Una Mirada Devocional a las Normas Divinas De Comportamiento Para Los CreyentesDel Antiguo Testamento.
F. Wayne Mac Leod
Copyright © 2010 by F. Wayne Mac Leod
Publicado por Light To My Path Book Distribution
153 Atlantic St., Sydney Mines, N.S. Canada B1V1Y5
Todos los derechos reservados. No puede reproducirse ni transmitirse parte alguna de este libro sin el previo consentimiento por escrito de su autor.
Traducido por Lic. Esther Pérez Bell
Tabla de Contenidos
- PREFACIO
- INTRODUCCIÓN
- 1 – Levítico 1:1-17 – LA OFRENDA DEL HOLOCAUSTO
- 2 – Levítico 2:1-14 – LA OFRENDA DE GRANO O CEREAL
- 3 – Levítico 3:1-17 – LA OFRENDA DE PAZ
- 4 – Levítico 4:1-5:13 – LA OFRENDA POR EL PECADO
- 5 – Levítico 5:14-6:7 – LA OFRENDA POR LA CULPA
- 6 – Levítico 6:8-30 – LEYES ACERCA DE LAS OFRENDAS (1RA. PARTE)
- 7 – Levítico 7:1-38 – LEYES ACERCA DE LAS OFRENDAS (2DA. PARTE)
- 8 – Levítico 8:1-36 – AARÓN Y SUS HIJOS SON ORDENADOS
- 9 – Levítico 9:1-24 – DIOS REVELA SU GLORIA
- 10 – Levítico 10:1-20 – EL ERROR DE NADAB Y ABIÚ
- 11 – Levítico 11:1-47 – ANIMALES LIMPIOS E INMUNDOS
- 12 – Levítico 12:1-8 – LOS PARTOS
- 13 – Levítico 13:1-59 – LEYES SOBRE LAS ENFERMEDADES DE LA PIEL Y EL MOHO
- 14 – Levítico 14:1-57 – PURIFICACIÓN CEREMONIAL DE LAS ENFERMEDADES DE LA PIEL Y EL MOHO
- 15 – Levítico 15:1-33 – LOS FLUJOS INMUNDOS
- 16 – Levítico 16:1-34 – EL DÍA DE LA EXPIACIÓN
- 17 – Levítico 17:1-16 – LUGARES APROPIADOS PARA OFRECER LOS SACRIFICIOS Y LA PROHIBICIÓN DE COMER SANGRE
- 18 – Levítico 18:1-30 – LAS LEYES QUE REGULABAN LA CONDUCTA SEXUAL
- 19 – Levítico 19:1-37 – SANTOS SERÉIS
- 20 – Levítico 20:1-27 – CASTIGOS POR PECADOS ESPECÍFICOS
- 21 – Levítico 21:1-24 – REQUISITOS DE LOS SACERDOTES
- 22 – Levítico 22:1-33 – EL RESPETO HACIA LAS COSAS SANTAS DE DIOS
- 23 – Levítico 23:1-44 – SANTAS CONVOCACIONES
- 24 – Levítico 24:1-23 – EL LUGAR SANTO DE DIOS; EL SANTO NOMBRE DE DIOS
- 25 – Levítico 25:1-55 – EL AÑO DE REPOSO Y EL AÑO DEL JUBILEO
- 26 – Levítico 26:1-46 – BENDICIONES Y MALDICIONES
- 27 – Levítico 27:1-34 – LAS REGLAS SOBRE LOS VOTOS
PREFACIO
El libro de Levítico es importante por muchos motivos. En primer lugar nos hace valorar más la obra que nuestro Señor Jesús vino a hacer. Los sacrificios del Antiguo Testamento anticiparon la obra del Señor Jesús en la cruz. A través de estos sacrificios veterotestamentarios podemos aprender más sobre la obra de nuestro Señor.
En segundo lugar, las leyes del libro de Levítico nos enseñan lo que Dios espera de Su pueblo. Es cierto que la cruz de Cristo cambió las cosas radicalmente, pero aún quedan muchas cosas por aprender de las reglas y las leyes de Dios en lo concerniente al estilo de vida que Él exige que tengan todos los que le pertenecen.
Por último, las regulaciones que se hallan en el libro de Levítico nos enseñan acerca de Dios. A medida que vamos conociendo cuáles son Sus requisitos, vamos también vislumbrando aspectos de Su carácter. Comprendemos mejor quién es Dios, y llegamos a conocer las cosas que nos impiden disfrutar de una comunión con Él. Todo este conocimiento debería servir para fomentar una comunión más íntima con Dios.
El libro de Levítico es fundamental dentro de las Escrituras. El objetivo de este estudio, y el reto para mí como su autor, es ayudar al lector a comprender mejor el carácter de Dios y a alcanzar un conocimiento más profundo de Sus propósitos. Espero que este estudio se convierta en una herramienta útil para aproximar más a cada lector a su Señor y para hacer que cada cristiano valore mucho más profundamente el sacrificio que Dios ha hecho por nosotros a través de la persona del Señor Jesús.
F. Wayne Mac Leod
INTRODUCCIÓN
Autor:
Tradicionalmente se ha considerado que Moisés es el autor del libro de Levítico. Aunque el libro no lo diga explícitamente, es obvio que las leyes que están registradas en él fueron dadas a Moisés directamente por el Señor. La frase “habló Jehová a Moisés” se repite a menudo en Levítico. Tanto Jesús como los apóstoles se referían a las leyes y regulaciones del Antiguo Testamento llamándolas, “la ley de Moisés” (ver Lc. 2:22, Hch. 13:39, 1 Co. 9:9, He. 10:28). Es posible que Moisés tuviese un asistente que escribiese las palabras que el Señor le daba, pero las leyes y regulaciones que se hallan en este libro fueron reveladas directamente a Moisés para su pueblo.
Trasfondo:
Israel ya había sido liberado de su esclavitud en la tierra de Egipto. Cuando salieron de Egipto, ellos ya eran un pueblo cuyas gentes no estaban muy bien relacionadas entre sí, y no tenían leyes ni conocimiento sobre su Dios. Habían sido influenciados por la religión de Egipto. No tenían sacerdotes, ni Escrituras que les guiaran en el camino del Dios de sus padres. No conocían los requisitos divinos ni conocían a su Dios.
Cuando los israelitas estaban acampados alrededor del Monte Sinaí, el Señor le habló a Moisés y le reveló cuáles eran Sus requisitos en cuanto a adoración y conducta. Él instruyó a Su pueblo en lo concerniente al tipo de sacrificio que debía aportar y cómo debía vivir como pueblo Suyo. Les enseñó a los israelitas la diferencia entre lo limpio y lo inmundo, entre lo puro y lo santo, y les mostró lo que debían hacer cuando hallaban “inmundicias” en medio de ellos.
La santidad es un tema central en este libro. Dios había llamado a Su pueblo a ser santo, como Él es Santo. (Ver Lv. 11:44, 45; 19:2; 20:7, 26; 21:6). La santidad de la que hablaba el Señor en el libro de Levítico abarcaba cada aspecto de la vida. Tanto la higiene física, como la conducta sexual, la actitud del corazón, la fidelidad espiritual, las relaciones sociales o el respeto por el medioambiente están incluidos en la definición de santidad que el Señor brinda en este libro.
La importancia de estos libros en la actualidad:
El libro de Levítico es importante debido a lo que nos enseña sobre los requisitos divinos del Antiguo Testamento para los creyentes. Aunque gracias a la muerte y resurrección del Señor Jesús ya no estemos bajo la ley mosaica, el libro de Levítico nos enseña que la verdadera santidad tiene que ver con todos los aspectos de la vida. Levítico nos enseña que los “cristianos de domingo” simplemente no existen. Esto significa que Dios espera que vivamos nuestra relación con Él en nuestro centro de trabajo o en la privacidad de nuestro hogar, cada día de la semana. A Dios le preocupan los pensamientos de nuestras mentes, las actitudes de nuestros corazones, la forma en la que tratamos a nuestros empleados, a nuestros familiares o al medioambiente. La santidad verdadera tiene que ver con todo cuanto hacemos como seguidores de Dios.
El libro de Levítico también nos enseña sobre la justicia de Dios. Ante Él somos responsables de nuestras acciones. Todos los pecados debían ser castigados o cubiertos por la sangre de un sacrificio. Ni el pecado, ni la inmundicia, ni la impureza podían ser ignorados. Dios exigía que Su pueblo viviera según Sus normas, y si no, que se atuviera a las consecuencias de sus acciones. Levítico habla con poder sobre la justicia y sobre la paga del pecado. En el libro existen secciones dedicadas a las maldiciones divinas que caen sobre aquellos que caminan en desobediencia. El pecado es un obstáculo para nuestra relación con Dios. Levítico nos habla a los que vivimos en estos tiempos acerca de la barrera que constituye el pecado, y nos muestra que éste no se puede ignorar si deseamos conocer a Dios y andar en Sus caminos.
En todo el libro de Levítico también vemos la compasión y el perdón de Dios. No es posible leer el libro sin ver el enorme esfuerzo que el Señor hizo para cubrir cada ofensa que Su pueblo cometía. La provisión de sacrificios para el perdón de pecados nos muestra que el Señor no había renunciado a Su pueblo. Su amor por ellos era tan grande que deseaba perdonarlos y sanarlos a ellos y a su tierra. Todos esos sacrificios hablan de la maravillosa gracia divina, así como de la paciencia que Dios tiene con Su pueblo, pues Él le ha provisto una forma de alcanzar el perdón. Estos sacrificios también hablan de la obra aún mayor que hizo el Señor Jesús por todos aquellos que aceptan el sacrificio que Él hizo a favor de ellos para el perdón de sus pecados.
1 – LA OFRENDA DEL HOLOCAUSTO
Leer Levítico 1:1-17
Al comenzar este estudio, vemos que Dios le habla a Moisés en el tabernáculo de reunión. A medida que hablaban ese día, Dios le fue dando instrucciones a Moisés acerca de los distintos tipos de sacrificios que los judíos debían hacer (v. 2). Los requisitos para estos sacrificios y ofrendas provenían directamente de Dios. Las palabras y regulaciones que este libro contiene no tienen un origen humano, sino divino. Aunque Moisés habló estas palabras y las escribió para el pueblo, el verdadero autor de este libro es Dios. Estos fueron los requisitos que Él le dio a Su pueblo.
En el libro de Levítico, en los capítulos del 1 al 7, podemos ver que existían cinco tipos diferentes de ofrendas que los judíos podían ofrecerle al Señor su Dios; el holocausto (la ofrenda quemada, NTV) (Lv. 1), la ofrenda de grano o cereal (Lv. 2), la ofrenda de paz o de comunión (Lv. 3), la ofrenda por el pecado (Lv. 4:1-5:13), y la ofrenda por la culpa (Lv. 5:14-6:17). En este capítulo examinaremos lo que Dios le dijo a Moisés acerca de la ofrenda del holocausto.
El animal que se ofrecía como holocausto debía ser un macho del ganado que no tuviese defectos (v. 3). Aquí hay tres aspectos importantes a analizar.
En primer lugar, el animal debía ser del ganado. Esto significaba que a la persona que ofrecería el sacrificio tenía que costarle algo. No se podía ofrecer un animal salvaje que se hubiese capturado. El único animal que Dios aceptaba era uno que la persona hubiese criado. Vemos que David había comprendido esto cuando alguien intentó darle como regalo bueyes para ofrecer holocausto (2 Samuel 24:22-24). Veamos las palabras que él le dijo a Arauna en este pasaje:
“Y Arauna dijo a David: Tome y ofrezca mi señor el rey lo que bien le pareciere; he aquí bueyes para el holocausto, y los trillos y los yugos de los bueyes para leña. Todo esto, oh rey, Arauna lo da al rey. Luego dijo Arauna al rey: Jehová tu Dios te sea propicio. Y el rey dijo a Arauna: No, sino por precio te lo compraré; porque no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada. Entonces David compró la era y los bueyes por cincuenta siclos de plata”.
Dios espera que nuestras ofrendas nos cuesten algo. Recordemos que Él ofreció a Su Hijo por nosotros a un alto precio. Aunque la salvación es un regalo gratuito que Dios nos da, el hecho de vivir en una relación correcta con Él puede ser costoso. Jesús esperaba que sus discípulos tomasen su cruz y le siguieran.
“Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. (Mt. 16:24)
La vida sacrificial no es una opción, era un requisito que todo hombre o mujer de Israel debía cumplir. Dios le había enseñado a Moisés que los holocaustos que se traían al altar de Israel debían ofrecerse como verdaderos sacrificios de Su pueblo. Él espera de nosotros hoy un mismo corazón y sentir.
El segundo requisito de los holocaustos era que no podían tener defectos. El Señor esperaba que Su pueblo le trajese de lo mejor que tenía. Ellos debían llevar sus ofrendas ante Dios su Señor. El hecho de ofrecer un animal enfermo o herido que ya ellos no podían utilizar se consideraba un insulto. Su Dios merecía lo mejor de ellos. Y lo sigue mereciendo.
El tercer requisito que hallamos en el versículo 3 era que el animal fuese macho y sin ningún defecto. Tenemos que recordar que estos sacrificios simbolizaban el futuro sacrificio que vendría. Analicemos la frase, “macho y sin defectos”. El Señor Jesús vino a la tierra en forma de hombre. Vivió una vida perfecta y murió cual cordero sacrificial por nuestros pecados. El sacrificio de ese animal en el altar anticipaba la llegada del momento en el que un hombre perfecto vendría a ofrecer Su vida como sacrificio por nuestros pecados.
Percatémonos también de que en los versículos del 3 al 4 se nos dice que la ofrenda debía llevarse al tabernáculo. La persona que llevaba la ofrenda debía poner las manos en la cabeza del animal para que ésta fuese “aceptada en nombre suyo para ofrecer expiación por él”. Al poner sus manos en la cabeza del animal, el adorador se identificaba con el sacrificio que debía hacerse. Simbólicamente él transfería su culpa al animal que sería sacrificado en lugar suyo. En realidad esta es una descripción bien poderosa de lo que el Señor Jesús hizo por nosotros. Él llevó nuestros pecados sobre Sí mismo y dio Su vida como sacrificio para que nosotros pudiésemos ser perdonados y restaurados, y así volver a tener una relación correcta con el Padre.
Si el animal a ofrecer era un becerro, debía ser degollado, y los hijos de Aarón debían tomar la sangre y rociarla alrededor sobre el altar (v. 5). El becerro muerto entonces debía ser desollado y dividido en piezas (v. 6). Aarón y sus hijos debían entonces preparar un fuego sobre el altar y componer las piezas que habían sido divididas en el altar. En esta forma específica de ofrenda, todo debía ser quemado, incluidas la cabeza y la grosura (v. 8). Los intestinos y las piernas debían ser lavados con agua, posiblemente para retirar cualquier excremento o inmundicia antes de que la ofrenda fuese quemada. Cuando todos los requisitos se cumplían, el aroma de la ofrenda se elevaba hasta Dios cual olor grato (v. 9). En otras palabras, Él aceptaba la ofrenda.
Percatémonos de que el aroma de este sacrificio constituía un “olor grato” delante del Señor. Esto nos dice que el Señor se deleita en nuestros sacrificios. Aunque le debemos todo a Dios, Él no ignora los sacrificios que hacemos por Él. De hecho, nuestros servicios y ofrendas hacen que Su corazón se regocije. Verdaderamente esto me resulta bastante asombroso. ¿Por qué se deleita Dios cuando le entregamos lo que Él ya merece y posee? Es porque Él ve la actitud de mi corazón y el amor con el cual le entrego mi ofrenda, y se siente complacido.
El holocausto no tenía que ser un becerro. También podía ser una oveja o una cabra (v. 10). Si era una oveja o cabra debía ser macho y sin defecto. Se degollaba en el lado norte del altar. Como mismo ocurría con el becerro, los hijos de Aarón debían tomar la sangre del sacrificio y rociarla contra los lados del altar (v. 11). La oveja o la cabra era cortada en pedazos después, los intestinos y piernas se lavaban para eliminar cualquier impureza, y la cabeza, la grosura y todas las piezas se quemaban como ofrenda al Señor.
El tercer tipo de animal que se le podía ofrecer como holocausto era una tórtola o un palomino. En Israel podía haber individuos que no poseían becerros ni ovejas para sacrificar delante del Señor. Estas personas podían entonces llevar una tórtola o un palomino. Si la ofrenda que se llevaba al Señor era un ave, el sacerdote debía llevarla al altar, quitarle la cabeza, hendirla por las alas (v. 17) y quemarla encima del altar. Su sangre y buche debían eliminarse, y echarse junto al altar, hacia el oriente, en el lugar donde se guardaban las cenizas de las ofrendas (v. 16).
Percatémonos de que esta pequeña ofrenda también se elevaba hasta Dios con olor grato (v. 17). Dios se complacería tanto con la ofrenda de una pequeña tórtola como con la ofrenda de un becerro. El tamaño del presente no era lo más importante para Dios. Para Él lo que más importaba era que la ofrenda que Él había ordenado se ofreciera con un corazón agradable delante de Él.
Cierto día Jesús estaba en el templo, observando a los que allí echaban sus ofrendas en el arca. El libro de Marcos registra la conversación que Jesús tuvo con Sus discípulos en esa ocasión.
“Estando Jesús sentado delante del arca de la ofrenda, miraba cómo el pueblo echaba dinero en el arca; y muchos ricos echaban mucho. Y vino una viuda pobre, y echó dos blancas, o sea un cuadrante. Entonces llamando a sus discípulos, les dijo: De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento”. (Mr. 12:41-44)
Jesús vio el sacrificio de la viuda pobre ese día, y éste le dio más regocijo que las grandes cantidades de dinero que los ricos ofrecían. El Señor había tenido en cuenta a las personas de todas las clases sociales dentro de la sociedad. Tanto los ricos como los pobres podían, de igual manera, brindarle gozo al corazón de Dios. Dios había tomado medidas para que todos pudiesen traer ofrendas y conocer el perdón y la aceptación de Dios.
Dios no ve a las personas como las vemos nosotros. A Él no le interesa cuánto dinero tengamos ni cuán influyentes seamos en la sociedad. Para Él las grandes ofrendas no valen más que las pequeñas. Él ve el corazón, y se regocija con los presentes que se traen ante Su presencia.
Concluiré con otra afirmación sobre los holocaustos. Este era el único tipo de ofrenda que se quemaba por completo. Las demás ofrendas que analizaremos en esta sección solo se quemaban parcialmente. Esto representaba el absoluto sacrificio de todo. En este tipo de ofrenda nada se reservaba. Todo se colocaba en el altar. ¿Está usted dispuesto a ponerlo todo hoy en el altar? ¿Le entregará todo a Dios y le dará a Él el control total? ¿Se rendirá completamente en Sus manos y se ofrecerá a Él para que haga con usted lo que Él desee? Ese es un sacrificio que se eleva delante de Él con olor grato. ¿Deleitará usted hoy el corazón de Dios ofreciéndose total y completamente a Él?
Para Meditar:
* ¿Qué sacrificios está usted haciendo hoy por el Señor?
* ¿Está usted ofreciéndole al Señor lo mejor de su tiempo y recursos, o le está dando lo que ya no necesita más?
* ¿Es importante el monto de nuestra ofrenda? ¿Qué hace que una ofrenda sea aceptable delante de Dios?
* ¿De qué manera se siente usted alentado al saber que el Señor nuestro Dios se deleita en las ofrendas que le damos?
* ¿Qué nos enseña la ley del holocausto acerca de lo que el Señor Jesús hizo por nosotros? ¿Qué nos enseña acerca de lo que Dios espera de nosotros?
Para Orar:
* Pidamos al Señor que nos ayude a estar más dispuestos a ofrecerle nuestras vidas y recursos.
* Pidamos al Señor que perdone nuestra indisposición o duda a la hora de ofrecerle lo mejor de nosotros.
* Agradezcamos al Señor por aceptar con gran regocijo nuestras ofrendas, sean pequeñas o grandes.
* Agradezcámosle porque Él estuvo dispuesto a ofrecerse a Sí mismo y sin reservas para que nuestros pecados fuesen perdonados.
2 – LA OFRENDA DE GRANO O CEREAL
Leer Levítico 2:1-14
La segunda forma de ofrenda sobre la que Dios dio instrucciones era la ofrenda de grano o cereal. Esta ofrenda era diferente a las demás, pues en ella no se producía derramamiento de sangre. Las ofrendas de grano podían ser llevadas ante el Señor de varias formas diferentes.
La Ofrenda De Grano Crudo
El grano podía ofrecerse al Señor como una ofrenda cruda. Para este tipo de ofrenda, el grano primero se molía hasta convertirse en harina. A ésta se añadía luego una mezcla de aceite e incienso, y se llevaba ante los sacerdotes. Es interesante observar que los sacerdotes y reyes eran ungidos con aceite como señal de haber sido separados para Dios. En Apocalipsis 5:8 se habla del incienso que se eleva hasta Dios con las oraciones de los santos. Es posible, por tanto, que estos dos ingredientes que se vertían sobre la ofrenda de grano fuesen relevantes de alguna manera.
El versículo 2 nos dice que el sacerdote debía tomar un puñado de esa harina fina, aceite e incienso y quemarlo todo ante el altar. Este puñado de grano constituía una porción memorial que era entregada al Señor. El resto de la ofrenda le pertenecía a Aarón y a sus hijos.
Los holocaustos se ofrecían en su totalidad al Señor, sin embargo, en el caso de la ofrenda de grano, solo una parte de ella era quemada en el altar, y el resto era para los sacerdotes. Esta era una de las maneras de pagarles a los sacerdotes por sus servicios. Es posible que algunas personas se hayan preguntado por qué los sacerdotes solo ofrecían un puñado de esta ofrenda, y se quedaban ellos con el resto. Pero en el versículo 3 queda bien claro que Dios deseaba que los sacerdotes se quedaran con esa porción. Él consideraba que tanto la porción que se dedicaba a Él, como la que se daba a los sacerdotes eran santas por igual.
“Y lo que resta de la ofrenda será de Aarón y de sus hijos; es cosa santísima de las ofrendas que se queman para Jehová”.
La porción dada a los sacerdotes era tan santa como la porción que se quemaba en el altar. Este mismo principio se aplica en el Nuevo Testamento. Hablando en Mateo 25:45, Jesús dice:
“De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis”.
En un fragmento anterior, en Mateo 10:42, Jesús, hablando sobre aquellos que les ministraban a los discípulos, dijo:
“Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa”.
Percatémonos de que en Levítico 2:2 dice que esta ofrenda, una parte de la cual era quemada en el altar y otra parte era dada a los sacerdotes, se elevaba ante Dios cual olor grato. Cuando el pueblo de Dios le ofrecía una parte de esas ofrendas a los sacerdotes como siervos del Señor, le estaba también ofreciendo a Dios y a Su obra.
La Ofrenda De Grano Cocido
El segundo tipo de ofrenda de grano que el pueblo de Dios podía traer ante Él era grano cocido en cazuela o cocido en horno. En el caso de la ofrenda de grano que era cocida en horno, el grano se molía hasta convertirse en harina, se mezclaba con aceite, y con él se confeccionaban tortas u hojaldres. Las ofrendas cocidas no podían contener levadura (v. 4). En 1 Corintios 5:6-8 el apóstol Pablo compara la levadura con el pecado. En su epístola a los corintios les dijo:
“No es buena vuestra jactancia. ¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad”.
En este sentido la levadura era un símbolo del pecado. Las ofrendas del pueblo de Dios debían estar libres de toda levadura. También resulta significativo que cuando el pueblo de Dios huyó de Egipto, llevó consigo panes sin levadura porque no tenían tiempo de esperar a que la masa del pan creciera. Ese pan sin levadura puede haber sido también un recordatorio de cómo Dios sacó al pueblo de Egipto y de la deuda que tenía Israel con Dios por haberlos liberado de su esclavitud.
La ofrenda de grano podía freírse también en cazuelas o cocinarse en una sartén. Se habían tenido en cuenta todas las formas posibles de cocción que eran accesibles a la gente de la época. Esta ofrenda de grano horneado o cocido era llevada al sacerdote, quien se encargaba de llevarla al altar, apartar una porción memorial, quemarla y quedarse con el resto de la misma (versículos del 8 al 10).
Ya hemos visto que ninguna ofrenda de grano horneado o cocido podía contener levadura. Percatémonos, sin embargo, que el versículo 11 dice que el Señor no aceptaba el uso de la miel en ninguna ofrenda quemada. En el pasaje no se explican los motivos de tal prohibición, ni tenemos ninguna indicación clara de por qué esto no era permitido. Sin embargo, se sabe que la miel se asociaba con la riqueza y la prosperidad. Dios le había dicho a Su pueblo en Éxodo 3:8 que le daría una tierra que fluía “leche y miel”. La ofrenda dedicada al Señor debía ser una ofrenda sencilla. El pueblo de Dios no debía complejizarla. Cuando el señor Jesús vino a esta tierra, lo hizo en la forma de un hombre sencillo. Pudo haber venido como un rey, con todos los lujos y riquezas que merecía, pero no lo hizo. Vino en total sencillez. Así también debía ofrecerse la ofrenda de grano.
El versículo 13 nos dice que todas las ofrendas de grano debían llevar sal. La sal tenía un efecto limpiador, purificador y preservador. La sal impedía que los alimentos de los israelitas se descompusieran. En este caso, era un símbolo de santidad y pureza. La sal es también el símbolo de la fidelidad pactual de Dios. Esto queda evidenciado en las referencias que hace el Antiguo Testamento a un “pacto de sal” (ver Números 18:19, 2 Crónicas 13:5). Como mismo la sal preservaba las ofrendas, Dios, fiel a su pacto, sería fiel a las promesas hechas a Su pueblo. Como mismo la sal impedía que los alimentos se descompusieran, Dios esperaba también que Su pueblo permaneciera puro y fiel a Él como su Dios.
Ofrendas De Grano Como Primicias De La Cosecha
El último tipo de ofrenda de grano era una ofrenda que podía entregarse como ofrenda de acción de gracias tomada de las primicias de la cosecha. Se debían desmenuzar las espigas verdes y se debían tostar al fuego. Sobre este grano desmenuzado y tostado se vertía aceite e incienso y se llevaba al sacerdote. El sacerdote tomaba un puñado de grano como porción memorial y la quemaba en el altar para el Señor. El resto era para él.
Las leyes para estas ofrendas eran claras. Las ofrendas no podían contener levadura, lo cual era un símbolo de su perfección. Debían ser desmenuzadas y llevadas ante el Señor como ofrenda. Aunque el Señor Jesús nunca pecó, fue molido y puesto en la cruz como ofrenda por nuestro pecado.
Las ofrendas debían ungirse con incienso y aceite. El aceite y el incienso se utilizaban para consagrar un objeto, y eran símbolos de la obra del Espíritu Santo. Jesús también fue separado y lleno del Espíritu Santo, para así convertirse en el sacrificio por nuestros pecados.
Ninguna ofrenda quemada podía contener miel, sino que debía ofrecerse con total sencillez. Jesús podía haber tomado toda la riqueza de este mundo y haber venido como un gran rey, pero escogió venir como un simple hombre que caminó desapercibido entre nosotros. Vivió una vida sencilla, sin hogar ni posesiones.
Todas las ofrendas debían sazonarse con sal. Esa sal era un símbolo de santidad y pureza. Tenía un efecto preservador. Jesús vivió una vida santa y piadosa. Caminó en este mundo pecaminoso, pero estuvo libre de toda su impureza. Murió por nuestros pecados en la cruz cual sacrificio perfecto ante el Padre.
A pesar de que estas ofrendas de grano eran llevadas ante el Señor en agradecimiento por Su provisión, podemos ver cómo éstas anticipaban el día en el que se haría un sacrificio santo y perfecto por los pecados de toda la humanidad.
Para Meditar:
* ¿En qué se diferenciaba la ofrenda de grano de las demás ofrendas del Antiguo Testamento?
* Estas ofrendas de grano no contenían sangre. Entonces, ¿cómo señalaban hacia el Señor Jesús como el perfecto sacrificio por nuestros pecados?
* ¿Qué tipos de ofrenda de grano podían ofrecerse al Señor?
* ¿Cómo se suplían las necesidades de los sacerdotes a través de estas ofrendas de grano?
* Las ofrendas de granos nos enseñan que al dar a los demás estamos también dándole al Señor. ¿Cuáles son las necesidades que existen en nuestro entorno? ¿Cómo podríamos ayudar a suplir esas necesidades?
Para Orar:
* Pidamos al Señor que nos muestre cómo Él desea que ministremos a las necesidades que existen en nuestro entorno.
* Dediquemos un tiempo a reflexionar en el hecho de que Dios es merecedor de todo lo que tenemos. Agradezcámosle por ser merecedor de nuestra adoración y alabanza.
* Dediquemos un tiempo a agradecerle al Señor por el sacrificio que Él hizo por nosotros. Agradezcámosle por haber dado Su vida como sacrificio perfecto y santo para acercarnos a Dios.
3 – LA OFRENDA DE PAZ
Leer Levítico 3:1-17
Hasta ahora en este estudio hemos examinado la ofrenda del holocausto y las ofrendas de grano. El tercer tipo de sacrificio que el pueblo de Dios podía ofrecer se conocía como ofrenda de paz o de comunión. Por lo general se brindaba como ofrenda de acción de gracias a Dios. En este capítulo leemos acerca de tres tipos de animales que se podían llevar ante el Señor como ofrenda de paz.
Animales Del Ganado
El primer animal que se podía sacrificar ante el Señor como ofrenda de paz era un animal del ganado vacuno, como un becerro, por ejemplo. Aunque la ofenda del holocausto que vimos en el capítulo 1 exigía que el animal fuese macho, la ofrenda de paz no lo exigía. Los que traían una ofrenda de paz podían traer una hembra o un macho del ganado. Pero en cualquiera de los casos el animal debía ser examinado para asegurarse de que no tuviese defecto. Dios exigía que se le ofreciesen solo aquellos animales que no tuviesen defectos.
Es importante que comprendamos el significado de este requisito. Existen al menos dos motivos por los cuales los animales no podían tener defectos. El primer motivo era mostrar respeto ante Dios. Escuchemos lo que el Señor le dijo a Su pueblo en Malaquías 1:6-8:
“El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? y si soy señor, ¿dónde está mi temor? dice Jehová de los ejércitos a vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre. Y decís: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre? En que ofrecéis sobre mi altar pan inmundo. Y dijisteis: ¿En qué te hemos deshonrado? En que pensáis que la mesa de Jehová es despreciable. Y cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿no es malo? Asimismo cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo? Preséntalo, pues, a tu príncipe; ¿acaso se agradará de ti, o le serás acepto? dice Jehová de los ejércitos”.
Dios condena a Su pueblo en Malaquías 1:6-8 por su falta de respeto y su desdén hacia Su nombre, pues le llevaba sacrificios contaminados. Dios merece lo mejor que tenemos. Dar menos que eso es deshonrar Su nombre.
Hay un segundo motivo por el cual el animal que se ofrecía en el altar debía ser sin defecto. Estos animales simbolizaban de forma anticipada el gran sacrificio del Señor Jesús en la cruz del calvario. En Hebreos 4:15 se describe al Señor Jesús diciendo que no tenía pecado.
“Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”.
Cristo era el cordero perfecto. Su sacrificio fue un sacrificio perfecto. El animal en el altar simbolizaba aquel sacrificio mayor y perfecto que vendría en la persona del Señor Jesús. Por esta razón, el animal también tenía que ser sin defecto.
Si el animal que se ofrecía era del ganado, era llevado al tabernáculo y presentado ante los sacerdotes. La persona que ofrecía el animal debía poner las manos en la cabeza de éste y degollarlo. La acción de colocar las manos en la cabeza del animal simbolizaba la transmisión de sus pecados a éste, quien sufriría el castigo en lugar de la persona. El animal moriría en lugar de la persona que lo sacrificaba. Vemos una vez más que se trataba de una clara descripción de lo que el Señor Jesús hizo por nosotros. Él llevó nuestros pecados sobre Sí mismo y murió en lugar nuestro.
La sangre del animal degollado se rociaba contra cada lado del altar. Luego el animal se abría, y la grosura y los riñones y parte del hígado se quitaban y se quemaban en el altar como ofrenda al Señor.
Animales Del Rebaño
Los israelitas también podían llevar ante el Señor animales del rebaño, ovejas o cabras. Si el animal que se ofrecía era del ganado, podía ser macho o hembra sin defecto. Los mismos principios se aplicaban en caso de que se sacrificara un animal del rebaño.
La persona que ofrecía el animal, fuese una oveja o una cabra, la llevaba al tabernáculo donde ponía sus manos sobre su cabeza, identificándose así con la muerte del animal en lugar de su propia muerte. El animal era sacrificado y se rociaba la sangre en los lados del altar. Cuando el animal era descuartizado, la grosura, los riñones y parte del hígado se sacaban y se quemaban en el altar al Señor Dios.
Levítico 7 nos brinda más información sobre el propósito de la ofrenda de paz y sus leyes. Aunque analizaremos esto más adelante, resulta útil mencionar algunos aspectos aquí. La ofrenda de paz era llevada ante el Señor como una forma de darle gracias (Levítico 7:11-12) o para cumplir con un voto (Levítico 7:16). Dios exigía que la carne que se ofrecía como ofrenda de paz se comiese el mismo día del sacrificio (Levítico 7:15). Sin embargo, si la ofrenda era el resultado de un voto, podía terminar de comerse el segundo día (Levítico 7:16). Cualquier resto de comida que quedara después debía ser quemado.
Lo que vemos aquí es que la ofrenda de paz o de comunión consistía en una comida y un sacrificio a la misma vez. Parte del animal se sacrificaba, y la otra parte se comía. Obviamente, si todo el sacrificio debía comerse ese día o al día siguiente, ninguna persona podía hacerlo por sí sola. Por tanto, esa comida se compartía con otras personas. Se trataba de una ocasión feliz, pues se había brindado una ofrenda de acción de gracias, y ahora el pueblo de Dios compartía su gozo con otros al comer juntos.
La ofrenda de paz le brindaba al pueblo de Dios la ocasión de celebrar Su bondad. Lo hacía ofrendándole al Señor una porción de la carne y compartiendo el resto con amigos y seres queridos. Esto les recordaba a los israelitas que su fe no era algo que debían guardarse para ellos; debían compartirla con los demás.
En Mateo 5:14-16 leemos esto:
“Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.
Dios desea que dejemos brillar nuestra luz, para que los demás puedan ver al Padre en los cielos y lo alaben por Su bondad. ¿Celebramos nosotros también la bondad de Dios? ¿Compartimos nuestras bendiciones con otros para que ellos también puedan conocer la bondad de nuestro Dios? La ofrenda de paz del Antiguo Testamento proporcionaba los medios para que esto sucediera. Que Dios nos conceda hoy la gracia de poder hallar también formas de compartir Su bondad con los que nos rodean.
Para Meditar:
* ¿Por qué era importante que los animales que se sacrificaban al Señor no tuviesen defectos?
* Las personas que llevaban una ofrenda de paz al Señor debían poner sus manos en la cabeza del animal antes de degollarlo. ¿Qué representaba esto y qué nos enseña sobre la obra que el Señor Jesús hizo por nosotros?
* La ofrenda de paz le brindaba al pueblo de Dios la forma de celebrar Su bondad junto a otras personas. ¿Cómo compartimos nosotros la bondad de Dios con las personas que nos rodean?
* ¿Qué nos enseña esta ofrenda sobre la importancia de compartir nuestra fe?
Para Orar:
* Agradezcamos al Señor por haber sido el sacrificio perfecto por nuestros pecados.
* Dediquemos unos momentos a pensar en las cosas buenas que Dios nos ha dado. Demos gracias por esas bendiciones en nuestras vidas.
* Pidamos al Señor que nos ayude a estar más dispuesto a compartir Su bondad y misericordia con los que nos rodean.
4 – LA OFRENDA POR EL PECADO
Leer Levítico 4:1-5:13
El próximo tipo de ofrenda que se podía ofrecer al Señor era la ofrenda por el pecado. Resulta bastante obvio por su nombre que se trataba de una ofrenda que se brindaba a Dios cuando la persona había caído en pecado y necesitaba Su perdón. Sin embargo, al leer el versículo 1 nos percatamos de que se trataba de pecados que no se habían cometido de manera deliberada. En Levítico 5:1-4 hallamos ejemplos de este tipo de pecado.
El primer ejemplo es el de aquellos que se negaban a ser testigos en un juicio público, teniendo información sobre el caso que podía influir en el resultado del mismo (Levítico 5:1). En realidad estas personas estaban entorpeciendo la acción de la justicia al negarse a hablar. A veces se negaban a hablar por miedo. Pero por causa de ese temor esas personas podían permitir que un individuo culpable quedara libre, o que un inocente fuera falsamente acusado. No era la intención de estas personas pervertir la justicia, pero su negativa a hablar permitía que esto sucediera.
En Levítico 5:2 vemos otro ejemplo de pecado involuntario. Aquí tenemos el caso de una persona que tocaba algo que era inmundo desde el punto de vista ceremonial. Tal vez esa persona en el transcurso de su rutina normal había tenido que deshacerse de un animal muerto. Aunque no había querido hacer algo malo, había tocado algo que no debía tocar y era culpable de pecado. Cuando se percataba de que había tocado esta inmundicia necesitaba ofrecer un sacrificio para ser limpio (Levítico 5:3).
El último ejemplo lo hallamos en Levítico 5:4, y es el de una persona que juraba a la ligera, dándose cuenta posteriormente de que su juramento era necio o poco realista. Una vez más vemos que la persona se volvía culpable de hacer promesas que no podía cumplir.
