Estudio del Fruto del Espíritu Según Gálatas 5:22-23
F. Wayne Mac Leod
Copyright © 2015 by F. Wayne Mac Leod
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A menos que se indique otra versión, las citas bíblicas han sido tomadas de La Bibla De Estudio: Dios Habla Hoy. electronic ed. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas, 1998 (DHH).
Traducción al español:
Lic. Yaíma Gutiérrez Valdés de Gomero, Traducciones NaKar
Índice
- Prefacio
- 1 Conocidos por Nuestro Fruto
- 2 Amor
- 3 Alegría
- 4 Paz
- 5 Paciencia
- 6 Amabilidad
- 7 Bondad
- 8 Fidelidad
- 9 Humildad
- 10 Dominio Propio
- 11 No la Ley, Sino El Fruto
Prefacio
He aquí un comentario de Gálatas 5:22-23. Este pasaje es un estudio de lo que quiere hacer el Espíritu de Dios en la vida de cada creyente. El fruto de Gálatas 5:22-23 no es el del esfuerzo y la disciplina humanos, sino el fruto del Espíritu de Dios: la evidencia de Su presencia en la vida del creyente. Donde al Espíritu de Dios se le da libertad para obrar, hay evidencia de ello en el carácter de Su pueblo. Este pasaje da una mirada a la obra encargada de la formación del carácter por parte del Espíritu de Dios.
También existen otras obras importantes del Espíritu de Dios. En la actualidad existe mucho interés en la obra del Espíritu en relación con el poder que Él otorga para el servicio. Todos queremos ser usados por Dios para hacer grandes cosas. Sin embargo, hemos conocido a grandes hombres y mujeres que parecen haber sido empoderados por Dios, pero cuyas vidas han demostrado estar lejos de lo que Dios pretende. ¿Cómo espera Él que yo viva? ¿Qué tipo de persona quiere Dios que yo sea? Gálatas 5:22-23 nos enseña algo acerca de las intenciones de Dios al respecto. Creo que esto constituye el fundamento sobre el cual nuestros ministerios y relaciones deben ser edificados.
No puedo ser el esposo (o la esposa) que Dios quiere que sea si en mi vida desconozco esta obra de la formación de mi carácter por parte de Dios. No puedo ser el pastor o líder cristiano que Dios espera que sea si no estoy siendo transformado por el fruto del Espíritu de Dios. El gran deseo de Dios no es tanto usarnos, sino transformarnos y moldearnos a la imagen de Su Hijo.
¿Cuántos problemas se resolverían en la iglesia si tan solo permitiéramos que el Espíritu de Dios produjera Su fruto en nuestras vidas? ¡Cuánto progresaría la obra de Dios si el mundo viera la realidad del carácter del Espíritu en la vida de los creyentes!
En este breve estudio no podemos describir la plenitud de la obra de formación del carácter que realiza el Espíritu de Dios; sólo podemos comenzar apenas a percibir lo que Dios quiere producir en nosotros. Confío en que este resumen del fruto del Espíritu de Dios le dará una comprensión más profunda de esta sumamente importante obra Suya. Es mi deseo que sirva para abrir nuestros ojos a esta obra vital. Y que nos desafíe a abrir nuestros corazones más plenamente a lo que el Espíritu de Dios quiere hacer en nosotros.
F. Wayne Mac Leod
1 – Conocidos por Nuestro Fruto
Mt. 7:17 Así, todo árbol bueno da fruto bueno, pero el árbol malo da fruto malo. 18 El árbol bueno no puede dar fruto malo, ni el árbol malo dar fruto bueno. 19 Todo árbol que no da buen fruto, se corta y se echa al fuego. 20 De modo que ustedes los reconocerán por sus acciones. (Mateo 7:17-20)
El día que recibí al Señor Jesús como mi Salvador personal ocurrió algo maravilloso. No sólo que mis pecados fueron perdonados mediante la obra de Jesús en la Cruz, sino que el mismo día recibí al Espíritu Santo como sello del compromiso del Padre para conmigo y mi crecimiento continuo en esta nueva vida.
Ef. 1:13 Gracias a Cristo, también ustedes que oyeron el mensaje de la verdad, la buena noticia de su salvación, y abrazaron la fe, fueron sellados como propiedad de Dios con el Espíritu Santo que él había prometido.
14 Este Espíritu es el anticipo que nos garantiza la herencia que Dios nos ha de dar, cuando haya completado nuestra liberación y haya hecho de nosotros el pueblo de su posesión, para que todos alabemos su glorioso poder. (Efesios 1:13-14)
El Espíritu Santo, quien Jesús prometió enviar a aquellos que creyeran en Él (Juan 14:16-17), aparta al creyente del resto del mundo. Es la presencia del Espíritu Santo la que hace que el creyente se distinga del no creyente. El apóstol Pablo escribió en Romanos 8:9:
Pero ustedes ya no viven según esas inclinaciones, sino según el Espíritu, puesto que el Espíritu de Dios vive en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. (Romanos 8:9)
Fíjese cómo Pablo dijo a los creyentes en Roma que si alguien no tenía el Espíritu, él o ella no pertenecían al Señor Jesús. El Espíritu Santo otorga vida espiritual al creyente; vive en cada creyente conduciéndole a la fe en Jesucristo y haciéndole más como Él en carácter y en servicio.
El Espíritu Santo posibilita al creyente que viva como Dios exige. No es posible que el creyente viva en la carne lo que Dios exige. Podemos ser buenos, pero no podemos ser como Cristo. Podemos vivir de manera correcta, pero no podemos ser justos. Podemos ser disciplinados, pero no podemos ser santos. La semejanza a Cristo, la rectitud y la santidad provienen del Espíritu Santo, a quien Cristo envió. No podemos llegar a ser lo que Dios tenía en mente que fuésemos sin la obra del Espíritu en nuestras vidas.
Jesús dijo a Sus discípulos en Mateo 7:17-20 que ellos podrían reconocer a un verdadero siervo de Dios por el fruto que él o ella produjera. Algunos creen que el fruto del que está hablando Jesús aquí tiene que ver con los resultados en el ministerio. Cuando ven que un evangelista o pastor cristiano está obteniendo grandes resultados en su ministerio, suponen que él o ella deben estar cerca de Dios, pero este no siempre es el caso. Observe por un momento los negocios grandes y prósperos a su alrededor; muchos de los que los poseen no tienen nada que ver con el Espíritu Santo. Su prosperidad es el resultado de la sabiduría humana y de las buenas habilidades para los negocios. Esto también puede suceder en la iglesia. Es posible que el tamaño de su iglesia tenga más que ver con una buena administración, que con la obra del Espíritu Santo. No podemos suponer que sólo porque algo sea próspero y exitoso, se trata de la obra del Espíritu de Dios. Ni podemos suponer que porque un predicador tenga muchos seguidores, esto sea el resultado de la obra del Espíritu. Recuerde que el Señor Jesús tuvo muy pocos seguidores verdaderos al finalizar Su ministerio en esta tierra.
El fruto del que Jesús está hablando aquí tiene más que ver con el carácter que con las estadísticas. Si usted quiere saber si alguien es realmente de Dios, entonces debe examinar su carácter. Si el Espíritu Santo vive en el corazón de un individuo, entonces habrá evidencia de Su presencia en la actitud y las acciones de esa persona.
Es cierto que ninguno de nosotros demuestra de manera perfecta el carácter del Señor Jesús. El Espíritu Santo aún no ha terminado Su obra en nosotros. Los creyentes pueden resistirse o contristar al Espíritu Santo (vea Efesios 4:30). Esto lo hacemos cada vez que nos negamos a permitirle que trate con los pecados que nos separan de nuestro Señor. Si no estamos viendo cada vez mayores evidencias del fruto del carácter de Dios en nuestras vidas, debemos buscar al Señor en cuanto a esto. Es el deseo de Dios formarnos a la imagen de Su Hijo.
Al examinarnos, debería haber evidencias del fruto del carácter de Dios desarrollándose en nosotros. Sin embargo, deberíamos tener cuidado de no confundir el esfuerzo humano con el fruto del Espíritu de Dios. Hay varios puntos importantes que necesitamos aclarar en cuanto a esto.
LOS RASGOS DEL CARÁCTER QUE SE PARECEN AL FRUTO DEL ESPÍRITU
A lo largo de la historia de la iglesia, hombres y mujeres de fe se han disciplinado en el intento de llegar a ser más como Cristo y de demostrar una dimensión más profunda del fruto del Espíritu Santo. Es importante, sin embargo, que entendamos que aun el no creyente, quien no tiene al Espíritu Santo, puede disciplinarse en su esfuerzo humano por mostrar más paciencia o amabilidad. Es posible que nos entrenemos para ser más amorosos y mansos con las personas que nos rodean. Aunque puede que muchas personas demuestren características propias de Cristo, dichas características no son necesariamente el resultado de la obra del Espíritu Santo en sus vidas.
En Norteamérica los libros que más se venden, son los de auto-ayuda que enseñan cómo puede uno llegar a ser mejor persona. Infinidades de seminarios y conferencias se celebran cada año para enseñar a las personas a cómo aprovechar mejor su propias fortalezas y llegar a ser mejores personas. Y por muy maravillosos que puedan ser los resultados, no constituyen el fruto del Espíritu, sino el resultado de haber disciplinado la carne o de haber cambiado los patrones de pensamiento de la mente. Hasta el no creyente, quien no tiene parte en el Espíritu Santo, puede cambiar su manera de actuar y llegar a ser una mejor persona.
FORTALEZAS NATURALES DEL CARÁCTER
Hubo una época en la que luché contra la falta de alegría y de paz en mi vida como creyente; en parte fue así porque solía compararme con otros. Por naturaleza generalmente tengo una vida emocional bastante estable; no experimento altibajos extremos. Alguna que otra vez me encontraba con un creyente que parecía estar más alegre que yo, y me preguntaba qué estaba mal en mí, porque no experimentaba el gozo de la misma forma. Debemos entender que la expresión de la alegría del Señor o de la paz de Dios es diferente en cada uno de nosotros. No todos demostraremos de la misma manera el fruto del Espíritu de Dios. Nuestras personalidades son muy diferentes. Algunas personas parecen tener una personalidad alegre y efervescente por naturaleza; otros son más serios y reservados.
Tanto creyentes como no creyentes fuimos creados a la imagen de Dios. Aunque esta imagen ha sido empañada por el pecado, de diferentes maneras sale a relucir a pesar de todo. Usted puede percibir algo del artista en el arte que él produce. De manera similar, podemos ver evidencias del carácter de Dios en Su creación. Esto se evidencia muchísimo en la naturaleza, pero también en la vida de hombres y mujeres que nos rodean. No debería sorprendernos que hasta el no creyente demuestre elementos de Su Creador.
Cuando veamos a no creyentes manifestar características propias de Cristo, no debemos dejar de recordar a Aquel que los creó. Ellos están demostrando que fueron creados a la imagen de Dios. Por muy manchada que haya quedado esa imagen, hay elementos de ella cuyo brillo sale a relucir. Aunque mostremos evidencias de la personalidad de nuestro Creador, estas características no necesariamente constituyen el fruto del Espíritu de Dios; hasta los animales demuestran amabilidad o amor. Ellos reflejan algo del carácter de su Creador, pero no producen el fruto del Espíritu de Dios.
LA DISTINCIÓN ENTRE LA SALVACIÓN Y EL FRUTO DEL ESPÍRITU DE DIOS
Ninguno de nosotros será salvo sobre la base de cuánto del fruto del Espíritu demostremos en nuestras vidas; nuestra salvación se basa puramente en la obra del Señor Jesucristo en la Cruz. Podemos morir antes de poder llegar a ser todo lo que Dios ha querido que seamos, y aun así estar seguros de nuestra salvación. Sin embargo, una vez que la salvación está segura, el Espíritu de Dios comienza a obrar en nuestro carácter dándonos la forma que el Padre quiere que tengamos. El resultado de Su obra constituye el fruto del Espíritu.
En los capítulos a continuación examinaremos los distintos frutos del Espíritu Santo según Gálatas 5:22-23, con el objetivo de entender cómo deben ser en la vida del creyente. Cada uno de dichos frutos amerita que de él se escriba todo un libro, pero nuestra meta es sencillamente presentar la gran obra edificadora del carácter que realiza el Espíritu de Dios. Ninguno de nosotros demostrará jamás todo este fruto a la perfección. Rápidamente descubriremos nuestras fortalezas y debilidades. Quisiera alentarle a usted, lector, a que examinara su vida a la luz de lo que enseña la Escritura sobre el fruto del Espíritu Santo; pídale a Dios que le revele su debilidad. Pídale que produzca en mayor medida Su carácter en usted. Mi oración es que este estudio nos desafíe a permitirle al Espíritu que produzca mucho más el carácter y la actitud de Cristo en nosotros.
Para su consideración:
- ¿Por qué el Señor envió al Espíritu Santo a morar en la vida de Sus hijos? ¿Cuál es la obra que Él hace en la vida del creyente?
- ¿Cuál es la diferencia entre el esfuerzo humano para ser una mejor persona, y el fruto del Espíritu de Dios en nuestras vidas?
- ¿Qué cambios ha notado usted en su vida desde que llegó a conocer al Señor Jesús y fue sellado con su Santo Espíritu?
Para orar:
- Pídale al Señor que le muestre (a través de este breve estudio) cuáles son las áreas de su vida que Él quiere desarrollar.
- Agradézcale al Espíritu Santo que Él haya llegado para edificar el carácter de Cristo en su vida. Pídale que le perdone por las veces en que usted se ha resistido a Su propósito para su vida.
- Pídale al Espíritu Santo que le dé la gracia de rendirse a la obra que Él está haciendo en su vida. Ore que el fruto del Espíritu Santo se haga más evidente en usted.
2 – Amor
Lo que el Espíritu produce es amor… (Gálatas 5:22-23)
El primer fruto que se menciona en este pasaje es el amor. En nuestros días hay muchas cosas que se entienden por amor. La mejor manera de entender de lo que Pablo está hablando en Gálatas 5:22 es examinar cómo se utiliza esta palabra en el resto de las Escrituras. La palabra del griego que se usa aquí es ‘ágape’. Al analizar rápidamente el uso de este vocablo en el Nuevo Testamento, deberíamos entender mejor este fruto en particular. Dediquemos un momento para ver lo que enseña el Nuevo Testamento sobre el amor ágape.
EL AMOR AGAPE PROVIENE DE DIOS
La oración de Jesús por Sus discípulos en Juan 17 tiene algo importante que enseñarnos al respecto. Escuche lo que Él dice en Juan 17:26:
Les he dado a conocer quién eres, y aún seguiré haciéndolo, para que el amor que me tienes esté en ellos, y para que yo mismo esté en ellos.
Fíjese en la frase: “para que el amor que me tienes esté en ellos”. No podemos dejar de ver lo que Jesús está haciendo aquí. Al orar por Sus discípulos, pide a Dios que ponga Su amor en sus corazones. El amor que Jesús quería que tuvieran Sus discípulos no era el suyo, sino el de Dios. No se trata del mero amor humano el motivo por el cual Jesús oró aquí. Él le pidió al Padre que diera a Sus discípulos un amor divino por naturaleza. Esta sería la obra del Espíritu Santo.
La misma idea la repite Pablo en Romanos 5:5:
Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha llenado con su amor nuestro corazón por medio del Espíritu Santo que nos ha dado.
Fíjese que Dios derrama Su amor en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo. El amor del que habla Pablo no es humano, sino viene de Dios a través de la obra del Espíritu Santo.
En Romanos 15:30 Pablo dice de este amor que es del Espíritu.
Hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor que el Espíritu nos da, les ruego que se unan conmigo en la lucha, orando a Dios por mí.
La frase “el amor que el Espíritu nos da” del cual Pablo habla en este versículo, es un amor que viene de Dios a través del Espíritu Santo, que vive en nosotros.
La capacidad de amar está en cada uno de nosotros. Aun los que nada tienen que ver con Dios, pueden manifestar el amor humano; sin embargo, Pablo habla aquí del amor que constituye el resultado de la obra del Espíritu en nuestras vidas. Debemos distinguir el amor natural que todos los humanos y animales pueden experimentar, de aquel que proviene de la obra del Espíritu en nuestras vidas.
EL AMOR ÁGAPE SE SACRIFICA
Una de las primeras cosas de las cuales nos percatamos sobre el amor “ágape” es que éste se sacrifica; está dispuesto a poner su vida por la otra persona. Jesús nos recuerda en Juan 15:13 que la más poderosa demostración del ágape es que la persona llegue al punto de poner su vida por otra.
Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. (RVR60)
El amor ágape es más fuerte que el instinto de conservación. Está dispuesto a hacer el máximo sacrificio por quien ama, y este puede ser el hecho de poner entregar la propia vida de uno, pero no es el único sacrificio que el amor ágape está dispuesto a hacer. El ágape sacrificará tiempo, dinero, orgullo, comodidad o cualquier cosa que sea necesaria por el bien de la persona que ama.
Lo especial de este tipo de amor es que no hace distinción alguna entre amigos y enemigos; ama a ambos con la misma intensidad. Pondrá su vida por un amigo, pero también lo hará por un enemigo. Jesús es un ejemplo claro de esto.
