hebreos se ha discutido por mucho tiempo, y no es mi intención entrar en este debate en un libro devocional. Una cosa que sí es clara es la intención de este libro. Fue escrito a judíos que habían creído, y su propósito era mostrarles a estos cristianos judíos el lugar de la ley de Moisés en la fe cristiana.
El autor comienza recordándoles a sus lectores cómo Dios le habló a Su pueblo en el pasado por medio de los profetas. Dios les hablaba a los profetas de diferentes maneras. A veces la palabra le venía al profeta por medio de un sueño; a veces venía por medio de una voz audible. En otras ocasiones, Dios le hablaba por medio de imágenes y símbolos. Los profetas fueron usados poderosamente para comunicar lo que había en el corazón de Dios tanto en el periodo veterotestamentario como en el neotestamentario. Solo algunos individuos seleccionados podían tener este tipo de comunicación con Dios.
Sin embargo, en el versículo 2 el escritor de Hebreos les dice a sus lectores que en estos postreros días (los días después de la primera venida de Cristo), Dios decidió hablarle a Su pueblo por medio de Su Hijo, el Señor Jesucristo. El autor de este libro parecía estar sobrecogido con esta idea. Todos podemos entrar por medio de Jesucristo a una relación muy personal e íntima con Dios. Tenemos acceso directo al Padre por medio de Su Hijo. Todas las barreras han sido quitadas.
La idea sobre lo que Cristo había hecho parecía henchir le corazón del autor con alabanzas y acciones de gracia. En el curso de los siguientes versículos él nos describe la maravillosa persona de Jesucristo, quien ha roto la barrera entre Dios y Su pueblo. Tomemos un momento para considerar lo que el autor nos dice acerca de la persona de Jesucristo.
Ha Sido Constituido Heredero de Todo (versículo 2)
Dios Padre ha nombrado a Su Hijo Jesucristo como heredero de todas las cosas. La imagen es la de un padre que le entrega todo lo que tiene a su hijo. Jesús conquistó la muerte y el pecado por medio de Su obra en la cruz. Él es Rey de reyes y Señor de señores. Ante Él toda rodilla se ha de doblar. Dios le ha dado un lugar de honor. Él es Señor de todo. Todo ha de someterse a Él y a Su voluntad.
Él Creó al Mundo (versículo 2)
Observemos que Él creó al mundo por medio de Su Hijo Jesucristo. Jesús, como el Hijo de Dios, estuvo involucrado en la creación del universo. Éste le pertenece y también todo lo que le debe su existencia a Su obra creativa junto con el Padre y el Espíritu Santo.
El Resplandor de la Gloria de Dios (versículo 3)
Jesús es el resplandor de la gloria de Dios. Él reflejó en la tierra el carácter de Dios. El versículo 3 nos dice que Él era la representación exacta de Su esencia. En otras palabras, Él nos mostró a la perfección quien es Dios. Si queremos saber acerca de Dios, lo único que tenemos que hacer es mirar a Jesús. Él nos reveló a Dios y es la imagen exacta del carácter de Dios. Él es Dios.
Él Sustenta Todas las Cosas con Su Palabra (versículo 3)
No solamente se le ha dado al Señor Jesús el señorío sobre todas las cosas, sino que las sostiene con Su palabra poderosa. Todo se lo debemos al Señor Jesús. Él nos da vida tanto física como espiritual. Una sola palabra que salga de Su boca y la tormenta se detiene. Una sola palabra de Sus labios y los demonios huyen. Él nos da vida y aliento. Nuestras vidas están en Sus manos. El futuro de este mundo está en Sus manos. Sin Él no pudiéramos existir.
Él nos Purifica de nuestros Pecados (versículo 3)
Ya hemos visto que el Señor Jesús vino a esta tierra para rescatarnos del pecado y sus efectos. Su muerte en la cruz pagó el castigo que se exigía y nos libertó legalmente de la condenación. En Él hemos sido perdonados y purificados de la contaminación del pecado y el mal. Por medio de la obra del Señor Jesús podemos presentarnos delante de Dios limpios y puros. La mortal mancha del pecado ha sido quitada.
Sentado a la Diestra de Dios (versículo 3)
Después que el Señor terminó Su obra en la cruz, resucitó para estar con el Padre. Observemos en el versículo 3 que dice que ahora está sentado a la diestra de la Majestad en las alturas. La diestra era un lugar de honor. A Él le fue dado este lugar de honor en el cielo porque cumplió a la perfección la obra que Su Padre le había encomendado. Él proveyó la purificación de los pecados y libertó a Su pueblo de sus consecuencias. Por causa de esto fue puesto en el lugar de honor. Él es digno de nuestra alabanza y gratitud.
Superior a los Ángeles (versículo 4)
Los judíos de los tiempos bíblicos tenían una alta opinión de los ángeles. Los ángeles son seres celestiales que viven en la presencia de Dios y son sus representantes en la tierra. En algunas ocasiones la gente erróneamente adoraba a los ángeles (ver la advertencia de Pablo en Colosenses 2:18). El autor del libro de Hebreos entendía el sentimiento cultural hacia los ángeles. Sin embargo, aquí les recuerda a sus lectores que el Señor Jesús era muy superior a cualquiera de los ángeles. Esto incluía a los de mayor rango en los cielos. Él continúa hablando acerca de esto en los siguientes versículos para explicarlo un poco más.
Cristo es superior a los ángeles en cuanto a nombre (versículo 4). Para demostrar esto el autor cita en el versículo 5 el Salmo 2:7:
Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy, y otra vez: Yo seré a él Padre, y él me será a mí hijo?
Aunque los ángeles tenían una función muy importante que desempeñar, el Padre nunca llamó a ninguno de ellos como Hijo. Este honor especial fue dado solamente al Señor Jesús. Esto nos demuestra que en la mente de Dios el Señor es muy superior en nombre y rango que cualquiera de los ángeles. Él lo llamó Hijo porque Cristo compartía Su naturaleza exacta.
Hay otra razón por la cual Jesús es superior a los ángeles. En el versículo 6 se nos dice que Dios les dijo a los ángeles que se postraran y adoraran a Su Hijo primogénito. Si se les dice a los ángeles que se postren y adoren al Señor Jesús, es más que obvio el hecho de que es superior a ellos y digno de su alabanza.
Cuando Dios habló a los ángeles los llamó espíritus (viento, TLA, RVA, NVI) o llamas de fuego (versículo 7). El viento y el fuego son elementos poderosos de la naturaleza. Ninguno de nosotros duda del poder del viento en un ciclón, huracán o tornado. También hemos visto la poderosa fuerza destructiva del fuego. Al llamar a los ángeles “viento” y “fuego”, Dios nos está mostrando el gran poder que se les ha otorgado. Sin embargo, luego de haber dicho esto respecto a los ángeles, el autor continúa diciéndoles a sus lectores que el trono del Señor Jesús es eterno; que la justicia (equidad) sería el cetro de Su reino. Incluso en el versículo 8 le dice “Dios” a Su Hijo. Aunque los ángeles son vientos y llamas de fuego poderosos, el Hijo se sienta en el trono como Dios, gobernando en autoridad absoluta y total. Sus ángeles son siervos poderosos, pero Jesús es el Rey cuyo reino y poder son eternos.
Debido a que el Señor Jesús ama la justicia y aborrece la maldad, Dios lo puso por encima de todo nombre; lo ungió con oleo de alegría. En otras palabras, esta fue una jubilosa unción de poder y autoridad. Él gobernaría como Dios en poder y autoridad sobre Su creación. El Señor Jesús fue superior a los ángeles en Su unción.
El Señor Jesús también es superior a los ángeles en Su obra creadora del mundo. Al igual que Dios, Él no tiene principio. Él puso los cimientos de la tierra, creó al mundo como lo conocemos hoy (versículo 10). Este mundo un día llegará a su fin, se destruirá como una vieja vestidura, pero el Señor permanecerá para siempre. El tiempo nunca cambiará al Señor Jesús. Él existía en el principio. Él creó el mundo y vivirá por siempre. ¿Cuál de los ángeles pude decir esto de sí mismo?
En ninguna ocasión Dios le pidió a alguno de Sus ángeles que se sentaran a su diestra (versículo 13). Ese lugar de honor estaba reservado para el Señor Jesucristo nada más. Los ángeles son siervos ministradores, enviados por el Señor para servir a quienes le pertenecen (versículo 14). Jesús se sentó como Dios a la diestra del Padre, los ángeles sirven a Sus propósitos ministrando a Sus hijos. Una vez más vemos cómo el Señor Jesús es superior a cualquier ángel.
El escritor de Hebreos comenzó este libro haciendo una poderosa declaración acerca del Señor Jesús. No podía haber duda alguna en la mente del lector de que Jesús era el Hijo de Dios. Él es mayor que los ángeles de los cielos y digno de adoración.
Para meditar:
¿Cuál es la barrera entre Dios y el hombre? ¿Cómo afecta esto nuestra comunicación con Dios?
¿Cómo nos abre la puerta el Señor Jesucristo para que nos comuniquemos con Dios?
¿Qué diferencia ha visto usted en su capacidad de conocer y comunicarse con Dios ahora que lo ha aceptado como Señor?
¿De qué manera es Cristo mayor que los ángeles?
¿Qué aprendemos en este capítulo acerca de los ángeles y su función?
Para orar:
Demos gracias al Señor Jesús por venir para abrirnos el camino a Dios por medio del perdón de pecados.
Demos gracias a Dios porque Él nunca cambia.
Agradezcamos a Dios por los ángeles ministradores.
Tomemos un momento para adorar y alabar al Señor Jesús por lo que Él ha hecho y por quien es.
11 – EL HOMBRE Y LOS ÁNGELES
Leamos Hebreos 2:1-9
En el primer capítulo de Hebreos vimos cómo el autor de este libro comparaba los ángeles con el Señor Jesucristo. Él les recordaba a sus lectores que, aunque los ángeles eran poderosos siervos de Dios, Jesucristo era el Rey y Señor de todos. Los ángeles son Sus siervos y Él es muy superior a ellos. En esta próxima sección examinaremos la enseñanza de este libro de Hebreos concerniente a los ángeles y al hombre.
En el versículo 1 el lector es desafiado a prestar cuidadosa atención a lo que ha escuchado para que no pierda el rumbo. Necesitamos ver la conexión entre este versículo y lo que hemos visto en el capítulo 1. En ese pasaje vimos cómo Dios, aunque habló en el pasado por medio de los profetas, ahora nos habla por medio de Su Hijo Jesús y Su obra. Él nos recuerda que Jesús es muy superior a los ángeles o a cualquier otro mensajero de Dios. Él es el Rey de reyes y Señor de señores. Él es el creador del universo y nuestro Salvador. Es dentro de este contexto que debemos entender el versículo 1. La superioridad de Cristo y Su obra sobre todas las cosas es la verdad de la cual no debemos deslizarnos.
Observemos que existe la posibilidad de que nos desviemos de esta verdad. Recordemos que el enemigo siempre ha tratado de lanzar dudas sobre la clara enseñanza de la Palabra de Dios. Esto fue lo que hizo en el huerto del Edén y todavía sigue haciéndolo en nuestros días. Si queremos permanecer en el rumbo de la clara enseñanza acerca de Jesús y Su palabra, debemos prestar cuidadosa atención. El enemigo se presentará de maneras muy sutiles para distraernos. Puede que ni siquiera notemos su presencia mientras trata de que cedamos en áreas claves de la verdad. Debemos estar siempre alertas. En estos mismos momentos se libra una batalla sobre la verdad. Somos llamados a tomar las armas, estar alertas y prestar cuidadosa atención para que el enemigo no nos desvíe del cimiento sobre el que nos encontramos.
En los versículos 2 y 3, el autor les recuerda a sus lectores que si el mensaje dado por los ángeles fue firme y toda desobediencia recibió castigo, ¿cuán mayor será el castigo si desechamos la palabra de Dios mismo? A través de la Biblia vemos cómo el Señor enviaba ángeles para advertir a Su pueblo. Por ejemplo, tenemos el mensaje que se le envió a Lot en la ciudad de Sodoma (ver Génesis 19). El ángel le dijo a Lot que Dios iba a destruir la ciudad. ¿Qué hubiese sucedido si Lot hubiese ignorado ese mensaje? También tenemos el caso cuando el ángel del Señor fue enviado para advertir a José de que el rey estaba tratando de matar al bebé Jesús (Mateo 2:13). Le dijeron que abandonara aquella región. ¿Qué hubiese sucedido si José hubiese ignorado esa palabra? La palabra de un ángel se tomaba en serio. Si este era el caso respecto a lo que decía un ángel, ¿cuánto más serio sería ignorar la palabra del Señor Jesús quien es muy superior a un ángel?
En el versículo 3 el autor nos recuerda que el mensaje de salvación vino a nosotros por medio de la obra y ministerio de Jesús. Si ignorar el mensaje de un ángel podía costarnos la vida, ¿cuánto más importante será que tomemos en serio el mensaje del Señor Jesús acerca de nuestra necesidad de salvación?
El mensaje de salvación que el Señor nos trajo fue confirmado por quienes lo oyeron (versículo 3). No fue solamente que ciertos individuos lo escucharon personalmente de la boca del Señor Jesús, sino que también testificaron de la realidad de esa salvación. Sus vidas fueron cambiadas y se convirtieron en testigos de la verdad del mensaje que les dio.
Este mensaje también fue confirmado por medio de grandes señales y milagros de parte de Dios. Él, por medio de Sus poderosas obras manifestadas en Jesucristo y Sus siervos, les demostraba a todos los que oían la verdad de lo que Jesús decía. Todas estas señales y milagros eran para confirmar y complementar el mensaje de salvación dado a través de Jesucristo. Éstos demostraban que el mensaje provenía de Dios y que había que tomarlo en serio.
El mensaje que Cristo trajo no podía ser cuestionado, pues fue dado y confirmado por medio de las señales y prodigios que hacían quienes lo predicaban. Dios hizo todo lo posible para autenticar la verdad de este mensaje, y continúa haciéndolo así en el presente. Él continúa llamando a Sus siervos y los capacita para que lo prediquen y lo demuestren. También lo ha preservado para nosotros en las Escrituras que tenemos en la actualidad. Un gran número de vidas siguen siendo cambiadas. Ignorar esto es ignorar el mensaje que Dios ha demostrado que es verdadero.
Luego de recordarle a sus lectores acerca de la verdad absoluta y la seriedad de la palabra que nos fue dada por medio de Jesucristo, el autor continúa en el versículo 5 hablando de las personas a quienes vino este maravilloso mensaje. Este mensaje no era para los ángeles del cielo, sino para los seres humanos como usted y como yo. Este era un mensaje de perdón de pecados, y de un futuro en el que los seres humanos reinarían con Cristo. Él dejaba bien claro que esta promesa de reinar con Cristo no era para los ángeles sino para los seres humanos. El ser humano tiene un lugar especial en el corazón de Dios. Ellos son el objeto de Su obra y del mensaje de salvación que vino a dar. Fue por nosotros, los seres humanos, por quienes el Señor vino a esta tierra. Es para nosotros, los seres humanos, para quienes Dios está preparando un lugar celestial. Es al servicio de los seres humanos para lo cual Dios envía a Sus ángeles.
Esta idea de que Dios tiene a los seres humanos como Su objetivo es difícil de entender. Hasta el salmista se maravillaba con tan solo pensar que el ser humano estaba en el centro del corazón de Dios. El autor de Hebreos escribe una cita del Salmo 8 en los versículos del 6 al 8:
Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies. (Salmo 8:4-6)
Percatémonos de lo que el autor nos está señalando aquí. Él está totalmente asombrado por el hecho de que Dios piense en el ser humano y se interese en él. ¿Quiénes somos nosotros para que Dios se interese por nosotros de esa manera? El salmista se preguntaba qué había visto Dios en el hombre para que le diera tal honra. Él se maravillaba en cómo Dios se interesa en hombres y mujeres pecadores. Ellos deben ocupar un lugar muy especial en Su corazón como para ofrecerle una salvación tan maravillosa. Deben ser de gran valor ante Sus ojos como para estar dispuesto a morir por ellos. Nunca entenderemos lo que Dios ve en nosotros, pero sí debemos entender el valor que le da a nuestras vidas.
Según el salmista, el hombre fue creado un poco menor que los ángeles (versículo 7). Esto no quiere decir que el hombre es menos importante o menos valioso. Al decir esto el salmista nos está recordando nuestra fragilidad humana. Tenemos cuerpos que se desgastan y se cansan. Nuestros cuerpos morirán algún día. Tenemos limitaciones que los ángeles no tienen por ser seres celestiales. Sin embargo, luego de decir todo esto, necesitamos entender que cuando los ángeles del cielo cayeron (Satanás y sus demonios) fueron condenados eternamente al infierno. Cuando el hombre cayó, Dios Padre envió a Su hijo para morir por él. ¿Estamos conscientes del honor que es ser un hijo de Dios y experimentar un amor que ni los ángeles del cielo han podido experimentar? Dios no proveyó salvación para los ángeles que cayeron.
El Señor coronó de gloria y honor a los seres humanos endebles y vulnerables. Él vino a ofrecerles salvación. Vino a poner Su Espíritu Santo en su interior. Todo lo puso debajo de sus pies. Les dio dominio sobre esta tierra y los envía en Su nombre a proclamar el mensaje de salvación.
El escritor de Hebreos les dice a sus lectores que no hubo nada que Dios no pusiera bajo la sujeción del hombre (versículo 8). Aunque los seres humanos están sujetos a Dios, los ángeles son llamados a ministrar sus necesidades. La tierra y todo lo que en ella hay fue entregado a los humanos para que lo dominaran y lo usaran para sus necesidades (Génesis 1:18). Sin embargo, por causa del pecado hay cosas que todavía no están sujetas a nosotros. Por ejemplo, las enfermedades y las catástrofes naturales son el resultado del pecado en este mundo. Desde el momento en que el pecado entró a la tierra trajo consigo el envejecimiento, la enfermedad, el dolor y la tristeza. La naturaleza pecaminosa de los humanos ha devastado a este mundo. Los asesinatos, los abusos, los robos y todo tipo de delitos que provienen de la naturaleza humana han traído gran dolor y sufrimiento.
Aunque todavía vivimos bajo los efectos del pecado que hemos traído sobre esta tierra, tenemos el consuelo de Cristo (versículo 9). Jesús fue hecho por un tiempo, como nosotros, poco menor que los ángeles. Él vivió y caminó por esta tierra como nosotros lo hacemos. Él sufrió todo lo que nosotros sufrimos. Sin embargo, ahora, está coronado de gloria y de honra. El Señor sufrió la muerte, y lo hizo para cargar con nuestros pecados y enterrarlos con Él en la tumba. Él murió para pagar nuestro castigo. Venció la muerte y el pecado y por eso, por Su muerte, nosotros podemos vivir para siempre con Él. El pecado y todos sus efectos serán vencidos finalmente. La muerte, las enfermedades y la corrupción, aunque no estén completamente sujetas a nosotros por el momento, un día serán destruidas y viviremos en la presencia del Señor para siempre.
Según este pasaje vemos el valor que Dios nos da como seres humanos. Él nos ha dado un lugar de honor en la creación. Su deseo es acercarnos a Él. ¡Qué privilegio tenemos de ser Sus hijos y ser el objeto de Su maravilloso amor!
Para meditar:
¿Cuál fue el mensaje que el Señor Jesús vino a dar?
¿De qué manera el enemigo ha tratado de hacer que cuestionemos la verdad de Dios? ¿De qué manera hemos estado tratando de hacer esto en nuestra sociedad o en nuestra iglesia?
¿Por qué es tan importante para nosotros responder al mensaje que Jesús vino a dar? ¿De qué manera se nos confirmó este mensaje?
¿Qué valores Dios pone en nosotros? ¿Cuán importante somos para Él?
Para orar:
Agradezcamos al Señor por ayudarnos a entender el mensaje de salvación que vino a dar.
Agradezcámosle al Señor por cuánto nos ama y por hacernos el centro de Su atención.
Pidámosle a Dios que nos ayude a hacerlo a Él el centro de nuestra atención.
Agradezcámosle al Señor por Su victoria sobre la muerte y el pecado. Pidámosle que nos dé fuerzas y gracia para caminar en victoria también .
12 – HERMANOS DE CRISTO
Leamos Hebreos 2:10-18
En este capítulo de Hebreos hemos estado hablando acerca de la relación especial que existe entre Dios y Su pueblo. Esta es una relación que ni siquiera los ángeles han experimentado. Aunque ellos fueron creados un poco mayor que los hombres, ellos no tienen los mismos privilegios. El autor desarrolla más este punto en lo que queda del capítulo 2.
En los versículos 7 y 8 se nos dice que el Señor coronó de gloria y de honra a Su pueblo y lo puso todo bajo sus pies. Lo hizo quitando lo que impedía esa gloria. Él envió a Su Hijo para que pagara el castigo por nuestros pecados. Jesús se hizo carne y vivió entre nosotros. Sufrió y fue tentado al igual que nosotros. Él enfrentó todos estos obstáculos y venció cada uno de ellos para que pudiéramos venir a la fe en Él, conocer el gozo de Su salvación y darnos una herencia con el Padre.
Vemos en el versículo 10 que el autor de nuestra salvación (el Señor Jesús) fue perfeccionado por medio del sufrimiento. A primera vista este versículo puede ser difícil de entender. El Señor Jesús, al ser Dios, es perfecto. Sin embargo, recordemos que como hombre tuvo que enfrentar todas las tentaciones que enfrentamos. Desde niño tuvo que aprender y crecer de la misma manera que nosotros. A medida que crecía necesitaba madurar física, emocional y espiritualmente. Necesitaba aprender de Su Padre celestial y crecer en Su amor por Él. Tuvo que aprender todo esto como cualquier niño de su edad. Dios escogió perfeccionar y madurar a Su Hijo por medio de las cosas que enfrentara en esta tierra. Permitió que las tentaciones y las pruebas lo refinaran de la manera en que Él lo hace con nosotros. Aunque Jesús no pecó, Él sí tuvo que madurar en Su andar con Dios como hombre. Dios usó las pruebas y los sufrimientos por los que atravesó para madurar Su carácter en Él como hombre.
Al venir a la tierra y enfrentar el dolor y el sufrimiento que nosotros enfrentamos, el Señor Jesús se identificó con nosotros a la perfección. Él se convirtió en nuestro hermano en todo el sentido de la palabra. Él era de carne y hueso como nosotros, tuvo hambre y sed como nosotros, sintió el dolor y la decepción, y necesitaba aprender y desarrollarse física, emocional y espiritualmente igual que nosotros. Aunque en el presente se encuentra en el cielo, no se avergüenza de llamarnos sus hermanos.
Para hacer énfasis en este punto el autor cita dos pasajes del Antiguo Testamento. Aunque los pasajes fueron escritos antes que el Señor viniera a la tierra, eran proféticos por naturaleza y hablaban de la relación entre el Señor Jesús como Mesías y Su pueblo. El escritor de Hebreos cita estos dos versículos para mostrar a sus lectores judíos que lo que les estaba diciendo acerca de Jesús estaba basado sólidamente en las Escrituras del Antiguo Testamento.
El primer pasaje proviene del Salmo 22:22 y se cita en el versículo 12:
Anunciaré a mis hermanos tu nombre, en medio de la congregación te alabaré.
El Señor, hablando por medio del salmista dice que Él anunciará a “sus hermanos” el nombre del Padre. ¿Cómo podía el Mesías tener hermanos? En la mente judía, considerar a Dios como un hermano era algo blasfemo. La única manera en que el Señor podía ser un hermano para nosotros era haciéndose carne y compartiendo nuestra naturaleza. Este pasaje le demostraba al escritor de Hebreos que el Señor Jesús se haría hombre como nosotros.
El segundo pasaje que cita en el versículo 13 proviene de Isaías 8:17 y 18:
Y otra vez: Yo confiaré en él. Y de nuevo: He aquí, yo y los hijos que Dios me dio
Hay dos asuntos que necesitamos ver en esta cita de Isaías que se hace en el versículo 13. Observemos primero cómo el autor habla de poner su confianza en Dios. En este pasaje hemos estado hablando de cómo el Señor Jesús se hizo carne y sufrió de la manera en que lo hacemos nosotros. ¿Cómo pudo Él enfrentar ese sufrimiento? Lo hizo poniendo Su confianza en Dios Padre. Se nos dice cómo Cristo, identificándose con nosotros en el sufrimiento, puso Su confianza en Dios, Su Padre. Una vez más, el propósito del autor es mostrar a sus lectores que el Señor tenía que sufrir según la profecía veterotestamentaria.
Lo segundo que necesitamos ver en esta cita de Isaías es lo que ese sufrimiento logró. Cuando ese sufrimiento hubiese terminado, el Señor Jesús podía decir a Su Padre: “He aquí, yo y los hijos que Dios me dio”. La imagen que veo aquí es la de una esposa que acaba de atravesar por la difícil tarea de dar a luz, tomando a su bebé en sus brazos y enseñándoselo con gran deleite al padre diciéndole: “este es el hijo que Dios me ha dado”.
Esto es exactamente lo que hizo el Señor; vino a esta tierra y sufrió en la cruz, y por medio de Su sufrimiento le dio vida a todos los que el Padre le dio. Todos los que aceptan la obra de Cristo se convierten en hijos de Dios. Al Señor le agradó, después de haber sufrido por ellos, presentarlos al Padre como Sus hijos. El uso de estas citas del Antiguo Testamento es para mostrar a sus lectores que Jesús, como el prometido Mesías, está orgulloso de llamarnos Sus hermanos.
También se nos recuerda del alto precio que tuvo que pagar el Señor para que fuéramos hijos de Dios. Jesús tuvo que hacerse carne y sufrir una muerte terrible. En esa carne, el Señor Jesús enfrentó a nuestros grandes enemigos, a Satanás y la muerte. Aunque Él conoció todas las debilidades y tentaciones que padecemos, Jesús conquistó al diablo y a la tumba para liberarnos de su poder.
Desde el momento en que Satanás tentó a Eva en el huerto del Edén, todos estamos bajo el poder de la muerte. Dios rompió el poder que la muerte tenía sobre nosotros. Él nos libertó del miedo a la muerte y del juicio venidero. Ahora podemos enfrentar la tumba con la certeza de que ese no es el fin. Hay esperanza de vida eterna más allá de la tumba en la presencia de Jesucristo. Ahora la muerte es un peldaño para los hijos de Dios que nos lleva a Su presencia. El creyente no teme al juicio porque su terror ha sido destruido debido a que el pecado ha sido conquistado y perdonando por medio de la obra de Jesucristo, nuestro hermano.
El escritor de Hebreos está totalmente asombrado a medida que reflexiona en lo que el Señor Jesús hizo por los seres humanos. Él les dice a sus lectores en el versículo 16 que el Señor nunca hizo algo así por los ángeles. El Señor nunca dejo a un lado Su naturaleza divina para hacerse un ángel. Aquellos ángeles que cayeron junto con Satanás están perdidos eternamente (ver Judas 1:16). El Señor los dejó en su pecado. No vino a rescatarlos. ¡Qué privilegio tenemos de ser Sus hermanos e hijos! ¡Qué amor tan increíble nos demostró para dejarlo todo, llamarnos Sus hermanos y rescatarnos de la condenación eterna!
El versículo 17 nos dice que Jesús fue hecho como nosotros en todo para poderse identificar completamente con nosotros. Él sufrió lo que nosotros sufrimos, para así poder ser nuestro sumo sacerdote misericordioso. A veces, la única manera de poder identificarnos con las personas es padeciendo lo que ellos padecen. Cuando batallamos con algo podemos entender mejor a quienes enfrentan esa misma batalla. Jesús nos entiende porque enfrentó lo mismo que nosotros. Él es nuestro hermano en el sufrimiento y en las tentaciones. Él es compasivo y comprensivo porque nos entiende. Él aprendió esto padeciendo nuestros mismos sufrimientos.
El sufrimiento y la muerte de Cristo tuvieron otro propósito. Produjeron expiación por nuestros pecados (versículo 17). En otras palabras, sustituyó la pena legal requerida para nuestros pecados y nos restauró a una relación correcta con Dios. En el Antiguo Testamento, los pecados tenían que ser cubiertos por la muerte de un cordero o un becerro. Éstos no podían tener ningún defecto visible. Jesús, al hacerse hombre y vivir una vida perfecta ante el Padre, fue el sacrificio perfecto para nuestros pecados. Por nuestra pecaminosidad humana, ninguno de nosotros hubiese sido un sacrificio aceptable. Tan solo el sacrificio del Hijo del hombre, del perfecto, podría satisfacer las demandas de justicia y pagar por completo el castigo por el pecado. Al convertirse en uno de nosotros, Jesús podía hacer expiación como el sacrificio perfecto, para que nosotros pudiéramos ser restaurados al Padre.
Su sufrimiento nos trae a todo aquel que lo acepte a una relación correcta con Dios. También nos muestra que Él puede identificarse con nosotros en nuestras tentaciones y pruebas. Cualquier cosa que sea que estemos enfrentando en la actualidad, el Señor Jesús ya la enfrentó antes que nosotros. Y no solamente enfrentó nuestras tentaciones, sino que las venció. Él sabe cómo derrotar las tentaciones y las pruebas. Sabe cómo ayudarnos si venimos a Él y se lo pedimos. Él nos considera sus hermanos. Podemos estar seguros que nos dará la ayuda que necesitamos para vivir para la gloria del Padre.
Para meditar:
¿Qué nos quiere decir el autor de Hebreos cuando nos dice que el autor de nuestra salvación necesitaba ser perfeccionado?
¿Qué significaba para el Señor Jesús dejar a un lado Su naturaleza divina?
¿Por qué podemos llamar a Jesús nuestro hermano?
¿Cómo quitó el Señor el temor y el poder de la muerte?
¿En qué se diferencia la relación de los creyentes con el Señor a la de los ángeles?
Para orar:
Agradezcamos al Señor por Su maravilloso amor hacia nosotros como sus hermanos.
Agradezcamos al Señor porque se puede identificar con nosotros en todo aspecto y porque ha experimentado nuestras tentaciones y pruebas.
Demos gracias a Dios por quitarnos el temor a la muerte, y por pagar la culpa de nuestro pecado.
Pidámosle al Señor que nos ayude a entender más plenamente la relación que Él quiere tener hoy con nosotros.
Agradezcamos al Señor por el gran precio que estuvo dispuesto a pagar por nuestra salvación.
13 – MAYOR QUE MOISÉS
Leamos Hebreos 3:1-6
En la última parte del capítulo 2 de Hebreos vimos cómo el Señor coronó a los humanos de gloria y de honra. Recordamos cómo el Señor tomó forma humana, identificándose con nosotros en nuestro sufrimiento y tentaciones. Él entregó su vida en la cruz para pagar nuestro castigo por el pecado. El escritor de Hebreos les dice a sus lectores en el versículo 1 que quienes compartían este llamado celestial, necesitaban enfocar sus pensamientos en el Señor Jesús. En otras palabras, ellos necesitaban hacer del Señor el centro de sus pensamientos y acciones. Debido a lo que el Señor ha hecho por nosotros Él necesita ser el Señor de nuestras vidas, y nosotros necesitamos rendirnos a Él y Sus propósitos.
Observemos en el versículo 1 que Jesús es el apóstol y sumo sacerdote de la fe que confesamos como creyentes. Los apóstoles fueron escogidos para ser los fundadores de la iglesia primitiva. Fueron instrumentos de Dios para abrir nuevos territorios y establecer hombres y mujeres en la vida cristiana y al servicio. El Señor ejerció la función de apóstol en siendo él quien iba delante derribando el poder del enemigo. Él fue el fundador y la cabeza de este reino maravilloso de Dios.
El Señor Jesús no solamente actuó como apóstol sino también como sumo sacerdote. El sumo sacerdote era el que mediaba entre Dios y el hombre. Éste ofrecía sacrificios diarios a Dios. En un sentido muy real el Señor Jesús hizo esto por nosotros. Él entregó Su vida como sacrificio perfecto y de esta manera pagó por completo el castigo por nuestro pecado. Él se convirtió en el puente sobre el abismo que existía entre Dios y el hombre, y nos condujo a la presencia del Padre. Es este el Jesús que confesamos y tenemos presente en todo lo que hacemos. Como apóstol, Él estableció Su reino en la tierra; como sumo sacerdote, Él es el puente entre el abismo que separa a Dios del hombre.