En Levítico 5:1-4 vemos que estos pecados, a los cuales iba dirigida la ofrenda por el pecado, eran pecados de omisión (consistían en no hacer, por cualquier motivo, algo que se debía haber hecho), pecados por descuidos (como hacer promesas necias), o pecados por necesidad o ignorancia, como tocar un cuerpo muerto.
Es importante que observemos que podemos ser culpables ante el Señor, aun cuando no pretendamos pecar. Pensemos por un momento en el caso del animal muerto que estaba en el campamento israelita. ¿Cómo podían las personas deshacerse de ese cadáver? Alguien tenía que contaminarse para poder deshacerse del cadáver en putrefacción. La intención de la persona que se deshacía del cadáver era mantener el campamento puro al eliminar esa contaminación, pero al tocar el cuerpo muerto se volvía culpable ante Dios y necesitaba traer una ofrenda por el pecado.
El pecado sigue siendo pecado aunque las intenciones que lo impulsen no sean malvadas. No tenemos que percatarnos de que hemos pecado para ser culpables. Dios no justifica el pecado solo porque la intención haya sido noble, o porque no sabíamos lo que estábamos haciendo. A veces nos hallamos envueltos en pecado solo por causa de vivir en un mundo pecaminoso. Vemos cosas que nunca hubiéramos querido ver. Decimos cosas que pensábamos que eran correctas, pero luego supimos que eran falsas. Tomamos malas decisiones, y no siempre podemos cumplir nuestras promesas. Todos estos pecados necesitan perdón. No son pecados intencionales ni de naturaleza rebelde, pero nos contaminan. Para eso existía la ofrenda por el pecado. Brindaba un medio para que el pueblo de Dios pudiera purificarse de la contaminación de la vida cotidiana.
En Levítico 4 resulta específicamente interesante que el tipo de ofrenda que se ofrecía al Señor dependía del rol del individuo en la sociedad. Analicemos esto brevemente.
El Sacerdote (Levítico 4:3-12)
Si la persona que pecaba involuntariamente era un sacerdote, debía llevar un becerro sin defecto ante el Señor como ofrenda (4:3). Este becerro era llevado hasta la entrada del tabernáculo. El sacerdote ponía su mano sobre la cabeza del becerro para identificarse con su muerte y para transferir simbólicamente su culpa hacia el becerro. Luego lo degollaba (4:4). La sangre era llevada al tabernáculo y era rociada siete veces en frente del velo, y también se ponía parte de la sangre en los cuernos del altar del incienso. El resto de la sangre se vertía al pie del altar de las ofrendas quemadas a la entrada del tabernáculo. En esto podemos ver que los objetos y lugares donde el sacerdote ministraba eran rociados con sangre para cubrir sus ofensas.
Luego el becerro se descuartizaba, y la grosura, los riñones y parte del hígado se quitaban y se ofrecían al Señor como ofrenda quemada por fuego en el altar. La piel del becerro, y toda su carne, con su cabeza, sus piernas, sus intestinos y su estiércol se sacaban del campamento y se quemaban (4:11-12).
Todo La Congregación (Levítico 4:13-21)
Si toda la congregación de Israel era culpable de pecado, aunque ellos no hubiesen sido conscientes de haber pecado en ese momento, eran responsables por sus acciones. Cuando se percataban de su culpa, debían llevar un becerro al tabernáculo. Los ancianos de la congregación debían poner sus manos en la cabeza del becerro para identificarse con su muerte y así transferir simbólicamente su culpa hacia él a nombre del pueblo. El becerro debía ser degollado y la sangre debía llevarse al tabernáculo. El sacerdote mojaba su dedo en la sangre y la rociaba ante el Señor siete veces en frente del velo. También se ponía sangre en los cuernos del altar del incienso en el tabernáculo, y el resto se derramaba al pie del altar de las ofrendas quemadas en el patio. Se sacaba la grosura y se quemaba en el altar, y las piernas, intestinos y estiércol se sacaban fuera del campamento y se quemaban.
Un Jefe De La Congregación (Levítico 4:22-26)
Si el jefe de la congregación pecaba involuntariamente, cuando se percataba de su pecado debía llevar un macho cabrío sin defecto ante el Señor. Como mismo ocurría con las demás ofrendas por el pecado, el jefe debía poner sus manos en la cabeza del macho cabrío para identificarse con él y transferirle simbólicamente su culpa. Luego el animal era degollado y su sangre se ponía sobre los cuernos del altar, y el resto se vertía al pie del mismo. La grosura se quemaba sobre el altar. Percatémonos de que, aunque el jefe también necesitaba ser perdonado, su ofrenda era diferente. La sangre no era llevada al tabernáculo, y su sacrificio era más pequeño que el sacrificio que se le exigía al sacerdote.
Una Persona Del Pueblo
Si un individuo de la sociedad pecaba involuntariamente, cuando se percataba de su pecado, debía llevar o una cabra o un cordero hembra (ver 4:28 y 4:32). En cualquier caso, tanto la cabra como el cordero hembra debían ser sin defecto. Como mismo ocurría con todas las ofrendas por el pecado, el individuo debía poner sus manos sobre la cabeza del animal para identificarse con su muerte y transferirle simbólicamente su culpa. El animal era degollado, parte de la sangre se ponía sobre los cuernos del altar y la otra parte se vertía al pie del mismo. La grosura se sacaba y se quemaba en el altar como ofrenda al Señor, y así el individuo era perdonado (4:31).
En Levítico 5:5 dice que para alcanzar el perdón no solo se debía llevar la ofrenda. Cuando una persona se percataba de su pecado, también debía confesar ese pecado en particular.
“Cuando pecare en alguna de estas cosas, confesará aquello en que pecó”.
Dios esperaba que el individuo que traía su ofrenda confesara el pecado específico que había cometido. Es muy posible dar una apariencia de santidad al confesar que somos pecadores que necesitamos el perdón del Señor, pero es bien diferente cuando mencionamos, uno por uno, todos los pecados que hemos cometido. Dios deseaba que Su pueblo viniera ante Él con sinceridad, buscando Su perdón por sus faltas y pecados específicos.
Los Pobres
Existían personas en la congregación de Israel que no tenían la posibilidad de aportar un cordero como ofrenda por el perdón de sus pecados. Estos individuos también precisaban una forma de obtener el perdón. Las personas que no podían ofrecer un cordero podían llevar dos tórtolas o dos palominos (5:7). Estas aves eran presentadas ante el sacerdote, quien les arrancaba la cabeza y las abría. Luego rociaba la sangre de una de las aves contra el altar y vertía el resto de la misma al pie. La otra ave era ofrecida en el altar como ofrenda al Señor. Por medio de estas ofrendas las personas pobres eran perdonadas (5:10).
Aquellos individuos que eran demasiado pobres como para llevar dos tórtolas o dos palominos, podían llevar una ofrenda consistente en la décima parte de un efa de flor de harina (un cuarto de galón en los EEUU, o 2 litros). En Levítico 5:11 vemos que no se podía poner sobre ella aceite, como sí ocurría en el caso de las ofrendas de grano. El aceite se usaba para separar algo que era santo. Este no era el caso. La ofrenda de harina era una ofrenda por el pecado, y como tal no debía separarse de la misma forma. La ofrenda se llevaba ante el sacerdote y éste tomaba una porción (la porción memorial) y la quemaba en el altar como ofrenda por el pecado. El resto de la ofrenda pertenecía al sacerdote (5:12-13).
Dios había previsto para Su pueblo las ofrendas por el pecado como una manera de lidiar con los pecados involuntarios. Él había tomado medidas para que todas las personas de la sociedad pudiesen alcanzar el perdón de pecados. Todos podían ser perdonados, desde los más ricos hasta los más pobres. Día tras día las personas se contaminaban. No cumplían con sus promesas, tocaban cosas que no pretendían tocar, y no lograban cumplir con sus obligaciones. Decían cosas que no debían decir. Veían cosas que no debían ver. La rutina de la vida cotidiana los contaminaba. Sus debilidades humanas provocaban que le fallaran a Dios y no lograran alcanzar Sus propósitos. Necesitaban ser perdonados constantemente y ser limpiados de sus faltas y pecados. Dios había proporcionado una forma de alcanzar ese perdón a través de las ofrendas por el pecado.
Para Meditar:
* ¿Hemos tratado alguna vez de justificar nuestros pecados? ¿Qué tipo de excusas hemos dado para justificar nuestras acciones? ¿Qué nos enseña este capítulo sobre esas excusas?
* ¿Cuán importante resulta que nos responsabilicemos por nuestras acciones?
* En Levítico 4 y 5 se habla de los distintos sacrificios que se ofrecían, en dependencia de la posición que cada cual ocupara en la sociedad. El sacerdote debía ofrecer un sacrificio mayor al de una persona común y corriente. ¿Qué nos dice esto acerca de la responsabilidad que Dios ha dado a los líderes espirituales?
* Cuando una persona llevaba una ofrenda por el pecado se esperaba que también nombrara el pecado que había cometido. ¿Cuán importante es para nosotros nombrar nuestros pecados ante Dios? ¿Hemos sido alguna vez culpables de confesar nuestros pecados de forma general, sin nunca mencionarlos uno por uno?
* ¿Qué nos enseña este pasaje de las Escrituras sobre la importancia del perdón y la purificación constantes y cotidianos?
Para Orar:
* Pidamos al Señor que nos perdone por todas las veces que hemos tratado de justificar nuestros pecados y nos hemos rehusado a responsabilizarnos por ellos.
* Agradezcamos a Dios porque a través del Señor Jesús ha proporcionado el perdón de nuestros pecados.
* Pidamos al Señor que nos revele los pecados específicos de los cuales somos culpables. Separemos el tiempo necesario para confesar esos pecados y recibir el perdón.
5 – LA OFRENDA POR LA CULPA
Leer Levítico 5:14-6:7
El último tipo de ofrenda que se debate en esta sección de Levítico es la ofrenda por la culpa. Percatémonos de que en Levítico 5:15 la ofrenda por la culpa se ofrecía por los pecados cometidos contra “las cosas santas de Jehová”. En otras palabras, la ofrenda por la culpa se entregaba cuando se habían cometido pecados contra aquellas cosas que habían sido dedicadas al Señor. Entre estas cosas podían estar el mobiliario del tabernáculo o las ofrendas traídas a él. En Levítico 6 se nos dice que las ofrendas por la culpa también brindaban perdón a los individuos que habían sido irresponsables con las propiedades de sus prójimos. Esta ofrenda pagaba cualquier daño causado por la parte culpable a una propiedad dedicada al Señor, o que perteneciera a otra persona.
Daños Causados A Las Cosas Dedicadas Al Señor
Cuando una persona pecaba involuntariamente, dañando o contaminando algo que había sido dedicado al Señor, debía aportar un carnero de su rebaño como ofrenda. Vemos que éste se ofrendaba como “sacrificio” (versículo 15, NVI). El sacerdote debía estimar el valor del daño causado, y el pecador debía aportar un carnero, así como el valor estimado en dinero para pagar por los daños. También debía añadir la quinta parte del precio asignado y llevarla ante el sacerdote como castigo por su pecado. El carnero se sacrificaba y el pecado de la persona era perdonado.
Pecados Desconocidos
El versículo 17 llama bastante la atención. Aquí el Señor le dice a Moisés que si alguien hacía algo que estaba prohibido, “aun sin hacerlo a sabiendas”, era culpable y debía responsabilizarse.
Hay una historia interesante en el libro de Job. Job era un hombre justo, cuyos hijos no siempre caminaban con el Señor. Ellos se turnaban para celebrar fiestas en las que comían y bebían. Job temía que sus hijos fuesen culpables de pecados en esas “fiestas”, y por tanto llevaba sacrificios a Dios en nombre de ellos. Percatémonos de esta costumbre en Job 1:4-5:
“E iban sus hijos y hacían banquetes en sus casas, cada uno en su día; y enviaban a llamar a sus tres hermanas para que comiesen y bebiesen con ellos. Y acontecía que habiendo pasado en turno los días del convite, Job enviaba y los santificaba, y se levantaba de mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos. Porque decía Job: Quizá habrán pecado mis hijos, y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones. De esta manera hacía todos los días”.
Job no sabía qué pecados específicos sus hijos podían haber cometido. Quizá habrán pecado mis hijos, y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones, se decía. A pesar de no tener prueba alguna de ningún pecado en particular, Job ofrecía sacrificios a Dios por ellos.
Lo maravilloso del ministerio del Señor Jesús es que Su sacrificio cubre todos los pecados, pasados, presentes y futuros; conocidos y desconocidos. Leemos en Hebreos 7:27 acerca de Jesús como nuestro sumo sacerdote:
“…no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo”.
Cuando una persona llevaba una ofrenda por la culpa por un pecado cometido inadvertidamente, debía proporcionar un carnero del rebaño. Este carnero debía ser sin defecto y tener el valor adecuado. El sacerdote ofrecía el carnero como sacrificio al Señor para cubrir las malas obras del individuo.
Pérdidas O Daños Causados A La Propiedad Del Prójimo
En Levítico 6:1-7 tenemos el ejemplo de un individuo que había sido infiel al Señor al engañar a su prójimo en lo concerniente a algo que se había dejado a su cuidado. Era posible que también hubiese engañado a su prójimo de alguna otra manera (versículo 2). En el versículo 3 tenemos el ejemplo de una persona que encontró algo que le pertenecía a su prójimo y mintió al respecto. Es posible que hubiese hallado el artículo y que se lo quedara, mintiendo para encubrir su acción.
En cualquiera de estos casos, el individuo en cuestión era culpable ante Dios. La ley exigía que devolviese lo robado, lo encontrado, o lo que hubiese tomado con engaño. Debía restituirlo todo y añadir la quinta parte de su valor además. Debía también llevar un carnero al sacerdote como ofrenda de culpa. Este carnero era sacrificado en nombre de él como ofrenda de culpa ante el Señor, para así recibir el perdón.
Percatémonos de que la ofrenda por la culpa tenía dos aspectos. El primero tenía que ver con el perdón ante Dios. Debía aportarse un carnero y ofrecerse ante Dios como un sacrificio que cubriese la culpa. El segundo aspecto tenía que ver con asumir la responsabilidad y con pagarle al legítimo dueño por los daños causados a su propiedad o a él. Esto restauraba la relación con la parte ofendida y hacía que el individuo que había pecado volviese a tener una relación adecuada con Dios.
En el libro de Lucas vemos que Jesús se encontró con Zaqueo, quien era un recaudador de impuestos. Como recaudador de impuestos, Zaqueo era un claro ejemplo del tipo de persona que necesitaba acudir al Señor llevando una ofrenda por la culpa. Él había engañado a muchas personas robándoles el dinero. Sin embargo, cuando conoció al Señor Jesús, se convenció totalmente de su pecado. Se dio cuenta de que estaba actuando erróneamente y de que necesitaba hacer algo para corregir sus errores. En Lucas 19:8 vemos cuál fue su reacción al convencerse de su pecado:
“Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado”.
Zaqueo demostró responsabilidad por sus pecados al restituirles voluntariamente a sus víctimas lo hurtado. La oración o la confesión no son suficientes. La ley de la ofrenda por la culpa también exigía que el creyente pagase lo que había tomado o dañado. Existen dos relaciones que deben ser restauradas. En primer lugar, el creyente necesita restaurar su relación con Dios, y esto lo logra cuando le confiesa sus pecados y recibe Su perdón. En segundo lugar, el creyente también necesita restaurar su relación con su hermano o hermana. De hecho, la relación con Dios nunca puede restaurarse completamente hasta que no se restaura la relación con los hermanos o hermanas.
Para Meditar:
* ¿Qué nos enseña este pasaje sobre la necesidad que tenemos de responsabilizarnos por nuestras acciones?
* ¿Basta con confesarle a Dios nuestros pecados? ¿Qué nos enseña este pasaje sobre la necesidad que tenemos de restaurar nuestra relación con nuestros hermanos también?
* Cuando pagamos los daños que hemos causado, ¿cómo estamos ayudando a restaurar la relación con nuestro hermano o hermana?
* ¿Existen personas en nuestras vidas con las cuales aún debemos reconciliarnos? ¿Quiénes son? ¿Qué necesitamos hacer para volver a tener una relación correcta con ellos?
Para Orar:
* Pidamos al Señor que nos ayude a ser responsable por nuestras acciones. Pidamos que nos perdone por todas las veces que no nos hemos responsabilizado por los daños que hemos causado a la propiedad de otra persona.
* Pidamos al Señor que nos muestre si existe algún hermano o hermana con el cual debamos restaurar nuestra relación. Oremos que nos muestre lo que debemos hacer para restaurar esa relación.
6 – LEYES ACERCA DE LAS OFRENDAS (1RA. PARTE)
Leer Levítico 6:8-30
Hasta ahora hemos visto los diversos tipos de ofrendas que podían llevarse ante el Señor. En esta próxima sección del libro de Levítico, Dios explica con más detalle cuáles eran Sus exigencias acerca de estas diversas ofrendas.
El Holocausto (Levítico 6:8-13)
El primer tipo de ofrenda que se aborda en esta sección es el holocausto. El holocausto era una ofrenda que se consumía totalmente en el fuego. Dios instruyó a Moisés en el versículo 9 diciéndole que esta ofrenda debía permanecer en el altar toda la noche, con el fuego del altar ardiendo constantemente. Esto aseguraba que la ofrenda se quemara por completo hasta que no quedara nada. En la mañana, el sacerdote debía vestirse con sus vestiduras y calzoncillos de lino, y quitar las cenizas del altar. Éstas debían colocarse en un montón al lado del altar. Cuando todas las cenizas habían sido apartadas, el sacerdote se quitaba sus vestiduras sacerdotales y se ponía otras vestiduras para llevar las cenizas fuera del campamento a un lugar que estuviese ceremonialmente limpio. Esas cenizas no podían ponerse en un lugar contaminado, pues eran el remanente de lo que había sido ofrecido al Señor.
En los versículos 12 y 13 vemos que el fuego en el altar se mantenía ardiendo. No se podía apagar. En realidad, esto simbolizaba la necesidad constante de sacrificios que se debían ofrecer por el pecado. A diferencia del sacrificio del Señor Jesús, estos sacrificios debían ofrecerse continuamente para cubrir los pecados del pueblo de Dios.
La Ofrenda De Grano O Cereal (Levítico 6:14-23)
Cuando se llevaba una ofrenda de grano ante el Señor, el sacerdote debía tomar un puñado de esa mezcla de harina, aceite e incienso y quemarla sobre el altar como ofrenda al Señor. Lo que quedaba de la ofrenda le pertenecía al sacerdote. A pesar de que el resto de la ofrenda de grano pertenecía a los sacerdotes, Dios ponía varias restricciones en cuanto a la manera en la que debía usarse.
En primer lugar, la ofrenda de grano debía comerse sin levadura. Los israelitas utilizaban la levadura para hacer sus panes, pero esta ofrenda de flor de harina, aceite e incienso era una ofrenda al Señor y a Sus sacerdotes. No podía contener levadura. La levadura era un símbolo del pecado (ver 1 Corintios 5:8). Esta ofrenda debía permanecer pura, limpia y santa (versículo 17).
El segundo requisito del Señor con respecto a la porción de ofrenda de grano que los sacerdotes tomaban para sí, era que debía comerse en un lugar santo, en el atrio del tabernáculo (versículo 16). La ofrenda de grano no debía sacarse fuera del tabernáculo. Era una ofrenda santa para el Señor y no se podía hacer nada que subvalorara su importancia. No podía tratarse como un pan común y corriente.
En tercer lugar, la ofrenda de grano solo la podían comer los descendientes varones de Aarón. Eso implicaba que sus esposas no podían comer de esta ofrenda. Ésta se reservaba solamente para los sacerdotes.
En cuarto lugar, el versículo 18 nos dice que aquellos que tocaban este pan serían santificados. Esta es una descripción maravillosa de lo que el Señor Jesús hizo por nosotros. En Juan 6:33 leemos:
“Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo”.
Jesús es el Pan de Vida. Él da vida a todos los que vienen a Él. Los que a Él van son hechos santos y puros. Sus pecados son perdonados. El pan que los sacerdotes comían simbolizaba la obra purificadora y redentora de Jesucristo.
Había un último requisito que el Señor exigía en lo concerniente a las ofrendas de grano que se brindaban cuando un sacerdote era ungido. El sacerdote debía llevar su ofrenda de grano hasta el altar. Debía también aportar una décima parte de un efa de flor de harina (un par de cuartos de galón, o dos litros). La harina debía prepararse con aceite en un sartén, la mitad en la mañana y la otra mitad en la tarde. El pan que se obtenía debía partirse en pedazos, llevarse ante el Señor y quemarse en el altar. En el caso de las ofrendas de grano que se llevaban ante el Señor durante la ordenación de un sacerdote, éstas no se comían. En lugar de ello, la ofrenda de grano en su totalidad debía quemarse ante el Señor (versículo 23).
La ofrenda de grano era algo santo. Se debía tratar con el mayor de los respetos. Dios les permitía solamente a sus sacerdotes el privilegio de comer de este pan. Solo podía comerse en un lugar especial y no podía tratarse como cualquier otro pan.
La Ley Del Sacrificio Expiatorio (La Ofrenda Por El Pecado) (Levítico 6:24-29)
El sacrificio expiatorio existía para aquellos que involuntariamente hubiesen desobedecido los mandamientos de Dios. En este tipo de ofrenda el animal debía degollarse en el atrio. Hay que recordar que solamente algunas partes de este sacrificio se quemaban en el altar. El resto de la ofrenda le pertenecía al sacerdote. Percatémonos de que en el versículo 26 dice que el sacerdote que ofrecía el animal debía comer las partes que no se sacrificaban.
La ofrenda por el pecado se comía en el atrio del tabernáculo. No podía llevarse fuera de él. Esto también le recordaba al pueblo que esta ofrenda estaba dedicada al Señor.
Como mismo ocurría con la ofrenda de cereal, aquellos que tocaban la carne de este sacrificio expiatorio quedaban ceremonialmente limpios. Esto nos vuelve a representar lo que la muerte del Señor Jesús hizo por nosotros. Su muerte hace que todos los que vengan a Él sean santos.
En el versículo 27 vemos que la sangre de este animal degollado también era santa. Si mientras se degollaba al animal esta sangre salpicaba alguna vestidura, la misma debía lavarse en un lugar santo. Esas ropas no podían llevarse a casa ni lavarse con las demás ropas. Hasta la más mínima gota de sangre que hubiera podido salpicar las vestiduras durante el sacrificio exigía un tratamiento especial. Era santa para el Señor.
Si la carne del animal que se ofrecía como expiación se cocinaba en una vasija de barro, ésta no podía volver a usarse, se debía quebrar después de ser utilizada. Si el animal se cocinaba en una vasija de bronce, esa vasija debía fregarse y lavarse bien con agua.
Solamente los miembros varones de la familia del sacerdote podían comer de este sacrificio (versículo 29). Este sacrificio era santo ante el Señor, y solo aquellos que habían sido separados para servirle podían comer de esa carne.
Vemos que en el versículo 30 dice que las ofrendas que se llevaban al lugar santísimo para hacer expiación por el pueblo entero se consideraban como demasiado santas para ser comidas, y que ni siquiera los sacerdotes podían comerla. Estas ofrendas por el pecado debían quemarse totalmente.
Al analizar estas leyes vemos que el Señor exigía que los objetos que se empleaban para adorar Su nombre se separaran para Él. Lo que estaba consagrado a Dios no se podía profanar ni considerarse como algo común y corriente.
Para meditar:
* ¿Qué aprendemos en esta sección acerca de la forma en la que se debían tratar las cosas dedicadas a Dios? ¿Se aplica este mismo principio en la actualidad?
* El altar tenía que tener fuego ardiendo en todo momento. ¿Qué simbolizaba esto en lo tocante a la necesidad de ofrecer sacrificios continuamente por los pecados del pueblo de Dios? ¿Cómo cambió esto el Señor Jesús al ofrecerse a Sí mismo como sacrificio por nuestros pecados?
* Los que tocaban las ofrendas de grano o los sacrificios expiatorios quedaban ceremonialmente limpios. ¿Qué nos enseña esto acerca de la obra del Señor Jesús como ofrenda por nuestros pecados?
* Tanto las ofrendas por el pecado como las ofrendas de granos de los sacerdotes solo podían ser comidas por aquellos que habían sido separados por Dios como sacerdotes. ¿Cuáles son los requisitos hoy en día para los que participan de la santa cena?
* ¿Qué cosas se pueden hacer hoy en día que pueden mostrar falta de respeto ante las cosas santas de Dios?
Para Orar:
* Pidamos al Señor que nos ayude a mostrar más respeto hacia Él y hacia los que le pertenecen.
* Dediquemos algunos momentos a pensar en cómo el sacrificio de Cristo hace que aquellos que vienen a Él y aceptan Su obra quedan purificados delante de Dios. Agradezcamos a Jesús por el perdón absoluto que nos ofrece a través de Su sangre. Agradezcamos porque somos limpios gracias a Su obra.
* Pidamos al Señor que nos ayude, como siervo Suyo, a vivir una vida que sea pura y correcta delante de Él. Pidamos que nos perdone por las ocasiones en las que lo hemos deshonrado a Él y a Sus cosas santas por culpa de nuestro estilo de vida o nuestras acciones.
7 – LEYES ACERCA DE LAS OFRENDAS (2DA. PARTE)
Leer Levítico 7:1-38
En el capítulo 6 hemos analizado las leyes acerca de los holocaustos, las ofrendas de grano o cereal y la ofrenda por el pecado. El capítulo 7 continúa abordando el mismo tema, y habla sobre los demás tipos de sacrificios que los israelitas podían hacer ante Dios su Señor.
El Sacrificio Por La Culpa (Levítico 7:1-10)
El siguiente sacrificio sobre el cual Dios le habla a Moisés en el capítulo 7 es el sacrificio por la culpa. El Señor mandaba que este animal sacrificado fuese degollado en al atrio del tabernáculo. La sangre del animal degollado se debía rociar contra las paredes del altar (versículo 2).
La grosura del animal, junto a sus riñones y parte del hígado debían sacarse y colocarse en el altar como ofrenda a Dios (versículos del 3 al 4). El sacerdote era el único que podía quemar esta ofrenda en el altar como expiación de la culpa (versículo 5). En esto observamos que existían leyes que regulaban estrictamente la práctica de quemar sacrificios ante el Señor. Solo a aquellos que habían sido ordenados como sacerdotes se les permitía ese privilegio. Este era un medio de controlar cómo se efectuaban los sacrificios para cerciorarse de que todo se hiciera conforme al mandato del Señor.
Lo que sobraba del sacrificio por la culpa le pertenecía al sacerdote que efectuaba el sacrificio. Cualquier miembro varón de la familia del sacerdote podía comer de ese sacrificio. Pero solo podía comerse en un lugar santo (versículo 6). Si la ofrenda por la culpa se brindaba en forma de grano en lugar de un animal, tras ofrecer la porción del Señor, el resto también pertenecía al sacerdote que la había ofrecido.
En esto vemos que el Señor proveía para los sacerdotes a través de estos sacrificios. Ellos se ganaban su sustento diario ofreciendo sacrificios al Señor y cuidando de las necesidades especiales de Su pueblo. El apóstol Pablo, escribiendo en 1 Corintios 9:13-14, dice:
“¿No sabéis que los que trabajan en las cosas sagradas, comen del templo, y que los que sirven al altar, del altar participan? Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio”.
El Señor quería que Sus sacerdotes se dedicaran al trabajo en el tabernáculo. Para que esto sucediera, las personas comunes y corrientes debían proveer para sus necesidades. Esa provisión venía a través de las ofrendas que se traían al Señor.
En 1 Timoteo 5:17-18 el apóstol Pablo dice:
“Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar. Pues la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; y: digno es el obrero de su salario”.
Al escribir esto, Pablo estaba alentando a sus lectores a que diesen a sus líderes espirituales, y proveyesen para sus necesidades, para que no estuviesen sin alimento o sin las cosas necesarias de la vida. Percatémonos de que Pablo les dice a sus lectores que los obreros que administraban los asuntos de la iglesia eran dignos de “doble honor”. El pueblo de Dios debía respetar a aquellos que trabajaban tan duro por la causa de su reino. Aquellos que servían fiel y diligentemente debían ser honrados de forma especial. Dios le había dado a Su pueblo la responsabilidad de velar que a los líderes religiosos no les faltase nada y no tuviesen necesidades, para que pudiesen continuar dedicándose a su llamado.
El Sacrificio De Paz (Levítico 7:11-21)
Había varios motivos por los cuales ofrecer un sacrificio de paz o de comunión. En primer lugar, se podía ofrecer como expresión de agradecimiento al Señor. Si ese era el caso, entonces el individuo debía aportar tortas de pan u hojaldres cocidos sin levadura y untados con aceite (versículo 12). Tras ofrecerle al Señor Su porción, el resto le pertenecía al sacerdote como pago por sus servicios (versículo 14). Si la ofrenda de paz o de comunión consistía en un animal, el sacerdote debía quemar la porción que pertenecía al Señor y luego él podía quedarse con el resto. Sin embargo, Dios exigía que el animal se comiese ese mismo día. No se podía guardar nada para otro día (versículo 15).
Las ofrendas de paz también se podían ofrecer como consecuencia de un voto. Si ese era el caso, y la carne era demasiada como para comerla en un solo día, se podía comer al día siguiente. Todo lo que quedase hasta el tercer día debía quemarse. Si se comía la carne el tercer día, la ofrenda entregada ya no sería aceptada. A la persona que la había ofrecido ya no se le tomaría en cuenta por parte de Dios, y el sacerdote que comiere de esa carne sería culpable delante de Dios (versículos 17 y 18).
Es interesante observar que las acciones de los sacerdotes podían cancelar literalmente cualquier beneficio a favor de la persona que ofrecía el sacrificio. La persona que traía la ofrenda podía haber acudido con la actitud correcta, pero eso no bastaba para que la ofrenda fuese aceptada. Dios también exigía que el sacerdote siguiese estrictamente Sus leyes. Hay personas que dicen que la actitud del corazón es lo que vale realmente. Este pasaje nos enseña que Dios exige más que eso. El apóstol Pablo, en su epístola a los Romanos, dijo lo siguiente sobre sus compatriotas israelitas:
“Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación. Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia”. (Romanos 10:1-2)
Percatémonos de que Pablo habla acerca de los israelitas diciendo que son un pueblo lleno de celo de Dios, pero su celo no se basaba en su ciencia. En otras palabras, Dios les emocionaba y les apasionaba, pero el conocimiento que poseían sobre Él estaba distorsionado, y se basaba en informaciones incorrectas. Dios espera que seamos celosos para con Él, pero eso no basta. También necesitamos estar informados. En otras palabras, como mismo los sacerdotes necesitaban obedecer los mandatos del Señor para que sus ofrendas fuesen aceptadas, nosotros también necesitamos hacer las cosas como Dios nos manda. Las experiencias, las emociones y el celo no bastan; también necesitamos que Su palabra nos guíe. La obra de Dios debe hacerse de la forma que Dios exige para recibir Su bendición completa.
Percatémonos de lo que dice en los versículos del 19 al 21. Si la carne que se aportaba como ofrenda de paz tocaba alguna cosa que estuviese ceremonialmente inmunda, no se podía comer. Debía quemarse. Todas las ofrendas tenían que ser puras. Si un sacerdote comía de esa carne inmunda era desterrado de Israel. Esto demuestra la seriedad de los mandatos del Señor. Existían castigos severos para cualquiera que despreciase las leyes de Dios con respecto a las ofrendas y sacrificios.
La Grosura Y La Sangre (Levítico 7:22-27)
Tanto la grosura como la sangre de todos los animales pertenecían al Señor. La grosura se quemaba en el altar. Vemos en el versículo 24 que, a pesar de que la grosura de los animales podía emplearse para otros fines, no podía comerse. El mismo principio se aplicaba a la sangre. La sangre de un animal sacrificado ante el Señor se rociaba o se vertía en el altar. La sangre de cualquier animal o ave también se derramaba en la tierra. El pueblo de Israel no podía jamás comerla. El versículo 27 describe el serio castigo que sufrían los que desobedecían esta ley. Eran cortados de entre el pueblo de Dios y desterrados de Su presencia.
La Porción De Los Sacerdotes (Levítico 7:28-36)
Una parte de cada ofrenda de paz que se llevaba ante el Señor era sacrificada ante Él. La persona que aportaba la ofrenda la llevaba al tabernáculo. El animal se degollaba y el sacerdote ofrecía la grosura en el altar. El resto del animal se cortaba en pedazos. Vemos en el versículo 30 que el pecho del animal se presentaba como sacrificio mecido.
Un sacrificio mecido era una ofrenda que el sacerdote tomaba y la mecía delante del Señor. Este era un acto simbólico. Cuando el sacerdote mecía el sacrificio delante del Señor estaba ofreciéndoselo simbólicamente y dedicándolo para Sus propósitos. Esta ofrenda mecida no se quemaba en el altar. En su lugar, el sacerdote se quedaba con ella. En este caso, el pecho del animal se mecía delante del Señor para dedicárselo a Él, y luego se entregaba a Aarón y a sus hijos (versículo 31).
La espaldilla derecha del animal que se ofrecía como ofrenda de paz se le daba al sacerdote que había presentado la ofrenda (versículos 32 y 33). Esas porciones de esta ofrenda de paz constituían el pago por sus servicios en el tabernáculo. Desde el momento en el que eran ungidos para servir al Señor comenzaban a percibir ese ingreso. El pueblo de Dios debía proveer para sus necesidades a través de las ofrendas llevadas al tabernáculo (versículos 35 y 36).
Para Meditar:
* ¿Cómo se les pagaba a los sacerdotes por su servicio en el tabernáculo? ¿Qué nos dice esto acerca de nuestras obligaciones hacia aquellos que sirven como nuestros líderes espirituales?
* Si el sacerdote comía del sacrificio después del tercer día podía cancelar los beneficios del mismo. ¿Qué nos dice esto acerca de la importancia de hacer las cosas como Dios nos manda? ¿Es posible tener un corazón sincero para con Dios y al mismo tiempo no llegar a recibir Su bendición porque no hacemos las cosas a Su manera?
* ¿Qué nos enseña este pasaje sobre la importancia de comprender las leyes de Dios tal y como se hallan escritas en Su Palabra? ¿Basta con tener la actitud y emoción correctas? ¿Por qué también necesitamos la Palabra de Dios?
Para Orar:
* Pidamos al Señor que abra nuestros ojos ante las necesidades prácticas y económicas que estén enfrentando hoy Sus siervos. Pidamos al Señor que nos muestre la forma en la que podemos ayudar a llevar alivio a esas personas y apoyarlas como Dios nos exige.
* Agradezcamos al Señor por darnos Su palabra y mostrarnos en ella lo que Él espera de nosotros. Pidámosle que nos dé una mayor carga para estudiar y seguir esa Palabra, y así poder agradarle en todo cuanto hagamos.
* Oremos al Señor que nos muestre si estamos fallando en algo a la hora de hacer Su obra, o a la hora de vivir como Él nos exige. Pidamos que nos ayude a efectuar los cambios necesarios.
8 – AARÓN Y SUS HIJOS SON ORDENADOS
Leer Levítico 8:1-36
En los primeros siete capítulos del libro de Levítico examinamos las diversas leyes que regulaban los sacrificios que eran llevados ante el Señor. Esos sacrificios se llevaban a cabo por parte de sacerdotes que habían sido ordenados con ese fin. En Levítico 8 vemos cómo Aarón y sus hijos fueron ordenados al sacerdocio.
Al comenzar el servicio de ordenación, Aarón y sus hijos se presentaron ante el Señor a la entrada del tabernáculo. Llegaron ese día con sus vestiduras, su aceite para la unción, un becerro para la ofrenda por el pecado, dos carneros y un canastillo de panes sin levadura. Un grupo de personas se había reunido para presenciar la ocasión.
Cuando todo estuvo organizado, Moisés hizo que Aarón y sus hijos se acercasen. Los lavó con agua para purificarlos de cualquier contaminación, y luego ayudó a Aarón a ponerse las vestiduras sacerdotales, que consistían en una túnica, un cinto, un efod parecido a un delantal, el cinto del efod, el pectoral, la mitra y los Urim y Tumim. Los Urim y Tumim eran objetos parecidos a piedras que iban dentro del pectoral del sacerdote. Aunque no se sabe con certeza cómo se utilizaban, el propósito de estos objetos era determinar la voluntad específica del Señor en una situación determinada. Tenemos un ejemplo de ello en Números 27:21:
“Él se pondrá delante del sacerdote Eleazar, y le consultará por el juicio del Urim delante de Jehová; por el dicho de él saldrán, y por el dicho de él entrarán, él y todos los hijos de Israel con él, y toda la congregación”.
Una vez que Aarón estuvo vestido con sus vestiduras sacerdotales, Moisés ungió el tabernáculo y todos los utensilios con aceite. Roció el altar siete veces. También derramó parte del aceite en la cabeza de Aarón para consagrarlo y apartarlo para la obra del Señor. Cuando Aarón fue consagrado, Moisés hizo acercarse a sus hijos y los vistió con sus vestiduras (versículo 13).
Una vez que todos los sacerdotes estuvieron vestidos con sus vestiduras, Moisés tomó el becerro que habían llevado como ofrenda para el pecado. Hizo que Aarón y sus hijos pusieran las manos en la cabeza del becerro para que se identificaran con su muerte y transfirieran simbólicamente sus pecados hacia él. Luego el becerro fue degollado y su sangre fue puesta sobre los cuernos del altar para purificarlo. El resto de la sangre fue echada al pie del altar. De esa manera, Moisés consagró el altar y lo preparó para el sacrificio que tendría lugar. La grosura, el hígado y los riñones se sacaron del animal y se quemaron en el altar delante del Señor. La piel, la carne y el estiércol los quemó al fuego fuera del campamento (versículo 17). Esa era la ofrenda por los pecados de los sacerdotes.