Pero Dios prueba que nos ama, en que, cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. (Romanos 5:8)
Jesús nos amó aunque éramos pecadores. Cuando Dios nos miró, no halló en nosotros nada que le atrajese; de hecho, fue todo lo contrario. Cuando el Señor Dios nos miró, nos halló repulsivos. Él odió el pecado que llenaba cada rincón de nuestras vidas. Escuche lo que Dios vio cuando miró la tierra en los días de Noé:
Gn. 6:5 El Señor vio que era demasiada la maldad del hombre en la tierra y que este siempre estaba pensando en hacer lo malo,
6 y le pesó haber hecho al hombre. (Génesis 6:5-6)
A Dios no hubo nada que le atrajese cuando miró al interior del corazón del hombre, pues su corazón era malvado. Cada inclinación del corazón era contraria a Dios, lo cual le pesó tanto, al punto de desear no haber creado al hombre. El corazón de Dios se llenó de sufrimiento al ver cómo el mal cautivó a la humanidad.
Fue el amor ágape el que movió a Dios a alcanzar y tocar a quienes se habían rebelado contra Él. Ellos habían maldecido Su nombre y quebrantado Su ley; habían dado la espalda a su Creador, pero Dios envió a Su Hijo a morir por ellos. Jesús murió a manos de rebeldes, con hombres escupiéndole y maldiciendo Su nombre. No había nada atractivo en estos hombres, pero de todos modos Dios los amó. El amor ágape se sacrifica por sus enemigos y debe provenir de Dios, porque no es propio de nuestra naturaleza humana.
El amor ágape se negará a Sí mismo voluntariamente para que sean bendecidos un hermano o hermana y hasta un enemigo.
Ro. 14:15 Ahora bien, si por lo que tú comes tu hermano se siente ofendido, tu conducta ya no es de amor. ¡Que tu comida no sea causa de que se pierda aquel por quien Cristo murió!
El amor ágape se interesa más por la vida de algún hermano que por sí mismo. Cuando un hermano se encuentra afligido por el tipo de comida que comemos, si le amamos con amor ágape, dejaremos de comer ese tipo de comida por el bien de él. El amor ágape ministrará a un esposo o esposa cuando él o ella estén exhaustos; extenderá su compasión y su interés, y se sacrificará a voluntad. Además, se disciplinará, y dará más y más. Lo hace de esta forma sencillamente porque se trata del amor de Dios.
EL AMOR ÁGAPE NO CAMBIA
Otra cosa que debemos entender sobre el amor ágape es que no cambia con las circunstancias. El relato del hijo pródigo, de Lucas 15, constituye un buen ejemplo de esto. Este hijo abandonó el hogar con su herencia y dio la espalda tanto a Dios como a su padre. Llevó una vida descuidada y malgastó todo su dinero, por lo cual regresó a casa sin nada. Lo maravilloso de esta historia es que el amor del padre por el hijo no había cambiado. El padre abrazó a este hijo rebelde y lo restituyó a la posición que tenía en su familia a pesar de que le había avergonzado.
Usted puede correr tan lejos de Dios como pueda, y aun así Él no le amará menos. Y puede serle tan fiel como pueda, y aun así Él no podría amarle más. No hay nada que pueda separarnos del amor ágape de Dios.
Ro. 8:35 ¿Quién nos podrá separar del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, o las dificultades, o la persecución, o el hambre, o la falta de ropa, o el peligro, o la muerte violenta? 36 Como dice la Escritura: “Por causa tuya estamos siempre expuestos a la muerte; nos tratan como a ovejas llevadas al matadero.”37 Pero en todo esto salimos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. 38 Estoy convencido de que nada podrá separarnos del amor de Dios: ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los poderes y fuerzas espirituales, ni lo presente, ni lo futuro, 39 ni lo más alto, ni lo más profundo, ni ninguna otra de las cosas creadas por Dios. ¡Nada podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús nuestro Señor!
Este es un pensamiento maravilloso. No hay demonio en el infierno, ni prueba o tribulación, ni ninguna otra cosa que yo haga o no haga en esta vida, que pueda cambiar el maravilloso amor ágape de Dios hacia mí. Puedo tener la certeza de este amor para siempre.
Es relativamente sencillo amar a aquellos con quienes nos resulta fácil llevarnos bien, pero cuando esos individuos nos han herido, rápidamente nuestro amor humano se convierte en ira, amargura y odio. El ágape ama a quienes nos hacen mal tanto como a quienes nos tratan bien.
Mt. 5:46 Porque si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué premio recibirán? Hasta los que cobran impuestos para Roma se portan así.
Según Jesús, lo que distinguía a Su amor de nuestro amor humano es que Su amor permanece igual de intenso por aquellos que están cerca de nosotros, que por quienes nos tratan con maldad y rechazo. Los que aman con amor ágape bendicen a quienes les maldicen. El amor ágape pone la otra mejilla y devuelve amor a cambio del mal. El amor ágape no cambia. A pesar de lo que usted pueda hacer, este amor siempre responde de la misma forma: amando. Jesús bendijo a quienes le crucificaron; Esteban bendijo a quienes le apedrearon. El amor ágape jamás busca una excusa para no amar, sino que ama en todo tiempo.
EL AMOR ÁGAPE ES MOTIVADOR
Hay algo más que necesitamos entender sobre el amor ágape: que es motivador. En otras palabras, controla y da forma a las acciones que ejecutamos. Si usted ama con amor ágape, va a ser impulsado a actuar por amor; usted no va a poder detenerse. Fíjese lo que Pablo nos dice sobre el amor de Cristo en II Corintios 5:14 (RVR60):
II Co. 5:14 Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron.
La palabra “constreñir” tiene una connotación bien fuerte; significa ser presionado por todos lados. Y esto es lo que sucede cuando un barco es forzado a entrar por un canal estrecho. También se utiliza para describir a un prisionero que está confinado a una celda. Expliquemos entonces esto un poco más.
Ser constreñido es ser presionado en todas direcciones. Cuando a usted se le presiona así, no tiene otra dirección a donde ir que no sea la de aquella que le está presionando. Así es el amor ágape de Dios. Nos presiona por todos lados y moldea nuestras acciones. Así como una embarcación es forzada a adentrarse por un canal estrecho, este amor dirige y enfoca nuestra atención, de manera que respondamos conforme a sus iniciativas. Soy prisionero de este amor, el cual motiva mis acciones y me empuja a hacer las cosas que por mi propia voluntad no haría.
Sé que estoy demostrando el amor ágape cuando estoy siendo motivado por el mismo para actuar. Sé que estoy siendo constreñido y movido por ese amor cuando me encuentro amando a quienes no amaría normalmente de forma que implique mi sacrificio y que me niegue a mí mismo.
LA DEFINICIÓN DE AMOR DE PABLO
Pablo describe al amor ágape de Dios en I Corintios 13. Aunque este pasaje amerita un estudio bien a fondo, podemos referirnos a él brevemente:
I Co. 13:4 El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; 5 no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; 6 no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. 7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. (I Corintios 13:4-7, RVR60)
Comentemos un poco estos versículos.
Lo que el amor es (I Corintios 13:4)
Pablo nos dice dos cosas acerca del amor ágape en este versículo de I Corintios 13:4. El amor es tanto sufrido como benigno (amable). Es muy fácil ser sufridos y benignos con quienes son así también con nosotros. Sin embargo, recuerde que el amor ágape demuestra imparcialidad. Ama a quienes son benignos, así como a quienes son abusivos y tratan mal a los demás. El amor ágape es paciente con los que son duros y difíciles de tratar. Este amor paga al mal con benignidad (amabilidad). Esto es lo que el Señor Dios hizo por nosotros. Cuando éramos pecadores, Él nos mostró una gran paciencia y benignidad (amabilidad). Su amor en nosotros hará lo mismo por otros.
Lo que el amor no es (I Corintios 13:4-6)
Después de decirnos lo que es el amor, Pablo ahora nos dice lo que no es. El amor no es envidioso. En cambio, le regocija que Dios bendiga a otros.
Este amor no se envanece; no es jactancioso. La persona que se envanece y es orgullosa, es además egocéntrica. El amor ágape se enfoca en los demás. Se deleita en servir y ministrar las necesidades de un hermano, de una hermana y hasta de un enemigo.
Esta misma idea se refleja en la declaración de Pablo en cuanto a que el amor no hace nada indebido ni busca lo suyo. Cuando hacemos algo indebido – es decir, somos descorteces – actuamos de manera que no consideramos los intereses de los demás. Esto no es característico del amor ágape, el cual no busca lo suyo, sino siempre considera el bien de los demás. Siempre procura bendecir y no daña a quienes ama.
El amor ágape no se enoja fácilmente; en cambio, es comprensivo y paciente con los errores de otros.
Este amor no guarda rencor. No hay insultos ni ofensas que le priven de la capacidad de amar. El amor ágape no es selectivo; ama tanto al que es amable y generoso, como al que le insulta y ofende. Él olvida las ofensas.
El amor de Dios no se delita en el mal que se comete. Se duele cuando sufre un enemigo. El amor ágape no dice: “Les viene bien; se lo merecían”. En cambio, se duele por el sufrimiento de sus semejantes.
El amor ágape no se goza del mal ni del juicio, sino que aboga firmemente por la verdad y la justicia. Debido a que el amor ágape es el de Dios, experimenta un sufrimiento compasivo por aquellos que sufren, pero jamás claudicará en el camino de la verdad y de la santidad.
Lo que siempre hace el amor (I Corintios 13:7)
Pablo concluye su definición de amor recordándonos lo que el amor hace siempre. En primer lugar, nos dice que el ágape siempre protege. Sacrificará su tiempo, esfuerzos, recursos y hasta su propia vida por el bien de otros. Así como un pastor que vela por sus ovejas, el amor ágape arriesgará todo para proteger y cuidar a aquellos que ama.
El amor también confía. Hay personas en las que simplemente no podemos confiar en esta vida; que han demostrado no ser dignas de confianza. La pregunta que nos debemos hacer aquí es que quién es objeto de la confianza del amor. De seguro no puede ser aquel que de manera constante nos decepciona. Parece más razonable suponer que Dios es en quien el amor ágape siempre confía. El que ama permanece confiando en Dios por la persona amada. Tal vez a quien usted ame esté atravesando por un tiempo difícil, y usted se sienta incapaz de hacer algo por ella, de manera que nada de lo que haga le parece que esté marcando una diferencia. ¿Qué hace el amor ágape en una situación como esta? Presenta a esa persona al Señor y le confía su vida. No se rinde al orar y encomendarle al Señor. El ágape confía en Él para con el que ama.
El amor siempre espera. Esta esperanza está puesta en Dios a favor del individuo, pero es además una esperanza por la persona amada. Esperar es procurar lo mejor para alguien. Es ver su potencial y animar a esa persona a alcanzar ese potencial. La esperanza no sólo ve ese potencial en el peor de los pecadores, sino también lo anima a alcanzar ese potencial.
Cuando falla todo lo demás, el amor ágape persevera. No dejará de amar cuando es ofendido. No cesará de amar porque la persona amada siga cayendo en pecado y en maldad. El amor verdadero no se rinde; siempre perseverará.
EL FRUTO DEL AMOR ES LA EVIDENCIA DE LA FE VERDADERA (JUAN 13:35)
Permítame concluir con este último versículo bíblico:
Jn. 13:35 Si se aman los unos a los otros, todo el mundo se dará cuenta de que son discípulos míos.
Tengo la confianza de que de alguna manera he podido comunicar que el fruto del amor no es algo natural en nosotros. Este amor constituye la obra del Espíritu de Dios en nuestras vidas.
Cuando el mundo ve que amamos a los que no son dignos de ser amados, ellos saben que estamos amando con un amor que no es de esta tierra. Cuando ven cómo amamos a los que nos odian y oprimen, sabrán que el Espíritu Santo está en nosotros. No existe ninguna otra explicación para este amor. La única manera de explicar el amor ágape es que Dios está obrando en nosotros; amar así no es de humanos, sino que debe ser inspirado por Dios. Este amor no es humano, pero sí es fruto del Espíritu Santo, que vive en nosotros. Cuando el mundo ve este amor, sabe que somos cristianos porque ven la evidencia de Su amor en nuestras vidas. El amor ágape es un poderoso testigo de la realidad de Jesús.
Para su consideración:
- ¿Cuál es la diferencia entre el amor humano y el de Dios en nosotros?
- ¿Ha visto evidencia del amor de Dios en su vida?
- Dedique un momento para escribir algunas de las características del amor de Dios que hemos mencionado en este capítulo. ¿Es este el tipo de amor que está viendo en su vida?
- ¿Cómo le motiva el amor de Cristo en su vida? ¿Cuál es la evidencia práctica del amor de Dios en su vida?
- ¿Qué le impide a usted experimentar este tipo de amor en su vida?
Para orar:
- ¿Hay individuos a quienes a usted le ha costado mucho amar? Pídale al Señor que le dé la gracia de verlos como Él los ve.
- ¿Hay personas que le hayan ofendido? ¿Les tiene en cuenta lo malo que le han hecho? Pídale al Señor que le libre de guardar rencor. Pídale a Dios que le dé la gracia de perdonarles y de olvidar lo que le hayan hecho.
- Pídale al Señor que le dé la gracia de rendirse al deseo del Espíritu de producir en usted el fruto del amor.
- Dedique un tiempo para pedir al Señor que le perdone por las veces en que usted no ha amado como Él exige.
3 – Alegría
El segundo fruto mencionado en Gálatas 5:22-23 es el de la alegría (gozo). Esto es algo difícil de definir. La palabra griega generalmente se refiere a una apariencia alegre, a una alegría de corazón o a una calma de espíritu. Dediquémonos por un momento a considerar lo que el Nuevo Testamento tiene para enseñarnos sobre el fruto de la alegría.
ANTES DE PENTECOSTÉS
A medida que me preparaba para escribir este capítulo, hice un estudio del uso de la palabra en griego “xara” (gozo) y de cómo se utiliza en el Nuevo Testamento. Me sorprendió el hecho que antes de la llegada del Espíritu Santo, por lo general la palabra se utilizaba para referirse a la respuesta del corazón ante las situaciones felices.
Por ejemplo, vemos la respuesta de los sabios cuando vieron la estrella que los dirigiría al bebé Jesús.
Cuando los sabios vieron la estrella, se alegraron mucho. (Mateo 2:10)
Esta estrella representaba la esperanza para estos sabios; les mostraría el lugar donde iban a encontrar a encontrar al Salvador del mundo. Esta era una situación de felicidad que ameritaba que ellos se regocijaran.
Lo mismo sucedió cuando llegó a oídos de los pastores de Belén la noticia del nacimiento de Jesús.
Pero el ángel les dijo: “No tengan miedo, porque les traigo una buena noticia, que será motivo de gran alegría para todos”. (Lucas 2:10)
La feliz noticia del nacimiento del Salvador fue causa de gran gozo. Y les trajo esperanza.
En los Evangelios hay muchas otras referencias a la palabra ‘alegría’ o ‘gozo’, que con frecuencia aluden a algún acontecimiento feliz. En Lucas 10:17 los discípulos regresaron gozosos de su corto viaje misionero porque habían visto el poder de Dios demostrándose en su ministerio. Hubo gran gozo en los corazones de las mujeres que se dirigieron a la tumba cuando escucharon al ángel decirles que el Señor Jesús había resucitado de los muertos (Mateo 28:8). Los discípulos regresaron a Jerusalén con el corazón rebozando de gozo luego de ver la ascensión del Señor Jesús al cielo (Lucas 24:51). Aun en los cielos hay gran alegría cuando un pecador se arrepiente de su pecado (Lucas 15:7-10).
JESÚS HABLA DE UN GOZO MÁS PLENO
Hay otra cosa sorprendente que descubrimos en el estudio del Nuevo Testamento sobre la palabra “xara” (gozo), y se encuentra en la enseñanza de Jesús. En los Evangelios el Señor Jesús habló sobre un gozo más pleno y profundo que el que Sus seguidores estaban experimentando. El gozo que ellos entendían dependía, hasta cierto punto, de las circunstancias. No obstante, Jesús dijo a Sus discípulos que el día llegaría cuando recibirían una alegría de la cual nada ni nadie les privarían.
Así también, ustedes se afligen ahora; pero yo volveré a verlos, y entonces su corazón se llenará de alegría, una alegría que nadie les podrá quitar (Juan 16:22).
Como ya hemos visto, el gozo que Sus discípulos habían experimentado hasta ese punto parecía ir y venir. Este no era el tipo de gozo del que Jesús les estaba hablando en Juan 16:22. Este era un gozo que jamás les faltaría; no dependía de las circunstancias ni de lo que estuvieran experimentando en ese momento.
Jesús prosiguió diciéndoles en Juan 16:24 que vendría el día en que su alegría sería completa.
Hasta ahora, ustedes no han pedido nada en mi nombre; pidan y recibirán, para que su alegría sea completa.
El uso que hizo Jesús de la palabra “completa” indica que el gozo o la alegría que los discípulos estaban experimentando no eran plenos. Vendría un día en el que los discípulos de Jesús experimentarían un tipo de gozo diferente, el cual se describe como completo (o perfecto).
Cuando Cristo oró por Sus discípulos en Juan 17:13, le pidió al Padre que tuvieran en ellos la plenitud de Su gozo.
Ahora voy a donde tú estás; pero digo estas cosas mientras estoy en el mundo, para que ellos se llenen de la misma perfecta alegría que yo tengo.
Una vez más, el gozo que Sus discípulos estaban sintiendo hasta ese momento no era completo; lo experimentaban en pequeñas medidas, pero eso no era lo que el Señor quería que ellos tuvieran. Él habló de una alegría más plena la cual Su Padre les daría.
Fíjese que la fuente de este gozo es el Padre a través del Hijo. El tipo de alegría de la que Jesús estaba hablando no era meramente la felicidad que uno experimenta cuando le pasa algo bueno. Constituye un regalo de Dios, una obra en particular del Espíritu Santo en nuestras vidas.
