La Obra de Dios en el Desierto de la Vida
F. Wayne Mac Leod
Copyright © 2014 por F. Wayne Mac Leod
Todos los derechos reservados. No puede reproducirse ni transmitirse parte alguna de este libro sin el previo consentimiento por escrito de su autor.
Traducción al español: Dailys Camejo y David Gomero (Traducciones NaKar)
Todas las citas bíblicas, a menos que se indique otra versión, han sido tomadas de la Biblia Reina Valera Revisada (1960) (RVR60).
Especial agradecimiento a Sue St. Amour y Diane Mac Leod, correctores del texto en inglés.
Tabla de Contenido
- Prefacio
- Capítulo 1 – Libertados por Dios
- Capítulo 2 –Guiados por Dios
- Capítulo 3 – Conocidos y Protegidos por Dios
- Capítulo 4 –Probados y Refinados por Dios
- Capítulo 5 – Madurados/Perfeccionados por Dios
Prefacio
Éxodo 13:17-18 contiene algunos detalles importantes sobre la obra de Dios en la vida de Su pueblo. En estos dos versículos, vemos cómo Dios no solo libera a Su pueblo de la esclavitud, sino también cómo conoce sus debilidades y tentaciones, y cómo los guía, refina y madura para que lleguen a ser todo lo que Él quiere que sean.
Lo que vemos en estos dos versículos nos enseña mucho sobre la dedicación de Dios en este proceso de madurar a aquellos a quienes Él liberta de la esclavitud. Este pasaje también revela las diferentes maneras en que Dios obra en nuestras vidas para producir en nosotros esta madurez. Éxodo 13:17-18 nos muestra que nuestra liberación y salvación de la esclavitud del pecado es solo el comienzo de lo que Dios quiere hacer en nuestras vidas.
Confío en que estos dos sencillos versículos de las Escrituras sirvan de aliento y sean un desafío para todo aquel que dedique tiempo para estudiarlos y meditar en ellos. Que éstos nos permitan apreciar de una manera más profunda el deseo de Dios respecto a nuestro crecimiento espiritual e intimidad con Él.
F. Wayne Mac Leod
Capítulo 1 – Libertados por Dios
Y sucedió que cuando Faraón dejó ir al pueblo… (Éx. 13:17, LBLA)
Éxodo 13:17 comienza con una declaración de liberación. Para entender esto, necesitamos ubicar la escena y analizar el contexto. El pueblo de Israel estaba viviendo en Egipto. Ellos se habían asentado allí en los días de José para escapar de los 7 años de hambruna que estaba devastando a su región.
Al principio, el pueblo de Dios experimentó gran bendición bajo el competente liderazgo de José. Ellos se establecieron en la región de Gosén, la tierra de más ricos pastos en esa zona. Debido a que José era el segundo al mando y disfrutaba del favor de Faraón, los israelitas experimentaban prosperidad y paz en Egipto.
Sin embargo, después de la muerte de Faraón las cosas cambiaron. El nuevo rey comenzó a sentirse amenazado al ver la prosperidad y la bendición de Dios sobre los israelitas. Éxodo 1:8-11 describe su actitud hacia el pueblo de Dios:
Entretanto, se levantó sobre Egipto un nuevo rey que no conocía a José; y dijo a su pueblo: He aquí, el pueblo de los hijos de Israel es mayor y más fuerte que nosotros. Ahora, pues, seamos sabios para con él, para que no se multiplique, y acontezca que viniendo guerra, él también se una a nuestros enemigos y pelee contra nosotros, y se vaya de la tierra. Entonces pusieron sobre ellos comisarios de tributos que los molestasen con sus cargas; y edificaron para Faraón las ciudades de almacenaje, Pitón y Ramesés.
Durante el reinado de este nuevo rey, los hijos de Israel fueron sometidos a la esclavitud. Les asignaron capataces que los forzaban a trabajar para Faraón en la construcción de ciudades para almacenar su riqueza.
Sin embargo, la bendición de Dios no se detenía. Éxodo 1:12 nos dice que mientras más oprimían al pueblo de Dios, tanto más se multiplicaban. Esto solo parecía intensificar el temor a que un día estos israelitas se sublevaran. Y cuando los egipcios percibieron esta amenaza, aumentaron la carga sobre el pueblo de Dios:
Y los egipcios hicieron servir a los hijos de Israel con dureza, y amargaron su vida con dura servidumbre, en hacer barro y ladrillo, y en toda labor del campo y en todo su servicio, al cual los obligaban con rigor. (Éx. 1:13-14)
Para más desgracia, Faraón ordenó a las parteras egipcias que mataran a todo niño varón israelita que naciera. Cuando las parteras se negaron a hacerlo, Faraón arreció su orden mandando a que todo niño varón nacido de una israelita fuera lanzado al Rio Nilo y ahogado (Éx. 1:22).
Nosotros solo podemos imaginar las dificultades que enfrentaba el pueblo de Dios en aquellos días bajo esta cruel opresión. Los forzaron a trabajar para Faraón; les quitaron a sus niños varones y los mataron. En Éxodo 2:11 se registra a un egipcio golpeando a un esclavo hebreo. Obviamente, esto era una práctica común cada día. Éxodo 2:23 relata que el pueblo de Israel gemía bajo su pesada y agobiante carga, y clamaba a Dios por liberación:
Aconteció que después de muchos días murió el rey de Egipto, y los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos con motivo de su servidumbre. (Éx. 2:23)
Dios levantó a un hombre llamado Moisés para liberar a Su pueblo de esta terrible explotación. Cuando Moisés se acercó a Faraón para pedirle que dejara en libertad al pueblo de Dios, Faraón se resistió. Su corazón estaba endurecido para con Moisés. Durante los próximos días y semanas Moisés confrontó a Faraón reiteradamente. Dios empoderó a Moisés en esos días para realizar señales increíbles y asombrosas ante Faraón.
Varias plagas golpearían la tierra de Egipto. Éxodo 7-12 nos dice que, a través de Moisés, Dios convirtió el agua del Nilo en sangre (Éx. 7:14-15), trajo una plaga de ranas sobre la tierra (Éx. 8:1-15) y afligió al pueblo con piojos (Éx. 8:16-19) y moscas (Éx. 8:20-32). En Éxodo 9:1-7, Dios hirió su ganado. Él atormentaba a los egipcios con úlceras dolorosas (Éx. 9:8-12), destruyó sus cultivos con granizo (Éx. 9:13-35) y langostas (Éx. 10:1-20). Al no suavizar estas cosas el corazón de Faraón, Dios cubrió a la nación de oscuridad (Éx. 10:21-29) y mató al primogénito de cada hogar egipcio (Éx. 12:29-32). Egipto fue devastado por la mano de Dios y Faraón fue obligado a dejar ir a Su pueblo.
Sin embargo, después que el pueblo de Israel salió de Egipto, Faraón los persiguió hasta el desierto para traerlos de regreso. Allá, en el Mar Rojo, Dios ahogó a Faraón y a su ejército como acto final de Su juicio contra ellos por haberlo resistido (vea Éxodo 14).
Debemos ver el pasaje de Éxodo 13:17 en este contexto. El versículo comienza con la frase: “Y sucedió que cuando Faraón dejó ir al pueblo”. Aunque Faraón dejó salir al pueblo de Israel, éste no era un acto de buena voluntad y generosidad de su parte. Faraón no es el héroe de la historia –él es el villano. Él no es el libertador del pueblo de Dios, él es el enemigo derrotado. Él luchó por mantener a Israel bajo la opresión hasta el final. Una mano más poderosa que la suya obraba a favor del pueblo de Dios.
Dios usó a Moisés para libertar al pueblo, pero está claro que el poder de estas grandes señales no provenía de él. Moisés solo era un instrumento en las manos del Dios Todopoderoso. Al comenzar este estudio de Éxodo 13:17-18, leímos una declaración sobre la liberación que Dios llevó a cabo –“Y sucedió que cuando Faraón dejó ir al pueblo…”. El pueblo de Dios estaba enfrentando una batalla que era más grande que ellos. Estaban siendo oprimidos, golpeados y asesinados por una mano cruel. El poder de la nación de Egipto arremetía contra ellos y no podían hacer nada al respecto. La estrategia que Faraón usó para oprimirlos estaba funcionando, y esto mantuvo a los israelitas desanimados y abrumados. Estos esclavos israelitas confundidos y desalentados en sí mismos no eran rival para el poder de Egipto.