En el versículo 2 el autor de Hebreos les recuerda a sus lectores que el Señor Jesús fue fiel a quien lo constituyó, así como Moisés fue fiel a la casa de Dios. Jesús le sirvió fielmente a Su Padre. Ni la muerte pudo evitar que Él fuera fiel a Su llamado. Él entregó Su vida por nosotros en obediencia a la voluntad de Su Padre.
Moisés fue fiel al llamado de Dios a su vida como legislador. Sin embargo, Jesús era digno de mayor honor que Moisés (versículo 3). Ya hemos visto que Jesús es mayor que los ángeles. Ahora el escritor de esta carta les recuerda a sus lectores que Jesús también es mayor que Moisés, el legislador.
Moisés era un personaje muy importante para la mente judía. Se le tenía una alta consideración por haber sido el dador de la ley. Él había visto la gloria de Dios y había sido usado poderosamente por Él. Por medio de Moisés el pueblo había sido librado del yugo de Egipto, y Dios llevó a cabo numerosos milagros y prodigios. Sin embargo, el autor de Hebreos les dice a sus lectores que por muy grande que hubiera sido Moisés, el señor Jesús era aún mayor.
Necesitamos entender que cuando el autor de la carta habla acerca de Moisés, también habla del ministerio de éste. Moisés fue quien trajo la ley. El Señor Jesús fue quien trajo el perdón de parte de Dios por medo de Su sacrificio en la cruz para nuestra salvación. Aunque la ley dada a Moisés por parte de Dios era buena, ésta no era la respuesta final al problema del pecado. La ley de Moisés no podía salvar un alma ni podía cambiar el mal que hay en el corazón del hombre. Sin embargo, Jesús vino a bridar una salvación completa. Él vino a cambiar no tan solo las acciones externas, sino también al corazón.
Jesús es digno de mayor honor que Moisés no solamente por ser quien es si no por lo que pudo lograr. El autor ilustra en el versículo 3 lo que quiere decir al comparar la casa con el constructor de la casa. ¿Quién es más digno de honor, la casa o quien la construyó? Puede que la casa sea una pieza arquitectónica maravillosa, pero fue la creatividad y la destreza del constructor quien la llevó a cabo. Es el constructor quien merece la honra. Así mismo, el Señor Jesús, el autor de nuestra salvación, merece toda la alabanza y toda acción de gracias por Su maravillosa obra de salvación. Él hizo lo que Moisés no pudo por medio de la ley. Jesús es el puente que une a Dios y al hombre.
Moisés fue un fiel siervo sobre la casa de Dios (versículo 5). Él sirvió fielmente a pesar de los obstáculos que tuvo que enfrentar; pero no fue siempre valorado. Hubo quienes estaban celosos de su poder y su llamado. Por años tuvo que escuchar el constante quejido y la murmuración de su pueblo. Algunos hasta quisieron matarlo. Como profeta, testificó fielmente las palabras que recibía de Dios. Aunque Moisés sirvió fielmente a la casa de Dios, Jesús fue fiel como Hijo. Por ser Hijo, Él estaba a cargo de toda la casa. Moisés era un siervo mientras que Jesús era el Hijo y el Señor. Jesús era mayor que Moisés por Su posición en la familia de la casa de Dios.
Observamos en el versículo 6 que los lectores hebreos eran parte de esta casa de Dios si retenían con firmeza su confianza. Esta es una declaración importante que merece ser analizada. Algunos pueden interpretar esto como que el creyente puede perder su salvación si no se mantiene firme a su esperanza. Sin embargo, necesitamos entender que este pasaje no está hablando de si se puede perder la salvación o no, sino más bien de cómo podemos saber que somos parte de la familia de Dios. En el Nuevo Testamento Jesús enseñó claramente que habrá muchos que no son de Él que clamarán al Señor. Las iglesias en nuestros días están llenas de personas que dicen ser creyentes, pero no todos los que profesan a Jesús son verdaderos creyentes.
¿Cómo podemos saber si alguien es un verdadero creyente? El escritor de la epístola hace ver claramente que una de las características que poseen los verdaderos creyentes es que se aferran a su fe y esperanza. En otras palabras, los verdaderos creyentes van a perseverar. Sus corazones han sido tocados por Dios y han cambiado en su interior. Ellos miran a Jesús como su única esperanza y no se distraen con las falsas esperanzas que da el mundo. El verdadero creyente es alguien que es fiel hasta el final. Hay muchos que dicen ser creyentes, pero cuando viene la persecución, enseguida abandonan su fe.
Aunque Moisés guió al pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, él fue un simple siervo de la casa de Dios. Jesús, por otra parte, es el cabeza de esa casa. Él entregó Su vida para conquistar a todos Sus enemigos. Esto fue algo que Moisés no pudo hacer. Los que conocen la salvación del Señor se aferrarán a la esperanza que Él da, y confían. Jesús trajo salvación y en Él hay victoria. El Señor nos libre de poner nuestra confianza en Moisés y en la ley. Solamente Jesús es nuestra confianza.
Para meditar:
¿Qué significa tener presente a Jesús o centrar nuestro pensamiento en Él? ¿Cómo influye esto en lo que hacemos o en nuestra manera de vivir?
¿De qué manera es Jesús nuestro apóstol y sumo sacerdote?
¿Por qué Jesús es mayor que Moisés? ¿Por qué Su obra es mayor que la de Moisés?
¿Cuál es la esperanza que Jesús nos ha dado? ¿Ha puesto usted sus ojos en Él?
Para orar:
Agradezcamos al Señor por haber venido a ofrecernos una salvación que Moisés nunca podría ofrecer.
Demos gracias al Señor por el cambio que produjo en nuestros corazones y en nuestras vidas cuando vinimos a Él.
Agradezcamos al Señor por la esperanza maravillosa que nos ha dado de pasar la eternidad en Su presencia.
Pidamos al Señor que nos ayude a fijar nuestros pensamientos en Él en todo lo que hagamos.
Pidamos al Señor que nos dé confianza y perseverancia en nuestro andar espiritual. Agradezcámosle que, al fijar nuestros ojos en Él, seremos capaces de perseverar.
14 -NO ENDUREZCÁIS VUESTROS CORAZONES
Leamos Hebreos 3:7-19
Ha habido momentos en mi vida en los que he escuchado esa pequeña voz apacible del Espíritu Santo advirtiéndome, pero la presión que ha ejercido la carne era tan fuerte que he resistido esa advertencia. El deseo ferviente del escritor de Hebreos era que su audiencia escuchara la verdad de lo que le estaba enseñando. Él los estaba apuntando hacia el Señor Jesús quien es mayor que los ángeles y que Moisés. Él les estaba mostrando que el Señor Jesús vino a ofrecer una salvación que ni siquiera la ley de Moisés podía ofrecer. El autor les advierte a sus lectores acerca de endurecer sus corazones hacia la importante verdad que les estaba enseñando en su carta.
En el versículo 8 el escritor remonta a los lectores hacia el tiempo en que los hijos de Israel vagaban por el desierto. Allí hubo muchas ocasiones en la que se rebelaron contra Dios, murmurando y protestando una y otra vez contra Él y Su manera de actuar. Ellos desobedecían Sus mandamientos y eran derrotados a causa de su incredulidad. Por más de cuarenta años ellos probaron y tentaron la paciencia y la misericordia del Señor con su obstinada rebelión contra Él y Sus propósitos. El Pueblo de Dios escuchaba Su voz en el desierto, lo vieron hacer poderosos hechos en medio de ellos, Dios les proveía maravillosamente todo lo que ellos necesitaban para comer y beber. Él estremecía las montañas y descendía en medio de ellos, abría la tierra y se tragaba a los rebeldes. El pueblo de Dios lo escuchó de diferentes maneras mientras vagaban en el desierto. Sin embargo, a pesar de haber escuchado a Dios, ellos le dieron la espalda y tomaron sus propios caminos. Sus corazones se desviaban constantemente (versículo 10).
Esto trajo como consecuencia que el Señor se airara con Su pueblo. Cada vez que pasaban por una región se volvían tras los dioses de ellos. Además, desobedecían las leyes de Dios. Aunque habían escuchado de los caminos de Dios, no los siguieron. Esto hizo que Dios declarara una maldición contra ellos. En el versículo 11 se nos dice lo que Dios les declaró: “No entrarán en mi reposo”. Para los hijos de Israel en el desierto, esto significaba que no entrarían en la tierra que Dios les prometió a sus ancestros. Muchos de ellos morirían en el desierto a causa de la dureza de sus corazones. De igual manera, quienes endurezcan sus corazones a la oferta de salvación por medio del Señor Jesús nunca entrarán en el reposo eterno que Dios ha prometido.
Es por esta razón que el escritor de Hebreos les dice a sus lectores que necesitaban estar seguros de que ninguno de ellos tuviese un corazón incrédulo que se apartara de Dios. Aunque esta advertencia es particularmente cierta para los incrédulos, hay muchas maneras en que incluso los creyentes pueden mostrar un corazón incrédulo y pecaminoso. Esto sucede cuando prestamos oído a la carne y sus deseos. Por ejemplo, David cayó en tentación y cometió adulterio; y Pedro negó a Jesús tres veces.
También podemos demostrar que tenemos un corazón incrédulo por nuestra falta de fe y seguridad en lo que Dios nos ha dicho. En vez de confiar en la palabra que Dios ha dado y caminar en obediencia, nos apartamos y hacemos las cosas a nuestra manera. Debemos tomar la decisión deliberada de obedecer y hacer las cosas a la manera de Dios. En ocasiones, las maneras de Dios no tendrán mucho sentido para nuestras mentes humanas. A veces nos preguntamos si Dios realmente hará como prometió. Por eso en medio de las dificultades y vicisitudes de la vida la tentación para muchos será darle la espalda a Dios.
¿Cómo evitamos caer en el pecado de endurecer nuestros corazones? ¿Cómo podemos vencer al enemigo y los deseos de la carne para vivir en obediencia absoluta al Señor? En el versículo 13 se nos dice que nos exhortemos unos a otros mientras sea “hoy”. En otras palabras, mientras estemos viviendo en este mundo necesitaremos darnos aliento los unos a los otros en obediencia y fidelidad.
La palabra que se usa en el versículo 13 para “exhortar” tiene un significado bastante amplio. Puede significar consolar o alentar. También conlleva el sentido de enseñar y fortalecer. En otras palabras, si queremos ser capaces de enfrentar al enemigo y sus tentaciones y guardar nuestros corazones dóciles para el Señor, necesitaremos el apoyo, el aliento, el consuelo y la reprensión de nuestros hermanos en la fe.
Imaginemos un soldado tratando de enfrentar a todo un ejército. Sería ridículo pensar que una persona pudiera enfrentar a todo un ejército por su propia cuenta. Sin embargo, es así como a menudo vivimos la vida cristiana. Dios nos ha llamado a ser miembros de una familia. Él no le ha dado todos los dones espirituales a una sola persona. En cambio, ha escogido repartir Sus dones de tal manera que todos nos necesitemos. Si queremos ganar esta batalla, necesitamos los ojos y los oídos de nuestros hermanos que nos pueden advertir del peligro venidero. Necesitamos de sus brazos para que nos rodeen durante los tiempos de pruebas y desaciertos. Necesitamos su perspectiva y su aliento para seguir adelante en medio de las dificultades. Para ganar la batalla nos necesitamos los unos a los otros.
Al ser hijos de Dios participaremos de los sufrimientos de Cristo. El mundo nos rechazará, seremos el blanco de los dardos de Satanás, y el mundo no nos entenderá, así como no entendieron al Señor Jesucristo. Puede que hasta algunos mueran a causa de la fe. Sin embargo, la promesa del versículo 14 es que si perseveramos también compartiremos la gloria y la bendición de Cristo. Así como hay tremendas consecuencias por endurecer los corazones y caminar en rebelión, también hay grandes recompensas para quienes perseveran en obediencia y fidelidad. ¿Cómo podemos vencer? En este versículo 13 ya hemos visto la necesidad que tenemos los unos de los otros. Luego en el versículo 14 se nos dice de la maravillosa esperanza que tenemos en Cristo. Si queremos vencer, tendremos que poner esa esperanza por delante. Necesitaremos recordar la promesa de Dios para quienes perseveran. Pues, los sufrimientos temporales que enfrentamos no pueden compararse con las maravillosas bendiciones que tenemos en Cristo. Debemos dejar que esta esperanza fortalezca nuestra decisión de ser obedientes y fieles.
El escritor concluye el capítulo 3 recordándoles una vez más a los lectores el ejemplo de los hijos de Israel en el desierto. A ellos se les advirtió que no endurecieran sus corazones hacia Dios y Sus propósitos. Por cuarenta años estuvieron tentando a Dios y a Su paciencia. Él soportó sus murmuraciones y sus quejas, pero quienes endurecieron sus corazones no vieron la tierra que les había prometido. Éstos murieron en el desierto y nunca encontraron el reposo que anhelaban (versículo 18). Sus corazones pecaminosos e incrédulos les impidieron ver la plenitud de la bendición de Dios. Solamente cuando somos fieles y confiamos, podremos conocer la grandeza de la bendición de Dios en nuestras vidas. Si queremos ver la plenitud de las bendiciones de Dios en nuestras vidas, necesitaremos que nuestros hermanos estén a nuestro lado exhortándonos a ser fieles. También tendremos que mantener presente el conocimiento de nuestra recompensa para evitar que nuestros corazones se endurezcan y se desalienten a causa del mundo, la carne y el diablo.
Para meditar:
¿Qué nos impide hoy escuchar a Dios?
¿Alguna vez se ha visto usted resistiendo el llamado o la dirección de Dios? Explique.
¿Cuál es el resultado de endurecer nuestros corazones a las cosas de Dios? ¿Puede un creyente endurecer su corazón? Explique.
¿Qué nos dice el escritor de Hebreos acerca de la manera en que podemos proteger nuestros corazones de ser endurecidos?
¿Hay personas cerca de usted que han endurecido su corazón? ¿Cuál es su responsabilidad hacia ellos?
Para orar:
Pidámosle al Señor que nos muestre si hay algún área en nuestras vidas en la cual se haya endurecido nuestro corazón. Pidámosle que quiebre todo endurecimiento.
Agradezcamos al Señor que, a pesar de las batallas de la vida, en Él tenemos una esperanza maravillosa.
Pidámosle al Señor que abra nuestros ojos para poder ver la manera en que podemos exhortar a algún hermano o hermana que esté atravesando por una situación difícil en estos momentos.
15 – ENTRANDO EN NUESTRO REPOSO
Leamos Hebreos 4:1-11
En el capítulo anterior vimos que el desafío para los hebreos era que tuvieran sus oídos abiertos al llamado de Dios y que no endurecieran sus corazones hacia Él y Sus propósitos. Se les advirtió acerca de las terribles consecuencias que traería endurecer sus corazones al llamado de Dios y a Su verdad.
A la luz de estas consecuencias, los hebreos debían ser muy cuidadosos no sea que no pudieran entrar al reposo que Dios había prometido (versículo 1). Observemos en el versículo 1 que la promesa de reposo todavía permanecía firme. En otras palabras, la promesa de salvación y paz con Dios podía ser todavía una realidad para ellos. Quizás usted se ha preguntado si alguna vez podrá tener esta paz con Dios. Quizás ha estado batallando con algún asunto en particular en su vida y se ha preguntado si alguna vez encontrará la paz respecto a ese asunto. El escritor de Hebreos les dice a sus lectores que la promesa del reposo de Dios todavía estaba en pie para ellos. Cuando el Señor Jesús caminó por esta tierra, Él prometió que todos los que vinieran a Él conocerían Su reposo. En Mateo 11:28-29 leemos:
Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.
Lo que Jesús prometió cuando vivió en esta tierra todavía sigue siendo una realidad para nuestros tiempos. Él todavía nos ofrece reposo. No importa la situación en que estemos, podemos conocer la realidad de este reposo. Esta promesa es verdadera para quienes se encuentran buscando la salvación del Señor, así como para los creyentes que buscan tener victoria sobre el pecado y los efectos de éste en sus vidas. El deseo de Dios es darnos Su reposo.
El desafío del versículo 1 era que tuvieran cuidado de no dejar de alcanzar el reposo que Dios le ofrece a todos los que a Él vienen. ¡Qué terrible sería que los lectores tuvieran esa promesa de Dios y aun así no experimentaran esa realidad en sus vidas! La victoria era prácticamente suya, pero aun así ellos podían dejar de alcanzarla. ¿Cuántos creyentes van por la vida sin experimentar la victoria sobre su pecado, sus actitudes o sus acciones? ¿Cuántos incrédulos escucharán el mensaje de salvación y nunca vendrán a Cristo? La promesa todavía está en pie, pero debemos abrir nuestros corazones para recibirla. ¡Qué triste es ver que tantas personas se perderán la plenitud de la bendición de Dios!
Observemos en el versículo 2 que a los judíos se les había predicado el mensaje del evangelio, pero ese mensaje no tenía ningún valor en sus vidas porque les faltaba fe. En otras palabras, ellos no abrían su corazón al mensaje. Fe es creer lo que dice Dios. Dios nos promete Su reposo hoy. Creamos lo que Él dice. No nos conformemos hasta que no hayamos experimentado la realidad de lo que ha prometido. Tratemos de alcanzar lo que nos ha prometido hoy. Abramos nuestros corazones a todo lo que Él nos ofrece.
Fueron los que creyeron los que entraron en el reposo que Dios había prometido (versículo 3). El reposo del que habla el autor aquí es un reposo que viene por fe. Examinemos esto más de cerca.
La carta a los Hebreos fue escrita primeramente a los judíos. El reposo del cual habla el autor aquí (un reposo que venía por fe) era algo completamente ajeno a la mente judía. En el versículo 3 el autor explica que el reposo del cual él hablaba no era el reposo que vino el séptimo día de la creación. Génesis 2:2 nos dice que cuando el Señor hubo terminado la creación reposó el día séptimo. Cada día Sabbat los judíos celebrarían su reposo. El sábado era un día muy importante para los judíos. Trabajar en ese día era un pecado que merecía la muerte (Éx. 31:15). Para los judíos hubiera sido fácil entender el “reposo” con el sentido del sábado. Sin embargo, el escritor de Hebreos quería recordarles a los judíos que había un reposo mayor que el sábado. Y para ayudarles a entender les cita el Salmo 95:11:
Por tanto, juré en mi furor que no entrarían en mi reposo.
Este pasaje del salmo 95 fue escrito acerca del pueblo de Dios cuando atravesaba el desierto. Dios les estaba diciendo que ellos no entrarían en la tierra que les había prometido a causa de su pecado. En cambio, vagarían por el desierto por cuarenta años. El escritor continuó en el versículo 4 recordándoles a sus lectores que el reposo del cual allí se hablaba no se refería al Sabbat. En ese momento el pueblo de Dios se encontraba celebrando el Sabbat cada semana, y continuaría haciéndolo así por muchos años. Esto significa que el reposo del cual hablaba el salmista en el salmo 95:11 no se refería al Sabbat, sino a otro tipo de reposo.
En este caso en particular, el reposo del que hablaba el salmista se encontraría en la tierra de Canaán (la tierra que Dios había prometido a sus ancestros). Este era un reposo del yugo y de estar vagando en el desierto. Era un reposo de su esclavitud en Egipto. El reposo del cual aquí se habla era la promesa de una tierra propia y de la bendición de Dios sobre ellos en esa tierra.
El escritor de Hebreos les dice a sus lectores en el versículo 6 que había muchos, al igual que el pueblo en los días de Moisés, que no habían entrado todavía al descanso que Dios había prometido. Aunque a estas personas se les había predicado el evangelio, ellos no lo habían aceptado. Esto nos demuestra que el reposo del que se habla, al final tiene que ver con aceptar el evangelio y conocer la promesa del reposo con Dios.
David habló proféticamente en el Salmo 95:7, 8 cuando le dijo al pueblo: “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón”. Dios habló estas palabras al pueblo de Israel en el desierto. Sin embargo, cuando David les habló bajo la inspiración del Espíritu Santo, no fue a quienes habían muerto en el desierto, sino a quienes lo habían escuchado ese día. Él renovó este desafío hecho por Dios al pueblo de su tiempo. Él les advirtió que no endurecieran sus corazones como lo hicieron sus ancestros; de lo contrario, al igual que ellos se perderían lo que Dios les tenía reservado.
Algunos judíos deben haber creído que el descanso del cual hablaba el autor de la carta se refería al descanso que vendría cuando el pueblo de Dios fuera finalmente liberado de Egipto y entrara a la tierra prometida. Una vez más necesitamos ver que entrar a la tierra prometida no era el reposo del cual estaba hablando el autor. En el versículo 8 les dice a sus lectores que Josué no les dio el reposo que Dios había prometido. Incluso, después que Josué había conquistado la tierra de Canaán, la promesa seguía firme de que Dios daría reposo a Su pueblo. Todavía quedaba un reposo para el pueblo de Dios (versículo 9). El reposo final prometido no vendría de observar el Sabbat ni de entrar a la tierra prometida de Canaán.
Según el escritor de esta epístola, todos los que entraran al reposo del que Dios hablaba, reposarían de su trabajo al igual que Dios reposó del Suyo (versículo 10). Esto era algo que los judíos bajo la ley de Moisés podían entender. A lo largo de la historia de la iglesia, hombres y mujeres se disciplinaban y se negaban a sí mismos. Algunos vivían aislados, infligiéndose todo tipo de dificultades y tratando de ganarse el derecho de estar delante de Dios. Una y otra vez se esforzaban y se empeñaban negándose a sí mismos buscando ganarse el favor de Dios. El reposo del cual hablaba el autor en este capítulo se trata de una cesación de todos estos esfuerzos fútiles.
El reposo del cual se habla aquí no se trata del Sabbat veterotestamentario, en el cual se descansa del trabajo físico. Este no fue el reposo que el pueblo de Dios encontró cuando fueron librados finalmente de Egipto y entraron en la tierra prometida. Dicho reposo es un cese del esfuerzo por ganarse el favor de Dios por medio de esfuerzos religiosos y buenas obras. Es el reposo que llega cuando finalmente estamos en paz con Dios y seguros de nuestra relación con Él. Es un reposo que viene de la convicción de que el Señor ha hecho todo lo necesario para nuestra paz con Dios. Todo lo que tenemos que hacer es aceptar lo que Él ha hecho.
A lo largo del Antiguo Testamento, Dios le recordaba a Su pueblo que había un reposo que les había prometido y que no habían experimentado todavía. Ese reposo solo se puede encontrar en el Mesías, el Señor Jesús. Cristo vino a ofrecer lo que Moisés no podía. Él vino a ofrecer descanso y paz para con Dios Padre. El autor se esforzaba para hacerle entender a su audiencia que debían esforzarse para entrar a ese reposo con Dios.
Para meditar:
¿Podemos dejar de alcanzar las promesas de Dios? Explique.
¿Ha experimentado usted personalmente la plenitud de la bendición de Dios sobre su vida? ¿Tiene la certeza usted de que Dios tiene más para ofrecerle?
¿Ha experimentado usted el reposo con Dios? ¿Cuál es este reposo? ¿Cuál cambio ha tenido lugar en su vida a causa de este reposo?
¿Cuán útiles son las promesas de Dios para los que no tienen fe? Explique.
¿Cómo entendían los judíos el reposo? ¿Qué pasaban por alto?
Para orar:
Agradezcamos a Dios por las promesas que nos ha dado. Oremos para que nos dé la gracia de levantarnos por fe sobre esas promesas.
Pidámosle que nos dé más reposo. Oremos para que nos revele cualquier área de nuestra vida que no tengamos rendida a Él.
Agradezcamos al Señor Jesús por haber hecho todo lo necesario para nuestra salvación. Démosle gracias por la seguridad de que ahora podemos tener paz con Dios.
16 – ACERQUÉMONOS
Leamos Hebreos 4:12-16
El autor de Hebreos le ha estado hablando a sus lectores acerca de entrar al reposo de ellos. En esta última sección que analizamos del capítulo 4 él los desafía a acercarse confiadamente al trono de Dios para entrar a ese reposo. También les recuerda acerca de la terrible tragedia que implica no entrar a ese reposo prometido.
Esta otra sección comienza con la declaración de que la Palabra de Dios es viva y eficaz. Las Escrituras pueden cambiar radicalmente a quienes la leen. Éstas convencen de pecado y rebelión. Ellas bendicen a quienes la obedecen y maldice a quienes rechazan su verdad. Las personas han tratado por años de destruirla, pero no han podido. La Palabra de Dios sigue cambiando vidas alrededor del mundo. Dios ha querido soplar aliento de vida sobre las Escrituras. A medida que le busquemos en ellas, Él se nos revela. Cualquiera que tome en serio entrar al reposo que el Señor provee, debe pasar tiempo en Su Palabra Viva.
Abrir nuestro corazón a la Palabra de Dios no siempre es fácil. Pues ésta es como una espada de dos filos que penetra en lo profundo de nuestro ser. Observemos cómo el autor nos dice que la Palabra de Dios alcanza el alma, el espíritu, las coyunturas y los tuétanos. Esto quiere decir que la palabra de Dios va a penetrar hasta el mismo centro de nuestro ser. Dice también que discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (versículo 12). No podemos escondernos de Su Palabra. También nos revelará el pecado que hay en nosotros y que ni siquiera imaginamos que existía. Ella cambiará nuestras actitudes y pensamientos. Nos pedirá que rindamos cuenta por nuestras acciones. Si queremos entrar en el reposo que el Señor vino a darnos, tenemos que enfrentar la realidad de esta Palabra viva y penetrante.
Es importante que tengamos en cuenta que esta Palabra es una espada de doble filo. Quienes abren su corazón a ella, pronto descubrirán que la Palabra no solo convence y expone el pecado, sino que también nos da consuelo y fortalece a quienes se someten a ella. La intención de Dios no es tan solo revelar el pecado por medio de Su Palabra, sino también mostrarnos la manera de vivir victoriosos sobre ese pecado. La Palabra de Dios enseñará, instruirá y empoderará a quienes se sujetan a sus enseñanzas. Si queremos entrar a nuestro reposo necesitamos abrirnos a la Palabra de Dios y dejar que exponga nuestro pecado, que nos muestre la solución y que nos instruya en la santidad.
Hay otra verdad que necesitamos asimilar si queremos entrar al reposo. Tenemos un gran sumo sacerdote en Jesucristo (versículo 14). En el Antiguo Testamento el sumo sacerdote entraba al lugar santísimo una vez al año para hacer expiación por los pecados del pueblo. De igual manera, después de Su muerte sacrificial en la cruz por nuestros pecados, Jesús regresó al cielo. Al resucitar de los muertos y entrar a la presencia de Dios, Él pagó por nuestros pecados y aseguró nuestra salvación. Si queremos conocer el reposo del cual habla aquí el libro de Hebreos, necesitaremos sujetarnos firmemente a la obra de nuestro Gran Sumo Sacerdote, Jesucristo.
En los tiempos del Antiguo Testamento, solamente el sumo sacerdote podía entrar al lugar santísimo. Solo él podía hacer los sacrificios necesarios por los pecados del pueblo. Del mismo modo, solo Jesús, como nuestro sumo sacerdote, está calificado para hacer el sacrificio necesario por nuestro pecado. Nadie más puede hacerlo. Si queremos que nuestros pecados sean perdonados, y entrar al reposo prometido, tendremos que hacerlo a través de Él.
Como nuestro sumo sacerdote, el Señor Jesús entiende exactamente lo que tenemos que enfrentar en esta tierra. Él entiende nuestra necesidad, pues Él enfrentó lo que nosotros enfrentamos. Él fue tentado “en todo” al igual que nosotros (versículo 15). Sin embargo, la diferencia entre Jesús y nosotros es que el Señor Jesús resistió esas tentaciones y las derrotó. ¡Qué gran aliento debería ser esto para nosotros! El Señor sabe cómo lidiar con cada tentación, y ha demostrado que es capaz de vencerlas todas. Aunque nosotros no seamos capaces de vencer las tentaciones que estamos enfrentando, Él sí puede. Él es el sumo sacerdote que nos comprende y puede romper el yugo del pecado que nos separa de Dios. Él sabe cómo lidiar con cualquier tentación que se interponga en nuestro camino. Si queremos entrar al reposo, necesitaremos volvernos al Señor Jesús y confiar en Su obra como sumo sacerdote para acercarnos a Dios y a Su reposo perfecto en Su presencia.
A la luz de estas realidades, somos desafiados a acercarnos al trono de Dios con confianza. Observemos que al trono se le llama “trono de la gracia”. Es el trono de la gracia porque a medida que nos acercamos y nos arrodillamos ante él, encontramos perdón y misericordia por medio de la obra de Jesús como nuestro sumo sacerdote. En ese trono encontramos toda la ayuda, la sanidad y el consuelo que necesitamos. En ese trono encontramos nuestro reposo.
En esta sección, el escritor de la epístola nos dice que si queremos encontrar reposo tendremos que abrir nuestros corazones a la Palabra de Dios y dejar que nos hable, revelando nuestro pecado y trayendo consuelo y seguridad. Luego tendremos que traerle esos pecados que se nos han revelado al Señor, nuestro Gran Sumo Sacerdote, quien es el único que puede lidiar con ellos. Solamente por medio del Señor Jesús como sumo sacerdote podemos tener perdón de nuestros pecados. Solamente en Él podemos hallar reposo para nuestras almas. El escritor de Hebreos desafía a sus lectores a que se acerquen al trono de Jesús con confianza en busca de ese reposo. Quienes lo hagan hallarán misericordia, gracia y el descanso prometido. ¡Qué terrible sería rechazar lo que Él nos ofrece voluntariamente!
Para meditar:
¿Qué quiere decir el escritor de Hebreos cuando dice que la Palabra de Dios es viva y eficaz? ¿Cómo ha impactado la Palabra de Dios en su vida?
¿Cómo hace Jesús la función de nuestro sumo sacerdote?
¿En qué se diferencia el sacerdocio de Jesús del sacerdocio del Antiguo Testamento?
¿Por qué se le llama al trono de Dios “trono de la gracia”?
¿Qué función desempeña la Palabra de Dios en nosotros para que podamos entrar a nuestro descanso?
Para orar:
Agradezcamos al Señor por habernos dado Su Palabra. Démosle gracias por el impacto que ésta ha tenido en nuestras vidas. Pidámosle al Señor que nos ayude a aceptar lo que nos está diciendo por medio de Su Palabra.
Agradezcamos al Señor que Él entiende nuestras tentaciones y batallas.
Alabemos al Señor por sentarse en un trono de gracia, en donde quienes se postran, encuentran perdón, pureza y misericordia.
17 – JESÚS NUESTRO SUMO SACERDOTE
Leamos Hebreos 5:1-10
En el Antiguo Testamento el sumo sacerdote se seleccionaba de entre los hombres. Él era un hombre igual a aquellos a quienes servía. Se le seleccionaba con el propósito de representar al pueblo delante de Dios y para traer las ofrendas y sacrificios del pueblo de Dios.
Aquí hay algo importante que debemos percibir. Era importante que el sumo sacerdote fuera hombre. Él debía representar al pueblo ante Dios. Si era quien tenía que representar a los hombres y mujeres ante Dios, necesitaba identificarse con ellos. ¿Cómo puede alguien representar adecuadamente a su pueblo si no puede entender o identificarse con sus necesidades? Esta es la razón por la cual era importante que Jesús se hiciera hombre, pues no hubiera podido representarnos si no hubiese sido uno de nosotros. Jesús tomó forma de hombre, y dejó a un lado Su naturaleza divina para poder enfrentar las mismas cosas que nosotros. Él se identifica perfectamente con nosotros y nos puede representar delante del Padre.
El versículo 2 enfatiza este punto cuando le dice al lector que debido a que el sumo sacerdote del antiguo Testamento podía identificarse con nuestras debilidades, él era capaz de tratar con paciencia a quienes se descarriaban y eran débiles. Él lo podía hacer porque sufría por las mismas debilidades y tentaciones. En ocasiones el Señor permite que enfrentemos pruebas para que podamos estar mejor equipados para ministrar a otros que están pasando por lo mismo.
Los sacerdotes del Antiguo Testamento no eran perfectos. Tenían una función muy importante que desempeñar a la hora de representar al pueblo ante Dios, pero eran pecadores al igual que aquellos a quienes servía. Por esta razón, los sacerdotes del Antiguo Testamento tenían que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, así como por los del pueblo que representaban (versículo 3).