A través de esta ofrenda vemos que los sacerdotes no eran perfectos. Eran gente común y corriente que necesitaba perdón al igual que las personas a las que servían. A pesar de ello, Dios los había llamado a desempeñar ese rol especial. ¡Cuán fácil nos resulta poner en un pedestal a nuestros líderes espirituales, olvidándonos de que son iguales que nosotros, y que enfrentan nuestras mismas luchas y defectos! ¡Cuán fácil es también pensar que tenemos que ser perfectos para servir al Señor! Dios usa a hombres y mujeres imperfectos para cumplir Sus propósitos en esta tierra.
Tras ofrecer el becerro por los pecados de los sacerdotes, hacían traer un cordero. Este cordero se ofrecía como ofrenda quemada al Señor. Como mismo hacían con la ofrenda por el pecado, los sacerdotes colocaban sus manos sobre la cabeza del cordero y lo degollaban. Su sangre se rociaba sobre alrededor del altar y el cordero se cortaba en pedazos. Como se trataba de una ofrenda quemada, el cordero entero se quemaba en el altar. Sin embargo, los intestinos y las piernas se lavaban con agua para quitar toda inmundicia antes de colocarlo en el altar. El hecho de quemar el cordero en su totalidad como ofrenda al Señor les recordaba a los sacerdotes su compromiso con Dios. Ellos, al igual que el cordero, debían dedicarse totalmente a la obra. Todo su ser y todas sus posesiones debían ser ofrecidos al Señor para Su servicio. Esa ofrenda les recordaba que necesitaban consagrarse a Dios totalmente.
El apóstol Pablo les había aclarado a los corintios que ya ellos no se pertenecían. En 1 Corintios 6:19, les dijo:
“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?”
En Romanos 12:1 también dijo:
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”.
Esa es la obligación de todo siervo de Dios. Presentar todo nuestro ser delante de Dios. Debemos morir a todo lo que somos para así poder vivir para Él completamente. Al igual que la ofrenda quemada sobre el altar, todo lo que tenemos se lo ofrecemos a Él para servirle y cumplir Sus propósitos.
Tras el sacrificio del primer carnero, se llevaba el otro carnero. Este carnero debía degollarse para la consagración de Aarón y sus hijos (versículo 22). Para esta ocasión, los sacerdotes ponían sus manos en el sacrificio para identificarse con él y con su muerte. El carnero era degollado y parte de la sangre se ponía sobre el lóbulo de la oreja derecha de Aarón, sobre el dedo pulgar de su mano derecha, y sobre el dedo pulgar de su pie derecho (versículo 23). Este mismo procedimiento se repetía para todos los hijos de Aarón (versículo 24). El resto de la sangre se rociaba alrededor del altar.
El hecho de colocar la sangre del carnero de la consagración sobre la oreja, dedo pulgar y dedo pulgar del pie del sacerdote parece estar cargado de simbolismo. En primer lugar, esto significaba que ahora el sacerdote le pertenecía al Señor de pies a cabeza. El sacerdote debía mantenerse puro y sin contaminación porque había sido apartado para vivir una vida santa. En segundo lugar está el simbolismo de la oreja, que se empleaba para escuchar, mientras que las manos y pies eran para trabajar. El sacerdote debía escuchar al Señor y hacer trabajar sus manos y pies en obediencia y conformidad con los mandamientos del Señor. Sus orejas debían estar dedicadas a escuchar, y sus manos y pies a obedecer.
Tras ungir la oreja, el dedo pulgar y el dedo pulgar del pie de los sacerdotes, se cortó el carnero en trozos. Moisés tomó la grosura de los riñones y de la espaldilla derecha, así como pan del canastillo que los sacerdotes habían llevado, y se los dio a Aarón y a sus hijos. Ellos mecieron esta ofrenda delante del Señor y se la devolvieron a Moisés. Moisés recibió la ofrenda y la quemó en el altar delante del Señor. El pecho del carnero se mecía delante del Señor como expresión de gratitud y como señal de dedicación a Él. Esa porción le pertenecía a Moisés, quien había ofrecido el carnero en nombre de los sacerdotes (versículo 29). La ceremonia concluyó cuando Moisés tomó el aceite de la unción, lo mezcló con la sangre y las cenizas del altar y roció a Aarón y a sus hijos con la mezcla (versículo 30).
Vemos que la consagración se celebró en los versículos del 31 al 36 con una comida que se compartió entre todos. La carne sobrante de los sacrificios se cocinó a la entrada del tabernáculo. Se comió junto con el pan del canastillo que los sacerdotes habían llevado. Toda la carne y el pan que sobrasen se quemaban, no podía quedar nada.
Durante siete días los sacerdotes debían permanecer en la entrada del tabernáculo. Ese día recibieron una seria advertencia. Moisés les dijo que si abandonaban el tabernáculo durante ese período de tiempo, morirían (versículo 35). Es probable que se tratara de un tiempo para reflexionar, ofrendar y adorar, a medida que Dios los preparaba más para la tarea que les había encomendado.
Los sacerdotes eran apartados de forma especial para el Señor y para Sus propósitos. Debían dedicarse en cuerpo y alma al propósito para el cual Dios los había llamado. Nosotros, como sacerdotes actuales, ¿estamos totalmente comprometidos con Él y con Su llamado para nuestras vidas?
Para Meditar:
* La consagración de Aarón y sus hijos como sacerdotes nos enseña mucho sobre el tipo de persona que Dios usa. ¿Qué aprendemos acerca de los sacerdotes al saber que tenían que ofrecer una ofrenda por el pecado? ¿Tenemos que ser perfectos para que Dios nos use?
* La ofrenda del holocausto se quemaba completamente en el altar. ¿Qué les enseñaba esto a los sacerdotes acerca de sus obligaciones para con Dios? ¿Estamos nosotros totalmente dedicado a la obra que Dios le ha dado?
* Moisés ponía la sangre del becerro de la consagración sobre el lóbulo de la oreja derecha, el dedo pulgar de la mano derecha, y el dedo pulgar del pie derecho de los sacerdotes. ¿Qué nos dice esto acerca de lo que Dios esperaba de ellos como siervos Suyos?
* Los sacerdotes tenían que esperar siete días en el tabernáculo. ¿Nos ha hecho el Señor esperar en Él alguna vez? ¿Qué lecciones hemos aprendido en nuestro tiempo de espera?
Para Orar:
* Agradezcamos al Señor por estar dispuesto a usarnos como siervos Suyos, aunque a menudo le fallamos. Agradezcamos por Su perdón.
* Pidamos al Señor que nos otorgue una devoción mayor por la obra que Él nos ha llamado a hacer. Pidamos que nos muestre si existe algún obstáculo que nos impida dedicarnos totalmente a Él y a Su obra en nosotros y a través de nosotros.
* Pidamos a Dios que nos dé oídos para escucharlo, y manos y pies para obedecerle con prontitud.
* Roguemos al Señor que nos dé paciencia mientras esperamos en Él. Oremos para que Él se agrade de nosotros y nos enseñe grandes lecciones en ese tiempo de espera. Pidamos que nos perdone por las veces que hemos sido impacientes y hemos intentado adelantarnos a Su tiempo.
9 – DIOS REVELA SU GLORIA
Leer Levítico 9:1-24
Los siete días de la ordenación de los sacerdotes habían concluido y ya había llegado el octavo día. Ese era el día en el que los sacerdotes comenzarían su ministerio. Ese día Moisés llamó al tabernáculo a Aarón y a sus hijos, así como a los ancianos de la tierra.
En presencia de los ancianos, Moisés le dijo a Aarón que tomase de la vacada un becerro para expiación y un carnero para holocausto, y que él mismo los sacrificase delante del Señor. Aunque ya este procedimiento se había llevado a cabo como parte de la ceremonia de ordenación, Dios exigía que se hiciese nuevamente cuando Aarón comenzara su ministerio. Esto nos muestra que la sangre del becerro no podía nunca limpiar los pecados totalmente. Constantemente se ofrecían sacrificios como recordatorios del pecado, pero ninguno de esos sacrificios podía quitar el pecado completamente. Veamos cómo el autor de Hebreos expresó esto en Hebreos 10:1-4:
“Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan. De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado. Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados; porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados”.
Una vez purificados sus propios pecados, el sacerdote debía entonces recibir las ofrendas de sus compatriotas israelitas. Se ofrecía un macho cabrío como ofrenda por el pecado, así como un becerro y un cordero de un año como ofrenda quemada delante del Señor (versículo 3). Asimismo un buey y un carnero se ofrecían también como ofrendas de paz. Además, Aarón también recibía una ofrenda de grano.
Lo más importante a observar aquí es que el sacerdote tenía que ofrecer sacrificios por sí mismo antes de poder ofrecer algo en nombre del pueblo. El sacerdote necesitaba estar limpio delante de Dios para que luego sus acciones a favor del pueblo fuesen aceptadas. Se proporcionaba una vía para que el sacerdote recibiera perdón y purificación. Dios no esperaba que sus sacerdotes fueran perfectos, pero sí esperaba que caminaran en el perdón y la purificación que Él proveía.
Percatémonos de que en el versículo 4 el Señor hace una promesa especial. Él le dice a Su pueblo que se le aparecería ese día. Aunque Dios es omnipresente, de vez en cuando Él elige hacer que Su presencia sea muchísimo más notoria. Es eso lo que le estaba diciendo al pueblo ese día. Él deseaba visitar a Su pueblo de una forma especial.
Los israelitas reaccionaron llevando sacrificios. El versículo 5 nos dice que toda la congregación se acercó y estuvo delante del Señor. Moisés les recordó que verían la gloria de Dios ese día mientras los sacerdotes cumplían con sus deberes (versículo 6). Apenas podemos imaginar la expectación que llenaba los corazones y mentes de las personas que se habían reunido. Dios había prometido visitarles.
Aarón sacrificó un becerro como ofrenda por sus propios pecados. Mojó sus dedos en la sangre que le trajeron sus hijos y luego puso de ella sobre los cuernos del altar. Luego colocó la grosura del becerro junto con sus riñones y parte del hígado en el altar para quemarlos como ofrenda al Señor. La carne y la piel del becerro se quemaron fuera del campamento (versículo 11).
Luego de que Aarón ofreciera por sí mismo un sacrificio por el pecado, procedió a ofrecer su ofrenda quemada. Sus hijos le llevaron la sangre nuevamente y él la roció alrededor del altar. A medida que sus hijos le iban dando, pieza por pieza, las ofrendas de holocaustos, él las iba quemando sobre el altar (versículo 13). Luego lavó los intestinos y las piernas, antes de quemarlos, para eliminar cualquier impureza (versículo 14).
Antes de concluir sus propios sacrificios, Aarón ofreció sacrificios por el pueblo. Él ofreció un macho cabrío por sus pecados (versículo 15), una ofrenda de holocausto (versículo 16) y una ofrenda de grano al Señor a nombre de los israelitas. También degolló un buey y un carnero como ofrenda de paz, rociando su sangre a ambos lados del altar, y luego quemó las porciones de grosura. Luego, Aarón meció los pechos y la espaldilla derecha delante del Señor, para dedicarlos a Su servicio; y después se quedó con ellos, como Él lo demandaba (Levítico 7:31-32).
Cuando terminó el proceso, Aarón alzó sus manos hacia el pueblo y lo bendijo. Al terminar, descendió y se fue con Moisés, posiblemente hacia el tabernáculo de reunión (versículos 22 y 23).
No se nos dice qué hicieron Moisés y Aarón en el tabernáculo ese día, pero cuando salieron para bendecir al pueblo, la gloria del Señor apareció ante todos los presentes. Su gloria se manifestó en un fuego que vino del Señor y que consumió la ofrenda quemada que estaba en el altar. Ese fuego era una clara evidencia de la presencia del Señor, pues demostró que Dios estaba complacido con la obra que Aarón había efectuado ese día, y con las ofrendas que había hecho a favor de su pueblo.
Percatémonos de cuál fue la reacción del pueblo cuando vio esto. En primer lugar, todos alabaron con gozo (versículo 24). No se nos dice la forma en la que se produjo esa alabanza. No fue algo organizado ni ensayado. Fue la respuesta de cada persona en ese momento. Al ver el poder de Dios, sus corazones saltaron de gozo dentro de ellos. Es posible que muchos gritaran “¡Alabado sea el Señor!” Tal vez algunos hayan proferido acciones de gracias al Señor. Lo que vemos aquí es una reacción espontánea del pueblo de Dios ante la gloria que vio frente a él. Esto contrastaba directamente con las reglas bien organizadas que regían la forma en la que se ofrecían los sacrificios. Dios estaba presente, tanto en la adoración organizada como en la reacción espontánea de Su pueblo.
La segunda reacción del pueblo de Dios fue caer postrado. Es posible que todo el que hubiese observado los acontecimientos a distancia, hubiese visto a todas las personas postrándose una por una, como un acto de reverencia y de adoración al Dios que había revelado Su presencia ese día. Vemos una vez más que esto no había sido planificado. Se trataba de la reacción normal del pueblo de Dios cuando estaba en su presencia. Cada uno de ellos, alcanzado por la majestad y la gloria de Dios, se había postrado en humilde sumisión, y había adorado al Señor y Dios de Israel. Estaban abrumados ante Su gloria y majestad.
Permítanme decir algo acerca de este momento en la vida del pueblo de Dios. Muchas personas consideran que la adoración en el Antiguo Testamento era seca, predecible y cargada de rituales. Pero permítanme decir, sin embargo, que también estaba llena de la presencia de Dios. ¿Quién puede negar que el poder de Dios estaba presente en la adoración del tabernáculo ese día? Dios se movió a través de los rituales y bendijo a Su pueblo de una manera maravillosa.
En nuestros días se habla mucho sobre el estilo de la adoración. Esto no es malo en sí mismo. Se nos manda que cantemos un “cántico nuevo” (ver Salmos 33:3; 96:1; Is. 42:10). Cada generación necesita expresar su gratitud ante el Señor su Dios. Sin embargo, necesitamos percatarnos de que el estilo de adoración no es lo importante. En este capítulo vemos que el pueblo de Dios había permanecido callado delante del Señor mientras se ofrecían todos los sacrificios, una tras otro. No había habido cánticos, ni predicación, ni se habían compartido testimonios. No había un grupo de adoración ni un coro cantando. Sin embargo, Dios descendió de una manera maravillosa, haciendo que Su pueblo se postrara en tierra, le adorara con reverencia y le diera la gloria a Su nombre. Esto ocurrió porque el pueblo de Dios había obedecido Su Palabra con humildad. Dios bendijo su obediencia y manifestó Su presencia.
Para Meditar:
* Al comienzo de este capítulo vemos cómo los sacerdotes debían ofrecer sacrificios al Señor por sus propios pecados antes de servir a su pueblo. ¿Qué nos dice esto sobre los siervos de Dios?
* ¿Por qué es importante para nosotros cerciorarnos de estar en una correcta relación con Dios antes de ministrar a otros? ¿Qué ocurre cuando servimos a Dios, pero no estamos en una correcta relación con Él?
* Dios le reveló Su presencia a Su pueblo a través del fuego. ¿Cuál es la importancia del fuego? ¿Qué nos enseña esto acerca de Dios?
* ¿Cuál fue la reacción del pueblo de Dios en este capítulo ante la revelación de Su gloria? ¿Qué nos enseña esto acerca de cuál debe ser nuestra reacción?
* Dedique un tiempo a pensar sobre el servicio de adoración que tuvo lugar en Levítico 9. ¿Qué hicieron los sacerdotes? ¿Qué hizo el pueblo? ¿Qué hizo Dios? ¿Qué nos enseña esto acerca de la adoración?
Para Orar:
* Dediquemos un tiempo para pedirle al Señor que perdone nuestras faltas y pecados. Demos gracias a Dios por el hecho de no tener que ser perfecto para servirle. Agradezcámosle por la provisión que Él ha hecho para perdón nuestro.
* Pidamos a Dios que nos ayude a caminar en la pureza que Él ofrece. Oremos que nos ayude a vivir en obediencia a Su Palabra.
* Agradezcamos al Señor por Su santidad y grandeza. Pidámosle que nos dé hoy una visión renovada de Su majestad, gloria y santidad.
* Pidamos a Dios que nos permita adorarle con gozo y reverencia, como hizo Su pueblo en Levítico 9.
10 – EL ERROR DE NADAB Y ABIÚ
Leer Levítico 10:1-20
En el Antiguo Testamento los sacerdotes debían llevar ofrendas por el pecado para cubrir sus faltas y pecados delante de Dios. Dios había dispuesto leyes para que recibieran el perdón a través del sacrificio de estos animales. Pero no podían tomar ese perdón por sentado. La desobediencia deliberada de las leyes de Dios era severamente castigada, sobre todo en el caso de los sacerdotes. En el capítulo diez vemos lo que les ocurrió a los hijos de Aarón cuando abiertamente hicieron caso omiso de la ley de Dios.
Nadab y Abiú, lo hijos de Aarón, habían sido ordenados al ministerio sacerdotal. En una ocasión, sin embargo, pusieron fuego e incienso en sus incensarios y lo ofrecieron al Señor, pero este era un fuego “que él nunca les mandó”. El pasaje no nos ofrece ningún otro detalle. Lo que sí queda claro es que no hicieron las cosas como Dios había ordenado. No lo hicieron por ignorancia. Ellos habían escuchado las instrucciones de Moisés con respecto a las leyes de Dios, pero no tomaron en serio esas instrucciones. Por el motivo que fuere, decidieron ofrecer su incienso de una manera que Dios no había ordenado. El versículo 2 nos dice que fueron castigados rápidamente. Descendió fuego del Señor que los consumió, y así murieron.
Ese día Dios le declaró a Moisés en el versículo 3:
“Entre los que se acercan a mí manifestaré mi santidad, y ante todo el pueblo manifestaré mi gloria”. (NVI)
Este es un versículo importante que merece un análisis. Percatémonos de que el versículo habla de los que se acercan al Señor. En esa época no todos podían acercarse a Dios. Era un privilegio reservado solamente a los sacerdotes. Ellos estaban entre Dios y el pueblo, pues eran quienes traían los sacrificios del pueblo delante de Dios. Actuaban como embajadores de Dios.
Dios le dijo a Moisés que manifestaría Su santidad entre los sacerdotes que a Él se acercaran. La santidad hace referencia a la separación de todo aquello que sea pecaminoso. ¿Qué sucede cuando la santidad se enfrenta al pecado? Como mismo sucede con la madera que cae en un violento incendio, el pecado es consumido en presencia de la santidad. Era así como Dios se revelaba ante Sus sacerdotes. Los que se acercaban a Él sin tener en cuenta sus pecados afrontarían las consecuencias. Tal y como había sucedido con Nadab y Abiú, serían consumidos y perecerían.
Vemos también en el versículo 3 que Dios le dice a Moisés que Él manifestaría Su gloria ante todo el pueblo (NVI). El pueblo vería cuán rápidamente Él castigaba a los que se acercaban a Él de una forma pecaminosa. Le temerían como a un Dios Santo que no toleraba ni el pecado ni la rebelión.
Esta rápida manera en la que los hijos de Aarón fueron enjuiciados constituía una fuerte advertencia para el pueblo de Dios. Mostraba que Dios tenía un plan para sus vidas. Les mostraba que Dios deseaba que vivieran y ministraran de una forma determinada. ¿Cuántas veces hemos hecho las cosas a nuestra manera, como Nadab y Abiú? ¿Cuántas veces hemos recurrido a tácticas mundanas o a la sabiduría humana cuando intentamos edificar el reino de Dios? ¿Hemos sido culpables de cometer el mismo pecado que cometieron Nadab y Abiú? ¿Estamos haciendo las cosas a nuestra manera e ignorando los propósitos de Dios? En mi ministerio he visto a demasiadas personas ofreciéndole a Dios un incienso extraño. Estos individuos ministran con sus propias fuerzas y sabiduría. En su intento por servir al Señor emplean técnicas comerciales mundanas y filosofías humanas en lugar de la Palabra de Dios. Seríamos mucho más eficaces si buscásemos nuestras respuestas únicamente en la Palabra de Dios y confiásemos en Sus caminos.
Percatémonos en el versículo 3 de cuál fue la reacción de Aarón ante la muerte de sus hijos. Permaneció callado. No podía decir nada, pues sus hijos habían hecho caso omiso de las instrucciones del Señor. Habían fracasado en su responsabilidad para con Dios. Eran culpables, por tanto, Aarón no intentó defenderlos.
En el versículo 4 Moisés llama a los hijos de Uziel, tío de Aarón, para que sacaran los cuerpos de Nadab y Abiú fuera del campamento. Era allí donde se arrojaban los objetos inmundos. Habían sido considerados inmundos delante de Dios debido a su acción. Como los hijos de Uziel no eran sacerdotes podían tocar los cuerpos muertos. Así que los cuerpos de Nadab y Abiú, aun ataviados con sus vestiduras sacerdotales, fueron sacados del campamento en total deshonra (versículo 5).
En el versículo 6 Moisés le dice a Aarón y a sus hijos Eleazar e Itamar que no debían descubrir sus cabezas ni rasgar sus vestidos como era costumbre entre los que hacían duelo por la muerte de un ser querido. Vemos también que no debían abandonar el tabernáculo. Eso significaba que no podían estar con sus parientes en ese momento de duelo. Las actividades del tabernáculo debían continuar como si nada hubiese pasado. Moisés les dijo a Aarón y a sus hijos Eleazar e Itamar, que si desobedecían estos mandatos de Dios, morirían y Dios se enojaría con toda la comunidad.
Aunque el resto de la nación podía hacer duelo, a Aarón y a sus hijos se les había prohibido hacerlo. Esto puede parecer duro, pero como ya hemos visto, Dios deseaba mostrarse como un Dios santo. Su honor debía tener prioridad sobre los asuntos familiares. Hablándoles a Sus discípulos en Mateo 10:37-38, el Señor Jesús dijo:
“El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí”.
Nadab y Abiú habían deshonrado el nombre de Dios. Ellos habían hecho caso omiso del mandamiento de Dios y habían blasfemado Su nombre. Aarón y sus otros hijos debían tomar una decisión. O hacían duelo por Nadab y Abiú, o se afligían por la blasfemia contra el nombre del Dios a quien servían. Dios los había llamado a permanecer firmes por la honra de Su nombre. Para Aarón esto significaba darles la espalda a sus propios hijos. En nuestras vidas pueden llegar momentos en los que también seamos llamados a escoger entre nuestros seres queridos y honrar a Dios.
En los versículos del 8 al 11, Dios les explicó claramente a Aarón y a sus hijos que ellos debían honrar Su nombre en la labor que habían sido llamados a hacer. Una de las formas en las que podían hacerlo era negándose a beber vino u otras bebidas fermentadas cuando entraban al tabernáculo a llevar a cabo sus deberes. No se trataba de una prohibición de beber vino en sentido general, sino de estar bajo la influencia del alcohol mientras se servía al Señor. Si un sacerdote servía al Señor bajo la influencia del alcohol, estaba blasfemando el nombre del Señor. Al hacerlo, sufriría el mismo castigo que habían sufrido Nadab y Abiú. Podríamos preguntarnos si Nadab y Abiú estaban ebrios mientras ofrecían su incienso al Señor. Dios nos llama a ser respetuosos y a tener muy claras Sus leyes y exigencias cuando le servimos.
Otra manera en la que los sacerdotes debían honrar el nombre del Señor era distinguiendo bien entre lo inmundo y lo limpio (versículo 10). Debían ser santos en sus prácticas y estilo de vida. Debían vivir vidas de pureza e integridad, obedeciendo los claros mandamientos del Señor su Dios en su vida cotidiana. Esto implicaba que debían andar en santidad no solo cuando iban a servir al tabernáculo, sino también cuando no estaban de servicio. Debían vivir vidas santas en todo tiempo.
Vemos que en el versículo 11 también dice que podían honrar el nombre del Señor enseñándole a la gente sobre Dios y sobre Sus estatutos. Como sacerdotes, no solo eran responsables de ser santos ellos mismos, sino que también debían cerciorarse de que la gente caminara en obediencia a la voluntad de Dios. Dios les había dado la obligación de exaltar el nombre del Señor y de enseñar a los demás a hacer lo mismo. Cuando las personas no honraban el nombre de Dios, ellos tenían la responsabilidad de corregirlas y de hacer que actuaran en consonancia con Su verdad. ¿Qué sacerdote que realmente buscara la gloria de Dios podía mantenerse al margen mientras el pueblo blasfemaba Su nombre?
Como pago a su labor, los sacerdotes debían recibir las ofrendas que se llevaban al tabernáculo. La ofrenda de granos era santa y no se podía compartir con nadie más (versículos 12 y 13). Los familiares del sacerdote podían comer de la espaldilla o del pecho que se habían mecido delante del Señor (versículo 14). Pero estas ofrendas debían comerse en un lugar que estuviese ceremonialmente limpio.
En los versículos del 16 al 18 leemos que Eleazar e Itamar, los hijos de Aarón, le llevaron al Señor una ofrenda por el pecado. En vez de comer la carne en el tabernáculo, como exigía la ley de Dios, la quemaron completamente. Pero esto era contrario a la ley de Dios y constituyó una segunda ofensa contra Dios ese día. Moisés interpeló a Aarón y a sus hijos sobre esto en los versículos del 16 al 18, preguntándoles por qué no habían obedecido el mandamiento del Señor con respecto a la ofrenda del pecado, y por qué no habían comido la carne dentro del tabernáculo. Aarón le respondió a Moisés que, por causa de las cosas que habían ocurrido ese día, creía que al Señor no le hubiera agradado que ellos comieran la ofrenda por el pecado (versículo 20).
¿Cuál había sido el razonamiento de Aarón? Dios les había ordenado claramente a los sacerdotes que la actividad en el tabernáculo debía continuar como cada día. No debían detener la obra del tabernáculo por causa del juicio de Dios contra sus hermanos debido a su pecado. Aarón le recordó a Moisés que seguía supervisando las ofrendas y que continuaba trabajando para el Señor, aunque hubiese perdido a sus hijos ese día. Pero le dijo a Moisés, sin embargo, que no había comido la ofrenda porque pensaba que el Señor no estaría contento con él. Esto nos dice que a Aarón no le preocupaba su propia pérdida, sino agradar al Señor. En los libros de Levítico y Deuteronomio hallamos algunos pasajes interesantes que pueden ayudarnos a comprender el razonamiento de Aarón en ese momento.
Veamos el texto de Deuteronomio 26:14:
“No he comido de ello en mi luto, ni he gastado de ello estando yo inmundo, ni de ello he ofrecido a los muertos; he obedecido a la voz de Jehová mi Dios, he hecho conforme a todo lo que me has mandado”.
Observemos la frase “No he comido de ello en mi luto”. Aarón comprendía que el Señor le había prohibido exteriorizar su aflicción, pero él acababa de perder a dos hijos. Era duro para él no afligirse en su corazón por la trágica pérdida de esos dos hijos por causa de su desobediencia. La ley de Dios exigía que no comiese de la porción sagrada que se le asignaba cuando estuviese en duelo. Es muy posible que él creyese que deshonraría a Dios al comer de esa carne en el estado mental que tenía en ese momento.
Otro pasaje que puede aclarar la reacción de Aarón se halla en Levítico 21:11. Refiriéndose al sacerdote la ley de Dios establecía:
“…ni entrará donde haya alguna persona muerta; ni por su padre ni por su madre se contaminará”.
Aunque no se sabe con certeza dónde estaban los hijos de Aarón cuando fueron fulminados por el Señor, el contexto parece indicar que estaban en el tabernáculo cuando eso ocurrió. ¿Habían profanado el tabernáculo los cadáveres de sus dos hijos? La ley de Dios exigía que la ofrenda por el pecado solo podía comerse en el atrio del tabernáculo (Levítico 6:26). Si el atrio había sido profanado por la muerte de los dos hijos de Aarón, es posible que éste haya pensado que no era correcto que él y sus otros hijos participasen de la ofrenda por el pecado allí.
Analicemos también las instrucciones que Dios dio en Números 19:14:
“Esta es la ley para cuando alguno muera en la tienda: cualquiera que entre en la tienda, y todo el que esté en ella, será inmundo siete días”.
El hecho de que Aarón y sus hijos habían entrado en el lugar donde sus otros dos hijos habían muerto los había vuelto inmundos. La ley establecía claramente que ninguna persona que estuviese ceremonialmente inmunda podía comer de las ofrendas. Esto queda bien claro en Levítico 7:19:
“Y la carne que tocare alguna cosa inmunda, no se comerá; al fuego será quemada. Toda persona limpia podrá comer la carne”.
Estos pasajes nos muestran que pueden haber existido algunas razones de peso por las cuales Aarón y sus hijos no comieron de la ofrenda por el pecado. Lo que sí queda claro es que cuando Moisés escuchó la explicación, quedó satisfecho y no volvió a tocar el tema.
La lección que necesitamos aprender es que no todo es como exteriormente parece ser. Podemos juzgar a otros muy rápidamente por sus acciones. Pero si nos tomamos el tiempo de escuchar, con el objetivo de comprender, seremos menos propensos a juzgar.
Para Meditar:
* ¿Qué nos enseña este pasaje sobre la importancia de hacer las cosas como Dios nos manda? ¿Hemos sido alguna vez culpable de hacer las cosas a nuestra propia manera? Al hacerlo, ¿hemos ofrecido alguna vez incienso inmundo delante del Señor?
* Dios le dijo a Moisés que mostraría Su santidad entre aquellos que a Él se acercaban. ¿Cómo influye el hecho de saber que Dios es un Dios Santo en nuestra forma de servirle?
* Dios les ordenó a Aarón y a sus hijos que no hiciese duelo por Nadab y Abiú, porque habían deshonrado Su nombre. ¿Qué nos enseña esto sobre las prioridades que debemos tener como creyentes? ¿Es honrar a Dios lo más importante en nuestras vidas?
* Una de las maneras en las que los sacerdotes debían honrar a Dios era enseñando Su Palabra a los demás. ¿Cuán importante es esto en nuestros días? ¿Cómo terminamos honrando a Dios cuando enseñamos a otros lo que Él espera de ellos?
* Al principio, Moisés se enojó con Eleazar e Itamar porque no habían comido su porción de la ofrenda por el pecado, pero tras hablar con Aarón quedó satisfecho. ¿Cuán importante resulta hablar con las personas para verificar los hechos antes de proferir un juicio?
Para Orar:
* Pidamos a Dios que nos muestre si de alguna manera no le estamos honrando en nuestro actuar cotidiano o en nuestro servicio hacia Él.
* Agradezcamos al Señor por ser un Dios santo. Pidámosle que nos ayude a vivir con el temor saludable de no deshonrar Su nombre en lo que hacemos o decimos.
* Pidamos a Dios que nos perdone por las veces que hemos hecho juicios prematuros y juzgado a alguien antes de conocer toda la verdad.
* Pidamos a Dios que nos ayude a vivir la vida teniendo como prioridad en nuestros corazones el darle a Él la honra.
11 – ANIMALES LIMPIOS E INMUNDOS
Leer Levítico 11:1-47
La ley de Dios, registrada para nosotros en Levítico 11, regulaba el tipo de comida que el pueblo de Dios podía comer. Las reglas que Dios establece en este capítulo eran para asegurar la salud y el bienestar de Su pueblo. Había ciertos animales que se podían comer sin correr riesgos de salud, mientras que otros animales transmitían enfermedades que podían afectarlos. La preocupación de Dios por la salud de Su pueblo demuestra que estaba interesado en las personas en su totalidad, desde el punto de vista espiritual, emocional y físico. Recordemos también que las enfermedades y dolencias eran el resultado del pecado que había en la tierra.
Animales Terrestres
Al comenzar el capítulo 11, Dios le dio a Moisés y a Aarón una sencilla regla que les facilitaría determinar si un animal terrestre podría comerse o no. La regla que hallamos en el versículo 3 establecía que para que un animal fuese comestible debía cumplir con dos requisitos. En primer lugar, debía tener una pezuña hendida, y en segundo lugar debía rumiar. Ambos requisitos debían cumplirse para que el animal fuese limpio.
Sin embargo, había algunos animales que solo cumplían uno de esos requisitos. En el versículo 4 se pone al camello como ejemplo. Era un animal rumiante pero no tenía la pezuña hendida, y por tanto no se podía comer. Otros ejemplos de animales que eran rumiantes pero no tenían pezuñas hendidas eran el conejo y la liebre (versículos 5 y 6). Un ejemplo de animal que tenía una pezuña completamente hendida pero no rumiaba era el cerdo. Como estos animales no cumplían con ambos requisitos eran considerados inmundos por el pueblo de Israel (versículo 7). No se debían comer, y nadie podía tocar sus cadáveres.
Criaturas Acuáticas
Los versículos del 9 al 12 explican las leyes concernientes a las criaturas que vivían en el agua. Nuevamente vemos una sencilla regla que determinaba si las criaturas acuáticas podían comerse o no. Debían cumplir con dos requisitos para ser comestibles. En primer lugar tenían que tener aletas y en segundo lugar debían tener escamas (versículo 9). Cualquier animal que no cumpliese con estos requisitos era inmundo y no se podía comer.
Aves
En los versículos del 13 al 19 hallamos una lista de aves que eran inmundas. Se trataba por lo general de aves rapaces que se alimentaban de otros animales o peces inmundos. En la lista de aves que se consideraban inmundas estaban el águila, el quebrantahuesos, el azor, el gallinazo, el milano, el cuervo, el avestruz, la lechuza, la gaviota, el gavilán, el búho, el somormujo, el ibis, el calamón, el pelícano, el buitre, la cigüeña, la garza, la abubilla y el murciélago. Ninguna de estas aves podía comerse.
Insectos
Para que un insecto fuese limpio tenía que tener alas, y piernas además de sus patas para saltar sobre la tierra. Ejemplos de ellos eran la langosta, el langostín, el grillo y el saltamontes. Todos los demás insectos con alas que caminaban en cuatro patas eran inmundos para el pueblo de Dios.
Tocar El Cadáver De Un Animal Inmundo
Vemos que en el versículo 24 la ley establecía que quien tocase el cadáver de un animal inmundo sería inmundo hasta la noche. Había ocasiones en las que era inevitable tocar el cadáver de un animal inmundo. Si un hombre tenía un camello, y éste moría, el hombre tenía que deshacerse del cuerpo. La ley de Dios permitía que el hombre tocase el animal muerto, pero exigía que lavara sus vestiduras y fuese inmundo hasta la noche, y debía además separarse de las demás personas y objetos. Esto impedía que los gérmenes y enfermedades se diseminaran.
Roedores Y Reptiles
Los versículos del 29 al 38 hablan sobre los roedores y reptiles. Algunos ejemplos eran la comadreja, el ratón, la rana según su especie, el erizo, el cocodrilo, el lagarto, la lagartija y el camaleón. Todos estos animales eran inmundos para el pueblo de Dios. No se podían comer, y quien tocaba sus cuerpos muertos tenía que purificarse y permanecer inmundo hasta la noche. En esta sección se le presta particular atención a estos roedores y reptiles.
Percatémonos de que en el versículo 32 dice que si alguno de estos animales moría y su cadáver caía en madera, piel o saco, o en alguna otra cosa, esa cosa era inmunda. La madera, piel, o saco debían ponerse en agua y limpiarse. El material quedaría inmundo hasta la noche y no se podía tocar hasta el día siguiente. Si el cuerpo de uno de esos roedores o reptiles caía en una vasija de barro, había que quebrar la vasija. Si la vasija contenía comida, se consideraba inmunda y no se podía comer. Cualquier líquido en el que cayeran estos roedores o reptiles quedaba inmundo (versículo 34). Si el cuerpo de un roedor o reptil caía en un horno o en un hornillo, estos debían derribarse (versículo 35). Era necesario construir un nuevo horno que lo reemplazara.
Si el cuerpo de un roedor o reptil caía en una fuente o cisterna, el agua permanecía limpia. Sin embargo, percatémonos de la referencia que se hace a la persona que tocaba el cuerpo muerto (versículo 36). Esto implicaba que ese cadáver no podía permanecer en el agua. Era preciso sacarlo del agua, y los que lo sacaban permanecían inmundos hasta la noche.
Si el cadáver de un roedor o reptil caía en las semillas que estaban a punto de sembrarse, esas semillas permanecían limpias, a menos que estuviesen en agua. Si las semillas estaban mojadas cuando el animal caía sobre ellas, quedaban inmundas (versículo 38). Es posible que esto se debiera a que el agua podía propagar gérmenes o enfermedades de los cuales esas criaturas podían ser portadoras.
Tocar El Cadáver De Un Animal Limpio
Los versículos 39 y 40 hablan de un animal que había muerto por causas naturales. Otro animal podía haberlo matado, o podía haber muerto de vejez o de enfermedad. Cualquiera que tocaba su cadáver (posiblemente para deshacerse de los restos) quedaba inmundo. La persona debía lavar sus ropas y permanecer inmundo hasta la noche. Si alguien comía del cuerpo muerto tenía también que lavar sus vestidos y permanecer inmundo hasta la noche (versículo 40).
Otras Criaturas Inmundas
Los versículos del 41 al 45 hablan sobre otras criaturas que se movían sobre la tierra. Esto parece referirse a cualquier tipo de criatura que se arrastra. Aquí podían incluirse insectos que se arrastran, serpientes y otras criaturas parecidas. En el versículo 43 Dios le advierte a Su pueblo específicamente que no se contaminara al tocar alguna de estas criaturas o al comer de ellas. En lugar de ello debía consagrarse a Dios y ser un pueblo santo (versículos del 44 al 45).