Incluso Moisés pensaba que le era imposible (humanamente hablando) cumplir la tarea a la cual Dios lo había llamado. ¿Quién era Moisés para que pudiera liberar a una nación completa de la servidumbre de la esclavitud? Los israelitas habían estado en Egipto por más de cuatrocientos años. Ellos no conocían nada más que la vida en ese país. Incluso, si Moisés hubiera podido levantarse contra todo el ejército de Egipto, ¿cómo hubiera podido proveer para toda una nación en el desierto? ¿Dónde hubiera encontrado provisiones para el viaje a la tierra que Dios le había prometido a este pueblo? Moisés sabía que la tierra a la cual se dirigían estaba habitada por otras naciones. ¿Cómo iba él a convencer a dichas naciones a entregarle su tierra al pueblo de Dios? La tarea era enorme, y el humilde Moisés pensaba que le sería imposible llevarla a cabo. Él discrepó con Dios en cuanto a este llamado para su vida. Esto era mucho más de lo que él podía manejar. Moisés no libertó al pueblo de la esclavitud, él simplemente fue un instrumento en las manos de Dios. Toda la gloria de esta liberación le pertenecía a Dios. Él venció el poder de Egipto, empoderó a Su siervo Moisés y aplastó al enemigo para que “Faraón dejara ir al pueblo”.
¿Qué nos enseña la frase “Y sucedió que cuando Faraón dejó ir al pueblo”? ¿Qué nos dice sobre la relación que Dios tenía con Su pueblo?
Esta frase nos enseña que solo Dios fue el libertador de Israel. Cuando los israelitas estaban esclavizados por un poder que los superaba, el Señor apareció para rescatarlos; y esto sería recordado hasta el final de la historia de Israel. Cada año el pueblo de Dios celebraba la Pascua, lo cual conmemoraba la maravillosa liberación que Dios había hecho. Ellos mirarían al pasado y recordarían que Dios los libertó de la esclavitud de Egipto.
El tiempo que Israel pasó en Egipto fue muy difícil. Nunca las cosas habían sido tan malas. Nunca habían estado ellos tan indefensos y sin esperanza. Algunas veces Dios nos permite enfrentar estos momentos oscuros para mostrarnos la realidad de quién es Él. Cuando ya no había esperanza, apareció Dios. Cuando miramos la historia de Israel en la tierra de Egipto, recordamos que no importa cuán desalentados nos sintamos, Dios puede libertarnos. No importa cuán grande sea el enemigo, podemos confiar en el Señor nuestro Dios.
La historia de la esclavitud del pueblo de Israel es una ilustración de nuestra propia esclavitud del pecado. La imagen que se nos da en Éxodo 13:17 de la liberación de Dios ilustra lo que el Señor Jesús ha hecho por nosotros como creyentes en la actualidad. Nosotros también nos encontrábamos bajo un amo cruel. El pecado nos había esclavizado y estábamos destinados a una eternidad bajo el juicio de Dios. No había nada que pudiéramos hacer al respecto. No podíamos librarnos de la carga del pecado. Sus impurezas marcaron nuestras vidas. Y fue ahí, cuando estábamos en esta menesterosa condición, que el Señor nos alcanzó para libertarnos. Por el poder de la cruz Él nos liberó de las garras del pecado y de Satanás. Fuimos perdonados y librados de la ira de Dios.
Puede que muchas personas hayan estado involucradas en este rescate. Quizás fuera por medio de la predicación de un pastor o por la palabra de un fiel amigo. Puede ser que fuera a través del ejemplo de un vecino o de un extraño que te ayudó en un momento de necesidad. Dios usa muchas personas para rescatar a Sus hijos de las garras del pecado. Sin embargo, con certeza, estos individuos son sencillamente instrumentos en las manos de Dios. Solo Él es nuestro Libertador.
Israel estaba en deuda con Dios por esta increíble liberación. Si Dios no hubiera venido a rescatarlos, ellos hubieran permanecido bajo la carga de la esclavitud y hubieran sido aniquilados. El curso completo de la historia de Israel cambió el día en que Dios los libertó. Ellos llegarían a ser una gran nación bajo el dominio de Dios, y por medio de ellos vendría un gran Salvador a liberarnos.
No nos atrevamos a dar por sentado la salvación de Dios. Como lo fue para Israel, el día en que Dios nos libertó del pecado fue un día transformador que cambió el curso completo de nuestra historia personal. Nosotros nunca más seremos los mismos después de esa liberación. Esta obra de salvación nos traza un camino completamente nuevo. Es el principio de una maravillosa relación con Dios.
La liberación de Israel de la esclavitud de Egipto no era el fin de la historia, era solo el comienzo. Era el punto de partida de una vida completamente nueva. ¿Acaso pensaría una madre que dar a luz a su bebé significaría el fin de su papel como madre? Ahora que este bebé nació es que comenzó el trabajo de criarlo y alimentarlo. ¿Has experimentado en la actualidad esta maravillosa liberación? Si es así, reconoce que esta es la puerta de entrada a una relación duradera con Dios y el comienzo de Su nueva obra hacia la madurez en tu andar con Él.
La obra de Dios en Éxodo 13:17-18 comenzó con la liberación de Su pueblo de la opresión y la esclavitud de Egipto. A Dios le interesaba mucho más que libertar a Israel. Él tenía mucho más que hacer en sus vidas si ellos querían llegar a ser todo lo que Dios quería que fueran. En el resto de este estudio analizaremos esta obra de Dios.
Para Meditar:
- ¿Cuál era la situación del pueblo de Israel en Éxodo 13:17-18? ¿De qué manera la esclavitud de ellos ilustra nuestra esclavitud del pecado?
- ¿Por qué Israel necesitaba un libertador? ¿Por qué nosotros también lo necesitamos?
- ¿Por qué a veces Dios permite que toquemos fondo antes de libertarnos? ¿Cuánto nos cuesta ver nuestra propia necesidad? ¿Qué nos impide ver nuestra necesidad?
- ¿Bajo qué condiciones el Faraón dejó ir al pueblo de Dios? ¿Qué nos enseña esto acerca de quién fue el verdadero libertador?
- ¿Cómo cambió la vida de los israelitas cuando fueron libertados de la esclavitud de Egipto? ¿Cómo cambió tu vida cuando fuiste perdonado y libertado de la sentencia del pecado?
- ¿En qué sentido la liberación de la esclavitud es solo el comienzo? ¿Qué otras obras Dios necesita hacer en nosotros si queremos llegar a ser todo lo que Él quiere que seamos?
Para Orar:
- Dediquemos un momento para agradecerle al Señor la forma en que nos liberó del pecado. Si tú nunca le has pedido que te perdone y te liberte, hazlo ahora.
- Pidamos a Dios que continúe la obra que Él comenzó en nuestras vidas. Pidámosle que la complete en nosotros para que seamos el hombre o la mujer que Él quiere que lleguemos a ser.
- Pidamos a Dios que nos dé gracia para que nos rindamos de a lleno a Su obra de liberación en nuestras vidas. ¿Existen todavía áreas donde nos mantenemos siendo esclavos del pecado? Pidámosle que nos dé la victoria en esas áreas de nuestras vidas.
Capítulo 2 –Guiados por Dios
… Dios no los guió por el camino de la tierra de los filisteos…. (Éx.13:17, LBLA)
En el capítulo anterior, vimos la obra de Dios libertando a Su pueblo de la servidumbre de Egipto. A medida que continuamos estudiando el pasaje de Éxodo 13:17 vemos otra importante obra de Dios: Él también guía a Su pueblo.
¿Cómo hubiera sido para el pueblo de Dios ser abandonado a su propia suerte después de ser libertados de la esclavitud de Egipto? Ellos habían sido esclavos toda su vida y no conocían nada acerca de técnicas para sobrevivir en las guerras o en el desierto. El Señor los envió al desierto. ¿Dónde encontrarían ellos alimento y provisiones para el viaje? ¿Cuáles eran los obstáculos que tenían por delante? ¿Cómo podía sobrevivir este grupo de esclavos confundidos y abusados sin la dirección y provisión de Dios?
Imaginemos a una madre que da a luz a su hijo y lo deja que se sustente por sí mismo. ¿Acaso no cuestionaríamos el amor y la dedicación de tal madre? El Señor que liberta a Sus hijos no los abandonará. Él los guiará paso a paso hacia el propósito que tiene para sus vidas.
Cuando los israelitas viajaron a través del desierto hacia la Tierra Prometida, la dirección del Señor fue muy evidente. Reflexionando en esto muchos años después, el salmista escribió:
Les guió de día con nube, y toda la noche con resplandor de fuego. (Sal. 78:14)
Guiados por medio de esa nube durante el día y una columna de fuego durante la noche, el pueblo de Dios viajó a salvo hacia la tierra que Él les había prometido. ¡Cuán reconfortante era, a medida que atravesaban los obstáculos que se les presentaban, saber que el Dios que los libertó también los guiaba a cada paso del camino!