Es sorprendente pensar que Dios usa a pecadores para lograr Sus propósitos. Ninguno de nosotros puede alcanzar la norma que Dios ha puesto en Su Palabra. Sin embargo, ¡qué grandioso es saber que a pesar de nuestras imperfecciones Dios sigue dispuesto a obrar en nosotros y a usarnos a favor de Su reino! Esta misma paciencia necesitamos demostrarla a nuestros hermanos en la fe.
El hecho de que Dios use a pecadores para lograr Su propósito no significa que cualquiera puede tomar el rol de sumo sacerdote. De hecho, esto era un honor reservado tan solo para aquellos a quienes Dios llamara específicamente. ¿Quién de entre nosotros es suficiente para guiar al pueblo de Dios a la verdad de Sus caminos? Recuerdo un tiempo en mi ministerio cuando oraba: “Señor, tan solo vivir para ti y lidiar con mi propio pecado, es demasiado para mí, ¿cómo voy a ministrar a quienes has puesto bajo mi cuidado?” Recuerdo sentirme abrumado por la enorme tarea de guiar a toda una congregación a una victoria más profunda sobre el pecado y de andar más cerca de Dios. Es lógico que todos sintamos esa debilidad, pues no debemos tomar a la ligera ese rol de “sacerdote” del pueblo de Dios. Nadie está a la altura de la tarea.
Incluso, ni el Señor Jesús tomó por sí mismo la función de sumo sacerdote. Aunque es el Hijo de Dios, Él no asumió este rol por su propia cuenta (versículo 5). En los versículos 5 y 6 vemos que Jesús fue llamado por el Padre para ser sumo sacerdote. El autor nos muestra esto a partir de dos pasajes del Antiguo Testamento. El primer pasaje es el Salmo 2:7 que dice:
“Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy”
Resulta interesante que cuando Juan el Bautista bautizaba a Jesús se escuchó una voz del cielo decir: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:17). El salmista desde una perspectiva profética proclamó que el Mesías, el ungido, vendría en forma de hijo. Al hacerse carne y tomar forma humana Él se convirtió en el Hijo del Hombre, completamente capaz de identificarse con las necesidades del ser humano. Jesús cumplió esta palabra profética de David y se convirtió en un hijo por medio de Su nacimiento como hombre. Para el escritor de Hebreos esto probaba que Él era Aquel escogido por Dios para representarnos.
El segundo pasaje del Antiguo Testamento proviene del Salmo 110:4 que dice: “Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec”. Para poder entender este pasaje necesitamos conocer algo respecto a Melquisedec. En Génesis 14:18-20 leemos acerca de este rey-sacerdote. Cierto día, cuando Abraham regresaba de la batalla, se encontró con él y le entregó el diezmo de todo lo que tenía. Melquisedec era el rey de Salem (o Jerusalén). Esto fue antes que los hijos de Israel vivieran en esta ciudad. Hay varios aspectos acerca de Melquisedec que necesitamos analizar.
En primer lugar, el nombre Melquisedec significa “rey de justicia”. Esto parece ser un símbolo de lo que había de venir para la ciudad de Jerusalén. Antes de que los hijos de Israel vinieran a vivir a la ciudad de Jerusalén, había un rey en aquella ciudad que se llamaba “rey de justicia”. Esto era algo profético. El día llegaría en que el Señor Jesucristo sería el cumplimiento de esa profecía. Él llegaría a ser el verdadero Rey de Justicia.
En segundo lugar, Melquisedec funcionaba como sacerdote del altísimo en Salem (ver Génesis 14:18). Como sacerdote, él no era descendiente de Aarón y los sacerdotes de Israel. Él servía en otra orden—La orden de Melquisedec. Debido a que Melquisedec era sacerdote fue que Abraham le entregó el diezmo de todo lo que tenía. Lo que resulta interesante de Melquisedec es que representaba al Dios altísimo como un tipo diferente de sacerdote. Una vez más, esto era algo profético. El Señor Jesús sería sacerdote, no según el orden de Aarón de acuerdo con la ley de Moisés, sino según el orden de Melquisedec. Jesús vendría a liberar a Su pueblo de la ley. Él no sería un sacerdote como los sacerdotes de los días de Moisés.
El pasaje citado en el versículo 6 nos dice que el día vendría cuando sería establecido otro sacerdocio. Este sacerdocio no sería como el de Aarón en el Antiguo Testamento. Todos aquellos que sirvieron bajo el sacerdocio de Aarón eran pecadores que necesitaban ofrecer sacrificios por sus propios pecados. El sacerdocio de Melquisedec sería diferente. A diferencia de Aarón, este sacerdote sería un “rey de justicia”. Él gobernaría en justicia absoluta como un sacerdote sin pecado. A diferencia de Aarón, este sacerdocio sería eterno.
Jesús no fue llamado tan solo a ser nuestro Sumo Sacerdote, sino que también vivió una vida limpia de pecado cumpliendo de esta manera Su función a la perfección. Jesús caminó en perfecta sujeción a Su Padre. En la cruz, Él se convirtió en el sacrificio perfecto por nuestras iniquidades conquistando la muerte y el pecado (versículo 7). Esto era algo que los sacerdotes del Antiguo Testamento no podían hacer.
La victoria de Jesús no fue tan fácil. Jesús aprendió obediencia por medio del sufrimiento (versículo 8). Desde joven tuvo que crecer en entendimiento sobre Su padre celestial y Sus caminos. Él tuvo que madurar en su andar con Dios y enfrentar tentaciones por la que todos pasamos. Él aprendió a caminar en victoria sobre los sufrimientos y las pruebas.
Jesús fue llamado por el Padre a ser nuestro Sumo Sacerdote, pero también demostró que era digno de esa posición porque venció las pruebas y el sufrimiento que todos pasamos. Solo Él cumplía los requisitos para ser Sumo Sacerdote. A diferencia de los sacerdotes del Antiguo Testamento, Jesús vivió una vida perfecta. Su sacrificio sería perfecto.
Debido a que es el Sumo Sacerdote perfecto, Él puede ser la fuente de salvación a todo aquel que venga a Él (versículo 9). Él es el Sumo sacerdote de una nueva orden sacerdotal (el orden de Melquisedec, el rey de justicia separado de la ley). Hay un solo sacerdote en esta orden; hay una sola persona que puede llevar el nombre “Rey de Justicia”. El Señor Jesús, el sumo sacerdote perfecto y sin pecado es solamente el único digno de entrar a esta orden como el perfecto rey de justicia. Como sumo sacerdote y como Rey de Justicia, Él es ahora quien nos representa ante el Padre.
Para meditar:
¿Por qué era tan importante que el sumo sacerdote fuese un ser humano como nosotros?
¿Por qué Jesús necesitó convertirse en ser humano? ¿Qué aliento hallamos en esto?
¿Qué aprendemos en este pasaje en cuanto a la manera en que el Señor Jesús puede usar a pecadores como nosotros para expandir Su reino?
¿Cuál es el orden de Melquisedec? ¿En qué se diferencia del sacerdocio de Aarón?
¿Por qué Jesús vino como sacerdote según el orden de Melquisedec y no como un sacerdote del Antiguo Testamento del linaje de Aarón?
¿Cómo se aprende obediencia? ¿Dejamos alguna vez de aprender obediencia?
Para orar:
Demos gracias al Señor que estuvo dispuesto a convertirse en ser humano para identificarse de esta manera con nosotros y ser nuestro Sumo Sacerdote perfecto.
Pidamos al Señor que nos ayude a aprender a vivir en mayor obediencia.
Demos gracias al Señor que estamos bajo un nuevo sacerdocio separado de la ley. Agradezcamos que Jesús, como nuestro nuevo Sumo Sacerdote, es capaz de llevarnos a la presencia de Padre, limpios de nuestros pecados.
18 – ALIMENTO SÓLIDO
Leamos Hebreos 5:11-14
El escritor de Hebreos le ha estado hablando a los lectores acerca de Jesús como sumo sacerdote. Les decía que Jesús no era un sacerdote como Aarón o los sacerdotes del Antiguo Testamento. Él pertenecía a una orden diferente. Como sacerdote según el orden de Melquisedec, Jesús se hizo carne y se convirtió en el sacrificio por nuestros pecados cumpliendo así las palabras de los profetas. Él ofrecía una salvación aparte de la ley de Moisés y sus requisitos.
Estas verdades deben haber sido muy difíciles de entender para los judíos. ¿Cómo podía Dios terminar con el sacerdocio de Aarón? ¿Cómo podía Dios tener un Hijo? ¿Cómo podía Dios tomar forma humana? ¿Podía Dios morir? ¿Cómo podía la muerte traer Salvación? ¿Cómo podía haber salvación fuera de la ley de Moisés? El escritor de la epístola parecía saber cuán difíciles de entender eran estas verdades doctrinales para la mente judía. Él les dice que tenía muchas cosas que decirles pero que ellos eran lentos para aprender.
Obviamente, esta “lentitud en el aprendizaje” no era porque no podían aprender. En el versículo 12 se nos dice que a esta altura ya debían ser capaces de enseñar. Teniendo en cuenta esto podemos deducir que estos lectores eran completamente capaces de entender estas importantes verdades. Es muy posible que el problema fuese que se encontraban aferrados a sus formas antiguas de vida. Desde su niñez ellos habían sido instruidos en los caminos de la ley de Moisés. No era fácil para ellos poner a un lado toda aquella creencia con la que habían crecido.
En el versículo 12 el autor les dice a sus lectores que a esta altura de su andar con Dios ellos debían estar enseñando a otros acerca de estas importantes verdades sobre Cristo y Su sacerdocio. Sin embargo, el problema era que ellos no habían madurado en el Señor y el entendimiento de Su obra. Todavía eran como bebés en el entendimiento del ministerio del Señor, y necesitaban de la leche de las palabras de Dios (versículo 12).
Observemos cómo el escritor de Hebreos hace una distinción entre las verdades elementales y la enseñanza de la justicia. En el versículo 13 él compara las enseñanzas elementales con un bebé que se alimenta con leche. Él les dice que por ser bebés que se alimentan de leche espiritual, desconocían la palabra de justicia. La “palabra de justicia,” al igual que el alimento sólido, era para los maduros (versículos 14).
Es importante que entendamos lo que el escritor les está diciendo aquí a sus lectores. Los versículos que le continúan hablan acerca de Jesús como sumo sacerdote de un nuevo orden. Éstos se encuentran dentro del contexto de lo que comenta el autor acerca de la muerte sacrificial de Jesús en la cruz por el perdón de nuestros pecados. Él les había estado diciendo a sus lectores que Jesús fue mayor que Moisés y que trajo un mejor camino. Estas eran las verdades que les costaban entender a los lectores judíos de aquel tiempo.
Los judíos habían crecido dentro de las tradiciones de la ley. Para ellos no había salvación fuera de la ley de Moisés. Para ellos la justicia tenía que ver con cuán bien obedecían la ley de Moisés y seguían las tradiciones que habían recibido de sus padres espirituales. El autor de la carta les estaba proponiendo una nueva enseñanza acerca de la justicia. La justicia de la que él hablaba era una que provenía fuera de la observancia de la ley de Moisés. Él hablaba de un nuevo sumo sacerdote que proporcionaba un mejor camino que el de Moisés, y ofrecía una salvación completa fuera de la ley de Moisés.
Más que nada, el escritor de la epístola quería que sus lectores entendieran la obra de Cristo a favor de ellos. Él quería enseñarles que el Señor podía darles una salvación que Moisés no pudo dar; que Su obra era suficiente para la salvación de ellos y para estar bien con Dios. Por medio de la obra de Cristo había perdón de pecados y reposo de sus labores bajo la ley.
Hemos visto que la persona madura es quien entiende la palabra de justicia, es decir, la enseñanza acerca de la obra de Cristo para que tengamos paz con el Padre y el perdón de nuestros pecados. Sin embargo, observemos que según el versículo 14 la persona madura también se ha entrenado, por el constante uso de esta enseñanza, en distinguir lo bueno de lo malo (versículo 14).
En los días en que esta epístola fue escrita había muchas falsas enseñanzas circulando entre los creyentes. Había quienes querían traer de vuelta a los cristianos a la fe judía. Creían que todos los cristianos tenían que circuncidarse y seguir la ley de Moisés si querían ser salvos y estar bien delante de Dios. La persona madura podía discernir que esta enseñanza no estaba acorde con las enseñanzas acerca de la justicia de Cristo, la cual se nos dio aparte de la ley de Moisés.
Lo que era cierto en cuanto a esta verdad, también era cierto en cuanto a la práctica. Debido a que la persona madura entiende la palabra de justicia por medio de la obra de Cristo, ella pone toda su fe y confianza en lo que Cristo ha hecho. Esa persona no busca ganarse la salvación del Señor por medio de sus buenas obras, sino que depende completamente de lo que el Señor ha hecho en la cruz del Calvario.
Por otra parte, observemos que la persona madura ha “ejercitado su facultad de percepción espiritual” (NVI) para distinguir entre lo bueno y lo malo. Aunque nuestra justicia no está basada en lo que hacemos, todos los que experimentan al Señor y Su justicia como un don en sus vidas, se ejercitarán para andar en Sus caminos. Ellos hacen esto no para ganarse Su favor (que ya lo tienen), sino para deleitarse en Él y Sus propósitos. Es el deseo de todos aquellos que han venido a Cristo crecer en su relación con Él. Ellos quieren servirle y ser miembros productivos de Su cuerpo. Ellos actúan así porque sus corazones han sido cambiados, y a causa de su profunda devoción al Cristo que los salvó.
Ejercitarnos en la justicia no será fácil. Hemos recibido el regalo de la justicia (perdón y paz con Dios), pero nos toca a cada uno vivir de tal manera que sea coherente con nuestra nueva relación y nuestro estado delante de Dios. Esto significa que en ocasiones habrá sufrimiento, que tendremos que negar nuestra naturaleza carnal y pecaminosa, y que tendremos que pasar tiempo en la Palabra de Dios y en oración. La ejercitación implica esfuerzo, implica obstáculos y disciplina. Lo que ha sido un regalo de parte de Cristo, ahora necesita de nuestro cuidado y sostén. El llamado de Dios en nuestras vidas como creyentes es caminar en la justicia que nos ha dado.
Así como nos ejercitamos físicamente para mantener nuestros cuerpos en forma, también debemos aprender a caminar en esta nueva vida de justicia. Necesitamos madurar y crecer en nuestra fe y confianza en lo que Jesús ha hecho. Necesitamos disciplinarnos para andar en obediencia y fidelidad. El desafío que nos deja el escritor de Hebreos es que avancemos más allá de nuestra experiencia de salvación hacia una madurez en Cristo. Debemos aprender a alimentarnos del alimento sólido de la vida justa.
Para meditar:
Los lectores de la epístola a los Hebreos eran lentos para aprender la palabra de justicia. ¿Qué impide que aprendamos lo que el Espíritu quiere enseñarnos?
¿Cuánto hemos crecido como creyentes? Demos algunos ejemplos de cómo hemos crecido en este último año.
¿Cómo definiríamos a un creyente maduro? ¿Es posible tener una doctrina correcta y aun así no ser un creyente maduro?
¿Cuál es la diferencia entre la leche de la Palabra y el alimento sólido de justicia?
¿Qué aprendemos acerca de la importancia de crecer en justicia? ¿Qué implica crecer en justicia?
Para orar:
Pidámosle al Señor que abra nuestros corazones para aprender de Él. Oremos para que quite cualquier obstáculo que impida que aprendamos de Él y Sus propósitos para nuestras vidas.
Demos gracias al Señor por llamarnos a deleitarnos en Él y a crecer en nuestro andar con Él.
Oremos al Señor para que nos dé un mayor deseo de crecer en nuestra relación con Él. Pidámosle que nos muestre qué necesita suceder para ejercitarnos en justicia.
19 – LOS RUDIMENTOS DE LA DOCTRINA
Leamos Hebreos 6:1-3
En el capítulo anterior el autor de Hebreos habló acerca del hecho de que aquellos cristianos hebreos todavía eran bebés en el Señor. Ellos no habían madurado en su fe y todavía se alimentaban de la leche de la Palabra. Todavía no estaban listos para manejar las enseñanzas sólidas acerca de la justicia.
En estos tres primeros versículos del capítulo 6 captamos mejor la diferencia entre la leche de la palabra (los rudimentos) y el alimento sólido o la palabra de justicia. (Hebreos 5:12-13).
Observemos en el versículo 1 que el autor desafía a sus lectores a abandonar los rudimentos (enseñanzas elementales) acerca de Cristo y avanzar hacia la madurez. Esta declaración puede sonar un poco extraña al principio, pero examinémosla más detenidamente.
Dejar no significa olvidar. Un joven puede dejar su casa, pero las enseñanzas y lo que aprendió allí, en su hogar, no será olvidado. Cuando terminé mi entrenamiento en el seminario, salí de esa escuela, pero las enseñanzas que recibí impactarían en mí para siempre. Es importante que mantengamos este principio en mente a medida que tratemos de entender lo que el escritor de hebreos nos está diciendo. Cuando se nos dice que dejemos los rudimentos de Cristo no debemos pensar que esto signifique que tenemos que olvidar o negar estas enseñanzas. La idea que aquí se expresa es que avancemos desde el fundamento que nos dan estas enseñanzas hacia una mayor madurez.
Imaginemos por un momento que un constructor decide edificar una casa. Él cava un hoyo y vierte en él cemento para tener un fundamento sólido, pero luego se va para nunca terminar su obra. ¿No sería esto algo necio? ¿Por qué pondrían un cimiento sólido para luego no construir nada sobre él? El cimiento es tan solo el principio. La enseñanza que hemos recibido de Cristo es el fundamento. Nunca debemos olvidar esas enseñanzas. Es sobre esta verdad sólida de Cristo, quien Él es y lo que ha hecho, que debemos edificar nuestras vidas. Sin embargo, no debemos quedarnos ahí. Debemos avanzar desde ese fundamento hacia la madurez. Podemos tener todo tipo de conocimiento acerca de Cristo y aun así no ser maduros. Podemos conocer la Biblia de tapa a tapa y no ser maduros. La madurez no consiste en cuánto conocimiento tengamos, el conocimiento es el fundamento sobre el cual edificamos y es muy importante, pero no nos garantiza la madurez.
¿Cuál es este rudimento del cual habla el autor? Parece estar hablando acerca de diferentes doctrinas fundamentales de la iglesia. En el versículo 1 se nos dan algunos ejemplos.
El escritor a los Hebreos incluye en estas enseñanzas básicas instrucciones acerca de la persona de Cristo. En otras palabras, acerca de quién es Él y lo que vino a hacer. Esta es una doctrina vital, pero es solo el fundamento. Necesitamos construir sobre ese fundamento de verdad y avanzar hacia la madurez. Podemos conocer quién es Jesús y lo que ha hecho, pero no ser maduros. Hay muchos cristianos que tienen mucha información correcta acerca del Señor Jesús, pero no han crecido en su fe.
El versículo 1 también habla acerca de echar otra vez el “fundamento del arrepentimiento de obras muertas”. La doctrina del arrepentimiento es también una doctrina muy vital. Todos estábamos en la senda que llevaban a la muerte; nuestro pecado nos separaba del Dios santo. Solamente por medio del arrepentimiento de nuestras obras pecaminosas y por la confianza puesta en la obra del Señor Jesucristo es que pudimos conocer el perdón y convertirnos en hijos de Dios. Sin este arrepentimiento no hay salvación. Una vez más, esta es una enseñanza fundamental de la iglesia, pero básica. Podemos arrepentirnos de nuestros pecados y aun así ser bebés en la fe.
Otra enseñanza fundamental que aparece en el versículo 1 es acerca de la fe en Dios. Esto está conectado al arrepentimiento. Cuando nos arrepentimos necesitamos apartarnos de nuestros pecados y volvernos a Dios en fe. No podemos verle con nuestros ojos, pero debemos creer. A veces lo único que tenemos es Su Palabra. Debemos creerle y confiar en lo que está diciendo, y para esto necesitamos fe. Por muy importante que sea esta enseñanza de la fe en Dios, es una enseñanza fundamental. Tener fe en Dios para salvación es tan solo el comienzo. Debemos construir sobre ese fundamento de fe si queremos madurar.
Otra enseñanza básica que se encuentra en el versículo 2 es la concerniente al bautismo. El bautismo es un mandamiento de Jesús. Él nos llama a demostrar nuestra fe por medio del bautismo. Sin embargo, sabemos que una persona puede bautizarse y seguir siendo un creyente inmaduro. El bautismo no es un fin en sí mismo. Una vez más, esta enseñanza sobre el bautismo es fundacional, pero debemos construir sobre ese fundamento si queremos llegar a ser todo lo que Dios quiere que seamos.
La imposición de las manos es otra de las enseñanzas básicas que menciona el versículo 2. ¿Qué significa esta imposición de manos? Para entender esto debemos acudir a 1 Timoteo 4:14. Aquí Pablo le dice a Timoteo:
No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio.
En las Escrituras la imposición de las manos estaba a menudo acompañada de varias manifestaciones del Espíritu. A veces se otorgaban o confirmaban dones espirituales cuando los ancianos imponían sus manos sobre los creyentes, y a veces las personas eran sanadas de los males que las aquejaban. Cuando hablamos de la imposición de manos hablamos de empoderamiento o capacitación. Una vez más es importante que entendamos nuestra necesidad de estar empoderados para el ministerio. No debemos atrevernos a tratar de ministrar en nuestra propia fuerza. Dios nos está llamando a ministrar en el poder del Espíritu Santo. Sin embargo, necesitamos entender que podemos tener todos los dones espirituales que pudiéramos necesitar y aun así no ser completamente maduros en Cristo. Incluso, hombres y mujeres con muchos dones de parte de Dios, caen en tentación y pecan. Ellos han sido usados por Dios de manera poderosa pero no han alcanzado un nivel de madurez que les ayude a alcanzar la victoria sobre el pecado. Los dones y el empoderamiento son vitales para el ministerio. Sin embargo, no podemos dar por sentado que debido a que Dios nos ha dado dones y nos ha empoderado en un área específica ya somos maduros. No debemos confundir el poder con la madurez. Esta enseñanza acerca de la imposición de las manos y el empoderamiento del Espíritu Santo es tan solo el comienzo. Esto también cae dentro de la categoría de enseñanza básica. Debemos construir sobre esa enseñanza como fundamento.
La próxima enseñanza básica que aparece en la lista es la doctrina sobre la resurrección de los muertos y el juicio eterno. Es muy importante que entendamos que el día viene cuando el Señor Jesucristo volverá. Él resucitará a los muertos y les pedirá cuenta por sus acciones. Quienes confíen en el Señor Jesús serán salvos y vivirán eternamente. Quienes lo hayan rechazado permanecerán separados para siempre de Él. La realidad de esta verdad debe guiarnos en nuestro caminar con Dios. Debemos vivir cada día con la certeza que el Señor viene para juzgar. Habrá una resurrección de los muertos y un juicio. Esta verdad es vital si queremos movernos hacia la madurez en nuestro servicio a Dios, pero conocer acerca de la resurrección y el juicio no significa que seamos maduros.
Es importante que entendamos lo que el escritor a los Hebreos nos está diciendo. ¿Cuán a menudo la iglesia de nuestro tiempo ha enfatizado en la doctrina como la parte más esencial de nuestro andar espiritual? La selección de los pastores se hace basada en las declaraciones doctrinales de éstos. Queremos saber lo que la gente cree y juzgarles de acuerdo a ello. Lo que creemos es muy importante pero no garantiza la madurez.
De manera alguna el autor le está restando importancia a un fundamento doctrinal sólido. Si queremos leer, primero tenemos que aprendernos el alfabeto. Una casa debe construirse sobre un fuerte cimiento. Tener la doctrina correcta es muy importante porque no queremos construir sobre un cimiento movedizo. Conocer la verdad es crucial si queremos movernos hacia la madurez. Sin embargo, conocer la verdad no significa que haya madurez. Me he sentido avergonzado ante hombres y mujeres a causa de su madurez en Cristo. Estas personas no han tenido el entrenamiento que yo tengo; no han tenido un fundamento doctrinal muy sólido, pero me han superado en su relación con Dios y su experiencia con Él.
Como ya dije, si queremos aprender a leer necesitamos comenzar aprendiéndonos el alfabeto. Cuando leemos este libro ya no necesitamos pensar en el alfabeto. Éste se ha hecho tan nuestro que ya no necesitamos pensar en él. Todos los que hemos aprendido a conducir un auto recordaremos los primeros meses de aprendizaje. Nos parecía que teníamos que pensar en muchas cosas. Necesitábamos saber con cuánta presión teníamos que pisar el acelerador, cuánto girar el volante y cuándo hacer los cambios de velocidad. Sin embargo, con el tiempo todo esto se hizo tan natural que ya no teníamos que pensar en eso. Dejamos de pensar en todos los detalles que hay que tener en cuenta a la hora de manejar y nos lanzamos a hacerlo. Y esto es lo que el autor de Hebreos les está diciendo a sus lectores. Ellos tenían que dejar las enseñanzas básicas, así como el que lee ya no tiene que pensar en el alfabeto. Aquellas enseñanzas debían ser tan naturales para ellos que de manera inconsciente se convertirían en parte de cada decisión y pensamiento. Debían serles tan naturales como lo era respirar.
Dios está buscando un pueblo con un fundamento sólido de la verdad. Está buscando un pueblo que entonces edifique sobre ese fundamento. Ahora que conocemos la verdad, Dios está esperando que hagamos algo al respecto. Él no está buscando solamente un pueblo con buena doctrina, Él busca un pueblo que pueda edificar sobre esa doctrina. Cuando nos enfocamos solamente en los rudimentos, nos perdemos el propósito de Dios. Dios nos da la verdad, no para que la pongamos sobre un pedestal y la adoremos, sino para que la podamos usar como fundamento hacia la madurez en nuestra relación con Él y en su servicio. Esto, dice el escritor de la carta, “si Dios en verdad lo permite” (ver el versículo 3).
Para meditar:
¿Por qué el cimiento es importante?
¿Tener un buen fundamento de la verdad significa que somos maduros? ¿Cuán fácil es caer en la trampa de pensar que conocer doctrina es sinónimo de madurez?
¿Cuál ha sido el enfoque de nuestro andar espiritual? ¿Hemos estado enfocándonos en el fundamento o hemos edificado sobre él? Demos algunos ejemplos de cómo hemos crecido recientemente.
Para orar:
Pidámosle al Señor que nos ayude a construir sobre el cimiento de la verdad que ha establecido en Su Palabra.
Pidámosle al Señor que nos muestre cuáles son nuestras prioridades a la luz de lo que hemos aprendido en esta sección de Hebreos.
Oremos para que el Señor nos revele cualquier área de nuestra vida en la que Él quiere que maduremos. Abramos a Él nuestro corazón y pidámosle que nos lleve a la madurez en ese aspecto de nuestras vidas.
20 – LOS QUE RECAYERON
Leamos Hebreos 6:4-8
Por muchos años este pasaje ha sido fuente de mucho debate. Los eruditos bíblicos difieren en la interpretación de estos importantes versículos. El escritor les está diciendo a sus lectores que había personas que habían recaído y que nunca pudieron ser llevadas al arrepentimiento. En lo personal creo que estos versículos tienen que ver con lo que hemos estado examinando en el pasaje anterior. En la última meditación analizábamos a quienes tenían un gran conocimiento de la doctrina cristiana pero que nunca habían llegado realmente a tener una fe verdaderamente madura en Cristo. Nuestras iglesias están llenas de ese tipo de personas. Según las apariencias ellos son iguales a los verdaderos creyentes, pero sus corazones nunca han sido transformados. Veamos lo que el autor de Hebreos nos dice respecto a tales personas.
Una Vez Fueron Iluminados
En el versículo 4 vemos que hubo un tiempo en que estas personas fueron iluminadas. Ser iluminado no es lo mismo que ser salvo o haber nacido de nuevo. Ser iluminado es haber sido llevado a un lugar de entendimiento. Estas personas habían escuchado la verdad del evangelio y habían llegado a entenderlo. Puede que ellos hasta hayan podido compartir el mensaje del evangelio con otros, pero que nunca hayan experimentado en sí mismos su poder de perdón y renovación.
Gustaron del Don Celestial
Lo segundo que descubrimos de estas personas es que habían gustado del don celestial. Observemos que éstas habían simplemente probado este don celestial. La palabra en griego que se usa aquí significa “probar” o “hacer una prueba”. Habiendo sido iluminados, estos individuos decidieron hacer una prueba con lo que Jesús decía. Quizás por un tiempo experimentaron la presencia del Señor, Su paz y Su gozo. Algunos hasta llegaron a ver un cambio en sus vidas. Sin embargo, al igual que la semilla en la parábola del sembrador en Mateo 13, ellos no perseveraron cuando las pruebas y la oposición les aparecieron en el camino. Estas personas habían tenido ciertas experiencias con el Señor. Él los había tocado de maneras específicas. Dios le puede dar gozo o paz al corazón del no creyente; Él puede brindar sanidad física o emocional a quienes no son Sus hijos; puede hablarles en sueños o en una visión; e incluso, puede usarlos y equiparlos para lograr un propósito específico para Su reino. Hay muchos que han sido tocados por Dios de manera especial y nunca han sido verdaderamente Sus Hijos. Estos individuos son solamente probadores curiosos, que se deleitan en los beneficios de la religión, pero que nunca se entregaron completamente al Señor Jesús ni experimentaron el nuevo nacimiento.
Fueron Hechos Partícipes del Espíritu Santo
Observemos también que estas personas fueron partícipes del Espíritu Santo. Necesitamos entender que el Señor no solamente usa aquellos que le pertenecen. Dios usó a Faraón en el Antiguo Testamento para demostrar Su poder al pueblo de Israel. Él usó un gran pez para salvar a Jonás. Es bastante posible que alguien pueda ser usado por Dios y aun así perecer en Su pecado. Aquí vemos que estas personas fueron partícipes del ministerio del Espíritu Santo. Puede que ellos hayan sido usados por el Espíritu Santo para llevar a cabo alguna tarea a favor del reino. En 1ro de Samuel leemos cómo Saúl y sus soldados habían preparado un plan malvado para matar a David, el ungido del Señor. Cuando los hombres de Saúl llegaron a la aldea donde David se estaba quedando, el Espíritu de Dios vino sobre ellos y comenzaron a profetizar (1 S. 19:20). Aquí vemos un grupo de hombres con intenciones malvadas que experimentaron la obra del Espíritu Santo en sus vidas. Jesús sanó a muchos por medio del poder del Espíritu Santo cuando se encontraba en esta tierra. Muchos fueron tocados de esta manera por el Espíritu Santo, sin embargo, nunca les entregaron sus vidas al Señor. Después que recibieron la bendición se marcharon. Es muy posible experimentar el ministerio del Espíritu Santo en nuestras vidas y aun así no pertenecer realmente al Señor Jesús. La historia del Antiguo Testamento muestra cómo Dios se movió poderosamente en las vidas del pueblo de Israel por medio de Su Espíritu, pero aun así ellos lo rechazaron.
Gustaron de la Buena Palabra de Dios y los Poderes del Siglo Venidero
Las personas de las cuales el escritor de Hebreos habla aquí también probaron las bondades de la Palabra de Dios y los poderes de Su reino. Puede que ellos hayan valorado las enseñanzas de la Palabra de Dios y se hayan deleitado mucho en ella; además de eso puede que hasta hayan probado los poderes del mundo venidero. Ellos han visto el poder de Dios sobre el enemigo, y han visto que esta verdad puede liberar a las personas de las garras del pecado y del mal. También vieron demostraciones claras del poder del reino de Dios sobre el mal. Puede que hasta ellos por un tiempo hubiesen sido cambiados por el poder de la Palabra, pero a pesar de esto, le dieron la espalda a lo que habían visto y oído.
Todo esto nos da una clara impresión de que la acción de estas personas es muy deliberada. En otras palabras, ellos entienden lo que están haciendo al darle la espalda al Señor y Su oferta de salvación. Ellos escucharon el evangelio y lo entendieron en sus mentes, pero rechazaron su llamado. Ellos vieron evidencias del poder del evangelio en las vidas de quienes le rodeaban y hasta lo saborearon en sus propias vidas, pero aun así se resistieron a él. Estos individuos han tenido toda oportunidad para aceptar y entender el evangelio, pero se apartaron de él.