Esta plenitud de gozo no era suya por cuanto el Espíritu Santo no había venido aún. El gozo del cual el Señor les estaba hablando es el fruto del Espíritu Santo. Se trataba de un gozo más profundo y completo; uno que no les podría ser quitado.
LA PLENITUD DE GOZO
Como hemos dicho, el gozo que Jesús pidió al Padre para Sus discípulos sería completo y pleno. Resulta muy interesante ver en el Nuevo Testamento la diferencia en el uso de la palabra ‘gozo’ luego de la llegada del Espíritu Santo en Pentecostés, luego de la cual su gozo sería muy diferente.
Lo que resulta particularmente sorprendente desde el libro de los Hechos hasta el de Apocalipsis, es que el gozo ya nada tiene que ver con las circunstancias. Luego de la venida del Espíritu Santo, los creyentes experimentaron alegría aun en medio de severas pruebas y tribulaciones. Hay muchos pasajes que hablan de esto. Por ejemplo, en Hechos 13, Pablo y Bernabé estaban predicando en la región de Antioquía. Los judíos de esa región incitaron a mujeres temerosas de Dios y a líderes a perseguirles, lo cual obligó a los apóstoles a abandonar esa región. Ellos se fueron con gran gozo en su corazón.
Hch. 13:50 Pero los judíos hablaron con algunas mujeres piadosas y honorables, y con los hombres importantes de la ciudad, y los incitaron a comenzar una persecución contra Pablo y Bernabé, para echarlos de la región. 51 Entonces estos sacudieron el polvo de sus pies en señal de protesta contra aquella gente, y se fueron a Iconio. 52 Pero los creyentes estaban llenos de alegría y del Espíritu Santo.
En especial percátese de que dice que los discípulos estaban “llenos de alegría y del Espíritu Santo”. Este gozo era la obra del Espíritu Santo en sus vidas, quien los llenó de ese gozo en medio de la persecución. Esto no era algo natural, sino la evidencia del Espíritu de Dios obrando en ellos.
Pablo elogió a los corintios en II Corintios 8:2 por el abrumador gozo que experimentaron en medio de una pobreza extrema y de pruebas severas:
A pesar de las pruebas por las que han tenido que pasar, son muy felices; y a pesar de ser muy pobres, sus ofrendas han sido tan generosas como si fueran ricos.
Humanamente hablando, no existe conexión entre el gozo y las pruebas severas o la pobreza extrema. Sin embargo, esta fue la experiencia de los creyentes corintios. A pesar de su situación, rebozaban de gozo. Una vez más esto era una clara evidencia de la presencia del Espíritu Santo de Dios produciendo el fruto del gozo en medio de pruebas y aflicciones.
Los tesalonicenses también experimentaron este maravilloso gozo en medio de inclementes sufrimientos. Al escribir I Tesalonicenses 1:6, Pablo dice:
Ustedes, por su parte, siguieron nuestro ejemplo y el ejemplo del Señor, y recibieron el mensaje con la alegría que el Espíritu Santo les daba en medio de grandes sufrimientos.
Es significativo destacar que el gozo que experimentaron estos creyentes les haya sido dado por el Espíritu Santo. Las circunstancias en las que vivían fueron descritas como “grandes sufrimientos”. Este no es el suelo más favorable para que florezca el gozo humano, el cual desaparece en medio del sufrimiento y el dolor. Lo que estamos viendo aquí es el resultado directo del ministerio del Espíritu Santo en la vida de estos creyentes del Nuevo Testamento.
El escritor a los hebreos habla a creyentes que aceptaron gozosamente la confiscación de sus propiedades. Al escribir Hebreos 10:34, dice:
Ustedes tuvieron compasión de los que estaban en la cárcel, y hasta con alegría se dejaron quitar lo que poseían, sabiendo que en el cielo tienen algo que es mucho mejor y que permanece para siempre.
Una vez más vemos cómo el gozo del que se había dicho que vendría luego de la llegada del Espíritu Santo, es radicalmente diferente. Este gozo es más pleno y completo; es un gozo que las más terribles circunstancias no pueden quitar; un gozo que no depende de las circunstancias.
Santiago nos hace un llamado como creyentes a considerar como puro gozo cuando enfrentemos pruebas de todo tipo. Mire cuál fue su desafío en Santiago 1:2:
Hermanos míos, ustedes deben tenerse por muy dichosos cuando se vean sometidos a pruebas de toda clase.
¿Cómo es posible considerar las pruebas como puro gozo? Esto no es posible en la fuerza humana. El gozo del que Santiago está hablando aquí es totalmente ajeno a todo lo humano. Es un gozo que solamente proviene del ministerio del Espíritu Santo en nuestras vidas.
EL GOZO: ALGO NECESARIO EN LA MADUREZ
A medida que examinamos la enseñanza del Nuevo Testamento en cuanto al gozo, pronto descubrimos que es una parte necesaria de la madurez cristiana. De hecho, fue algo que en el ministerio del apóstol tuvo un marcado énfasis.
El apóstol Pablo hace una asombrosa declaración sobre la vida cristiana en Romanos 14:17-18. Mire cómo define el reino de Dios:
Ro. 14:17 Porque el reino de Dios no es cuestión de comer o beber determinadas cosas, sino de vivir en justicia, paz y alegría por medio del Espíritu Santo. 18 El que de esta manera sirve a Cristo, agrada a Dios y es aprobado por los hombres.
Pablo nos dice aquí que el reino de Dios no consiste en reglas sino en justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo. Fíjese que este gozo es en el Espíritu Santo. Una vez más no se trata de alegría humana, sino espiritual.
El gozo en el Espíritu Santo es una parte esencial de lo que es la fe cristiana. Entendemos que el reino de Dios se trata de justicia y paz con Dios, pero ¿realmente creemos lo que Pablo nos está diciendo, que también se trata de gozo en el Espíritu Santo?
Todos hemos estado en iglesias en las que lo último que esperaríamos encontrar es gozo. ¿Cuán importante es éste en la vida cristiana? Es significativa la declaración de Pablo en Romanos 14:17-18. Nos dice que no hemos entendido verdaderamente el Reino de Dios si no entendemos el gozo que Su reino trae consigo.
Pablo estaba tan convencido de la importancia del gozo en la vida cristiana, que dijo a los creyentes en II Corintios 1:24 que este era uno de sus propósitos al trabajar con ellos:
Nosotros no somos los dueños de su fe; lo que queremos es colaborar con ustedes, para que tengan alegría, pues ustedes ya están firmes en la fe.
Pablo quería quedarse con los filipenses para que pudieran progresar en su experiencia del gozo en la fe.
Y como estoy convencido de esto, sé que me quedaré todavía con ustedes, para ayudarlos a seguir adelante y a tener más gozo en su fe. (Filipenses 1:25)
A partir de estos versículos entendemos que los apóstoles creían que un cristiano sin gozo era un cristiano inmaduro. Pablo tenía como meta ver a los creyentes con quienes colaboraba andando en el gozo del Espíritu Santo.
Existen muchos creyentes que necesitan examinar esta enseñanza de la Escritura más profundamente. Una iglesia sin gozo es una iglesia inmadura. La oración de Jesús fue que todos los creyentes tuvieran un gozo que fuera completo. Los apóstoles tomaron este asunto en serio y prolongaron sus estancias en las aldeas donde trabajaban para que los creyentes llegasen a conocer este gozo. Quizás como pastores y líderes cristianos, nos haría bien tener como meta en el ministerio lo siguiente: no sólo experimentar este gozo en el Señor, sino guiar a aquellos que Dios nos ha encargado pastorearles, a que experimenten este gozo también.
Pablo desafía a la iglesia en Colosas a agradecer a Dios con gozo.
Col. 1:11 Pedimos que él, con su glorioso poder, los haga fuertes; así podrán ustedes soportarlo todo con mucha fortaleza y paciencia, y con alegría 12 darán gracias al Padre, que los ha capacitado a ustedes para recibir en la luz la parte de la herencia que él dará al pueblo santo.
Dios quiere que experimentemos gran alegría por lo que Él ha hecho por nosotros. La adoración sin gozo no es verdadera. Cuando se trata de dar gracias al Señor, hemos de hacerlo con gozo en nuestro corazón. Lo mismo ocurre cuando se trata de ofrendas o regalos a Dios. Pablo nos dice que Dios espera de nosotros que demos con un corazón alegre o gozoso.
Cada uno debe dar según lo que haya decidido en su corazón, y no de mala gana o a la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría. (II Corintios 9:7)
No honramos a Dios si no le damos nuestras ofrendas con gozo en nuestro corazón. No le honramos si no sazonamos nuestra adoración con gozo. No servimos a Dios como es debido si no le servimos con gozo en nuestro corazón. Imagínese que cada vez que usted recibiera un regalo, la persona que se lo dé le dijera cuánto le costó y que para él (o ella) fue una molestia. ¿No preferiría que esa persona se quedara con su regalo? Si queremos que sean aceptadas nuestra adoración o nuestros dones, ellos deben fluir de un corazón lleno de gozo.
El gozo es algo necesario en la madurez cristiana. Si nuestra fe cristiana carece de gozo, debemos buscar al Señor para recibirlo. Si no está experimentándolo, debe preguntarle al Señor por qué no se está produciendo en usted como debería serlo este importante fruto del Espíritu.
LA CAUSA DE LA FALTA DE GOZO
¿Cuál es la causa de la ausencia del gozo en la vida cristiana? Para dar una respuesta adecuada a esta interrogante, necesitaría escribir otro libro; sin embargo, para ser consecuentes con los propósitos de escribir el presente, me gustaría hacer dos comentarios sencillos.
La falta de entendimiento
La primera causa de la falta de gozo en la vida cristiana tiene que ver con un malentendido en cuanto a su importancia. Hay creyentes que no se sienten cómodos con que haya demasiado gozo en la adoración o el servicio al Señor; ellos temen que si disfrutamos mucho nuestra adoración o servicio, corremos el riesgo de estar adorando o sirviéndonos a nosotros mismos en vez de a Dios.
Una vez más necesitamos entender que, a menos que adoremos y sirvamos con gozo en nuestro corazón, no estamos adorando y sirviendo al Señor como deberíamos. Dios espera que le adoremos y le sirvamos gozosamente. El gozo constituye un fruto del Espíritu. Si no lo estamos experimentando en nuestra vida cristiana, no estaremos viviendo como Cristo espera. Jesús oró para que experimentásemos el gozo a plenitud. Los apóstoles creían en la importancia de ver el gozo en la vida de los convertidos. Pablo enseñó que el Reino de Dios se trataba de justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Como fruto del Espíritu, el gozo no es una opción. Si usted desea llegar a ser todo lo que Dios le llama a ser, debe procurar que el deseo de su corazón sea experimentar Su gozo.
Qué poderoso testimonio es al Señor cuando Su pueblo es lleno del fruto del gozo en toda circunstancia. Un cristianismo sin gozo no es atractivo. Un cristianismo sin gozo no es maduro.
La falta de confianza
Hay un importante pasaje en Romanos 15:13 que habla de este tema y de la razón por la cual no lo hay en nuestra vida.
Ro. 15:13 Y el Dios de la esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo. (LBLA)
La oración de Pablo es que Dios llenara a los cristianos de gozo en el creer. Puede que entendamos la importancia del gozo en la vida cristiana, pero que sigamos sin él debido a la falta de fe. La falta de fe o de confianza constituye el enemigo del gozo. Seremos llenos de gozo a medida que creamos y confiemos en el Señor en fe.
¿Es posible creer que Jesús nos ha salvado de nuestro pecado y no experimentar gozo? ¿Es posible creer que estamos destinados a una eternidad con nuestro Señor en el cielo, y no sentir el gozo agolpándose en nuestro interior? ¿Es posible creer que Dios obra en cada situación de la vida para nuestro bien, y no sonreír con deleite sin importar lo que el enemigo esté lanzando en nuestra contra? ¿Es posible experimentar intimidad con el Espíritu Santo y no conocer el gozo? Como puede ver, la falta de fe puede privarle de experimentar el gozo del Señor. Solamente cuando usted se encuentra dudando de la provisión y salvación de Dios, es que el gozo le puede ser quitado. Usted es llenado de gozo a medida que cree y confía en lo que Él ha dicho en Su Palabra. Si no está experimentando el gozo del Señor, puede que necesite tratar con la falta de fe.
Permítame hacerle un breve comentario aquí como alguien que ha sufrido de depresión crónica. Hubo una serie de años en mi vida en los que no hubía canción en mi corazón, y esto no era el resultado de la falta de fe. De hecho, fue mi confianza en Cristo lo que me llevó a esos años de depresión. Recuerdo a un amigo que asistió a un estudio bíblico que yo compartí entonces, quien más tarde me dijo:
“Wayne, te vi cuando entraste al salón. Lucías muy triste, pero una vez que comenzaste a conducir el estudio bíblico, literalmente te vi cambiar. Al finalizar, tu rostro estaba diferente; de nuevo pude ver en ti la luz”.
Nuestra mente y nuestro cuerpo se afectan como consecuencia del pecado en el mundo. La enfermedad mental es el fruto de vivir en una tierra maldita por el pecado, así como lo son todas las demás enfermedades. Muchos de los hijos de Dios han experimentado rachas de depresión y han sido abrumados por las luchas de este mundo. Ciertamente esto afecta la experiencia de la plenitud del gozo, pero el Espíritu de Dios sigue obrando. Cuando llega ese gozo en medio de la depresión, claramente es de Dios.
Ahora dedique unos minutos a preguntarse si está experimentando el gozo del cual habla Pablo como fruto del Espíritu Santo; este es un gozo total y completo porque es más fuerte que cualquier circunstancia o prueba que pueda sobrevenirnos. Pregúntese si ese gozo está siendo demostrado en su servicio al Señor. Si no es así, pídale al Señor que le dé una experiencia más profunda de Su gozo. ¡Qué gran diferencia es cuando abrimos nuestro corazón a la obra del Espíritu y le permitimos que produzca ese gozo en nosotros! Nuestra adoración es transformada; nuestro servicio cambia; nuestro testimonio es poderoso. Si hemos de convertirnos en lo que Dios nos ha llamado a ser, necesitamos que Él produzca en nuestras vidas el fruto del gozo.
Para su consideración:
- ¿Cuál es la diferencia entre el gozo humano y el gozo que es fruto del Espíritu de Dios?
- ¿Cómo afectan las pruebas al gozo humano? ¿Puede el Espíritu de Dios producir gozo en esas mismas pruebas?
- ¿Cuál es la conexión entre el gozo y la madurez en la vida cristiana? ¿Podemos ser maduros sin conocer en nuestra vida el gozo como fruto del Espíritu de Dios?
- ¿Cuál es la conexión entre nuestra confianza y el gozo del Espíritu?
- ¿Qué impide el gozo en nuestra vida? ¿Cree que siempre experimentaremos todo el gozo que el Señor quiere darnos en esta vida?
- ¿Ha experimentado evidencias del gozo del Espíritu en su vida? Explique su respuesta.
Para orar:
- Pídale al Señor que le muestre si existe en su vida espiritual algún impedimento para un gozo más pleno.
- Agradézcale al Señor que quiera que en nuestra relación con Él experimentemos el gozo a plenitud.
- Pídale al Señor que le perdone por las veces en las que no haya estado gozoso en su vida y servicio espirituales.
- Agradézcale que continúe obrando en nosotros aun cuando no estemos experimentando la plenitud del gozo que Él nos quiere dar.
4 – Paz
El tercer fruto del Espíritu mencionado en Gálatas 5:22 es la paz. A un nivel bien básico la paz se define como una ausencia de trastornos espirituales, emocionales y físicos. Este tipo de paz está conectado con nuestras circunstancias. Tenemos paz cuando nuestras circunstancias no causan estrés, de lo cual hay algunos ejemplos en los Evangelios.
LA PAZ EN SU NIVEL MÁS BÁSICO
En Marcos 5:34 una mujer que tenía flujo de sangre tocó en secreto el borde del manto de Jesús. Sabiendo que de Él había salido poder para sanar, Jesús la buscó. Y cuando la encontró, dijo:
“Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz y queda sana de tu aflicción.” (LBLA)
Fíjese en la conexión entre el sufrimiento físico que esta mujer soportó y su paz. Su flujo de sangre había sido una causa constante de angustia. Cuando Jesús la sanó, la liberó de esa angustia, y le fue restaurada la paz.
Hay un incidente similar en Lucas 7 con una mujer que fue a lavar los pies de Jesús. Lucas nos dice que ella había tenido un estilo de vida de pecado (Lucas 7:37). Cuando se acercó a Jesús, se postró ante Él, ungió Sus pies con perfume y los enjuagó con las lágrimas que le corrían por las mejillas. Su corazón estaba profundamente abatido; ella sabía que necesitaba perdón, y cuando lo recibió fue que pudo tener paz en su vida. Al ver su actitud y su corazón arrepentido, Jesús le habló (Lucas 7:50):
“Por tu fe has sido salvada; vete tranquila.”
Esta mujer estaba pasando por un tremendo trastorno emocional y espiritual en su vida; sabía que era pecadora, que su vida era un desastre y que estaba lejos de Dios, necesitando desesperadamente de Su toque. Ella había llegado ante Él con una profunda pena y confusión en su mente y en su alma. Entonces lavó Sus pies como símbolo de humildad y arrepentimiento. Aquel día Jesús perdonó sus pecados. Le dijo que su fe la había salvado y que podía entonces estar en paz, con Dios y en su propia alma. A partir de estos versículos vemos que se nos puede privar de paz debido a aflicciones físicas o a alguna barrera espiritual entre Dios y nosotros.
Las Escrituras también hablan de una paz que constituye el resultado de una relación armoniosa entre individuos.