Meditando en esta maravillosa dirección del Señor, el salmista clamaba:
Al que guió a su pueblo por el desierto; su gran amor perdura para siempre. (Sal. 136:16, NVI)
El escritor del libro de Éxodo expresó un sentimiento similar cuando dijo:
Por tu gran amor guías al pueblo que has rescatado; por tu fuerza los llevas a tu santa morada. (Éx. 15:13, NVI)
Ambos autores atribuyeron el deseo de Dios de guiar a Su pueblo a Su tierno afecto y amor. Al igual que una madre provee para su bebé recién nacido, así Dios cuida de aquellos que Él liberta. En amor Él dirige sus pasos, los protege de quebrantos y los guía en lo que es correcto para ellos.
Cada creyente disfruta del privilegio de esta misma dirección. En el Salmo 23:3 el rey David dijo:
Confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.
Más adelante en el Salmo 25:9, el salmista decía:
Dirige a los humildes en la justicia, y enseña a los humildes su camino. (LBLA)
Expresando su adoración al Señor, el apóstol Pablo escribió en 2 Corintios 2:14:
Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento.
En Romanos 8:14 el apóstol Pablo decía:
Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.
Incluso el Señor Jesús, en Su ministerio en la tierra, buscaba de la dirección del Espíritu y dependía de ella.
Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto. (Lc. 4:1)
Veamos lo que Jesús dijo a los que lo acusaban en Juan 5:30:
No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre.
Jesús escogió caminar bajo la dirección del Padre y del Espíritu. Él no hacía nada por Su propia cuenta, sino lo que estuviera siempre en armonía con el propósito del Padre.
En nuestros días, a menudo damos por sentado esta dirección de Dios. Podemos ver cómo este grupo de esclavos israelitas necesitaban que el Señor los guiara a través del desierto, pero no siempre vemos nuestra propia necesidad de esta misma dirección. Pensamos que nuestra educación y experiencia son suficientes. Pudiera ser que actualmente la razón de nuestra debilidad y falta de poder como iglesia sea porque no hemos sido capaces de entender no solo el privilegio de la dirección divina, sino porque tampoco hemos podido entender la necesidad de la misma.
Podemos levantar grandes ministerios con ideas y programas humanos. Podemos avanzar en nuestro camino a través de la vida haciendo uso de la sabiduría humana. Los no creyentes pueden administrar con éxito negocios rentables y vivir vidas ricas y prósperas. Y esto nos ha llevado a creer que la sabiduría y la fortaleza humanas son suficientes.
La sabiduría y la experiencia humanas pueden ser suficientes para progresar en la vida. Incluso podemos edificar un gran ministerio mediante la sabiduría humana y técnicas terrenales, pero se requiere de la dirección del Espíritu de Dios para edificar Su reino. Los caminos de Dios no son nuestros caminos. Tengamos en cuenta el ministerio del Señor Jesús desde la perspectiva humana. Él vivió una vida corta; ministró de una manera sacrificial; no tuvo casa ni posesiones propias; tuvo muchos seguidores, pero la gente estaba más interesada en aprovecharse de Él que en obedecer lo que decía. Cuando lo llevaban a crucificarlo, el pueblo que lo seguía pedía a gritos Su muerte; cuando murió, solo algunos pocos creyentes permanecieron fieles a Él y a Sus enseñanzas. Sin embargo, este era un hombre que no hacía nada sin buscar la dirección del Padre. Aunque desde la perspectiva humana Jesús fracasó, desde la perspectiva del Reino de Dios no hubo un ministerio mayor. La obra que Él llevó a cabo trajo el Reino de Dios a la tierra, y éste ha ido creciendo cada día desde Su muerte y resurrección.
Solo cuando caminemos bajo la dirección y capacitación del Espíritu de Dios, impactaremos a este mundo del modo que Dios desea. Necesitamos esta dirección de Dios si queremos llegar a ser todo lo que Él quiere que seamos. Debemos confiar en Él más que en nuestra propia sabiduría y experiencia. El Dios que libertó a Israel también guía a Sus hijos.
A partir de Éxodo 13:17 descubrimos que Dios decidió no guiar a Israel “por el camino de la tierra de los filisteos”. Ésta habría sido la ruta más corta que los hijos de Israel hubieran podido tomar rumbo a la Tierra Prometida. También hubiera sido la ruta lógica si uno estuviera mirando las cosas desde la perspectiva humana. Sin embargo, éste no era el camino de Dios. Él no tomó para Sus hijos el camino más corto. Él sabía lo que era mejor para ellos. Este largo camino guiaría al pueblo de Israel a través del desierto durante cuarenta años. En todo ese tiempo, ninguna de las personas que salieron de Egipto con más de veinte años (excepto Caleb y Josué) sobrevivió –todos ellos perecieron en el desierto (ver Números 14:28-30). ¿Era éste un viaje exitoso desde la perspectiva humana? Los caminos de Dios son diferentes a nuestros caminos.
Con toda nuestra sabiduría humana, ¿quién hubiera pensado salvar a Jonás por medio de un gran pez (Jon. 1:17)? ¿Quién hubiera escogido liberar a Israel de los egipcios dividiendo las aguas del mar (Éx. 14:21-29)? ¿Quién le hubiera hablado a Balaam por medio de una asna (Nm. 22:28)? Cuando a Naamán se le dijo que se lavara siete veces en el Río Jordán para que sanara de su lepra, él se enojó y al principio se negó a hacerlo. Solo cuando su siervo lo convenció, él cambió de parecer y fue sanado. Él se negó porque en su sabiduría humana no aceptaba la dirección del Señor (ver 2 Reyes 5). Vez tras vez vemos en las Escrituras cómo el Señor guió a Su pueblo usando medios extraños para llevar a cabo Su propósito.
Al igual que los desconcertados esclavos israelitas en los límites del gran desierto, nosotros también necesitamos experimentar esta dirección divina. Muchos de nosotros nos hemos conformado con hacer este viaje por nuestra propia cuenta –haciendo lo mejor que podemos. Sin embargo, ¡cuántas bendiciones y frutos perdemos! ¡Cuán emocionante es conocer la dirección del Señor y caminar en ella! Sus caminos no siempre tienen sentido. A veces Él nos lleva hacia la Tierra Prometida por el camino largo, pero podemos estar seguros que Sus caminos son perfectos.
¿Confiaremos en la dirección de nuestro Redentor? Él, que nos liberó de la esclavitud de Egipto y el pecado, también nos guiará por el camino que sea mejor para nosotros. Él puede llevarnos a través del desierto por sendas que tal vez no entendamos, pero podemos estar seguros que ha escogido esos senderos porque nos ama. Dios, quien nos libertó, quiere lo mejor para nosotros.
Permítanme concluir con las palabras del salmista en el Salmo 37:
Encomienda a Jehová tu camino,
Y confía en él; y él hará.
Exhibirá tu justicia como la luz,
Y tu derecho como el mediodía.
Guarda silencio ante Jehová, y espera en él.
No te alteres con motivo del que prospera en su camino,
Por el hombre que hace maldades.
Deja la ira, y desecha el enojo;
No te excites en manera alguna a hacer lo malo.
Porque los malignos serán destruidos,
Pero los que esperan en Jehová, ellos heredarán la tierra. (Salmo 37:5-9)
Encomendemos hoy nuestros caminos al Señor, confiemos en Su dirección, esperemos en Él. Dios, quien nos libertó, no nos abandonará. Él nos guiará por sendas de justicia. Recibiremos lo que ha prometido a medida que confiemos en Él. No te preocupes por aquellos que parecen prosperar en sus propios planes. Vendrá el día cuando Dios tratará con ellos. Esto es motivo para que confiemos en Dios y en Su dirección.
Para Meditar:
- ¿Por qué Israel necesitaba la dirección de Dios cuando llegó a los límites del desierto?
- ¿Por qué necesitamos la sabiduría de Dios en la actualidad?
- ¿Qué motiva a Dios a guiar a Sus hijos?
- ¿Por qué somos tentados a depender de nuestra educación, experiencia y sabiduría humanas más que de la dirección de Dios?
- ¿Podemos edificar grandes ministerios con la sabiduría humana? ¿Provienen siempre de Dios los ministerios terrenalmente exitosos?
- ¿Es siempre fácil la dirección de Dios? ¿Le encontramos lógica siempre?
- ¿Hemos estado sirviendo al Señor con sabiduría humana o de acuerdo a Su dirección?
Para orar:
- Dediquemos un momento para confesar la necesidad que tenemos de la dirección del Señor en nuestras vidas y ministerios.
- Agradezcamos al Señor por el hecho de que Él no nos liberta y no nos abandona a nuestra suerte. Démosle gracias porque Él desea guiarnos paso a paso.