Debido a que se resistieron al Señor y a Su llamado de arrepentimiento, abandonaron toda esperanza de ser restaurados a una correcta relación con Él. El escritor de esta carta dice que estas personas han recaído. La palabra que se usa para expresar esto significa desviarse o apartarse. En otras palabras, a pesar de todo el conocimiento y la experiencia que tuvieron con el Señor, tomaron la decisión de apartarse y tomar su propio camino.
Observemos que el versículo 6 nos dice que estas personas han crucificado de nuevo al Hijo de Dios y lo han expuesto a la vergüenza pública. Cuando el Señor Jesús vino a esta tierra, fue rechazado por los hombres y mujeres que había creado. Ellos le dieron la espalda. Él sanó a muchos de los que le rechazaron. Otros fueron tocados poderosamente por Sus enseñanzas y sabían que Él hablaba con la autoridad de Dios. A pesar de lo que ellos sabían de Él, escogieron crucificarle y levantarle sobre esa cruz para que todos lo vieran. Jesús fue humillado públicamente. Eso mismo es lo que estos otros individuos están haciendo al rechazar al Señor y Su oferta de salvación. Ellos son igual que aquellos que experimentaron Su obra en sus vidas y aun así pidieron a gritos su crucifixión.
Existe la diferencia entre no aceptar al Señor por ignorancia y rechazarlo deliberadamente a pesar de nuestro conocimiento y experiencia con Él. El apóstol Pablo le hizo mucho daño a la iglesia antes de llegar a conocer al Señor, pero fue perdonado porque actuó en ignorancia e incredulidad. En 1 Timoteo 1:13 leemos:
…habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad.
Este no era el caso de las personas de las cuales se habla en este pasaje. Estas personas habían llegado a entender la verdad. Algunas, incluso, habían llegado a tener experiencias emocionantes con la Palabra de Dios y el Espíritu. Ellos no tenían excusa, pues no estaban actuando por ignorancia e incredulidad; estaban actuando por pura rebelión. Ellos conocían la verdad, pero se apartaron de ella.
Todos hemos caído en pecado y nos hemos desviado de la senda. Pedro, sabiendo quién era Jesús, le negó tres veces; aun así, fue perdonado. ¿Cuántas veces hemos sabido que algo está mal y aun así hemos cometido ese pecado? El Señor Jesús está siempre dispuesto a perdonar a todo aquel que venga a Él. Pedro rápidamente se dio cuenta de lo que había hecho y lloró por su pecado. Luego el Señor lo perdonaría. El escritor de Hebreos no está hablando aquí de quienes pecan a causa de su debilidad.
Para que comprendamos mejor lo que está diciendo, el escritor de la epístola les dice a sus lectores que existen dos tipos de tierra. Está la tierra que bebe el agua y produce buena cosecha. También está la tierra que produce espinos y abrojos. Este segundo tipo de tierra es inútil, y corre el peligro de ser maldecida y quemada. La lluvia cae en ambos tipos de tierra, pero una produce buenas cosechas y la otra, malas hierbas. Una de estas tierras será labrada y bendecida por Dios, mientras que la otra será quemada.
El verdadero creyente es como la tierra que produce buena cosecha. La obra del Espíritu de Dios en él produce buenos frutos para el beneficio de Su reino. Sin embargo, el incrédulo se resiste a esta obra de Dios y produce solamente malas hierbas y espinas que no sirven para Dios y Su reino. La verdadera fe se evidencia en los frutos. Hay muchos que tienen experiencias con Dios, pero sus frutos demuestran que nunca han tenido una verdadera fe en Él.
Para meditar:
¿Hemos conocido alguna vez a algún incrédulo que sepa explicar el mensaje del evangelio pero que nunca haya experimentado el poder de ese mensaje en su vida? ¿Cuál es la diferencia entre entender y aceptar?
¿Cuál es la diferencia entre “gustar” y experimentar en plenitud?
¿Puede el Señor usar a un incrédulo para lograr sus propósitos? Explique.
¿Puede el Señor darle victoria al incrédulo sobre sus pecados? ¿Significa esto que sea hijo de Dios?
¿Cuál es la diferencia entre caer en pecado, y el pecado de rechazar a Dios?
¿Cuál es el papel del Espíritu Santo en nuestros corazones y en nuestras vidas? ¿Por qué es importante que nos rindamos a Él y a Su obra?
¿Qué evidencias nos da este capítulo acerca de la verdadera fe?
Para orar:
Agradezcamos al Señor por suavizar nuestros corazones al mensaje del evangelio.
Pidámosle al Señor que nos dé seguridad de nuestra salvación. Oremos para que nos muestre si somos de ese tipo de personas de la que se habla en esta sección, quienes conocen la verdad pero que no son hijos de Dios.
¿Tenemos algún amigo o ser querido que conoce la verdad, pero le está dando la espalda? Tomemos un momento para orar para que el Señor tome parte en esto antes que sea demasiado tarde.
21 – UNA ESPERANZA FIRME Y SEGURA
Leamos Hebreos 6:9-20
En nuestra última reflexión analizamos lo que el escritor de Hebreos tenía que decir acerca de quienes han tenido una experiencia con Dios, pero le han dado la espalda y se han perdido para siempre. Es muy fácil preguntarnos si podemos caer dentro de esa categoría ¿Podemos estar seguros de que nuestra fe es real y de que no somos como esas personas de las que se habla al principio del capítulo 6? El autor de la carta les confirma a sus lectores que ellos tenían una gran esperanza en Cristo.
En el versículo 9 el escritor les dice a sus lectores que él estaba seguro de que ellos no eran como aquellos que describía en los versículos anteriores. Él estaba convencido de mejores cosas respecto a ellos. Él estaba completamente convencido que las personas a las que les escribía eran verdaderos creyentes que recibirían todas las bendiciones de su salvación. Al decir esto él está mostrando que en verdad podemos estar seguros de nuestra salvación.
En el versículo 10 él les habla a sus lectores acerca de la justicia de Dios. Dios iba a ser justo con ellos. Él había visto sus obras y el amor que había en sus corazones. Observemos cómo el amor a Dios se evidencia en la manera en que ellos habían ayudado y se habían preocupado por Su pueblo. Debemos entender que estas personas no iban a ser salvas por causa de aquellas obras. Sin embargo, aquellas obras eran el resultado y la evidencia de una verdadera salvación la cual ya ellos habían experimentado. Dios veía sus esfuerzos de amor por Su reino y los recompensaría. La evidencia de su salvación estaba en el servicio y el amor al Señor que habían mostrado.
Después de hacerles saber de la confianza que él tenía en cuanto a la salvación de ellos, el escritor los desafía a continuar mostrando diligencia en su servicio al Señor para plena certeza de su esperanza. Él establece una conexión entre el estilo de vida y la esperanza en Cristo. Una vez más repetimos que debemos tener cuidado de no llegar a pensar que somos salvos por nuestras buenas obras. Aunque no somos salvos por obras, éstas pueden ser una indicación de nuestra relación con Dios. En otras palabras, si pertenezco al Señor Jesús mi vida va a cambiar. Ya no seré más esa persona que solía ser. Cuando en mí se evidencia un corazón servicial puedo tener una seguridad más firme en cuanto a mi relación con Él. El cambio en nuestras vidas y el deseo en nuestros corazones de servir y honrar al Señor pueden ser una poderosa indicación de la realidad de nuestra salvación. Imaginemos que examináramos nuestras vidas y no veamos el deseo de servirle y honrarle. ¿Qué seguridad pudiéramos tener de que la salvación que profesamos es real?
En el versículo 11 vemos otra evidencia de la verdadera salvación. El autor exhorta a sus lectores a que perseveren en su servicio y amor por los santos. Él les dice: “Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin”. En los versículos del 4 al 8 vimos que hay quienes caminan con el Señor por un tiempo y se apartan. Como la semilla plantada entre espinos, estas personas pronto se desvanecen y no producen un fruto duradero. Sin embargo, quienes pertenecen al Señor perseverarán hasta el final. Ellos pueden resbalar en el camino y caerse, pero se levantarán de nuevo y seguirán adelante. No son tan solo las obras de servicio las que demuestran nuestra relación con Dios, sino también nuestra perseverancia en esas obras hasta el final. En el versículo 12 se desafía al lector a no ser perezoso en su andar con Dios sino a imitar a quienes heredan las promesas por fe. La verdadera fe se demostrará por medio de la perseverancia y el servicio fiel hasta el final.
Más allá de estas evidencias internas de la realidad de nuestra salvación, existe una garantía aún más poderosa. El escritor nos apunta a Dios y Su promesa como nuestra esperanza más firme de salvación. Para ilustrar lo que quiere decir, el escritor de la carta a los Hebreos remonta a sus lectores al Antiguo Testamento. Él les recuerda la promesa de Dios a Abraham de hacer de él una gran nación. Cuando Dios le juró a Abraham, hizo ese juramento por sí mismo porque no había otro mayor. Él le prometió que lo bendeciría y le daría muchos descendientes (ver versículo 14). Esto no sucedió inmediatamente y Abraham tuvo sus dudas (Gn. 17:17). Sara, su esposa, se rio de la promesa (Gn. 18:12). Ella incluso le entregó a Abraham a Agar, su sierva, con la esperanza de que la promesa se cumpliera por medio de ella (Gn. 16:2). Dios tenía Su propio plan. Dios fue fiel a la promesa y le dio a Sara el hijo que había prometido. Sin embargo, Abraham tuvo que ser paciente y esperar el tiempo del Señor (versículo 15). Él era un anciano cuando esa promesa se cumplió, pero Dios fue fiel a ella.
El escritor de la carta les dice a sus lectores que cuando Dios le hizo ese juramento a Abraham, juró por sí mismo. Al hacer este juramento en Su nombre le puso fin a toda duda en cuanto a su cumplimiento (versículo 16). Dios no podía romper Su palabra. Desde el punto de vista humano Abraham y Sara no podían entender cómo Dios cumpliría esa promesa. Solamente con la fe puesta en Dios y esperando pacientemente en Él sería que ellos verían su cumplimiento. Por medio de la promesa que le hizo a Abraham Dios quería mostrarle a todo el mundo quién Él era. Al jurar por sí mismo, Dios estaba poniendo en juego Su reputación ante todo el mundo (versículo 17).
Además, en el versículo 18 se nos dice que Dios nos da dos cosas inmutables para animarnos y darnos seguridad en cuanto a nuestra esperanza en Él. El contexto indicaría que estas dos “cosas inmutables” son Su naturaleza y Su Palabra. Dios le juró a Abraham que Él sería fiel a Su promesa de darle un hijo. Abraham le creyó a Dios porque sabía quién era Dios, que no puede mentir y que nada le puede impedir de cumplir Su promesa. Tenemos Su carácter y Su Palabra como dos evidencias sólidas de que Él será fiel a Sus promesas.
El escritor de la carta compara nuestra esperanza con un ancla del alma (versículo 19). Cuando un barco está firmemente anclado, nada lo puede mover. Aunque las olas y las tormentas arremetan contra él, el barco permanecerá en su lugar. Esto es los que tenemos en nuestro Señor Jesucristo. Tenemos una esperanza que es segura y firme. Observemos en el versículo 19 que esta esperanza penetra hasta dentro del velo. Esto es una referencia al templo. El lugar santísimo era el lugar detrás del velo en donde se encontraba el arca del pacto. La presencia de Dios estaba allí sobre el arca del pacto. Cuando el autor de la epístola les dice a sus lectores que su ancla de esperanza entraba al santuario interior, les estaba diciendo que estaba anclada en Dios mismo. Por lo tanto, no podía haber mayor seguridad. El ancla no podrá soltarse porque está afirmada en su lugar por Dios.
El autor les brinda esperanza a quienes estaban preocupados de que pudieran estar entre aquellos que recaen. Él les dice que había visto evidencia en ellos de una verdadera salvación. El cambio en su corazón y el deseo de ellos de perseverar en el servicio fiel, era una evidencia de que pertenecían al Señor. Sin embargo, más importante aún, su fe estaba firmemente anclada a la promesa de Dios de que nunca los soltaría. No había un lugar más firme y seguro en el cual anclar su esperanza.
Para meditar:
¿Cómo podemos saber que la fe que profesamos es real? ¿Qué evidencia hay de la fe que profesamos?
¿Qué diferencia hay entre obrar para ganarnos la salvación y obrar como resultado de nuestra salvación?
¿Qué función desempeñan la fe y la perseverancia en nuestra vida cristiana?
¿En qué se encuentra anclada nuestra fe? ¿Qué confianza nos da eso?
Para orar:
Demos gracias al Señor por la seguridad de que le pertenecemos.
Demos gracias al Señor por la seguridad que tenemos en Su carácter y Su Palabra. Démosle gracias porque nada puede cambiar Sus promesas.
Tomemos un momento para alabar al Señor por la manera en que nos ha anclado en Él para que nada nos pueda arrancar de Él.
Oremos al Señor para que nos dé una mayor fe y paciencia a medida que enfrentamos los obstáculos en nuestro camino.
22 – EL SACERDOCIO DE MELQUISEDEC
Leamos Hebreos 7:1-28
Al principio del libro de Hebreos vimos que el Señor Jesucristo era sacerdote según el orden de Melquisedec. Conocimos a Melquisedec en Génesis 14:18-20. Este sacerdote se encontró con Abraham y lo bendijo cuando este último regresaba de la batalla, y Abraham le dio el diezmo del botín que había obtenido. En el versículo 1 se le describe como el rey de Salem y sacerdote del Dios altísimo. Analicemos por un momento a este personaje, Melquisedec.
Melquisedec era rey de Salem. Salem es la ciudad de Jerusalén. Durante ese tiempo Jerusalén no pertenecía a los judíos. Sin embargo, la tierra se preparaba para el pueblo de Dios. Incluso antes que los judíos tomaran la ciudad, Dios tenía allí un rey cuyo nombre era Melquisedec, rey de justicia. Él fungía como sacerdote y rey en la ciudad de Salem.
Melquisedec también era sacerdote del Dios altísimo. Aunque él no parece haber sido israelita, sí parece haber conocido, honrado y servido al Dios altísimo de Israel. Sin embargo, su sacerdocio no era según el sacerdocio de Leví, tal y como lo describe la ley del Antiguo Testamento. Más adelante hablaremos de esto.
Observemos en el versículo 2 que la palabra “Salem” significa ‘paz’. Por lo tanto, a Melquisedec se le describe como el rey de paz.
En el versículo 3 se nos dice que Melquisedec no tenía padre ni madre. Esto necesita explicación. Cuando Melquisedec se menciona en el libro de Génesis se hace sin referencia alguna a sus padres. Esto es algo muy particular porque a la mayoría de las personas se les identificaba por sus padres.
Melquisedec sería un símbolo profético del Cristo que había de venir. Su vida tenía sentido profético. Su nombre hablaba de un “rey de justicia” que vendría a la ciudad de Jerusalén. A él se le describe como rey de paz y sacerdote del Dios Altísimo. Él era las dos cosas, rey y sacerdote. Jesús también fue rey y sacerdote. Él vino como sacerdote para llevarnos a Dios, y vino como rey para preparar un reino espiritual. Los padres de Melquisedec no se mencionan en las Escrituras, así existió Jesús en la eternidad pasada, sin padres. El escritor de Hebreos comparaba al Señor Jesús con el Melquisedec del Antiguo Testamento. Él veía a Melquisedec como un símbolo profético del Señor Jesús, Su vida terrenal y ministerio.
Cuando Abraham se encuentra con Melquisedec en el libro de Génesis, él le da el diezmo de todo el botín que había obtenido en la batalla (versículo 4). La acción de Abraham era profética. Eran los sacerdotes del Antiguo Testamento quienes recogían los diezmos del pueblo. Al darle el diezmo a Melquisedec, Abraham lo estaba reconociendo como sacerdote. Lo significativo aquí era que los ancestros de Melquisedec no descendían de Leví. Los levitas eran los únicos a los que se les permitía ejercer la función sacerdotal en el Antiguo Testamento, sin embargo, Abraham trató a Melquisedec como sacerdote, aunque él no pertenecía a la tribu de Leví.
En el versículo 6 existe otro detalle que necesitamos mencionar. Recordemos que en la mentalidad judía Abraham era alguien muy importante. Él era el padre de su fe y literalmente el padre de su nación. Sin embargo, observemos en el versículo 6 que Melquisedec fue quien bendijo a Abraham. ¿Cómo podía Melquisedec bendecir a tan grande hombre como Abraham? El escritor les recuerda a sus lectores en el versículo 7 que en el Antiguo Testamento la persona que bendecía era superior a la que recibía la bendición. Los sacerdotes bendecían al pueblo. Lo que el autor del libro nos está diciendo es que Melquisedec representaba a alguien que era superior a Abraham. Él tenía la autoridad de bendecir a Abraham, el padre de la nación. Aquí también vemos una vez más una imagen del Jesús que había de venir. Es interesante destacar que en Juan 8:53 a Jesús se le hace esa misma pregunta.
¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Abraham? Él murió, y también murieron los profetas. ¿Quién te crees tú? (NVI)
El autor de la epístola responde esa pregunta de manera definitiva. Jesús, a quien Melquisedec representaba y simbolizaba, era en verdad mayor que Abraham.
En el versículo 8 se continúa la comparación del sacerdocio de Leví en el Antiguo Testamento con el sacerdocio de Melquisedec. En el caso del sacerdocio de Leví, el diezmo se recogía por medio de hombres pecaminosos, con vidas perecederas y que al final morirían. Sin embargo, en el caso del Señor Jesucristo, quien era sacerdote según el orden de Melquisedec, viviría para siempre. Él no tiene fin. Él es el sacerdote eterno cuyo ministerio nunca tendrá fin. Por Su muerte en la cruz Él conquistó la muerte.
Observemos también que cuando Abraham se encuentra con Melquisedec, Leví todavía no había nacido (versículo 10). El sacerdocio de Melquisedec es más antiguo que el de Leví. De hecho, el escritor les recuerda que se podía decir que Leví, quien solo estaba presente en las entrañas de su ancestro, pagó su diezmo a Melquisedec por medio de Abraham. Aquel quien se encargaba de recoger los diezmos en realidad le estaba ofreciendo un diezmo a Melquisedec. Todo parece indicar que el escritor está infiriendo que esto implicaba que Melquisedec y la orden que representaba era superior a Leví y a su descendencia sacerdotal. Jesús y Su ministerio sacerdotal según el orden de Melquisedec eran en sí superiores al sacerdocio levítico.
Si el sacerdocio de Leví hubiese podido traer perfección, entonces no hubiese necesidad de ningún otro sacerdocio (versículo 11). Sin embargo, el sacerdocio del Antiguo Testamento era incapaz de traer perdón y salvación a las personas que tan desesperadamente lo necesitaban. El sacerdocio de Leví no podía lograr que sus seguidores alcanzaran los estándares que Dios pedía. La enseñanza clara del Antiguo Testamento era que el alma que pecara moriría (ver Ezequiel 18:20). El sacerdocio de Leví podía apaciguar por un tiempo la ira de Dios, pero no podía cambiar el corazón pecaminoso del hombre. El pecado proseguía a lo largo de todo el periodo veterotestamentario. Constantemente el pueblo de Dios dejaba de cumplir con Sus exigencias. ¿Cuántos bueyes, cabras, ovejas y aves fueron dados como sacrificio en el Antiguo Testamento? ¿Cambiaban estos sacrificios el corazón de quienes los ofrecían? ¿Quitaron estos sacrificios y leyes el pecado del mundo? Cualquiera que lee el Antiguo Testamento puede ver que, a pesar del sacerdocio de Leví, nada cambiaba realmente el corazón del hombre. El pecado seguía separándolo de Dios. El mundo necesitaba un nuevo sacerdote que les trajera paz con Dios y el perdón de pecados.
Sería insignificante cambiar los sacerdotes y mantener el antiguo sistema de normas y leyes. Con el cambio de sacerdocio también vino el cambio de ley. Bajo el sacerdocio de Melquisedec hay un nuevo sistema de vida. Quienes se encuentran bajo este sacerdocio, el del Rey de Justicia, ya no están bajo el sacerdocio de Leví y todas sus normas. El Señor Jesús no descendía de la tribu de Leví. Bajo la ley del Antiguo Testamento Él no tenía derecho a ser un sacerdote levítico (ver versículos 13-14). Esta no era Su intención, Él vino a ofrecer un nuevo camino.
Esto tiene una implicación radical para quienes vivimos bajo el sacerdocio de Jesucristo. No se puede estar bajo el sacerdocio de Leví y bajo el sacerdocio de Cristo al mismo tiempo. Quienes vienen bajo el amparo del sacerdocio de Jesús deben terminar con la antigua forma de ley. Esa ley nunca nos salvará. Cientos de años de historia del Antiguo Testamento han demostrado que la ley no puede llevar a una persona a una correcta relación con Dios. Solamente el sacrificio perfecto del Señor Jesús puede lograr algo así.
Observemos en el versículo 16 la diferencia entre el sacerdocio de Leví y el sacerdocio de Melquisedec. Los sacerdotes del Antiguo Testamento eran escogidos sobre la base ancestral. En otras palabras, ellos tenían que nacer en cierta familia. Por otra parte, el sacerdocio de Cristo no se basa en los ancestros sino en el poder de una vida indestructible (versículo 16). Jesús demostró esto por medio de Su resurrección de entre los muertos. Él tomó nuestro pecado sobre Sí, murió en nuestro lugar y resucitó victorioso sobre la muerte y el pecado.
Una vez más vemos que la ley del Antiguo Testamento, aunque perfecta en sí misma, era inútil para cambiar el corazón del hombre (versículo 18). Ésta no fue dada para resolver el problema del hombre. Nos fue dada para demostrarnos la necesidad que tenemos de un Salvador. En Jesús tenemos una mejor esperanza (versículo 17). Debido a la esperanza que Él ofrece, podemos ahora acercarnos a Dios (versículo 19). Esto es algo que la ley de Moisés nunca pudo hacer. En el Antiguo Testamento acercarse a Dios era una muerte segura. Ahora, por medio del sacerdocio de Jesucristo, podemos acercarnos confiadamente porque Él ya se ha ocupado de nuestro pecado.
Existe otra diferencia entre el sacerdocio de Leví y el sacerdocio de Melquisedec. En el versículo 20 leemos que el Señor Jesús, como sacerdote según el orden de Melquisedec, se hizo sacerdote sobre la base de un juramento. Este no era el caso de los sacerdotes levíticos. Dios hizo un juramento respecto al sacerdocio de Melquisedec. En el versículo 21 leemos: “Juró el Señor, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre”. Esta es una cita del Salmo 110:4:
Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.
Observemos particularmente que en el pasaje citado del libro de los Salmos el salmista menciona el orden de Melquisedec. Lo que necesitamos ver es que incluso en el Antiguo Testamento el Señor prometió bajo juramento que establecería un nuevo sacerdocio que sería eterno.
Debido a que el sacerdocio de Melquisedec es un sacerdocio eterno, éste nos brinda una mejor esperanza. El sacerdocio levítico era solamente temporal. El sacerdocio de Jesús es eterno. Él reinará y servirá como nuestro sacerdote por toda la eternidad. Leví y sus descendientes murieron y fueron sepultados como cualquier otro sacerdote descendiente de él. Solamente Jesús es eterno. Él siempre va a estar ahí para nosotros. Él ha conquistado la muerte y el pecado. En él tenemos una esperanza poderosa. La muerte impedía que los sacerdotes levíticos continuaran sirviendo (versículo 23); sin embargo, el sacerdocio de Jesús es permanente (versículo 24). Él siempre será el puente entre el abismo que hay entre nosotros y Dios.
El Señor Jesús, como sacerdote según Melquisedec, es plenamente capaz de salvarnos y satisfacer cualquier necesidad que tengamos. Él puede hacer esto porque, a diferencia de los sacerdotes veterotestamentarios, Él es completamente santo, puro y separado de los pecadores. Los sacerdotes levíticos eran pecadores que ni siquiera podían salvarse a sí mismos del pecado. Jesús tuvo victoria total sobre el pecado. Aunque fue tentado como nosotros, Él no pecó; sino que derrotó al pecado y su poder.
Observemos en el versículo 27 que los sacerdotes del Antiguo Testamento tenían que seguir ofreciendo sacrificios, no solamente por ellos mismos, sino también por el pueblo. Sin embargo, el Señor Jesús hizo un solo sacrificio por el pecado. Ese solo sacrificio hizo más que todos los sacrificios del Antiguo testamento juntos. Éste satisfizo por completo todas las justas exigencias de parte del Dios santo. Observemos que el sacrificio del Señor Jesús por los pecados fue de una vez y para siempre. En el Antiguo Testamento hacía falta ofrecer sacrificio por cada persona que pecaba, cada vez que pecaba. El Señor Jesús murió una sola vez, y ese sacrificio sirvió para cubrir todas las ofensas que se cometieran en el pasado, presente y futuro. Éste no era para una sola persona sino para todo aquel que viniera a Él. ¡Qué sacrificio tan poderoso era éste! Derrotaba al pecado y al mal, y traía perdón absoluto. Ante los ojos del Padre todo quedaba cubierto con el sacrificio de Su Hijo en la cruz. No debemos atrevernos a insultar este sacrificio pensando que podemos añadirle algo. Lo único que se necesita ahora es depender completamente de este sacrificio único hecho para todos los pecados y para todo el que quiera recibirlo. El mismo es suficiente ante los ojos del Padre.
Los que hemos venido al Señor Jesús ahora servimos bajo un nuevo orden sacerdotal. Ya no estamos bajo el viejo orden y sus normas. Cristo nos ha libertado. Ahora nos toca poner nuestros ojos y esperanza en Cristo y en nadie más.
Para meditar:
¿Cómo simboliza Melquisedec a Jesucristo?
¿Por qué Melquisedec es superior a Abraham?
¿Por qué es este sacerdocio de Melquisedec superior al sacerdocio levítico del Antiguo Testamento?
¿Por qué Dios estableció el sacerdocio levítico si éste último no podía brindarnos salvación?
¿Qué aprendemos de este pasaje en cuanto al poder del sacrifico de Jesucristo?
Para orar:
Demos gracias al Señor por proveernos una salvación perfecta. Demos gracias porque no hay que añadirle nada más.
Agradezcamos a Dios por librarnos de un sistema que no podía salvarnos.
¿Conocemos a alguien que todavía está tratando de ganarse la salvación intentando vivir una vida correcta? Oremos para que Dios les muestre lo inútil que eso resulta. Oremos para que el Señor les revele Sus caminos.
23 – UN MEJOR PACTO
Leamos Hebreos 8:1-13
El autor de la epístola a los Hebreos ha estado hablando a sus lectores acerca del sacerdocio de Melquisedec. En el capítulo anterior les recordaba que este sacerdocio reemplazaba el sacerdocio levítico. También les decía en Hebreos 7:2 que con este nuevo sacerdocio venía un cambio de ley: “Porque cambiado el sacerdocio, necesario es que haya también cambio de ley”.
Esto significaba que ya no estaban bajo la ley del sacerdocio levítico. La ley de Moisés no fue constituida para durar para siempre. Fue dada para señalarle al pueblo de Dios la persona de Jesús y el nuevo sacerdocio que Él traería.
En el capítulo 8 descubrimos que este nuevo sacerdocio es muy diferente del sacerdocio de Leví y sus descendientes. En el versículo 1 el escritor les dice a sus lectores que Jesús, nuestro gran sumo sacerdote, se sentó a la diestra de la Majestad en los cielos. La diestra era un lugar de honor. Estar sentado a la diestra de Dios en los cielos es el más alto honor que cualquiera pudiera tener. Solamente el Señor Jesucristo podía tomar ese lugar de honor. Las cualidades de Jesús para ser nuestro sumo sacerdote son muy superiores a las de los sacerdotes del Antiguo Testamento.
También hay otra diferencia entre los ministerios del Señor Jesucristo, nuestro Gran Sumo Sacerdote, y el sacerdocio levítico. Los sumos sacerdotes de Israel servían en un tabernáculo hecho por manos de hombres. El Señor Jesús, por otra parte, servía en un tabernáculo hecho por Dios. El tabernáculo en el cual sirve es uno celestial. Esto puede referirse a Su presencia ahora a la diestra del Padre en los cielos, desde donde sirve como nuestro sumo sacerdote e intercesor. Sin embargo, más allá de esto, entendemos según 1 Corintios 6:19 que nuestros cuerpos son ahora templo de Dios:
¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?
Ahora el Señor Jesús vive y ministra en corazones humanos como sacerdote y rey.
Somos templo del Dios vivo. Es en nosotros en donde está teniendo lugar la obra del Señor Jesucristo. En el Antiguo Testamento, la presencia de Dios moraba en el lugar santísimo del templo. Hoy, esa misma presencia vive en el corazón de todo el que acepte el perdón que se le ofrece por medio de Cristo.
Los sacerdotes del Antiguo Testamento fueron constituidos por Dios para ofrecer sacrificios en la tierra. Jesús sirve en el cielo. Él no vino para tomar la función de los levitas (versículo 4). Los sacerdotes fueron nombrados por Dios para un propósito especial. Su ministerio era “figura y sombra” de lo que estaba en el cielo. La función de ellos anhelaba, por fe, una función superior que sería ejercida por Jesucristo, quien se convertiría en nuestro Gran Sumo Sacerdote. El templo terrenal en el cual servían los sacerdotes levíticos invitaba a un templo celestial superior en el cual Cristo serviría.
Según el escritor de la epístola, fue por esa razón que Moisés les advirtió a quienes construían el tabernáculo terrenal que siguieran todos los detalles del patrón que Dios les había dado para su construcción (versículo 5). Cada objeto en el tabernáculo terrenal representaba algo del ministerio celestial del Señor Jesucristo para Su pueblo. El tabernáculo terrenal en donde los sacerdotes levíticos servían era un recordatorio profético de mejores cosas que habían de venir (versículo 6).
No era solamente que el ministerio de Jesucristo fuese mejor, sino que también Él era mediador de un mejor pacto (versículo 6). Este nuevo pacto fue fundado sobre mejores promesas que el antiguo pacto; y este último era un símbolo de lo que Dios quería hacer para Su pueblo a mayor escala. Bajo el antiguo pacto Dios le prometió a Su pueblo una tierra física. Bajo el nuevo Dios promete un lugar en Su reino celestial. Bajo el antiguo, Él prometía paz y seguridad de los enemigos que les rodeaban. En el nuevo, Él promete paz con Dios y victoria sobre el pecado y el diablo. Las promesas de este nuevo pacto son maravillosas. En este nuevo pacto se nos promete salvación, perdón y victoria no solo para ahora, sino para siempre.
Los profetas del Antiguo Testamento anhelaban fervientemente el día en que el Señor haría ese nuevo pacto con Su pueblo. El antiguo pacto que Dios había hecho con Su pueblo no lograba la salvación de ellos. Éste no podía cambiar los corazones de las personas. A pesar de tanta sangre derramada, el pueblo de Dios seguía siendo el mismo. El antiguo pacto con todas sus leyes y normas logró todo lo que Dios quería que lograra, pero nunca su intención era de proporcionar salvación. Dios sabía de antemano que ese pacto no cambiaría a los hombres. Fue por esa razón que lo dio. Él quería mostrarnos que los esfuerzos humanos no eran suficientes. Él quería que viéramos que nunca podríamos llegar a la altura de Sus exigencias. Él usó la ley y el antiguo pacto para mostrarnos nuestra necesidad. Una vez más vemos que todo esto apuntaba hacia el Señor Jesucristo y al nuevo pacto que Él establecería con nosotros.
Probablemente una de las mejores descripciones en el Antiguo Testamento de este nuevo pacto que Dios iba a hacer con Su pueblo puede encontrarse en la profecía de Jeremías citada en este pasaje (ver Jeremías 31:31-34). Tomemos un momento para escuchar lo que Jeremías dice de este nuevo pacto y cómo lo compara con el pacto que Dios hizo con Su pueblo en los días de Abraham.