Esta conexión entre el no tocar animales inmundos y la verdadera santidad nos parece extraña hoy en día. Pero esa conexión queda aclarada en Levítico 11:44-45:
“Porque yo soy Jehová vuestro Dios; vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque yo soy santo; así que no contaminéis vuestras personas con ningún animal que se arrastre sobre la tierra. Porque yo soy Jehová, que os hago subir de la tierra de Egipto para ser vuestro Dios: seréis, pues, santos, porque yo soy santo”.
Si queremos comprender este pasaje debemos captar lo que Dios le estaba diciendo a Moisés aquí. La santidad del pueblo de Dios tenía que ver con todos los aspectos de su vida. Hasta lo que el pueblo comía tenía un impacto en su santidad. Dios había sacado a Su pueblo de la esclavitud en Egipto con un propósito. Quería hacer de él una gran nación. Quería que fuese luz a las naciones. A través de Su pueblo Él cumpliría Su propósito para el mundo entero. Para lograr convertirse en el pueblo que Dios deseaba, ellos debían cuidar también de sus cuerpos. La conexión entre nuestros cuerpos físicos y la santidad queda clara en 1 Corintios 6:19-20, donde el apóstol Pablo dice:
“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”.
Los israelitas debían honrar a Dios también a través de sus cuerpos. La persona que se percata de que su cuerpo le pertenece al Señor Jesús y que es el templo del Espíritu Santo, hace todo lo que puede para cuidar de ese cuerpo. No querrá introducir cosas en él que puedan contaminarlo o dañarlo. Con demasiada frecuencia hemos sido culpables de pensar que debemos honrar a Dios con nuestros corazones y almas, pero que nuestros cuerpos nos pertenecen para hacer de ellos lo que nos plazca. Dios espera que cuidemos de los cuerpos que Él nos ha dado, pues son el templo donde Él mora. Son los instrumentos a través de los cuales Él desea obrar.
Dios se preocupa por el ser humano en su totalidad; por su cuerpo, alma y espíritu. Hallo sumamente estimulante el hecho de que un capítulo entero esté dedicado a la enseñanza que Dios le da a Su pueblo acerca de cómo prevenir gérmenes y enfermedades, cuidando de su alimentación y de lo que tocaba. Esto demuestra que, cuando obramos en Su nombre, debemos también preocuparnos por las personas en su totalidad. Aunque la salvación de las almas es lo primordial, Dios también se preocupa por el bienestar físico de Sus criaturas. Durante Su ministerio Jesús no solo predicó el evangelio, sino que también les ministró a los enfermos y a los que sufrían. Nosotros, como siervos Suyos, necesitamos ver a las personas no solo como personas cuyas almas debemos ganar, sino que debemos verlas como Dios las ve. Necesitamos ministrarles en cuerpo, alma y espíritu.
Para Meditar:
* ¿Por qué suponemos que Dios dedicó tanto tiempo para explicarle a Moisés cuáles alimentos se podían comer y cuáles no?
* ¿Cómo protegían estas leyes alimenticias al pueblo de Dios de las enfermedades y dolencias?
* ¿Qué nos enseñan estas leyes sobre la preocupación de Dios por el ser humano en su totalidad, cuerpo, alma y espíritu?
* ¿Cómo repercute este pasaje en nuestro estilo de vida o en la forma en la que ministramos a las personas que nos rodean?
* ¿Qué necesidades físicas vemos hoy en las personas que nos rodean? ¿Qué creemos que podría hacerse para satisfacer esas necesidades?
* ¿Cómo podemos honrar a Dios en el presente con nuestro cuerpo?
Para Orar:
* Agradezcamos al Señor por preocuparse por nosotros en cuanto a todo aquello que constituye nuestra totalidad como seres humanos.
* Agradezcamos al Señor por haber puesto a Su Espíritu Santo en nosotros, y porque nuestro cuerpo es templo del Espíritu.
* Pidamos al Señor que nos muestre si de alguna manera hemos descuidado nuestro cuerpo como templo del Espíritu Santo. Pidamos que nos muestre cómo cambiar esa situación.
* Oremos a Dios que abra nuestros ojos ante las necesidades físicas de las personas que nos rodean. Pidámosle que nos muestre lo que podemos hacer para satisfacer esas necesidades en Su nombre.
12 – LOS PARTOS
Leer Levítico 12:1-8
El capítulo 12 de Levítico aborda el tema de las leyes de Dios con respecto al nacimiento de un niño. Percatémonos de que los requisitos eran diferentes, dependiendo del sexo del niño.
Nacimiento De Un Hijo Varón
Cuando una mujer daba a luz a un hijo varón, permanecía inmunda por siete días, como mismo sucedía durante los días de su menstruación. Vemos que la mujer quedaba “ceremonialmente inmunda”. No era culpable de ningún pecado específico, ni el acto de dar a luz era considerado pecaminoso o impuro. De hecho, el nacimiento de un niño se consideraba como una de las mayores bendiciones de la vida. Leamos lo que dice el salmista en el salmo 127:3-5:
“He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos; no será avergonzado cuando hablare con los enemigos en la puerta”.
Aunque el acto en sí de dar a luz era una bendición, la mujer aun así quedaba “ceremonialmente impura” durante siete días. Esa impureza era el resultado del flujo de sangre y de otras secreciones que son parte natural del parto.
Al octavo día, el niño era circuncidado como Dios exigía. Este acto de la circuncisión había sido un mandato de Dios a Abraham en Génesis 17:1-14, y era señal de que ese niño era un israelita que se sometía a Dios y a sus mandamientos, y recibía Sus bendiciones.
Una vez que el niño había sido circuncidado, la mujer debía esperar 33 días más para ser purificada de su sangre. Durante ese tiempo, no podía tocar ninguna cosa santa ni ir al tabernáculo (versículo 4).
Nacimiento De Una Hija
El mandato de Dios era ligeramente diferente si la mujer daba a luz a una hija. En vez de permanecer ceremonialmente inmunda por siete días, como sucedía cuando tenía un hijo varón, la mujer permanecía inmunda durante dos semanas. Percatémonos también de que el período de purificación se duplicaba si nacía una niña. La madre debía esperar sesenta y seis días para poder ir al tabernáculo o tocar las cosas santas.
Esto trae a colación una pregunta importante. ¿Por qué al dar a luz a una niña la mujer precisaba el doble del tiempo para ser purificada? La respuesta a esta interrogante no se nos da en este pasaje, pero vale la pena analizarla en este contexto. Permítanme hacer algunas observaciones aquí.
En primer lugar, desde el punto de vista médico queda claro que a una mujer no le tomaría el doble de tiempo recuperarse del parto de una niña, por tanto el motivo no es médico. Debe existir otro motivo para establecer esta diferencia de tiempo.
En segundo lugar, resulta importante comprender que Dios no valora a las mujeres menos que a los hombres. Ambos fueron hechos a Su imagen, y poseen igual valor ante Sus ojos. El apóstol Pablo aclaró bien esto cuando escribió en Gálatas 3:28-29:
“Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa”.
El apóstol Pedro enseñó el mismo principio en 1 Pedro 3:7, cuando dijo a los esposos:
“Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo”.
Vemos aquí nuevamente que la esposa era su compañera y heredera del don de la vida. Si el marido maltrataba a su esposa, Dios no escucharía sus oraciones.
En su ministerio terrenal, el Señor Jesús trató a las mujeres con respeto y dignidad. Les permitió sentarse a Sus pies como a los hombres, y aprender de Sus enseñanzas (ver Lucas 10:39). Las mujeres acompañaban a Jesús y a Sus discípulos en sus viajes ministeriales. Veamos qué dice Lucas 8:1-3:
“Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían de sus bienes”.
Estas mujeres jugaron un papel importante y sacrificial en el ministerio del Señor Jesús mientras Él viajaba de una ciudad a otra.
Habiendo dicho esto, a lo largo de la Biblia queda bastante claro que existía una diferencia entre los papeles que jugaban hombres y mujeres. Pablo aclara que el Señor le ha dado al hombre el papel de ser cabeza de familia. En Efesios 5:23, Él nos dice:
“…porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador”.
Ese papel de cabeza de familia no tiene nada que ver con la inteligencia o la capacidad. Las mujeres son tan inteligentes y capaces como los hombres. El rol de cabeza de familia tiene que ver con la decisión y el propósito de Dios.
Una de las leyes más importantes del Antiguo Testamento era la ley relacionada con los primogénitos. Esta ley surgió cuando Dios destruyó a los primogénitos varones de Egipto y liberó a Su pueblo de su larga esclavitud. Para proteger a los primogénitos de Israel de la muerte, Dios había exigido que Su pueblo pintara con la sangre de un cordero los dinteles de sus puertas. Ese día, cuando el Señor pasó por la tierra y vio la sangre, pasó de largo, librando así a los primogénitos varones de cada familia israelita.
Desde ese día, todos los primogénitos varones le pertenecieron al Señor. Esta ley se comenzó a aplicar tanto a los primogénitos de sus animales, como a los primogénitos de sus hijos. Estos hijos debían ser redimidos o comprados nuevamente al Señor.
Y cuando Jehová te haya metido en la tierra del cananeo, como te ha jurado a ti y a tus padres, y cuando te la hubiere dado, dedicarás a Jehová todo aquel que abriere matriz, y asimismo todo primer nacido de tus animales; los machos serán de Jehová. Mas todo primogénito de asno redimirás con un cordero; y si no lo redimieres, quebrarás su cerviz. También redimirás al primogénito de tus hijos”. Éxodo 13:11-13
Todos los primogénitos varones les pertenecían a Dios:
“Porque mío es todo primogénito; desde el día en que yo hice morir a todos los primogénitos en la tierra de Egipto, santifiqué para mí a todos los primogénitos en Israel, así de hombres como de animales; míos serán. Yo Jehová”.(Números 3:13)
El primogénito tenía obligaciones y privilegios especiales. En su momento se convertiría en cabeza de familia, con todas las responsabilidades que eso conllevaba. También recibía una doble porción de la herencia de su padre:
“…mas al hijo de la aborrecida reconocerá como primogénito, para darle el doble de lo que correspondiere a cada uno de los demás; porque él es el principio de su vigor, y suyo es el derecho de la primogenitura”. (Deuteronomio 21:17)
¿Qué tiene que ver todo esto con la diferencia en la ley entre los niños y las niñas que nacían? El apóstol Pablo ofrece el comentario siguiente en 1 Timoteo 2:12-13:
“Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado primero, después Eva”.
Observemos lo que Pablo dice aquí. Le dice a Timoteo que una mujer no podía ejercer dominio sobre el hombre porque el hombre había sido formado primero. En otras palabras, el hombre era el primogénito. Como primogénito tenía una obligación delante de Dios. Debía ser el cabeza de su familia (Efesios 5:23). Al ser el primogénito, era tanto su obligación como su privilegio.
Como el hombre fue “formado primero” (Efesios 2:13), tenía una obligación especial para con Dios. Como todo primogénito, era apartado para cumplir con un rol especial. Algún día representaría a la familia y a la nación. Llevaría la señal de la circuncisión en su cuerpo como representante de la familia. Esa señal no le era dada a la mujer. Aunque en la Biblia no existían diferencias entre el valor de una mujer y el de un hombre, sí existía una clara diferencia en las funciones que ambos desempeñaban. Los niños varones tenían una obligación delante de Dios. Eran apartados por Dios desde su nacimiento como los primogénitos de la creación, para que se convirtieran en cabezas de sus familias y las guiaran en los propósitos y caminos divinos.
Esta distinción queda clara aquí en la ley que tenía que ver con la purificación de la madre tras el parto. Tanto los hijos hombres como las mujeres eran igualmente amados y valorados. Eran coherederos por igual de las bendiciones de Dios. Pero el hijo varón, como primogénito de la creación, le pertenecía a Dios como Su representante. El hecho de que la mujer debía permanecer el doble de tiempo purificándose tras el nacimiento de una niña, era un recordatorio para el pueblo de Dios de estas diferencias de roles.
Ofrendas Para La Purificación
Cuando se cumplían los días de su purificación, la madre debía llevar al tabernáculo un cordero de un año como ofrenda quemada para el Señor. Debía también llevar un palomino o una tórtola como ofrenda por el pecado. Tras llevar estas ofrendas, nuevamente ella quedaba ceremonialmente pura y limpia del flujo de su sangre.
Observemos dos cosas acerca de estas ofrendas. En primer lugar, la madre realmente no había desobedecido a Dios, pero aun así se le exigía llevar una ofrenda por el pecado. Ella quedaba contaminada debido al proceso natural de recuperación tras el nacimiento de la criatura. Como seres humanos vivimos en un mundo lleno de pecado. A menudo nos contaminamos por el simple hecho de vivir en este mundo. Vivimos y trabajamos con muchos individuos que no aman a Dios. Los escuchamos blasfemar el nombre del Señor. Vemos cosas alrededor nuestro que ofenden al Dios Santo. Estas cosas entran en nuestras mentes y las contaminan, aunque no nos hayamos expuesto a ellas intencionalmente. Como mismo la mujer se contaminaba debido al proceso natural del cuerpo, a menudo nosotros también nos contaminamos con cosas que suceden alrededor nuestro y que no podemos cambiar.
Esto nos enseña algo sobre la santidad de Dios. Su santidad es tan perfecta que Él exigía que el individuo se purificase tras cada contaminación que sufriera. El acto natural de dar a luz a un niño exigía la muerte de un palomino o tórtola para que la madre volviese a tener una relación adecuada con Dios. ¿Cuántas cosas nos contaminan en el decurso de un día? ¿Cuántos pensamientos, acciones o actitudes impuros nos han contaminado solo en el día de hoy? ¡Cuán maravilloso es saber que la sangre de Jesucristo, el Cordero de Dios, cubre cada uno de nuestros pecados!
Hay otra observación importante que debemos hacer. Observemos que los sacrificios que se hacían cuando concluía el período de purificación, eran los mismos para niños y niñas (versículos 6 y 7). No existía diferencia en la cantidad de animales que se debían sacrificar. De hecho, ese mismo principio se aplicaba a todos los sacrificios que se hacían. No existían diferencias entre la ofrenda por el pecado aportada por un hombre y la que aportaba una mujer. Ambos pecados exigían el mismo sacrificio. Esto nos muestra que, en cuanto a los pecados cometidos, para Dios no había diferencias entre hombres y mujeres. Ambos necesitaban ser perdonados y para ambos se exigía el mismo sacrificio.
Veamos, por último, que en el versículo 8 se prevén opciones incluso para las mujeres más pobres. Si no tenían lo suficiente para un cordero, podían llevar dos palominos o dos tórtolas, uno para la ofrenda quemada y otro para la ofrenda por el pecado. Era el deseo de Dios que cada mujer tuviese el privilegio de quedar limpia de su contaminación y volviese a tener una relación adecuada con Él.
Para Meditar:
* ¿Por qué le era necesario a la mujer purificarse tras el nacimiento de un niño? ¿Qué nos enseña esto acerca de la santidad de Dios?
* ¿Cómo podemos contaminarnos al vivir en este mundo? ¿Cuáles son las cosas que nos contaminan cada día? ¿Cómo cubre la sangre del Señor Jesús estas contaminaciones?
* ¿Qué aprendemos en este pasaje sobre los roles diferentes que Dios les dio a hombres y mujeres? ¿Significan estos roles diferentes que un sexo es más importante que el otro?
* El sacrificio que llevaba una madre ante Dios tras el fin de su purificación era el mismo sin importar si daba luz a un niño o una niña. ¿Qué nos dice esto sobre la igualdad entre hombres y mujeres delante de Dios?
Para Orar:
* Dediquemos un momento a adorar al Señor por Su santidad. Agradezcámosle porque, aunque Él es santo, nos brinda la manera de entrar en Su presencia y ser Sus hijos.
* Agradezcamos al Señor por la manera en la que Su sacrificio cubre todos Sus pecados y contaminaciones.
* Demos gracias al Señor por la bendición de los hijos. Si tenemos hijos, pidamos al Señor que se acerque a ellos y les conduzca hacia Él.
13 – LEYES SOBRE LAS ENFERMEDADES DE LA PIEL Y EL MOHO.
Leer Levítico 13:1-59
La preocupación de Dios por la salud de Su pueblo es bastante obvia en el libro de Levítico. Existían muchas enfermedades que podían propagarse entre el pueblo, así que Dios les enseñó a reconocer esas enfermedades para evitar su propagación. Observemos que la responsabilidad de diagnosticar esas enfermedades recaía sobre los sacerdotes. Éstos no solo debían cuidar del bienestar espiritual de su pueblo, sino también de su bienestar físico. Dios se preocupaba por cada persona de forma integral, y por ello se había tomado el tiempo de enseñar a los sacerdotes lo que necesitaban saber para prevenir la propagación de las enfermedades contagiosas.
Si, como creyentes, deseamos imitar a Dios, debemos preocuparnos no solamente por el bienestar espiritual de nuestros hermanos y hermanas, sino también por su bienestar físico y emocional. No estaremos abandonando el propósito de Dios al cuidar de los males físicos y emocionales de nuestra sociedad. Para poder cumplir con el llamado de Dios, debemos preocuparnos por el individuo de forma integral.
Este capítulo inicia cuando el Señor les da instrucciones a los sacerdotes acerca de cómo reconocer y tratar diversas manchas y llagas que se hallaban en la piel.
Hinchazón, Erupción, O Mancha Blanca (Versículos Del 1 Al 8)
El primer problema que se menciona es una hinchazón, erupción, o mancha blanca en la piel. Cuando la persona detectaba alguna de estas manchas, debía ir a ver al sacerdote (versículo 2). El sacerdote debía examinar la llaga teniendo en cuenta dos aspectos. En primer lugar debía comprobar si el pelo en la llaga se había vuelto blanco. En segundo lugar, debía comprobar si la llaga parecía más profunda que la piel de la carne (versículo 3). Si la erupción o mancha blanca era más profunda que la piel, y el pelo se había vuelto blanco, el sacerdote declaraba a la persona inmunda.
Si la erupción o mancha no era más profunda que la piel y si el pelo no se había vuelto blanco, la persona era aislada durante siete días (versículo 4). Al séptimo día, el sacerdote examinaba la mancha nuevamente. Si había desaparecido, el individuo lavaba sus vestidos y era limpio (versículo 6), y la persona quedaba libre de proseguir con su vida normal.
Pero si tras ser declarada limpia, la erupción se extendía en la piel, la persona debía volver a ver al sacerdote. Si el sacerdote comprobaba que se había extendido, declaraba a la persona inmunda (versículos 7 y 8). Los versículos del 45 al 47 nos dicen claramente lo que eso significaba para el individuo:
“Y el leproso en quien hubiere llaga llevará vestidos rasgados y su cabeza descubierta, y embozado pregonará: ¡Inmundo! ¡inmundo! Todo el tiempo que la llaga estuviere en él, será inmundo; estará impuro, y habitará solo; fuera del campamento será su morada”.
Este individuo no podía tener contacto con la gente de su comunidad, y quedaba obligado a advertirles sobre su inmundicia, gritando “¡Inmundo, inmundo!” donde quiera que fuese. Aunque esto puede parecer duro, se hacía para proteger a toda la comunidad.
Enfermedades Infecciosas (Versículos Del 9 Al 11)
Dios instruyó a Su pueblo en los versículos del 9 al 11 diciéndole que, si una persona descubría que tenía alguna forma de enfermedad infecciosa en la piel, debía ir a ver al sacerdote. En ese caso el sacerdote examinaba la piel buscando tres afecciones. En primer lugar debía verificar si había un tumor blanco en la piel. En segundo lugar, debía ver si el pelo de la piel se había vuelto blanco. Por último, debía verificar si se descubría la carne viva. Si la piel tenía esos tres problemas, la persona era declarada inmunda y sacada del campamento.
Enfermedades Que Cubrían Todo El Cuerpo (Versículos Del 12 Al 17)
Cuando una enfermedad de la piel cundía por todo el cuerpo de la persona, y el sacerdote veía que la piel estaba toda del mismo color, declaraba que la persona estaba limpia. Pero si hallaba que había carne viva en él, se trataba de una enfermedad infecciosa, y la persona era declarada inmunda. Si con el tiempo la carne viva comenzaba a sanarse y volvía a su color normal, la persona podía retornar al sacerdote para que la examinara, con la esperanza de ser declarada limpia nuevamente (versículos del 14 al 17).
Diviesos (Abscesos, NVI) (Versículos Del 18 Al 23)
A veces un individuo se acercaba al sacerdote con un absceso en la piel que se había sanado. En el lugar donde había estado el absceso habría o una hinchazón, o una mancha blanca rojiza. El sacerdote examinaba la mancha para ver si estaba más profunda que la piel y si el pelo se había vuelto blanco. Si era así, la persona era declarada inmunda. Si no había pelo blanco en la mancha, ni ésta parecía ser más profunda que la piel, la persona era aislada durante siete días (versículo 21). Si se extendía por la piel, entonces el sacerdote lo declaraba inmundo. Pero si la mancha blanca permanecía en su lugar y no se había extendido, era declarado limpio (versículos del 22 al 23).
Quemaduras (Versículos Del 24 Al 28)
Si una persona iba al sacerdote con una quemadura en la piel, éste la examinaba para ver si era de color blanco o rojizo, si era más profunda que la piel, y si el pelo de la llaga se estaba volviendo blanco. Si esas características estaban presentes, la persona presentaba una infección y era inmunda.
Pero si esas características no estaban presentes, el individuo debía aislarse durante siete días, y tras pasar ese tiempo debía ser examinado nuevamente por el sacerdote. Si las manchas de la piel se habían extendido, era declarado inmundo. Si éstas permanecían iguales o si habían perdido el color, era declarado limpio, y podía continuar con sus actividades cotidianas.
Llagas En La Cabeza O En La Barba (Versículos Del 29 Al 37)
Cuando una persona presentaba una llaga en la cabeza o barba, debía ir ante el sacerdote para que lo examinara. Si la mancha era más profunda que la piel, y el pelo en la mancha se había tornado amarillo y delgado, el sacerdote debía declararlo inmundo (versículos del 29 al 30).
Si estas características no se presentaban en la llaga, el sacerdote ponía a la persona en aislamiento durante siete días. Al séptimo día, el sacerdote volvía a examinar al individuo. Si la llaga no se había extendido, no parecía ser más profunda que la piel, y no había en ella pelo amarillo, el individuo debía rasurar el área infectada y aislarse por siete días más (versículos del 32 al 33). Si tras ese segundo período de aislamiento la llaga no se había extendido, el sacerdote lo declaraba limpio. Esa persona lavaría sus ropas y continuaba con sus actividades diarias. Sin embargo, los versículos del 35 al 37 nos dicen que el individuo debía seguir observando la llaga para asegurarse de que no se extendiera.
Manchas Blancas (38-39)
Cualquier mancha blanca que salía en la piel debía ser examinada por el sacerdote. Si eran manchas blancas algo oscurecidas se consideraban benignas (versículos del 38 al 39).
Pérdida De Cabello (40-44)
Si un hombre perdía el pelo se consideraba como una situación normal. Sencillamente se estaba quedando calvo. Pero si en la zona donde se había caído el cabello salían llagas blancas rojizas, éstas se consideraban infecciosas y el hombre era declarado inmundo (versículos del 40 al 44).
Lepra (Moho, NVI (47-58)
Los sacerdotes no solo debían examinar las enfermedades de la piel, sino que también debían preocuparse por cualquier tipo de moho que estuviera presente en cualquier vestido o prenda de lino o lana. Cualquier prenda que contuviese moho debía enseñarse al sacerdote. El sacerdote aislaba el artículo durante siete días, y luego lo volvía a examinar. Si el moho se había extendido, el artículo era declarado inmundo y se quemaba.
Si tras pasar siete días de aislamiento el moho no se había extendido, el sacerdote ordenaba que se lavara y se aislara por siete días más. Si tras el segundo período de aislamiento el moho no había cambiado de aspecto, aunque no se hubiere extendido, la prenda debía ser quemada.
Si el moho había cambiado de color, se eliminaba toda la parte contaminada y el resto de la prenda se lavaba y se conservaba. Pero si éste reaparecía, toda la prenda se quemaba al fuego.
Aquí la verdadera tentación radica en “espiritualizar” la aplicación de este capítulo y decir que, nosotros, como creyentes, necesitamos separarnos de la inmundicia espiritual que está en medio de nosotros. Pablo sí habla sobre la importancia de no tener nada que ver con el hombre que causa divisiones (Tito 3:10), o con “las obras infructuosas de las tinieblas” (Efesios 5:11-12). Pero me temo que al hacer esto no estaríamos comprendiendo la idea central de este capítulo.
Aquí la preocupación de Dios no es solamente por las almas de Su pueblo, sino también por su bienestar físico. Esto es algo que debe asombrarnos. Nuestros cuerpos terrenales son temporales y no irán con nosotros al cielo. Dios nos dará cuerpos nuevos (1 Corintios 15:35-49). A lo largo de la historia, muchos han minimizado la importancia del cuerpo físico. Algunos han llegado al extremo de golpear físicamente sus cuerpos o de provocarles sufrimiento para lograr centrarse en sus almas. Muchos han creído que ignorando sus cuerpos físicos ganarían favor delante de Dios.
A lo largo de la historia, este concepto se abrió camino en la iglesia de forma tal que algunos creían que los cristianos solo podían servir legítimamente ganando almas. Estos individuos creían que los que se dedicaban a ministrar proveyendo para las necesidades físicas y sociales de una comunidad, estaban perdiendo la perspectiva y se estaban apartando del propósito de Dios.
Según Levítico 13, uno de los ministerios del sacerdote era velar por la salud física de su pueblo. Todo el capítulo está dedicado a enseñar al sacerdote la forma correcta de examinar las enfermedades cutáneas que pudieran extenderse a toda la comunidad. Los que cuidan del bienestar físico de los enfermos también están haciendo la obra del reino de Dios.
La preocupación de Dios por el bienestar integral de las personas se ve en el ministerio del Señor Jesús. Él no solamente predicó las buenas nuevas de la salvación, sino que sanó a los que estaban enfermos y sufriendo. Para seguir el ejemplo del Señor Jesús debemos preocuparnos también por las necesidades físicas de aquellas personas que Él pone en nuestro camino. Permítanme concluir con las palabras de Jesús en Mateo 25:34-39:
“Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí”. (Énfasis añadido)
Para Meditar:
* ¿Por qué era importante para la salud de la comunidad que el sacerdote examinara las heridas y enfermedades cutáneas? ¿Qué podía suceder si los individuos enfermos de dichas dolencias se quedaban en la comunidad?
* Dios les había enseñado a los sacerdotes del Antiguo Testamento a examinar las enfermedades cutáneas, así como a tomar medidas cuando había enfermedades infecciosas. ¿Qué nos dice esto sobre la preocupación de Dios por el bienestar físico de Su pueblo?
* ¿Cómo nos alienta el saber que Dios se preocupa por nuestro bienestar físico?
* ¿Qué nos enseña este pasaje sobre la responsabilidad que tiene el pueblo de Dios de proveer no solo para las necesidades espirituales de los que le rodean, sino también para sus necesidades físicas? ¿Qué estamos haciendo en el nombre de Cristo por las personas con necesidades físicas que nos rodean?
* ¿Cómo ministró Jesús cuando estaba en la tierra? ¿Qué nos enseña Su ejemplo acerca de cómo necesitamos ministrar hoy en día?
Para Orar:
* Agradezcamos al Señor por preocuparse por nuestras necesidades físicas, así como por las espirituales. Démosle gracias porque a Él le interesa lo que estamos enfrentando físicamente.
* Pidamos al Señor que nos dé una mayor preocupación por las necesidades físicas de las personas que nos rodean. Oremos que nos muestre de qué manera podemos proveer para esas necesidades.
* Pidamos a Dios que nos ayude a cuidar del cuerpo que nos ha dado, reconociendo que, al hacerlo, estamos honrándole.
14 – PURIFICACIÓN CEREMONIAL DE LAS ENFERMEDADES DE LA PIEL Y EL MOHO
Leer Levítico 14:1-57
En el último capítulo vimos que el sacerdote recibía instrucciones para detectar enfermedades cutáneas infecciosas. Las personas que eran declaradas inmundas por tener dichas enfermedades eran separadas de la comunidad de Israel y obligadas a vivir en aislamiento hasta que mejoraban. Cuando su enfermedad cutánea sanaba, el individuo tenía que someterse a una ceremonia de purificación antes de poder ser aceptado de nuevo en la comunidad de Israel.
Purificación Ceremonial De Las Enfermedades Cutáneas
Si una persona era sanada de alguna enfermedad cutánea, el sacerdote debía salir del campamento para examinarlo (versículo 3). Si descubría que la persona se había sanado, ordenaba que se trajesen dos avecillas vivas, limpias, y madera de cedro, grana e hisopo para el individuo que debía ser purificado (versículo 4). Una de las dos avecillas se sacrificaba sobre aguas corrientes en un vaso de barro. La sangre caía en el vaso. La otra avecilla, la madera de cedro, la grana y el hisopo se mojaban en la sangre de la avecilla muerta. Luego se rociaba siete veces a la persona con la sangre de la avecilla muerta y se declaraba limpia. La avecilla viva que había sido mojada en la sangre, era liberada en el campo (versículo 7).
El simbolismo de estas dos avecillas es importante. La avecilla que se sacrificaba parecía representar al individuo que necesitaba purificarse. Dios no podía aceptar nada que fuese impuro o inmundo. Esa primera avecilla moría en lugar de la persona inmunda para purificarla de sus impurezas. El hecho de que la sangre de la avecilla era rociada sobre la persona inmunda nos muestra que estaba siendo cubierta por la sangre del ave sacrificada en nombre suyo.
La segunda avecilla representaba al individuo tras su purificación. Gracias a la muerte de la primera avecilla, el individuo quedaba limpio y libre de retornar a su familia. Esa es una descripción maravillosa de lo que el Señor ha hecho por nosotros. Somos libres porque Él sufrió el castigo que merecíamos. Él murió para que pudiéramos ser purificados, perdonados y liberados del castigo que por nuestras impurezas merecíamos.
Existen algunas interrogantes sobre la importancia de los demás objetos que se empleaban durante la purificación. El versículo 4 nos dice que junto con las dos avecillas debían llevarse también madera de cedro, grana e hisopo. Es probable que el hisopo se emplease para rociar la sangre de la avecilla sobre el individuo para que fuese purificado. Tenemos un ejemplo de ello en Números 19:18:
“…y un hombre limpio tomará hisopo, y lo mojará en el agua, y rociará sobre la tienda, sobre todos los muebles, sobre las personas que allí estuvieren, y sobre aquel que hubiere tocado el hueso, o el asesinado, o el muerto, o el sepulcro”.
Es un poco más difícil comprender el propósito de la grana y la madera de cedro. Algunos piensan que la grana se empleaba para atar y unir las ramas del hisopo. Ni en este pasaje ni en ningún otro pasaje de las Escrituras se nos dice cuál era su función. Lo mismo ocurre con la madera de cedro. El cedro tenía un olor fragante y un aceite que preservaba la madera, y es posible que hubiese sido escogido por esas cualidades.
Tras el sacrificio de la avecilla, la persona debía lavar sus ropas, rasurar todo su pelo y bañarse con agua. Así ya podía entrar en el campamento, pero debía permanecer fuera de su tienda durante siete días. Al transcurrir esos siete días, debía rasurar nuevamente todo su pelo, incluyendo la barba, las cejas y cualquier otro vello corporal. Tras lavar nuevamente toda su ropa, debía llevar al tabernáculo dos corderos machos y una cordera de un año. Debía también aportar tres décimas de efa (6 cuartos de galón o 6.5 litros) de flor de harina mezclada con aceite para ofrecer una ofenda de grano, y un log (dos tercios de una pinta o 0,3 litros) de aceite.
El sacerdote tomaba uno de los corderos machos junto con el aceite, y lo ofrecía como ofrenda por el pecado delante del Señor (versículo 12). Observemos que la ofrenda era una ofrenda por el pecado. La persona no había pecado intencionalmente contra el Señor. Había contraído una enfermedad cutánea sobre la cual no tenía control. Aunque la persona no había cometido un pecado intencional, seguía estando inmunda delante del Señor y se requería un sacrificio para cubrir esa impureza. El resto de la carne que no se usaba para la ofrenda por la culpa le pertenecía al sacerdote como pago por sus servicios (versículo 13).
Parte de la sangre del cordero sacrificado se colocaba sobre el lóbulo de la oreja derecha del que se purificaba, sobre el pulgar de su mano derecha y sobre el pulgar de su pie derecho. El sacerdote luego tomaba más aceite, lo vertía sobre su mano, entonces mojaba su dedo derecho en el aceite y lo esparcía delante del Señor. El aceite que quedaba se colocaba en el lóbulo derecho, el pulgar derecho y el pulgar del pie derecho de la persona que estaba siendo purificada (versículo 17). Esto representaba su purificación de la cabeza a los pies, es decir, quedaba completamente limpia.
Cuando el individuo que debía ser purificado era ungido, el sacerdote sacrificaba otro cordero como ofrenda por el pecado delante del Señor. Un tercer animal se sacrificaba y se quemaba completamente en el altar como ofrenda quemada. Por último, se quemaba una ofrenda de grano delante del Señor. Solo después de aportar estas ofrendas, el individuo en cuestión quedaba completamente limpio (versículo 20).
El procedimiento para la purificación de una infección cutánea era bastante complicado y exigía que se empleasen tres animales del rebaño, dos aves y una ofrenda de grano. En total se sacrificaban cuatro animales y uno se liberaba, para que el individuo pudiera declararse puro delante del Señor. Todo esto se debía a una enfermedad que la persona había contraído sin que fuese su culpa. Hay aquí dos lecciones muy importantes que debemos observar.
En primer lugar, debemos comprender la absoluta pureza y santidad del Señor. Nada impuro puede entrar en Su presencia. Comprendemos esto en el caso de la impureza espiritual, pero en este capítulo estamos ante un caso de enfermedad e infección físicas. Esta situación también creaba una barrera entre la persona y Dios. Cuando el pecado entró en el mundo a través de Adán y Eva, modificó a la tierra. Ya los suelos darían sus frutos con dificultad. Las mujeres darían a luz con dolor (ver Génesis 3:16-19). Las enfermedades, dolencias, hambrunas, guerras y multitud de diversos males invadirían el mundo como consecuencia del pecado. El individuo cuya piel estaba infectada estaba experimentando los efectos de vivir en un mundo lleno de pecado y de enfermedades causadas por el pecado. Necesitaba purificarse para poder tener una relación apropiada con un Dios Santo.
La segunda lección que necesitamos comprender de este pasaje es que Dios ha provisto una forma para que seamos purificados. En el Antiguo Testamento, el Señor proveía una purificación temporal a través del sacrificio de animales y del derramamiento de su sangre. Por medio de estos sacrificios la persona podía volver a tener una relación apropiada con Dios. El problema de estos sacrificios era que tenían que ofrecerse constantemente. A pesar de que eran eficaces momentáneamente, no tenían efectos duraderos. Cada día se debían ofrecer más sacrificios. Por cada pecado o impureza, otro animal tenía que ser sacrificado. Aunque esto exigía que los sacerdotes trabajasen intensamente, e incurría en gastos para los individuos que necesitaban purificarse, Dios sí había provisto una forma para el perdón y la purificación. Dios siempre ha deseado que Su pueblo sea purificado y establezca una relación apropiada con Él. Esto debe hacernos valorar profundamente la obra que el Señor Jesús hizo por nosotros en la cruz. Su sacrificio hizo desaparecer todos los sacrificios de animales que se ofrecían en el Antiguo Testamento. Ahora podemos ser purificados completamente y para siempre a través de Su sacrificio único.
Como ya hemos dicho, la purificación del individuo de alguna enfermedad cutánea infecciosa era costosa. No todos en Israel tenían los recursos necesarios para llevar a cabo dicha ceremonia. Dios había previsto también una forma para que los israelitas pobres pudieran ser purificados y restaurados.
Si un individuo era pobre y no podía permitirse sacrificar los animales necesarios, podía llevar solamente un cordero macho como ofrenda por el pecado, una décima de efa de flor de harina amasada con aceite, y dos tórtolas o dos palominos. Una de las aves se empleaba como ofrenda por el pecado, y la otra como ofrenda quemada delante del Señor (versículos del 21 al 22).
Al octavo día, tras su purificación, la persona pobre llevaba su cordero y dos tórtolas o palominos ante el sacerdote, quien estaba a la entrada del tabernáculo. El sacerdote tomaba el cordero y lo ofrecía al Señor como ofrenda por la culpa. La sangre de esta ofrenda por la culpa se ponía en el lóbulo derecho, el pulgar derecho y el pulgar del pie derecho de la persona que deseaba ser purificada. Esto simbolizaba el hecho de que quedaba limpia de la cabeza a los pies a través de la sangre que se había derramado por ella. Luego el sacerdote derramaba aceite en su mano izquierda, y con su mano derecha lo rociaba delante del Señor (versículo 28). Lo que sobraba del aceite se ponía sobre la frente de la persona.
Luego se sacrificaban las dos tórtolas o palominos. Uno de ellos se ofrecía como ofrenda por el pecado, y el otro como ofrenda quemada delante del Señor. Cuando se terminaba el sacrificio de estos animales, el sacerdote ofrecía una ofrenda de grano al Señor, y el hombre pobre quedaba purificado.
Lidiando Con El Moho En Las Casas
La sección final de Levítico 14 da instrucciones a los sacerdotes acerca de cómo lidiar con el moho que se descubría en alguna casa israelita. Levítico 13 habla sobre el moho que es encontrado en tejidos o pieles. Pero el proceso de lidiar con el moho que se hallaba en una casa no era tan sencillo.