- Pidamos al Señor que nos enseñe a someternos a Su dirección para nuestras vidas. Pidámosle que nos ayude a ver cuánto necesitamos Su dirección si queremos llegar a ser todo lo que Él quisiera que fuéramos.
- ¿Has estado batallando con la dirección del Señor en tu vida? Pídele que te dé mayor voluntad para aceptar Su propósito. Encomiéndate a Él nuevamente.
Capítulo 3 – Conocidos y Protegidos por Dios
…porque dijo Dios: No sea que el pueblo se arrepienta cuando vea guerra y se vuelva a Egipto. (Éx. 13:17, LBLA)
En el capítulo anterior vimos que el Señor guió a Su pueblo. Existen diferentes tipos de líderes. Por ejemplo, pensemos en un comandante militar despreocupado que guía a sus soldados a una muerte segura. Su objetivo es tomar la fortaleza enemiga, y para lograrlo, está dispuesto a sacrificar a los que están bajo su mando. Para este comandante en particular, estos soldados son simplemente instrumentos para cumplir este objetivo.
¿Cómo Dios guió a Su pueblo? En Éxodo 13:17 vemos que Él no los guió por el camino de los filisteos aunque estaba más cerca; en cambio, los llevó por el camino más largo. La razón de esto se expresa claramente en el versículo 17:
…porque dijo Dios: No sea que el pueblo se arrepienta cuando vea guerra y se vuelva a Egipto.
¿Qué nos dice esta frase acerca de Dios y la manera en que Él sacó a Sus hijos de Egipto? Consideremos algunos detalles implícitos en ella.
Dios conoce nuestras debilidades
El primer aspecto que quiero señalar es que Dios nos guía conociendo plenamente nuestras debilidades. Vivir en este mundo no es fácil. El pecado y la maldad están devastando nuestra tierra y nuestros cuerpos. Satanás y sus tentaciones están a nuestro alrededor. Aunque la fortaleza del Señor siempre está a nuestro alcance, todos nosotros tenemos nuestras batallas y debilidades. Por ejemplo, El rey Salomón tenía 700 esposas y 300 concubinas; y 1 Reyes 11:3 nos dice que estas esposas desviaron su corazón de Dios. Esta era un área de debilidad para Salomón que con el tiempo lo llevaría a debilitarse espiritualmente.
Algunas veces, estas debilidades son resultado de la inmadurez. Por ejemplo, un recién convertido puede que no haya madurado lo suficiente en el Señor como para entender Sus mandamientos. Pablo habla al respecto en 1 Corintios 8 cuando exhorta a los hermanos más firmes a no comer algo que pueda hacer tropezar a los más débiles.
Dios sabe en qué nivel nos encontramos en nuestro andar espiritual. Él conoce nuestras debilidades y nuestras fortalezas. Cuando Dios miraba a esos hijos que había libertado de Egipto, Él veía sus potenciales y sus debilidades. Él sabía con lo que ellos podían lidiar y lo que les sería demasiado gravoso. Dios los conocía mejor de lo que ellos se conocían a sí mismos. Mateo 10:30 nos dice que Dios conoce el número de nuestros cabellos. El Salmo 94:11 nos enseña que el Señor conoce “los pensamientos de los hombres”. El Dios que nos creó del polvo de la tierra conoce nuestra fragilidad y responde a esto con amor y compasión:
Como el padre se compadece de los hijos, Se compadece Jehová de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; Se acuerda de que somos polvo. El hombre, como la hierba son sus días; Florece como la flor del campo, Que pasó el viento por ella, y pereció, Y su lugar no la conocerá más. (Salmo 103:13-16)
Cuando los hijos de Israel escaparon de Egipto estaban débiles y turbados; y conociendo su necesidad, el Señor tomó una decisión. Él determinó no llevarlos por el camino de los filisteos, quienes usando la fuerza defenderían su territorio de los israelitas. Dios sabía que Su pueblo no estaba preparado ni física, ni emocional, ni espiritualmente para enfrentar a los filisteos, por tanto, considerando sus debilidades, decidió guiarlos por otra ruta. La decisión de Dios estaba basada en el pleno conocimiento que tenía de las debilidades y capacidades de Su pueblo.
El Señor conocía plenamente al pueblo que estaba guiando. Él escogió el camino que era mejor para ellos. Esto no quiere decir que el trayecto sería fácil. Habría muchas dificultades en el camino hacia la Tierra Prometida, pero ya Dios había tenido en cuenta cuidadosamente todos esos obstáculos, y Él sabía lo que Sus hijos podían resistir. Veamos lo que el apóstol Pablo le dijo a los corintios:
No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar. (1 Co. 10:13)
Dios no iba a dejar que Israel fuera tentado más allá de lo que podía resistir. Él guió a Israel lejos de los filisteos sabiendo que a los israelitas este camino les sería mucho más fácil de soportar. Es hermoso saber que el Dios que nos guía solo nos conducirá hacia lo que Él sabe que nosotros, en Su fortaleza, podemos manejar. Esto nos da gran confianza a medida que seguimos Su dirección.
Dios conoce nuestras tentaciones
Muy relacionado a esta verdad de que Dios conoce nuestras debilidades se encuentra la idea de que Dios también conoce nuestras tentaciones. Nuestras debilidades tienen que ver con nuestra incapacidad de llevar a cabo aquello que Dios desea. Por otro lado, nuestras tentaciones tienen que ver con nuestro corazón y nuestros deseos. Observemos lo que nos dice Éxodo 13:17:
…porque dijo Dios: No sea que el pueblo se arrepienta cuando vea guerra y se vuelva a Egipto.
Dios sabía que Su pueblo sería tentado a regresar a Egipto. Egipto aún estaba en su sangre; su manera de vivir aún era la de los israelitas. Aún cuando Egipto era tan tirano, Dios sabía que parte de Su pueblo anhelaba regresar a esa tierra de esclavitud.
Meditemos en esto por un momento. Dios estaba guiando a un pueblo que, al más mínimo indicio de dificultad, le daría la espalda. La historia del pueblo de Dios en el desierto nos muestra cómo ellos murmuraron contra Moisés y contra Dios. Veamos lo que sucedió en la región de Tabera cuando el pueblo “se quejó de sus penalidades que estaba sufriendo” (Nm. 11:1, NVI):
Al populacho que iba con ellos le vino un apetito voraz. Y también los israelitas volvieron a llorar, y dijeron: «¡Quién nos diera carne! ¡Cómo echamos de menos el pescado que comíamos gratis en Egipto! ¡También comíamos pepinos y melones, y puerros, cebollas y ajos! Pero ahora, tenemos reseca la garganta; ¡y no vemos nada que no sea este maná!» (Nm. 11:4-6, NVI)
En el desierto, Israel miraba con anhelo a Egipto y a la comida que ellos disfrutan en esa tierra que los oprimía.
Esta no es la única vez que vemos a Israel siendo tentado por sus recuerdos de Egipto. En Éxodo 17 leemos sobre una ocasión en el desierto en que no había agua para tomar:
Toda la congregación de los hijos de Israel partió del desierto de Sin por sus jornadas, conforme al mandamiento de Jehová, y acamparon en Refidim; y no había agua para que el pueblo bebiese. Y altercó el pueblo con Moisés, y dijeron: Danos agua para que bebamos. Y Moisés les dijo: ¿Por qué altercáis conmigo? ¿Por qué tentáis a Jehová? Así que el pueblo tuvo allí sed, y murmuró contra Moisés, y dijo: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados? (Éx. 17:1-3)
¿Somos nosotros diferentes en la actualidad? ¿Quién de nosotros no ha batallado con las tentaciones de la carne y el pecado de los cuáles ya hemos sido liberados? Si somos honestos con nosotros mismos, no hay nadie que no sienta, en la carne, el anhelo por el pecado y lo que está relacionado con él. Hasta que la carne no sea completamente crucificada en nosotros, tendremos que lidiar con sus tentaciones y concupiscencias.
Éxodo 13:17 habla de un Dios que sabía que el pueblo que esta guiando estaba tentado a abandonarlo a Él y a Sus caminos. Él conocía sus corazones, y cómo aún existía en ellos el anhelo por Egipto. El corazón de Israel era un corazón errante. Dios comparó a esta nación con una esposa infiel. Su deseo por el pecado no le era oculto a Dios. Él conocía sus pensamientos y deseos pecaminosos; conocía sus ganas de Egipto. Dios había escuchado sus quejas y murmuraciones. Pero a pesar de todo eso, aún escogió guiarlos. De hecho, si Dios no los hubiera guiado, probablemente ellos hubieran regresado a Egipto. La dirección de Dios en la vida de Israel los protegió de sus tentaciones. A veces parecía que Dios era severo, pero era necesario para mantener al pueblo en el camino correcto. ¡Qué hermoso es saber que Dios no abandonó a Su pueblo! Sus corazones no estaban completamente consagrados a Él, pero Él ciertamente se dedicó a guardarlos y protegerlos.