En el versículo 8 el escritor, al citar a Jeremías, deja bien claro que el propósito de Dios desde el principio era hacer un nuevo pacto. El nuevo pacto no era algo que Dios tuviese como plan B. Incluso, mucho antes que el Señor Jesús viniese a esta tierra, la intención del Padre era hacer un pacto nuevo y perfecto con Su pueblo. El antiguo pacto era la preparación para este nuevo pacto por medio de Su Hijo. El nuevo pacto no sería como el pacto que Dios hizo con Israel en el desierto (versículo 9). Este nuevo pacto era diferente de muchas maneras. En el versículo 10 el escritor dice primero que bajo este nuevo pacto Dios pondría Sus leyes en las mentes de Su pueblo, y las escribiría en sus corazones. El pueblo de Dios conocería estas leyes no solo porque las leyeran sino porque también serían instados desde su interior a escucharlas y a obedecerlas. El Señor pondría Su Espíritu Santo en los corazones de Su pueblo. El Espíritu Santo morando en su interior les enseñaría y los movería a seguir los caminos del Padre. También cambiaría sus corazones y sus actitudes. El Espíritu pondría en sus corazones un nuevo deseo por las cosas de Dios. Él le mostraría a Su pueblo lo que Dios exigía y los capacitaría para hacer lo que Dios quería. Bajo este nuevo pacto la presencia de Dios vendría a habitar en las vidas de Su pueblo.
También leemos en el versículo 11 que quienes estaban bajo este nuevo pacto conocerían al Señor. Solamente aquellos en quienes habitara el Espíritu de Dios estarían bajo ese pacto. Este era muy diferente al pacto del Antiguo Testamento. Quienes estaban bajo este antiguo pacto nacieron en la nación de Israel. Fue a los descendientes de Abraham para quienes se hizo ese antiguo pacto. Al examinar estos descendientes de Abraham descubrimos que no todos sirvieron y amaron de verdad al Señor. Algunos se rebelaron abiertamente contra Él y muchos de ellos perecieron en sus pecados. No es así en el nuevo pacto. Todos los que fueran parte de este nuevo pacto conocerían al Señor, desde el más pequeño hasta el más grande. Desde el más joven hasta el más anciano, o desde el más pobre hasta el de mayor influencia, todos tendrían una cosa en común; todos conocerían al Señor y lo amarían.
El versículo 12 nos dice que todos los que pertenecen a este nuevo pacto han sido perdonados. El Señor su Dios ya no se acordaría más de sus pecados. Hay una sola manera en que los pecados pueden ser perdonados. Solo el Señor Jesús puede perdonarlos. Él tomó nuestro lugar en la cruz y pagó nuestro castigo. Todos los que vengan a Él y acepten la obra que Él hizo a favor de ellos son perdonados y llevados a una nueva relación con Dios basada en ese pacto. Hay total perdón bajo este pacto. Esto no era así para quienes pertenecían al antiguo pacto. Constantemente se les recordaba su pecado y cada sacrificio los llevaba a ese punto. Constantemente se derramaba sangre, pero bajo el nuevo pacto ya no hay más necesidad de sangre. La sangre derramada por Cristo en el Calvario fue suficiente una vez y para siempre.
En conclusión, el escritor de la epístola les dice a sus lectores que, al llamar este pacto, un nuevo pacto, estaban diciendo que el viejo había caducado y estaba muerto. Si tratamos de servir bajo las normas del antiguo pacto nos perdemos lo que el Señor Jesús vino a hacer. Él vino a librarnos de una ley que no podía salvar, vino para que por medio de Su obra pudiéramos experimentar el perdón total y absoluto fuera de la ley. El nuevo pacto del cual Jesús es mediador es muy superior al pacto del Antiguo Testamento. Bajo este nuevo pacto hay total perdón. El Señor Jesús quiere llegar a un acuerdo basado en ese pacto con todo el que venga a Él. Él nos dará Su Espíritu Santo para sellar ese acuerdo. Este Espíritu escribirá la Palabra de Dios en nuestros corazones y nos dará la capacidad de obedecer. Él nos acercará a una relación íntima y personal con Dios. Todos tus pecados serán cubiertos y nunca más te serán tenidos en cuenta. Esta es una oferta que no se puede rechazar. Esto es lo que los profetas del Antiguo Testamento anhelaban ver en su tiempo.
El pacto del Antiguo Testamento está muerto. Ya logró su propósito. Su meta era apuntarnos hacia Jesús. Los sacerdotes, el tabernáculo y todas las normas y reglas apuntaban en el tiempo a la obra y al carácter de un Sumo Sacerdote perfecto. Jesús cumplió con todos los requisitos del pacto del Antiguo Testamento y ahora ofrece un pacto mejor fuera de la ley.
Para meditar:
Consideremos el matrimonio como un pacto entre dos personas. ¿En qué se parece el pacto matrimonial al pacto que Dios hace con Su pueblo?
¿Cuál era el propósito del antiguo pacto con todas sus leyes y normas?
¿De qué manera los sacerdotes, el tabernáculo y las leyes nos muestran proféticamente lo que Jesús iba a lograr en Su ministerio terrenal?
¿Qué nos enseña Jeremías acerca del nuevo pacto? ¿En qué se diferencia del pacto del Antiguo Testamento?
¿Cómo entra una persona a esta nueva relación de pacto con el Señor Jesucristo?
¿Cuáles son las promesas de Dios para quienes entren en esa relación con Él?
Para orar:
Demos gracias al Señor por las increíbles promesas que les ofrece a todos los que entran a esta nueva relación de pacto con Él.
Demos gracias al Señor por querer tener ese tipo de relación con nosotros.
Abramos nuestros corazones al Señor en este día. Si usted nunca ha tenido esta relación con Él, pídale que perdone sus pecados y le acepte como Su hijo.
Demos gracias al Señor que nos ha dado Su Santo Espíritu para que viva en nosotros y nos capacite para vivir esta nueva relación con Él.
24 – UN TABERNÁCULO MÁS PERFECTO
Leamos Hebreos 9:1-12
El tabernáculo del Antiguo Testamento fue construido de acuerdo a las especificaciones que dio el Señor en Su Palabra. Nada podía salirse fuera de Su plan. En el Lugar Santo del tabernáculo, Dios le pedía al sacerdote que colocara un candelabro, y una mesa en donde debía mantenerse el pan consagrado (versículo 2). El Señor Jesús es la luz del mundo (Juan 8:12) y el pan de vida (Juan 6:35). El candelabro y el pan representan la obra de Jesús.
Después del Lugar Santo se encontraba el Lugar Santísimo. Ambos se encontraban separados por un velo. Frente al velo había un altar de oro para el incienso. Dentro del Lugar Santísimo se encontraba el arca del pacto.
El arca del pacto era una caja cubierta de oro que contenía un recipiente con maná, la vara de Aarón que reverdecía y las tablas de la ley en donde se encontraban escritos los diez mandamientos. Cada de uno de estos objetos tenía una significación especial para el pueblo de Dios. El maná les recordaba cómo Dios los había rescatado de la esclavitud de Egipto y los había cuidado a través del desierto. La vara de Aarón les recordaba cómo Dios había escogido un sacerdocio para que los representara ante Él. Las tablas con los Diez Mandamientos contenían las normas de Dios para Su pueblo y la manera en que debían vivir.
El arca tenía una cubierta de oro y tenía encima dos querubines de oro. Esa cubierta se llamaba propiciatorio. Era aquí entre las alas de los ángeles que el Señor revelaría Su presencia al pueblo de Israel.
Cuando todas estas cosas se encontraban en su lugar, los sacerdotes entraban al Lugar Santo (la primera habitación) para llevar a cabo su ministerio ante Dios por el pueblo. Sin embargo, solamente el sumo sacerdote podía entrar al cuarto interior (el Lugar Santísimo). Él podía entrar allí una sola vez al año (versículo 7). Sin embargo, antes de entrar al Lugar Santísimo, Él necesitaba ofrecer sacrificio por sí mismo y por el pueblo.
En el versículo 8 vemos que todos esos sacrificios mostraban que el camino al Lugar Santísimo no había sido abierto todavía. Como ya hemos visto, el Lugar Santísimo era donde la presencia de Dios se revelaba. Debido al pecado, solamente una persona podía entrar a la presencia de Dios una vez al año, luego de haber expiado por su propio pecado. Aquel tabernáculo antiguo les recordaba constantemente su pecado y su separación de Dios a quienes ministraban allí. La sangre derramada de sus altares cada día les recordaba su constante necesidad de perdón. El velo que separaba la presencia de Dios de Su pueblo les recordaba la gran barrera que había entre ellos y su Dios. El camino a Dios todavía no había sido abierto completamente.
A pesar de todos los sacrificios que se ofrecían en este tabernáculo, el velo que separaba a Dios del hombre permanecía cerrado. Ninguna cantidad de sacrificios era suficiente para abrir el velo entre Dios y Su pueblo (ver versículo 9). Es muy significativo que cuando el Señor Jesús murió, el velo del templo que separaba al hombre de Dios en el Lugar Santísimo se rasgó de arriba abajo (Mateo 27:51). En otras palabras, lo que no podía lograr el constante sacrifico de animales, el Señor Jesús lo logró con un solo sacrificio. Su sacrificio abriría el camino para que el ser humano entrara a la presencia del Dios Santo.
Todas las normas para el tabernáculo bajo el antiguo pacto, la comida, la bebida y las limpiezas ceremoniales, todas apuntaban a lo que el Señor Jesús lograría para nosotros en la cruz. En el versículo 10 vemos claramente que esas normas eran solamente temporales hasta que viniese el nuevo pacto.
Jesús vino como nuestro sumo sacerdote. Él no pertenecía al sacerdocio levítico. Ese sacerdocio había logrado lo que Dios quería, y luego Dios establecería un nuevo sacerdocio en Jesucristo. Jesús entró al Lugar Santísimo para encontrarse con Su Padre en lugar nuestro. Este Lugar Santísimo no era una creación hecha por hombres como el antiguo tabernáculo (versículo 11). Jesús fue directamente a la presencia de Su Padre en los cielos. Él no entró a la presencia del Padre ofreciendo un sacrificio de cabras y becerros; Él se ofreció a sí mismo como el sacrificio perfecto por nuestro pecado (versículo 12).
La diferencia entre el sacrificio levítico y el sacrificio de Cristo es que este último nunca tendría que ser repetido. Su sacrifico perfecto satisfizo completamente todas las exigencias del Dios Santo. Por medio de ese sacrificio único, el Señor Jesús obtuvo “eterna redención” para todos los que vinieran a Él. Es decir, Su sacrifico cubrió para siempre todos nuestros pecados. Nunca más los pecados del pasado, presente o futuro separarían a los hijos de Dios de su Padre celestial.
Jesús entró en un tabernáculo más perfecto. Él hizo el sacrificio perfecto, y ofreció una salvación perfecta. Después de sacrificar Su propio cuerpo, Cristo entró al cielo mismo y quitó el velo que nos separaba de Dios. Su obra quitó todas las barreras. Ahora, por medio de Su obra, tenemos acceso al Padre celestial.
Para Meditar:
¿Por qué era tan importante para los sacerdotes del Antiguo testamento seguir con precisión todas las indicaciones que Dios les había dado para la adoración en el tabernáculo?
¿Cómo se reveló Dios en el tabernáculo, y cómo reveló también en éste Su plan de salvación?
¿Podían los sacrificios del sacerdocio levítico quitar el velo que separaba al pueblo de Dios? ¿Cuán significativo es el hecho que después que Jesús murió el velo se rasgó de arriba a abajo?
¿Qué sacrificio hizo Jesucristo por nosotros antes de entrar a la presencia del Padre? ¿Por qué ese sacrificio era mejor que los sacrificios de los sacerdotes del Antiguo Testamento?
Para orar:
Demos gracias al Señor de que ahora podemos entrar confiadamente a la presencia de Dios gracias al sacrificio del Señor Jesús.
Demos gracias al Señor por haber sacrificado Su vida por nosotros. Alabémosle porque Su sacrificio puso fin a todos los sacrificios por el pecado.
Pidámosle al Señor que nos ayude a entrar más confiadamente a Su presencia. Oremos para que se revele más a nuestras vidas.
25 – LA SANGRE Y EL PACTO
Leamos Hebreos 9:13-28
En la primera parte de este capítulo de Hebreos vimos que el Señor Jesús, como nuestro gran sumo sacerdote, entró al Lugar Santísimo en el cielo por nosotros. Al igual que los sacerdotes del Antiguo Testamento, el Señor Jesús entró a la presencia de Dios por medio de un sacrificio. Este no fue el sacrificio de un toro o de un macho cabrío, fue el sacrificio de Su propio cuerpo. Su sacrificio fue un sacrificio perfecto que pagó la culpa por nuestros pecados, satisfaciendo así la justicia de Dios. Ya más nunca haría falta algún otro sacrificio por el pecado. Este sacrificio de Cristo pagó el castigo para siempre.
En el versículo 13 se les dice a los lectores que bajo el antiguo pacto la sangre de toros y machos cabríos, y las cenizas de una becerra, cuando se rocían sobre una persona, la purificaría de su impureza ceremonial y la haría limpia por fuera ante Dios. Observemos que esta sangre y las cenizas no cambiaban el corazón del hombre. Purificaban ceremonialmente por fuera, pero no cambiaban nada por dentro.
Sin embargo, el sacrificio del Señor Jesús sería muy diferente. Observemos en el versículo 14 que Su sacrificio nos limpia, no solamente por fuera sino también nuestras conciencias. El sacrificio de Cristo libra de toda culpa a todo aquel que lo acepte. Una vez ya limpios por Su sangre podemos estar delante del Dios santo, puros, sin manchas y sin culpa. El sacrificio del Señor Jesús quitó el abismo que había entre Dios y el hombre. Con nuestros pecados lavados ya podemos servirle con una conciencia limpia.
Desde el mismo principio el Señor sabía que el antiguo pacto con todas sus leyes y normas no cambiaría el corazón del hombre ni tampoco quitaría el abismo entre él y su Creador. Ese pacto no fue hecho con esa intención. El propósito de la ley del antiguo pacto era mostrarnos nuestra necesidad y apuntarnos hacia Jesucristo como nuestra única respuesta. El Señor Jesús vino ser mediador de un nuevo pacto. Observemos en el versículo 15 que el propósito de este nuevo pacto es traer a los llamados de Dios para recibir su herencia por medio del perdón de pecados.
En el Antiguo Testamento, para que un pacto fuera válido tenía que sellarse con sangre derramada. Se sacrificaba un animal, y la sangre se derramaba para que el acuerdo entre ambas partes fuera oficial. El acuerdo no era legal hasta que no se derramara la sangre. Algo tenía que morir o el pacto no era válido (versículo 17). En realidad, lo que las partes involucradas estaban diciendo era que, si no eran fieles a su parte del acuerdo, entonces ellas estarían dispuestas a morir como el animal sacrificado. No podía haber nada más serio. La consecuencia de romper un pacto era la muerte.
Es por esa razón que bajo el antiguo pacto había tanto derramamiento de sangre. El antiguo pacto era un contrato legal y serio entre Dios y el hombre, validado por la sangre de muchos animales. Un claro ejemplo de esto lo tenemos en Éxodo 24:4-8 que se cita en los versículos del 19 al 20:
Porque habiendo anunciado Moisés todos los mandamientos de la ley a todo el pueblo, tomó la sangre de los becerros y de los machos cabríos, con agua, lana escarlata e hisopo, y roció el mismo libro y también a todo el pueblo, diciendo: Esta es la sangre del pacto que Dios os ha mandado.
A partir de esto queda claro que la sangre desempeñaba un importante papel en el establecimiento de acuerdos y pactos en los tiempos del Antiguo Testamento. Esta sangre sellaba el pacto y lo hacía oficial.
Hay algo más acerca de la sangre en la ley del Antiguo Testamento. El Señor mandaba a que todo fuese purificado con la sangre (versículo 22). Fue por esta razón que Moisés roció al pueblo, al tabernáculo y a todos sus objetos. El derramamiento de la sangre le recordaba al pueblo la seriedad del pecado y la ruptura del pacto. Debido a que el pacto estaba basado en el derramamiento de sangre, el único perdón por haber quebrantado ese pacto era más derramamiento de sangre. Es por esto que el escritor de la epístola les recordaba a sus lectores que sin el derramamiento de sangre no podía haber perdón de pecados. La sangre no solo validaba el pacto, sino que también era el medio para perdonar la violación del pacto. Cada vez que se cometía un pecado y se violaba el pacto había que matar algún animal para derramar su sangre. Millones de sacrificios se hicieron por el pecado del pueblo de Dios en el periodo del Antiguo Testamento.
El nuevo pacto que Jesús vino a establecer se basa en principios similares. Para validar y legalizar este nuevo pacto se necesitaba derramar sangre. La sangre de Jesús selló un nuevo acuerdo entre Dios y Su pueblo.
Había una diferencia significativa entre el antiguo pacto hecho con Israel y el pacto que Jesús hizo con Su pueblo. En el versículo 25 descubrimos que Jesús no tenía que entrar a la presencia de Su Padre una y otra vez al igual que los sacerdotes del antiguo pacto. Estos sacerdotes tenían que entrar cada año al Lugar Santísimo después de haber hecho sacrificios de sangre por ellos mismos y por el pueblo. El sacrificio que Jesús hizo de una vez por todas cubría el pecado por todos los tiempos. El sacrificio de Jesús es suficiente para todo mi pecado y los pecados de todos los que vengan a Él. Ese pago lo cubre todo y no necesita repetirse nunca. Cuando Jesús entró a la presencia de Su Padre en el cielo lo hizo de una vez y para siempre.
El escritor de Hebreos les recordaba a sus lectores que cada hombre y mujer está destinado a morir y a enfrentar el juicio. Sin embargo, por el sacrifico hecho por Cristo los pecados de muchos fueron borrados. Esa es nuestra única esperanza en la vida y en la muerte. Sin embargo, observemos que en el versículo 28 se nos dice que el sacrificio de Cristo quitó el pecado “de muchos”. Esto nos muestra que no todos serán limpiados de pecado. Muchos sí, pero también habrá otros cuyos pecados no serán perdonados. Solo aquellos que acepten el sacrifico de Cristo hecho a su favor pueden conocer este perdón. A menos que reconozcamos y aceptemos Su sangre como paga por nuestros pecados no puede haber perdón.
El día viene cuando el Señor Jesús regresará (versículo 28). La primera vez el vino para ofrecer el sacrificio de sí mismo por nuestro pecado. Sin embargo, cuando Él regrese traerá la salvación a quienes esperaron en Él.
Aunque nuestra salvación fue lograda por medio del sacrificio de Cristo en la cruz, todavía no hemos experimentado la plenitud de nuestra salvación. Esto solo se podrá experimentar cuando el Señor regrese otra vez para llevarnos al cielo con Él. Entonces dejaremos nuestra naturaleza carnal y viviremos por siempre en la presencia del Señor Jesucristo. El Señor Jesús vendrá por aquellos que le pertenecen y los llevará a Su presencia en donde se regocijarán por siempre en la plenitud de su maravillosa salvación.
En el antiguo y nuevo pacto vemos la función de la sangre. Al derramar Su sangre, Jesús hizo que este nuevo pacto fuera oficial. Al morir, Él proveyó perdón para todo aquel que acepte Su obra. Su muerte cubrió todos nuestros pecados. Solamente por medio de Su sangre podemos entrar a esta nueva relación con Dios basada en un pacto. Su pacto es mejor que el del Antiguo Testamento. Su sacrificio fue hecho de una vez y para siempre, cubriendo todos nuestros pecados de una vez y para siempre y limpiando nuestra conciencia de toda culpa.
Para meditar:
¿Cuál es la diferencia entre los sacrificios del Antiguo Testamento y el sacrificio del Señor Jesús?
¿Por qué el perdón requiere derramamiento de sangre? ¿Cómo podemos recibir el perdón de Dios en este tiempo? ¿Qué papel juega hoy la sangre en esto?
¿Qué nos enseña acerca de la seriedad con que Dios toma hoy Su acuerdo de pacto con Su pueblo el hecho de que el Señor derramó Su sangre para validar el nuevo pacto?
¿Qué logró el sacrifico del Señor Jesús que los sacrificios del Antiguo Testamento no pudieron lograr?
Para orar:
Demos gracias al Señor que entregó Su vida para que pudiéramos entrar a una nueva relación con Dios basada en un pacto.
Demos gracias al Señor porque Su sangre trae perdón para todos nuestros pecados.
Pidámosle al Señor que nos perdone por las veces que no hemos tomado en serio nuestra relación con Él. Oremos para que nos ayude a entender la seriedad de la nueva relación de pacto que gozamos con Él hoy.
26 – NO MÁS SACRIFICIO
Leamos Hebreos 10:1-18
En la reflexión anterior vimos la importancia de la sangre en el establecimiento de una relación pactual. El escritor de Hebreos ha estado comparando el antiguo pacto y todas sus leyes y normas con el nuevo pacto del cual Jesús es mediador. En la última sección él comparaba la sangre que se derramaba cada día bajo el antiguo pacto, con la sangre de Cristo que fue derramada de una vez y por todas. En esta siguiente sección el autor sigue hablando del mismo tema.
El versículo 1 nos dice que la ley del Antiguo Testamento era solamente la sombra de las cosas mejores que habían de venir. Quizás hemos visto la sombra de alguien acercarse. Cuando eso sucede la sombra va delante de esa persona. Entre la sombra y la persona que emite esa sombra hay una gran diferencia. La ley del Antiguo Testamento era como una sombra. Detrás de esa sombra estaba lo real. Lo real es mejor que la sombra. Ésta, cuando más, es un reflejo pobre de la realidad, pero es tan solo eso, un reflejo. Por muy buena que fuera la ley del Antiguo Testamento, no era la respuesta final para la salvación del hombre.
La ley con todos sus sacrificios nunca podría hacer a nadie perfecto (versículo 1). La palabra ‘perfecto’ no necesariamente la debemos ver como que signifique libre de pecado. La idea aquí tiene más que ver con ‘estar sin culpa’. En otras palabras, los sacrificios del Antiguo Testamento no podían limpiar a una persona de toda su culpa y hacerlo estar bien con Dios. Aunque por años se ofrecían sacrificios diarios nunca pudieron cambiar el corazón del pueblo de Dios ni hacerlos estar bien delante de Él. A pesar de los muchos sacrificios, el pueblo de Dios siguió cayendo en pecado (versículo 2). El pecado seguía siendo un obstáculo entre Dios y Su pueblo.
Si los sacrificios del Antiguo Testamento hubiesen podido tratar el pecado del pueblo de Dios, entonces no hubiese hecho falta repetirlos una y otra vez. El sacrificio de toros y machos cabríos no era suficiente para perdonar y cambiar el corazón. La muerte de estos animales no sanaba el problema del pecado. Lo cubría por un tiempo, pero el pecado seguía evidente en los corazones de los hombres.
¿Cuál era el propósito de estos sacrificios si en realidad no curaban el problema del pecado? En el versículo 3 se nos dice que estos sacrificios tenían la intención de servir de recordatorio al pueblo de Dios acerca de su pecado y sus faltas. Cada vez que un toro, macho cabrío, cordero o ave se ofrecía en sacrificio, le mostraba al pueblo de Dios que el pecado seguía siendo un problema. Les mostraba que la solución final no había llegado todavía.
Hay quienes piensan que los santos del Antiguo Testamento eran salvos por medio de los sacrificios. Este no es el caso. El versículo 4 es bien claro al respecto. El autor de Hebreos les dice a sus lectores que era imposible que la sangre de toros y machos cabríos quitara el pecado. Ni un solo individuo fue salvo de su pecado debido al sacrificio de un toro o un macho cabrío. Si eso hubiese sido posible, entonces el Señor Jesús no hubiese tenido que venir.
El Señor Jesús vino debido a la imposibilidad que tenían estos sacrificios de salvar al pueblo de sus pecados. El Salmista habló de esto en el Salmo 40:6-8. El escritor cita este pasaje en los versículos del 5 al 7:
Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí.
Observemos qué dice este pasaje. El salmista, quien se encontraba él mismo bajo el antiguo pacto, hacía una declaración muy radical. Él les estaba diciendo a sus lectores que el Señor no deseaba sacrificios y ofrendas. ¿Cómo habría sido recibido esto por la gente de ese tiempo? Aunque Dios pidió que se hicieran estos sacrificios y ofrendas en el período del Antiguo Testamento, no deseaba que esto siempre fuera así.
Una vez más vemos que las ofrendas quemadas y las ofrendas por el pecado no complacían al Señor. Es cierto que éstas cubrían la inmundicia externa y apaciguaban por un tiempo la ira del Señor, pero una vez más necesitamos ver que ninguno de estos sacrificios satisfacía realmente Su justicia. Cubrían el pecado por un tiempo, pero no curaban el problema.
Veamos también en esta cita del libro de los Salmos que, aunque el Señor no estaba complacido con estas ofrendas quemadas y con los sacrificios, Él proveyó una alternativa. Aquí en el libro de los Salmos el salmista les dice a sus lectores muy claramente que Dios había preparado un cuerpo para ellos. ¿Cuál es este cuerpo que Él preparó? No podía ser otro que el cuerpo del Señor Jesucristo, el cual fue ofrecido como el sacrificio perfecto. El Espíritu de Dios le reveló al salmista muchos años antes de que sucediera, que el Señor Jesús vendría y ofrecería Su cuerpo como el sacrificio perfecto por el pecado. Este fue el propósito de Dios desde el comienzo de los tiempos. Esto nos muestra que la ley era solamente una medida temporal hasta que Jesús viniera.
El Señor Jesús vino a esta tierra, tal y como nos dice el salmista en el versículo 7, a hacer la voluntad del Padre. Esa voluntad de Dios era que Él entregase Su vida como el sacrificio perfecto de nuestra salvación. Jesús vino a ser el Cordero perfecto sacrificado por nuestros pecados.
En el versículo 9 queda bien claro que el sacrificio del Señor Jesús lo cambió todo. Por Su muerte en la cruz, Jesús quitó el primer pacto para sellar el segundo. Cuando Jesús puso Su vida, ofreció un sacrificio que nunca había sido ofrecido antes, y que nunca más tendría que volver a ser ofrecido. El sacrificio de Cristo puso fin a la necesidad de cualquier otro sacrificio. Con Su sacrificio perfecto las leyes del Antiguo pacto en cuanto al sacrificio de animales fueron quitadas para nunca más tener que hacerse. El sacrificio de Cristo fue suficiente para todo pecado (versículo 10).
Observemos también en el versículo 10 que somos santificados por el sacrificio del Señor Jesús a favor nuestro. No somos un pueblo santo porque seamos buenos en la vida; somos hechos santos por medio del sacrificio de Cristo. Ese sacrificio de Cristo perdona a todos los santos del Antiguo y del Nuevo Testamento. Éste hace estar bien delante de Dios a todo aquel que viene a Cristo. No son perfectos, pero están perdonados y purificados de todo pecado. Esto hace de ellos un pueblo santo.
Bajo el antiguo pacto los sacerdotes ofrecían los mismos sacrificios a Dios día tras día con la intención de cubrir la culpa por el pecado (versículo 11). Cientos de miles de animales fueron sacrificados, pero la culpa por el pecado nunca podía ser quitada. Los hombres y las mujeres seguían siendo culpables delante de Dios, y estando separados de Él. Jesús, por otra parte, ofreció Su vida de una vez por todas, y cuando hizo este sacrificio, fue a donde el Padre y se sentó a Su diestra (versículo 12). Este era el lugar de honor. El hecho de que Él se sentara a la diestra del Padre después de hacer este sacrificio demostró que Su muerte fue aceptada por el Padre. Él aceptó Su sacrificio y en Su complacencia llamó a Su Hijo para que se sentara en el lugar de honor, Su diestra.
El versículo 13 dice que desde que Él se levantó de los muertos y se sentó a la diestra de Su Padre, el Señor ha estado esperando que Sus enemigos sean puestos por estrado de Sus pies. El estrado es donde uno pone los pies, y es un símbolo de victoria. El Señor Jesús ahora espera que Su obra surta los efectos deseados en las vidas de Su pueblo alrededor de todo el mundo. Al igual que la semilla plantada en la tierra, Su sacrificio brotaría y produciría una gran cosecha. Los efectos de Su muerte los hemos visto en nuestras propias vidas cuando el poder de Satanás se rompió y nos convertimos en hijos de Dios. Los efectos del sacrificio de Cristo continúan transformando este mundo. Muchas personas de todas las naciones siguen viniendo al Señor. La imagen que se nos dibuja aquí es la del Señor esperando, a la diestra del Padre, para que Su obra cumpla todo lo que el Padre ha querido.
Por medio del sacrificio del Señor Jesucristo se ha conquistado al pecado. Estamos siendo cambiados. Cada día que pasa estamos siendo más y más como Jesús. El Sacrificio de Jesús sigue quebrando el poder del enemigo. Lo que Cristo comenzó en la cruz del Calvario está alcanzando a todo el planeta. Generación tras generación está escuchando acerca de Su obra y están volviendo sus vidas a Él. El reino de Dios está avanzando y Satanás no puede evitarlo. Desde la diestra del Padre, el Señor observa cómo Su obra transforma al mundo. Sus enemigos están siendo derrotados y se están convirtiendo en Su estrado.
El profeta Jeremías anhelaba el día en que Dios establecería un nuevo pacto con Su pueblo. El escritor de la epístola cita a Jeremías 31:33-34 en los versículos del 16 al 17:
Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré, añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones.
Veamos dos cosas que Jeremías le dijo a su pueblo acerca de este nuevo pacto. En primer lugar, bajo este nuevo pacto el Señor escribiría Su Palabra en los corazones y mentes de Su pueblo. Esto sucedería cuando el Espíritu Santo viniera a morar en el creyente. Cuando Él viniera, le enseñaría al pueblo de Dios a seguir Sus caminos. Cuando viniera, cambiaría el interior de ellos. Les daría una nueva naturaleza para que entendieran y buscaran al Señor. Esta naturaleza sería completamente diferente a la vieja naturaleza. Ésta amaría a Dios y lo buscaría a Él y a Su Palabra.
La segunda característica de este nuevo pacto, según Jeremías, es que todo aquel que estuviese bajo el mismo sería perdonado de sus pecados. Todos los que entraran en esta nueva relación pactual con Dios vendrían por medio del sacrifico de Cristo, y todos sus pecados serían cubiertos por ese sacrificio.
Esto significa que no tenemos que hacer más nada para completar nuestra salvación. No tenemos que trabajar para ganárnosla. No tenemos que “hacer una limpieza de nuestros actos”. Simplemente vengamos tal y como somos con todo nuestro pecado y toda nuestra culpa a la cruz donde fue hecho el sacrificio, y reclamémoslo como nuestro. En el sacrificio del Señor Jesucristo hay perdón total y absoluto, y cuando venimos a Él y aceptamos por fe, ese sacrificio, Dios sella Su compromiso pactual con nosotros escribiendo Su ley en nuestros corazones. Todos aquellos que entran a este nuevo pacto por medio de la sangre de Jesucristo, experimentarán un cambio en sus corazones, en sus deseos, en su carácter y en su voluntad. Serán transformados y guardados por el Espíritu Santo como nuevas criaturas hasta que entren para siempre en la presencia de Dios en el cielo. Esto era algo que el antiguo pacto no podía hacer.
Para meditar:
¿Qué quiso decir el autor de Hebreos cuando dijo que la ley del Antiguo Testamento era una sombra de las cosas que habrían de venir?
¿Cómo se salvaban del pecado los santos del Antiguo testamento? ¿Eran suficientes los sacrificios de toros y machos cabríos?
¿Qué logró el sacrificio de Cristo que no pudieron lograr todos los sacrificios del Antiguo Testamento?
¿Cómo sabemos que el sacrificio de Cristo agradó al Padre?
¿Cuál es el efecto constante del sacrificio de Cristo en nuestro mundo de hoy? ¿Qué está logrando en nosotros hoy de manera personal ese sacrificio?
Para orar:
Demos gracias al Señor porque vivimos en un tiempo el cual los profetas solamente pudieron ver por fe. Démosle gracias por haber experimentado una nueva vida en Cristo y la presencia del Espíritu Santo viviendo en nosotros.
Demos gracias al Señor por la manera en que Su sacrificio puso fin a los demás sacrificios. Agradezcámosle que no hay nada más que hacer por nuestra salvación.
Tomemos un momento para confesar que somos culpables y que necesitamos de un sacrificio por nuestros pecados. Abramos nuestros corazones para aceptar el sacrificio de Cristo a nuestro favor.
¿Qué efecto ha tenido el sacrificio de Cristo en nosotros hoy? Tomemos un momento para agradecer al Señor por la manera en que Su sacrificio ha cambiado nuestras vidas.