Al leer el versículo 33 observamos que esta ley se aplicaría cuando el pueblo de Israel entrara a la tierra de Canaán. El pueblo de Dios se estaba moviendo a través del desierto cuando Dios le dio esta ley a Moisés. En ese momento ellos no tenían casas, sino que vivían en tiendas. Esta ley estaba anticipándose al momento en el que el pueblo de Dios tuviera sus propias casas en la tierra que Dios le había prometido.
Si una persona descubría que había moho en su casa, el dueño debía ir a ver al sacerdote y decírselo (versículos del 34 al 35). El sacerdote debía ordenar desocupar la casa completamente. Una vez vacía, el sacerdote examinaba la casa. Si el moho de las paredes era de color verdoso o rojizo, y parecía ser más profunda que la superficie de la pared, el sacerdote debía cerrar la casa durante siete días. Una vez concluido ese tiempo, él debía retornar y examinar las paredes nuevamente. Si la lepra se había extendido, él debía ordenar que las piedras en que estuviere la plaga fueran echadas fuera de la ciudad en un lugar inmundo (versículo 40). Había que raspar las demás paredes, y derramar fuera de la ciudad, en lugar inmundo, el barro que raspaban. Las piedras debían ser reemplazadas con otras nuevas y con barro, y la casa debía ser recubierta nuevamente.
Si tras reexaminar la casa se descubría que el moho había reaparecido en las paredes, el sacerdote hacía derribar totalmente la casa, y sus piedras, sus maderos y toda la mezcla de la casa se sacaba fuera del campamento a un lugar inmundo. Cualquiera que entrara en la casa quedaba inmundo hasta la noche. Cualquiera que durmiera o comiera en la casa tenía que luego lavar sus vestidos (versículos del 46 al 47).
Si el moho no había reaparecido después de que las paredes de la casa fueran recubiertas, la casa era declarada limpia; pero para que se purificase de este moho el dueño tenía que llevarle al sacerdote dos avecillas, y madera de cedro, grana e hisopo. Una de las avecillas era sacrificada en una vasija de barro. La madera, la grana y el hisopo se mojaban en la sangre, y la casa se rociaba siete veces con ella. La otra avecilla se liberaba, como recordatorio de que la persona alcanzaba la libertad de toda culpa e impureza.
Pensemos un momento en cuán absoluta es la santidad y pureza de Dios, pues hasta una enfermedad de la piel, o el moho en la pared de nuestra casa podría afectar nuestra relación con Él. Se debían ofrecer sacrificios para que el individuo pudiese volver a entablar una relación correcta con Dios. Pensemos también en el enorme amor de Dios, y en Su deseo de que tengamos una relación con Él, a pesar de que caminamos en esta tierra maldecida por el pecado, y de que poseemos corazones que son “engañosos más que todas las cosas, y perversos” (Jer. 17:9). Que nuestros corazones se regocijen de que, a pesar de ser inmundos, nuestro Dios desea tener comunión con nosotros, y ha provisto diversas formas para que seamos purificados.
Para Meditar:
* ¿Cómo afectaba la relación de las personas con Dios el hecho de tener una enfermedad de la piel? ¿Qué había dispuesto Dios para restaurar esa relación?
* ¿Qué aprendemos en este capítulo acerca de la absoluta pureza y santidad de Dios?
* ¿Podemos vivir en esta tierra sin vernos afectados por el pecado y la impureza?
* ¿Qué mecanismos ha brindado Dios para que seamos purificados? Al leer este capítulo, ¿de qué forma llegamos a valorar más la obra que el Señor Jesucristo hizo a favor nuestro?
Para Orar:
* Dediquemos un tiempo a agradecerle al Señor y a alabarlo por Su pureza y santidad.
* Agradezcamos al Señor por el hecho de que, a pesar de nuestra pecaminosidad, Él nos ama y desea entablar una relación con nosotros.
* Demos gracias al Señor Jesús por Su sacrificio a favor nuestro. Agradezcámosle porque ese sacrificio cubre todas nuestras impurezas y pecados.
* Pidamos a Dios que nos ayude a reconocer cada día que hemos sido perdonados en Cristo. Agradezcamos al Señor por el alcance de Su perdón y Su purificación que cubren nuestros pecados y contaminación cotidianos.
15 – LOS FLUJOS INMUNDOS
Levítico 15:1-33
Una de las cosas más llamativas del libro de Levítico es que nos muestra que hasta los procesos naturales del cuerpo podían hacer que la persona se volviera inmunda delante de Dios. Estos flujos eran de diversos tipos. Podían aparecer como resultado de una enfermedad o dolencia, de la actividad sexual, o del período menstrual de una mujer. Cualquiera de estos fluidos corporales hacía que la persona quedara inmunda delante de Dios.
Cuando comienza Levítico 15, el Señor les dice a Moisés y a Aarón que cuando una persona tenía un flujo corporal, ese flujo era inmundo. Veamos que en el versículo 3 dice que el flujo podía destilar o dejar de destilar del cuerpo. Una persona podía, por ejemplo, ponerle una venda a una herida. Esa venda contenía el flujo corporal, pero la persona aun así seguía siendo inmunda.
La ley de Dios era muy estricta con respecto a las personas que tenían flujos corporales. Los versículos del 4 al 12 nos dicen que cualquier cama donde durmiese esa persona o cualquier superficie donde se sentase quedaban inmundas. Si otro individuo tocaba a esta persona, su cama, o cualquier cosa donde se hubiera sentado, quedaba inmundo también. Tendría que lavar sus ropas, bañarse y permanecer inmundo hasta la noche. Si el hombre que tenía algún flujo escupía a otra persona o la tocaba, esa persona se volvía inmunda y tenía que lavar sus ropas, bañarse y permanecer inmunda hasta la noche. Si el hombre empleaba una vasija de barro, ésta tenía que ser destruida. Si usaba algún artículo de madera, éste debía ser lavado con empeño antes de usarse nuevamente.
Cuando el flujo se detenía, el individuo debía esperar siete días para la purificación ceremonial. Luego lavaba sus ropas, se bañaba con aguas corrientes y quedaba limpio nuevamente. Al octavo día debía llevar dos palominos o tórtolas al tabernáculo y entregárselos al sacerdote. El sacerdote ofrecía uno de ellos como ofrenda por el pecado y el otro como ofrenda quemada para limpiar al individuo ceremonialmente delante de Dios (versículos del 13 al 15).
Observemos que este hombre debía ofrecer una ofrenda por el pecado delante de Dios para purificarse de su flujo. Esto no significa que él había pecado. Sin embargo, la maldición general del pecado lo había alcanzado y había presentado esta enfermedad, y por ello aportaba esta ofrenda.
Otro tipo de flujo era la emisión de semen cuando el hombre tenía relaciones sexuales con su esposa. Cuando esto sucedía, la ley exigía que él y su esposa lavasen sus cuerpos con agua y permaneciesen ceremonialmente inmundos hasta la noche. Cualquier ropa o prenda de cuero que tuviese semen en ella, debía ser lavada con agua (versículos del 16 al 18).
Es importante observar que no se exigía ningún tipo de sacrificio por causa de la emisión de semen durante las relaciones sexuales. Esto demuestra que las relaciones sexuales dentro del matrimonio son legítimas y puras. La inmundicia era el resultado de los fluidos corporales y no del acto en sí.
El tercer tipo de flujo corporal que aquí se aborda era el flujo que se producía cuando una mujer tenía la menstruación. Cuando una mujer tenía su período menstrual, cualquier cosa sobre la cual durmiera o se sentara en ese tiempo, quedaba inmunda. Cualquiera que la tocara tenía que bañarse con agua, lavar sus ropas y permanecer inmundo hasta la noche. Cualquier hombre que sostuviese relaciones sexuales con una mujer que tuviese la menstruación, quedaba inmundo durante siete días. Si ese hombre dormía en una cama en esos siete días, esa cama quedaba inmunda también. Si la menstruación de la mujer duraba más de lo normal, permanecía inmunda mientras el flujo de sangre continuara (versículos del 19 al 27).
Cuando su flujo de sangre se detenía, la mujer debía esperar siete días para la purificación ceremonial. Al octavo día debía llevar dos palominos o tórtolas al tabernáculo y entregárselos al sacerdote. El sacerdote ofrecía uno de ellos como ofrenda por el pecado y el otro como ofrenda quemada delante del Señor. Tras ese tiempo, ella quedaba limpia nuevamente.
Levítico 15 finaliza con una advertencia para mostrar la seriedad de estas leyes. En el versículo 31 Dios les advierte a Moisés y a Aarón que mantuviesen a los israelitas “apartados de sus impurezas para que no mueran”. Se trata de una fuerte advertencia. Cuando se violaban estas leyes relacionadas con los fluidos corporales la persona podía morir. Los que hacían caso omiso a estas leyes contaminaban el tabernáculo de Dios que estaba entre ellos (versículo 31).
Dios no solo veía los pecados y rebeliones de Su pueblo, sino también sus impurezas físicas. Un individuo que tuviese fluidos corporales no podía entrar en el tabernáculo. Un hombre que había tenido relaciones sexuales con su esposa debía esperar hasta la noche antes de poder ir a adorar a Dios. Vemos un claro ejemplo de esto en Éxodo 19:14-15. Cuando Moisés estaba preparando al pueblo para el momento en el que el Señor descendiera de la montaña le dijo:
“Y descendió Moisés del monte al pueblo, y santificó al pueblo; y lavaron sus vestidos. Y dijo al pueblo: Estad preparados para el tercer día; no toquéis mujer”.
Una mujer que estuviese en sus días de menstruación no podía entrar al tabernáculo a adorar a Dios. De hacerlo habría estado contaminando la morada de Dios y arriesgándose a ser juzgada por Él. Permítanme concluir con algunas lecciones importantes que debemos extraer de este capítulo.
La primera lección que tenemos que aprender en este capítulo tiene que ver con la absoluta pureza y santidad de Dios. Esta santidad es tal que no solo involucra los aspectos espirituales de la vida, sino también los aspectos físicos. Cualquier contaminación, sea física o espiritual, nos separa del Dios santo.
En segundo lugar, no tenemos que pecar deliberadamente para ser culpables delante de Dios. Hay personas que creen que siempre y cuando se abstengan de ciertas prácticas pecaminosas tendrán el favor de Dios, pero esto sencillamente no es cierto. En este pasaje leemos que el período menstrual de una mujer la volvía inmunda delante de Dios. Incluso las funciones naturales del cuerpo humano podían separar a una persona de Dios. Un individuo que sufría de fluidos corporales por causa de haber tenido relaciones sexuales o producto de una enfermedad era inmundo delante de Dios. Si una persona tocaba a alguien o algo que fuese inmundo, quedaba inmunda también. Es imposible vivir en esta tierra sin sentir los efectos del pecado o sin tocar cosas inmundas. A través de las cosas que comemos, las cosas que observamos o que escuchamos, estamos introduciendo inmundicias en nuestros cuerpos. Vivimos en una tierra pecaminosa, y el polvo y la suciedad de esta tierra pecaminosa nos tocan y nos hacen inmundos todos los días. Por no mencionar los pecados espirituales que cada día cometemos en forma de pensamientos, acciones y palabras.
Ninguno de nosotros jamás podría purificarse delante de Dios a través de nuestros propios esfuerzos humanos. Para toda inmundicia física o espiritual se exigía un sacrificio. Se le ofrecían a Dios ofrendas por la culpa, por cualquier pecado que el individuo no supiera que había cometido. Incluso las enfermedades y dolencias nos separaban de nuestro Salvador. Necesitamos un Salvador no solo porque hemos pecado algunas veces en la vida, sino porque nuestra naturaleza es pecaminosa y vivimos en un mundo maldecido por el pecado e inmundo. Jesús vino a la tierra a ser el sacrificio para toda inmundicia. Vino a limpiarnos de las inmundicias físicas y espirituales que nos separan de un Dios santo. Su sacrificio único en la cruz cubre toda impureza, sea física o espiritual. Podemos aproximarnos a Dios en adoración y servicio, confiando en que todas nuestras impurezas han sido borradas gracias a la obra de Su Hijo en la cruz del calvario.
Para Meditar:
* ¿Qué aprendemos aquí sobre el alcance de la santidad de Dios? ¿Qué nos separa de Dios?
* ¿Cuáles son los efectos físicos del pecado en nuestras vidas en el presente?
* ¿Cómo nos afecta hoy en día la pecaminosidad de este mundo? ¿Qué cosas entran en nuestro ser a través de nuestros ojos y nuestros oídos? ¿Cómo nos contaminan estas cosas?
* ¿Qué nos enseña este capítulo sobre la necesidad que tenemos de un Salvador?
* ¿Cómo borra el sacrificio de nuestro Señor Jesús nuestras “inmundicias”, y nos purifica delante del Dios santo?
Para Orar:
* Agradezcamos al Señor por ser absolutamente puro y separado de cualquier cosa inmunda o impía.
* Pidamos al Señor que nos proteja de los efectos del pecado y de este mundo.
* Demos gracias al Señor porque, aunque vivimos en un mundo pecaminoso, Su sacrificio en la cruz del calvario borra nuestros pecados y nuestra vergüenza. Agradezcamos porque, gracias a ese sacrificio, podemos tener una relación con el Dios santo.
16 – EL DÍA DE LA EXPIACIÓN
Leer Levítico 16:1-34
Cada año, al décimo día del séptimo mes, Israel debía celebrar lo que se conocía como el Día de la Expiación. Se trataba de un día especial, pues el sumo sacerdote entraba en el Lugar Santísimo del tabernáculo para buscar el perdón de su pueblo por sus pecados. Aunque diariamente se ofrecían ofrendas por el pecado del pueblo de Dios, ese día era un día especial. Ese día el sacerdote buscaba el perdón de Dios para toda la nación. Era un día de arrepentimiento nacional.
Al comienzo de este capítulo vemos que el Señor, a través de Moisés, le hace una advertencia a Aarón, el Sumo Sacerdote. Observemos en el versículo 1 que esta advertencia viene después de la muerte trágica de sus dos hijos, al ser fulminados por Dios por ofrecer un incienso no autorizado (ver Levítico 10). La muerte de los dos hijos de Aarón, Nadab y Abiú, era un poderoso recordatorio de lo que podía pasar si Aarón o sus hijos se acercaban al Señor de una manera indigna o no autorizada.
La advertencia que Dios le hizo a Aarón a través de Moisés tenía que ver con la entrada al Lugar Santísimo del tabernáculo. El Lugar Santísimo era donde se guardaba el Arca del Pacto. Dios revelaba Su presencia desde la cubierta del arca entre los dos querubines tallados. El Señor le advirtió a Aarón que no podía entrar en el Lugar Santísimo cada vez que quisiera (versículo 2). El castigo por entrar en este lugar de una manera no autorizada era la muerte.
Pensemos en esto por un momento. La separación entre Dios y Su pueblo era tan grande que nadie, excepto el sumo sacerdote, podía entrar en la presencia de Dios más allá del velo que había en el tabernáculo. El mismo sumo sacerdote solo podía entrar brevemente una vez al año para ministrar a favor de su pueblo. Si se atrevía a entrar en cualquier otro momento, moría. Cuando Aarón entraba en la presencia del Señor tenía que hacerlo de una forma especial. Dios lo instruye en este capítulo acerca del procedimiento para entrar al Lugar Santísimo.
Antes de entrar al Lugar Santísimo, Aarón debía entrar al atrio del tabernáculo con un becerro y un carnero para él mismo, y con dos machos cabríos y un carnero como ofrenda por su pueblo. Debía bañarse con agua y ponerse la ropa interior sacerdotal, la túnica, el cinto y la mitra, todos de lino.
Aarón debía luego ofrecer el becerro como ofrenda por sus propios pecados y por los pecados de su casa (versículos 6, 11). Una vez sacrificado el becerro por sus propios pecados, Aarón debía tomar un incensario lleno de brasas de fuego del altar donde el becerro había sido sacrificado y añadir dos puñados de perfume aromático molido. El versículo 13 nos dice que debía llevar ese incensario humeante y colocarlo en la cubierta del Arca del Pacto. El humo del incensario se elevaría y ocultaría el propiciatorio donde el Señor revelaba Su presencia. Observemos en el versículo 13 que debía hacerlo así para no morir.
La presencia del Señor tenía que ser ocultada del Sumo Sacerdote. Una vez más esto nos muestra algo sobre la majestuosa santidad y gloria de nuestro Señor y Dios. Ninguna persona podía ver Su rostro y vivir (ver Éxodo 33:20). ¡Cuán fácil nos resulta perder de vista Su majestuosa santidad! El Dios del Antiguo Testamento no ha cambiado (Malaquías 3:6). Él es el mismo Dios hoy en día. Su presencia es tan gloriosa y santa como siempre ha sido.
Tras colocar el incensario en la cubierta del Arca del Pacto, el sumo sacerdote debía tomar parte de la sangre del becerro y rociarla con su dedo hacia el propiciatorio al lado oriental. Luego debía rociar la sangre siete veces hacia el propiciatorio (versículo 14). Esa sangre representaba el sacrificio que se había hecho por sus pecados. Era solo gracias a ese sacrificio que el sacerdote podía tener acceso a la presencia de Dios que estaba sobre el Arca del Pacto. Se trata de una poderosa representación de lo que el Señor Jesús ha hecho por nosotros. Su sacrificio y Su sangre rociada delante de Dios, nos da acceso a Su presencia.
Tras sacrificar al becerro por él y por su familia, el sacerdote debía tomar ambos machos cabríos y presentarlos delante del Señor a la entrada del tabernáculo. Observemos el versículo 8, donde Dios exige que se echen suertes sobre los dos machos cabríos. No se nos dice exactamente cómo sucedía esto. Aquí la idea es que se escogía uno de los machos cabríos para sacrificarlo, mientras que el otro se dejaba en libertad. El que era liberado se denominaba chivo expiatorio (versículo 8). El destino de cada macho cabrío no lo determinaba Aarón. Esa decisión pertenecía al Señor y se determinaba mediante las suertes que se echaban.
En el versículo 15 el macho cabrío que se iba a sacrificar se llevaba al altar y se degollaba. Su sangre era llevada tras el velo al Lugar Santísimo y era rociada sobre el propiciatorio y delante del mismo. El versículo 16 nos explica que esa sangre purificaba el santuario debido a las impurezas y rebeliones de los israelitas. Aarón también debía purificar el lugar santo (versículo 16) y el altar (versículo 18). El sacerdote purificaba el altar tomando sangre del becerro y del macho cabrío, la ponía en los cuernos del altar y la esparcía siete veces con su dedo (versículos del 18 al 19). En el versículo 17 vemos que Aarón tenía que estar solo mientras hacía la expiación en el Lugar Santísimo.
Dediquemos un tiempo a analizar que ocurría aquí. El sumo sacerdote presentaba una ofrenda por sus propios pecados y por los de su pueblo. Pero esas ofrendas no eran solo por el pueblo sino también por el tabernáculo. El versículo 16 nos dice que el tabernáculo y sus utensilios tenían que ser purificados debido a los pecados del pueblo de Dios. El tabernáculo era profanado porque los que salían y entraban en él eran personas pecadoras. En el capítulo anterior vimos cómo una persona que tenía algún tipo de flujo corporal podía contaminar a otra persona solo por tocarla o tocar sus ropas. Ese mismo principio se aplica aquí. Una persona inmunda, de forma deliberada o no, podía contaminar el tabernáculo sencillamente por caminar en el terreno del atrio exterior. Esta contaminación, que los sacerdotes en esa época no podían ni ver ni conocer, necesitaba ser purificada anualmente. Era necesario derramar sangre y rociarla en los diversos utensilios, para que pudiesen usarse en la adoración a Dios.
En esta descripción hay algo muy poderoso. Pensemos en lo fácil que es minimizar el pecado. Pensemos en todas las cosas que continuamente dejamos que se desmoronen por no lidiar con ellas. ¿Cuántos pecados, conocidos y desconocidos, contaminan nuestros cuerpos y nuestras iglesias? Es grande la paciencia de Dios para con nosotros, pues continúa amándonos a pesar de la impureza de nuestras casas e iglesias.
Cuando Aarón terminaba de purificar el templo y sus utensilios, hacía traer el macho cabrío vivo (versículo 20). Poniendo ambas manos sobre el macho cabrío, él confesaba las iniquidades y rebeliones de su pueblo sobre la cabeza del animal. Se nombraban sus pecados, y el macho cabrío llevaba esos pecados en su cabeza simbólicamente. Luego era llevado al desierto y era liberado (versículo 22). Recordemos que dos machos cabríos habían sido llevados al tabernáculo. Uno de ellos era degollado en el altar como ofrenda por el pecado. El otro era liberado en el desierto para que deambulara libre, una vez que los pecados del pueblo de Dios habían sido colocados en su cabeza. En esta ceremonia hay que destacar varias descripciones importantes.
La primera descripción es que un macho cabrío tenía que morir para que el otro pudiese ser liberado. Esta es una representación de lo que el Señor Jesús hizo por nosotros. Él murió para que pudiéramos ser perdonados. Fue castigado en lugar nuestro para que no tuviéramos que morir.
La segunda descripción es la de transferir pecados hacia otro ser. Se confesaban los pecados sobre el macho cabrío. Ese macho cabrío llevaba de forma simbólica los pecados del pueblo de Dios y los transportaba con él a un lugar donde nunca más serían vistos. Esta es otra representación de lo que el Señor Jesús hizo por nosotros. Él puso sobre Sí mismo nuestros pecados y los llevó a un lugar donde nunca más serían recordados. El salmista reflexionó sobre esto cuando dijo en el Salmo 103:11-12:
“Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen. Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones”.
Cuando Aarón finalizaba sus sacrificios debía quitarse las vestiduras sacerdotales, dejarlas en el tabernáculo, bañarse, ponerse sus ropas normales y ofrecer una ofrenda quemada por sí mismo y por el pueblo (versículos del 23 al 25).
La persona que había sido responsable de liberar al macho cabrío debía lavar sus ropas, bañarse con agua y regresar al campamento. La piel, carne y estiércol del becerro y del macho cabrío que se habían ofrecido como ofrenda por el pecado debían llevarse fuera del campamento y quemarse. La persona que sacaba los cadáveres debía bañarse con agua y lavar sus ropas antes de regresar al campamento (versículos del 26 al 28). Observemos aquí la importancia de la pureza y de la limpieza delante del Señor. Toda contaminación debía ser eliminada antes de que a las personas se les permitiese entrar en la presencia del Señor en el campamento de Su pueblo.
Todos los años, al décimo día del séptimo mes, el pueblo de Dios debía celebrar este Día de Expiación. Ese día el tabernáculo, sus utensilios, el sacerdote y el pueblo debían limpiarse de sus impurezas y sus pecados. Ese día se consideraba como un día de reposo para el pueblo de Dios. No se hacía ningún trabajo. Se trataba de un día santo destinado a efectuar la purificación de la nación y del tabernáculo.
Para Meditar:
* ¿Qué aprendemos en este capítulo sobre la separación entre Dios y Su pueblo? ¿Ha cambiado Dios?
* ¿Por qué la sangre que se rociaba en la cubierta del Arca del Pacto y delante de ella era un símbolo de la obra del Señor Jesús? ¿De qué manera Su sangre nos da acceso al Padre?
* Este capítulo nos enseña que, tanto el tabernáculo como sus utensilios, necesitaban una purificación ceremonial frecuente debido a los pecados del pueblo. Incluso la presencia de personas pecadoras en el tabernáculo lo contaminaba. ¿Qué nos enseña esto acerca de la santidad absoluta de Dios?
* ¿De qué forma hemos minimizado en estos tiempos la importancia de enfrentar nuestros pecados? ¿Acaso la obra del Señor Jesús en la cruz significa que podemos sencillamente ignorar el pecado y sus consecuencias? ¿Qué pecados necesitan ser afrontados en nuestras vidas o en nuestras iglesias?
* ¿Qué nos enseñan los dos machos cabríos que se mencionan en este capítulo sobre la obra que el Señor Jesús hizo por nosotros?
Para Orar:
* Dediquemos un momento a agradecerle al Señor por Su absoluta santidad y separación del pecado. Agradezcamos porque todo lo que Él hace es correcto y puro.
* Demos gracias al Señor Jesús por convertirse en el sacrificio por nuestros pecados, para que pudiésemos tener acceso al Padre a través de la obra de Su Espíritu.
* Oremos al Señor que nos ayude a tomar cada día con mayor seriedad el actuar con pureza y obediencia. Pidámosle que nos limpie de nuestros pecados, los conocidos y los desconocidos.
* Pidamos al Señor que nos perdone por todas las veces en las que no hemos tomado nuestros pecados en serio.
* Agradezcamos al Señor por Su enorme paciencia para con nosotros.
17 – LUGARES APROPIADOS PARA OFRECER LOS SACRIFICIOS Y LA PROHIBICIÓN DE COMER SANGRE
Leer Levítico 17:1-16
Todos necesitamos rendir cuentas ante los demás por nuestras acciones. Esto es particularmente cierto en lo que concierne a nuestra vida espiritual. Tal vez hayamos conocido individuos que parecen no rendirle cuentas a nadie. Esos individuos a veces pueden caer en serios errores doctrinales o en estilos de vida pecaminosos. Rendir cuentas es importante dentro de la iglesia. Cuando leemos Levítico 17:1-9 vemos que Dios establece un sistema de rendición de cuentas para proteger a Su pueblo del error.
En los versículos 3 y 4 Dios le aclara a Moisés que si alguien sacrificaba buey, cordero o cabra y no lo llevaba al tabernáculo, sería culpable delante de Dios y sería cortado de entre su pueblo. Todos los sacrificios debían llevarse al sacerdote a la entrada del tabernáculo (versículos 5, 8-9). El sacerdote rociaba la sangre del animal en el altar delante del Señor, en olor grato a Él (versículo 6).
El versículo 7 nos explica el motivo de esta ley. Dios no deseaba que Su pueblo ofreciera sacrificios a los ídolos paganos. El versículo 7 nos hace creer que ésa era una tentación permanente para el pueblo. Por ese motivo todos los sacrificios debían llevarse al sacerdote, quien los ofrecía al Señor de la manera que la ley exigía. Dicha ley aseguraba que el pueblo de Dios contara con un sistema de rendición de cuentas y con una estructura que los protegiera de la tentación.
Al exigir que todos los sacrificios se hicieran mediante el sacerdote y en el tabernáculo, Dios se cercioraba de que Sus leyes tocantes a estos sacrificios se cumpliesen. El individuo que ofrecía el sacrificio lo llevaba ante el sacerdote y observaba cómo éste llevaba a cabo su deber. Allí, en el tabernáculo, el sacerdote cumplía con su deber en presencia de los demás sacerdotes, que podían ver lo que estaba ocurriendo. Esto garantizaba que todo se hiciese conforme a lo que Dios exigía.
En este ministerio de escribir libros que Dios me ha dado, cuento con la ayuda de varios creyentes que me conocen muy bien y a quienes les envío todos los libros que escribo. Lo hago así para que ellos sepan exactamente lo que estoy escribiendo. Les doy permiso para que cuestionen cualquier cosa que yo haya escrito. Opto por escucharlos y tener en cuenta lo que ellos dicen. Es saludable tener personas alrededor nuestro que nos hagan comprometernos con hacer lo correcto. Esa parece haber sido la intención de esta ley de Dios que exigía llevar todo sacrificio al tabernáculo.
Los versículos del 10 al 12 hablan sobre la prohibición de comer sangre. Para los israelitas la sangre era sagrada. El versículo 11 nos explica por qué no se podía comer la sangre. En primer lugar, contenía la vida del animal y toda vida era sagrada. En segundo lugar, Dios había dispuesto que la sangre de los animales sirviese para hacer expiación por los pecados del pueblo delante del altar. La sangre nunca podía convertirse en algo común y corriente para ellos. Se debía respetar y apartar.
Comer sangre y tratarla como algo común y corriente significaba no respetar a Dios. Todo el que mostrara esa falta de respeto a Dios sería cortado de entre el pueblo de Israel. La sangre de un animal o ave que se cazara para comer debía derramarse en la tierra, devolviéndosela así a Dios.
Levítico 17 concluye recordándole al pueblo de Dios que si comía algún animal mortecino o despedazado por fiera, se volvería inmundo. El individuo tendría que lavarse con agua y permanecería inmundo hasta la noche. De no cumplir con ese procedimiento llevaría su iniquidad (versículo 16).
Levítico 17 nos recuerda que los sacrificios del Antiguo Testamento no se debían considerar como algo común y corriente. Dios había establecido una estructura de rendición de cuentas para que estas prácticas y utensilios se mantuviesen santos delante de Él. Todos los sacrificios debían llevarse al sacerdote. Toda la sangre debía derramarse en la tierra o llevarse al altar de Dios en el tabernáculo.
Levítico 17 también nos recuerda que existen cosas demasiado santas como para tratarlas como comunes y corrientes. ¿Hemos perdido esa noción en nuestros días? ¿Hemos perdido nuestra noción sobre la santidad de Dios y la sacralidad de Su presencia? Vivimos en una época en la que los abortos se practican con pasmosa facilidad. ¿Habremos menospreciado el valor de la vida hasta el punto de pensar que podemos eliminarla solo porque se vuelva un estorbo? ¿Se ha convertido la Palabra de Dios en algo tan común y corriente que ya no tememos desobedecer Sus principios? ¿Hemos perdido la noción de lo que es sagrado? ¡Que Dios nos vuelva a enseñar a respetar lo que es santo! ¡Que nos dé toda la humildad necesaria para poder rendirnos cuentas para la gloria de Su nombre!
Para Meditar:
* ¿Qué cosas debemos considerar como santas hoy en día?
* ¿Hemos perdido el respeto hacia las cosas santas de Dios? Pongamos algunos ejemplos.
* ¿Cómo podemos rendir cuentas entre nosotros para honrar las cosas santas de Dios?
Para Orar:
* Pidamos al Señor que nos ayude a respetar y honrar Sus caminos y propósitos en nuestras vidas.
* Pidamos a Dios que nos ayude a estar dispuesto a rendir cuentas ante los demás sobre nuestras acciones y creencias.
* Agradezcamos a Dios por habernos colocado en comunión con otros creyentes, para poder apoyarnos y alentarnos unos a otros en nuestro andar con Dios.
* Oremos a Dios que nos muestre aquellas cosas que necesitamos respetar y honrar en nuestras vidas y en nuestro servicio a Él.
18 – LAS LEYES QUE REGULABAN LA CONDUCTA SEXUAL
Leer Levítico 18:1-30
El Señor tiene un plan para nuestras vidas sexuales, pero nuestra sociedad no siempre ha concordado con el plan de Dios. Esto no es nada nuevo. En el versículo 3 el Señor le dice a Su pueblo que no debía hacer lo que hacía cuando estaba en Egipto, donde había vivido en el pasado. Tampoco podía imitar las prácticas de Canaán, la tierra donde el Señor lo había llevado. El pueblo de Dios estaba rodeado de pueblos que no tenían en cuenta los propósitos de Dios para sus vidas sexuales. Dios sabía que Su pueblo fácilmente se podía volver presa de esas terribles prácticas también.
Observemos que el pueblo de Dios tenía que vivir entre personas que ignoraban los propósitos divinos para sus vidas sexuales. Sin embargo, en el versículo 2, el Señor les recordó a los israelitas que Él era el Señor su Dios. Como el Señor era su Dios, tenían una obligación con Él. Estaban bajo Su autoridad y se les exigía que cumplieran con Sus propósitos. El pueblo debía rendir cuentas a Dios por su conducta sexual. El mundo alrededor de ellos tenía sus propias ideas y prácticas, pero Israel no era gobernado por los estándares del mundo. Ellos debían buscar a Dios y Sus propósitos.
Dios le recordó a Su pueblo en el versículo 4 que tenía que seguir atentamente Sus decretos. La palabra ‘atentamente’ es muy importante aquí. Cuando se hace algo atentamente se hace prestando atención y haciendo un esfuerzo especial. Era eso lo que Dios le pedía a Su pueblo que hiciera. Le pedía que prestara atención especial a Sus leyes, y que hiciera un sacrificio especial para hacer lo que Él exigía. Percatémonos de que en el versículo 5 Dios promete bendecir a aquellos que obedecieran Sus propósitos con respecto a sus vidas sexuales. Los que obedecían Sus leyes vivirían en ellas (versículo 5). En otras palabras, en las palabras de Dios había vida. Si se sometía a los propósitos de Dios para su sexualidad, el pueblo de Dios acarrearía bendiciones sobre sí mismo y su sociedad. Dediquemos un momento para analizar brevemente las leyes de Dios con respecto a la conducta sexual de Sus hijos.
Parejas Sexuales Prohibidas
La ley de Dios disponía que los israelitas no podían tener relaciones sexuales con ningún pariente próximo (versículo 6). Esta ley prohibía, por ejemplo, las relaciones sexuales entre una madre y su hijo (versículo 7), entre un hermano y su hermana (versículo 9), entre abuelo y nieta (versículo 10) o con algún tío o tía (versículos 12 al 14). También prohibía las relaciones sexuales con una nuera o cuñada (versículos 15 al 16).
En la cultura de Israel las relaciones familiares eran bastante complicadas. Un hombre podía tener más de una esposa. Esto significaba que la esposa de su padre no siempre era su madre, y que los hermanos no siempre tenían la misma madre. Incluso esas relaciones estaban protegidas por las leyes. Las relaciones sexuales estaban prohibidas con la esposa del padre (versículo 8), y con la hija del padre o de la madre del individuo (versículos 9, 11).
Un hombre no podía tener relaciones sexuales con una mujer y su hija o su nieta, aunque ellas no tuviesen ningún parentesco con él (versículo 17). Tampoco podía tener relaciones sexuales con la hermana de su esposa mientras su esposa viviera (versículo 18).
Al parecer existían muchas razones por las cuales estas relaciones sexuales estaban prohibidas. La primera razón tenía que ver con la deshonra que causaban a otro individuo. En las versiones Nueva Versión Internacional y Nueva Traducción Viviente la frase “No deshonrarás”, o sus equivalentes en otras versiones, se repite varias veces en este pasaje (ver versículos 7, 8, 10, 14,16). Había que honrar a los parientes. Sostener relaciones sexuales con un pariente próximo deshonraba al pariente y provocaba tensión en la familia.
Parece existir otra razón por la cual en estos versículos se prohibían estas relaciones sexuales. Tiene que ver con la tensión y los celos que ese tipo de relaciones causarían. Esto queda claro gracias a los términos en los que está redactado el versículo 18:
“No te casarás con la hermana de tu esposa, ni tendrás relaciones sexuales con ella mientras tu esposa viva, para no crear rivalidades entre ellas.” (énfasis añadido).
Observemos que la Nueva Versión Internacional emplea la palabra “rivalidades”. Existe un ejemplo claro de esto en el caso de las hermanas Raquel y Lea en Génesis 29:31-30:24. Durante los primeros años de su matrimonio estuvieron en una competencia constante entre ellas para obtener la atención de su esposo. Esto causó una enorme fricción y división en su casa. Ese no era el propósito de Dios para la familia. Al restringir las relaciones sexuales a individuos que no fuesen parientes próximos, el Señor estaba protegiendo las relaciones y preservando la armonía de la sociedad.
Relaciones Sexuales Con Una Mujer Durante Su Período Menstrual
Los versículos del 6 al 18 abordan el tema de las relaciones sexuales que deshonraban a las personas o creaban rivalidad o celos entre ellas. Pero el versículo 19 trata el asunto de la pureza ceremonial delante de Dios. La ley que se expresa en el versículo 19 prohibía tener relaciones sexuales con una mujer durante su período menstrual. La razón de esta ley nos queda clara gracias al contenido del resto del libro. Una mujer que tuviese su período menstrual era inmunda (Levítico 15:19-23). Cualquiera que la tocase, así como cualquier cosa sobre la cual ella se sentase, era inmunda.
Adulterio
El versículo 20 habla sobre el tema del adulterio, es decir, las relaciones sexuales con la esposa o esposo de otra persona. Observemos aquí que Dios afirmaba claramente que la persona que tuviese relaciones sexuales con el esposo o la esposa de otra persona se contaminaba a sí misma. Se trata de una palabra con una fuerte connotación que sugiere que la persona se había corrompido o vuelto totalmente inmunda. De hecho Levítico 20:10 afirma que una pareja que fuese culpable de adulterio merecía la pena de muerte:
“Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos”.
Al parecer no existía el perdón para ese tipo de transgresión. Ambas partes debían ser muertas. Esto demuestra que el tema del adulterio era muy grave para Dios.
Protegiendo Al Fruto De Una Relación Sexual
El versículo 21 parece estar algo fuera de contexto, pero necesitamos comprender que como resultado de las uniones sexuales nacen niños. Los hijos fruto de esas relaciones debían ser protegidos. El versículo 21 nos dice que no se debían ofrecer por fuego al dios pagano Moloc. Moloc era un dios de los amonitas que exigía sacrificios de vidas humanas. El Señor deja muy claro que si ofrecían sus hijos a Moloc estarían profanando el nombre del Dios de Israel.
Esta ley aparece en el contexto de las enseñanzas sobre las relaciones sexuales prohibidas. Esto no es por error. La idea que aquí se defiende es que los niños que nacían como resultado de dichas relaciones, fuesen legítimas o no, eran protegidos y amados por Dios. La persona que los sacrificaba a Moloc era culpable de profanar el nombre del Señor y sufriría las consecuencias de Su ira. Incluso los hijos que eran fruto de una relación ilegítima debían ser respetados, amados y protegidos.
La Homosexualidad
El versículo 22 aborda el tema de la homosexualidad. Dios claramente prohibía las relaciones sexuales entre dos hombres. Este mismo principio se aplicaba a las mujeres. Observemos el término que se emplea aquí para describir lo que Dios pensaba de la homosexualidad. La RVR60 emplea el término “abominación” y la Nueva Traducción Viviente (NTV) utiliza el término “detestable”. Se trata de palabras contundentes que reflejan los pensamientos de Dios con respecto a la práctica de las relaciones homosexuales.