Procuren mantener la unidad que proviene del Espíritu Santo, por medio de la paz que une a todos. (Efesios 4:3)
Por lo tanto, busquemos todo lo que conduce a la paz y a la edificación mutua. (Romanos 14:19)
Procuren estar en paz con todos y llevar una vida santa; pues sin la santidad, nadie podrá ver al Señor. (Hebreos 12:14)
La paz será demostrada en la manera en que nos relacionamos unos con otros en el cuerpo de Cristo.
En su nivel más básico, la paz es una ausencia de problemas espirituales, emocionales o relacionales. Sin embargo, la pregunta que debemos hacernos es si la ausencia de ellos es fruto del Espíritu de Dios. Hasta el no creyente, quien no tiene al Espíritu Santo, puede experimentar paz en su nivel elemental. ¿Existe una paz que venga sólo como resultado de la obra del Espíritu de Dios en nuestras vidas?
LA PAZ QUE DA JESÚS
Hay un aspecto más profundo de la paz que sólo el creyente puede experimentar. Una de las razones por las cuales el Señor Jesús vino a esta tierra fue a traer paz. Zacarías, el padre de Juan el Bautista, nos dice al referirse al ministerio del Mesías que Él vino “para dar luz a los que viven en la más profunda oscuridad, y dirigir nuestros pasos por el camino de la paz” (Lucas 1:79). Esto nos prueba que hay una paz especial que Jesús vino a darnos.
Jesús vino a “dirigir nuestros pasos por el camino de la paz”. ¿Cuál es este camino de paz? Es evidente que tiene que ver con nuestra necesidad de perdón y de la restauración de nuestra relación con el Padre. Como pecadores, estábamos separados de Dios y de Sus bendiciones. Estábamos bajo Su juicio y encaminados a una eternidad bajo Su ira. Jesús vino a traer perdón y a sanar esta relación. Él pagó el precio por nuestro pecado para que todos los que creen el Él puedan llegar a ser hijos de Dios (Juan 1:12) y volver a tener una relación correcta con Dios.
Hay algo increíble acerca de esta paz; es más profunda que cualquier otra cosa que el mundo tenga para ofrecer. ¿Qué se puede comparar con el conocimiento de que tengo una relación adecuada con mi Creador y de que tengo un futuro en Su presencia por toda la eternidad? ¿Cómo vino a mí esta paz? ¿Acaso no fue por el Espíritu Santo, sin el cual no hubiese conocido de mi necesidad de un Salvador? Si Él no hubiese abierto mis ojos, no hubiese visto la solución a mis pecados en la persona del Señor Jesús y de Su obra. De no haber sido por el hecho que Él suavizó mi corazón, jamás me hubiese rendido a Cristo ni aceptado Su obra a mi favor. Esta paz con Dios la debo a la obra de Cristo en la cruz y al ministerio del Espíritu Santo, Quien aplica esa obra en mi vida. Esta relación con Dios constituye el fundamento de la paz que viene como fruto del Espíritu de Dios.
LA PAZ COMO FRUTO DEL ESPÍRITU SANTO
Una vez que hayamos hecho las paces con Dios mediante la obra del Señor Jesús, el Espíritu Santo comienza la obra de transformación de nuestras vidas desde nuestro interior. Él produce en nosotros Su fruto. Este que estamos analizando en particular es el de la paz. La que viene como consecuencia de la obra del Espíritu de Dios no es como la que tiene el mundo. Jesús lo dejó bien claro en Juan 14:27 cuando dijo:
Les dejo la paz. Les doy mi paz, pero no se la doy como la dan los que son del mundo. No se angustien ni tengan miedo.
Existen tres principios que debemos ver en Juan 14:27.
En primer lugar, fíjese que Jesús dijo: “les doy mi paz”. Esta frase nos dice algo muy importante en cuanto a la paz de la cual habló Jesús aquí, la cual es Su paz. Viene de Él y es dada a los que tienen una relación con Él. Constituye un regalo a todos los que lo conocen como su Salvador.
En segundo lugar, fíjese que esta paz no es la que el mundo da. Aquella de la cual habla Jesús es muy diferente de la que conocemos en este mundo; es de origen divino y va a ser muy diferente de la paz que hemos experimentado en este mundo.
En tercer lugar, fíjese en la frase: “… no se angustien ni tengan miedo”. Esto implica que los discípulos tendrían motivos para angustiarse y tener miedo en sus vidas. La paz que Jesús ofreció no vino en ausencia de problemas, sino en medio de ellos.
La paz que Jesús ofreció era una que el mundo no podía conocer. Sólo Sus discípulos podían experimentar este tipo de paz debido a su relación con el Padre. Dediquémonos ahora a considerar lo que enseñan las Escrituras en cuanto al tipo de paz que el Señor Jesús ofreció a Sus discípulos como fruto del Espíritu en sus vidas.
No depende de las circunstancias
Lo primero que vemos en la Palabra de Dios es que la paz como fruto del Espíritu no depende de las circunstancias que se desencadenan en sus vidas. Lea lo que el Señor Jesús dijo a Sus discípulos en Juan 16:33:
Les digo todo esto para que encuentren paz en su unión conmigo. En el mundo, ustedes habrán de sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo.
Jesús está diciendo que en este mundo ellos tendrían aflicciones, pero que también tendrían paz. Fíjese en dos detalles de este versículo. Jesús primero dijo que los discípulos podían tener paz “en Él” (NVI). En otras palabras, esta paz vino a ellos porque estaban teniendo una relación personal con Él. Y él les recordó que había “vencido al mundo”. ¿Qué nos dice esto sobre la paz ofrecida aquí? Esto nos enseña que la paz viene como resultado de nuestra relación con Jesús, y de nuestra confianza en Su obra y en Su dirección en nuestra vida. Jesús estaba demostrando a Sus discípulos que ellos eran Sus hijos, y que Él era su Protector y Guía. Había vencido al mundo, y si estaba a favor de ellos, nadie podía estar en su contra (ver Romanos 8:31). Ellos podían tener paz en cualquier circunstancia de la vida al confiar en Él y en Su cuidado. Una de las grandes obras del Espíritu Santo es la de guiarnos a una más profunda confianza y fe en el Señor Jesús y en Su Palabra. A medida que el Espíritu de Dios obra en nuestros corazones, seremos capaces de enfrentar situaciones difíciles con confianza en nuestro Señor. Podemos tener la certeza del cuidado y de la provisión del Señor aun en las más difíciles circunstancias. Esta confianza cada vez mayor en Dios es parte del fruto de Su Espíritu en nuestra vida.
La oración de Pablo por los tesalonicenses fue que recibiesen paz en todo momento y de toda forma posible:
Y que el mismo Señor de la paz les dé la paz a ustedes en todo tiempo y en todas formas. Que el Señor esté con todos ustedes. (II Tesalonicenses 3:16)
“En todo tiempo” incluye los momentos difíciles, así como los buenos momentos. La paz por la cual Pablo ora es aquella que puede ser nuestra en toda situación de la vida. Podemos tenerla porque no depende de las circunstancias, sino es resultado de la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas conduciéndonos a una más profunda confianza en el Señor Jesús, quien ha vencido al mundo.
Ésta trae armonía entre Dios y el hombre
El otro aspecto de la paz que da el Espíritu Santo tiene que ver con nuestra relación constante con Dios. No estoy hablando aquí de nuestra salvación; estoy suponiendo que esto ya es una realidad. Sin embargo, como creyentes hay muchas tentaciones en este mundo que procuran alejarnos del Señor. Aunque nuestra salvación está segura con Dios, el fruto de la paz puede afectarse.
Pablo nos recuerda en Gálatas 4:6-7 que el Espíritu de Dios fue enviado para que pudiésemos entender y apreciar nuestra recién descubierta relación con el Señor como hijos Suyos:
Gá. 4:6 Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!4:7 Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo. (RVR60)
Fíjese cómo el Espíritu de Dios clama: “¡Abba, Padre!”. Su ministerio es mostrarnos la profundidad de la relación que ahora tenemos con Dios como Padre. A medida que llegamos a apreciar a relación con el Señor como Dios, el resultado es una paz cada vez mayor en nuestras vidas. Sabemos que como Padre celestial amoroso que es, Él tiene cuidado de nosotros. Sabemos que somos Sus hijos, así como herederos de todas sus bendiciones. Con esto como certeza, podemos enfrentar todo lo que la vida nos depare con paz en nuestro corazón.
Es un gran deseo del Espíritu de Dios revelarnos al Padre y al Hijo de una manera cada vez mayor. Lea las palabras de Pablo:
Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. (II Corintios 3:18, RVR60)
Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él. (Efesios 1:17, RVR60)
Existe una poderosa conexión entre conocer a Dios y la paz que experimentamos a diario en nuestra vida. Nuestra paz es en Dios y viene como resultado de la relación que tenemos con Él. El Espíritu Santo guarda celosamente esta relación. Todo lo que puede dañar nuestra relación con Dios, también dañará el fruto de la paz. El pecado nublará nuestra relación con Dios y nuestro entendimiento de Sus propósitos; esto contrista al Espíritu Santo (ver Efesios 4:29-32). A medida que Él obra en nuestra vida para producir paz, tratará con la incredulidad y el pecado. Su deseo es que nada nos prive de la intimidad y del conocimiento de quiénes somos en Cristo. Él quiere protegernos de cualquier cosa que pudiera dañar el fruto de la paz que Él quiere producir en nosotros.
EL LLAMADO A BUSCAR LA PAZ
Existe un sentido muy real en el que podemos cooperar con el Espíritu Santo si queremos experimentar la paz que Él quiere producir en nosotros. El apóstol Pedro nos desafía en su primera carta a procurar la paz.
I P. 3:10 Porque: El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño; 11 Apártese del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala. (I Pedro 3:10-11, RVR60)
Hay dos cosas que debemos aclarar a partir de este versículo. En primer lugar, fíjese en la conexión entre experimentar la paz y volverse del mal. El pecado y el mal son enemigos de la paz. Si queremos conocer el fruto de la paz en nuestras vidas, debemos estar dispuestos a volvernos del pecado.
En segundo lugar, fíjese que en I Pedro 3:10 se nos llama a procurar la paz y a mantenerla. Buscarla es tener un deseo de algo. Todos queremos paz en nuestras vidas. Sin embargo, Pedro nos dice que no es suficiente con quererla; también debemos buscarla. Si hemos de buscarla, este versículo nos dice que primero debemos tratar con el mal y con el pecado. Consideremos esto por un momento.
¿Qué sucede si usted enfrenta una prueba difícil en su vida? En ocasiones comenzamos a quejarnos o a amargarnos. Esto es lo que le sucedió a la nación de Israel al vagar por el desierto. Ellos murmuraron en cuanto a las dificultades que encontraron en el camino, y esta murmuración demostró que no confiaban en el Señor. Ellos debieron haber confesado su incredulidad y rendirse a los propósitos de Dios para con sus vidas. Ellos tenían la necesidad de darse cuenta de que Él tenía el control de su situación y de que la utilizaría para moldearlos a Su imagen. Ellos no tenían paz en su vagar por el desierto porque no estaban confiando en el Señor ni reconociendo Su dirección. El pecado de la incredulidad les impedía experimentar la paz.
Muy a menudo en nuestra vida cristiana no experimentamos la paz porque no confiamos en el Señor. ¿Soy capaz de confiar en Dios y de experimentar Su paz y Su reposo cuando no entiendo lo que Él está haciendo? La incredulidad y la rebeldía en contra de Sus propósitos obstaculizarán la paz que el Espíritu de Dios quiere crear en nosotros. Si queremos conocer el fruto de la paz, debemos aprender a confiar en Dios y en lo que Él está haciendo.
Hechos 7:54-59 constituye un maravilloso ejemplo del ministerio del Espíritu Santo produciendo paz en la vida de Esteban. Mientras los líderes religiosos de aquella época lo apedreaban, Esteban miró al cielo y vio al Señor Jesús sentado en Su trono. La paz inundó su corazón cuando vio al Señor. El rostro de Esteban resplandecía como el de un ángel. Pudo haberse concentrado en lo injusto de lo que le estaba aconteciendo; pudo haber cuestionado por qué Dios estaba permitiéndole ser perseguido. Sin embargo, no lo hizo. Por el contrario, permitió que el Espíritu Santo le revelara a Cristo en su momento de prueba; le otorgó el perdón a sus perseguidores, y el resultado fue una paz que el mundo jamás pudo haber conocido.
Pablo dijo a los creyentes de Colosas que tomaran la firme decisión de permitir que la paz de Dios les gobernara.
Y que la paz de Cristo reine en sus corazones, porque con este propósito los llamó Dios a formar un solo cuerpo. Y sean agradecidos. (Colosenses 3:15)
Si había de reinar la paz, ellos necesitaban rendirse a Dios y confiar en Su propósito. Fíjese que Pablo les dice que habían sido llamados a la paz. Este era el propósito de Dios. Sin embargo, si habían de experimentar esta paz, necesitarían rendirse activamente al Espíritu Santo de Dios y a Su obra en sus vidas.
MADURANDO EN LA PAZ
Mentes controladas por el Espíritu
Si la paz es algo necesario en la madurez cristiana, ¿cómo puedo experimentarla y madurar en ella? En Romanos 8:6, Pablo nos enseña que si queremos conocer la paz de Dios, hay que darle al Espíritu Santo el control de nuestra mente y nuestros pensamientos.
Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paz. (Romanos 8:6, LBLA)
Es bien fácil entender lo que Pablo está hablando aquí. ¿Cuántas veces me he preocupado o he sentido ansiedad por las cosas que enfrento en la vida? La mentalidad carnal quitará la vista de la esperanza y la provisión que tenemos en el Señor Jesús. Muy a menudo no experimentamos la paz por cuanto nuestros pensamientos no son los del Espíritu de Dios; no estamos pensando como lo hace Cristo. Estamos permitiendo que la carne controle nuestra mente. La mente controlada por el Espíritu está en paz porque es una mente que confía en el Señor. Si usted quiere paz, tendrá que volverse de sus pensamientos carnales y permitirle al Espíritu Santo que controle su mente y su manera de pensar.
Corazones obedientes
En segundo lugar, las Escrituras nos dicen que si queremos madurar en el fruto de la paz, tenemos que comprometernos a andar en obediencia. Mire lo que Pablo dijo a los creyentes en Colosenses 3:15-16:
Col. 3:15 Y que la paz de Cristo reine en sus corazones, porque con este propósito los llamó Dios a formar un solo cuerpo. Y sean agradecidos. 16 Que el mensaje de Cristo permanezca siempre en ustedes con todas sus riquezas. Instrúyanse y amonéstense unos a otros con toda sabiduría. Con corazón agradecido canten a Dios salmos, himnos y cantos espirituales.
Fíjese en la conexión que hay entre permitir que reinase en sus corazones la paz de Cristo, y permitir que la Palabra de Dios morase en ellos ricamente. La Palabra de Dios sólo puede morar en nuestros corazones a medida que nos rendimos a ella y vivimos en obediencia. Usted no puede experimentar la plenitud del fruto de la paz mientras contrista al Espíritu Santo desobedeciendo Su Palabra. Si hemos de experimentar paz, debemos permitir que la Palabra de Dios more en nosotros mediante la obediencia.
Pablo repite una idea similar a esta en Filipenses 4:9:
Sigan practicando lo que les enseñé y las instrucciones que les di, lo que me oyeron decir y lo que me vieron hacer: háganlo así y el Dios de paz estará con ustedes.
A medida que los filipenses escogieran andar en obediencia a los principios que Pablo les había enseñado, el Dios de paz les revelaría Su paz. Si hemos de experimentar el fruto de la paz, debemos comprometernos a andar en obediencia a la Palabra de Dios.
Confiando y creyendo
En Romanos 15:13, lo que Pablo habla muestra que hay una conexión entre la paz y la confianza en el Señor Dios.
Que el Dios de la esperanza los llene de toda alegría y paz a ustedes que creen en él, para que rebosen de esperanza por el poder del Espíritu Santo.
La oración de Pablo fue que Dios llenara a Su pueblo de paz a medida que ellos confiaran en Él. La paz es el fruto de confiar y creer en Dios. Los que creen en Él son los que la experimentan. Son los que confían en Su provisión y protección los que pueden enfrentar las pruebas de la vida con paz en su corazón. La incredulidad es el enemigo de la paz.
Conociendo a Cristo
Pedro nos dice que la paz se multiplica mediante el conocimiento de Cristo.
Le pido a Dios que los ame mucho y les permita vivir en paz, y que ustedes estén siempre dispuestos a conocer más a Dios y a nuestro Señor Jesús. (II Pedro 1:2, BLS)
Si usted quiere conocer la paz, debe conocer al Señor Jesús; aprender quién es Él y lo que ha hecho por usted. Debe entender la profundidad de Su amor y de Su compromiso con usted, así como Su provisión y cuidado, los cuales son soberanos. Si ve a Jesús por quien Él es y confía en Él, conocerá la paz. El Espíritu Santo produce el fruto de la paz en nosotros al revelarnos más del carácter y de la persona de Cristo.
LAS PROMESAS DEL DIOS DE PAZ
Hay algunas maravillosas promesas en las Escrituras de parte del “Dios de paz” para todos los que le pertenecen. Si usted está preocupado por el poder del enemigo en su contra, Pablo le recuerda que el “Dios de paz” aplastará a Satanás bajo sus pies.
Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros. (Romanos 16:20)
Si se siente atribulado; si siente que no tendrá las fuerzas para hacer lo que Dios le ha llamado a hacer, que Dios le capacite.