Dios guió a Su pueblo con pleno conocimiento de la condición de su corazón. Él conocía la concupiscencia de sus corazones. Yo estoy muy agradecido porque Dios no me abandona. Él continúa guiándome incluso cuando ve mi corazón. Dios me sobrelleva pacientemente a medida que lucho con esas tentaciones; y me guía por el camino que me salvará de sus efectos dañinos.
Dios conoce nuestras necesidades
Hay una última cosa que quiero decir sobre este pasaje de Éxodo 13:17. Dios no solo conoce nuestras debilidades y tentaciones, sino también lo que necesitamos para vencerlas.
Liberar a Israel de la esclavitud de Egipto era solo el comienzo. Ellos ahora necesitaban organizarse como nación y llegar a entender los mandamientos del Señor su Dios. Necesitaban aprender a caminar en Sus caminos y amarlo con todo su corazón. Esto sería un largo proceso. Dios llevó a Israel a través del desierto usando el camino más largo por una razón. Ellos necesitaban tiempo para madurar en su fe y para conocer a su Libertador. En el transcurso de los próximos meses y años, Israel vería la dirección y provisión de Dios. Él los conduciría paso a paso por medio de una nube y una columna de fuego. Este pueblo experimentaría el poder de la mano de Dios cuando los librara del ejército de Egipto en el Mar Rojo. Ellos verían a Dios proveer comida del cielo en forma de maná para sostenerles día tras día. Lo verían proveerles agua de una roca para saciar su sed. ¡Qué escuela bíblica o seminario podía haberles dado semejante enseñanza! A través de todas estas experiencias Dios estaba moldeando las mentes del pueblo de Israel y revelándose a Sí mismo a sus vidas.
Las lecciones que Dios le estaba enseñando a Israel en aquellos días a menudo eran difíciles. En ocasiones Dios puso a Su pueblo contra la pared. Ellos enfrentaron al enemigo cara a cara. Sintieron miedo cuando vieron los carruajes de Egipto que se les acercaban por el Mar Rojo. Se preocuparon cuando se preguntaban de dónde saldría su próxima comida, o dónde encontrarían suficiente agua en el desierto. Vez tras vez Dios les proveyó.
Dios guió a Su pueblo conociendo lo que ellos necesitaban y sabía cómo enseñarles las lecciones que ellos necesitaban aprender. Él tenía un propósito con todo lo que hacía en aquellos días. Cuando Dios decidió no guiar a Israel por el camino de los filisteos, Él estaba escogiendo guiarlos por un camino que los instruiría y les enseñaría todo lo que ellos necesitaban aprender para llegar a ser el pueblo que Dios quería que fueran.
Cuando Dios llevó a aquel gran pez para que se tragara a Jonás, Él sabía exactamente lo que estaba haciendo y cómo alcanzar el corazón de Jonás. En la barriga del gran pez, el profeta se arrepintió de su pecado y se comprometió a caminar en una relación más profunda con su Dios. Cuando el Señor permitió que José fuera vendido como esclavo en Egipto, Él sabía que llegaría el día en que la presencia de este hombre allí sería necesaria para salvar a su pueblo de una gran hambruna que devastaría la tierra.
Dios no solo nos guía. Él usa todas las cosas que enfrentamos con el fin de enseñarnos y convertirnos en el pueblo que necesitamos ser. Dios conoce nuestras debilidades y tentaciones, y sabe cómo guiarnos para que podamos aprender a vencerlas. Dios nos guía a situaciones que nos enseñan y nos fortalecen. Él está interesado en nuestro crecimiento y bienestar espiritual. Cuando Dios desvió a Su pueblo del camino de los filisteos hacia el corazón del desierto, tenía un propósito. A cada paso del camino ellos conocieron más acerca de su Dios y de Su propósito para sus vidas.
Lo que Dios hizo por Israel, también lo hace por nosotros. Él nos guía con el pleno conocimiento de quiénes somos, y de nuestras debilidades y tentaciones. Él nos conduce personalmente sabiendo lo que necesitamos con el fin de que maduremos en Él y de que lleguemos a ser productivos para el beneficio de Su reino. La pregunta que necesitamos hacernos aquí es esta: “¿Confiaremos en lo que Dios está haciendo? ¿Aceptaremos los desvíos que Él presenta en nuestro camino? ¿Caminaremos en obediencia a Él con el fin de que podamos llegar a ser los hijos e hijas que Él quiere que seamos?”. Dios, quien nos conoce plenamente, nos guiará por el camino que sea mejor para nosotros.
Para Meditar:
- ¿Cuáles son tus debilidades? ¿Has estado permitiendo que Dios te guíe a la victoria a través de esas debilidades?
- ¿Has entregado tu debilidad al Señor y has buscado Su dirección en cuanto a ellas? ¿Cómo el Señor te ha estado dando la victoria?
- ¿Cómo respondió el Señor en Éxodo 13:17 a la debilidad de Israel?
- Dios conoce nuestras tentaciones y no nos abandona. ¿Qué nos enseña eso sobre el amor y la compasión de Dios?
- ¿De qué manera Dios te ha estado guiando? ¿Qué lecciones te ha estado enseñando mientras te guía?
Para Orar:
- Agradezcamos al Señor porque Él conoce nuestras debilidades y nos guiará sabiendo con lo que podemos lidiar.
- Agradezcamos al Señor que Él no nos deja derrotados por nuestras debilidades y tentaciones, sino que nos guía por caminos que nos enseñarán a vencerlas.
- Entreguemos hoy nuestras debilidades y tentaciones al Señor. Pidámosle que nos guíe a la victoria. Pidámosle que nos enseñe cómo ser un vencedor. Oremos que nos dé gracia para seguir Su dirección y para aprender lo que Él tiene que enseñarnos.
CAPÍTULO 4 –Probados y Refinados por Dios
Dios, pues, hizo que el pueblo diera un rodeo por el camino del desierto, hacia el mar Rojo. (Éx. 13:18, LBLA)
En Éxodo 13:17 vimos que Dios guió a Israel conociendo plenamente sus debilidades, tentaciones y necesidades. Ahora, en Éxodo 13:18 Él “hizo que el pueblo diera un rodeo por el camino del desierto, hacia el mar Rojo”.
Esta última afirmación es significativa. Dios tenía un motivo particular para guiar a Su pueblo por este camino. Analicemos esto por un momento.
La naturaleza del Desierto
Observemos que el versículo 18 nos dice que Dios guió al pueblo por el camino del desierto –un lugar árido sin cultivos y sin agua. El pueblo de Dios, en su travesía por el desierto, no podía vivir de la tierra porque la tierra no tenía nada que ofrecerles. No podían pedirles nada a los habitantes de la zona porque pocas personas vivían allí, y todos con quienes se encontraban a menudo eran hostiles hacia ellos. Cuando se aventuraron hacia este árido desierto, en quien único podían confiar era en Dios. Y esto era exactamente lo que el Señor quería. Si el pueblo de Israel quería llegar a ser todo lo que Dios deseaba, lo primero que necesitaban aprender era cómo confiar en Él para las cosas más elementales de la vida.
Una cosa es predicar teología y verdades bíblicas y otra totalmente diferente es vivirlas. Hay muchos cristianos en la actualidad que conocen la verdad de Dios, pero realmente nunca han aprendido a confiar en Él y en Su dirección para los asuntos de cada día. El pueblo de Israel había escuchado historias de las grandes cosas que Dios había hecho por sus antecesores, pero necesitaban experimentar esta realidad en sus propias vidas. Dios los llevó al desierto para enseñarles a depender de Él y de Su dirección.
El desierto no solo es un lugar carente de las cosas necesarias para la vida, sino también un lugar sin distracciones. Uno de los mayores obstáculos para el crecimiento espiritual es la distracción de este mundo. Simplemente parece que no tenemos tiempo para el Señor; y cuando lo tenemos, nuestras mentes están abarrotadas de otras cosas por lo que no podemos darle a Dios la atención que Él merece. ¿Cómo pretendemos crecer en nuestro andar con Cristo cuando estamos tan distraídos? Dios guió a Israel al desierto. En ese lugar el pueblo estaría a solas con Su Libertador y Dios tendría su atención. Si ellos querían sobrevivir necesitaban buscar en Él provisión; si querían atravesar el desierto necesitaban Su dirección; si querían vencer a sus enemigos, necesitaban confiar en Él para obtener victoria y fortaleza.