Animales
El último asunto a abordar en este capítulo tiene que ver con las relaciones sexuales con animales. El versículo 23 nos dice que si un hombre tenía relaciones sexuales con un animal se amancillaba a sí mismo. Si una mujer lo hacía era una perversión. En ambos casos estos individuos habían violado el propósito de Dios para su sexualidad. Levítico 20:15-16 dice claramente que debían morir:
“Cualquiera que tuviere cópula con bestia, ha de ser muerto, y mataréis a la bestia. Y si una mujer se llegare a algún animal para ayuntarse con él, a la mujer y al animal matarás; morirán indefectiblemente; su sangre será sobre ellos”.
El versículo 24 nos recuerda que estas cosas se practicaban entre las naciones que Dios echaría de delante de Su pueblo. Naciones enteras se habían contaminado debido a sus prácticas sexuales perversas. En el versículo 25 vemos que la tierra estaba contaminada porque sus habitantes habían cometido pecados sexuales. La tierra vomitaría a sus habitantes. Esta descripción es la de una tierra que estaba asqueada y lista para vomitar. Dios juzgaría a las naciones que practicaban tales abominaciones. Las echaría de allí y las destruiría. Limpiaría la tierra de todo ese mal.
En los versículos del 26 al 30 Dios concluye recordándole a Su pueblo que debía guardar Sus estatutos y ordenanzas, absteniéndose de las prácticas detestables de los pueblos que habitaban la tierra donde Él lo llevaría. Esos pueblos no seguían las leyes de Dios en lo tocante a su sexualidad, y no solo se habían contaminado a sí mismos, sino también su tierra. Dios le advirtió a Su pueblo que si contaminaba la tierra al apartarse de los propósitos divinos en lo concerniente a sus relaciones sexuales, la tierra los vomitaría, como mismo había vomitado a los pueblos que habían estado antes que ellos (versículo 28). Para evitar que eso ocurriera, cualquier persona que cayese en esas prácticas sexuales pecaminosas sería cortada de entre su pueblo. No se permitiría que alguien que se apartara de los propósitos sexuales de Dios para su vida continuara viviendo en la tierra que el Señor les daría.
Para Meditar:
* Dios le recuerda a Su pueblo en este capítulo que Él era su Dios y que ellos tenían la obligación especial de obedecer los propósitos divinos para su sexualidad. ¿Se preocupa Dios por nuestra sexualidad? ¿Cómo difieren Sus propósitos para nuestra sexualidad de los conceptos que maneja el mundo que nos rodea?
* ¿Qué prácticas sexuales pecaminosas ve usted en la sociedad hoy en día? ¿Han tenido estas prácticas alguna influencia en la iglesia? ¿De qué forma?
* ¿Cómo debemos tratar a los hijos que nacen como fruto de relaciones ilegítimas? ¿Qué nos enseña Dios en este capítulo?
* ¿Cuál es el impacto del pecado sexual en nuestra tierra?
Para Orar:
* Pidamos al Señor que nos ayude a someternos a Él y a Sus propósitos para nuestra vida sexual. Pidámosle que nos dé gracia para resistir la forma de actuar del mundo.
* Oremos a Dios que purifique a nuestra iglesia de toda práctica sexual impura. Pidámosle que nos perdone y nos limpie en lo personal para que podamos ser puros delante de Él.
* Dediquemos un momento a analizar la corrupción de nuestra sociedad por causa de los pecados sexuales. Pidamos a Dios que sane a nuestra sociedad y la restaure para que cumpla con Sus propósitos en lo tocante a las relaciones sexuales.
* Roguemos a Dios que nos dé matrimonios fuertes y saludables a cada uno de nosotros y a nuestra sociedad, donde la sexualidad se exprese de una forma santa y sana.
19 – SANTOS SERÉIS
Levítico 19:1-37
El Señor comienza el capítulo 19 lanzando un reto a Su pueblo para que sea santo como Él es santo (versículo 2). Lo que resulta particularmente interesante en este capítulo es que la santidad incluía todos los aspectos de sus vidas. Levítico 19 nos muestra el fruto de la santidad en la vida de una persona piadosa.
Respetar (Temer, RVR60) A Los Padres (Versículo 3)
En el versículo 3 podemos observar que el Señor comienza haciendo un llamado a Su pueblo a vivir respetando a su padre y madre. Analicemos esto brevemente. Existen muchas razones por las cuales una persona santa necesita respetar a sus padres.
En primer lugar, debemos tener en cuenta que ellos fueron quienes nos trajeron al mundo, estuvieron a nuestro lado y nos prepararon para la vida. Nos protegieron, nos enseñaron, y cubrieron todas nuestras necesidades. Les debemos respeto por lo que han hecho.
Un segundo motivo por el cual debemos respetar a nuestros padres tiene que ver con nuestra sociedad. El padre es el primer contacto que el niño tiene con la autoridad. ¿Qué ocurre si un niño nunca aprende a respetar la autoridad de sus padres? El resultado es que tampoco respetará la autoridad de otros líderes de su comunidad. Cuando un niño aprende a respetar la autoridad de sus padres, aprenderá más fácilmente a vivir respetando a los demás en su sociedad también. Una persona santa es aquella que respeta a los que ejercen autoridad sobre ella, y siente gratitud por lo que esas autoridades han hecho.
Observar El Día De Reposo (Versículo 3)
Otra parte del respeto tenía que ver con la observancia del Sabbat o día de reposo. Éste era un día que se apartaba para recordar al Señor y lo que Él había hecho. Según el versículo 3, una de las características de las personas santas era que él o ella debía dedicar tiempo para recordar al Señor. Esto debía ser una prioridad. Con demasiada frecuencia las presiones de este mundo nos han alejado de ese tiempo. Dios nos llama, como pueblo santo, a dedicar tiempo periódicamente para recordarlo a Él y a Su bondad.
Alejarse De Los Ídolos (Versículo 4)
Los que respetan a Dios y lo que Él ha hecho por ellos también se alejarán de cualquier otro dios. Una persona santa es aquella cuyo corazón está dedicado completamente al Señor, y se resistirá a la tentación de adorar otros dioses. Necesitamos recordar que ídolos no son solo aquellos que son de metal y piedra. Muchas cosas pueden volverse ídolos. A veces nuestro trabajo, nuestra familia o nuestro ministerio se pueden convertir en nuestros ídolos. Cualquier cosa que ocupe el lugar de Dios en nuestras vidas es un ídolo. Dios siempre debe tener el primer lugar en la vida de una persona santa.
Hacer Las Cosas A La Manera De Dios (Versículos Del 5 Al 8)
En los versículos del 5 al 8, el Señor le habló a Su pueblo sobre la importancia de obedecer Sus mandatos cuando llevaban sus ofrendas de paz. Debía ofrecerlas de manera tal que fuesen aceptadas en Su nombre (versículo 5). Debían comer la ofrenda de paz el mismo día que se llevaba al sacerdote. No se debía dejar nada para la mañana siguiente. El que la comiera al otro día estaría profanando algo sagrado (versículo 7). El pueblo de Dios debía respetar lo estipulado por Él. No debía resolver las cosas a su manera ni hacer lo que mejor le pareciera. Debía cumplir el propósito de Dios en todo. Una persona santa es aquella que obedece atentamente los mandatos del Señor y considera que los deseos de Dios son más importantes que sus planes.
Preocuparse Por Los Pobres (Versículos Del 9 Al 10)
La santidad tiene que ver también con observar las necesidades de los demás y hacer lo posible por ayudarlos. Observemos en los versículos 9 y 10 que el Señor le dijo a Su pueblo que no segara hasta el último rincón de sus tierras, sino que dejara esos frutos para los pobres. Nadie debía rebuscar en sus viñas ni tampoco recoger los frutos caídos, para que los pobres y los extranjeros tuviesen algo que comer. Debían actuar así porque el Señor era su Dios. En otras palabras, debían hacer todo esto en Su nombre y porque amaban al Señor. Los que tienen un corazón parecido al de Dios siempre desearán ministrarles a las personas que sufren alrededor de ellos.
Rectitud (Versículos Del 11 Al 13)
Los versículos del 11 al 13 hablan sobre el tema de la rectitud e integridad de corazón. En estos versículos el Señor les recuerda a los israelitas que no debían hurtar, engañar ni mentirse entre ellos (versículo 11). Como pueblo santo, ellos no debían jurar falsamente por el nombre del Señor, ni robarles a sus prójimos, ni retener el salario de los jornaleros (versículos del 12 al 13). Los creyentes debían ser conocidos por su carácter y palabras rectos. Una persona santa debía ser confiable.
Compasión (Versículo 14)
Otro aspecto de la verdadera santidad estaba vinculado a la compasión hacia aquellos con discapacidades físicas. Observemos en el versículo 14 que una persona santa no debía maldecir al sordo, ni poner tropiezo delante del ciego. No podía hacer esto porque temía al Señor. En otras palabras, sabía que Dios amaba a las personas que tenían impedimentos físicos, y no pecaría contra Él maltratando a Su creación. En lugar de ello, haría todo lo posible por ministrarles a aquellos que tenían esas deficiencias físicas. Esto nos demuestra que una persona santa debía respetar toda vida humana. No debía burlarse de aquellos que tuviesen deficiencias o problemas en la vida. Su corazón debía ser compasivo y clemente para con los que sufrían.
Justicia (Versículo 15)
El próximo aspecto de la santidad que se describe en el capítulo 19 tiene que ver con la justicia. La justicia y la integridad están estrechamente relacionadas. La persona santa no puede preferir a una persona más que a otra cuando se trata de hacer justicia. La santidad trata a todas las personas por igual. Los ricos no deben tener más derechos que los pobres. La santidad no puede mostrar prejuicios, sino que trata a todos por igual y con justicia. Dios no nos juzga por el color de nuestra piel. Él no tiene en cuenta nuestro trasfondo cultural ni el tipo de casa donde vivimos. Él se preocupa porque todas las personas sean tratadas de forma justa. Como mismo el Señor nos ofrece a todos gratuitamente Su perdón y clemencia, nosotros también como Su pueblo santo tenemos que tener el mismo sentir.
Evitar Los Chismes (Versículo 16)
Se hace una referencia especial a la práctica de difundir chismes. Los chismes o difamaciones se esparcen de boca en boca. Su intención es crear una impresión negativa de un individuo u organización. A la postre, el propósito de la difamación es herir o perjudicar el carácter o la reputación de alguien empleando palabras. El difamador no necesariamente tiene que decir mentiras sobre alguien. La difamación también puede esparcirse haciendo que una persona dé por sentado ciertas cosas. La intención del chisme es hacer quedar mal a alguien. Una persona santa no practica el chisme. Una persona santa protege el carácter y el honor de un amigo o prójimo, y no le provoca perjuicios.
Relación Con El Prójimo (Versículos Del 16 Al 18)
Debido a su respeto por Dios, la persona que es santa no hará nada para poner en peligro la vida de su prójimo. En el Antiguo Testamento existen numerosas leyes que hablan sobre poner las cercas adecuadas alrededor de la propiedad de cada persona, o de cuidar de que los animales de cada persona no dañaran la propiedad de sus vecinos o a ellos mismos. Una persona santa es responsable de sus acciones, y toma las precauciones necesarias para no poner en peligro la vida, salud o reputación de su prójimo.
Percatémonos de que el amor y el respeto por el prójimo provienen del corazón (versículo 17). Una persona santa no hace las cosas para ser vista de los demás. Las hace porque está en su corazón el hacerlas. La santidad no solo se expresa a través de acciones externas, sino que es motivada por un corazón lleno de compasión y amor.
Observemos también en el versículo 17 que una persona santa se preocupa cuando su prójimo se extravía del camino de la justicia. El Señor reta a Su pueblo a reprender a su prójimo para de esta manera no ser partícipe de su pecado. En otras palabras, los israelitas debían cuidar los unos de los otros. Cuando veían que su prójimo iba por un camino que lo dañaría espiritual o físicamente, debían advertirle. La persona santa debía hacer todo lo posible por ayudar a los demás a vivir en santidad. Observemos que si la persona santa no reprendía a su prójimo cuando era necesario hacerlo, compartiría su culpa. En otras palabras, sería responsable por el daño sufrido por su prójimo, porque había tenido la ocasión de hacer algo para prevenirlo, y no lo había hecho.
Cuando se trataba de su prójimo, la persona santa nunca debía buscar la venganza ni debía guardar rencor en su corazón. Debía ser rápida en perdonar. De hecho, la persona santa ama a su prójimo como a sí misma. Hace todo cuanto puede por brindarle a su prójimo comodidad y seguridad. Protege a su prójimo y le advierte de cualquier peligro. Lo hace aunque su prójimo haya demostrado no ser digno de tanto amor. La persona santa ama y trata a su prójimo como el Señor la trata a ella.
Mezclar Clases Distintas (Versículo 19)
El versículo 19 es bastante interesante. En él vemos que el Señor prohíbe ayuntar diferentes clases de animales, sembrar un campo con dos tipos de semillas diferentes, o llevar ropa con mezcla de hilos. Este mandato de Dios puede haber tenido diversos motivos.
En primer lugar, puede haber sido una respuesta a las prácticas religiosas paganas de la época. Recordemos que la ley de Dios prohibía las relaciones sexuales entre humanos y animales (ver Levítico 18:23). El Señor les había dicho a los israelitas claramente que estas prácticas se realizaban en la tierra de Canaán, hacia donde ellos iban (Levítico 18:24). Recordemos que abundaban historias sobre dioses paganos ayuntándose con animales y con humanos para generar diferentes tipos de criaturas. Es posible que Dios prohibiese la práctica de mezclar las especies para proteger a Su pueblo de caer en los usos paganos asociados a las religiones que lo rodeaban.
Es posible que el Señor también estuviese recordándole a Su pueblo la importancia de asegurarse de permanecer puros. Estas leyes le recordaban al pueblo de Dios constantemente que tenía que ser un pueblo separado. No se debía mezclar con las naciones paganas que le rodeaban, ni darles a sus hijos o hijas en casamiento. No debía mezclar la fe del Señor con las prácticas de las naciones que le rodeaban. Debía mantener su fe pura y sin mácula.
Una persona santa es aquella que permanece fiel a Dios y a Su palabra. Tiene cuidado de no comprometer su fe, y de no permitir que ninguna religión falsa o hábito mundano influya en su relación con Dios. Se esfuerza por mantener su fe pura y sin mácula.
Tratamiento De Los Esclavos (Versículos Del 20 Al 22)
Los versículos del 20 al 22 necesitan comprenderse en el contexto cultural de la época. La esclavitud era una práctica aceptada en esos días. Los esclavos no tenían los mismos derechos ni privilegios que los demás en la sociedad. No es nuestro objetivo debatir sobre los motivos de dicho uso en este contexto. Lo importante es que veamos la intención de los versículos del 20 al 22. En estos versículos se analiza el ejemplo de un hombre que duerme con una joven esclava prometida en matrimonio a otro hombre. Esta esclava, aunque estaba comprometida con otro hombre, seguía siendo esclava y nunca había obtenido su libertad. Normalmente este delito se castigaba con la muerte, porque la mujer estaba comprometida para casarse, pero en este caso, como ella aún era esclava, ni ella, ni el hombre que había dormido con ella, debían morir. Sin embargo, al hombre se le exigía que llevase un carnero al tabernáculo como ofrenda de culpa delante del Señor, para que su pecado fuera perdonado.
En esto vemos que los esclavos se consideraban propiedad de otra persona. Matar a un esclavo significaba quitarle su propiedad a otra persona y así reducir su capacidad de obtener ingresos. En este caso, la esclava quedaba bajo la protección de la ley y no moría por su pecado. Sin embargo, el hombre tendría que pagar por su delito y llevar una ofrenda al Señor.
Dios cuidaba a los esclavos. A pesar de que no tenían libertad, estaban protegidos. Esto nos demuestra que Dios, cual Dios santo, se preocupa por los que están bajo cualquier tipo de esclavitud. Es interesante observar las palabras del Señor Jesús en Mateo 25:36-40:
“Estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”.
Observemos los sentimientos de Dios hacia aquellos que están sufriendo injusticias, e incluso hacia los que están sufriendo por sus propios delitos. Jesús les dijo a Sus oyentes que lo que hicieran por sus hermanos más pequeños lo estarían haciendo por Él. El Señor se compadecía de lo sucedido a esta esclava. La sociedad había reducido su importancia, pero Dios tenía compasión de ella. Él exigía que el hombre que la hubiese deshonrado pagara por su delito.
Una persona santa tiene conciencia con respeto a aquellos que están siendo tratados injustamente en su sociedad. Comprende la compasión que Dios siente por ellos y los trata con respeto y dignidad. Los protege y provee para ellos, y le pedirá cuentas por sus acciones a todo aquel que les dañe.
Recordar A Dios Cuando Se Siembra Un Árbol (Versículos Del 23 Al 25)
En los versículos del 23 al 25 Dios le dice a Su pueblo que cuando plantara árboles debía considerar como prohibidos sus frutos durante tres años. No se podían comer. Al cuarto año los israelitas debían llevar todos sus frutos al Señor como ofrenda de alabanza a Dios. Solamente al quinto año podían comer del fruto de los árboles.
¿Qué nos dice esto sobre las leyes de Dios para una persona santa? Nos dice que una persona santa debe ser generosa y tener un corazón agradecido. Como reconocimiento a la bondad de Dios, el cuarto año todos los frutos que diesen los árboles se dedicaban a Él solamente. ¿Cuántos árboles frutales había sembrados en la tierra de Israel? Observemos que Dios deseaba que Su pueblo le agradeciera por cada árbol que diese fruto. ¡Cuán fácil nos resulta olvidar que nuestras bendiciones vienen de Dios! Una persona santa siempre es consciente de las bendiciones de Dios en su vida, y voluntariamente le devuelve lo que tan generosamente Él le dio.
Separación De Las Religiones Falsas (Versículos Del 26 Al 31)
Dios esperaba que las personas santas se separaran de las religiones y prácticas falsas de su época. Él pone ejemplos de esas prácticas en los versículos del 26 al 31. Habla allí sobre la costumbre de comer carne con sangre, o de practicar la hechicería o la adivinación (versículo 26). Los versículos del 27 al 28 abordan las costumbres paganas de hacer tonsuras a los lados de la cabeza, dañar la punta de la barba, hacerse rasguños en el cuerpo por un muerto o imprimir señales en el cuerpo. El pueblo de Dios debía apartarse de la horrible práctica de prostituir a sus hijas en los templos de los dioses paganos, así como de consultar médiums o espiritistas (versículos del 29 al 30). Las naciones practicaban esas cosas debido a sus religiones falsas. El pueblo de Dios debía establecer una clara distinción entre Él y las naciones paganas que le rodeaban. No debía imitar sus prácticas ni permitir que las personas siquiera pensaran que los israelitas estaban asociados de forma alguna con el mal que estas religiones falsas practicaban.
Una persona santa tiene cuidado de establecer una clara distinción entre lo que es de Dios y lo que no lo es. Vive su vida de forma tal que no confunde la santidad con la mundanalidad. Cuando las personas la ven y observan su conducta, saben que le pertenece a Dios.
Respetar Hacia Los Ancianos (Versículo 32)
El versículo 32 habla sobre el respeto que se debe tener por los ancianos. Observemos que Dios le dice a Su pueblo que debe “levantarse delante de las canas”. Levantarse delante de un anciano era una forma de mostrarle respeto y reconocer su valor.
Muchas personas mayores han llegado a un punto en su vida en el cual ya no pueden hacer lo que antes hacían. Sus cuerpos ya no son tan fuertes. Sus mentes no están tan agudas como una vez estuvieron. Muchos comienzan a preguntarse si aún tienen valor para la sociedad o para la iglesia. Cuando el pueblo de Dios se levantaba delante de los ancianos les estaba demostrando que los valoraba y apreciaba. Esto no solo era de bendición para los ancianos, sino que también mostraba respeto hacia sus años de servicio.
Dios no nos olvida en nuestra vejez. No se aleja de nosotros cuando nos volvemos frágiles. Él nos ama tal y como somos. Él siempre nos amará. La persona que es santa ve las cosas como Dios las ve. Estará consciente de las personas ancianas y débiles que le rodean. Las respetará aunque estén frágiles y vulnerables. Las honrará a causa de su edad y a causa de la bendición de Dios en sus vidas.
Amar A Los Extranjeros (Versículos Del 33 Al 34)
La persona santa, según el versículo 33, debe mostrar respeto hacia las personas de otra nacionalidad y cultura. Dios aclara bien en el versículo 33 que los israelitas no debían maltratar a los extranjeros que vivían en medio de ellos, sino que debían tratarlos como si fueran parte de ellos. El pueblo de Dios debía amarlos como a sí mismo, recordando que ellos también habían sido, en una ocasión, extranjeros en la tierra de Egipto (versículo 34).
Dios nos llama a ser cristianos a nivel mundiales. Las dificultades que enfrentan nuestros hermanos y hermanas en otros países también nos conciernen. Debemos preocuparnos por los que no conocen al Señor en otros países. Una persona que es santa tiene un corazón misionero. Ama a las personas de otras culturas y nacionalidades. Desea de todo corazón su bienestar físico y espiritual.
Honestidad En Los Negocios (Versículos Del 35 Al 36)
Dios espera que los que lo aman y viven en santidad, sean honestos en todas sus transacciones comerciales. En estos versículos se presta atención particularmente a la práctica de engañar a los clientes con falsas medidas. La verdadera santidad influye en nuestra manera de hacer negocios. Una persona santa emplea medidas justas. No estafa a sus clientes. No los engaña, sino que les da lo prometido. Los clientes que hacen negocios con un comerciante que practica la santidad saben que serán tratados con honestidad. Saben que pueden confiar en su palabra.
Al leer este capítulo, es importante que comprendamos que la santidad tiene un impacto en cada aspecto de nuestra vida. Cambia nuestra relación con las personas que nos rodean, y nos da compasión hacia los pobres, necesitados y marginados. Influye en nuestra forma de hablar y en nuestra forma de hacer negocios. Nos permite abrir nuestros corazones a los que viven en nuestro entorno, pero también nos da un corazón misionero para con el mundo entero. Nos llena de gratitud, compasión y generosidad. Una persona santa no se aparta del mundo, sino que actúa en conformidad con el amor divino y demuestra ese amor a través de sus actividades cotidianas.
Para Meditar:
* ¿Qué impacto tiene la santidad en las relaciones que tenemos con los que nos rodean? ¿Tenemos relaciones impías con alguien?
* ¿Qué impacto tiene la santidad a la hora de hacer negocios o de trabajar para nuestro empleador?
* Una persona santa observaba el día de reposo. En otras palabras, la persona santa le dedicaba tiempo a Dios de forma periódica. ¿Le dedicamos nosotros tiempo a Dios en nuestras vidas?
* Levítico 19 nos dice que las personas santas deben ser generosas y compasivas. ¿Hemos sido generosos y compasivos usando las bendiciones que Dios nos ha dado?
* Una persona santa se preocupa por la forma en la que emplea sus palabras. ¿Hemos sido cuidadosos con nuestras palabras?
Para Orar:
* Pidamos a Dios que nos muestre si existen personas en nuestras vidas con las cuales tenemos que mejorar nuestra relación. Pidámosle que elimine en nosotros todo prejuicio, falta de compasión o de respeto.
* Oremos a Dios que nos ayude a ser totalmente honestos en nuestras palabras y acciones.
* Agradezcamos al Señor por deleitarse en pasar tiempo con nosotros. Pidamos que nos ayude a dedicarle más tiempo de forma periódica. Pidámosle que en esos momentos podamos estar en Su presencia para recibir de Él aliento y fortaleza.
* Oremos a Dios que abra nuestro corazón y mente a las necesidades de los que nos rodean. Pidámosle que nos ayude a ver a esos individuos como Dios los ve.
* Roguemos al Señor que controle nuestra lengua para no hablar mal de otra persona.
20 – CASTIGOS POR PECADOS ESPECÍFICOS
Leer Levítico 20:1-27
Nuestras acciones tienen consecuencias. Un Dios santo no puede permitir que el pecado quede sin castigo. El pecado repercute en nuestra tierra y tiene un impacto en las bendiciones de Dios sobre Su pueblo. En Levítico 20 vemos que Dios exigía que el pecado fuera castigado. En algunos casos, la persona que pecaba debía morir por sus transgresiones. La tierra debía purificarse, y se debía eliminar todo el mal para que Dios siguiera bendiciendo a Su pueblo.
Castigo Por Ofrecer A Los Hijos A Moloc (Versículos Del 2 Al 5)
El primer pecado que se aborda en Levítico 20 era el pecado de ofrecer a los hijos a Moloc. Con respecto a esta práctica, Jamieson, Fausset y Brown afirman:
“Moloc, o Molec, que significa “rey”, era el ídolo de los amonitas. Su estatua era de bronce, y descansaba sobre un pedestal o trono del mismo material. Su cabeza, semejante a la de un becerro, llevaba una corona, y sus brazos se extendían en actitud de abrazar a los que se le acercaban. Sus devotos le dedicaban sus hijos; y para hacerlo, calentaban la estatua a altas temperaturas encendiendo un fuego dentro de la misma, y luego los niños eran sacudidos sobre las llamas, o pasados entre los brazos candentes, a manera de depuración, como medio de asegurar el favor de la supuesta deidad. Aquellos adoradores del fuego afirmaban que todos los niños que no eran sometidos a este proceso purificador, morirían en la infancia. La influencia de esta superstición zabiana estaba todavía tan extendida en el tiempo de Moisés, que el legislador divino creyó necesario prohibir tal práctica mediante un estatuto especial”.
Jamieson, Robert; Fausset, A.R.; Brown, David, Commentary Critical and Explanatory on the Whole Bible [Comentario exegético y explicativo de la Biblia completa]: Cedar Rapids, Iowa, Laridian Electronic Publishing, comentario de Levítico 18:21.
La práctica de dedicar un niño a este ídolo pagano obviamente constituiría una tentación para el pueblo de Dios. Es difícil imaginar cómo los israelitas podían caer en un pecado tan horrendo, pero las supersticiones paganas también constituyen una tentación para los creyentes. Cualquiera que fuera hallado culpable de ofrecer a alguno de sus hijos a Moloc debía ser apedreado por la comunidad.
Vemos que en el versículo 3 dice que el individuo que presentaba a su hijo ante Moloc era culpable de contaminar el santuario y de profanar el nombre del Señor. Es importante percatarnos de esto. Ese individuo no solo cometía un delito contra su hijo, sino también contra Dios. Dios lo había hecho responsable del tratamiento que les daría a los hijos que Dios le había otorgado. Cualquier pecado contra sus hijos era un pecado contra Dios. Si el individuo dedicaba a sus hijos a Moloc y no los criaba para que conocieran y obedecieran al Dios de Israel, estaba profanando el nombre de Dios. Todo padre cristiano tiene la obligación de proteger a sus hijos del mal, y de criarlos para que conozcan y amen al Señor.
En los versículos del 4 al 5 observamos que todos en la comunidad debían tomar en serio el delito de entregar a los hijos a Moloc. Si cerraban sus ojos ante lo que ese individuo había hecho para no matarlo por su crimen, el Señor pondría Su rostro contra ellos. Dios nos llama a vivir en comunidad. Como comunidad de fe debemos cuidar los unos de los otros. Cuando vemos a algún hermano o hermana apartándose de la verdad, debemos advertirle.
Castigo Por Consultar A Encantadores O Adivinos (Versículos 6 Y 7)
Otro crimen contra Dios era el de consultar a encantadores o adivinos (personas que consultan a los espíritus con el propósito de buscar su consejo u orientación). Percatémonos de dos cosas en el versículo 6.
En primer lugar, Dios pondría Su rostro contra la persona que consultara a encantadores y adivinos. Esta es una afirmación muy fuerte. Significa que Dios tomaría medidas específicas para apartarse de ese individuo. Al volverse hacia encantadores y adivinos, ese individuo se constituía enemigo de Dios.
En segundo lugar, observemos cómo Dios describe el acto de consultar a encantadores y adivinos. En el versículo 6 dice que aquellos que tal hacían “se prostituían”. En otras palabras, estaban siendo infieles a Dios. Estaban quebrantando sus votos pactuales con Dios al buscar el consejo y la orientación de aquellos que consultaban a espíritus malignos.
En lugar de buscar el consejo de encantadores y adivinos, el pueblo de Dios debía consagrarse a Él y obedecer Sus palabras. Los israelitas debían centrar sus corazones en Él y en Sus caminos, y tener como principal ambición de sus vidas el obedecer al Señor.
Permítanme insertar un breve comentario sobre este tema. En nuestra época existen aún muchos adivinos y encantadores. Muchas prácticas tradicionales como el consultar el horóscopo, visitar hechiceros, y otras que ofrecen garantizarnos un buen futuro, siguen siendo una tentación para los creyentes. Dios nos llama a poner toda nuestra confianza en Él. ¿Es nuestro Dios lo suficientemente grande como para cuidar de nosotros? ¿Podemos confiar en Él plenamente? Aquellos que le pertenecen deben dedicarse solo a Él y confiar en Sus propósitos. Los que atienden o escuchan el consejo de adivinos y encantadores están buscando el consejo de Satanás y se están oponiendo a Dios. En tiempos del Antiguo Testamento los que consultaban a encantadores y adivinos debían ser apedreados hasta morir.
Castigo Por Maldecir A Los Padres (Versículo 9)
El respeto por los padres era un asunto serio para Dios. El versículo 9 nos dice que aquellos que maldecían al padre o a la madre debían morir. Es cierto que no todos los padres y madres son buenos, pero ese no era el asunto aquí. Todo hijo debía mostrar respeto por sus padres, aun si éstos no eran merecedores de ese respeto.
La paternidad era un rol que se debía tomar muy seriamente. Los padres debían recibir respeto debido al rol que Dios les había dado. Habían recibido la orden de mantener, proteger y criar a los hijos que Dios les había dado. Eran los líderes y pastores espirituales de ese pequeño rebaño que Dios les había encomendado. El papel de la paternidad era sagrado, y conllevaba obligaciones y responsabilidades sagradas. Como mismo era inconcebible maldecir a un sacerdote, también era inconcebible maldecir a los padres. Dios valoraba tanto el rol de la paternidad, que cualquiera que maldijera a un progenitor debía morir.
Castigos Por Pecados Sexuales (Versículos Del 10 Al 21)
Los versículos del 10 al 21 hablan específicamente de los pecados sexuales y del castigo que éstos requerían. A continuación analizaremos brevemente estos pecados.
Existían varios pecados sexuales cuyo castigo era la muerte. La relación sexual con la mujer del prójimo (versículo 10), con la mujer del padre (versículo 11), con la nuera (versículo 12), las relaciones homosexuales (versículo 13), o las relaciones con animales (versículos del 15 al 16) eran castigadas con la muerte. En esos casos, todas las partes involucradas en el pecado debían morir. También se le imponía la pena de muerte al hombre que se casaba con una mujer y con la madre de ella (versículo 14). En ese último caso, los tres individuos eran quemados al fuego.
Los versículos del 17 al 18 hablan sobre pecados sexuales por los cuales los individuos eran cortados de entre su pueblo. Como mínimo, estos individuos ya no serían considerados como parte del pueblo de Dios y estarían separados de sus bendiciones. El hombre que se casara con su hermana (aunque no tuviesen la misma madre) y tuviese relaciones sexuales con ella debía ser cortado de entre su pueblo (versículo 17), como mismo ocurría con el hombre que tuviese relaciones sexuales con una mujer menstruosa (versículo 18).
Existían otros pecados sexuales por los cuales la persona culpable era responsabilizada. Entre estos pecados estaban el tener relaciones sexuales con una tía (ya fuese la hermana del padre o de la madre) o con la esposa de un hermano (versículo 21). El castigo para esos pecados se describe en los versículos 20 y 21. Las personas culpables de tales pecados morirían sin hijos. La bendición de Dios se retiraría y esos individuos morirían sin nadie que perpetuara su nombre.
Advertencias Y Exhortación (Versículos Del 22 Al 27)
En los versículos del 22 al 27 Dios le recuerda a Su pueblo que le daría su propia tierra. Lo llevaría a una tierra cuyos habitantes tenían costumbres y prácticas malvadas. Las prácticas de esas naciones eran tan terribles que la tierra los iba a vomitar. Dios le advierte a Su pueblo que, si caía en la misma tentación y en las mismas prácticas, la tierra lo vomitaría también. Dios deseaba separar a Su pueblo de las demás naciones y convertirlo en un pueblo santo. Él haría que la tierra que le estaba dando fuese una tierra de “leche y miel”. En otras palabras, Dios deseaba bendecir a Su pueblo y colmarlo de las riquezas de la tierra. Pero para que eso sucediera, el pueblo de Dios tendría que distinguir claramente entre lo que era limpio y lo que era inmundo. Tendría que distinguir entre los animales limpios e inmundos, y apartarse de toda impiedad.
La desobediencia a la palabra de Dios y a Sus propósitos podía eliminar de sus vidas las bendiciones. Dios deja claro en este pasaje que Su pueblo debía tomar el pecado en serio. Si deseaba experimentar la plenitud de las bendiciones divinas, debía vivir en santidad y pureza.
Para Meditar:
* ¿Qué aprendemos en este capítulo sobre la obligación que tenemos como padres de criar a nuestros hijos para que conozcan y honren al Señor? ¿Cuán seriamente se toma Dios el rol de la paternidad?
* ¿Cuáles son las supersticiones, prácticas o tradiciones que alejan a las personas de confiar en Dios, de Su provisión y de Su dirección?
* En este capítulo Dios desafía a Su pueblo a no imitar a los moradores de la tierra que Él le daría, pues de hacerlo, la tierra lo vomitaría. ¿Qué impacto tienen nuestros pecados en nuestra sociedad y nación?
* ¿Cuán importantes son la obediencia y la pureza para poder experimentar la bendición de Dios?
Para Orar:
* Dediquemos un tiempo a orar por los padres de nuestra comunidad. Pidamos a Dios que nos ayude a ser fieles a la hora de criar a nuestros hijos en Sus caminos.
* Pidamos a Dios que nos revele cualquier superstición o práctica pagana en nuestra vida y Su plan para nuestras vidas. Demos gracias a Dios por ser completamente digno de esa confianza.
* Pidamos al Señor que sane nuestra tierra de las enfermedades pecaminosas que está padeciendo hoy.
* Consagrémonos a Dios y a Sus caminos. Pidámosle que nos mantenga puros y santos. Oremos al Señor que abra Sus bendiciones y las derrame sobre nosotros hoy.
21 – REQUISITOS DE LOS SACERDOTES
Leer Levítico 21:1-24
Aunque la nación de Israel debía ser una nación santa, era sumamente importante que los sacerdotes vivieran de una manera digna de su llamado. En los capítulos 21 y 22 del libro de Levítico, Dios les da instrucciones específicas sobre cómo debían vivir y ministrar en Su nombre.
Pureza Delante De Dios (Versículos 1-4, 11)
Uno de los primeros requisitos que Dios establecía para el sacerdote era que se mantuviese ceremonialmente puro. Una de las maneras en las que un sacerdote podía contaminarse ceremonialmente era estando en presencia de un cadáver. Analicemos lo que dice la ley de Dios en Números 19:14:
“Esta es la ley para cuando alguno muera en la tienda: cualquiera que entre en la tienda, y todo el que esté en ella, será inmundo siete días”.
En los versículos 1 y 11 vemos que el sacerdote no podía contaminarse ni siquiera cuando alguien de su pueblo fallecía. Esto significaba que el sacerdote no podía acercarse al cuerpo de un hombre o mujer que hubiese muerto, para evitar contaminarse.
Esta regla tenía una excepción. No se aplicaba en caso de la muerte de parientes cercanos, tales como madre, padre, hermano, hijo, hija o hermana soltera. Se le permitía contaminarse solamente por estos individuos. Como estas personas dependían de él, tenía la obligación de cuidar de ellas en el momento de su muerte.
Esto significaba que el sacerdote no podía consolar a una familia acongojada en su momento de necesidad. Como era previsible que los miembros de la familia estuvieran inmundos en esos momentos, el sacerdote no podía acercarse a ellos. Su obligación primordial era para con Dios. Como Su siervo escogido, debía permanecer limpio delante de Dios todo el tiempo.
Obedecer Los Propósitos De Dios (Versículos Del 5 Al 6)
Vemos en el versículo 5 que los sacerdotes no debían hacer tonsura en sus cabezas, raer la punta de su barba, ni hacer rasguños en su carne. Esas eran costumbres de las naciones paganas que les rodeaban. Hacían esas cosas como señal de duelo, y las empleaban como un medio para atraer la atención de sus dioses. Tenemos un ejemplo de esto en 1 Reyes 18:27-29, cuando Elías se dirigió a los profetas de Baal:
“Y aconteció al mediodía, que Elías se burlaba de ellos, diciendo: Gritad en alta voz, porque dios es; quizá está meditando, o tiene algún trabajo, o va de camino; tal vez duerme, y hay que despertarle. Y ellos clamaban a grandes voces, y se sajaban con cuchillos y con lancetas conforme a su costumbre, hasta chorrear la sangre sobre ellos. Pasó el mediodía, y ellos siguieron gritando frenéticamente hasta la hora de ofrecerse el sacrificio, pero no hubo ninguna voz, ni quien respondiese ni escuchase”.