He. 13:20 Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, 21 os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. (RVR60)
¿Está ansioso por algo en su vida? Pablo nos dice que el “Dios de paz” guardará su corazón y su mente:
Flp. 4:6 Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.7 Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. (RVR60)
Fíjese que en todos estos versículos a Dios se le refiere como el “Dios de paz”. Él es mayor que nuestras circunstancias y anhela producir en su corazón el fruto de la paz. Sin importar lo que usted pueda estar enfrentando en su vida, puede conocer esta paz a medida que le permita al Espíritu de Dios quitar los obstáculos y encaminarle a Aquel que es el único capaz de darle la plenitud de la paz.
Para su consideración:
- ¿En qué se diferencia la paz, como fruto del Espíritu, de la paz que conoce el mundo?
- ¿Cuál es la relación entre conocer a Dios y la paz?
- Las Escrituras enseñan que debemos buscarla. Entonces, ¿cómo lo hacemos?
- ¿Cuáles son las promesas del “Dios de paz” para aquellos que le aman?
- ¿Cómo afecta el pecado nuestra paz?
- ¿Qué papel juega el Espíritu de Dios al producirse la paz en nuestras vidas? ¿Cómo lo hace?
Para orar:
- Dele gracias al Señor por Su deseo de que conozcamos una paz que este mundo no puede dar.
- Pídale al Espíritu Santo que le revele cualquier cosa que haya en usted que esté impidiendo el fruto de la paz en su vida.
- Pídale a Dios que le revele más de Él y de Su carácter. Agradézcale el hecho de que, a medida que Él lo haga, usted podrá experimentar una mayor paz y seguridad.
5 – Paciencia
Hasta este punto en nuestro estudio del fruto del Espíritu, hemos examinado el amor, la alegría y la paz. Todos queremos ver este fruto en nuestras vidas. Sin embargo, el cuarto fruto es menos procurado. He conocido a individuos que me han dicho que han dejado de orar por la paciencia, porque cuando lo han hecho, les ha parecido que el Señor les ha enviado pruebas.
La palabra utilizada en el idioma griego para denotar paciencia es “makrothumia”, la cual proviene de otras dos (“makros” y “thumos”). La palabra “makros” significa literalmente ‘prolongado’ o ‘durante mucho tiempo’. “Thumos” se refiere a ‘fiereza’ o ‘ira’. Cuando une estas dos palabras, obtiene el sentido de permanecer durante mucho tiempo bajo circunstancias difíciles o violentas. La paciencia es la cualidad de alguien que es capaz de soportar largos períodos de pruebas sin rendirse. Aunque ninguno de nosotros se deleita en las pruebas ni las dificultades, es vital que las soportemos si hemos de llegar a ser todo lo que Dios quiere que seamos. Dediquémonos por un momento a considerar lo que nos dice el Nuevo Testamento sobre el fruto de la paciencia.
DEMOSTRADO POR LA MANERA EN QUE DIOS TRATA CON NOSOSTROS
Quizás más que ningún otro apóstol, Pablo entendía la paciencia de Dios hacia él como pecador. Él dice en I Timoteo 1:16:
Pero Dios tuvo misericordia de mí, para que Jesucristo mostrara en mí toda su paciencia. Así yo vine a ser ejemplo de los que habían de creer en él para obtener la vida eterna.
Pablo creía que el Señor lo estaba usando como ejemplo para demostrar “toda Su paciencia”.
Antes de su conversión, Pablo perseguía a la iglesia. Él odiaba la causa del Señor Jesús y a Sus seguidores. Dios pudo haberlo juzgado por el terrible mal que hizo a la causa del Reino, pero en vez de eso, Él fue muy paciente con Pablo. Lo buscó y conquistó su corazón, perdonándole todas sus ofensas.
¿Dónde estaríamos si no fuera por la paciencia del Señor hacia nosotros? Pedro deja claro que, de no haber sido por Su paciencia, aún estaríamos en nuestro pecado.
II Pe. 3:15 Tengan en cuenta que la paciencia con que nuestro Señor nos trata es para nuestra salvación. Acerca de esto también les ha escrito a ustedes nuestro querido hermano Pablo, según la sabiduría que Dios le ha dado.
Debemos nuestra salvación a la maravillosa paciencia del Señor hacia nosotros. Él no se dio por vencido con nosotros mientras estábamos perdidos en nuestro pecado. Pudo habernos destruido, pero no lo hizo. Nos soportó y nos alcanzó en nuestro pecado y rebelión, acercándonos a Él.
Como creyentes conocemos esta maravillosa paciencia del Señor hacia nosotros en nuestra pecaminosidad. A menudo le fallamos. Nuestras actitudes no siempre son las correctas. Le hemos dado la espalda escogiendo nuestro propio camino. Hablamos cosas que jamás deberíamos mencionar. Y a pesar de estas faltas, el Señor sigue amándonos y siendo paciente con nosotros. Él no se rinde.
LA PACIENCIA EN NUESTRA RELACIÓN CON OTROS
El Nuevo Testamento nos exhorta, a la luz de la paciencia del Señor Jesús hacia nosotros, que seamos pacientes con nuestros hermanos. La evidencia del fruto de la paciencia será vista en cómo nos tratamos unos a otros. En Efesios 4:2 Pablo desafía a los creyentes a ser pacientes y a soportarse unos a otros:
Sean humildes y amables; tengan paciencia y sopórtense unos a otros con amor.
La palabra en griego traducida como “soportar” también puede significar ‘sobrellevar’, ‘aguantar’ o ‘sufrir’. Esto implica que las personas que estamos soportando no siempre serán fáciles de sobrellevar. Esto requiere de una poderosa obra de Dios en nuestras vidas. La paciencia es la capacidad de “aguantar” a las personas con quienes nos es difícil llevarnos bien. Esto no es algo que muchos de nosotros queramos hacer; de hecho, no es natural en nosotros llevarnos con la gente difícil. Sin embargo, recuerde que así es como Dios nos ha tratado; ha aguantado nuestro pecado y rebelión. Si se lo permitimos, el Espíritu Santo producirá este tipo de paciencia en nosotros hacia otros.
En Colosenses 3:12-13, Pablo presenta el desafío de ser pacientes unos con otros:
Col. 3:12 Dios los ama a ustedes y los ha escogido para que pertenezcan al pueblo santo. Revístanse de sentimientos de compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia.13 Sopórtense unos a otros, y perdónense si alguno tiene una queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes.
Pablo utiliza la misma palabra griega que en Efesios 4:2, al exhortar a los creyentes a “soportarse” unos a otros (‘sobrellevarse’, ‘aguantarse’ o ‘sufrirse’). Sin embargo, fíjese también en que les dice que se perdonen toda queja que tengan unos en contra de otros. Esto implica que aquellos con quienes debían ser pacientes no sólo eran gente difícil, sino que además los hubiesen ofendido de alguna manera. El desafío de Pablo era precisamente perdonar a esas personas y soportarlas porque así es como Dios los había tratado.
Es relativamente fácil ser paciente con quienes nos es fácil llevarnos bien. Sin embargo, Pablo nos está pidiendo que seamos pacientes con quienes nos hayan afligido. ¡Cuán agradecidos debemos estar por el hecho que el Señor no se haya rendido con nosotros! Nos perdonó cuando pecamos contra Él. Nos soportó cuando nos estábamos apartando de Él. Pablo describió la paciencia de Dios hacia él como Su “infinita bondad” (ver I Timoteo 1:16, NVI). Aquellos que conocen el fruto de la paciencia del Espíritu, demostrarán esta misma actitud hacia aquellos que les hayan ofendido.
La paciencia de la que habla Pablo aquí es un don de Dios, la obra de Su Espíritu en nuestras vidas. A medida que el Espíritu Santo crea en nosotros este tipo de paciencia, nos exigirá que rindamos toda amargura e ira hacia nuestros hermanos; nos demandará que perdonemos a quienes nos hayan ofendido. La paciencia que Dios quiere crear en nosotros requerirá de perdón y que rindamos nuestras malas actitudes. Esto no nos será fácil, pero siempre será para nuestro bien.
LA PACIENCIA EN LOS SUFRIMIENTOS
El fruto de la paciencia también es demostrado en la manera en que lidiamos con las dificultades y luchas de la vida. El apóstol Pablo fue un buen ejemplo de paciencia en el sufrimiento. Fíjese lo que nos dice en II Corintios 6:4-6 (RVR60):
II Co. 6:4 Antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias; 5 en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos; 6 en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero.
El apóstol Pablo enfrentó mucha oposición en su ministerio: fue golpeado y apedreado; fue perseguido y echado fuera de ciudades en las que predicó; la gente quiso matarlo; lo insultaron y acusaron falsamente. Y él soportó todas estas cosas por la causa del Señor Jesús. A pesar de todas estas cosas, tenía la confianza de que había dejado un buen ejemplo a Timoteo, su hijo en la fe:
II Ti. 3:10 Pero tú has seguido bien mis enseñanzas, mi manera de vivir, mi propósito, mi fe, mi paciencia, mi amor y mi fortaleza para soportar.
Jamás se rindió. Cuando fue golpeado, se volvió a levantar y prosiguió con su misión. Siguió adelante a pesar de los obstáculos que halló en su camino. Esta es la cualidad de alguien que tiene paciencia. Él o ella son capaces de soportar la presión que viene de todas las direcciones, permaneciendo bajo dicha presión sin rendirse ni ceder. Esto se debe a que el Espíritu de Dios sigue fortaleciéndolos y motivándolos en su labor; Él los impulsa.
LA PACIENCIA: EL SUELO EN EL QUE PUEDEN CRECER OTROS FRUTOS
La paciencia en un fruto que no muchos de nosotros deseamos porque no queremos las cosas que casi siempre le acompañan; más bien preferimos vivir sin tener a nuestro alrededor gente difícil ni tener que ser probados en la fe. Sin embargo, lo que debemos entender en cuanto a la paciencia es que precisamente ésta constituye el suelo en el cual los demás frutos del Espíritu pueden crecer. Fíjese en la oración de Pablo por los colosenses:
Col. 1:11 Fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; 12 con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz. (RVR60)
Fíjese aquí en la conexión entre la paciencia y el hecho de ser capaz de agradecer al Padre con alegría. Aquí están vinculados el gozo y la paciencia. Si perdemos la paciencia y nos rendimos en la batalla, ¿cómo podremos agradecer a Dios con alegría por la victoria? Si perdemos la paciencia y caemos en pecado, ¿cómo podremos tener paz en nuestro corazón? Si no tenemos paciencia con nuestros hermanos, ¿cómo podremos demostrar el fruto del amor? La paciencia constituye el suelo en el cual el Espíritu Santo produce Su fruto.
¿No sería bueno que pudiéramos madurar espiritualmente de la noche a la mañana? Las plantas de nuestro jardín necesitan tiempo para crecer. Nuestros hijos van madurando con los años. La madurez es un proceso que requiere de tiempo; de arrepentimiento, de rendirse, de ser probados, de sacrificio y de obediencia. Nuestra fe es probada y fortalecida mediante las cosas por las que pasamos en la vida. La obra que el Espíritu Santo está realizando se llevará todo el tiempo de nuestra vida. Él no se detendrá hasta que estemos en la presencia del Padre en el cielo. Si usted quiere llegar a ser todo lo que Dios quiere que usted sea, deberá ser paciente. Deberá rendirse a la obra que Él está haciendo en su vida. Deberá soportar las pruebas si quiere ser purificado y alcanzar la madurez.
LA PACIENCIA Y LAS PROMESAS DE DIOS
Si quiere conocer la victoria, entonces la paciencia debe ser su mejor amiga. Hay muy pocas batallas que se ganan sin paciencia; muy pocas promesas que se cumplen sin paciencia. El escritor de Hebreos habla de los que heredaron las promesas de Dios mediante la paciencia:
A fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas. (Hebreos 6:12, RVR60)
Él dice lo mismo en Hebreos 10:36:
Porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. (RVR60)
¿Puede ver el énfasis que se hace aquí? Dios nos está diciendo que sólo podemos obtener Su promesa por la paciencia y la perseverancia. La recompensa es para quienes hayan terminado la carrera; la corona, para quienes hayan perseverado hasta el fin. Santiago ilustra esto utilizando el ejemplo del labrador que espera por su cosecha:
Stg. 5:7 Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía.
8 Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca. (RVR60)
Dios tiene Su tiempo para obrar, el cual difiere del nuestro. Está obrando Sus propósitos en maneras que no entendemos. Así como el labrador ha de esperar a que las semillas que sembró germinen, crezcan y produzcan fruto, también debemos aprender a esperar en el Señor. Las bendiciones vienen a los que esperan.
Muchas veces en mi vida he buscado al Señor por asuntos que han constituido una gran carga para mí, y no he visto el resultado inmediatamente. Imagínese qué habría pasado si me hubiera rendido luego de orar una sola vez. Todos hemos leído historias o escuchado testimonios de personas que han orado, perseverado y que no han perdido la esperanza hasta ver al Señor intervenir. Su paciencia ha sido recompensada. Imagínese que los profetas del Antiguo Testamento se hubiesen rendido después de su primer sermón. Imagínese a un evangelista que jamás vuelva a testificar después de hacerlo a alguien que se ría en su cara. Santiago nos dice que debemos tener como ejemplo de paciencia a los profetas de la antigüedad.
Stg. 5:10 Hermanos míos, tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor. (RVR60)
Estos profetas predicaron cuando nadie quería escuchar; algunos de ellos jamás vieron ningún resultado de su labor. Algunos, como Jeremías, sufrieron gran pesar por el llamado que Dios había puesto en sus vidas. Otros fueron perseguidos; fueron escarnecidos, ridiculizados, lapidados y asesinados por sus palabras, pero aun así no se dieron por vencidos. Fueron pacientes hasta el fin. Se mantuvieron firmes en su posición bajo tremendas tensiones. Santiago dice que este es un ejemplo que debemos seguir. Dios nos llama a perseverar. Él nos pide que seamos pacientes y nos mantengamos firmes en el lugar hasta que Él nos alivie. Sin paciencia, será imposible ganar la batalla. La victoria les llega a los que esperan.
Isaías nos dice que ni siquiera podemos imaginar la victoria que Dios tiene reservada para quienes esperan en Él.
Is. 64:4 Ni nunca oyeron, ni oídos percibieron, ni ojo ha visto a Dios fuera de ti, que hiciese por el que en él espera. (RVR60)
La victoria es para los que esperan pacientemente en el Señor. El apóstol Santiago nos recuerda lo que Dios hizo por Job cuando en su época soportó el sufrimiento:
Stg. 5:11 He aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren. Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo. (RVR60)
La Biblia nos dice que Job perdió todo lo que tenía: le fue arrebatada su salud; perdió el amor y el apoyo de su esposa; mataron a sus hijos, y fue dejado en un montón de cenizas sin el menor vestigio de orgullo. Sin embargo, él mantuvo sus ojos firmes en el Señor y no se rindió. Su paciencia alcanzó recompensa cuando Dios finalmente intervino y lo bendijo, y permanecería en esa maravillosa bendición por el resto de sus días.
Quizás usted hoy esté enfrentando alguna prueba en su vida. Tal vez haya estado sintiendo la tensión de un matrimonio difícil; quizás el Señor le haya privado de su salud; tal vez sus amigos lo hayan abandonado… usted necesita hoy el fruto de la paciencia. Necesita la capacidad de soportar la tensión y la presión hasta que alguien intervenga. Este es el fruto del Espíritu Santo.
Dios quiere darle hoy ese fruto. Quiere producir en usted el fruto de la paciencia para que pueda seguir adelante hasta que todas Sus promesas se hayan cumplido en usted.
LA PACIENCIA ES NECESARIA PARA QUE EL CARÁCTER SE FORME EN NOSOTROS
Permítame concluir con este último comentario sobre la paciencia. Pablo nos recuerda en Romanos 5:3-4 que el carácter sólo puede ser formado mediante la paciencia en la prueba:
Ro. 5:3 Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; 4 y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza. (RVR60)
Los atletas saben que si no se desarrollan en su capacidad para soportar la presión y la tensión, jamás serán capaces de competir. Se esfuerzan para edificar sus músculos y tener resistencia durante la competición. Así mismo sucede en nuestro andar con Dios. Él está buscando a personas que permitan que el Espíritu Santo produzca esta paciencia en ellas para que puedan madurar en su fe. La paciencia de la cual Pablo está hablando en Gálatas 5:22 no es algo que podamos encontrar en nosotros de forma natural. El Espíritu Santo nos da la fuerza y la perseverancia más allá de nuestras capacidades naturales, y lo hace para que, a medida que permanecemos bajo esa presión, podamos ser purificados, y nuestro carácter pueda madurar a la semejanza de Jesucristo.
Para su consideración:
- ¿Cómo Dios demuestra Su paciencia hacia nosotros? ¿Cómo debemos mostrar la paciencia en nuestra relación con otras personas?
- ¿Cuál es la conexión entre la paciencia y el resto del fruto del Espíritu? ¿Puede el fruto del Espíritu Santo madurar a plenitud sin la paciencia?
- ¿Qué recompensa promete Dios que tendrá la paciencia en nuestras vidas?
Para orar:
- Dedíquese por un momento a agradecer al Señor por la forma en que ha sido paciente con usted y con sus faltas.
- ¿Batalla usted por ser paciente con ciertas personas en su vida? Pídale al Señor que le ayude a ser más paciente con ellos.
- Pídale al Señor que le ayude a ser paciente en las pruebas. Pídale que le enseñe lo que Él quiere que aprenda en sus pruebas.
- Agradézcale por la bendición que resulta en la vida de aquellos que son pacientes en las pruebas y los sufrimientos.