Es difícil estar en el desierto. Éste es un lugar donde Dios nos despoja de nuestra capacidad de confiar en nuestra propia sabiduría y fortaleza. Solo tenemos un lugar a donde acudir: Él. Aunque el desierto no es un lugar placentero, fue allí a donde Dios guió a Israel. Él lo hizo porque quería enseñarlos y refinarlos. Tenemos que admitir que Israel no siempre estaba dispuesto a escuchar lo que Dios decía. Ellos murmuraban, se quejaban y se rehusaban a aprender las lecciones que Dios quería enseñarles.
Hace varios años yo tuve un accidente automovilístico. Ciertamente no puedo recordar lo que pasó. Todo lo que sé es que iba manejando para encontrarme con mi esposa y tomarnos un café cuando me desmayé, el auto se volcó y acabé tirado a unos pocos pies de un charco. Los doctores no podían explicarse lo que me sucedió ese día. Sin embargo, eso conllevó a que ellos me quitaran la licencia de conducción hasta que pudieran descubrir la causa de mi desmayo.
Este accidente provocó que ya no pudiera ir a los estudios bíblicos ni a las actividades de la iglesia donde estaba sirviendo. Perdí alrededor de un 75 % de mi ministerio. Personalmente este fue un tiempo muy difícil para mí. Fue una experiencia de desierto. Recuerdo que en este tiempo oraba al Señor diciendo: “Señor, estoy dispuesto a atravesar por esto, pero no me dejes salir siendo el mismo. Ayúdame a aprender las lecciones que tú quieres que aprenda”. Creo que hay una cosa peor que tener que atravesar el desierto como creyente, y es pasar por el mismo y no ser cambiado para bien. Dios guió a Israel por el camino del desierto porque sería en ese desierto donde mejor Él podría revelar Su Persona y Su propósito para ellos.
Al guiar a Israel hacia el desierto, Dios les estaba haciendo un compromiso. Él se estaba comprometiendo a proveer para cada una de sus necesidades, a guiarles, a darles la victoria sobre todos los enemigos que se encontraran a lo largo del camino, a enseñarles y a revelarse a ellos. ¡Este compromiso tomaría cuarenta años! Dios, quien los guió hacia el desierto, los acompañaría a través de él.
La Realidad del Mar Rojo
Observemos además en Éxodo 13:18 que el Señor también guió a Su pueblo “hacia el mar Rojo”. ¿Por qué Dios los guió hacia allí? Nuevamente, Dios tenía una razón para lo que hacía. Veamos lo que sucedió en el Mar Rojo.
Dios guió a Israel a través del desierto hasta la orilla del Mar Rojo. Aquí el pueblo de Dios enfrentaba un nuevo desafío –ya no podían avanzar más. El gran mar delante de ellos bloqueaba su camino. Las montañas los rodeaban de cada lado. Desde el punto de vista humano, la única salida era regresar por donde habían venido. Sin embargo, ese camino estaba bloqueado por el ejército de Faraón que se acercaba, y él estaba bien confiado de que los atraparían (ver Éxodo 14:3). Parecía que Israel se había quedado sin opciones. Esta nación no tenía a dónde ir; no había nada que pudiera hacer para escapar de una derrota segura en manos de sus enemigos.
El Mar rojo no solo fue el lugar donde el pueblo de Israel se vio sin salida, sino que también fue el lugar donde Dios demostró que el fin de la fuerza humana es solo el principio de la Suya. Cuando la nación humillada se paró indefensa a la orilla del Mar rojo, Dios se levantó de una manera poderosa para defenderlos y guiarlos. El ángel del Señor se colocó entre el ejército de Faraón que se acercaba y el pueblo de Dios. La columna de nube que había guiado al pueblo ahora los separaba de los enemigos bloqueando el camino de Egipto. Entonces, Dios le dijo a Moisés que extendiera su vara sobre el mar, y cuando lo hizo, las aguas se separaron para que el pueblo de Dios cruzara hacia el otro lado. Solo cuando estuvieron a salvo en el otro lado, fue que la nube se movió, permitiéndole a los egipcios entrar también al mar mientras perseguían a Israel. Cuando los carruajes egipcios entraron al mar, sin embargo, el Señor hizo que la gran pared de agua cayera sobre ellos para que se ahogaran. El enemigo fue completamente derrotado.
Allá, al otro lado del mar, el pueblo de Dios ya no tendría que preocuparse más por la amenaza de Egipto. De hecho, a estas alturas, si ellos aun quisieran regresar a Egipto probablemente no serían bienvenidos. Dios cerró las puertas de Egipto para ellos.
En el Mar Rojo fue donde Dios humilló a Israel y los dejó sin opción de recursos. Este fue el lugar donde Dios le mostró el poder de Su mano para vencer a su gran enemigo. A menudo, nosotros tampoco confiamos en el Señor hasta que nuestros recursos humanos se acaban. Nosotros hacemos todo lo que podemos según nuestra sabiduría humana y experiencia, y solamente cuando éstas son insuficientes es que venimos a Dios pidiendo ayuda. ¿Podría ser ésta la razón para nuestras debilidades como cuerpo de Cristo en la actualidad? La obra del Reino de Dios no se lleva a cabo por medio de la sabiduría humana. De hecho, los caminos de Dios desafían la sabiduría y las habilidades humanas. Si la obra del Reino pudiera hacerse con la fortaleza humana, no necesitaríamos al Espíritu de Dios. Dios quería enseñarle a Israel una gran lección a la orilla del Mar Rojo. Él quería enseñarles la verdad de Zacarías 4:6:
“…No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos”.
Hasta que Israel no se viera sin salida ni se convenciera de que necesitaba al Señor y Su sabiduría, nunca llegaría a ser todo lo que Dios deseaba. Nosotros también debemos llegar hasta este punto en nuestras vidas.
Hace algún tiempo yo estaba impartiendo una conferencia en Filipinas. Después de mi exposición en una de las sesiones, recuerdo que regresé a mi habitación y clamé: “Señor, no tengo nada más para dar”. Según clamaba al Señor en mi angustia, lo sentí hablar a mi corazón. “Bien, quizás ahora confíes en mi”. Me sentí reprendido, y me di cuenta que había estado confiando en mí y no en el Señor.
Dios nos llama al Mar Rojo y coloca delante de nosotros una tarea imposible. Él lo hace para mostrarnos la inutilidad de la sabiduría y fortaleza humanas. Cuando observo el ministerio que el Señor me ha dado de escribir y distribuir libros a los creyentes alrededor del mundo, me encuentro parado ante el Mar Rojo. Yo no tengo los recursos para suplir gratuitamente estos libros a miles de creyentes. Miro el mar frente a mí y me siento abrumado e impotente. Pero también he visto al Señor dividir ese mar y proveer un camino. El Señor es maravilloso. El puede hacer lo que nosotros no podemos. Él hará lo imposible a través de ti y de mí. Sus caminos van más allá de nuestro entendimiento humano. Cuando Israel llegó al otro lado del Mar rojo con el enemigo vencido, deben haber mirado ese mar maravillados de lo que acababa de suceder. Yo veo esto en mi ministerio. Cuando doy una mirada retrospectiva, a menudo me maravillo de la provisión y la bendición del Señor. La tarea estaba más allá de mí y de mis habilidades, pero Dios obró milagrosamente y ahora permanezco como el pueblo de Dios en la otra orilla, asombrado de Su provisión y dirección.
El Mar Rojo no solo trajo al pueblo de Dios al punto donde se veían acabados, éste también les mostró la importancia de la fe en Dios. En el camino habría muchos obstáculos semejantes que tendrían que enfrentar. La tierra que tenían delante era hostil y desolada. ¿Qué harían cuando enfrentaran estos obstáculos? La lección del Mar Rojo les recordaría que el Dios que dividió el mar y les dio la victoria sobre Egipto los conduciría y guiaría hacia la victoria en cualquier circunstancia que enfrentaran. Ellos simplemente necesitaban confiar en Dios y tener fe en Su dirección y en el poder que les impartía.
¿Qué haremos nosotros cuando nos tropecemos contra un Mar Rojo en nuestras vidas? ¿Qué haremos cuando nuestra sabiduría y fortaleza sean insuficientes? ¿Nos rendiremos o confiaremos en el Dios de lo imposible? Dios le mostró a Su pueblo ese día frente al Mar Rojo lo que Él era capaz de hacer. Esta era una lección que Israel necesitaba aprender una y otra vez a medida que viajaban a través del desierto. Y supongo que esta lección de fe en Dios es una lección que también nosotros necesitamos aprender en nuestro caminar. Venceremos los obstáculos que se nos presenten al confiar en la capacitación y dirección de Dios.