27 – ASÍ QUE…
Leamos Hebreos 10:19-25
El autor de la Epístola a los Hebreos comienza el versículo 19 diciéndoles a sus lectores que desde el sacrificio de Cristo no hay separación entre Dios y Su pueblo. Por medio del sacrificio de Cristo tenemos acceso al Lugar Santísimo donde habita Dios. Solamente el sumo sacerdote podía entrar a ese lugar una vez al año después de haber ofrecido sacrificios por sus propios pecados y los pecados del pueblo. El Lugar Santísimo estaba separado del resto del templo por un gran velo. Cualquier persona que entrara sin autorización moriría. El camino a Dios estaba obstaculizado; el hombre pecador no podía acercarse al Dios santo. Cuando el Señor Jesús murió, el velo del templo se rasgó de arriba abajo (Mt. 27:51). Esto era una clara señal que por medio de la muerte de Cristo el camino a Dios ahora quedaba abierto. A la luz de esta poderosa verdad hay cuatro cosas que el autor quiere que sus lectores hagan. Cada una de estas exhortaciones usa verbos en tiempo imperativo. Analicémoslas más detalladamente.
Así que… Acerquémonos
Debido a que el Señor Jesús nos ha abierto la puerta, necesitamos acercarnos. ¡Qué gran vergüenza sería que nunca nos acercáramos a este maravilloso Dios cuando la puerta ya ha sido abierta y se nos ha invitado a entrar a Su presencia!
Debido a que Jesús pagó completamente el castigo podemos acercarnos a Dios. ¿Por qué nos acercamos? Lo hacemos por comunión y protección. El escritor nos desafía a tener comunión con el Padre en la seguridad de Su presencia. Esto no era posible bajo el antiguo pacto. Sin embargo, veamos en el versículo 22 que necesitamos acercarnos con un corazón sincero. Un corazón sincero es un corazón que está libre de engaño y pecado. Se nos dice que al acercarnos a este Dios santo debemos hacerlo con sinceridad, teniendo nuestros corazones rociados para purificarnos de mala conciencia y nuestros cuerpos lavados con agua pura. Si queremos acercarnos a Dios, primeramente tenemos que tratar el tema del pecado en nuestros corazones que es lo que nos separa de Él. Por esto fue que vino el Señor Jesús, para limpiarnos de nuestros pecados. El contexto parece indicar que esto ya ha sucedido. Podemos tener confianza que el sacrificio de Cristo a nuestro favor nos ha limpiado de todo pecado. Nuestros corazones han sido rociados con la sangre de Cristo para limpiarlos y librarlos de toda conciencia culpable por medio de Su perdón. Podemos acercarnos porque Cristo nos ha perdonado y nos ha limpiado.
En el versículo 22 se les dice a los lectores que también debe acercarse en plena certidumbre de fe. La fe es importante si queremos acercarnos a Dios. La realidad del asunto es que es muy probable que no veamos a Dios aparecerse delante de nosotros y revelarse de una manera espectacular. Puede que no escuchemos Su voz hablándonos como lo hizo con Moisés en el Antiguo Testamento. Pero sí podemos encontrar Sus palabras en las Escrituras. También tenemos la convicción de Su Espíritu Santo. Simplemente tenemos que creer lo que Dios nos dice y confiar nuestras vidas en Sus promesas. Tendremos que venir delante de Dios creyendo que el sacrificio de Jesús es suficiente para otorgarnos el acceso a Su presencia. Vengamos con confianza, no basados en nuestros propios méritos, sino por fe en lo que Cristo ha hecho. Al acercarnos a Dios debemos hacerlo habiendo sido purificados de nuestros pecados por el Señor y creyendo por fe que Él será fiel a Su Palabra y Sus promesas.
Así que… Mantengamos Firmes la Esperanza
Al venir al Señor Jesús debemos afirmarnos, “sin fluctuar”, a la esperanza que nos ha dado (versículo 23). Mantenerse firme “sin fluctuar” es agarrarse fuertemente de algo. El autor les dice que se agarren, sin soltarse, de la esperanza que ellos profesan. ¿Cuál era esa esperanza? Era la esperanza de salvación y vida eterna por medio de la obra de Jesucristo. Era la esperanza del perdón de todos los pecados y de estar bien con Dios. Aunque el don de la salvación es gratis, necesitamos percatarnos de que no siempre será fácil. El Señor Jesús nos demostró cuán difícil sería vivir para Dios. Innumerables santos han sido perseguidos y martirizados por su fe y esperanza en Cristo. Aquellos que se han acercado al Señor en fe y con sinceridad de corazón son llamados a ser fieles hasta la muerte. Debemos hacerlo porque todas las promesas de Dios son fieles. El que nos hizo estas promesas las cumplirá. Él no puede mentir. Nuestra única esperanza está en el Señor Jesús. No hay nadie más ni ningún otro lugar a donde ir. Los que le pertenecen entenderán esto y se aferrarán a Él. Ellos no se desviarán de la senda que Él les ha trazado, sino que se agarrarán firmemente sin soltarse de Sus promesas, sin importar el precio a pagar.
Así que… Estimulémonos los Unos a los Otros
El Señor me ha estado mostrando últimamente que no podemos vivir la vida cristiana por nuestra cuenta. No solamente voy a necesitar Su fuerza para perseverar hasta el final, sino que también voy a necesitar a mis hermanos en Cristo. Dios les ha dado dones por medio del Espíritu Santo para ministrar a mi vida en tiempos de necesidad.
En el versículo 24 el escritor les recuerda a sus lectores que ellos se necesitaban los unos a los otros. Él los desafía, en vista de las dificultades que se aproximan, a estimularse en la fe. En particular los desafía a estimularse al amor y a las buenas obras. Necesitamos velar por mis hermanos y hermanas en la fe. Yo necesito su apoyo y ellos el mío. Dios nos ha llamado a vivir en una comunidad. A medida que se acercan los días del regreso de nuestro Señor, el pueblo de Dios se necesitará más y más entre ellos.
Así que… No Dejemos de Congregarnos
Este principio está muy estrechamente relacionado con el primero. Una vez más vemos que a la luz de lo que el Señor ha hecho por nosotros y las dificultades que tenemos por delante, debemos hacernos el hábito de reunirnos con otros creyentes (versículo 25). Esa comunión puede manifestarse de diferentes maneras, y no se encuentra exclusivamente en la asistencia a la iglesia. Algunos de los mejores momentos de comunión que he tenido han sido compartiendo con un hermano en Cristo acerca de las cosas de Dios. El llamado que aquí se nos hace es el de reunirnos de manera regular con creyentes consagrados para tener tiempos de comunión y para la exhortación. Tenemos responsabilidades los unos para con los otros, y todos necesitamos de las oraciones y el aliento de los demás.
Percatémonos en particular que reunirse como creyentes es algo que se necesita hacer, más aún que el día del Señor se acerca. El día viene cuando a nuestro enemigo se le dará mayor libertad. Se le desatará y llevará a cabo su mal en nuestra tierra. La Biblia nos dice que a medida que el día se acerca, será como en los días de Noé, en los cuales las personas hacían lo que les placía (Mt. 24:37-39). Habrá menos interés por Dios y Sus propósitos (2 Ti. 3:1-5). Los creyentes serán rodeados por la sociedad (Mt. 24:9). A medida que las cosas se tornen más difíciles, el creyente necesitará reunirse con otros creyentes para brindarse apoyo y aliento.
A la luz de lo que el Señor ha hecho por nosotros, debemos acercarnos con corazones sinceros con completa confianza. Debemos agarrarnos firmemente de Sus promesas, exhortándonos y apoyándonos mutuamente en las dificultades que aparecen por delante. El camino no será fácil. Necesitaremos una comunión profunda con el Padre, recordarnos de Sus promesas y el apoyo y aliento de nuestros hermanos en Cristo. Es de esa manera que los verdaderos siervos de Dios podrán perseverar hasta el fin.
Para meditar:
¿Cómo debemos acercarnos a Dios? ¿Qué ha hecho Cristo que nos permite acercarnos a Dios?
¿Qué significa aferrarnos a la esperanza que tenemos? ¿Cuáles son las tentaciones que nos impiden aferrarnos a esa esperanza?
¿Qué aprendemos aquí de la importancia del cuerpo de Cristo? ¿Qué papel desempeñan nuestros hermanos en nuestra vida cristiana?
¿Qué nos enseña este pasaje en cuanto a cómo debemos perseverar en las pruebas y las dificultades?
Para orar:
Demos gracias al Señor porque Él es fiel a todas Sus promesas y podemos confiar en ellas.
Oremos para que el Señor nos dé la fortaleza y la confianza de agarrarnos hasta el final de la esperanza que nos ha dado.
Oremos para que el Señor nos muestre cómo exhortar y ministrar a nuestros hermanos en Cristo.
¿Alguna vez algún hermano nos ha ministrado? Tomemos un momento para agradecer al Señor por la manera en que lo ha usado en nuestras vidas.
28 – LOS QUE RETROCEDEN
Leamos Hebreos 10:26-39
En la sección anterior, el autor de la Epístola a los Hebreos desafiaba a sus lectores a aferrarse a la esperanza que tenían en Cristo. Él los llamaba a perseverar a la luz de la realidad de que Cristo se dio a Sí mismo por ellos como ofrenda por el pecado. Este sacrificio que hizo el Señor Jesús a favor de ellos demandaba que se volvieran de sus pecados y vivieran para Él.
En el versículo 26 el autor advierte a sus lectores acerca de los que pecan deliberadamente luego de haber entendido lo que Jesús hizo por ellos. Necesitamos decir algunas cosas acerca de pecar deliberadamente. Cuando hablamos de pecar deliberadamente nos referimos a pecados que no son el producto de la ignorancia o debilidad. En otras palabras, todos podemos pecar en momentos de debilidad. A veces pecamos porque no somos lo suficientemente maduros en las Escrituras para reconocer que lo que estamos haciendo está mal. No se trata de eso cuando hablamos de pecar deliberadamente.
En el versículo 26 vemos que se peca deliberadamente cuando se tiene conocimiento de la verdad. En otras palabras, la persona que peca deliberadamente sabe que lo que está haciendo está mal, pero aun así lo hace. Pecar deliberadamente no es un asunto de debilidad en la carne. La persona que hace esto tiene la capacidad de resistir el pecado, pero se rehúsa a hacerlo. Estas personas no están dispuestas a hacer cambios necesarios para estar bien con Dios. Aunque el Espíritu de Dios los convence de pecado en sus vidas, ellos perseveran en su rebeldía y siguen por su propio camino.
Se nos dice que quienes continúan viviendo en pecado se han privado ellos mismos de toda esperanza de perdón porque se han rehusado a dejar que su pecado sea cubierto por la sangre de Jesucristo. En realidad, lo que están diciendo es esto: “Prefiero quedarme con mi pecado. No me importa que Jesús muriera para librarme. Yo rechazo Su sacrificio y me quedo con mi pecado”. ¡Qué terrible es llegar a este punto en la vida!
¿Qué esperanza tenemos si le damos la espalda al Señor Jesucristo y a Su sacrificio? Ya vimos que el pecado demanda un sacrificio, pero el único sacrificio que puede cubrir el pecado es el sacrificio del Señor Jesucristo. Si le rechazamos a Él y Su perdón tendremos que enfrentar la ira de Dios. Aunque el perdón se le ofrece gratuitamente a todo aquel que lo acepte, el juicio y el fuego de la ira le esperan a todo aquel que lo rechace (versículo 27).
Dios nos mostró que bajo el antiguo pacto la paga del pecado era la muerte. En la mayoría de los casos esto significaba la muerte de un animal. Sin embargo, en otros casos Dios exigía, bajo el testimonio de dos o tres testigos, que el individuo que quebrantaba la ley voluntariamente fuera castigado con la muerte (versículo 28).
Si de esta manera se trataba a quienes quebrantaban la ley de Dios bajo el antiguo pacto, ¿cuánto más serio sería bajo el nuevo pacto mediado por Jesucristo? Hay quienes creen que, aunque Dios mostraba este tipo de juicio en el Antiguo Testamento, Él es mucho más indulgente en el Nuevo Testamento. Sin embargo, lo que el autor de la epístola les dice a sus lectores contradice esta idea. En el versículo 29 les dice que quienes rechazan la obra del Señor y continúan deliberadamente en su pecado, son más merecedores de juicio que quienes vivían bajo el Antiguo Pacto. La razón de esto es porque han pisoteado al Hijo de Dios. Pisotear al Señor es darle la espalda. Es como si tomáramos el regalo del perdón, lo tiráramos al piso y procediéramos a pisotearlo para mostrar cuánto desprecio sentimos por el regalo. ¡Qué insulto tan grande para quien entregó Su vida para que recibiéramos perdón! Si bajo el antiguo pacto alguien que tocaba un objeto sagrado era castigado con la muerte, ¿cuánto más merecen morir quienes tratan con desprecio la muerte de Cristo, el Hijo de Dios?
Dios no vacilará en juzgar a quienes rechacen Su oferta de salvación. Para demostrar esto el escritor cita en el versículo 30 a Deuteronomio 32:35:
Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo.
La promesa de Dios en el Antiguo Testamento era que Él vengaría el pecado. Él castigaría el pecado con juicio. Tenemos la promesa de un Dios que no miente, de que Él juzgaría el pecado y el mal. No puede haber nada más cierto que esto. Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo (versículo 31). Su ira y Su venganza son reales. En el Antiguo Testamento tan solo vemos vestigios de esta ira. Todavía no la hemos visto en su totalidad.
El autor llama a los hebreos a recordar los primeros días justo después de que recibieron al Señor (versículo 32). Esos días fueron difíciles para los creyentes hebreos. Ellos tuvieron que permanecer firmes en medio de mucho sufrimiento (versículo 33). Algunos de ellos fueron insultados y expuestos en público. La persecución que enfrentaban era muy real. A veces permanecían sin avergonzarse al lado de quienes eran perseguidos, identificándose así con la causa que representaban (versículo 33). En esos días, luego de su conversión a Cristo, algunos fueron puesto en prisión. Cuando les despojaron de sus posesiones, aquellos creyentes aceptaron su pérdida con gozo porque estaban sufriendo por Cristo, y sabían que Él tenía reservado algo mucho más grande para ellos (versículo 34).
Los cristianos hebreos eran exhortados a permanecer en esa misma confianza que tuvieron cuando conocieron al Señor en el pasado (versículo 35), sin permitir que esa confianza se perdiera. El Señor los iba a recompensar por su fidelidad. Ellos debían seguir haciendo la voluntad de Dios. Iban a venir pruebas y sufrimientos; serían odiados, vituperados y echados a la cárcel. Algunos tendrían que dar sus propias vidas, pero Dios no era ajeno a aquellas cosas. El día vendría en que recibiría su recompensa. Mientras tanto, debían ser cuidadosos de honrar al Señor Jesús, recordando Su sacrificio y la sangre del pacto que fue derramada por ellos.
El día del regreso del Señor vendría. Él prometió regresar por los suyos. En ese día terminarían todos los sufrimientos y las pruebas. Ellos estarían con Él para siempre. Estar con el Señor haría que valiesen la pena todos los sufrimientos que tuvieron que pasar. El dolor y el sufrimiento que enfrentarían no se podían comparar con el deleite de estar en la presencia del Señor para siempre.
En el versículo 38 el escritor les recuerda la palabra que Dios habló por medio del profeta en Habacuc 2:3-4:
Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma.
De acuerdo con este versículo el justo vivirá por fe. Los ojos del justo están enfocados en Dios y Sus promesas. El que vive por fe escoge confiar en Dios sin importar lo que suceda. Cuando vienen la persecución y las pruebas, ellos levantan sus ojos al Señor y ponen toda su confianza en Sus promesas. Ellos saben que Dios los traerá en victoria. Sus tesoros no son los de este mundo. Ellos no retroceden en tiempos de dificultad, sino que perseveran con sus ojos puestos en el Señor Jesús.
Concluimos el capítulo 10 con una palabra de exhortación. El escritor de Hebreos les decía a sus lectores que él confiaba que la fe de ellos era genuina. Les decía que el carácter de ellos era tal que ellos no iban a retroceder en tiempos de dificultad. En cambio, iban a perseverar en su fe y ser salvos. Aunque no somos salvos por perseverar, los que son salvos perseveran. La verdadera prueba de genuinidad de nuestra salvación es que seremos fieles hasta el fin. Hay muchos que confiesan a Jesús como Señor, pero que se apartan cuando la situación se torna difícil. Sin embargo, la fe del verdadero creyente se prueba con el tiempo y las pruebas. Las personas de una verdadera fe pueden sufrir mucho, pero su amor por el Señor y la fe que el Espíritu de Dios ha puesto en sus corazones los mantiene de manera tal que no retroceden.
Para meditar:
¿Qué es pecar deliberadamente? ¿Cómo podemos saber si alguien está pecando voluntaria o deliberadamente?
¿Qué nos dice el escritor de Hebreos de aquellos que rechazan la oferta de perdón que Jesús les brinda?
¿Qué aprendemos en este pasaje acerca del juicio de Dios?
¿Qué función desempeña la perseverancia a la hora de revelar una verdadera fe?
¿Por qué la fe nos sostiene cuando vienen las pruebas a nuestro camino?
Para orar:
Pidámosle al Señor que nos proteja y nos guarde de pecado.
Demos gracias al Señor por el perdón maravilloso que nos ofrece.
Demos gracias al Señor porque Él juzgará el pecado y el mal. Alabémosle porque Él es santo.
Oremos para que el Señor nos dé las fuerzas para enfrentar cualquier persecución que pueda venir. Oremos para que nos ayude a honrarle en las pruebas que nos aparezcan.
29 – LA FE
Leamos Hebreos 11:1-16
En la última reflexión vimos que la prueba de una verdadera fe era la perseverancia. La fe real soportará las vicisitudes y las luchas. El autor de la carta estaba muy seguro que sus lectores tenían una fe verdadera. El hecho de que la fe requiera de perseverancia es un indicador de que la vida cristiana no siempre será fácil. Siempre habrá pruebas y luchas que vencer. No siempre seremos aceptados. Algunos serán perseguidos o inclusive asesinados por causa de su compromiso con el Señor. Muchos que han sido antes que nosotros lo han arriesgado todo por causa de Cristo.
Al comienzo del capítulo 11 encontramos que el autor toma tiempo para definir la fe. Él nos dice que la fe es estar seguros de lo que esperamos y convencidos de lo que no vemos. Necesitamos tomar un momento para reflexionar en esto.
La fe es la certeza de lo que se espera. A menudo cuando usamos la palabra “esperar” expresamos cierta duda. Por ejemplo: “Espero poder hacer esto o aquello”. Esto casi siempre significa que, si todo sale bien y mi vida va bien, entonces lo haré. La esperanza de la cual habla el escritor de Hebreos aquí es más que un deseo incierto de hacer algo o ver algo. Esta esperanza de la cual habla es tan cierta que podemos arriesgar nuestra vida por ella. Es la confianza absoluta en lo que Dios ha prometido.
Es muy fácil estar convencido de las cosas que vemos delante de nosotros. Yo sé que ahora estoy sentado en una silla tecleando un texto. Estoy seguro de esto porque ahora mismo lo estoy experimentando. Puedo ver otras personas a mi alrededor. Estoy seguro que ellos están en la misma cafetería que yo estoy ahora. Para eso no hace falta fe. Ahora estoy viendo con mis ojos y escuchando con mis oídos. Cualquiera puede tener la seguridad de lo que ve y escucha alrededor de él o ella. La fe, por otra parte, es la seguridad de las cosas que no podemos ver. Yo ahora mismo, mientras tecleo, no puedo ver a Dios junto a mí, pero por fe acepto que Él está aquí. Lo sé porque Él me dijo que nunca me dejaría y nunca me abandonaría (He. 13:5). Tengo Su promesa, y aunque no lo veo con mis ojos, creo que Él está conmigo.
Hay otro aspecto de la fe que necesitamos tener en cuenta. Hay quienes han llegado a entender ciertas cosas de Dios. Ellos entienden que Dios es soberano y todopoderoso. Entienden y creen que Dios “puede” hacer cualquier cosa. Aunque el conocimiento acerca de Dios es importante, esto no es realmente de lo que trata la fe. Es bastante posible creer que Dios puede hacer algo y otra cosa es darnos cuenta que Él lo hará en nuestra situación. No podemos decir que tenemos fe si realmente no creemos que Dios será fiel a Su Palabra en medio de nuestra situación. Yo puedo creer que Dios “puede” proveer para mis necesidades, pero dudar seriamente si lo hará en medio de la situación que estoy enfrentando en este momento. Solamente podemos arriesgarlo todo si tenemos la absoluta confianza de que Dios nos guardará y hará que todas las cosas obren para Su gloria y para nuestro bien. La fe es una seguridad, una certeza y no un simple conocimiento doctrinal. La fe toca más allá de la mente, también influye en nuestro comportamiento.
Quienes tienen una verdadera fe están tan seguros de las cosas que creen que están dispuestos a arriesgarlo todo. Aun cuando sus ojos o sus oídos le dicen algo diferente, ellos prefieren confiar en lo que Dios dice que en la evidencia que los rodea. Según el versículo 2, fue por esta fe que los santos de antaño fueron elogiados.
Es por esta fe que aceptamos que el universo fue creado por orden de Dios (versículo 3). Ningún ser humano estuvo presente cuando Dios creó el universo. Dios habló y el mundo fue creado de la nada. ¿Cómo sabemos esto? No podemos probarlo con la ciencia. Esto es algo que aceptamos por fe. Dios nos ha dicho en las Escrituras que Él creó el mundo. Aceptamos esto por fe porque conocemos a Dios y Su carácter. Nunca hemos visto a Dios. No estuvimos presentes cuando el mundo fue creado, pero sabemos que Dios no puede mentir. Confiamos en lo que dice.
Fue por la fe que Abel ofreció un mejor sacrificio que el de Caín (versículo 4). Lo que necesitamos saber es que tanto el sacrificio de Abel como el de Caín eran aceptables según la ley del Antiguo Testamento. Era aceptable bajo el antiguo pacto traer un cordero o el fruto de la cosecha. La clave para entender este versículo no está en el tipo de sacrificio que fue ofrecido, sino en la fe que acompañaba el sacrificio. Observemos en el versículo 4 que Abel fue elogiado como un hombre justo. En otras palabras, Dios aceptó su ofrenda, no por lo que él le había ofrecido, sino porque él era un hombre justo que ofrecía su sacrificio con fe en Dios. Por otra parte, Caín no tenía la actitud correcta. Él no vino a Dios con fe, sino con amargura en su corazón. Dios aceptó el sacrificio de Abel por la fe que acompañaba ese sacrificio. Si queremos que nuestra adoración sea aceptada por Dios debemos venir a Él en fe. Debemos servir creyendo lo que Él dice. No estamos honrando a Dios si cuando venimos a alabarle estamos cuestionando en lo profundo de nuestros corazones si realmente Él es quien decimos que es. La adoración es aceptable delante de Dios solamente cuando va acompañada de fe.
Enoc también demostró la fe en su época (versículo 5). En una era en donde los hombres y las mujeres se estaban alejando de Dios, Enoc confió en Él y vivió para Él. Esto complació tanto a Dios que lo libró de la muerte. Dios lo llevó directamente a estar con Él. La fe de Enoc le permitió resistir las tentaciones de su tiempo. Él permaneció firme contra la corriente incrédula y mundana. Él le creyó a Dios y lo demostró con obediencia en un tiempo en el que todo el mundo se apartaba de Dios. en el caso de Enoc, Dios sintió que el mundo era indigno de tener a tal hombre entre ellos por lo que se lo llevó para que estuviese con Él.
El versículo 6 deja bien claro que si no tenemos fe no podemos agradar a Dios. Si venimos a Dios debemos creer con todo nuestro corazón que Él existe y que oirá y responderá nuestro clamor. Debemos creer esto tan firmemente que no debemos dejarlo ir hasta que Él se nos haya revelado. No sirve de nada clamar a alguien que realmente no creemos que está ahí. ¿De qué sirve orar a Dios si no creemos que Él escucha y responde nuestras oraciones? Estaríamos perdiendo nuestro tiempo si no creyéramos que Dios existe, que nos oye y nos responde. No estamos honrando a Dios si cuestionamos Su fidelidad a Su Palabra.
En el versículo 7 el escritor de Hebreos nos recuerda como Noé fue advertido de un diluvio. No había señales claras de esta inminente inundación. Lo único que Noé tenía era la Palabra de Dios. Él construyó un arca cuando no había agua alrededor para que flotara. Él lo hizo porque escuchó un mensaje de parte de Dios y confió en lo que le dijo. Él confió lo suficiente en Dios para dedicarse de a lleno a la construcción del arca en los meses que le siguieron, a pesar de que sus vecinos pensaban que estaba loco.
La fe nos llama a la obediencia, nos llama a arriesgar nuestra reputación. Ésta demanda esfuerzo y arduo trabajo, aun cuando no vemos los resultados inmediatos o cuando las cosas no tienen sentido. Es este tipo de fe que nos mantiene en el ministerio incluso cuando no vemos los resultados. Fue esta la que mantuvo al apóstol Pablo viajando de ciudad en ciudad incluso después de haber sido apedreado por predicar el evangelio. ¿Cuántas veces no hubiéramos dejado nuestro ministerio si no fuera por la firme y profunda convicción en nuestro corazón de que era a eso a lo que Dios nos estaba llamando? A Noé se le pondera su fe en Dios y Dios estaba complacido con él. Noé es un padre de quienes confían en Dios por fe, incluso en nuestros días (versículo 7)
De igual manera, Abraham demostró Su fe saliendo de su tierra y dejando atrás todo lo que conocía, para irse a un lugar donde Dios lo estaba llamando (versículo 8). Él no sabía los peligros que estaban por delante; no sabía cómo iba a proveer para su familia mientras viajaba. Él ni siquiera sabía hacia dónde iba. Humanamente hablando, no tenía sentido alguno para Abraham dejarlo todo y lanzarse a un viaje a lo desconocido. ¿Qué le depararía esa tierra? ¿Los habitantes de aquella tierra serían amistosos con ellos o serían hostiles? Abraham no tenía respuestas a estas preguntas, pero realmente no importaba. Su fe le permitía confiarle a Dios su futuro. Él creía que, si Dios lo guiaba, también le proveería e iría delante de él. La fe de Abraham le permitía caminar hacia lo desconocido. Él no veía el cumplimiento inmediato del propósito de Dios. Él cruzó desiertos viviendo en tiendas. Él era un extranjero en la tierra que luego sería suya. Hasta sus hijos Isaac y Jacob vivieron esos estilos de vida errante (versículo 9). Él no pudo ver cómo Dios les entregaría esa tierra a sus descendientes. La fe nos guiará por tiempos así. Cuando caminamos por fe como Abraham, no necesitamos tener todas las respuestas. Abraham creyó que Dios haría lo correcto a Su debido tiempo. Su fe no solo le permitió ver una ciudad con cimientos en esta tierra, sino una gran ciudad que Dios construiría (versículo 10).
Otro aspecto de la fe de Abraham tenía que ver con sus descendientes. Dios le prometió que haría de sus descendientes una gran nación, pero no tenía hijos y él y su esposa estaban pasados de la edad en que se puede tener hijos. El escritor dice que Abraham pudo demostrar su fe en la promesa de Dios de darle un hijo (versículo 11). Aunque humanamente era imposible que tuviese un hijo a su edad, Abraham confió en la fidelidad del Dios que le había hecho la promesa. Dios fue fiel a Su promesa, pero además de esto les dio descendientes a Abraham que eran tan numerosos como las estrellas del cielo (versículo 12).
La fe cree incluso cuando las cosas parecen imposibles. Cree incluso cuando se está muerto. La respuesta puede que no venga mientras estamos vivos, pero la fe mira más allá de esta vida. La tumba es el fin de mi existencia terrenal, pero no es el fin de la fidelidad de Dios. Él seguirá siendo fiel aun cuando yo no esté.
Estos hombres y mujeres de fe no eran personas de este mundo. Ellos vivían aquí, pero sus corazones estaban en el cielo. Eran extranjeros en esta tierra (versículo 13). Ellos no pensaban ni veían las cosas como las demás personas. No se limitaban a lo que veía la vista terrenal; sino que miraban con ojos de fe. A ellos les importaba muy poco este mundo y sus posesiones. Estas cosas les atraían muy poco. Sus corazones se enfocaban en las cosas celestiales. Dios no se avergüenza de llamarlos Sus hijos. Ellos lo honraban con su fe y Dios se complacía en ellos. Él les preparó una ciudad (versículo 16), donde ellos vivirían con Él para siempre.
Para meditar:
¿Cómo el escritor de Hebreos define la fe en este capítulo?
¿Cuál es la diferencia entre creer que Dios puede hacer algo y creer que Él lo hará?
¿Estaríamos dispuestos a arriesgar nuestras vidas confiando en las promesas de Dios?
¿Qué función desempeña la fe en la adoración? ¿Podemos adorar sin fe?
¿Cuál es la conexión entre fe y acción? ¿Cómo influye la fe en nuestro estilo de vida?
¿Qué riesgo correrá la fe?
¿Qué aprendemos en esta sección respecto a cuánto le agrada a Dios la fe?
Para orar:
¿Cómo comparamos nuestra fe con la de los personajes que encontramos en este capítulo? Pidámosle a Dios que aumente nuestra fe.
¿Nos encontramos en estos momentos enfrentando algún problema específico en nuestras vidas? Pidámosle a Dios que nos ayude a confiárselo a Él.
Demos gracias a Dios porque siempre será fiel a Sus promesas. Demos gracias de que podemos confiar en Él completamente aun cuando no entendamos Sus caminos.
30 – MÁS FE
Leamos Hebreos 11:17-40
Hemos estado meditando en la importancia de la de en nuestro andar con Dios. Hemos visto que la fe es la seguridad de las cosas que Dios ha prometido. Esta seguridad es tan real que estamos dispuestos a que nuestra vida dependa de ella. A medida que continuamos, el escritor nos da más ejemplos prácticos de la verdadera fe.
En el versículo 17 el autor nos muestra hasta dónde llagaba la fe de Abraham. Incluso después de haber recibido el hijo prometido se dirigió hacia el monte para sacrificarlo en un altar, según la palabra que le había dado el Señor. Él estaba tan seguro de las palabras de Dios para él que estuvo dispuesto a arriesgar el tesoro más preciado que tenía. Él sabía la promesa que Dios le había hecho en cuanto a que sería el padre de muchas naciones. Abraham no entendía lo que Dios le estaba pidiendo, ni cómo Dios le daría descendencia por medio de su hijo si tenía que matarlo. Sin embargo, él estaba dispuesto a confiar en que Dios resucitaría a su hijo de los muertos para cumplir Su promesa.
La fe de Abraham demostró su profunda convicción en las palabras de Dios. En su mente no había dudas de lo que Dios le estaba diciendo que hiciera. Él confiaba en la dirección de Dios mucho más que en el razonamiento humano. ¿Sentimos la dirección de Dios al punto que estaríamos dispuestos, al igual que Abraham, a dar un paso de fe y arriesgarlo todo en el altar? Para algunos esto significaría dejar sus hogares y seres queridos para servir en tierra extranjera. Para otros significará rendirle sus hijos extraviados y creer que Él los cuidará en su rebelión. La fe lo sacrificará todo y confiará en Dios.
Esa misma fe fue trasmitida a Isaac, el hijo de Abraham. Isaac bendijo a sus dos hijos, Jacob y Esaú, diciéndoles que Dios multiplicaría sus descendientes y les daría la heredad prometida a su padre Abraham. Isaac no vio el cumplimiento de esta promesa en vida, pero confiaba que Dios sería fiel a Su palabra (versículo 20).
Jacob, su hijo, también les transmitió esa misma fe a sus hijos. Él bendijo sus hijos cuando ya se encontraba en edad avanzada y les recordó la promesa que Dios le había hecho a su abuelo Abraham (versículo 21).
En el versículo 22 vemos otra generación que pasaba y aun así había creyentes que se aferraban a las promesas de Dios a Abraham. Cuando José estaba en Egipto, les ordenó a sus hermanos a que sacaran sus huesos de Egipto y lo enterraran en la tierra que Dios le había prometido a Abraham. Habían pasado generaciones y aun así ellos confiaban en la promesa de que Dios les daría una tierra para ellos. ¿Qué tiempo le damos a Dios para cumplir Sus promesas? Hay momentos en que abandonamos la esperanza demasiado rápido. Aquí aprendemos que la fe nunca se rinde. Puede ser transmitida de generación a generación. Dios obra en Su tiempo. La verdadera fe espera.