6 – Amabilidad
El siguiente fruto del Espíritu que vamos a ver es el de la amabilidad. La palabra que se utiliza para denotar amabilidad en este pasaje puede ser traducida como ‘excelencia moral’, ‘mansedumbre’ o ‘bondad’; se refiere a una actitud del corazón que influye tanto en nuestra forma de hablar como en nuestras acciones.
A medida que comenzamos nuestro estudio de la amabilidad, resulta útil ver cómo la palabra y sus raíces se utilizan en diferentes contextos. Se utiliza de modo interesante en Romanos 3:12, donde Pablo dice:
Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. (RVR60)
La palabra traducida como “bueno” en este versículo es la misma utilizada por Pablo en Gálatas 5:22 para describir el fruto de amabilidad. Cuando Dios miró a la tierra, vio que los seres humanos se habían desviado de Él y ya no estaban demostrando amabilidad, mansedumbre ni benignidad. Al proseguir en este pasaje de Romanos 3, Pablo describe a los que carecen de esta cualidad de bondad o amabilidad:
Ro. 3:13 Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; 14 Su boca está llena de maldición y de amargura. 15 Sus pies se apresuran para derramar sangre; 16 Quebranto y desventura hay en sus caminos; 17 Y no conocieron camino de paz. 18 No hay temor de Dios delante de sus ojos. (RVR60)
Estos versículos son importantes si hemos de entender lo que Pablo quiere decir en Gálatas 3:22 sobre la amabilidad como fruto del Espíritu. El apóstol nos describe aquí lo que significa no ser amable. Fíjese en dos cosas que nos dice acerca de los que no tienen en sus vidas el fruto de la amabilidad (o benignidad).
En primer lugar, los que no son amables lo demuestran en su forma de hablar. Fíjese cómo Pablo describe las gargantas, las lenguas, los labios y las bocas de los que no tienen este fruto. Sus gargantas son sepulcros abiertos, llenos del hedor de la muerte y la putrefacción. Su lenguaje es repugnante y no demuestra respeto. Sus lenguas hablan engaño, y por eso no se puede confiar en ellos. En sus labios está el veneno de serpientes, pues dañan a quienes los oyen. Sus bocas están llenas de maldición y amargura.
En segundo lugar, los que carecen de la amabilidad lo demuestran en su estilo de vida. En Romanos 3:15-18 Pablo describe a estas personas como aquellos cuyos pies se apresuran a derramar sangre; no buscan el camino de la paz. Adondequiera que van, dejan un rastro de ruina y sufrimiento. Muestran muy poco interés en el bienestar de los demás las personas que no tienen el fruto de la amabilidad.
Hemos visto lo que Pablo enseña sobre la falta de amabilidad. Dediquémonos entonces a considerar qué es la amabilidad.
CARGAS FÁCILES
La palabra griega que Pablo utiliza en Gálatas 5:22 para denotar ‘amabilidad’ proviene del vocablo “xrestos”, que significa ‘fácil, bueno, agraciado o amable’. Jesús utiliza esta raíz en Mateo 11:30 cuando dice:
Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga. (RVR60)
La palabra “ligera” aquí es “xrestos”, de la cual obtenemos la palabra amabilidad (benignidad) utilizada por Pablo en Gálatas 5:22. En este pasaje, Jesús está describiendo la carga que Él da a los que le pertenecen. Nos dice que la carga que Él da es “amable”; no es abrumadora ni pesada de llevar. Esto nos ayuda a entender lo que significa ser amable (benigno).
Cuando usted pone sobre alguien una carga demasiado difícil de llevar, no está siendo amable con esa persona. Podemos poner cargas sobre otras personas mediante nuestras palabras, acciones y actitudes. Considere lo que Pablo dijo en Romanos 3:12-18 sobre los que no tienen el fruto de la amabilidad. Sus labios hablan mentira, amargura e ira. ¿Alguna vez alguien le ha mentido? ¿No le hace sentir eso que le han puesto encima una pesada carga? A veces el peso de esas palabras es tan pesado, que nos abruma. Eso sucede con las palabras, pero también con la manera en que las personas reaccionan ante nosotros o las actitudes que manifiestan hacia nosotros.
Los que muestran amabilidad considerarán las consecuencias que tendrán sus palabras, acciones y actitudes en sus hermanos. Ellos demostrarán compasión en lo que dicen o hacen, de modo que ello no constituya una carga demasiado pesada de llevar para su hermano(a). Dios sabe cuánto podemos cargar y nos da lo que podemos sobrellevar. Él demuestra la amabilidad perfecta en las cargas que nos da.
A medida que el Espíritu Santo va formando la amabilidad en nosotros, nos dará una mayor conciencia de las necesidades y cargas de los que nos rodean. No sólo nos mostrará cómo podemos dejar de cargar a las personas con más de lo que pueden sobrellevar, sino que además nos enseñará cómo podemos aliviar esa carga para hacerla más llevadera.
LA AMABILIDAD Y EL SACRIFICIO
El mayor ejemplo de amabilidad puede verse en el carácter de Dios por medio de Jesucristo. Pablo habla al respecto en su epístola a los efesios.
Ef. 2:6 Y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús,
7 para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. (RVR60)
Fíjese cómo Pablo habla aquí sobre la expresión de la “bondad para con nosotros en Cristo Jesús”. Esto fue demostrado en la manera en que envió a Su Hijo a morir por nosotros cuando éramos aún pecadores. Imagínese lo que Dios nos hubiera hecho siendo pecadores; sin embargo, nos mostró tremenda amabilidad y compasión enviando a Su Hijo a morir por nosotros. La bondad de Cristo fue evidenciada en cómo tomó sobre Él nuestro castigo y en cómo entregó Su vida en sacrificio para nuestro beneficio.
La amabilidad demanda sacrificio. La amabilidad se negará a sí misma para aliviar la carga de un hermano(a). El máximo acto de amabilidad (benignidad) es entregar la propia vida, como lo hizo el Señor Jesús por nosotros. No a muchos se nos pedirá hacer este máximo sacrificio, pero todos sí seremos llamados a hacer sacrificios de benignidad los unos por los otros; dígase sacrificios de tiempo, esfuerzos y recursos. A medida que el Espíritu Santo produzca en usted el fruto de la amabilidad, estará usted cada vez más dispuesto a poner a un lado sus propios intereses en favor de quienes lo necesiten. Usted estará cada vez más en busca de maneras de aliviar las cargas de sus hermanos.
Es importante que nos demos cuenta de que la amabilidad del Señor Jesús fue demostraba a los que se rebelaron en Su contra. A medida que el Espíritu Santo produzca este fruto en nosotros, no haremos distinción entre amigos o enemigos. Podremos ser capaces de mostrar amabilidad aun a quienes nos odian o nos causan daño. Lea lo que Jesús dijo a Sus discípulos en Lucas 6:27-30 (RVR60):
Lc. 6:27 Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; 28 bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian. 29 Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues. 30 A cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva.
La amabilidad alcanza a los demás de manera incondicional. Cuando peor estábamos, fue cuando el Señor nos alcanzó con Su benignidad para salvarnos.
Tit. 3:3 Porque antes también nosotros éramos insensatos y rebeldes; andábamos perdidos y éramos esclavos de toda clase de deseos y placeres. Vivíamos en maldad y envidia, odiados y odiándonos unos a otros. 4 Pero Dios nuestro Salvador mostró su bondad y su amor por la humanidad, 3:5 y, sin que nosotros hubiéramos hecho nada bueno, por pura misericordia nos salvó lavándonos y regenerándonos, y dándonos nueva vida por el Espíritu Santo.
Cuando se manifestó la bondad y el amor de nuestro Salvador, nos salvó. Él lo hizo ofreciendo Su vida como máximo sacrificio por nuestro pecado. La amabilidad, como fruto del Espíritu en nuestras vidas, demandará un sacrificio. La benignidad del Señor Jesús al ofrecer Su vida por la nuestra constituye nuestro modelo de amabilidad perfecta. El Espíritu de Dios produce esta misma actitud en aquellos que pertenecen a Cristo.
LA AMABILIDAD Y EL PERDÓN
Pablo nos dice que este fruto también se demuestra en nuestra disposición de perdonar a quienes nos hayan ofendido:
Col. 3:12 Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; 13 soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.
No es fácil llevarse bien con todo el mundo; hay personas que nos hacen la vida difícil. Pablo dijo a los colosenses que debían soportarse y perdonarse entre ellos. Para lograrlo, debían revestirse de compasión, amabilidad, humildad, mansedumbre y paciencia. La amabilidad es necesaria si vamos a perdonar a algún hermano que nos haya ofendido. Pablo reitera esto en Efesios 4:32 cuando dijo:
Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. (RVR60)
Fíjese una vez más en la conexión entre la amabilidad y la disposición para perdonar a una persona que nos ha ofendido. Cuando una persona peca en contra nuestra, puede herirnos física, emocional o espiritualmente. Los que pecan en contra nuestra se colocan en la posición de deudores. La amabilidad es la capacidad de librar a esa persona de la deuda que tiene con nosotros; es la capacidad de exonerarle de la culpa por el daño que nos ha ocasionado.
Cuán fácil nos resulta, cuando nos han dañado, querer que a esa persona se le recuerde lo que ha hecho. Es natural en nosotros querer que sienta el peso del daño que nos ha ocasionado. La amabilidad retira esa carga de la espalda del hermano(a); en cambio, dice: “No quiero que te cargues con el peso de lo que me has hecho; quiero que seas libre”. Esta fue la actitud del Señor Jesús hacia nosotros y es la actitud que el Espíritu Santo quiere producir en nosotros.
LOS ENEMIGOS DE LA AMABILIDAD
En I Pedro 2:1-3, el apóstol habla a sus lectores de la amabilidad (benignidad) y les recuerda su obligación luego de haberla visto:
I P. 2:1 Por lo tanto, abandonando toda maldad y todo engaño, hipocresía, envidias y toda calumnia, 2 deseen con ansias la leche pura de la palabra, como niños recién nacidos. Así, por medio de ella, crecerán en su salvación, 3 ahora que han probado lo bueno que es el Señor. (NVI)
Cuando Pedro dice en el versículo 3 que sus lectores habían “probado lo bueno que es el Señor”, utiliza la misma palabra que Pablo en Gálatas 5:22, cuando habla del fruto de la amabilidad (benignidad). En otras palabras, aquellos a quienes Pedro estaba escribiendo, habían experimentado la benignidad del Señor hacia ellos. Fíjese en lo que Pedro tenía que decirles a los que habían probado la benignidad del Señor; que se despojaran de toda maldad, engaño, hipocresía, envidia y calumnia. Si queremos que el Espíritu Santo produzca en nuestras vidas el fruto de la amabilidad, primero debemos permitirle que quite todas estas cosas de nuestro corazón. Usted no puede calumniar a un hermano y demostrarle amabilidad. La envidia y los celos son enemigos de la amabilidad. La verdadera amabilidad proviene de un corazón que es movido por el Espíritu para procurar el bien de un hermano o hermana. Se sacrificará para que otros puedan ser bendecidos, y para que sus cargas les sean aliviadas. Si usted no está viendo esta bondad manifestándose en su vida, entonces debe examinar su corazón para buscar evidencia de cosas como la envidia y los celos.
¿Es evidente en su vida el fruto de la benignidad? Dedique un tiempo para examinar sus palabras. ¿Ponen ellas sobre otras personas una carga que les resulte demasiado pesada de llevar? Examine sus acciones. ¿Muestran compasión hacia amigos y enemigos? ¿Está usted aligerando la carga que su prójimo está llevando? Examine su actitud. ¿Es la misma que Cristo tiene hacia quienes le rodean?
La amabilidad toca cada aspecto de su vida; se expresa en acciones, actitudes y palabras. Se demuestra en nosotros porque el Espíritu Santo está viviendo y produciendo en nosotros el carácter de Cristo. La amabilidad es muy consciente de los demás, así como de sus necesidades. No es egocéntrica; en cambio, se sacrifica por naturaleza. Anhela ministrar y aligerar la carga de su prójimo. Lo hace así por cuanto la mueve el corazón de Cristo para hacer más ligera la carga, y más fácil el yugo.
Para su consideración:
- ¿Cuál es la conexión entre la amabilidad y el aligerar la carga de un hermano o hermana?
- ¿Es posible la amabilidad sin alguna forma de sacrificio?
- ¿Cómo es el perdón un acto de amabilidad? ¿Cómo constituye el perdón de Cristo una demostración de Su amabilidad hacia nosotros?
- ¿Cuáles son los enemigos de la amabilidad?
- Dé algunos ejemplos de cómo podemos demostrar amabilidad mediante el uso de palabras.
- Dé ejemplos de actos de amabilidad.
Para orar:
- Pídale al Señor que abra sus ojos a las necesidades de otros. Pídale que le haga estar más dispuesto a responder a esas necesidades de manera amable.
- Agradézcale al Señor por Su gran benignidad hacia usted al ofrecer la vida en la cruz por su pecado.
- ¿Hay personas en su vida a las que usted deba perdonar? Pídale a Dios que le dé la gracia de hacerlo y de librarles de cualquier carga que puedan estar llevando sobre sus hombros.
- Pídale a Dios que quite de su vida todo enemigo de la amabilidad.
- Pídale a Dios que le ayude a demostrar amabilidad en palabra y acción. Pídale que produzca en usted más benignidad.
7 – Bondad
El siguiente fruto que examinaremos en este estudio es la bondad; la cual puede definirse en términos de rectitud de corazón y de vida. Algo es visto como “bueno” si es honorable o excelente en calidad. La bondad es un término bien amplio. Aunque es un fruto del Espíritu, produce su propia clase de fruto. En la vida de un creyente pueden apreciarse evidencias de bondad de muchas maneras. Lo importante es destacar que la bondad se refiere más al carácter de un individuo, que a lo que el individuo hace. Muchas personas pueden realizar buenas obras, y no ser en sí buenas personas.
LA PÉRDIDA DE LA BONDAD
Para entender el fruto de la bondad, debemos remontarnos a la creación de la humanidad. Luego de haber creado a Adán y Eva, Dios miró todo lo que había creado y lo consideró “bueno” (ver Génesis 1:31). Aunque los seres humanos fueron creados buenos, esa bondad quedó destruida por la entrada del pecado al mundo. El corazón humano se volvió malvado. Génesis 6:5-6 describe lo que Dios vio al observar a la humanidad en la época de Noé.
Gn. 6:5 Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. 6:6 Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón. (RVR60)
Fíjese cómo el mal había afectado el corazón del hombre. “El Señor vio que era demasiada la maldad del hombre en la tierra y que este siempre estaba pensando en hacer lo malo” (Génesis 6:5-6, DHH). Según este pasaje, no había bondad en los pensamientos humanos. Todos éstos provenían del corazón plagado por el mal.
Escribiendo a los romanos, Pablo dice:
Ro. 3:10 Pues las Escrituras dicen: “¡No hay ni uno solo que sea justo! 11 No hay quien tenga entendimiento; no hay quien busque a Dios. 12 Todos se han ido por mal camino; todos por igual se han pervertido. ¡No hay quien haga lo bueno! ¡No hay ni siquiera uno!
En este pasaje no hay cabida para la bondad. Considere lo que dice Pablo aquí:
- No hay nadie justo (ni siquiera uno)
- Nadie entiende
- Nadie busca a Dios
- Todos se han descarriado
- Se han hecho inútiles
- Nadie hace lo bueno (ni siquiera uno)
Aunque nos resulte difícil entender esto como seres humanos, así es como Dios nos vio. Desde el punto de vista de la santidad y la pureza, estábamos impuros. Todas nuestras acciones y pensamientos estaban manchados por el pecado y eran inaceptables para Dios, que es justo. Aquí no había excepciones: ninguna persona alcanzaba el estándar de Dios en cuanto a la bondad. Todos habían pecado y se habían quedado por debajo de esta norma (ver Romanos 3:23).
Cuando de bondad se trata, la definición de Dios es muy distinta de la nuestra. Su estándar está por encima de nosotros; Su estándar es la perfección.
Imagínese que alguien le ofrezca un vaso de agua envenenada. ¿Usted se la tomaría? ¿Y si le exprimieran en ella un poco de jugo de naranja para darle un mejor sabor? ¿Se la tomaría entonces? Nadie en su sano juicio tomaría de ese vaso. El pecado es como el veneno en el vaso; afecta todo lo que hacemos. No importa lo que hagamos a nuestras vidas; hasta que no se le quita el veneno del pecado, todas nuestras acciones y pensamientos serán una ofensa al santo Dios.
La verdadera bondad no es posible hasta que no se lidia con el pecado. Esta es la razón por la cual vino el Señor Jesús. Su obra en la cruz hizo posible la bondad. La bondad a la que Pablo se refiere aquí es fruto de la obra del Espíritu en nuestras vidas. No es una bondad natural que provenga de nosotros, sino la que es creada e implantada en nuestras vidas por el Espíritu de Dios.
EL FRUTO BUENO BROTA DE UN CORAZÓN BUENO
Mire lo que Jesús enseñó a Sus discípulos en Mateo 7:17-18:
Mt. 7:17 Así, todo árbol bueno da fruto bueno, pero el árbol malo da fruto malo. 18 El árbol bueno no puede dar fruto malo, ni el árbol malo dar fruto bueno.
Jesús nos enseña que el buen fruto sólo puede surgir de un corazón bueno. Si nuestro corazón es malvado, entonces su fruto también estará plagado por la maldad. Únicamente un corazón puro puede dar fruto aceptable para Dios: el fruto bueno.