Por último, el Mar rojo era un lugar de victoria para Israel. A medida que ellos vagaban en el desierto hacia el mar, puede que hubieran estado mirando hacia atrás a Egipto. Egipto aún estaba en su sangre y en sus pensamientos. Si el pueblo de Dios quería llegar a ser todo lo que Dios deseaba que ellos fueran, necesitaban experimentar la victoria sobre este enemigo. Ellos no podían vivir con el enemigo siempre a sus espaldas. Allí, en el Mar Rojo, el Señor hizo algo maravilloso. Él destruyó completamente al enemigo de Su pueblo y les dio victoria total sobre esta amenaza.
A partir de ese momento Israel pudo avanzar a través del desierto sin temerle más a Egipto. Este enemigo ya no existía. Eso no quiere decir que Israel no miraba con anhelo pecaminoso el tiempo que vivió en Egipto. Ellos estaban tentados, pero el enemigo ya había sido derrotado. Esto los llevaba a vivir en la victoria que el Señor les había dado.
Allí, en el Mar Rojo, Israel tuvo que enfrentar a su enemigo. El Señor venció al enemigo cuando Israel no podía hacer nada con sus propias fuerzas. Dios quiere hacer lo mismo con nosotros. Cuando Él nos guía al desierto, Él quiere librarnos de los obstáculos que nos hacen tropezar y que no nos dejan alcanzar nuestro potencial. Para hacer esto, Dios nos obliga a confrontar a nuestro enemigo. Algunas veces, nuestros pecados privados se vuelven públicos. A veces Él nos lleva a un punto donde estamos dispuestos a reconocer nuestro pecado. Otras veces, Dios nos mostrará que no podemos vencer sin Su ayuda. Estamos frente a frente ante este enemigo impresionante donde solo tenemos a Dios para pedirle ayuda y victoria. En momentos como éstos Dios nos alcanza y nos libera para enfrentar el mar que tenemos ante nosotros y vencerlo.
¿Qué vemos en esta parte de Éxodo 13:18? Vemos cómo Dios, conociendo las debilidades y tentaciones de Su pueblo, decide llevarlos hacia el Mar rojo a través del desierto. Esta fue una decisión consciente e intencionada de parte de Dios. Él lo hizo para traer a Israel al punto donde se encontraba acabado; lo hizo para conseguir toda su atención y darle la victoria sobre sus enemigos. Dios los guió paso a paso, refinándolos y probándolos por todo el camino. Él se comprometió con ellos y con su crecimiento espiritual. Dios, quien los libertó de Egipto, los guió y refinó a través de los obstáculos que enfrentaron en el desierto.
El desierto que experimentamos hoy es el lugar donde Dios puede enseñarnos acerca de Sí mismo y donde nos revela Su presencia de un nuevo modo. El Mar Rojo es un lugar donde, al llegar al límite de nosotros mismos, aprendemos a confiar en Dios quien nos da la victoria total. ¿Dejaremos que Él nos lleve hasta el punto donde nuestros recursos se agotan para que en Su fuerza y sabiduría podamos ser verdaderamente victoriosos?
Para Meditar:
- ¿Por qué el desierto fue el lugar ideal para que Dios le enseñara a Su pueblo acerca de Sí mismo y de Su propósito?
- ¿Con qué tipo de distracciones necesitamos lidiar en la actualidad?
- ¿Has enfrentado alguna experiencia de desierto? ¿Qué lecciones Dios te enseñó en ese tiempo?
- ¿Qué representó el Mar Rojo para el pueblo de Dios?
- ¿Por qué Dios nos lleva hasta límite de nuestros propios recursos?
- ¿Cuáles enredos o pecados necesitas enfrentar hoy? ¿Puedes confiar en Dios para obtener la victoria?
Para orar:
- Agradezcamos al Señor que está dispuesto a refinarnos por medio de los sufrimientos de esta vida. Démosle gracias porque se ha comprometido a ayudarnos a alcanzar nuestro potencial en Él.
- Pidámosle a Dios que nos muestre las distracciones en nuestras vidas que nos impiden llegar a ser todo lo que quiere que seamos.
- ¿Existen pecados o estorbos en tu vida que te impiden llegar a ser el cristiano que deberías? Agradece al Señor por la victoria que Él le dio a Su pueblo Israel sobre sus enemigos y pídele que te dé hoy una victoria similar.
- Pidamos al Señor nos ayude a caminar en Su fortaleza y dirección. Pidámosle que nos perdone por las veces en que hemos confiado en nuestra propia sabiduría y fortaleza en vez de confiar en la Suya. Pidámosle nos lleve hasta el límite de nosotros mismos para que nuestra confianza pueda estar puesta en Él y en Su fuerza.
CAPÍTULO 5 – Madurados/Perfeccionados por Dios
…Y subieron los hijos de Israel de Egipto armados… (Éx. 13:18, RVR 60)
En este estudio hemos visto la dedicación de Dios hacia Su pueblo. Vimos cómo Él intencionalmente guió a Su pueblo a través del desierto hacia el Mar Rojo con el objetivo de revelarse a Sí mismo y refinarlos en su caminar con Él. Dios conocía sus debilidades y tuvo gran paciencia con ellos en sus tentaciones.
Éxodo 13:18 termina con una declaración interesante.
…Y subieron los hijos de Israel de Egipto armados…
Observemos algo interesante en esta afirmación. El versículo nos dice que Israel iba armado cuando salió de Egipto. En otras palabras, esta nación estaba equipada con todo lo que necesitaba en el momento en que fue liberada de su esclavitud. Dios no los envió a la batalla sin darles primero toda herramienta necesaria para vencer al enemigo. Cuando los israelitas salieron de Egipto ya estaban completamente preparados para cualquier batalla que tuvieran que enfrentar.
Podemos entender cuán importante era para la nación de Israel estar equipada para la batalla que enfrentaría en su camino hacia la Tierra Prometida. Sin embargo, esta declaración parece fuera de lugar en el contexto de la obra que Dios llevaba a cabo de guiar y refinar al pueblo en el desierto. Si ya Israel tenía las herramientas necesarias para la batalla cuando salió de Egipto, ¿por qué Dios aún tenía que guiarlos y refinarlos?
Para responder esta pregunta necesitamos entender la diferencia entre estar preparado y ser maduro. Un bebé recién nacido está completamente preparado para hablar y comunicarse. Tiene todo lo que necesita para hacerlo. Sin embargo, tardará algún tiempo para que el recién nacido comience a hablar oraciones completas. Esta vida joven necesita madurar y aprender cómo usar lo que Dios le ha dado. Esto ocurre cuando el niño madura.
Lo que ocurre con un pequeño bebé también ocurría con el pueblo de Israel. Cuando Dios los libertó de Egipto, Él les proveyó de todo lo que necesitaban para vencer a los enemigos que enfrentarían en el camino hacia la Tierra Prometida. La presencia de Dios los guió por donde necesitaban ir. La fortaleza del Señor venció a sus enemigos. El poder de Dios hizo a un lado las paredes del mar, les proveyó cuando tenían hambre e hizo brotar agua de la roca cuando tenían sed. A los israelitas no les faltó nada en su viaje a través del desierto.
Aunque al pueblo de Dios no le falto nada, aún vemos que no alcanzaban los propósitos de Dios. Ellos murmuraban y se quejaban. Cayeron en pecado y les faltó la confianza en el Dios que dividió el mar. De hecho, excepto Josué y Caleb, ninguno de los que salieron de Egipto con más de veinte años vio jamás la Tierra Prometida. Todos perecieron en el desierto. Aunque estaban preparados para la batalla, es evidente que muchos de ellos la perdieron.
Esto sugiere la pregunta: “Si el pueblo de Israel salió de Egipto armado para la batalla, ¿por qué fueron vencidos en el desierto?”. El problema no radica en la preparación, sino en aprender a usar lo que Dios les había dado.
Cuando el Señor Jesús nos salvó de nuestros pecados y nos hizo Sus hijos, Él nos preparó con todo lo necesario para andar en victoria. Dios colocó Su Espíritu Santo en nuestras vidas para guiarnos y empoderarnos. Nos dio dones espirituales para usarlos en beneficio de Su reino. Él nos llamó a una tarea particular y prometió guiarnos en cada paso del camino. Nos dejó Su palabra para guiarnos a Su propósito para nuestras vidas. Tenemos todo lo que necesitamos para vencer. Él nos provee de todas las herramientas necesarias para andar en victoria.
Pero aunque Dios nos equipa plenamente, depende de nosotros aprender cómo usar lo que Dios nos ha dado. El gran problema de nuestros días no es que no estamos equipados, sino que no hemos descubierto lo que Dios nos ha dado. Este fue el problema que Israel enfrentó en el desierto. La presencia de Dios los guió por medio de una columna de nube y una columna de fuego, pero cuando ellos llegaron al Mar Rojo no podían creer que este mismo Dios era suficiente para vencer al ejército egipcio que se acercaba. Dios dividió el Mar Rojo para ellos, pero cuando escaparon de las aguas al otro lado, se quejaron amargamente y se prepararon para morir. No eran capaces de confiar en Dios ni en la victoria que Él les tenía preparada.