También vemos una demostración de fe en la vida de Moisés. Primero se ilustra en el ejemplo de sus padres, quienes lo escondieron por tres meses de los soldados de faraón porque creyeron que no era cualquier niño. Ellos lo ocultaron de faraón debido a que éste quería matar a todos los hijos varones. Ellos arriesgaron sus propias vidas para salvar a un niño, para quien creían Dios tenía un propósito especial.
Esta misma fe le fue transmitida a Moisés. Cuando creció, se rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón. Él decidió dejar atrás todas las riquezas de Egipto para vivir entre su propio pueblo. Él escogió ser maltratado con el pueblo de Dios en vez de vivir en los placeres del impío Egipto. Prefirió el desprecio ante los ojos de este mundo y consideró su relación con Dios mucho más valiosa que todas las riquezas y las comodidades que Egipto pudiera ofrecer (versículo 26).
Moisés pasó cuarenta años viviendo en el desierto cuidando ovejas. Aun así, no perdió su fe. Él siguió esperando en el Señor, creyendo que el día vendría cuando Dios cumpliría fielmente Su palabra (versículo 27). La fe es paciente. Moisés perseveró porque miraba al Dios invisible (versículo 27). Es decir, su confianza y sus ojos estaban puestos en el Dios de Israel aun cuando no podía entender cómo Dios iba a cumplir Sus promesas. Dios bendijo su perseverancia al revelársele en la zarza ardiente y al llamarle a regresar a Egipto para liberar a sus hermanos.
La fe hizo que Moisés fuera a Egipto, y fue por fe que se acercó a Faraón. Él no tenía manera alguna de saber cómo Dios lo usaría para librar a su pueblo, pero decidió ser obediente. Aun cuando el pueblo fue liberado de la esclavitud de Egipto, Moisés tuvo que confiar en Dios para que los guiara y les proveyera mientras viajaban por el desierto. ¿Cuánta agua les haría falta para beber, cocinar y bañarse a más de dos millones de personas y su ganado? ¿Cuánto alimento haría falta para alimentar a todas esas personas y sus animales? ¿Cuánta leña haría falta para cocinar sus alimentos diariamente? La cantidad de provisiones que hacían falta para alimentar y proveer para este número de personas era sorprendente ¿Qué papel jugaba en esto la fe? Ha habido momentos en los que me he preguntado cómo Dios va a proveer para que yo pague mis cuentas del mes. Aquí podemos ver claramente la fe de Moisés quien confió en que Dios proveería para su pueblo. Cuando Dios llama, también provee y prepara.
Esta no fue la única demostración de fe en la vida de Moisés. Cuando el ángel de la muerte pasó por la tierra de Egipto, Moisés le dijo al pueblo que roseara sangre en los dinteles de las casas, para que cuando pasara el ángel no les hiciera daño. Él le confió la vida de su pueblo a Dios. Dios le había dicho que estarían a salvo bajo la sangre roseada en los dinteles. Moisés le creyó a Dios, y el pueblo fue librado.
Cuando llegaron al Mar Rojo y los egipcios se le acercaban, Moisés escuchó la palabra de parte de Dios y le dijo al pueblo que el Señor los libraría. Él levantó su vara al aire y vio cómo el Señor dividía las aguas delante de él permitiendo que el pueblo de Dios cruzara por tierra seca hacia el otro lado. Cuando los egipcios les siguieron, las aguas cayeron sobre ellos y se ahogaron. Todo esto demandaba que Moisés confiara en Dios y fuera obediente a Su voz. Lo que Moisés trataba de hacer era imposible para la mente humana. Dios hizo lo imposible a medida que Moisés creía y obedecía por fe.
En el versículo 30 leemos la historia de Josué y el pueblo de Israel cuando llegaron a la ciudad de Jericó. Esta ciudad era una ciudad muy fuertemente fortificada. Dios le dijo a Josué que debía marchar alrededor de la ciudad por siete días. Esto debió haber sido algo que no tenía sentido para Josué. ¿Cómo era posible que marchar alrededor de la ciudad les daría la victoria que necesitaban? Dios no necesita que nosotros entendamos, Él simplemente quiere que obedezcamos. Hay otra cosa que debemos tener en cuenta con esto. Mientras los hijos de Dios marcharan alrededor de los muros de la ciudad, desde el punto de vista humano sus vidas estarían bajo riesgo. Ellos bien pudieran haber sido el blanco de las flechas enemigas. Los soldados en las murallas podían matarlos mientras les daban vueltas a los muros. Cada paso que daban era un paso de fe. Ellos tenían que confiar en que Dios los protegería a medida que caminaban en obediencia. Hay ocasiones en las que la fe nos pone en el camino peligroso. A veces somos llamados a dar el paso al frente de la batalla. Mientras Josué guiaba al pueblo alrededor de la ciudad por esos siete días, se les recordaba que Dios era su protector. Él pelearía por ellos. Cuando se terminaron los siete días, Dios derribó los muros de Jericó y le dio la victoria a Su pueblo. La fe hace las cosas a la manera de Dios. Ésta no confía en la sabiduría humana.
No fueron solamente los grandes santos los que demostraron esta fe en Dios. Hasta Rahab, la ramera, mostró su fe en Dios. Cuando los espías salieron a reconocer la tierra, ella reconoció que eran de la ciudad de Israel. Ella sabía en su corazón que Jehová Dios les daría la victoria sobre su pueblo. Por lo tanto, ayudó a los espías arriesgando su vida al hacerlo. Debido a que ayudó a los espías y creyó en el poder del Dios de Israel, su vida fue librada (versículo 31).
La lista de los que demostraron verdadera fe en Dios es larga. El versículo 32 nos recuerda a hombres como Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Salomón y los profetas. Estos hombres, y muchos como ellos, conquistaron naciones enteras por fe, y por fe trajeron justicia al pueblo de Dios. Ellos confiaron en las promesas de Dios y vieron las respuestas a esas promesas.
En el caso de Daniel y sus amigos, vemos cómo las bocas de los leones fueron cerradas y el fuego del horno domado. Estos individuos, al igual que otros, escaparon de la muerte de espada, no por su propia fuerza sino poniendo su confianza en la dirección y la protección del Señor. Ellos no eran personas especiales, era gente ordinaria, sencilla, personas que, aun con sus debilidades, Dios usó. Ellos llegaron a ser poderosos, confiando y viviendo por fe en lo que Él decía.
No fueron tan solo los hombres quienes demostraron esa fe. Hubo mujeres que recibieron a sus hijos de entre los muertos. Otros fueron torturados y se rehusaron a someterse a las exigencias de sus martirizadores, pues prefirieron sufrir antes que negar al Señor su Dios. Ellos creyeron que Él los guardaría y los resucitaría de los muertos. Estaban convencidos de Sus promesas.
Vivir por fe no significa que todo nos va a salir bien. Muchos que viven por fe sufren grandemente a causa de esa fe. En ocasiones reciben la burla de quienes se le oponen. Las Escrituras están llenas de ejemplos de hombres y mujeres de fe que fueron golpeados, encadenados o echados a la cárcel. Otros fueron apedreados, aserrados por la mitad o muertos a espada (versículos 36-37).
Estos hombres y mujeres de fe no eran adinerados. Muchos de ellos no tenían nada. Muchos habían sido desposeídos y a menudo maltratados y perseguidos por causa del Señor. Ellos no tenían casa en donde vivir, y eran obligados a andar errantes en desiertos y montañas, o a vivir en cuevas o agujeros en la tierra para escapar de la ira de quienes les buscaban para matarles. Ellos fueron odiados por el mundo, pero Dios consideraba que el mundo no era digno de ellos. Muchos de ellos nunca vieron en su vida el cumplimiento de las promesas de Dios. Sin embargo, no renunciaron a su esperanza. Ellos le creyeron a Dios y confiaron en Él. Una cosa es creerle a Dios cuando las cosas van bien, y otra muy diferente es creerle a Dios cuando todo parece estar saliendo mal en nuestras vidas. Ellos siguieron confiando inclusive cuando la promesa parecía estar muy lejos. Confiaron lo suficiente como para morir.
Dios no se rindió con estos individuos. Él tenía un gran plan para ellos. Aquellos que confiasen en el Señor Jesucristo por fe, conocerían la salvación del Señor. En ellos y por medio de ellos el Señor lograría Sus propósitos maravillosos.
La fe que se exhibe en este capítulo equivale a un gran desafío para nosotros. Estos hombres y mujeres que fueron antes que nosotros tienen mucho que enseñarnos acerca de la fe. Ellos fueron personas que lo arriesgaron todo y lo soportaron todo por la causa de un Dios que no podían ver, y por promesas que en ocasiones no se cumplieron mientras vivían. Estos eran hombres y mujeres de una fe verdadera. Ellos hoy nos inspiran y nos desafían a caminar como lo hicieron ellos. ¡Que Dios levante a una generación de hombres y mujeres de fe!
Para meditar:
¿Qué aprendemos aquí acerca de los riesgos que necesitamos tomar por fe?
¿Alguna vez hemos tenido que avanzar en fe porque no entendemos cómo Dios va a hacer que las cosas funcionen? ¿Qué nos enseña este pasaje acerca de la necesidad de salir en fe aun cuando no entendemos?
¿Por cuánto tiempo está dispuesta la fe a esperar?
¿Vivir por fe significa que no tendremos problemas? Explique. ¿Qué ejemplos tenemos de esto en este capítulo?
¿En qué lugar nos encontramos cuando nos comparamos con los hombres y mujeres de fe? ¿Tenemos la misma fe que ellos?
Para orar:
Pidamos al Señor que nos aumente la fe en Él. Oremos para que nos dé el valor de vivir en absoluta obediencia a Su llamado en nuestras vidas.
Demos gracias al Señor por los ejemplos inspiradores de hombres y mujeres que fueron antes que nosotros.
Pidamos perdón por las veces que no confiamos en Él. Seamos específicos.
Pidámosle al Señor que nos dé el valor y la fuerza para rendirlo todo a Él, y así nada se interponga en el camino de la obediencia y la fe
31 – CONSIDERAD A AQUEL
Leamos Hebreos 12:1-12
En las últimas dos reflexiones examinamos la importancia de la fe en la vida cristiana. Descubrimos que la vida cristiana no siempre está exenta de problemas y dificultades. Habrá oposición y persecución. En tiempos como esos será nuestra fe la que nos lleve a la victoria. Al comenzar Hebreos, el autor les habla a sus lectores de la gran nube de testigos que les rodea. Los testigos de los que se habla aquí son hombres y mujeres que fueron antes que nosotros y que sufrieron gran oposición. En el capítulo 11 leímos acerca de ellos. Vimos que nos dejaron un ejemplo de fe en las pruebas y las tribulaciones. A ellos se les describe aquí como si nos observaran y nos animaran desde allí a seguir adelante mientras enfrentamos lo que ellos enfrentaron. Si pudieran nos gritarían palabras de aliento para recordarnos que la victoria es posible.
Habiendo visto los ejemplos de quienes fueron antes que ellos, los lectores hebreos son desafiados a deshacerse de todo lo que les impide u obstaculiza correr con perseverancia. La imagen es la de un maratonista que está cargando bolsas pesadas o corre con peso. Imaginémonos que estemos corriendo en un maratón con una gran y pesada mochila a nuestras espaldas. Todo este peso nos pone en desventaja, pues nos atrasaría y gastaríamos gran cantidad de energía valiosa. Estaríamos arriesgándonos de no terminar la carrera por la cantidad de peso que estamos cargando en la espalda. Imaginémonos también que no solamente estamos llevando este gran peso, sino que decidimos correr por un área llena de árboles, con muchas rocas inmensas y muchas plantas trepadoras en el suelo. Las probabilidades de que se nos enreden los pies con esa vegetación son bien grandes. Estaríamos corriendo el riesgo de tropezar o enredarnos con esos obstáculos. Esto es lo que el escritor de Hebreos nos está diciendo. Si queremos correr la carrera, tendremos que escoger cuidadosamente la ruta que vamos a tomar y deshacernos del peso innecesario. Y eso es lo que nos hace el pecado. El pecado nos añade peso y nos enreda para que no podamos terminar la carrera.
Observemos en el versículo 1 que esta carrera ya se nos ha trazado. Dios tiene un propósito para nosotros y para nuestras vidas. Mi carrera tomará un rumbo distinto al suyo. Dios nos dejará claro la senda que necesitamos tomar. Depende de nosotros permanecer en esa senda, quitar cualquier obstáculo y perseverar hasta el final. Esto fue lo que hicieron esas personas en el capítulo 11. A pesar de las dificultades, ellos renunciaron a rendirse; perseveraron con fe y terminaron la carrera que Dios les trazó.
Es importante que veamos que, aunque esas personas que fueron antes que nosotros nos dejaron un ejemplo, no debemos poner nuestra mirada en ellos. El versículo 1 dice que estos hombres y mujeres de fe son testigos. Ellos son espectadores que ya compitieron pero que ahora observan desde las gradas. Ellos nos aplauden y nos animan; nos desafían y nos motivan con su ejemplo, pero nuestra mirada no está puesta en ellos. El versículo 2 nos dice que debemos poner nuestros ojos en Jesús, pues es Él hacia donde corremos. Él es la meta y el precio que queremos ganar. Es muy fácil para nosotros poner los ojos en las personas, pero solo Jesús es digno de toda nuestra atención. Él debe ser nuestra meta.
Observemos qué se dice de Jesús en los versículos del 2 al 3. Jesús es el autor y perfeccionador de su fe. Fue el Señor Jesús quien les dio fe y esperanza. Él fue la fuente de su fe cuando murió y les dio una nueva vida por medio de Su obra en la cruz. Él quitó el impedimento del pecado y puso Su Santo Espíritu en sus corazones. La fe brota de la obra del Señor Jesús en sus corazones. Sin embargo, observemos que Jesús no es tan solo el autor de su fe, sino también el perfeccionador. Es decir, Él aumentaría la fe que puso en sus corazones, y haría que esa fe creciera y madurara en ellos. Él crea la fe en nosotros y también la hace madurar, la perfecciona.
En el versículo 2, el autor les dice que cuando Jesús fue a la cruz tenía un gran gozo delante de Él. Ese gozo era el conocimiento de la victoria y el lugar a la diestra del Padre en los cielos. Por medio de Su muerte muchos vendrían al Padre. Él fue probado y tentado en todo y venció. Él soportó el dolor y la vergüenza de la cruz; se rehusó a rendirse y el resultado fue la victoria. Ahora Jesús está sentado a la diestra del Padre. La diestra es el lugar de honor.
En nuestra batalla contra la carne y el pecado debemos considerar al Señor Jesús cono nuestro ejemplo e inspiración. Sin embargo, más que esto, debemos dejar que el conocimiento de lo que Él ha hecho por nosotros sea nuestra motivación para perseverar. ¿Qué nos sostendrá cuando la situación arrecie? Debemos poner nuestros ojos en Jesús y considerar lo que ha hecho. Que ese conocimiento de lo que el Señor ha hecho por nosotros nos inspire a amarlo con todo nuestro corazón, alma y mente. Que Su perdón y Sus promesas nos sostengan en los tiempos difíciles. Que el amor que demostró en la cruz por nosotros haga que estemos dispuestos a darlo todo por Él. Que Su promesa de eternidad nos inspire a desechar las cosas de este mundo y a que le busquemos a Él nada más.
Los lectores de esta epístola, aunque habían sufrido mucho, todavía no habían tenido que morir por su fe. Me gusta ver la imagen de un soldado peleando para defender su territorio. A medida que el enemigo arrecia, él resiste. La tarea de resistir no cesará hasta que haya derramado su sangre y yazca tendido en el suelo. Hasta que llegue ese momento, como buen soldado, él continúa en la batalla. Ese es el llamado para cada uno de nosotros.
En el versículo 5 el autor les recuerda a sus lectores las palabras de Proverbios 3:11-12
Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.
Aquí vemos una conexión interesante entre el sufrimiento que enfrentamos por causa del evangelio y la disciplina del Señor. Estos versículos nos desafían a ver el sufrimiento y las pruebas como parte de la disciplina del Señor en nuestras vidas. Mirar lo que enfrentamos como parte de la disciplina y capacitación del Señor, cambia la manera en que vemos nuestro sufrimiento. Cuando vemos la persecución o el sufrimiento como algo que viene del diablo o del mundo incrédulo, nuestra primera reacción es reprenderlo y clamar para ser librados. El problema con esto es que en muchas ocasiones el Señor nos capacita por medio de esas batallas. Si quitamos las batallas también estamos quitando las lecciones que se aprenden con ellas. El Señor usará mucho de lo que Satanás nos lanza y lo hace para refinarnos y purificarnos. No importa lo que nos lance el enemigo, necesitamos recordar que Dios es más grande. El Señor no nos dará solamente la victoria, sino que usará cualquier ataque del enemigo para nuestro bien y para Su gloria.
Haríamos muy bien en confiar en el Señor en medio del sufrimiento que enfrentemos. No tomemos a la ligera ese dolor y ese sufrimiento. No nos apresuremos a reprenderlo o a huir de él. Escuchemos lo que el Señor nos está diciendo por medio del dolor, y aprendamos las lecciones que quiere enseñarnos. Dejemos que Su disciplina vaya acabando poco a poco con el pecado y la rebelión que hay en nuestras vidas. Dejémosle que la use para acercarnos más a Él. Los sufrimientos y las pruebas no son del todo malas, Jesús mismo fue perfeccionado por las cosas que sufrió:
Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia (He. 5:8).
No cabe dudas que el Señor puede quitar nuestro dolor, pero en cambio, Él ha escogido usarlo. Imaginemos la frustración del enemigo cuando descubra que todo lo que nos ha lanzado solo ha servido para fortalecernos y acercarnos más al Señor.
El Señor disciplina a sus hijos (e hijas) que ama (versículo 7). Imaginemos un padre que no disciplinó a su hijo y le permitió hacer lo que quiso. No pasará mucho tiempo en el que su hijo se meterá en serios problemas. Los hijos necesitan dirección y guía. Necesitan ser disciplinados. Los padres que aman van a disciplinar a sus hijos para que tomen el camino correcto. Así es como Dios nos trata. Él quiere que alcancemos el máximo de nuestro potencial. Para eso el Señor necesita disciplinarnos y entrenarnos. Aun si el enemigo está detrás del dolor y el sufrimiento que enfrentamos, podemos estar seguros que el Señor los usará para lograr Sus propósitos en nosotros.
El hecho de que el Señor nos disciplina nos muestra que Él nos considera Sus hijos. Un padre no está interesado en disciplinar los hijos de su vecino (¡aunque a veces tengamos el deseo de hacerlo!). A los padres les interesan sus propios hijos. Cuando experimentamos la disciplina del Señor es porque el Señor nos está viendo como Sus propios hijos. Él se está tomando un interés personal en nosotros. De la misma manera en que respetamos a nuestros padres terrenales por disciplinarnos y darnos un fundamento sólido sobre el cual levantar nuestras vidas, debemos respetar, honrar e incluso agradecer a Dios por tomarse tal interés en nosotros. De una cosa podemos estar seguros, a medida que aceptamos la disciplina y la capacitación del Señor y aprendemos de esto, creceremos y maduraremos en nuestra fe y caminar con Dios.
El autor les recuerda a sus lectores en el versículo 10 que la disciplina y la instrucción del Señor siempre es para nuestro bien. La disciplina tiene la intención de capacitarnos para ser partícipes de la santidad de Dios. En otras palabras, por medio de la disciplina, Dios nos purificará del mal que nos aleja de Él. Por medio de la disciplina, Dios quitará todas esas ramas que hay en nosotros y que no producen fruto para que así podamos llegar a ser aún más fructíferos.
Es cierto que la disciplina no es agradable; a veces es dolorosa. Sin embargo, la realidad es que esa disciplina producirá una mejor cosecha de justicia y paz en nosotros. Si queremos vivir la vida que Dios quiere que vivamos, debemos aprender a aceptar Su disciplina. Si queremos conocer la paz de Dios en nuestros corazones y en nuestras vidas, debemos dejarle que arranque de nosotros todo aquello que impide que tengamos esa paz. La disciplina es para nuestro bien, a través de ella experimentaremos una mejor cosecha espiritual en nuestras vidas. Sin embargo, percatémonos de que solamente producirá una mejor cosecha si dejamos que nos capacite. Es posible que enfrentemos la disciplina del Señor y no ser capacitados por ella. Podemos hacer resistencia a la disciplina que viene de parte de Dios y no aprender las lecciones que Él quiere que aprendamos con ésta.
A la luz de estas verdades, el lector es desafiado en el versículo 12 a fortalecer sus manos y sus rodillas débiles. En otras palabras, hay que armarse de coraje. Dios tiene el control y usará cualquier cosa que el enemigo nos lance. Tenemos muchas razones para regocijarnos, incluso en los sufrimientos. Podemos regocijarnos porque Dios nos está tratando como hijos e hijas. Su intención no es destruirnos sino entrenarnos en mayor justicia. Cualquiera que entrene para una carrera sabe que, si no se esfuerza un poco más allá de sus límites actuales, nunca será capaz de mejorar. Los músculos deben ser llevados más allá de sus límites para que se fortalezcan. Si en el momento que comenzamos a sentir molestias nos rendimos, nunca podremos llegar más allá del nivel actual. Debemos fortalecer esos brazos empujando los obstáculos. No debemos dejar que las rodillas dejen de funcionar para nosotros. Necesitamos tomar el control de ellas y llevarlas al límite. Dios, quien ha creado la fe en nosotros, la perfeccionará por medio de los sufrimientos.
Para meditar:
¿Qué peso nos está impidiendo avanzar en nuestro andar con Dios? ¿Con cuáles pecados batallamos? ¿Qué necesitamos hacer respecto a ellos?
¿Cuál es la senda que Dios nos ha marcado? ¿Has estado siguiendo esa senda?
¿Cómo nos alienta la obra y la persona de Jesucristo cuando enfrentamos las pruebas de la vida?
¿Cómo nuestra actitud hacia las pruebas influye en la manera de enfrentarlas?
¿Por qué Dios nos disciplina y nos capacita como a hijos?
Para orar:
Pidamos a Dios que nos revele cualquier pecado que nos esté haciendo peso y retrasando.
Demos gracias al Señor que Él puede usar cualquier cosa que el enemigo nos lance para acercarnos más a Él.
Pidamos al Señor que cambie nuestra actitud hacia las pruebas que estamos enfrentando. Oremos para que nos enseñe lo que necesitamos aprender por medio de esas pruebas.
Demos gracias al Señor que Él nos ama lo suficiente al punto que, como buen padre, se interesa por nuestro crecimiento personal y porque demos fruto.
32 – SEGUID LA PAZ
Leamos Hebreos 12:13-17
Hemos estado examinando las dificultades de la vida cristiana. El Señor Jesús no nos ha llamado a una vida de confort. Habrá momentos en este mundo en los que batallaremos. El autor desafió a sus lectores en la primera parte de este capítulo a mantener sus ojos fijos en Jesús y a perseverar hasta el fin. Les decía que si querían perseverar debía despojarse del peso que les obstaculizaba en la carrera. En esta próxima sección descubrimos que uno de esos pesos que nos obstaculiza tiene que ver con nuestras relaciones con los demás.
En el versículo 13 se desafía a los lectores a hacer sendas derechas para sus pies, y así lo cojo no se salga del camino. Lo que el autor parece estar diciendo a sus lectores es que al vivir sus vidas cristianas debían asegurarse de no poner obstáculos delante de quienes los siguen. Algunos de ellos serían hermanos más débiles, a quienes aquí se les describe como cojos. Ellos cojean y caminan con dificultad y pueden tropezar fácilmente. Debemos vivir nuestras vidas de tal manera que aquellos que nos observan no tengan razón para caer. El escritor nos desafía en este versículo a vivir de tal manera que quienes nos sigan encuentren sanidad al mirar nuestro ejemplo.
Debemos tener en cuenta que todo esto se dice en un contexto de sufrimiento y dolor. En el capítulo 11 vimos cómo hombres y mujeres sufrieron por la causa de Cristo. Ellos prepararon sendas derechas para sus pies para que cuando les siguiéramos, aprendiéramos de su ejemplo y recibiéramos aliento. Sus vidas no le daban razón a nadie para tropezar en medio del sufrimiento y el dolor. ¿Qué tipo de ejemplo estamos dejando para quienes vienen detrás de nosotros? ¿Hemos dejado un ejemplo que otros puedan seguir? ¿Han sido nuestras vidas un obstáculo para otros? Lo que sí queda claro aquí es que no estamos solos en nuestra vida con Dios. Lo que hacemos y cómo vivimos influirá poderosamente a quienes nos rodean. Somos llamados a vivir de tal manera que nuestras vidas sean una bendición y sirvan de motivación a quienes nos rodean. De lo contrario, podemos convertirnos en un peso que dificulte la carrera de nuestros hermanos, o en algo que los haga tropezar y haga caer.
En el versículo 14 se le ordena al lector a esforzarse por estar en paz con todos los hombres y a ser santos. Veamos claramente cómo el escritor dice “todos”. Al decir esto también se está refiriendo a aquellos que nos persiguen y nos ultrajan. Esto no siempre será fácil. Hay personas con las cuales vivir en paz requiere más esfuerzo que con otras. En nuestra carne, quizás ni queramos vivir en paz con ciertos individuos. Dios nos llama a morir a la carne y a dejar que el amor de Cristo nos llene para brindarlo incluso a quienes son difíciles de amar.
En el versículo 14 existe una conexión entre vivir en paz con nuestro hermano y la santidad. Se nos llama a esforzarnos para resistir la carne y sus malvados deseos, y a vivir en armonía con todos los hermanos y hermanas. Al hacer esto, agradamos a Dios y demostramos verdadera santidad. La santidad está directamente relacionada con nuestra relación con las personas que nos rodean.
Veamos también que el versículo 14 nos dice que sin santidad nadie verá a Dios. La santidad de la que se habla aquí no se refiere a nuestros propios esfuerzos de ser buenos. Hay muchas personas buenas que nunca verán a Dios. La santidad de la cual se habla aquí es la obra del Espíritu Santo. Ésta viene como resultado de la obra de Cristo en la cruz, perdonando nuestros pecados y poniéndonos en paz con el Padre. Ésta también es el resultado de la obra interna del Espíritu para hacernos más como Jesús.
Es importante observar que, aunque hagamos todo lo posible por vivir en paz con nuestro hermano, esto no significa que nunca tendremos enemigos. Jesús tuvo enemigos. Los apóstoles también tuvieron una buena cantidad de éstos. También puede ser que nunca podamos reconciliarnos con nuestros hermanos. El desafío del autor es que sigamos (“busquemos”, NVI) la paz.
Bajo esta misma luz se nos advierte en el versículo 15 que no dejemos que ninguna raíz de amargura crezca en nuestras vidas. El escritor nos dice tres cosas importantes acerca de la amargura.
En primer lugar, cuando alguien está amargado con su hermano, esa amargura inevitablemente “estorbará” (causará problemas). La amargura es una bomba de tiempo. Llegará el momento en que explotará y causará mucho daño en el cuerpo de Cristo. Si no explota inmediatamente, de seguro que nos envenenará en el interior causándonos muchos problemas a nosotros, y al resto del cuerpo de Cristo.
En segundo lugar, la amargura “contaminará a muchos”. La amargura no es algo que podamos reservar solo para nosotros. Pronto va a envenenar a quienes nos rodean a medida que va revelándose en nuestras palabras, actitudes y acciones. Es por eso que dice que no debemos dejar que brote ninguna raíz de amargura. Debemos cortarla antes que retoñe y produzca malos frutos. Los frutos de la amargura son siempre malos. No pueden ocultarse fácilmente e inevitablemente se pasarán a otros y los contaminarán.
En tercer lugar, la amargura hace que dejemos de “alcanzar la gracia de Dios”. Cuando hablamos de la gracia de Dios, hablamos de Su favor y bendición en nuestras vidas. Jesús nos dice en Mateo 6:15 que, si no perdonamos a otros sus ofensas, entonces Dios no nos perdonará a nosotros. La Escritura desafía a los esposos a amar a las esposas y a tratarlas con dignidad, no sea que sus oraciones hallen estorbo (1 P. 3:7). Si dejamos que la amargura crezca en nuestras vidas, ésta nos impedirá que experimentemos las riquezas de las bendiciones de Dios. Por lo tanto, es muy importante que tratemos inmediatamente cualquier raíz de amargura, no sea que comience a causar problemas, contamine a otros y haga que dejemos de alcanzar la gracia de Dios en nuestras vidas.
En el versículo 16, el autor advierte a sus lectores contra la inmoralidad sexual. Todo vínculo con pensamientos y prácticas impías o lujuriosas deben ser aplastados rápidamente. Esto será un peso en nosotros que nos impedirá terminar la carrera que Dios nos marcó por delante. Además, nos desproveerá de Su bendición, y pondrá obstáculos en el camino que hará que quienes nos sigan tropiecen.
El versículo 16 también le recuerda al lector del comportamiento impío de Esaú. Éste vendió su herencia por una sola comida. Él despreció su bendición y la arrojó a un lado por un momento de placer. Después de haber arrojado su herencia, aunque trató de recuperarla con lágrimas, nunca más pudo recuperarla. La bendición que desechó por un plato de lentejas se había ido para siempre. Esto es lo que sucede cuando dejamos que la amargura o la inmoralidad sexual ganen terreno en nuestras vidas. Por un momento de placer podemos perder nuestra bendición. ¿Dejaremos que estas cosas nos priven de todo lo que Dios tiene para nosotros?
¡Cuán importante es que aprendamos la lección de esta sección! Podemos perder la bendición de Dios para nuestras vidas por la manera en que tratamos a otros en el cuerpo de Cristo. Podemos perder la bendición si albergamos la amargura o nos involucramos en prácticas inmorales. Nuestra relación con Dios puede verse obstaculizada por una mala relación con otra persona. Las relaciones son vitales si queremos crecer en nuestra intimidad con Dios. Correr la carrera que Dios nos ha trazado significa vivir en paz con aquellos que nos rodean.
Para meditar:
¿Qué tipo de ejemplo hemos sido para quienes nos rodean? ¿Hay algo en nuestras vidas que pudiera ser una piedra de tropiezo para nuestro hermano en el Señor? ¿Qué es? ¿Qué necesitamos hacer al respecto?
¿Es posible vivir en paz con todos los hombres? ¿Hay personas que se nos hacen difíciles de amar?
¿Por qué una mala relación con quienes nos rodean afecta nuestra relación con Dios?
¿Por qué la amargura afecta el cuerpo de Cristo? ¿Hemos visto ejemplos de estos en nuestras iglesias?
¿Por qué la perdida de la bendición de Esaú es un desafío para nosotros?
Para orar:
Pidámosle perdón a Dios por las veces que no hemos sido el ejemplo que debemos ser para nuestros hermanos. Oremos para que nos haga mejores ejemplos.
¿Hay personas que nos cuesta amar? Pidámosle al Señor que nos dé más amor por ellas.
Oremos para que Dios quite toda amargura de nuestras vidas. Oremos para que nos dé gracia para perdonar y ministrar a quienes nos han ofendido o se nos hacen difíciles de amar.
Oremos que el Señor nos mantenga puros de mente y corazón para que nada impida la plenitud de la bendición de Dios en nosotros.
33 – EL MONTE SINAÍ Y EL MONTE DE SIÓN
Leamos Hebreos 12:18-29
En el Antiguo Testamento leemos cómo Dios se revelaba a Su pueblo en el monte Sinaí. La presencia de Dios era tan grandiosa y poderosa que la montaña se llenaba de fuego, nube y tormenta. Quienes se atrevían a acercarse caían muertos.
Cuando el Señor descendía al monte Sinaí, los ángeles anunciaban Su presencia con sonido de trompeta. Cuando hablaba, quienes escuchaban Su voz rogaban que dejase de hablar (versículo 19). El poder de Sus palabras era demasiado fuerte para los humanos. Tan solo el sonido de Su voz hacía que hombres y mujeres temieran por sus vidas. Cuando a Moisés se le dejó ver una pequeña parte de la gloria de Dios en el monte Sinaí, su respuesta fue clamar: “Estoy espantado y temblando” (versículo 21).