Este mismo principio se aplica a las palabras que proferimos. Las buenas palabras provienen de un buen corazón. Fíjese lo que Jesús dijo a los líderes religiosos de Su época, en Mateo 12:34-35:
Mt. 12:34 ¡Raza de víboras! ¿Cómo pueden decir cosas buenas, si ustedes mismos son malos? De lo que abunda en el corazón, habla la boca. 35 El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en él, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en él.
Fíjese que el bien se refiere a la cualidad de un corazón que produce fruto. La bondad sólo es posible debido a la obra del Señor Jesús en la Cruz para perdonar el pecado y darnos un nuevo corazón.
EXPRESIONES DE BONDAD EN LA BIBLIA
La bondad se expresa de variadas maneras en las Escrituras. Resulta útil analizar estas distintas expresiones para obtener un mejor entendimiento de cómo es el fruto en la vida del creyente.
Generosidad
La bondad es expresada mediante actos de amabilidad y generosidad. Jesús cuenta un relato sobre el hombre que contrató siervos a diferentes horas del día. A algunos de ellos los contrató temprano en la mañana, y trabajaron todo el día. A otros, los contrató más tarde, y sólo trabajaron unas horas. Cuando llegó la hora del pago, los que habían trabajado todo el día se sorprendieron de que no se les pagara más que a los que habían servido sólo unas horas. En respuesta a sus acusaciones de injusticia, el dueño respondió:
Mt. 20:15 Es porque tengo el derecho de hacer lo que quiera con mi dinero. ¿O es que te da envidia que yo sea bondadoso?
La palabra traducida como “generoso” en este versículo en la Nueva Versión Internacional es aquella de la cual obtenemos la palabra “bondad” que aparece en Gálatas 5:22. En este caso el amor estaba demostrando bondad al ser generoso.
Esta misma idea la vemos en el libro de Hechos, donde leemos sobre Tabita (también conocida como Dorcas), a quien se le conocía por sus actos de generosidad y amabilidad en su ministerio a los pobres de su comunidad. En Hechos 9:36 se describe que poseía esta cualidad de bondad.
Hch. 9:36 Por aquel tiempo había en la ciudad de Jope una creyente llamada Tabitá, que en griego significa Dorcas. Esta mujer pasaba su vida haciendo el bien y ayudando a los necesitados.
Aquí vemos la conexión entre la bondad y la generosidad. La bondad se demuestra mediante actos de amabilidad y generosidad.
Fidelidad
Otra expresión de la bondad en las Escrituras es la fidelidad. Nuestro Señor contó la historia de un patrón que dejó sus posesiones a cargo de sus siervos y salió de viaje. Al regresar, les pidió que le informaran acerca de lo que habían hecho en su ausencia. Uno de los siervos había duplicado los recursos de su amo. Mire lo que le dice su amo, en Mateo 25:21:
El jefe le dijo: ‘Muy bien, eres un empleado bueno y fiel; ya que fuiste fiel en lo poco, te pondré a cargo de mucho más. Entra y alégrate conmigo’.
El dueño llamó a su siervo “bueno” porque había sido fiel con lo que le había encargado. La misma idea se expresa en Lucas 19:17:
El rey le contestó: ‘Muy bien; eres un buen empleado; ya que fuiste fiel en lo poco, te hago gobernador de diez pueblos’.
Al siervo se le llama “bueno” porque era digno de confianza. A medida que el Espíritu de Dios produce el fruto de la bondad en nuestras vidas, se demostrará a través de la fidelidad en todo lo que Dios nos ha llamado a hacer.
Justicia
También existe en la Biblia una conexión entre “bondad” y rectitud. José era miembro del Concilio judío, y como tal, era un “varón bueno y justo” (RVR60).
Lc. 23:50 Había un hombre bueno y justo llamado José, natural de Arimatea, un pueblo de Judea. Pertenecía a la Junta Suprema de los judíos. Este José… esperaba el reino de Dios y… no estuvo de acuerdo con lo que la Junta había hecho.
Pablo le dijo a Timoteo que si un hombre se limpiaba, podía ser útil al Maestro para una buena obra.
Si uno se mantiene limpio de esas faltas, será como un objeto precioso, consagrado y útil al Señor, apropiado para cualquier cosa buena. (II Timoteo 2:21)
Si queremos hacer cosas buenas para el Maestro, lo primero que debe suceder es que seamos limpiados de nuestra impureza, y esto es obra del Espíritu de Dios en nuestras vidas. Él quiere limpiarnos de nuestro pecado e impurezas para que nuestro servicio para el Señor no sea estorbado. A medida que el Espíritu Santo produce el fruto de la bondad en nuestras vidas, va sacando a la luz y limpiándonos de pensamientos, acciones y obras impuras.
Integridad de palabra
Las evidencias de la bondad también se verán en nuestra manera de hablar. El apóstol Pablo escribió en Efesios 4:29:
No salga de la boca de ustedes ninguna palabra mala (corrompida), sino sólo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan. (LBLA)
Las buenas palabras son las que edifican y alientan al cuerpo de Cristo. La buena forma de hablar es íntegra y sana. Si el Espíritu está desarrollando en nosotros la bondad, se reflejará en la manera de hablar a los demás o de ellos.
LA BONDAD VERDADERA PROVIENE DE DIOS
La verdadera bondad viene de Dios y es resultado del ministerio del Espíritu Santo en nuestro interior. No es producto de nuestra propia carne. En Mateo 19 un hombre se acercó a Jesús y le preguntó qué de bueno podía hacer para heredar la vida eterna. Sin embargo, Jesús le dijo que sólo existía una persona buena.
Mt. 19:17 Él le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. (Mateo 19:17, RVR60)
Jesús invitó a esta persona a seguir los mandamientos, no como medio para obtener la salvación, sino como la forma de mostrarle que la bondad verdadera y perfecta es imposible de lograr con esfuerzos humanos. Según Jesús, únicamente Dios es bueno. Él es la medida de la verdadera bondad. Ser bueno es ser como Dios, y ninguno de nosotros como seres humanos puede estar a la altura de este estándar.
Aunque la bondad perfecta es imposible en la carne, el Espíritu de Dios continúa produciéndola en nuestras vidas. En Hechos 11:24 se describe a Bernabé como un buen hombre. Fíjese aquí en la conexión entre su “bondad” y la llenura del Espíritu Santo.
Hch. 11:24 Porque Bernabé era un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe. Y así mucha gente se unió al Señor.
La bondad de Bernabé era el resultado directo del ministerio del Espíritu Santo en su vida, formando el carácter de Cristo en él.
El apóstol Juan dijo a sus lectores en III Juan 1:11 que los que hacen el bien son de Dios:
Querido hermano, no sigas los malos ejemplos, sino los buenos. El que hace lo bueno es de Dios, pero el que hace lo malo no ha visto a Dios.
La bondad de la que habla Gálatas 5:22 es fruto del Espíritu de Dios, que nos hace más como Dios. No se trata de una bondad natural. Toda nuestra “bondad” está contaminada por el pecado y es inaceptable ante Dios. Lo que el Espíritu Santo está produciendo en nosotros es algo distinto. Lo que está formando en nosotros es el carácter de Cristo.
EN NOSOTROS NO RADICA NINGÚN BIEN ESPIRITUAL POR NATURALEZA
Las Escrituras dejan bien claro que en la carne no radica ningún bien espiritual de manera natural. Usted puede observar esta tendencia en un niño pequeño. Como padres siempre debemos enseñar a nuestros hijos cómo “portarse bien”. Usted nunca tiene que enseñarles cómo mentir o golpear a su hermano; eso sucede de manera natural. Esto es reflejo de la naturaleza del corazón humano.
Pablo nos dice en Romanos 7:18-19 que en su carne no habitaba nada bueno.
Ro. 7:18 Porque yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza débil, no reside el bien; pues aunque tengo el deseo de hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. 19 No hago lo bueno que quiero hacer, sino lo malo que no quiero hacer.
Es muy poderoso lo que Pablo nos está diciendo aquí; él deja claro que nada bueno había en su naturaleza pecaminosa. Jeremías describió el corazón del hombre como engañoso y sin remedio:
Nada hay tan engañoso y perverso como el corazón humano. ¿Quién es capaz de comprenderlo? (Jeremías 17:9)
Puede que no sintamos realmente esto en cuanto a nuestro corazón y nuestras actitudes, pero recuerde que lo que realmente importa aquí es el estándar de Dios. Lo que importa no es cómo nos sintamos en cuanto a nosotros mismos, sino cómo Dios nos ve. Las Escrituras nos dicen que Dios ve nuestros corazones como malvados e incurables.
DIOS TIENE EL PODER DE PRODUCIR EL BIEN EN NOSOTROS
Aunque el bien no es natural en nuestra carne, Dios puede originarlo en nosotros y equiparnos para hacer buenas obras en Su nombre. La oración de Pablo por los corintios era que Dios revelara en ellos Su gracia para que pudiesen tener todo lo que necesitaban para abundar en buenas obras.
Dios puede darles a ustedes con abundancia toda clase de bendiciones, para que tengan siempre todo lo necesario y además les sobre para ayudar en toda clase de buenas obras. (II Corintios 9:8)
Fíjese aquí que era necesario que Dios hiciera abundar Su gracia para hacer posible que abundáramos en buenas obras.
La oración de Pablo por los tesalonicenses fue que el Señor les animara y fortaleciera en toda buena obra y palabra.
Que nuestro Señor Jesucristo mismo, y Dios nuestro Padre, que nos ha amado y nos ha dado consuelo eterno y esperanza gracias a su bondad, anime sus corazones y los mantenga a ustedes constantes en hacer y decir siempre lo bueno. (II Tesalonicenses 2:16-17)
El escritor a los hebreos oró que Dios equipara a sus lectores con todo lo bueno para que hicieran Su voluntad.
He. 13:20 Que el Dios de paz, que resucitó de la muerte a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas, quien con su sangre confirmó su alianza eterna, 21 los haga a ustedes perfectos y buenos en todo, para que cumplan su voluntad; y que haga de nosotros lo que él quiera, por medio de Jesucristo. ¡Gloria para siempre a Cristo! Amén.
Pablo dijo en II Timoteo que Dios había dado las Escrituras para que Su pueblo pudiera estar enteramente equipado para toda buena obra.
Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar y reprender, para corregir y educar en una vida de rectitud, para que el hombre de Dios esté capacitado y completamente preparado para hacer toda clase de bien. (II Timoteo 3:16-17)
Esto está bien claro. Aunque no podemos producir el verdadero bien en nuestra carne pecaminosa, Dios solamente es capaz de producirlo en nosotros y equiparnos con todo lo necesario para realizar un buen trabajo. La capacidad para hacer el bien que agrada a Dios no procede del corazón y la carne pecaminosos, sino del Espíritu de Dios, que vive en nosotros.
EL LLAMADO A VIVIR EN EL BIEN QUE DA DIOS
Está bien claro que las Escrituras nos llaman a andar en el bien. La Biblia enseña que hemos sido creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras. Aunque éstas no nos salvan, constituyen el fruto de todos los que pertenecen al Señor Jesús.
Ef. 2:10 Pues es Dios quien nos ha hecho; él nos ha creado en Cristo Jesús para que hagamos buenas obras, siguiendo el camino que él nos había preparado de antemano.
Si hemos de llevar frutos buenos, debemos rendirnos a la obra del Espíritu de Dios en nuestras vidas.
Para que se produzcan buenos frutos, se necesita perseverancia. Pablo nos dice en Romanos 2:7 que los que perseveran haciendo el bien son los que heredarán la vida eterna.
Ro. 2:7 Dará vida eterna a quienes, buscando gloria, honor e inmortalidad, perseveraron en hacer lo bueno.
Pablo nos desafía en Romanos 12:9 a aferrarnos a lo bueno.
Ro. 12:9 Ámense sinceramente unos a otros. Aborrezcan lo malo y apéguense a lo bueno.
La palabra en griego que aquí se traduce “apegarse” significa ‘pegar o cementar dos cosas’. Pablo nos dice que debemos aferrarnos firmemente al bien que el Espíritu Santo está produciendo en nosotros. El hecho que debamos afianzarnos bien implica que es muy real la tentación a hacer lo contrario. Si bien el Espíritu Santo está originando en nosotros el fruto de la bondad, tenemos que rendirnos a esta obra perseverando y apegándonos a lo que Él está haciendo en nosotros.
En Gálatas, Pablo recuerda a los creyentes que debían hacerse el bien unos a otros cada vez que tuvieran la oportunidad de hacerlo. Esto demandaba de su parte un esfuerzo consciente.
Por eso, siempre que podamos, hagamos bien a todos, y especialmente a nuestros hermanos en la fe. (Gálatas 6:10)
Los creyentes romanos fueron desafiados a vencer el mal haciendo el bien.
No te dejes vencer por el mal. Al contrario, vence con el bien el mal. (Romanos 12:21)
Hemos sido llamados y trasladados al reino de Dios para demostrar el fruto de la bondad. Debemos permitir que el Espíritu de Dios produzca esta obra del bien en nosotros. A medida que nos rendimos a Él, nos aferramos a lo que Él esté haciendo y respondemos en obediencia, honramos y alabamos el nombre de nuestro Dios.
Del mismo modo, procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo. (Mateo 5:16)
Nuestras buenas obras testifican de la presencia de Dios en nuestras vidas porque ellas constituyen la evidencia de que se está produciendo en nosotros Su fruto.
El fruto de la bondad se manifiesta en la amabilidad, la generosidad, en palabras y obras de integridad, así como en la rectitud del corazón. Debemos rendirnos a Dios si hemos de demostrar este fruto en nuestras vidas. El Señor promete equiparnos en la producción de buenos frutos, pero debemos aferrarnos a Él y perseverar en obediencia. La medida de hasta dónde se produce la bondad en nosotros puede depender de cuánto estamos dispuestos a cooperar con el Espíritu de Dios, quien origina ese bien en nosotros.
Para su consideración:
- ¿Cómo Dios nos ve en nuestra condición natural?
- ¿Puede provenir la verdadera bondad de un corazón corrompido por el pecado? Aunque podemos hacer cosas buenas en la carne, ¿por qué esas cosas no son aceptables ante Dios?
- ¿Cuáles son algunas de las maneras en las que la bondad se demuestra en la vida del creyente?
- ¿Qué aprendemos en este capítulo en cuanto a nuestra necesidad de cooperar con Dios en la producción del fruto de la bondad en nuestras vidas?
- ¿Qué evidencias existen de que se esté produciendo en su vida el fruto de la bondad?
Para orar:
- Agradézcale al Señor que no nos haya abandonado en nuestro pecado.
- Agradézcale al Señor porque quiere producir en nosotros el fruto de la bondad.
- Pídale al Señor que le muestre cómo puede rendirse más plenamente a Él a medida que va produciendo en usted el fruto de la bondad.
- Pídale a Dios que le capacite para perseverar y obedecer a Su dirección mientras produzca en mayor medida en su vida la bondad de Cristo.
8 – Fidelidad
Cuando pensamos en fidelidad, casi siempre pensamos en la cualidad de alguien que puede llegar a realizar alguna labor hasta el fin. A menudo se refiere a alguien confiable, de quien podemos depender. En el fruto al que nos referimos aquí hay cierto sentido de esto, pero la fidelidad va más allá. La palabra “fidelidad” es la misma que se utiliza en el Nuevo Testamento para denotar ‘fe’. De hecho, la Reina Valera emplea la palabra “fe” para referirse a este fruto. Lo que el Espíritu Santo está produciendo en nosotros aquí es fe.
LA FIDELIDAD COMO CONFIANZA EN EL PODER DE DIOS
El escritor de la epístola a los hebreos define la fe de la siguiente manera:
Tener fe es tener la plena seguridad de recibir lo que se espera; es estar convencidos de la realidad de cosas que no vemos. (Hebreos 11:1)
La persona que es fiel (‘que está llena de fe’) es aquella que tiene una profunda confianza en Dios y en Su Palabra; sabe con certeza que Dios siempre hará lo que dice.
Hay muchos ejemplos de este tipo de fe en la Biblia. En el Evangelio según Mateo, un centurión se acercó a Jesús y le pidió que sanara a su hijo. Sabía que con sólo hablar, Jesús lo sanaría, pero se sentía tan indigno, que creyó que Jesús ni siquiera debía entrar en su casa. Y entonces le recordó a Jesús que, como jefe militar, sólo bastaba con que él dijera a algún soldado que hiciera algo, para que lo obedeciera de inmediato. Este centurión creía que lo único que Jesús tenía que hacer era hablar a la enfermedad, y ésta tendría que obedecer, así como sus soldados. Cuando Jesús oyó esto, dijo a los presentes:
Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel con tanta fe como este hombre. (Mateo 8:10)
La fidelidad se demuestra en el Nuevo Testamento como una profunda confianza y convicción en el poder de Dios.
Esta fue la convicción de los hombres que llevaron a su amigo paralítico a Jesús en Mateo 9:2.
Allí le llevaron un paralítico, acostado en una camilla; y cuando Jesús vio la fe que tenían, le dijo al enfermo: –Ánimo, hijo; tus pecados quedan perdonados.
Fíjese que Jesús vio la fe de ellos cuando se lo estaban llevando. Esta fe era una profunda convicción que tenían en el corazón, de que Jesús podría sanar a su amigo. Ellos estaban llenos de fe en Jesús, así como en Su capacidad y disposición para sanar. Esto lo movió a tal punto, que Jesús alcanzó y tocó al amigo de ellos.
El que es fiel tiene una convicción profunda en cuanto a Dios, Su poder y Su soberanía. Esta persona pone su confianza en el todopoderoso Dios y cree en Él para todas las cosas. Sin importar cuán difíciles puedan parecer las circunstancias, la persona fiel mantendrá su vista puesta en Dios porque él o ella saben que no hay nada demasiado difícil para Él. A medida que el Espíritu Santo va obrando en nuestras vidas para producir la fe, descubriremos que tenemos más y más confianza en Dios y en Sus propósitos.