Cuando el pueblo de Dios salió de Egipto, estaba preparado con todo lo que necesitaba, pero ellos no sabían cómo usar lo que Dios les había dado. Por eso es que el Señor escogió guiarlos hacia el Mar Rojo a través del desierto. Según ellos tomaron esta ruta, Dios comenzó el proceso de entrenamiento en cuanto a cómo usar los recursos que Él había puesto a su disposición. Les mostró cómo confiar en Su dirección. Les enseñó que incluso cuando no hubiera escapatoria según su razonamiento humano, Él era capaz de proveer una solución. Dios les mostró la manera en que podía darles la victoria sobre el ejército más poderoso de la tierra si ellos confiaban en Él y en Su guía. Estas eran increíbles lecciones que tenían que aprender.
Lo que necesitamos ver a partir de aquí es cómo estar equipado y ser maduro van de la mano. Hace algún tiempo yo le estaba hablando a un pastor de otro país. Él era un hombre que no tenía mucha educación. Cuando nos comunicamos, él me dijo que todo lo que necesitaba era que el Espíritu Santo lo guiara y lo capacitara. Él no estaba interesado específicamente en ser entrenado o en aprender de libros cristianos. Y ahora cuando reflexiono en ello, veo a Israel vagando a través del desierto con el Espíritu de Dios guiándolos paso a paso. También los veo fallar en el desierto porque no comprendieron los caminos de Dios y fueron confundidos por sus propios razonamientos.
Imaginemos que le damos un arma a un soldado pero nunca lo entrenamos para usarla. Imaginemos que le damos las llaves de un carro a una persona joven pero nunca le enseñamos a conducir. Dios nos da dones espirituales pero esto no significa que automáticamente sabremos cómo usarlos. Aprender a usar los dones que Dios nos da necesita tiempo y madurez. Nuestra efectividad en el uso de los dones aumenta a medida que maduramos en nuestra fe y en el conocimiento de Dios y de Su Palabra.
Una de las cosas que he aprendido a lo largo de los años es que Dios usa lo que hemos aprendido y experimentado en la vida. Ha habido ocasiones en que he estado estudiando un pasaje de las Escrituras y el Señor me ha hecho encontrar con alguien que necesitaba ese mismo pasaje. En ese caso he podido compartir las verdades que Dios me ha estado enseñando. También he visto cómo Dios me ha capacitado para usar las lecciones que he aprendido en momentos difíciles para animar a alguien que atraviesa una situación similar. Los dones con los que Dios me ha equipado se vuelven más efectivos cuando le permito que me revele Su Palabra y Su carácter.
En Mateo 7:22-23 leemos acerca de un grupo de obreros que parecía que servían al Señor de una manera maravillosa, pero Dios no aprobaba su ministerio.
Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.
Estos individuos profetizaban, echaban fuera demonios y hacían milagros en el nombre del Señor. Probablemente captaban la atención de un grupo grande de seguidores que creían en ellos y en sus obras. Sin embargo, Jesús los miró y les dijo: “No los conozco a ustedes ni a su ministerio. Ustedes son hacedores de maldad”. Ellos ministraban en el nombre de Cristo pero no lo hacían como siervos fieles y obedientes. No estaban sirviendo conforme a Su plan y Su propósito. Ellos eran “hacedores de maldad” actuando según les placía pero sin caminar en obediencia a Dios y a Su dirección. En esto hay una gran advertencia para nosotros –si queremos ser eficaces en la Obra del Reino, se necesita más que usar nuestros dones espirituales, también se requiere conocer a Dios y a Su propósito. Esto es posible solamente cuando maduramos en nuestro conocimiento de Él, Su dirección y Su Palabra.
A medida que miramos esta última parte de Éxodo 13:17-18, vemos cómo Dios le proveyó a Israel todo lo que necesitaba en el momento en que salió de la tierra de Egipto. Sin embargo, para usar con efectividad los dones que Dios le había dado, esta nación necesitaba madurar en su conocimiento de Dios y Sus propósitos. Para llevarlos hacia la madurez, Dios los trajo al Mar Rojo a través del desierto. En ese viaje, Israel aprendería acerca de Dios y Su carácter. Ellos aprenderían sobre Su cuidado, provisión y guía. A medida que maduraban y aprendían estas lecciones, se volverían más y más eficaces en el uso de los maravillosos dones y habilidades que el Señor les había dado.
Lo que fue una realidad para Israel también lo es para nosotros hoy. Dios nos da muchos dones y habilidades maravillosos. Él nos ha preparado para la batalla. En Él estamos completamente capacitados para vencer cualquier enemigo que venga a nuestro camino. Habiendo dicho eso, sin embargo, el Señor a veces nos lleva a través de experiencias de desierto con el fin de enseñarnos más sobre Su persona para que podamos ser eficaces en el uso de estos dones y habilidades. Él nos ha dado Su Palabra para guiarnos en la manera en que debemos usar los recursos que Él ha puesto a nuestra disposición.
Veamos lo que Pablo le dijo a Timoteo en 2 Timoteo 3:16-17:
Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.
Observemos la conexión que hay entre el hecho de que Dios nos da Su palabra y nos prepara para toda buena obra. Nuevamente vemos la conexión entre madurar en nuestro conocimiento de Dios y Su Palabra y ser eficaces en la obra del reino.
El Dios que liberó a Israel lo preparó con toda herramienta necesaria para enfrentar la batalla que tendría por delante. Él guió a Su pueblo cada paso del camino a la Tierra Prometida. Conociendo sus debilidades y tentaciones, Él se dedicó a refinarlos por medio de las cosas que enfrentaron en el desierto y en el Mar Rojo. Dios les enseñó acerca de Sí mismo y Sus caminos para madurarlos en su andar, a fin de que pudieran manejar con efectividad las armas que Él había puesto a su disposición. Si ellos fracasaban en alcanzar la Tierra Prometida, no sería por falta de provisión y dedicación por parte de Dios. Sería porque ellos se rehusaron a aprender lo que Dios tan pacientemente había estado enseñándoles.
¡Cuánto necesitamos abrir nuestros ojos a la obra que Dios está haciendo en nuestras vidas! A partir de estos dos versículos de las Escrituras vemos lo mucho que Dios se interesa e invierte en Su pueblo. Él nos da todo lo que necesitamos para el viaje que tenemos por delante. No nos falta nada para vivir una vida cristiana victoriosa. Lo que Dios hizo por Israel en la antigüedad, también lo está haciendo en tu vida y en la mía hoy. Él aún nos liberta, nos guía, nos refina y nos madura; y lo hace para que podamos ser los vencedores que Él quiere que seamos. Que Dios reciba la gloria debida a Su nombre por la maravillosa obra en nosotros. Alabado sea el Dios que no solo nos liberta, sino que también nos entrena y perfecciona para que seamos guerreros poderosos para Su Gloria.
Para Meditar:
- ¿Cómo Dios te ha equipado para la vida y ministerio? ¿Qué ha invertido en ti?
- ¿Cuál es la diferencia entre estar equipados y ser maduros?
- ¿Cuán importante es que estemos maduros en nuestro conocimiento de Dios y Sus caminos si queremos ser eficaces en el ministerio y en el servicio?
- ¿De qué manera Dios ha estado perfeccionándote en los años pasados?
- ¿Cuál es la conexión entre la Palabra de Dios y nuestra efectividad para hacer “buenas obras” (2 Ti. 3:16-17)?
- ¿Es posible que estemos ocupados en servir a Dios y que no hagamos la obra de Dios como Él lo requiere porque tengamos falta de conocimiento y madurez?
Para Orar:
- Dediquemos un momento a agradecerle al Señor por los dones específicos y por el ministerio que nos ha dado.
- Pidamos al Señor nos dé más tiempo con Él para poder crecer en nuestro conocimiento de Él y Sus propósitos. Pidámosle nos perfeccione en nuestro andar con Él.
- Pidamos a Dios que nos ayude a entender cómo Él quisiera que usáramos las habilidades y talentos que nos ha dado. Pidámosle que abra nuestros ojos a lo que Él nos ha estado enseñando a través de las circunstancias que enfrentamos en la vida.
- Oremos por perdón al Señor por las veces que no hemos logrado aprender las lecciones que nos estaba enseñando. Démosle gracias por Su paciencia para con nuestras debilidades y tentaciones. Pidámosle nos ayude a ser mejores estudiosos de Su Palabra.