El sacerdote debía obedecer cuidadosamente los mandatos del Señor. No podía dejarse influenciar por las tradiciones o costumbres de las naciones paganas que le rodeaban. Debía estar comprometido solamente con Dios y con Sus preceptos. Como siervos de Dios, no somos libres de hacer lo que nos plazca. Dios tiene un propósito para nuestras vidas y ministerios. A veces hacer las cosas a la manera de Dios implica que nos quedemos solos. Pero Dios ha llamado a Sus siervos a ser fieles a Sus mandamientos y a caminar en obediencia. Solo Él debe ser nuestro guía.
Cónyuges Santos (Versículos 7-8, 13-15)
En los versículos 7 y 8 el Señor mandaba que el sacerdote no se casara con una mujer divorciada ni con una que hubiera sido prostituta. Los sacerdotes eran personas santas, y Dios les exigía que sus esposas fuesen mujeres de un carácter santo y noble. Las esposas de los sacerdotes debían recordar que sus esposos eran hombres escogidos por Dios. Estas mujeres no podían hacer nada que obstaculizara el ministerio de sus esposos.
Los versículos del 13 al 14 dicen claramente que la mujer con la que el sacerdote se casara debía ser virgen. No podía ser viuda, divorciada ni prostituta. Debía ser pura e inmaculada, una compañera digna para su esposo. De esa manera, su descendencia no estaría contaminada (versículo 15). Sus hijos serían descendientes de un hombre y una mujer santos, y serían entrenados a obedecer los preceptos de Dios.
La esposa del sacerdote debía complementarlo y apoyarlo en su ministerio. No podemos subestimar la importancia del rol de nuestros cónyuges en el ministerio. Los que han sido llamados por Dios deben ser cuidadosos a la hora de hallar compañeros que les apoyen en su llamado.
Los Hijos De Los Sacerdotes (Versículo 9)
Los hijos de los sacerdotes debían aprender a respetar el llamado de Dios en la vida de su padre. Tenemos aquí el ejemplo de la hija de un sacerdote que se había vuelto prostituta. Sus acciones demostraban que no tenía consideración por el cargo que ostentaba su padre en Israel. Había deshonrado a su padre y al llamado de Dios en su vida al actuar de esa manera. Dios exigía que una mujer así muriese quemada por sus acciones. Observemos que el problema no era solamente que se hubiera prostituido, sino también el hecho de que había deshonrado el nombre y el llamado de su padre.
Percatémonos de que no se menciona castigo alguno para el sacerdote. Algunas personas insisten en que un pastor renuncie a su cargo debido a la conducta de sus hijos. Sin embargo, el sacerdote en este caso no era castigado. Toda la culpa recaía en la hija que se había rebelado. No se le exigía al sacerdote que abandonara su cargo por causa de las acciones de su hija.
El sacerdote debía hacer todo lo posible por educar a sus hijos en los caminos de Dios. Aunque era obligación del sacerdote educar a sus hijos en los caminos del Señor, al final cada hijo tendría que decidir si obedecía a Dios o no, y tendría que rendir cuentas ante Dios por sus propias acciones.
Dignidad (Versículo 10)
El versículo 10 habla específicamente sobre el sumo sacerdote. En este versículo Dios le ordenaba llevar sus vestiduras sacerdotales, nunca descubrir su cabeza (no debía andar despeinado, NVI) y no rasgar sus vestidos. En Job 1:20 vemos la respuesta de Job cuando supo que sus hijos habían muerto:
“Entonces Job se levantó, y rasgó su manto, y rasuró su cabeza, y se postró en tierra y adoró”.
Observemos lo que hizo Job. Al rasurar su cabeza la había dejado al descubierto, y había rasgado su manto. Job había hecho esto para expresar su dolor. En ocasiones, los que lamentaban la pérdida de algún ser querido se cubrían literalmente con polvo o cenizas (2 Samuel 13:19). Los que se lamentaban de esa manera se negaban a cuidar de su apariencia. Andaban sucios, con ropas rasgadas y con el cabello descuidado o totalmente rasurado.
Dios no deseaba que el sumo sacerdote se lamentase de esa manera. Como sumo sacerdote, él debía conservar una postura digna. Debía cuidar de su apariencia. No debía andar con ropas rasgadas, despeinado o con el cabello sucio. Tenía un importante llamado de Dios que cumplir. Debía respetar ese cargo permaneciendo limpio y respetable en todo momento. Debía vestirse como un sacerdote y actuar como tal.
Compromiso Con El Ministerio (Versículos 11, 12)
El versículo 11 parece repetir el mandato de Dios que se halla en los versículos del 1 al 4, pero añade otra dimensión para el sumo sacerdote. En el versículo 11 Dios le ordenaba al sumo sacerdote que no se contaminara acercándose a un cadáver. Este versículo aclara que no podía hacerlo ni siquiera por su padre o su madre. De hecho, el sumo sacerdote no debía abandonar el santuario. Su compromiso era para con el Señor y el ministerio al cual había sido llamado. Ni siquiera la muerte de sus padres podía apartarlo de sus obligaciones para con Dios.
Los que han reconocido el llamado de Dios en sus vidas deben dedicarse a ese llamado. Tendrán que hacer sacrificios. Hablándole a un discípulo que deseaba enterrar a su padre antes de seguirlo, Jesús dice en Mateo 8:22:
“Jesús le dijo: Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos”.
El llamado de Dios era prioritario en la vida del sacerdote. Nada podía interponerse entre el sacerdote y su llamado. Aunque esto se aplica fundamentalmente al caso de los sacerdotes del Antiguo Testamento, este principio se aplica también a todos los que han sido llamados por Dios de cualquier manera. Se trata de un llamado que no debemos tomar a la ligera. Dios espera que usemos los dones que Él nos ha dado para Su gloria. Un siervo de Dios debe estar dispuesto a hacer grandes sacrificios por la causa de su Señor. Debe estar dispuesto a dedicar su vida y sus esfuerzos a cumplir con ese llamado al precio que sea.
Sin Defectos Físicos (Versículos Del 16 Al 23)
En los versículos del 16 al 23 el Señor le dijo a Moisés que solo podrían servir como sacerdotes aquellos descendientes suyos que no tuviesen defectos físicos. Ningún descendiente de Aarón que fuese ciego, cojo, mutilado o deforme, podía servir como sacerdote de manera alguna. Esto incluía a personas con quebradura de pie o rotura de mano, jorobados, enanos, personas con nubes en los ojos, o con sarna, o empeine, o con testículos magullados (versículos 19-20). Estas personas podían comer de la comida que se destinaba a los sacerdotes, pero no podían servir como sacerdotes (versículo 22). Si alguien con alguna deformidad física se acercaba al altar de Dios, lo profanaba. Dios lo responsabilizaría por su conducta.
Cuando un sacerdote le ofrecía un cordero en sacrificio al Señor, ese cordero no podía tener defecto alguno. De la misma manera, los que se acercaban a Dios no podían tener defecto físico alguno.
Analicemos por un momento el hecho de que Dios rechazaba como sacerdote a todo aquel que tuviese algún tipo de deformidad física. La santidad de Dios es tal que incluso aquellos que sufrían los efectos de enfermedades o deformidades no podían entrar en Su presencia. Cuando el Señor Jesús murió en lugar nuestro, Él cubrió nuestros pecados con todas Sus consecuencias. Nuestros pecados y las deformidades de nuestros cuerpos ya no nos separan de Dios. Nuestros defectos físicos no deben nunca impedir que tengamos una relación plena y maravillosa con Dios.
El Señor es un Dios santo. Los que han sido llamados por Él han recibido un llamado santo y supremo. Deben comportarse y servir de forma tal que puedan darle honra y gloria a Dios.
Para Meditar:
* El sacerdote debía mantenerse puro delante del Señor. ¿Cuáles son las tentaciones que enfrentan los siervos de Dios hoy?
* ¿Es posible servir al Señor de una manera mundana? ¿En la actualidad qué influencia han tenido en nuestro ministerio las actitudes mundanas?
* ¿Qué importancia tiene el tener un cónyuge que ame al Señor y respete el ministerio al cual Dios nos ha llamado? ¿De qué maneras nos ha apoyado y exhortado nuestra esposa o esposo en nuestro ministerio?
* ¿Cuán comprometido estamos con el ministerio al cual Dios nos ha llamado? ¿Qué sacrificios hemos tenido que hacer por causa de nuestro llamado?
* ¿Qué aprendemos sobre las deformidades físicas en la época del Antiguo Testamento? ¿Cómo cubrió la muerte del Señor Jesús esas deformidades?
Para Orar:
* Pidamos a Dios que nos revele cualquier pecado en nuestras vidas que necesite ser perdonado o purificado. Agradezcamos al Señor por ofrecer Su perdón.
* ¿Tenemos cónyuges que aman al Señor y constituyen un apoyo para nosotros en nuestro ministerio? Tomemos un tiempo para agradecerle al Señor por él o ella. Pidamos a Dios que nos ayude a apoyar a nuestro cónyuge en el llamado que Dios le ha hecho.
* Oremos a Dios que nos ayude a tomar en serio el llamado divino para nuestras vidas. Pidámosle que nos ayude a estar dispuestos a hacer los sacrificios necesarios por causa de ese llamado.
* Agradezcámosle a Dios que la muerte del Señor Jesús cubre no solo nuestros pecados, sino también las consecuencias de ellos. Démosle gracias que incluso los que padecen las consecuencias del pecado en sus cuerpos pueden tener ya una maravillosa comunión con Cristo.
22 – EL RESPETO HACIA LAS COSAS SANTAS DE DIOS
Leer Levítico 22:1-33
En el último capítulo vimos cómo Dios esperaba que sus sacerdotes viviesen conforme a ciertos estándares. Debían ser personas santas, que le agradasen al Señor en todo cuanto hicieran. Respetar las ofrendas del pueblo de Dios era muy importante a la hora de vivir una vida santa. El versículo 2 nos dice que los hijos de Aarón debían “abstenerse de las cosas santas” que los israelitas le dedicaban a Dios. Observemos que al manipular de manera incorrecta estas ofrendas se estaba profanando el nombre de Dios, a quien iban dirigidas. Profanar el nombre del Señor era algo grave. El objetivo de este capítulo es ayudar a los sacerdotes a comprender cómo debían mostrar respeto por las ofrendas que el pueblo les llevaba.
Limpieza Ceremonial (Versículos Del 3 Al 8)
La primera manera en la que los sacerdotes podían mostrar respeto por las ofrendas que el pueblo les llevaba era manteniéndose ceremonialmente limpios. Cualquier sacerdote que no estuviese ceremonialmente limpio no se podía acercar a las ofrendas para darlas en sacrificio al Señor, ni podía comer de la porción que era dada a los sacerdotes. Si un sacerdote ofrecía un sacrificio al Señor o comía de una ofrenda que alguien le trajese estando inmundo, sería cortado de la presencia del Señor. En algunos casos el Señor literalmente fulminaba al sacerdote por su blasfemia.
Lo importante aquí es percatarnos de que los que ministran en nombre del Señor deben ser personas íntegras. No puede existir ningún tipo de hipocresía a la hora de servir al Señor. Dios exige que los que tocan sus cosas santas o ministran en Su nombre sean personas puras y santas. Cuando servimos, siendo conscientes de que estamos en pecado, estamos blasfemando el nombre del Señor. Los sacerdotes del Antiguo Testamento debían preocuparse por su pureza. Era su obligación hacia Dios el examinarse a menudo para cerciorarse de que tenían una relación correcta con Dios antes de recibir las ofrendas del pueblo.
Hoy en día nos es demasiado fácil ignorar el pecado. Han sido demasiados los siervos de Dios que no han logrado mantener esa pureza de corazón, cuerpo y espíritu. Dios nos responsabilizará por cualquier actitud, acción o conducta impura. Un verdadero siervo de Dios debe cerciorarse de tener una relación adecuada con Dios antes de servir en Su nombre.
En los versículos del 4 al 8 Dios describe específicamente las situaciones que hacen impuro al sacerdote y le impiden recibir las ofrendas del pueblo de Dios. Cualquier enfermedad cutánea infecciosa o flujo corporal hacía que el sacerdote quedase inmundo. Ningún sacerdote que estuviese padeciendo estas enfermedades podía recibir ofrendas del pueblo de Dios ni comer lo dedicado a los sacerdotes. Existían otras situaciones que podían hacer que los sacerdotes quedaran inmundos; por ejemplo, tocar algo que hubiese sido contaminado por un cadáver, tocar un reptil inmundo, comer algo mortecino, e incluso sostener relaciones sexuales legítimas con su esposa (versículos del 5 al 8). En estos casos, debía primero lavarse con agua y esperar hasta la puesta del sol antes de considerarse limpio nuevamente.
La contaminación física de esta tierra podía obstaculizar el servicio a Dios. Cuando las impurezas de este mundo tocaban el cuerpo del sacerdote, lo volvían inmundo delante de un Dios santo y le impedían servirle. Un sacerdote que sirviera al Señor, sabiendo que había sido tocado por algo impuro, era cortado de entre su pueblo y corría el riesgo de ser fulminado por Dios.
¿Tratamos con respeto las cosas de Dios hoy? ¿Examinamos como siervos de Dios nuestros corazones, vidas y pensamientos para cerciorarnos de presentarnos ante el Señor con pureza e integridad?
Guardar Las Ordenanzas De Dios (Versículo 9)
Una segunda ordenanza de parte de Dios para los que se encargaban de las ofrendas sagradas era que tenían que obedecer cuidadosamente la Palabra de Dios y vivir según Sus mandamientos. Para lograrlo tenían que estudiar con esmero la Palabra de Dios. No solo necesitaban conocer las ordenanzas de Dios, sino que debían hacer todo lo posible por obedecer esos mandamientos.
Observemos en el versículo 9 que existía un castigo para los que no obedecían las ordenanzas del Señor. Morirían por desdeñar Sus mandatos. La Palabra de Dios era santa.
Dios les recordaba a Sus sacerdotes que debían ser un pueblo que obedeciera Sus ordenanzas cuidadosamente. No podían desviarse por causa de sabiduría humana o de influencias mundanas. Debían poner toda su confianza en los caminos de Dios y obedecerle estrictamente en todo cuanto hicieran. No podía haber concesiones.
La Importancia Del Llamado (Versículos Del 10 Al 13)
El rol del sacerdote era un rol sagrado que solo se otorgaba a personas escogidas. El sacerdocio no era para cualquiera. Era necesario ser llamado por Dios para convertirse en sacerdote. Dios había escogido a los miembros de la tribu de Leví para que fuesen Sus representantes y sacerdotes. Los versículos del 10 al 13 nos dicen que nadie que no perteneciera a la familia del sacerdote podía comer de las ofrendas sagradas. Si la hija de un sacerdote se casaba con alguien que no fuese un sacerdote, perdía el derecho a comer la comida que era dedicada a los sacerdotes. Si enviudaba o se divorciaba sin haber tenido prole, y retornaba a la casa de su padre, entonces podía volver a comer la comida dedicada a los sacerdotes, porque volvía a estar bajo el cuidado de su padre.
¿Qué nos dicen estos versículos? Nos dicen que solo aquellos que habían sido expresamente llamados por Dios podían desempeñar los deberes sacerdotales, y habían recibido el privilegio de ministrar en Su nombre. Nadie que no hubiese sido llamado por Dios podía llevar a cabo los deberes sacerdotales. Si alguien asumía ese rol sin haber sido llamado por Dios, era culpable de desdeñar las cosas sagradas de Dios.
Aunque todos somos llamados a servir al Señor y a emplear los dones que Él nos ha dado, existe un llamado divino especial en las vidas de aquellos que Él quiere que en este tiempo sean los líderes de Su iglesia. No se trata de una tarea que deba tomarse a la ligera. Hoy en día tenemos muchos pastores y líderes eclesiales que están sirviendo en la iglesia sin nunca haber sido llamados por Dios. Algunos de estos individuos parecieran tener ministerios exitosos, pero no están obedeciendo ni la voluntad ni el propósito de Dios. En el contexto del Antiguo Testamento, servir de esa forma significaba no respetar las cosas santas de Dios, y se castigaba con la muerte. En nuestra época haríamos bien en cerciorarnos de haber sido llamados por Dios, y de estar cumpliendo Su propósito, pues de no hacerlo, estaríamos arriesgándonos a ser culpables de blasfemar el nombre que representamos.
El Perdón (Versículos Del 14 Al 16)
Como sacerdote, era fácil vivir con temor. Las exigencias de Dios con respecto a la santidad y la pureza eran tan grandes que el hecho de profanar Sus ofrendas sagradas era un delito que se castigaba con la muerte. Sin embargo, en los versículos del 14 al 16 vemos que existía perdón para los sacerdotes que por error comían la comida dedicada a los sacerdotes. Si ese era el caso, el sacerdote que por error hubiera comido de las cosas sagradas, debía aportar una ofrenda del mismo valor de la ofrenda que había profanado, y añadir una quinta parte al valor de la misma. Dios lo vería y perdonaría al sacerdote por el pecado cometido debido a su desconocimiento.
Aunque Dios es ciertamente santo, es también un Dios amoroso y perdonador. Él establecía una distinción entre los que pecaban por debilidad o desconocimiento, y los que lo hacían por ignorar deliberadamente Sus ordenanzas. Existía perdón para los que, aun después de cometer un pecado, buscaban honrar a Dios. Esos individuos podían ser restaurados y perdonados.
Ofreciendo Sacrificios Adecuados (Versículos Del 17 Al 30)
Dios les recuerda a Sus sacerdotes en los versículos del 17 al 30 que debían tener cuidado a la hora de ofrecer sacrificios que fuesen aceptables delante de Él. Cualquier ofrenda que era llevada al Señor como ofrenda quemada debía consistir en un macho sin defecto de entre el ganado vacuno, de entre los corderos, o de entre las cabras. El Señor no aceptaría animales con defectos. No se podía ofrecer animales ciegos, perniquebrados, mutilados, verrugosos, sarnosos o roñosos (versículos 22 y 24). El sacerdote no podía aceptar ese tipo de ofrendas del pueblo (versículo 25). Los únicos animales deformes que se podían aceptar eran aquellos bueyes o carneros que se llevaban como ofrendas voluntarias, pero éstos no serían aceptos como pago de un voto (versículo 23).
Otra ordenanza de Dios exigía que los becerros, corderos o cabras permanecieran con su madre durante siete días. Solo desde el octavo día en adelante eran aceptos como ofrendas (versículos 26 y 27). En el versículo 28 el Señor prohibía que se degollara una vaca u oveja y a su hijo el mismo día. Aunque en esa época diariamente se ofrecían numerosos sacrificios animales, aquí observamos una expresión de la ternura divina. Dios se preocupaba por los animales recién nacidos. Era renuente a separar a la madre de su cría hasta que la cría fuese independiente.
Recordemos que el sacerdote recibía porciones de algunas de estas ofrendas para sí mismo y para su casa. El sacerdote podía verse tentado a aceptar incluso los animales deformes, porque aun así recibiría una porción de carne para su familia. Los sacerdotes debían ser diligentes en cuanto a esto. Debían rechazar todo animal que no cumpliese con los requisitos que Dios había establecido, incluso si eso implicaba un perjuicio personal para ellos y sus familias. En estos asuntos no podía existir ningún tipo de concesión.
Como siervos de Dios necesitamos percatarnos de que vendrán tentaciones que intentarán comprometer nuestra fe. A veces nos sentiremos tentados a aceptar algo que es inferior a lo que Dios exige. Los sacerdotes del Antiguo Testamento no debían irrespetar al Señor ni su sagrado deber. Debían revisar cada cordero, cabra o becerro que entraba al templo. Debían rechazar cualquier animal que no honrara al Señor. El sacerdote debía tomar este asunto muy en serio. Debía ofrecer cada sacrificio sabiendo que Dios lo responsabilizaría por su proceder con las ofrendas que recibía.
Percatémonos de que el sacerdote no debía solamente sacrificar las ofrendas de una manera que agradase al Señor, sino que también debía comerlas de la misma manera. No podía quedar nada para el día siguiente (versículos 29 y 30). Es decir, que hasta la porción que él comía debía ser tratada como santa. Dios estaría observando cómo él se comportaba con la porción que le estaba destinada.
Esto nos demuestra que Dios espera que seamos sabios con las cosas que Él nos ha dado. Todo aquel que reciba ofrendas del pueblo de Dios para su sustento, debe tratarlas con el respeto que merecen. Han sido dedicadas al Señor y a Su servicio. Debemos emplear con respeto lo que Dios no ha dado a través de Su pueblo, sabiendo que rendiremos cuentas delante de Dios por nuestra forma de usar lo que Su pueblo ha dado sacrificialmente.
El sacerdote debía reconocer la santidad de Dios. Esto significaba que debía vivir honrando a Dios y a todo lo que le pertenecía a Él. Debía ser un digno representante del Señor. No debía hacer nada que blasfemara o tergiversara el nombre del Dios a quien servía.
Para Meditar:
* ¿Cuán importante es que examinemos nuestros corazones y que permanezcamos limpios delante del Señor? ¿Podemos realmente honrar a Dios si nuestros corazones y vidas no son íntegros delante de Él?
* A los sacerdotes del Antiguo Testamento se les exigía que obedecieran los requisitos del Señor y que obedecieran Sus ordenanzas. ¿Cuán tentador resulta hoy en día dejarnos llevar por la mundanalidad y no hacer las cosas como Dios quiere?
* ¿Resulta importante que Dios nos llame para poder servirle? ¿De qué manera estamos irrespetando los preceptos y propósitos de Dios cuando ignoramos Su llamado?
* ¿Cómo nos alienta el saber que Dios es un Dios perdonador que comprende nuestras debilidades?
* Los sacerdotes del Antiguo Testamento debían cerciorarse de que las ofrendas que se llevaban al tabernáculo eran puras y perfectas. A veces esto significaba que tenían que hacer sacrificios personales al rechazar una ofrenda que no honrara al Señor. ¿Qué sacrificios personales hemos hecho, o cuáles estamos dispuestos a hacer para cerciorarnos de honrar a Dios a través de nuestras vidas y las vidas de Su pueblo?
Para Orar:
* Pidamos al Señor que examine nuestros corazones y nos muestre cualquier corrupción que exista en nuestras vidas. Pidámosle que nos purifique para que así podamos ser un instrumento puro en Sus manos para la extensión de Su reino.
* Roguemos al Señor que nos perdone por las veces que hemos sido descuidados a la hora de obedecerle. Agradezcámosle por tener un plan y un propósito para Su obra.
* Demos gracias al Señor por estar dispuesto a perdonar nuestras debilidades y aquellos pecados que cometemos por desconocimiento. Agradezcámosle por ser un Dios Cuya compasión y misericordia son maravillosas.
* Pidamos al Señor que nos ayude a estar dispuestos a sacrificar cualquier ganancia personal para que Dios sea glorificado en nuestras vidas y corazones.
23 – SANTAS CONVOCACIONES
Leer Levítico 23:1-44
Uno de los aspectos más importantes para la fe de Israel eran las fiestas solemnes que se celebraban periódicamente cada año. Eran ocasiones en las que se esperaba que el pueblo de Dios celebrara el nombre del Señor Su Dios. Es importante que reconozcamos que la vida cristiana no se concibió para vivirse en soledad. Dios espera que nos reunamos con otros creyentes para obtener apoyo, aliento y para adorar Su nombre juntos.
El Día De Reposo O Sabbat (Versículo 3)
La primera referencia que se hace es al día de reposo. Se trataba de un día de entre los siete días de la semana en el cual el pueblo judío debía abstenerse de trabajar. Al leer el versículo 3 podemos percatarnos de que era un día de santa convocación. En otras palabras, el pueblo judío debía reunirse ese día con el objetivo de adorar a Dios. Se trataba de un día en el que el pueblo de Dios recordaba a Dios y Sus obras. Era un día para celebrar Su bondad para con ellos. Ese día no se podía hacer trabajo alguno. Debía ser un día de reposo y adoración. Para los judíos, el día de reposo comenzaba el viernes al ponerse el sol y culminaba el sábado al ponerse el sol.
La Pascua Y La Fiesta De Los Panes Sin Levadura (Versículos Del 4 Al 8)
La segunda ocasión para convocar al pueblo era la celebración de la pascua y de la fiesta de los panes sin levadura. La Pascua se celebraba para recordar el momento en el que el Señor había “pasado de largo” por los hogares en Egipto, y había tenido compasión de los primogénitos en aquellas casas cuyas puertas habían sido pintadas con la sangre de un cordero (ver Éxodo 12:1-14). Las celebraciones por la pascua debían comenzar el día catorce del mes primero (versículo 5). Inmediatamente después se celebraba la fiesta de los panes sin levadura, en la cual, durante siete días, los israelitas solo comían pan que se hubiera horneado sin levadura. El último día de esta festividad los israelitas se reunían para celebrar. Al séptimo día de esta fiesta tampoco se hacía trabajo alguno (versículo 8).
En las Escrituras la levadura ha llegado a representar el pecado y el mal. Es interesante observar que tras celebrar la forma en la que Dios liberó a Su pueblo de la esclavitud en Egipto (que se recordaba durante la fiesta de la pascua), el pueblo de Dios purificaba sus hogares de toda levadura, la cual representaba el pecado y el mal. La fiesta de los panes sin levadura les recordaba a los israelitas sus obligaciones hacia Dios, debido a la poderosa liberación divina que los había emancipado. Aquellos a quienes Dios ha liberado de su esclavitud deben vivir y caminar en obediencia a Él, limpiando sus vidas de pecado y maldad.
Las Primicias (Versículos Del 9 Al 14)
El pueblo de Dios también debía recordarlo cuando comenzaba a segar la cosecha de la tierra. Cuando segaba su mies, el pueblo debía tomar la primera gavilla y llevarla al tabernáculo donde se entregaba al sacerdote (versículo 10). El sacerdote mecía la gavilla delante del Señor, dedicándosela a Él (versículo 11). El mismo día que la persona llevaba la gavilla de grano debía también llevar un cordero de un año, una mezcla de harina y aceite, y una libación de vino. Todo ello se entregaba al sacerdote en acción de gracias por la cosecha. Nadie podía comer nada de la cosecha hasta que esta ofrenda de acción de gracias se entregaba al Señor (versículo 14).
La Fiesta De La Cosecha (Versículos Del 15 Al 22)
Tras ofrecer las primicias, el pueblo judío debía contar siete semanas completas o cincuenta días (era el séptimo sábado después de la celebración de las primicias). Esto marcaba el fin de la cosecha. Ese día debían llevar dos panes cocidos con flor de harina y levadura, siete corderos de un año, un becerro y dos carneros. Se ofrecía además un macho cabrío por expiación (versículo 19). Los dos corderos de un año y el pan se ofrecían al Señor como ofrenda de paz (versículos 19 y 20). El pueblo proclamaba ese día de santa convocación (versículo 21). Los israelitas se reunían para celebrar la bondad que Dios les había mostrado a través de la cosecha.
Observemos que parte de la celebración tenía que ver con mostrar compasión para con los pobres que estaban entre ellos. En el versículo 22 el Señor ordena que cuando segaran la mies de la tierra no segaran hasta el último rincón. Debían dejar algún grano en los rincones de los campos para que los pobres y necesitados pudieran segar para sus familias.
Es importante percatarnos de que si el pueblo deseaba honrar a Dios en su cosecha, debía hacer dos cosas. En primer lugar, debía reconocer a Dios como la fuente de su cosecha, llevándole una ofrenda a Él y a Sus sacerdotes. En segundo lugar, debía compartir esa cosecha con los necesitados. Jesús nos recuerda este principio en Mateo 25:40 cuando dice:
“De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”.
Por eso, al proveer para los necesitados que había entre ellos con las cosechas de sus campos, estaban honrando a Dios.
LAS CELEBRACIONES DEL SÉPTIMO MES
Ya hemos visto que el séptimo día de la semana o Sabbat era un día santo y destinado a adorar al Señor. De la misma manera, el séptimo mes era un mes santo para el pueblo de Dios. En ese mes debían celebrar tres festividades importantes.
La Fiesta De Las Trompetas (Versículos Del 23 Al 25)
La primera celebración del séptimo mes era la fiesta de las trompetas. Ésta tenía lugar el primer día del mes. Debía ser un día de reposo para el pueblo de Dios, y no se podía hacer trabajo alguno. Ese día, al son de trompetas, se llamaba al pueblo de Dios a apartar ese día y a reunirse para presentar una ofrenda al Señor Dios (versículos del 24 al 25).
El Día De La Expiación (Versículos Del 26 Al 32)
La segunda celebración del séptimo mes era el día de la expiación. Esa festividad se celebraba al décimo día (versículo 27). Ese día el pueblo de Dios se reunía. Observemos en este mismo versículo que ese día se esperaba que ellos afligiesen sus almas (se negaran a sí mismos, NTV). Es posible que el afligir sus almas implicase un ayuno o el abstenerse de cualquier actividad sexual que los volviera impuros para la ocasión. Ese día, el sacerdote ofrecía un sacrificio por los pecados del pueblo y purificaba el tabernáculo y sus utensilios. Cualquiera que no afligiera su alma y no permaneciera ceremonialmente limpio ese día, era cortado de la nación de Israel (versículo 28). Se trataba de un día santo, y se exigía que todos los que participaran en las celebraciones tuviesen una relación adecuada con Dios. En el día de la expiación no se podía hacer trabajo alguno.
La Fiesta De Los Tabernáculos O Las Enramadas (Versículos Del 33 Al 35)
La tercera celebración del séptimo mes era la fiesta de los tabernáculos. También se le conocía como la fiesta de las enramadas. La fiesta de los tabernáculos tenía lugar a los quince días del séptimo mes, y duraba siete días. El pueblo de Dios debía reunirse el primer día y a lo largo de la semana debía celebrar y dar ofrendas al Señor (versículos del 40 al 41). Al octavo día tenía lugar otra reunión para dar por concluida la celebración. Ese día se llevaban delante del Señor ofrendas especiales, y ese día se apartaba para él. Durante los días primero y octavo de esta celebración no se podía hacer trabajo alguno.
La fiesta de los tabernáculos o enramadas debía su nombre al hecho de que los hijos de Israel vivían durante una semana bajo pequeñas enramadas hechas con ramas de palmeras. Para la ocasión, abandonaban sus hogares y vivían bajo esas pequeñas enramadas o tabernáculos. Lo hacían para recordar que sus ancestros habían vivido en moradas similares mientras deambulaban en el desierto, rumbo a la Tierra Prometida. Se trataba de un recordatorio de sus sufrimientos y de la bondad de Dios, quien los había guiado a través del desierto hasta llevarlos a la tierra que había prometido a sus padres (versículos del 42 al 43).
Estas eran las fiestas y festivales periódicos que el Señor le ordenaba a Su pueblo que observara. Durante esos días, el pueblo de Dios se reunía para llevar ofrendas al Señor. Las ofrendas de esos días eran especiales, pues eran complementarias a las ofrendas que habitualmente se llevaban delante del Señor (versículo 38).
Para Meditar:
* El Señor les ordenaba a Sus hijos en el Antiguo Testamento que se reunieran de forma periódica para celebrar Su bondad y para recordarlo. ¿Cuán importante resulta reunirse con otros creyentes? ¿Qué beneficios obtenemos al reunirnos con otros creyentes?
* Durante el festival de los panes sin levadura que tenía lugar tras la celebración de la Pascua, el pueblo de Dios purificaba sus hogares de cualquier levadura o impureza. ¿Qué nos dice esto acerca de la importancia de examinar periódicamente nuestras vidas para detectar cualquier pecado?
* La celebración de las primicias era un recordatorio para el pueblo de que Dios era la fuente de su cosecha. ¿Nos resulta fácil olvidar que Dios es nuestro proveedor? ¿Cómo podemos recordarnos a nosotros mismos hoy que es Dios quien nos provee y bendice?
* El pueblo de Dios no podía cosechar los rincones de sus campos. Les pertenecían a los pobres y necesitados. ¿Cuán importante es que nos percatemos hoy de la necesidad y la pobreza que hay en nuestra comunidad? ¿Qué podemos hacer para ministrarles a los necesitados que nos rodean?
* Durante la fiesta de los tabernáculos los hijos de Dios vivían bajo enramadas para recordar las dificultades que sus ancestros habían pasado mientras deambulaban por el desierto. ¿Qué tuvieron que enfrentar nuestros ancestros para que nosotros pudiéramos caminar en la verdad de la Palabra de Dios?
Para Orar:
* Pidamos al Señor que nos dé oportunidades de reunirnos con Su pueblo para celebrar genuinamente Su bondad. Agradezcámosle por las oportunidades que Él nos ha dado para hacerlo. Démosle gracias por los hermanos y hermanas que nos han ministrado y nos han alentado en nuestra fe.
* Dediquemos un momento a pensar en la provisión de Dios en nuestras vidas. Agradezcámosle por lo que nos ha dado a nosotros y a nuestra familia.
* Roguemos al Señor que nos permita ver las necesidades de los que nos rodean. Pidámosle que nos muestre si hay algo que podamos hacer para ministrarles a aquellos que tienen necesidades en nuestra comunidad.
24 – EL LUGAR SANTO DE DIOS; EL SANTO NOMBRE DE DIOS
Leer Levítico 24:1-23
En el lugar santo del tabernáculo existían tres muebles (la lámpara, el altar del incienso y la mesa). Al inicio de Levítico 24 el Señor le habla a Moisés sobre dos de esos muebles.
La Lámpara (Versículos Del 2 Al 4)
En el versículo 2 el Señor les ordena a los israelitas que llevaran aceite de oliva puro para hacer arder la lámpara continuamente. Dios le deja bien claro a Moisés que la luz de esta lámpara debía permanecer ardiendo fuera del velo del lugar santísimo. Era la sagrada obligación del sacerdote el asegurarse de que esta luz nunca se apagara, y de que siempre hubiese suficiente aceite para que la lámpara permaneciera ardiendo.
Lo que resulta importante que observemos es que Dios escogió revelar Su presencia encima del arca del pacto, entre las alas de los querubines (ángeles dorados esculpidos).
“Y pondrás el propiciatorio encima del arca, y en el arca pondrás el testimonio que yo te daré. Y de allí me declararé a ti, y hablaré contigo de sobre el propiciatorio, de entre los dos querubines que están sobre el arca del testimonio, todo lo que yo te mandare para los hijos de Israel”. (Éxodo 25:21-22).
El arca del pacto estaba dentro del lugar santísimo. La lámpara debía iluminar el velo que conducía a la presencia de Dios. El sacerdote tenía el deber de mantener esa lámpara ardiendo. Ese es también el deber de cada cristiano hoy en día. El Señor nos ha dado el rol de iluminar el camino que conduce hacia Dios. Somos luces en este mundo que brillan intensamente para el Señor Jesús y que guían a las personas hacia Su presencia. Nunca debemos permitir que esas luces se apaguen.
La Mesa (Versículos Del 5 Al 9)
La segunda ordenanza de Dios en el versículo 5 tenía que ver con la mesa que estaba en el lugar santo. Se horneaban doce tortas y se colocaban sobre esa mesa en dos hileras de seis tortas cada una. En cada hilera el sacerdote colocaba incienso puro. Cada sábado las tortas debían reemplazarse con tortas nuevas. Solamente los sacerdotes podían comer de esas tortas en el tabernáculo.
El incienso a menudo simboliza las oraciones en las Escrituras. Vemos esto claramente en Apocalipsis 5:8:
“Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos”.
El hecho de que hubiese doce tortas también reviste importancia. ¿Pudiera ser que las doce tortas representaran a las doce tribus de Israel, y que el incienso que se elevaba de la mesa representara las oraciones que se ofrecían a Dios por ellos y para ellos?
Todos los días de reposo, al poner las tortas en la mesa, el sacerdote se recordaba a sí mismo que tenía una responsabilidad para con las doce tribus de Israel, como su representante delante de Dios. También se recordaba a sí mismo su obligación de interceder delante de Dios por el pueblo.
El Hijo De Selomit (Versículos Del 10 Al 23)
En los versículos del 10 al 23 se relata la historia del hijo de una madre israelita y un padre egipcio. El nombre de su madre era Selomit. El hecho de que existiese una unión entre una israelita y un egipcio era una violación del mandamiento de Dios, quien no quería que Su pueblo se casara con individuos pertenecientes a las naciones paganas que le rodeaban (ver Deuteronomio 7:1-4).
A partir del versículo 10 vemos que estalla una riña en el campamento entre el hijo de Selomit y un israelita. En el transcurso de la pelea, el hijo de Selomit blasfemó el nombre de Dios con una maldición. Como consecuencia de ello lo pusieron en la cárcel hasta que se determinó cuál era la voluntad del Señor (versículo 12).
En los versículos del 13 al 16 el Señor le habló a Moisés y le dijo lo que debía hacer. Debía sacar al blasfemo fuera del campamento, y todos los que le habían escuchado blasfemar el nombre de Dios debían poner sus manos en su cabeza, y luego toda la congregación debía apedrearlo hasta que muriera. R. K. Harrison dice lo siguiente sobre el castigo del hijo de Selomit:
“A la postre la sentencia que se dio a conocer fue la de muerte por apedreamiento fuera del campamento, para que la pureza ritual del tabernáculo y de la congregación no se violara. Los que habían escuchado la blasfemia tuvieron que efectuar un gesto simbólico que expresara su participación en el delito, tras lo cual el hombre fue ejecutado. El método exacto no se menciona, pero tal vez el ofensor fue obligado a acostarse, tras lo cual su cabeza fue aplastada con grandes piedras, y el resto de su cuerpo fue cubierto con piedras más pequeñas hasta formar un montículo de piedras. Este procedimiento impedía que las personas se contaminaran accidentalmente, y mientras la congregación permaneciera en el área, el montículo serviría de recordatorio del delito que se había cometido”.
Harrison, R.K. “Leviticus”. Tyndale Old Testament Commentaries: ed. D.J. Wiseman, Inter-Varsity Press, Downers Grove, 1980, págs. 221-222.