¡A qué Dios tan grande y temible servimos! Su gloria y Su majestad no han disminuido. Él es el mismo Dios de los días de Moisés cuando éste temblaba en Su presencia. Su poder está más allá de lo que podamos imaginar. Su majestad y Su santa presencia causan terror.
Moisés recibió la ley de Dios en el monte Sinaí. La ley era parte del antiguo pacto que Dios había hecho con Su pueblo. Hemos visto que bajo ese antiguo pacto había separación entre Dios y el hombre. Un velo separaba el Lugar Santísimo (donde habitaba la presencia de Dios) del resto del templo. Cada día se hacían numerosos sacrificios para apaciguar la ira de Dios, pero aun así continuaba la separación.
Sin embargo, el escritor nos dice que los creyentes del presente no tenemos que venir más al monte Sinaí, el cual representa el antiguo pacto y la ley de Moisés. En cambio, nos acercamos a otro monte, al monte de Sión. Ahora Dios se revela desde ese monte. El versículo 22 nos deja claro que el monte de Sión representa la ciudad donde Dios vive, la ciudad celestial. También representa un nuevo pacto que Jesús ha establecido y sellado con Su muerte en la cruz.
Observemos las diferencias entre estos dos montes. Mientras que nadie se podía acercar al monte Sinaí sin temor a la muerte, el monte de Sión está repleto de miles de ángeles reunidos (versículo 22). El versículo 23 dice que nuestros nombres están escritos en el cielo, del cual el monte de Sión es un símbolo terrenal. El hecho de que nuestros nombres estén escritos es una indicación de que hay un lugar para nosotros en esa ciudad. Viviremos en la presencia de Dios quien es el Juez de toda la humanidad. Allí nos encontraremos con esos hombres y mujeres justos que fueron antes que nosotros. A diferencia del monte Sinaí, la puerta del monte de Sión está abierta para todo el que venga por medio de la obra de Cristo.
Observemos en el versículo 23 que los espíritus de quienes se acercan al monte de Sión han sido perfeccionados. El versículo 24 nos dice que esto sucede a través de Jesús, el Mediador. Su sangre fue derramada y esparcida sobre nosotros para limpiarnos de todo pecado y hacernos puros y santos ante el Padre. La sangre de Jesús habla mejor que la sangre de Abel. En otras palabras, el sacrificio de Cristo y Su sangre derramada fue un mejor sacrificio. Abel sacrificó un cordero y lo trajo al Señor. El Señor aceptó ese sacrificio, pero desde ahí en adelante se tuvieron que hacer muchos más sacrificios. Ninguno de ellos jamás reconcilió a la humanidad con Dios. Sin embargo, el sacrificio de Cristo lo cambió todo. Su sacrificio terminó con todos los demás, y agradó a Dios completamente cubriendo los pecados de todos los que vinieran a Él por fe. Por ese sacrificio de sangre el Señor Jesús se convirtió en el mediador entre Dios y la raza humana pecadora. Él pagó el precio por nuestro pecado y arregló nuestras cuentas con Dios. Él estableció un nuevo acuerdo pactual entre Dios y la humanidad trayendo reconciliación entre ambas partes.
Algunos comentaristas creen que en el versículo 24 el escritor está comparando la muerte de Abel con la del Señor Jesús. La muerte de Abel fue el primer asesinato registrado en la historia. Él fue asesinado por su celoso hermano Caín. Existen algunas diferencias significativas entre la muerte de Abel y la muerte de Cristo en la cruz. La muerte de Abel demandaba justicia. Su sangre clamaba a Dios por venganza y trajo la ira de Dios desde el cielo. Por otro lado, la sangre del Señor Jesús trae armonía, perdón, reconciliación. La muerte de Cristo restauró nuestra relación con Dios.
El monte Sinaí era un lugar de miedo y terror. Éste nos muestra que éramos pecadores separados de un Dios santo. El monte de Sión es un lugar de gozo y celebración. El poder del pecado fue roto en el monte de Sión. Dios y Sus hijos se han dado las manos por medio de la obra de Cristo, quien arregló nuestras cuentas.
Aquí deberíamos mencionar que, aunque el monte de Sión es un lugar de celebración y gozo, también es un lugar de terror. Al igual que el monte Sinaí, el monte de Sión juzga y condena. Aquellos que se rehúsen al perdón que Cristo ofrece experimentarán el terror del monte de Sión. El versículo 25 nos dice lo que le sucedió a quienes rechazaron al Señor bajo el antiguo pacto. Éstos fueron cortados del pueblo de Dios, algunos fueron aniquilados sin piedad. Si quienes rechazaron al monte Sinaí y el camino de la ley fueron eliminados sin piedad, ¿cuánto más serio es rechazar al Señor quien nos habla desde el celestial monte de Sión?
En los días de Moisés la voz de Dios sacudía la tierra. El Señor prometió que vendría el día cuando Su voz volvería a sacudir la tierra y los cielos (versículo 26). El autor dice que la tierra experimentará una sacudida mucho mayor. En el versículo 27 dice que cuando el Señor sacuda la tierra nuevamente será completamente destruida. Cuando se sacuda la tierra en esta ocasión solo aquello que pertenezca al reino eterno de Dios permanecerá (versículo 28).
Quienes han aceptado la obra de Jesucristo serán parte de un reino que no podrá ser conmovido. Ellos vivirán para siempre con el Señor en Su reino.
Necesitamos ser agradecidos a la luz de esta maravillosa verdad. Nuestros corazones necesitan alzarse en adoración por lo que Él ha hecho. La barrera entre Dios y Sus hijos ha sido derribada. Ya no hacen falta más sacrificios. Todos aquellos que vengan al monte de Sión, donde el Señor fue crucificado, recibirán total perdón. Aquellos que lo rechacen enfrentarán el fuego consumidor de Su ira (versículo 29). Si rechazar a Aquel que descendió del monte Sinaí significaba una muerte segura, así será para quienes rechacen al que reina en el monte de Sión.
El Sinaí representa el antiguo pacto y la separación que había entre Dios y la raza humana bajo la ley de Moisés. El monte de Sión representa un nuevo pacto hecho por medio de la sangre de Cristo derramada en la cruz del Calvario. Éste representa la reconciliación entre Dios y todos los que vengan a Su Hijo. En el presente Dios se revela completamente desde Sión. Si queremos acercarnos a Dios, debemos acercarnos al monte de Sión y al nuevo pacto. Debemos venir a Jesús quien es el Mediador de ese nuevo pacto.
Para meditar:
¿Qué representa el monte Sinaí? ¿Cuál era el problema con el monte Sinaí?
¿Qué representa el monte de Sión? ¿De qué se diferencia del monte Sinaí?
¿Por qué el sacrificio de Cristo es mayor que el de Abel? ¿Qué logró el sacrificio de Cristo?
¿Qué sucederá cuando el Señor descienda a sacudir la tierra nuevamente? ¿Estamos listo para este suceso?
¿Qué es un mediador? ¿Por qué Jesús se ha convertido en nuestro Mediador?
Para orar:
Demos gracias al Señor que nos liberó de la ley que nunca pudo traernos reconciliación entre Dios y el hombre.
Agradezcamos al Señor por Su muerte que pagó la culpa de nuestros pecados.
Demos gracias al Señor que nos ha dado la seguridad de salvación. Si no tenemos esta seguridad, oremos para que el Señor nos la dé.
Oremos para que el Señor no permita que tratemos de ganarnos la salvación por medio de la ley. Demos gracias a Dios porque la obra de Jesús, y nada más, es suficiente para nuestra salvación.
Agradezcamos al Señor que la puerta del monte de Sión está abierta para todos los que quieran venir. Demos gracias a Dios por la comunión y el perdón que el monte de Sión representa.
34 – ALGUNAS COSAS QUE DEBEMOS RECORDAR
Leamos Hebreos 13:1-7
En este último capítulo de la Epístola a los Hebreos, el autor trae antes sus lectores una serie de desafíos. Hay varias cosas que él quiere que recuerden en su caminar con el Señor.
Permanezca el Amor Fraternal (versículo 1)
El primer desafío es que se continúen amando los unos a los otros. El hecho de que les diga que permanezca el amor indica que es algo que ya estaban haciendo. Ellos debían sobresalir aún más en el amor mutuo. Si hay una cosa segura en la vida cristiana es el hecho de que el amor entre nosotros en ocasiones será puesto a prueba. Satanás conoce el poder del amor.
El Señor nos dijo que el mundo sabrá que somos Sus discípulos si nos amamos los unos a los otros (Jn. 13:35). No es por gusto que el enemigo ataca a los creyentes en el área de sus relaciones entre ellos. Él sabe el daño que causan las relaciones rotas. Habrá ocasiones en las que tendremos que humillarnos y buscar el perdón de nuestros hermanos. En otras, seremos nosotros los que les perdonaremos sus ofensas. En este versículo somos desafiados a amarnos mutuamente. Esto significará amar cuando hemos sido heridos profundamente, significará sacrificarnos los unos por los otros. Esto no siempre será natural, pero es algo que siempre debemos buscar, en especial cuando el día del Señor se acerca.
La Hospitalidad (versículo 2)
En el versículo 2 nos dice que el amor no debe dirigirse solamente a las personas que conocemos. Ellos también debían hospedar a quienes no conocían. Observemos cómo hubo santos en el pasado que hospedaron ángeles de esta forma. Tenemos ejemplos de esto en la vida de Abraham cuando le ofreció hospitalidad a los visitantes que vinieron a él para anunciar que su esposa daría a luz un hijo (Gn. 18).
Hospedar a quienes conocemos es relativamente fácil. Sin embargo, el desafío es extender la compasión a quienes no conocemos. El Señor Jesús ministró a todo tipo de personas que se encontraban olvidadas por la comunidad. A Él le llamaron “amigo de pecadores” porque no tenía miedo ministrarles en medio de su necesidad. ¿Cuáles son las personas abandonadas y olvidadas en nuestra comunidad? ¿Qué papel pediría Dios que desempeñáramos para alcanzarlos?
Acordaos de los Presos (versículo 3)
Uno de los grupos olvidados en el tiempo en que se escribió la epístola eran los prisioneros. Es cierto que estaban en la cárcel por alguna razón. Sin embargo, este no es el punto. El escritor les dice a sus lectores que no debían olvidarse de los prisioneros. Los creyentes debían recordarse de ellos como si estuvieran presos juntamente con ellos. En otras palabras, debían identificarse con las necesidades y el dolor que estaban experimentando. Tratar a un criminal con amor no significa que estemos de acuerdo con lo que hizo. Dios espera que seamos compasivos incluso con quienes nos han hecho daño, no solo a nosotros sino también a la sociedad.
En el versículo 3 se menciona a otro grupo. Aquí se habla de los maltratados. No se nos dice por qué han sido maltratados. En realidad, esto no importa. Quizás eran maltratados por prejuicios de la sociedad, quizás por su estilo de vida. Se nos dice que nos pongamos en su lugar. ¿Cómo nos gustaría que nos trataran si estuviésemos en su situación?
Como cuerpo de la iglesia no tenemos que estar de acuerdo con todo lo que una persona hace para poder ministrarle. Recuerdo haber escuchado la historia de un ministro que vino a un pueblo y desafió a las personas a que evangelizaran su comunidad. Él les dijo que en el pueblo había un club de striptease lleno de personas que necesitaban al Señor. Una anciana de la comunidad fue movida por el Espíritu en cuanto a esto, y un día, compró unas rosas y las llevó al club. Ella caminó hasta el frente donde había una jovencita bailando delante de los hombres, y dejando las flores delante de ella le susurró: “Querida, no tienes por qué hacer esto. si alguna vez quieres hablar conmigo, me encontrarás”.
El poder de esta acción amorosa me conmovió mucho. Muchas veces lo que el mundo incrédulo recibe de la iglesia es la crítica o la condenación. Estamos desafiados a alcanzar a otros con el amor. El amor tocará a personas que la condenación nunca podrá tocar. Jesús ministró a quienes los religiosos de Su tiempo condenaban. Él tocó a personas que nadie quería tocar. Somos desafiados a seguir Su ejemplo.
Honrar el Matrimonio (versículo 4)
En el versículo 4 el autor desafía a sus lectores a honrar el matrimonio. Hay ocasiones en que las personas más cercanas a nosotros son ignoradas. Debemos prestar especial atención a no descuidar nuestros matrimonios. Hay que honrar a los esposos y a las esposas. Esto significa serles fieles, no dejando que nada ni nadie se interponga entre nosotros como pareja. El lecho matrimonial ha de mantenerse puro de adulterio. Dios juzgará a los adúlteros y a los inmorales sexuales. Satanás le ha hecho mucho daño a la familia. Él sabe que rompiendo las familias está golpeando el corazón mismo de las comunidades. Los creyentes en especial deben ser muy cuidadosos de proteger sus matrimonios para que sean ejemplos de quienes los rodean.
Dejar la avaricia (versículo 5)
En el versículo 5 vemos cómo se les dice a los hebreos que no amen el dinero. El dinero no es un mal en sí, es el amor al dinero el que debemos eliminar de nuestras vidas. Cuando alguien ama el dinero, este se convierte en el centro de su vida. Cuando eso sucede las personas no se conforman con lo que tienen, y sus vidas comienzan a girar en torno al dinero que ganan y a lo que el dinero les puede conseguir. Quienes aman el dinero encuentran su seguridad en él, en vez de encontrarla en Dios.
El escritor de la epístola les dice en el versículo 6 que ellos podían decir con confianza que el Señor era su ayudador. Ellos tendrían provisión. Su seguridad no podía depender del dinero que tuvieran ni en nada más, solo del Señor.
Recuerden a sus Pastores (versículo 7)
El desafío final de estos primeros siete versículos es que habían de recordar a sus líderes. Esto se refiere específicamente a los líderes espirituales. Estas personas son las que hablan la Palabra de Dios. El lector estaba llamado a considerar la vida de estos líderes piadosos y a imitar su fe.
El desafío es tanto para que los líderes cristianos dejen un ejemplo, como para nosotros de seguir su ejemplo de fidelidad. Tenemos que admitir que ha habido muchos líderes infieles en nuestras iglesias y sociedades. Ciertamente no debemos seguir el ejemplo de ellos; sin embargo, debemos ser un pueblo que esté dispuesto a aprender de sus líderes. Eso quiere decir que debemos estar abiertos al cambio y dispuestos a crecer. Esto también quiere decir que debemos ser lo suficientemente humildes para recibir la corrección de su parte.
Recordar a nuestros pastores o líderes espirituales significa que debemos orar por ellos, apoyarlos y proveer para sus necesidades. Recordemos que muchos de estos líderes dependen de las ofrendas y los regalos que les hace el pueblo de Dios. El desafío para los creyentes es de proveer para las necesidades de sus líderes espirituales. Por algo el primer desafío en esta parte es que no debemos ser avariciosos, e inmediatamente después de esto se nos dice que debemos recordar a nuestros pastores. El pueblo de Dios debe respaldar a sus líderes con sus finanzas y su apoyo; debe proveerles para que el reino de Dios avance.
Para meditar:
¿Qué desafíos hemos tenido que enfrentar cuando hemos querido amar a nuestros hermanos en el Señor?
¿Quiénes son las personas necesitadas y maltratadas de nuestra sociedad? ¿Cuál es el desafío de este pasaje?
El amor puede alcanzar a personas de maneras que la crítica y el juicio no pueden. ¿Estamos de acuerdo con esta declaración? ¿Por qué?
¿Cómo es la relación con nuestros cónyuges? ¿Hemos sido culpables de ignorarlos?
¿Cómo encontramos equilibrio entre el amor al dinero y disfrutar las cosas buenas que Dios nos ha dado?
¿Son bien cuidados nuestros líderes espirituales? Según este pasaje, ¿cuál es nuestra responsabilidad hacia ellos?
Para orar:
Oremos para que Dios nos dé amor por alguien que nos cuesta trabajo amar.
Pidámosle a Dios que nos muestre si hay alguien en nuestra comunidad a quien Él quiera que nos acerquemos.
Ofrendemos de nuestro dinero al Señor. Oremos para que nos muestre cómo lo podemos usar para Su reino.
Pidámosle al Señor que perdone cualquier crítica que hayamos hecho de nuestros pastores. Tomemos un momento para orar por ellos, pidiéndole a Dios que los bendiga y los anime en sus ministerios.
35 – UN SACRIFICIO DE ALABANZA
Leamos Hebreos 13:8-15
Uno de los temas claves del libro de Hebreos tiene que ver con la comparación que se hace del pacto del Antiguo Testamento y todos sus sacrificios y leyes con el pacto del Nuevo Testamento bajo Jesús. Como parte de sus observaciones finales, el escritor advierte a sus lectores sobre tener cuidado de desviarse a causa de quienes tratan de traerlos de vuelta bajo la ley del antiguo pacto.
En el versículo 8 se nos dice que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. ¡Qué maravillosa verdad encontramos en esta declaración! El Señor Jesús nunca cambiará. Lo conocemos como el Hijo de Dios, lleno de gracia y verdad. Conocemos Su poder sobre el mal, el cual logró por medio de Su muerte y victoria en la cruz. Hemos experimentado la maravilla de Su salvación en nuestras vidas. Las promesas de Su Palabra nos han servido de apoyo y aliento. Estas cosas jamás cambiarán. Él es hoy el mismo que fue cuando caminó físicamente sobre esta tierra. De Él podemos esperar grandes cosas. Las promesas de Jesús en Su Palabra siguen siendo válidas en nuestros días. Jesús no cambiará ni tampoco Su Palabra.
Con esta instrucción en su mente es que el escritor exhorta a los hebreos a que no se dejen arrastrar por doctrinas extrañas. Según el contexto del versículo 9 entendemos que estas enseñanzas extrañas tenían que ver con las comidas ceremoniales y la ley de Moisés. El escritor de Hebreos les decía que la ley y sus ceremonias no tenían ya valor alguno para la salvación. Quienes confiaban en la gracia de Dios para la salvación por medio de la obra de Jesucristo tenían que dejar de depender rotundamente de la ley del Antiguo Testamento. Cualquier dependencia de la ley para salvación o aceptación ante Dios, solo podía demostrar que en verdad no habían entendido completamente que la gracia de Dios en Cristo era suficiente.
Había muchas personas en ese tiempo que estaban tratando de reintroducir la ley de Moisés. Ellos estaban enfatizando la necesidad de ser obedientes a la ley para poder ser salvos y recibir la aprobación de parte de Dios. Sin embargo, a los lectores se les recuerda que ya no estaban bajo la ley sino bajo la gracia, y debían afirmarse con ella.
¿Qué significa afirmarse con la gracia? El contexto nos indicaba que afirmarse era con el propósito de caminar más cerca de Dios. Hay personas que tratan de acercarse más a Dios por medio de la ley. Ellos piensan que si siguen los Diez Mandamientos y hacen todo de la manera que Dios quiere, entonces se acercarán más a Dios. Ellos piensan que fortalecerse espiritualmente en su vida cristiana tiene que ver con cuánto obedecen a Dios y Sus mandamientos. Si tienen que entrenar a jóvenes creyentes, hacen énfasis en los requisitos que Dios les exige. Se enfocarían en la manera de cómo Dios quiere que ellos vivan y en las obligaciones que tienen de guardar Sus mandamientos.
Uno de los problemas con esta forma de pensar es que el Antiguo Testamento es la historia del fracaso constante por lograr exactamente eso. Aunque somos llamados a ser obedientes, tenemos que tener presente que nuestra obediencia no hará que Dios nos acepte. Nuestra aceptación ante Dios tiene que ver con el Señor Jesucristo y Su obra en la cruz para nuestra salvación y perdón. La vida espiritual no se trata de reglas y normas, ni de tratar de vivir una vida perfecta. Esa era la forma antigua en que obraba la ley, pero no es la forma en que obra la gracia.
La manera en que obra la gracia comienza con la obra de Jesucristo como nuestro Sumo Sacerdote y cordero inmolado. La gracia nos enseña que nadie puede ganarse el favor de Dios tratando de esforzarse lo más que pueda. Lo mejor que podemos dar no llega a alcanzar lo que Dios demanda. La gracia nos enseña que nuestra aceptación es por medio de la obra de Cristo. Somos aceptados no por nuestros esfuerzos por agradar a Dios, sino por el esfuerzo de Cristo a nuestro favor. No servimos para ser aceptados, servimos como resultado del amor por Cristo quien aseguró nuestra aceptación. Crecer en la gracia es crecer en nuestro entendimiento de lo que Cristo ha hecho por nosotros.
El altar al cual nos acercamos es un altar al que nadie en el Antiguo Testamento tenía el derecho de acercarse. Inclusive, aquellos que ministraban bajo el antiguo pacto no tenían el derecho de comer la comida que se ofrecía sobre el altar (versículo 10). Solo la gracia nos da acceso a Dios y a Su trono.
Bajo la ley del Antiguo Testamento, el sumo sacerdote, una vez al año, tenía que llevar al Lugar Santísimo la sangre del animal sacrificado como ofrenda por el pecado. Esta era la única vez que le era permitido entrar a la presencia de Dios. Esto solo se podía hacer después de haber ofrecido sacrificio por sus pecados y por los del pueblo. Cada año se tenía que repetir el mismo sacrificio.
Después que el sacrificio se ofrecía en el templo, los cuerpos de los animales sacrificados eran llevados a las afueras de la ciudad donde eran lanzados y quemados. Esto fue lo que le sucedió al Señor Jesús (versículo 12). Él fue llevado afuera de la ciudad para ser crucificado y sepultado. Él era el sacrificio por nuestros pecados al igual que los sacrificios ofrecidos por los sacerdotes del antiguo pacto. Sin embargo, la diferencia entre estos sacrificios era que el sacrifico del Señor Jesús santificaría a Su pueblo. Ser santo es estar reconciliado con Dios. Nuestra confianza no está puesta en los interminables sacrificios de toros y machos cabríos. Nuestra confianza está en el Señor Jesús y nada más. Su sacrificio nos hace santos. Permítanme enfatizar algo aquí. Si el sacrificio del Señor nos hace santos y aceptables delante de Dios, entonces no hay más nada que hacer. Si creemos esto pondremos toda nuestra confianza en aquel sacrificio. Si dudamos que Su sacrificio fue suficiente entonces trataremos de ganarnos la salvación y el favor de Dios por medio de nuestros esfuerzos personales.
La verdad acerca de su completa aceptación en Cristo era la verdad que el escritor quería que sus lectores entendieran. Ellos no debían desviarse de esa verdad. Esta verdad nunca variaría porque el Señor nunca cambia. Su obra fue definitiva y logró todo lo que Dios quería. En cuanto a lo que se refiere a la salvación, comer las comidas ceremoniales u observar las leyes ceremoniales ya no tenían valor alguno. No había más nada que ellos pudieran hacer para su salvación y aceptación de parte de Dios.
Jesús quiso cargar con nuestros pecados, y como el cordero para ser sacrificado fue llevado fuera de la ciudad de Jerusalén para ser crucificado. Él no tuvo vergüenza de cargarlos por nosotros. Tampoco deberíamos nosotros avergonzarnos de llamarle Señor por evitar desprecios, burlas y rechazo por causa de Su nombre.
Quienes conocen el favor y la gracia de Dios les dan poco valor a las cosas de este mundo. Estas cosas parecen tan insignificantes comparadas con conocer al Señor y las bendiciones que reciben a través de Él. Sus ojos están puestos en esa ciudad en la que vivirán por siempre con su Señor y Salvador. Sus ojos están puestos en Cristo, el Señor de esa ciudad
El sacrificio de toros y machos cabríos llegó a su fin cuando el Señor Jesús murió por nosotros en la cruz. Su sacrificio fue el último sacrifico de sangre que se tuviera que hacer por el pecado. Los sacrificios que ahora tenemos que hacer son los sacrificios de alabanza y acción de gracias. Estos son sacrificios de adoración que broten de nuestros labios. Este es el sacrificio que Dios busca ahora. Él busca corazones y labios que le confiesen como Salvador y Señor, y se postren ante Él en alabanza de Su santo nombre.
Para meditar:
En este pasaje se nos recuerda que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. ¿Cómo nos alienta esto? ¿Cuál es la aplicación práctica de esta verdad para nuestras vidas en el presente?
¿Cuál es la diferencia entre tratar de acercarnos al Señor por medio de la ley y el afirmarnos en la gracia?
¿Qué pudo lograr el sacrificio de Cristo que los sacrificios del Antiguo Testamento no pudieron lograr?
¿Cuál es la diferencia entre los sacrificios del Antiguo Testamento y el sacrificio de alabanza que se menciona en este capítulo?
¿Hemos intentado alguna vez ganarnos el favor de Dios? ¿Qué nos dice este capítulo acerca de nuestra aceptación en el Señor?
Para orar:
Demos gracias al Señor porque podemos poner toda nuestra confianza en Él y Su Palabra porque Él nunca cambia.
Agradezcamos que por medio de Su obra somos completamente aceptados.
Oremos al Señor para que llene nuestros corazones con un sentido aun mayor de alabanza y acción de gracias por lo que Él ha hecho por nosotros.
¿Cuál es nuestra motivación para servir al Señor? ¿Podemos servirle desde una actitud de completa aceptación? ¿Cómo influye esto en la manera en que servimos al Señor?
36 – OBSERVACIONES FINALES
Leamos Hebreos 13:16-22
A medida que el autor va terminando su epístola, tiene una serie de pequeños asuntos que no quiere dejar de mencionar. Examinaremos cada uno de estos en esta reflexión final.
No se Olviden de Hacer el Bien (versículo 16)
La primera de estas exhortaciones finales se encuentra en el versículo 16. Aquí se les dice a los lectores que no se olviden de hacer el bien y que se ayuden mutuamente. ¿Alguna vez nos hemos preguntado por qué algunas personas tienen más que otras? El Señor ha decidido dar dones espirituales al cuerpo de Cristo. Nadie tiene todos los dones espirituales. El apóstol Pablo les decía a los romanos que esto era así porque Dios había diseñado el cuerpo de manera tal que cada miembro necesitara del otro (ver Romanos 12:4-6). Si queremos llegar a ser todo lo que Dios quiere que seamos, tenemos que compartir con los demás y considerar sus necesidades como si fueran nuestras. La vida cristiana no está diseñada para ser vivida en aislamiento. Mis dones y mis recursos son esenciales si queremos que el cuerpo de Cristo llegue a ser todo lo que necesita ser. Dios ha diseñado Su iglesia de tal manera que nos necesitemos unos a otros y los dones de todos para que podamos alcanzar nuestro mayor potencial. Es por esta razón que el autor de Hebreos les dice que no se olviden de hacer el bien y de ayudarse mutuamente.
Percatémonos en el versículo 16 que ministrarnos unos a otros requerirá sacrificio. Sin embargo, se nos dice que Dios se complace de tales sacrificios. En otras palabras, cuando rendimos lo que tenemos para otros, Dios lo ve y se complace con nuestro sacrificio. Cuando sacrificamos lo que tenemos por el bien de los demás lo estamos haciendo para el Señor. Es muy fácil centrarnos en nosotros mismos y olvidarnos que Dios nos ha llamado a vivir como un cuerpo. Necesitamos aprender a pensar en los demás. Solo entonces la iglesia será todo aquello para lo cual el Señor la diseñó.
Obedezcan a sus Líderes (versículo 17)
El segundo desafío para los creyentes hebreos era obedecer a sus líderes. Aunque no se nos dice con claridad quienes eran esos líderes, podemos decir que eran líderes tanto espirituales como políticos. La Biblia nos dice claramente que tanto los líderes espirituales como los políticos han sido ordenados por Dios (Ro. 13:1). Los cristianos han de sujetarse a las autoridades que Dios ha puesto sobre ellos. Nuestros líderes han sido ordenados por Dios para velar por nosotros. Ellos tendrán que rendir cuenta a Dios por sus acciones. Esto es tan cierto para los que son creyentes como para los que nunca han profesado su fe en el Señor Jesucristo. Todos tendrán que dar cuenta delante de Dios.
Los creyentes debían ser obedientes a sus líderes para que el trabajo de éstos fuese con gozo y no resultara ser una carga. ¿Somos buenos ciudadanos? ¿Nuestro jefe puede confiar en nosotros? ¿Le hacemos el trabajo fácil a quienes están por encima de nosotros? ¿Somos respetados por los líderes de nuestra sociedad a causa de nuestra honestidad y compasión? Los cristianos deben ser respetuosos de sus líderes.
Orad por Nosotros (versículo 18)
El autor les da a sus lectores varias peticiones de oración. En primer lugar, pide que oren para que el Señor les dé una clara conciencia y el deseo de vivir de manera honorable en todo. El deseo del autor es vivir la vida que Dios le ha llamado a vivir, y hacerlo de tal manera que honre Su nombre. Esto no siempre es fácil. Hay tiempos de gran lucha y tentación en el ministerio. El que escribe la carta quería honrar a Dios cualquiera que fuera la situación en que Él lo pusiera. Él necesitaba oración por esto. No podemos subestimar la trascendencia de esta petición. ¿Cuántas veces se ha dificultado la obra del reino porque quienes trataban de extenderlo no se condujeron bien en la manera en que ministraban y vivían? La obra del reino se afectará solamente si nuestras vidas no honran al Señor Jesucristo.
La otra petición en el versículo 19 era que al autor y sus colaboradores se les diera la oportunidad de visitar a los hebreos. Esto nos muestra lo que hay en el corazón del que escribe. Él amaba a esos creyentes y quería verles personalmente. El Señor no había abierto todavía la puerta que le diera la oportunidad de ir a verlos, pero les pedía que oraran para que Dios hiciera esto para la mutua edificación.
Las Bendiciones (versículo 20)
Los receptores de la carta son bendecidos en los versículos 20 y 21. El deseo sincero y la oración del remitente era que Dios equipara a Su pueblo para toda buena obra. Él les recordaba que Dios era un Dios de paz, y Su deseo era hacer las paces con el pecador. Para esto Él envió a Su Hijo a morir. La muerte del Señor Jesucristo estableció una nueva relación entre Dios y Su pueblo. Sería este maravilloso Dios de gracia y paz quien los prepararía para hacer Su obra. El Dios que los llamó también los fortalecería para llevar a cabo aquello para lo cual los había llamado.
La oración del autor no era solamente que Dios preparara a Su pueblo en el ministerio, sino también que Dios cumpliera Sus propósitos en ellos. Esta obra en nosotros es la obra del Espíritu Santo para hacernos más como Jesús. Es el deseo de Dios no solo que tengamos frutos sino también hacer de nosotros un pueblo de carácter y santidad.
En el versículo 22 el escritor les pide a sus lectores que soporten sus palabras de exhortación. En otras palabras, les pide que sean pacientes con él y con lo que les ha estado diciendo. Él sabía que algunas de estas cosas les serían difíciles de entender y de aceptar. Es muy probable que ellos tuviesen muchas preguntas, pero estaba limitado en cuánto podía escribir en ese momento (versículo 22). Quizás por eso les pedía que oraran para que él pudiera ir pronto a verlos. Quizás él quería darle continuación a lo que les había escrito en la carta, y responder cualquier objeción o pregunta que tuvieran.
En el versículo 23 el autor les dice a sus lectores que Timoteo había sido liberado. Todo parece indicar que Timoteo había estado preso a causa de su fe. El deseo del autor era venir con él a visitarles. Los creyentes en Italia (posiblemente desde donde se escribió la carta) les enviaban saludos a los creyentes hebreos. Al concluir, el escritor les desea la plenitud de la gracia de Dios en sus vidas.
Para meditar:
¿Qué nos dice esta sección final de la carta acerca de la importancia del cuerpo de Cristo y de cómo necesitamos usar nuestros recursos para el bien de ese cuerpo?
¿Qué dones nos ha dado el Señor? ¿Cómo los hemos estado usando para el bien del cuerpo? ¿Qué más se podría hacer?
¿Qué aprendemos aquí acerca de la importancia del carácter en el ministerio? ¿Podemos ministrar verdaderamente si no estamos viviendo la vida que Dios nos ha llamado a vivir?
Para orar:
Oremos para que Dios nos muestre cómo podemos usar nuestros dones y recursos para la expansión de Su reino.
Tomemos un momento para orar por nuestros líderes espirituales y políticos. Pidámosle a Dios que nos ayude a tratarlos con respeto y honor. Pidámosle perdón si alguna vez no mostramos respeto a alguien que Dios puso en autoridad sobre nosotros.
Oremos al Señor que nos muestre si hay algo en nuestras vidas que esté obstaculizando nuestro servicio a Él.