Moisés debía recordarles a los israelitas que cualquiera que maldijera el nombre del Señor sería responsabilizado por sus acciones y castigado con la muerte. No importaba si la persona que maldecía el nombre de Dios era un israelita o un extranjero que vivía en medio de ellos. Toda la comunidad debía apedrear al individuo hasta que muriera.
Es importante percatarse en los versículos del 17 al 22 de que el quitarle la vida a una persona o a algún animal no era algo que los israelitas debían tomar a la ligera. Aunque Dios exigía que el blasfemo fuese apedreado, si un israelita mataba a otro ser humano por cualquier motivo, también debía morir. Si alguien mataba a un animal debía restituírselo a su dueño con otro animal propio. Si alguien le causaba a su prójimo una lesión debía pagarle por las lesiones causadas. La regla general era “rotura por rotura, ojo por ojo, diente por diente; según la lesión que haya hecho a otro, tal se hará a él”. (versículos del 17 al 20).
Dios aclara con este mandamiento que, aunque ciertamente existían situaciones en las que se le quitaba la vida a una persona, por lo general, esto no era algo que debía hacerse. Se le imponía el castigo más estricto a cualquiera que le quitara la vida a otro ser humano. Sin embargo, en el caso del blasfemo de este capítulo, Dios había exigido que se apedreara fuera del campamento. Había deshonrado el nombre de Dios, y debía ser ejecutado por su delito.
En este ejemplo vemos otra de las responsabilidades de los sacerdotes. Debían proteger el nombre del Señor y mantenerlo santo en su comunidad. Ciertamente hay muchas cosas en nuestra sociedad hoy en día que deshonran el nombre del Señor. Con demasiada frecuencia somos testigos de una desobediencia expresa al Señor y a Sus mandamientos, y de un empleo incorrecto del nombre del Señor. En el Antiguo Testamento Dios exigía que ese tipo de mal fuera erradicado.
Para Meditar:
* ¿Qué aprendemos en este capítulo sobre nuestra obligación de ser una luz para los que nos rodean, guiándoles hacia Dios? ¿Han sido nuestro testimonio y estilo de vida una luz para otros?
* La obligación del siervo de Dios era orar por aquellos que Dios había puesto bajo su cuidado. ¿Cuán importante es que seamos fieles al orar por aquellas personas que Dios ha puesto en nuestro camino? ¿Hemos sido fieles en la oración?
* ¿Cómo se blasfema el nombre del Señor en nuestra comunidad hoy en día? ¿Qué ha hecho la iglesia para poner en alto el nombre del Señor en nuestra comunidad?
Para Orar:
* Pidamos al Señor que nos ayude a ser una luz constante para aquellos que nos rodean, que les conduzca a ver a Cristo y su obra a favor de ellos. Pidamos a Dios que nos muestre cómo brillar mejor para Él.
* Agradezcamos al Señor por escuchar nuestras oraciones. Oremos a Dios que aumente nuestro deseo de orar por las personas que Él ha puesto en nuestro camino.
* Pidamos al Señor que nos perdone por las veces que hemos deshonrado Su nombre con las cosas que hemos hecho. Pidamos al Señor que abra nuestros ojos para saber qué debemos hacerse para que Su nombre no se siga blasfemando en nuestra sociedad.
25 – EL AÑO DE REPOSO Y EL AÑO DEL JUBILEO
Leer Levítico 25:1-55
La ley del día de reposo exigía que el séptimo día se apartara como día de descanso y de reflexión espiritual. El día de reposo no se hacía ningún trabajo. En Levítico 23 descubrimos que el séptimo mes del año era también un mes santo con tres celebraciones religiosas importantes. Los requisitos establecidos para el séptimo día y el séptimo mes también eran válidos para el séptimo año. Este año se conocía como el año de reposo.
El Año De Reposo (Versículos Del 2 Al 7; Y Del 18 Al 22)
En el versículo 2 el Señor le dijo a Moisés que cuando entraran en la tierra que Él les daba debían observar un año de reposo. Podían sembrar sus campos, podar sus viñas y recoger sus frutos durante seis años, pero al séptimo año la tierra debía descansar. Ese año la tierra pertenecería a Dios y debían renunciar a sus derechos en ella. Lo que la tierra produjese por sí sola debía ser para cualquiera que viviese entre ellos (versículos del 6 al 7).
Es natural que esto hubiese preocupado a los israelitas. ¿Qué comerían si no podían sembrar sus cultivos durante el año de reposo? Dios aborda esa preocupación en los versículos del 18 al 22. Le dice a Su pueblo que, si obedecía Sus leyes con respecto al año de reposo, viviría con seguridad en la tierra. Dios los protegería y los sustentaría. Al sexto año les bendeciría grandemente para que tuviesen lo suficiente para tres años (el sexto año, el séptimo año e incluso hasta la cosecha del octavo año). Si obedecían Sus mandamientos, no tendrían escasez. En la ley del año de reposo existen varios principios que necesitamos analizar.
En primer lugar, Dios deseaba que Su pueblo le recordase como su proveedor. Podemos solamente imaginar lo que hubiera ocurrido con el pueblo de Dios durante ese séptimo año sin poder trabajar la tierra. Ese año se veían obligados a confiar en que el Señor cubriría todas sus necesidades. El año de reposo era un poderoso recordatorio de cómo Dios cuidaba de ellos.
El segundo principio que el pueblo de Dios tenía que aprender durante ese año era el principio de la propiedad. Cada siete años la tierra era entregada a Dios, y sus propietarios debían renunciar a sus derechos a ella. Esto significaba que todos podían ir a la tierra y comer de lo que ella produjese. Cuán fácil hubiera sido para el pueblo de Dios reclamar la tierra como suya. Pero el verse obligado a renunciar a sus derechos ante el Señor cada siete años, le hacía recordar al pueblo que nada era realmente suyo. Los israelitas no eran sino administradores de lo que Dios les había provisto.
Un tercer principio que aprendían en ese séptimo año era el de la generosidad. El que tuviese necesidad podía comer libremente del producto de la tierra durante el año de reposo. No podían sacar a esas personas de la tierra ni impedirles que tomasen lo que quisiesen, pues la tierra ya no era de ellos. Esto le recordaba al pueblo de Dios su obligación para con los pobres y necesitados.
Por último, la ley del año de reposo le enseñaba al pueblo de Dios respeto por la tierra. Al darle un año de reposo a la tierra le estaban permitiendo recuperarse nuevamente. Esto les mostraba a los israelitas que necesitaban cuidar de la tierra que Dios les había dado. No debían explotarla hasta que dejase de ser fructífera. Dios les exigía que dejasen descansar la tierra para que pudiese ser restaurada y continuase produciendo buenas cosechas. El año de reposo garantizaba que la tierra se mantuviese saludable, y le enseñaba al pueblo de Dios a respetar el medioambiente que les rodeaba.
El Año Del Jubileo (Versículos Del 8 Al 55)
En el versículo 8 Dios le ordena a Su pueblo que contase siete veces siete años de reposo. Ese año se llamaría el año del jubileo. Como mismo ocurría con el año de reposo, la tierra debía descansar; pero el año del jubileo era especial, pues se proclamaba libertad para todos los moradores de Israel, y las propiedades debían ser devueltas a sus dueños originales (versículos 10 y 11).
En Israel, como en cualquier otra cultura, la tierra se compraba y se vendía por diversas razones. Sin embargo, una diferencia propia de Israel era que, durante el año del jubileo, la tierra tenía que devolverse a su dueño original. Esto significaba que una persona podía comprar un terreno y poseerlo por un máximo de 49 años. Cuando se vendía un terreno, el precio de la venta se basaba en la cantidad de años que faltaban para el año del jubileo, pues en ese año tendría que ser devuelto. Mientras más años el comprador tuviese para cosechar frutos en esa tierra, más costosa sería ésta (versículo 15).
En Israel la tierra nunca se podía vender de forma permanente. La razón que encontramos para esto en el versículo 23 era que todo le pertenecía a Dios. Vemos que Dios le dice a Su pueblo en ese versículo que ellos eran solo huéspedes de paso en Su propiedad.
Aunque todas las propiedades debían devolverse a sus dueños humanos originales durante el año del jubileo, Dios también había tomado medidas para que la tierra se restaurase a su dueño antes de ese momento. Dios había previsto que la tierra se pudiese redimir (versículo 24). En los versículos del 25 al 28 tenemos un ejemplo de ello. Aquí vemos el caso de un hombre que se había empobrecido y se había visto obligado a vender parte de su propiedad para sustentar a su familia. El valor de la tierra se determinaba según el número de años que faltaran para el año del jubileo. Si ese hombre pobre podía ganar algún dinero y reunir los fondos suficientes, podía volver a comprar su tierra antes del año del jubileo y usarla para sembrar sus cultivos. Pero si este hombre no podía hallar a ningún pariente que redimiese su tierra, o si él no lograba pagarla por sí mismo, tendría que esperar a que llegara el año del jubileo para que su propiedad le fuera devuelta (versículo 28).
Las propiedades que se hallaban en ciudades amuralladas recibían un trato diferente a las propiedades que se hallaban en zonas campestres. Si un hombre tenía que vender una casa en una ciudad amurallada, contaba con un año para poder redimirla (versículo 29). Si al cabo de un año no había podido redimir su casa, el comprador y sus descendientes serían sus propietarios para siempre. En estos casos, dichas casas no tenían que ser devueltas en el año del jubileo. Pero esta ley era solo para las ciudades amuralladas. En las aldeas que estaban en zonas campestres, ni las casas ni la tierra podían comprarse permanentemente (versículo 31).
Otra excepción de esta regla eran las tierras que pertenecían a los levitas. Ellos podían vender sus casas en las ciudades de los levitas donde vivían, y sus propiedades podían ser redimidas. Éstas siempre serían devueltas en el año del jubileo. Sin embargo, las tierras de pasto (LBLA) de sus ciudades no podían ser vendidas, porque eran perpetua posesión de ellos (versículo 34).
Otra característica del año de jubileo era que durante el mismo se liberaba a todos los esclavos. Aunque en Israel existía la esclavitud, había leyes estrictas que regulaban el tratamiento dado a los esclavos.
En el versículo 35 Dios le ordenaba a Su pueblo que cuidase de los pobres que moraban en Israel. Debían prestarles dinero sin exigirles intereses. Tampoco se le podía vender comida a una persona pobre para obtener ganancias. En cambio, debían recordar que ellos habían sido maltratados cuando eran esclavos en la tierra de Egipto. Al cuidarse unos a otros de esta manera, el número de personas que se veían reducidas a la esclavitud era limitado.
Cuando un israelita que se hubiera empobrecido se vendía a sí mismo porque no podía pagar sus deudas, sus amos no podían aprovecharse de su situación. No podían tratarlo “con dureza”. Debían tratarlo como a un jornalero hasta que llegase el año del jubileo. Al llegar ese año debían liberarlo a él y a su familia para que volviesen a su propiedad (versículos del 39 al 42). Nadie podía tener a un israelita como esclavo. Los esclavos debían tomarse de las naciones que rodeaban a Israel. Esos esclavos extranjeros podían convertirse en propiedad de los israelitas, y hasta podían dejarse en herencia a sus descendientes. Los extranjeros podían ser esclavos de por vida, pero ningún israelita podía ser esclavo (versículos del 45 al 46).
Si un extranjero se enriquecía y algún israelita se veía obligado a venderse a ese extranjero, podía ser redimido después por alguno de sus parientes. Podía también adquirir su propia libertad de su amo extranjero. Durante el año del jubileo, sin embargo, era liberado (versículo 54). Los gobernantes de Israel debían cerciorarse de que un siervo israelita nunca fuese maltratado por su amo extranjero (versículo 53). Ningún israelita podía pertenecer por siempre a otra persona, pues eran siervos de Dios. El año del jubileo liberaba a los esclavos de sus amos y les restituía lo que les pertenecía.
El año del jubileo protegía a los israelitas de tener que ser siervos perpetuos de alguien. También protegía la tierra que pertenecía a sus familias y les brindaba a todos los israelitas la oportunidad de liberarse de su esclavitud, pues les concedía la libertad y les restituía sus tierras. La intención de Dios era que Su pueblo pudiese liberarse de su opresión. Vivimos en un mundo pecaminoso. Este mundo es a veces agobiante y difícil. En ocasiones los israelitas se veían obligados a venderse o a vender sus tierras para poder satisfacer sus necesidades. Dios veía esto y se compadecía de ellos. El año del jubileo era un año de liberación de la esclavitud. Aunque el pecado a menudo acarreaba consecuencias, Dios brindaba una manera de que fuesen libres. Ese sigue siendo Su deseo para nosotros hoy en día. No es el propósito de Dios que permanezcamos bajo la carga y el yugo del pecado y de sus consecuencias. Él proclama un año de jubileo y de libertad para todos Sus hijos.
Para Meditar:
* Es muy fácil pensar que todo depende de nosotros. Pero, ¿quién es el verdadero proveedor de todas las cosas? ¿Acaso alguna vez hemos perdido esa noción?
* Pensemos por un momento en todo lo que Dios nos ha dado. ¿Son nuestras realmente esas cosas? ¿Qué derecho tiene Dios sobre ellas? ¿Nos hemos rendido a Él y a Sus derechos?
* Israel era llamado a abandonar todo trabajo en el campo y a confiar en Dios cada siete años. ¿Qué lecciones tenía que aprender Israel durante ese año? ¿Podremos confiar en que Dios satisfará nuestras necesidades de esa misma manera?
* ¿Qué nos enseña el año del jubileo sobre lo que Dios quiere para nosotros hoy en día? ¿Desea Dios que seamos liberados de la opresión del pecado y del mundo?
Para Orar:
* Dediquemos tiempo para agradecerle a Dios por la forma en la que ha provisto para nosotros. Pidámosle que nos ayude a estar agradecidos siempre por Su provisión en nuestras vidas.
* Roguemos al Señor que nos ayude a estar dispuestos a renunciar a todo lo que Él nos ha dado. Pidámosle a Dios que nos perdone por pensar que lo que Él nos ha dado realmente nos pertenece.
* Demos gracias a Dios por Su deseo de liberarnos de la esclavitud del pecado y de sus efectos en nuestras vidas. Pidámosle que restaure lo que el enemigo nos ha quitado a nosotros y a nuestra iglesia.
* Pidamos al Señor que aumente nuestra fe y confianza en Él.
26 – BENDICIONES Y MALDICIONES
Leer Levítico 26:1-46
El libro de Levítico es un libro de leyes. Pero es mucho más que eso también. Cuando el pueblo obedecía las leyes registradas en este libro, las bendiciones de Dios se derramaban sobre la tierra, pero cuando desobedecía, Sus maldiciones se hacían presentes. Si el pueblo de Dios deseaba que su tierra fuera saludable, necesitaba tomarse en serio las palabras de Dios.
Bendiciones De La Obediencia (Versículos Del 1 Al 13)
Levítico 26 comienza con tres mandamientos del Señor. En el versículo 1 le recuerda a Su pueblo que no podía hacer ídolos ni imágenes de piedra, ni inclinarse ante ellos. Los israelitas solo debían reconocer al Señor como su Dios. Esto significaba apartarse de otros dioses e ídolos.
Sin embargo, vemos que no era suficiente apartarse de otros dioses. Dios esperaba que Su pueblo anduviera en obediencia al día de reposo y respetara Su santuario. El día de reposo era un tiempo que se dedicaba a recordar a Dios con acción de gracias por Sus bendiciones. Dios quería que Su pueblo fuese agradecido. Deseaba que reconociera todo lo que Dios había hecho por ellos, y lo adorara. ¿Cuántas veces vivimos sin reconocer el rol proveedor y protector de Dios en nuestras vidas? El reposo, ya fuese semanal, mensual o anual, le daba al pueblo de Dios la oportunidad de recordar la bondad y las bendiciones de Su Creador.
El tercer mandamiento de Dios para Su pueblo en el versículo 2 era el de mostrar reverencia por Su santuario. Reverenciar algo significa tenerlo en alta estima y respetarlo. Por ello, cuando Dios le pide a Su pueblo que tuviera reverencia por Su santuario, le estaba pidiendo que viviera de forma tal que el nombre de Dios fuera honrado en medio de Su pueblo. Los israelitas debían llevar sus mejores ofrendas al tabernáculo. Debían observar atentamente todos los mandamientos de Dios en lo tocante a la adoración en el santuario. Al hacerlo, lo estarían honrando.
Dios no deseaba solamente una obediencia estricta de Sus mandamientos. Él deseaba un pueblo cuyo corazón estuviera rebosando gratitud y respeto por Él. Ese era el mejor motivo para obedecer a Dios. Ese era el tipo de obediencia que atraería las bendiciones de Dios sobre su tierra. Observemos cuáles eran los resultados de obedecer los mandamientos de Dios de forma sincera y amorosa.
En los versículos del 3 al 4 Dios le promete a Su pueblo que, si era cuidadoso a la hora de obedecer Sus mandamientos, Él les daría lluvia en su tiempo, haría que la tierra rindiera sus productos y que los árboles del campo dieran su fruto; continuamente cosecharían los productos de su tierra; y vivirían con seguridad, sin temor ni necesidad (versículo 5). Dios tocaría la tierra y les daría ricas bendiciones de la misma, por causa de la obediencia sincera de Su pueblo.
Observemos, además, que al obedecer los mandamientos de Dios, el pueblo podría vivir en paz, sin nada que lo atemorizara. No necesitaría temer a los animales salvajes en su tierra porque Dios los eliminaría. Tampoco tendría que temer a sus enemigos porque los vencería a todos. Dios fortalecería al pueblo de tal manera que cinco de ellos perseguirían a cien de sus enemigos y los derrotarían. Diez mil enemigos caerían delante de tan solo cien soldados israelitas. Dios fortalecería a Su pueblo, y le daría la victoria delante de sus enemigos si caminaba en obediencia a Él.
Dios les prometía a los hijos de Su pueblo que si guardaban sus mandamientos, Él los miraría con favor. Tendrían muchos hijos y se convertirían en una gran nación. Estarían aun comiendo de la cosecha del año anterior mientras segaban los nuevos frutos. De hecho, tendrían que poner fuera lo añejo para guardar la nueva cosecha. Dios les prometía caminar entre ellos y ser su Dios. Caminarían con la cabeza en alto. Dios los bendeciría, los fortalecería y los enriquecería gracias a Su provisión.
Es importante que nos percatemos de la conexión que existía entre la obediencia a los mandamientos de Dios y las bendiciones. La obediencia de Israel causaba que sus cosechas fueran bendecidas. Alejaba a sus enemigos de ellos y hacía que el poder de Dios habitara en medio de ellos. Dios se complacía al caminar entre ellos cuando obedecían Sus mandamientos.
Esto nos hace reflexionar y preguntarnos qué sucedería si escogiésemos vivir en absoluta obediencia a Dios como Su pueblo. Lo que esto nos muestra es que nuestra fuerza no radica en nuestra propia capacidad, sino en el favor de Dios derramado sobre Sus siervos obedientes. La victoria de Israel sobre sus enemigos no dependía del tamaño de su ejército sino de su obediencia a los mandamientos de Dios. Su prosperidad como nación y la abundancia de sus cosechas tenían más que ver con la obediencia que con unas técnicas agrícolas adecuadas. Con demasiada frecuencia ignoramos esta realidad en nuestros días. Tratamos de edificar nuestras iglesias empleando mejores programas o mayores esfuerzos humanos. Pero lo que Dios pide es que obedezcamos Sus mandamientos y que le seamos fieles. No hay nada que destruya más a una iglesia o a una nación que ignorar los propósitos que Dios ha revelado en Su palabra. Si queremos obtener Sus bendiciones debemos también conocer Su palabra y obedecerla.
Maldiciones De La Desobediencia (Versículos Del 14 Al 39)
Los versículos del 14 al 39 le advierten al pueblo de Dios sobre las consecuencias de desobedecer Sus leyes. Si los israelitas desdeñaban Sus decretos y menospreciaban Sus estatutos, la maldición de Dios sería sobre ellos. Él enviaría sobre ellos terror y enfermedades (versículo 16). Plantarían semillas pero sus enemigos comerían los frutos. Sus enemigos se enseñorearían de ellos. Israel tendría tanto temor de sus enemigos que huiría de ellos aun cuando no los estuviesen persiguiendo (versículo 17). Viviría en miedo constante. Estas cosas ocurrirían como advertencia para el pueblo y serían tan solo el comienzo de su maldición si no se arrepentía.
Si el pueblo de Dios no advertía las señales de alerta y si no se volvía a Él, Dios le castigaría “siete veces más” (versículo 18). Los castigaría con la intención de quebrantar “la soberbia de su orgullo” (versículo 19). Para hacerlo, haría que su cielo fuese como hierro y su tierra como bronce. Es decir, el cielo sería tan duro que su lluvia no podría penetrar en la tierra, y no habría cosechas.
Si aun después de estas maldiciones el pueblo se negaba a obedecer, Dios intensificaría una vez más Sus juicios (versículo 21). Esta vez enviaría fieras salvajes contra ellos que les arrebataran a sus hijos y que destruyeran su ganado, para que fuesen reducidos en número y sus caminos quedasen desiertos (versículo 22).
Pero si con esas cosas no fueran corregidos, y el pueblo aún se opusiera al Señor, entonces Dios procedería en contra de ellos (versículos 23-24). Traería sobre ellos la espada por haber quebrantado su pacto con Él. Enviaría pestilencia entre ellos, y serían entregados en manos de sus enemigos. La hambruna sería tan grave que diez mujeres podrían compartir un solo horno para cocer su pan. El pan se racionaría por peso, por ser escaso en extremo. Comerían pero no se saciarían. No habría suficiente comida para satisfacer su hambre.
Si estas medidas no hacían que el pueblo se arrepintiera, Dios atacaría sus lugares altos, derribaría sus imágenes. Los cadáveres comenzarían a amontonarse en la tierra. Su situación se tornaría tan grave que tendrían que comer la carne de sus hijos e hijas para sobrevivir. Sus ciudades quedarían desiertas. Dios ya no se deleitaría en sus ofrendas y volvería Su rostro contra ellos. Serían esparcidos entre las naciones. Dios los vería como enemigos y desenvainaría espada en pos de ellos (versículo 33). La tierra gozaría de los días de reposo que ellos se habían negado a darle, porque ya no estarían allí para cultivarla ni cosechar sus frutos. El pueblo de Dios sería llevado cautivo a la tierra de sus enemigos (versículos del 34 al 35).
Los que permanecieran en la tierra tendrían tanto temor que huirían aunque nadie los persiguiera. Se consumirían en la tierra que Dios les había dado, pues las bendiciones de Dios serían quitadas de sus vidas (versículo 39). Sus hermanos y hermanas, capturados por los enemigos, serían devorados en la tierra de su cautividad. Percatémonos una vez más de que este pueblo perecería por haberse apartado de Dios y de Sus caminos. Dios no se deleitaba maldiciendo la tierra. Observemos cómo Él le advierte a Su pueblo una y otra vez, incrementando gradualmente Su castigo. El deseo de Dios era que ellos se arrepintieran y se volvieran a Él. Dios no disfrutaba castigando al pueblo. El propósito de Su disciplina era que el pueblo fuese restaurado.
Confesión (Versículos Del 40 Al 46)
Dios finaliza Su advertencia al pueblo en los versículos del 40 al 46 con un tono esperanzador. Aquí en estos versículos le dice a Su pueblo que si confesaba sus pecados y los pecados de sus padres, entonces Él se acordaría del pacto que había hecho con ellos y los aceptaría nuevamente. Aunque aún tendrían que sufrir las consecuencias de sus pecados, Él no los destruiría completamente. Habría esperanza de restauración para todos aquellos que se arrepintieran y se volvieran al Señor y a Sus caminos.
Lo importante de este capítulo es que veamos que la ley que Dios le había dado a Su pueblo no consistía solamente en un conjunto de reglas que debían ser obedecidas. Esas leyes constituían una fuente de vida para Su pueblo. Si el pueblo de Dios deseaba vivir bajo Sus bendiciones y conocer la plenitud de los propósitos divinos para ellos, la clave radicaba en hacer las cosas a la manera de Dios. Al obedecer a Dios y Sus propósitos estarían accediendo a la prosperidad y a una existencia pacífica en la tierra. Al caminar en una sincera obediencia a Dios y a Sus propósitos, el pueblo obtendría las ricas bendiciones divinas.
He conocido muchas personas en nuestros días que han estado buscando cómo experimentar las bendiciones de Dios en sus vidas. Han intentado con todas sus fuerzas y sabiduría humanas obtener esa bendición, pero no lo han logrado. Una tras otra, todas sus ideas han fracasado, y sus iglesias y su tierra siguen estando bajo la maldición de Dios. Dios no está buscando mejores métodos ni mejores ideas. Él está buscando personas que lo tomen en serio a Él y a Sus ideas. Sus mayores bendiciones recaen en aquellos que caminan en obediencia y fidelidad a Él, sin importar cuán difícil eso sea.
Para Meditar:
* ¿Por qué no puede decirse que el libro de Levítico es solamente un libro de leyes? ¿Qué nos enseña este capítulo acerca de la importancia de este libro para el bienestar general de la sociedad israelita?
* ¿Cuáles eran los resultados de obedecer la ley de Dios en la sociedad en la que vivían los israelitas? ¿Qué cambiaría en nuestra sociedad si las personas caminasen en obediencia a la Palabra de Dios?
* ¿Qué métodos y programas hemos adoptado intentando obtener las bendiciones del Señor para nuestra iglesia? ¿Qué nos enseña Levítico 26 sobre cómo conocer y obtener las bendiciones de Dios?
* Levítico 26 le hace serias advertencias al pueblo de Dios que se había apartado de Él en desobediencia. Dediquemos un momento para pensar en nuestra sociedad. ¿Vemos señales de la disciplina divina en nuestra iglesia y en nuestra sociedad hoy?
Para Orar:
* Agradezcamos al Señor por habernos dado Su palabra. Oremos para que nos perdone por haber pensado que es tan solo un libro de leyes. Agradezcamos porque Su palabra es la clave para tener una relación correcta con Él. Demos gracias a Dios porque Su palabra nos permite acceder a las bendiciones divinas, tanto para nosotros como para nuestra sociedad.
* Pidamos al Señor que nos muestre cualquier área de nuestra vida donde no estemos caminando en obediencia absoluta a Él y a Su Palabra.
* Agradezcamos al Señor porque Él se deleita en nuestro arrepentimiento. Démosle gracias porque Él está más que dispuesto a recibirnos nuevamente cuando nos volvemos a Él.
* Pidamos a Dios que se mueva en nuestra sociedad, atrayendo a Su pueblo hacia Sí mismo y hacia la obediencia a Su palabra.
27 – LAS REGLAS SOBRE LOS VOTOS
Leer Levítico 27:1-34
En los tiempos del Antiguo Testamento un individuo podía hacerle un voto al Señor. Él podía decir, por ejemplo, “Señor, si me ayudas entonces te daré a mi hijo para que te sirva” o, “Si provees para mí en esta situación te daré mi mejor toro”. Tenemos un claro ejemplo de un voto similar en 1 Samuel 1:10-11, donde la madre del profeta Samuel le hizo a Dios la siguiente promesa:
“…ella con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente. E hizo voto, diciendo: Jehová de los ejércitos, si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza”.
En este caso Dios le concedió a Ana su petición, y ella fielmente dedicó su hijo al servicio del Señor. Dios usó poderosamente a Samuel en su época.
Algunos votos se hacían por un período de tiempo específico. Algunos hombres se dedicaban al servicio del Señor en el tabernáculo por espacio de un año. Al cabo del año, hacían un pago al Señor y quedaban liberados de su voto para retornar a su vida normal.
En momentos de crisis, algunas personas hacían votos insensatos, de los cuales se arrepentían cuando pasaba la crisis. Dios esperaba que la persona cumpliera sus votos. Sin embargo, Él había tomado medidas para que la persona fuese liberada y que su carga no fuese tan grande.
Votos De Dedicación De Personas (Versículos Del 1 Al 18)
Cuando alguien hacía un voto dedicándole una persona al Señor y por algún motivo tenía dificultades para cumplir con ese voto, debía pagar una suma de dinero al sacerdote y así quedaba liberado de su obligación. A cada persona se le asignaba un valor según su edad y sexo. Tenemos que tener en cuenta aquí que la cantidad de dinero que se exigía para liberar a una persona de un voto no tenía nada que ver con su valor como ser humano. Tenía más que ver con el tipo de trabajo en el cual se involucraría y con la pérdida que sufriría el tabernáculo y los servicios que en él se ofrecían. Un hombre joven por ejemplo, podía realizar trabajos duros y pesados, mientras que un niño o un anciano no tendrían la misma fuerza. La cantidad exigida para liberar a cada persona de un voto de servicio se detalla a continuación:
Aunque ésta era la regla general para poder liberar a una persona de un voto de servicio al Señor, existía una excepción para aquellos que eran demasiado pobres como para pagar la cantidad especificada. La cantidad que una persona pobre debía pagar debía ser fijada de forma individual por el sacerdote. Esto significaba que no solo los ricos podían liberarse de su voto, sino también los pobres.
Votos De Dedicación De Animales (Versículos Del 9 Al 13)
Los animales también podían ser dedicados a Dios y a Su servicio. Cuando un animal era dedicado al Señor, ese animal se volvía santo (versículo 9). Es decir, pasaba a pertenecer al Señor, y su dueño ya no tenía ningún derecho sobre él. Sin embargo, el dueño podía rescatar al animal. Dicho dueño no podía sustituir al animal dedicado al Señor con otro. El animal dedicado al Señor era llevado ante el sacerdote, quien estimaba su valor (versículo 12). Si el dueño deseaba rescatar a su animal, debía pagar el precio que el sacerdote fijara, y añadir sobre su valuación una quinta parte. Esa era la cantidad final que debía pagarle al sacerdote para rescatar a su animal.
Votos De Dedicación De Casas (Versículos Del 14 Al 15)
A veces una persona dedicaba su casa al Señor. Podía ser que la hubiese dedicado para ser usada para un propósito y un período específico. Si al cumplirse el tiempo del voto el individuo quería usar nuevamente su casa con cualquier propósito común, debía rescatarla. El sacerdote fijaba un precio para la casa. El individuo debía pagar esa cantidad de dinero, añadiéndole además una quinta parte de su valor. Cuando pagaba esa suma total, la casa le pertenecía nuevamente y podía usarla como creyese conveniente.
Es importante observar que cuando dedicamos algo al Señor, renunciamos a nuestro derecho sobre ese bien. Con demasiada frecuencia dedicamos nuestras vidas o nuestras posesiones al Señor, y luego procedemos a usarlas como si fueran nuestras. Estos versículos nos muestran que aquello que ha sido dedicado al Señor le pertenece enteramente a Él para que lo use según crea conveniente. Cuando le entregamos algo a Dios perdemos nuestros derechos sobre ello.
Votos De Dedicación De La Tierra (Versículos Del 16 Al 25)
La tierra era otra de las cosas que se podían dedicar al Señor y a Su servicio. El valor de la tierra se determinaba teniendo en cuenta el número de cultivos que podría producir hasta el año del jubileo, momento en el que debía ser devuelta, por ley, a su dueño original (versículos del 16 al 18). Si una persona quería volver a tener su tierra antes del año del jubileo, tendría que pagar el valor de la propiedad según el número de sus cultivos y añadir una quinta parte a su valor. Tras pagarle esa cantidad total al sacerdote, la tierra volvía a su dueño para su uso privado. El mismo principio se aplicaba a las personas que compraban un terreno a otro individuo y luego lo dedicaban al Señor. Debían pagar por el número de cultivos hasta el año del jubileo y luego añadir una quinta parte a esa cantidad. Pagando esa suma podían recuperar el terreno hasta que fuese devuelto a sus dueños originales.
Votos De Dedicación De Los Primogénitos De Los Animales (Versículos Del 26 Al 27)
Necesitamos recordar que en el Antiguo Testamento existía una ley concerniente a los primogénitos de toda matriz. Éxodo 13:1-2 nos dice:
“Jehová habló a Moisés, diciendo: Conságrame todo primogénito. Cualquiera que abre matriz entre los hijos de Israel, así de los hombres como de los animales, mío es”.
En el versículo 26 el Señor le recuerda a Su pueblo que nadie podía dedicarle el primogénito de un animal limpio al Señor a manera de voto, porque esos animales ya le pertenecían al Señor. Pero si alguien había dedicado el primogénito de un animal inmundo al Señor, podía rescatarlo pagando el precio establecido por el sacerdote y añadiendo una quinta parte a la suma total. Si un animal inmundo no era rescatado por su dueño, podía ser vendido al precio establecido por el sacerdote, y el dinero se empleaba para el servicio en el tabernáculo.
Votos Que No Podían Modificarse (Versículo 28)
El versículo 28 puede ser un poco confuso. Aquí leemos que nada que un hombre poseyera y lo dedicara al Señor podía ser vendido o redimido. Esto parece casi contradecir lo que el resto del capítulo nos dice sobre comprar y redimir personas, animales y tierras que se dedicaban al Señor. La respuesta a este dilema se halla en la palabra “consagrado”. Esta palabra en idioma hebreo implicaba la consagración total de un objeto o persona. Esto nos muestra que existían votos que nunca se podían quebrantar ni modificar. Aquí estamos hablando de un tipo de voto de consagración absoluto, total y de por vida. Cuando una persona hacía ese tipo de voto al Señor, era responsable de cumplirlo y no había oportunidad de liberarse de él.
Malhechores (Versículo 29)
Otra excepción de la ley tenía que ver con los malhechores. Un malhechor que hubiese cometido un delito y fuese merecedor de la pena de muerte no podía ser rescatado. Eso hubiera sido una perversión de la justicia. Todo malhechor merecedor de la pena de muerte debía ser ejecutado sin oportunidad de que se pudiera pagar por su libertad.
Diezmos De Los Cultivos Y Los Animales (Versículos Del 30 Al 33)
La ley de Dios establecía que los israelitas debían darle al Señor la décima parte de todo lo que tenían. Sin embargo, un hombre podía redimir el grano o la fruta que le debía al Señor como diezmo. Si deseaba que ese grano o esa fruta fuesen para él y su familia, podía redimirlos pagándole al sacerdote el valor de la fruta y el grano y añadiéndole una quinta parte al valor final (versículo 31).
Con respecto a los animales del rebaño, el décimo animal que pasaba por debajo del cayado del pastor le pertenecía al Señor. Con respecto a este versículo, Jamieson, Fausset y Brown comentan:
“Esto alude al modo de tomar el diezmo del ganado que se hacía pasar, de uno en uno, por una puerta estrecha, donde una persona con una vara, cuya punta estaba embadurnada de color ocre, se ponía de pie y, contando los animales, marcaba la parte posterior de cada décima bestia, ya fuese macho o hembra, sano o no”.
Jamieson, Robert; Fausset, A.R.; Brown, David, “Leviticus 27:32” Commentary Critical and Explanatory on the Whole Bible: Cedar Rapids, Laridian Electronic Publishing, 1871.
Así era como se elegían los animales que le pertenecían al Señor. Aunque solo algunos pocos escogidos podían ser llevados ante el Señor como ofrenda, el resto también le pertenecía a Él. No se podían hacer sustituciones. Si un hombre se veía en la obligación de sustituir un animal por otro, entonces tanto el primer animal como el sustituto le pertenecerían al Señor. Esto podía pasar, por ejemplo, cuando el animal estaba herido o se le descubría algún defecto. En esos casos el dueño a veces deseaba darle al Señor otro animal en sustitución por el que estaba defectuoso. Pero si lo hacía, no podría después tomar para sí mismo el animal defectuoso. Ese también seguiría perteneciéndole al Señor.
El Señor no quería disuadir a las personas para que no hicieran votos. Sin embargo, Él tomaba en serio todo voto. Veamos lo que dice el autor del libro de Eclesiastés sobre hacer votos al Señor en Eclesiastés 5:5-6:
“Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas. No dejes que tu boca te haga pecar, ni digas delante del ángel, que fue ignorancia. ¿Por qué harás que Dios se enoje a causa de tu voz, y que destruya la obra de tus manos?”
A pesar de que no debemos apresurarnos al hacer votos, debemos cumplir cualquier voto que hagamos al Señor. He estado en iglesias donde se han hecho votos de membresía, y se han quebrantado también sin pensarlo dos veces. He conocido creyentes que han entregado sus vidas al Señor y luego han continuado viviendo como han querido, sin pensar en la promesa hecha. Lo que le entregamos a Dios deja de pertenecernos, y perdemos todo derecho sobre ello.
Este es un poderoso final para el libro de Levítico. Dios llama a un pueblo que se comprometa con Él y con Sus propósitos. ¿Nos comprometeremos nosotros hoy con el Señor? ¿Le entregaremos nuestras vidas, nuestras familias y nuestras posesiones a Él? ¿Seremos fieles a los compromisos hechos con Dios? El Señor nos hará rendir cuentas por lo que le hemos consagrado a Él.
Para Meditar:
* ¿Alguna vez hemos hecho alguna promesa o voto al Señor? ¿Cuál fue ese voto o promesa? ¿Hemos sido fieles a ello?
* ¿Tenemos algún derecho sobre las cosas que le entregamos al Señor? ¿Qué significa entregarle nuestros derechos al Señor?
* ¿Existen aspectos de nuestras vidas que necesitamos entregar al Señor? ¿Cuáles son?
Para Orar:
* Pidamos al Señor que nos perdone por las veces que no hemos cumplido las promesas que le hemos hecho.
* Pidamos al Señor que nos dé gracia para poder renunciar a los derechos de las cosas que le hemos entregado.
* Pidamos al Señor que nos muestre si existen cosas en nuestras vidas que necesitamos consagrarle a Él.