LA FIDELIDAD COMO PODER
Ya hemos visto que la fidelidad tiene que ver con nuestra confianza en el poder de Dios. Cuando aquellos hombres llevaron a su amigo paralítico a donde estaba Jesús (Mateo 9), Él se percató de la fe de ellos y respondió. La fe desató el poder de Dios; esto es algo que vemos con frecuencia en las Escrituras.
En cierta ocasión algunos ciegos fueron llevados a Jesús para ser sanados. Fíjese en lo que les dice en Mateo 9:29:
Entonces Jesús les tocó los ojos, y les dijo: –Que se haga conforme a la fe que ustedes tienen.
Estos hombres serían sanados conforme a su fe. De aquí entendemos que la fe fue un importante ingrediente en su sanidad.
En el libro de Hechos, Pablo encontró a un hombre lisiado de los pies. Cuando se fijó en su discapacidad, Dios le reveló que tenía la fe para ser sanado.
Este oyó hablar a Pablo, el cual, fijando en él sus ojos, y viendo que tenía fe para ser sanado, dijo a gran voz: Levántate derecho sobre tus pies. Y él saltó, y anduvo. (Hechos 14:9-10, RVR60)
Cuando Pablo vio que este hombre cojo tenía fe para ser sanado, entonces le dijo que se pusiera en pie. El hombre recibió la sanidad como resultado de esta fe en Dios.
Fíjese en la conexión entre la fe y el ministerio, en II Corintios 10:15. Escribiendo a los corintios, Pablo dijo:
Y no nos gloriamos de los trabajos que otros han hecho, saliéndonos de nuestros límites. Al contrario, esperamos poder trabajar más entre ustedes, conforme ustedes vayan teniendo más fe, aunque siempre dentro de nuestros límites.
Debemos entender bien lo que Pablo nos está diciendo aquí. Les dijo que a medida que su fe fuese aumentando, se expandiría considerablemente la labor que el apóstol estaba realizando en medio de ellos. Su fe desataría el poder de Dios de manera renovada y extendería Su reino en medio de ellos.
Lo que entendemos a partir de este pasaje es que la fe constituye la plataforma en la cual se demuestra el poder de Dios. Donde no hay fe, hay muy poca evidencia del poder de Dios. A medida que va creciendo nuestra fe, así también crecerá la obra de Dios en nosotros y a través de nosotros.
LA FIDELIDAD COMO CONVICCIÓN DE LA VERDAD DE DIOS
A medida que los apóstoles se iban trasladando de región en región, difundieron la enseñanza acerca de Jesús y Su obra. Esta palabra se divulgó, y un gran número de personas creyeron. Hechos 6:7 nos dice que muchos sacerdotes fueron obedientes a la fe.
El mensaje de Dios iba extendiéndose, y el número de los creyentes aumentaba mucho en Jerusalén. Incluso muchos sacerdotes judíos aceptaban la fe. (Hechos 6:7)
Aquí el uso de la palabra “fe” tiene más que ver con la enseñanza de la Palabra de Dios, que con demostraciones de poder. En Hechos 14:21-22 podemos ver que esta palabra se usa de la misma manera:
Después de anunciar la buena noticia en Derbe, donde ganaron muchos creyentes, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía. En estos lugares animaron a los creyentes, y recomendándoles que siguieran firmes en la fe, les dijeron que para entrar en el reino de Dios hay que sufrir muchas aflicciones. (Hechos 14:21-22)
Una vez más vemos la relación entre la predicación de las buenas nuevas (versículo 21) y el hecho de animar a los discípulos a permanecer firmes en la fe en el versículo 22. Es decir, permanecer en la fe tiene que ver con seguir creyendo las verdades que habían sido predicadas por los apóstoles.
En II Corintios 13:5 Pablo desafió a los corintios a ponerse a prueba para saber si aún permanecían en la fe.
Examínense ustedes mismos, para ver si están firmes en la fe; pónganse a prueba. ¿No se dan cuenta de que Jesucristo está en ustedes? ¡A menos que hayan fracasado en la prueba!
¿Cómo habían de examinarse los corintios en cuanto a su fe? El contexto de II Corintios 13 se refiere a aquellos que se preguntaban si lo que Pablo hablaba era realmente de Dios (vea II Corintios 13:3). Es en este mismo contexto que Pablo desafía a los corintios a que se prueben a sí mismos. Lo que les está pidiendo que hagan es que examinen sus corazones para ver si lo que ellos creían y lo que él enseñaba estaban en correspondencia con la verdad de la Palabra de Dios.
Estar en la fe es estar en correspondencia con las Escrituras. El que es fiel, es coherente con la Palabra de Dios. Una persona fiel ama y obedece la Palabra de Dios. Cuando el Espíritu de Dios produce en nosotros la fidelidad, descubriremos en nuestro interior un deseo cada vez mayor por la Palabra de Dios y una convicción más profunda de la verdad de esa Palabra.
LA FIDELIDAD COMO PERSEVERANCIA
En el Nuevo Testamento hay muchos versículos que hablan sobre la fe y la perseverancia. Los que son fieles perseveran, a pesar de los obstáculos o dificultades que se encuentran en su camino.
Pablo recuerda a Timoteo que había algunos a su alrededor que habían prestado oído a enseñanzas falsas y contrarias, y que se habían apartado de la fe.
Timoteo, cuida bien lo que se te ha confiado. No escuches palabrerías mundanas y vacías, ni los argumentos que opone el falsamente llamado conocimiento de la verdad; pues algunos que profesan esa clase de conocimiento, se han desviado de la fe. Que el Señor derrame su gracia sobre ustedes. (I Timoteo 6:20-21)
Estos individuos se habían extraviado de la fe por no haber perseverado en la verdad que se les había enseñado.
Hablando una vez más a Timoteo en su segunda carta (II Ti. 2:17-18), Pablo le advierte en cuanto a los falsos profetas y maestros que había a su alrededor:
II Ti. 2:16 Los que hablan así, se hunden cada vez más en la maldad 17 y su enseñanza se extiende como un cáncer. Esto es lo que sucede con Himeneo y Fileto, 18 que se han desviado de la verdad diciendo que nuestra resurrección ya ha tenido lugar, y andan trastornando de esa manera la fe de algunos.
Fíjese que había individuos que creían esta falsa enseñanza y se habían desviado de la fe. No perseveraban en la verdad, sino cayeron en la enseñanza falsa.
Judas desafió a sus lectores a contender por la fe. En otras palabras, debían luchar por mantener la pureza de la verdad que les había sido otorgada.
Jud. 1:3 Queridos hermanos, he sentido grandes deseos de escribirles acerca de la salvación que tanto ustedes como yo tenemos; pero ahora me veo en la necesidad de hacerlo para rogarles que luchen por la fe que una vez fue entregada al pueblo santo.
El enemigo procura desviar a muchos de la Palabra de Dios. La persona fiel no caerá en su trampa; se mantendrá firme en la verdad. Peleará por la verdad de la Palabra de Dios. El enemigo quisiera simplemente destruir la fe del pueblo de Dios. Cuando Pablo escribió a los tesalonicenses, temía que el tentador ya los hubiese apartado de su fe.
Por eso, yo en particular, no pudiendo resistir más, mandé preguntar cómo andaban ustedes en cuanto a su fe, pues tenía miedo de que el tentador les hubiera puesto una tentación y que nuestro trabajo hubiera resultado en vano. (I Tesalonicenses 3:5)
Estamos en medio de una batalla por la fe. Pablo entendía que Satanás atacaría a los que pertenecieran a Cristo y anduvieran en su verdad.
Cuando Cristo se preparaba para regresar al Padre, oró en particular por la fe de Pedro, en Lucas 22:32:
Pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, ayuda a tus hermanos a permanecer firmes.
Satanás haría todo lo que pudiera para destruir la fe de Pedro. Jesús oró para que ésta no le fallara; es decir, para que Pedro permaneciera siendo fiel a la verdad que había aprendido y anduviese en ella a pesar de los esfuerzos del enemigo por desviarlo.
La persona fiel permanecerá firme en su fe a pesar de los obstáculos que surjan en su camino. Se afianzará y no se rendirá ante el enemigo. Pablo recuerda a Timoteo que él se encontraba en medio de una batalla espiritual por la fe, y lo desafía a ser fiel en esa batalla.
Pelea la buena batalla de la fe; no dejes escapar la vida eterna, pues para eso te llamó Dios y por eso hiciste una buena declaración de tu fe delante de muchos testigos. (I Timoteo 6:12)
A medida que Pablo miraba su vida en retrospectiva, se regocijaba del fruto de la fidelidad que el Espíritu de Dios había producido en él. Aunque hubo muchas tentaciones, había peleado la buena batalla y había mantenido la fe.
II Ti. 4:7 He peleado la buena batalla, he llegado al término de la carrera, me he mantenido fiel.
El que escribió Hebreos tuvo la confianza de que sus lectores demostrarían el fruto de la fidelidad en su batalla contra el enemigo; de que aunque aumentara la presión, ellos no se retractarían.
He. 10:38 Mi justo por la fe vivirá; pero si se vuelve atrás, no estaré contento de él. 39 Y nosotros no somos de los que se vuelven atrás y van a su condenación, sino de los que alcanzan la salvación porque tienen fe.
La persona que es fiel “por la fe vivirá” y no se retractará. Perseverará aunque la presión aumente. Permanecerá fiel a la Palabra y a su Dios. La fidelidad que está creando el Espíritu Santo en nosotros es la capacidad para permanecer fuertes frente a los obstáculos y las tribulaciones.
LOS ENEMIGOS DE LA FIDELIDAD
En las Escrituras hay muchos enemigos de la fe. Dediquémonos a examinarlos brevemente.
El error y las enseñanzas falsas
Como ya hemos visto, la fidelidad tiene que ver con afianzarse a la verdad de la Palabra de Dios. Una persona fiel se mantiene en concordancia con la verdad de la Palabra de Dios. El enemigo ha adulterado la verdad de la Palabra de Dios y ha hecho que otros se desvíen de ella; muchos han caído en este error.
Timoteo, cuida bien lo que se te ha confiado. No escuches palabrerías mundanas y vacías, ni los argumentos que opone el falsamente llamado conocimiento de la verdad; pues algunos que profesan esa clase de conocimiento, se han desviado de la fe. Que el Señor derrame su gracia sobre ustedes. (I Timoteo 6:20-21)
El error y las enseñanzas falsas son enemigos de la fe. Usted no puede ser fiel si se aparta de la verdad de la Palabra de Dios. La persona fiel es la que está absolutamente comprometida con la enseñanza de la Escritura.
El dinero
Pablo le recuerda a Timoteo acerca de los peligros del dinero y cómo éste ha causado que muchos se desvíen de la fe.
Porque el amor al dinero es raíz de toda clase de males; y hay quienes, por codicia, se han desviado de la fe y se han causado terribles sufrimientos. (I Timoteo 6:10)
El dinero y las posesiones terrenales son el segundo enemigo de la fidelidad. Muchos se han extraviado de la fe por haber amado demasiado las cosas de este mundo. Usted no puede ser fiel si su corazón está dividido.
El temor
Jesús reprendió a Sus discípulos en Marcos 4:40 por haber permitido que su miedo disminuyera su fe.
Después dijo Jesús a los discípulos: –¿Por qué están asustados? ¿Todavía no tienen fe?
Aunque casi siempre el temor es la respuesta natural ante cualquier situación de prueba, este no paralizará a aquellos que tengan fe. Sin embargo, cuando el temor controla, se pierde la fe.
La duda
La duda es también un enemigo de la fe. La persona que tiene fe es aquella que ha desechado la duda. Usted no puede dudar y a la vez tener fe.
Stg. 1:6 Pero tiene que pedir con fe, sin dudar nada; porque el que duda es como una ola del mar, que el viento lleva de un lado a otro.
La fe tiene que ver con la confianza en Dios. La persona fiel es aquella que confía en la Palabra de Dios y permanecerá firmemente en esa Palabra.
La desobediencia
La desobediencia es otro enemigo de la fe. La persona fiel es aquella que anda en obediencia a la Palabra de Dios. A Abraham se le describe como fiel porque fue obediente al Señor.
Por fe, Abraham, cuando Dios lo llamó, obedeció y salió para ir al lugar que él le iba a dar como herencia. Salió de su tierra sin saber a dónde iba. (Hebreos 11:8)
Usted no puede ser fiel si no es obediente. Dios no nos obliga a obedecer; nosotros debemos tomar la decisión de hacerlo. Podemos ser fieles o podemos ser desobedientes, pero no podemos ser ambos a la vez.
La inactividad
Santiago tiene mucho que decir en su epístola en cuanto a la fe. Un principio que sobresale a lo largo de ella es precisamente que la inactividad constituye un gran enemigo de la fe. Observe lo que Santiago tiene que decir al respecto:
Stg. 2:14 Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe, si sus hechos no lo demuestran? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe?
2:26 En resumen: así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe está muerta si no va acompañada de hechos. (Santiago 2:14, 26)
Santiago nos está diciendo aquí que si decimos que tenemos fe, debemos hacer algo al respecto. Una persona fiel es activa; su fe la mueve a hacer algo. No se contenta con ver una necesidad y no hacer nada al respecto. Su fe y sus obras van de la mano. La inactividad es el enemigo natural de la fe. El que dice que tiene fe, pero no hace nada al respecto, es infiel.
CRECIENDO EN LA FE
Las Escrituras nos desafían a cooperar con el Espíritu Santo a medida que Él va produciendo este fruto en nuestras vidas. Hay varias maneras en las que podemos hacerlo.
Comunión con otros creyentes
Hechos 11 nos narra cómo Bernabé llegó a la iglesia en Antioquía y los alentó en su fe. La presencia de Bernabé, quien había llegado desde Jerusalén para ver lo que Dios estaba haciendo, bendijo esa iglesia, y su comunión con la iglesia en Antioquía fortaleció la fe de ellos.
Al llegar, Bernabé vio cómo Dios los había bendecido, y se alegró mucho. Les aconsejó a todos que con corazón firme siguieran fieles al Señor. (Hechos 11:23)
Pablo envió a Timoteo a Tesalónica a fortalecer la fe de los creyentes en la iglesia.
Decidimos quedarnos solos en Atenas y enviar a nuestro hermano Timoteo, que es colaborador de Dios en el anuncio del evangelio de Cristo. Lo enviamos para que fuera a afirmarlos y animarlos en su fe. (I Tesalonicenses 3:2)
Pablo oró que Dios les diera la oportunidad de estar con los tesalonicenses para poderlos alentar en su fe.
Día y noche suplicamos a Dios que nos permita verlos personalmente y completar lo que todavía falte en su fe. (I Tesalonicenses 3:10)
Escribiendo a los romanos, Pablo dijo:
Ro. 1:11 Porque deseo verlos y prestarles alguna ayuda espiritual, para que estén más firmes; 12 es decir, para que nos animemos unos a otros con esta fe que ustedes y yo tenemos.
La fe es fortalecida en comunión con otros creyentes. Como creyentes, nos ministramos y alentamos unos a otros en nuestro andar en fe. El creyente que quiera crecer en el fruto de la fidelidad buscará a otros creyentes.
Escuchando la Palabra
La fe se fortalece por la Palabra de Dios.
Así pues, la fe nace al oír el mensaje, y el mensaje viene de la palabra de Cristo. (Romanos 10:17)
La Palabra de Dios fortalece la fe; alienta nuestra fe y confianza en Dios. Sus ejemplos muestran la fe en la vida de hombres y mujeres que han vivido antes que nosotros. El Espíritu Santo usará la Palabra de Dios para edificar nuestra fe.
Pablo dijo a Timoteo que la meta de la instrucción en la Palabra de Dios era el amor que fluye de una fe sincera.
El propósito de esa orden es que nos amemos unos a otros con el amor que proviene de un corazón limpio, de una buena conciencia y de una fe sincera. (I Timoteo 1:5)
Enseñamos la Palabra de Dios no solamente para que se adquiera conocimiento. La finalidad de la enseñanza de Su Palabra debe ser suscitar el amor y la fe sincera.
La Reprimenda
Pablo animó a Tito a reprender a aquellos que enseñaban doctrinas falsas para que tuviesen una fe sana.
Y dijo la verdad; por eso, repréndelos duramente, para que sean sanos en su fe. (Tito 1:13)
Si usted quiere crecer en fe, necesitará aprender a aceptar la corrección de sus hermanos en Cristo. Con frecuencia el Espíritu Santo los usará para desafiarnos o traernos de vuelta a la senda de la fe.
CONCLUSIONES
La fidelidad nos guardará del enemigo
Se requiere de fe para ser protegidos del enemigo. En Efesios 6:16, Pablo habla de la fe como nuestro escudo. En I Tesalonicenses 5:8, la compara con una coraza. Ambas piezas son necesarias en la armadura para estar protegidos del enemigo y de sus ataques.
Pedro nos dice que nuestra fe nos sirve de escudo y que Dios nos guarda.
Por la fe que ustedes tienen en Dios, él los protege con su poder para que alcancen la salvación que tiene preparada, la cual dará a conocer en los tiempos últimos. (I Pedro 1:5)
La fe es nuestra protección de los ataques del enemigo. El Espíritu Santo produce en nosotros el fruto de la fidelidad para que podamos resistir estos ataques.
La fe constituye nuestra victoria
La fe no sólo es nuestra protección del enemigo, sino nuestra garantía de la victoria.
Porque todo el que es hijo de Dios vence al mundo. Y nuestra fe nos ha dado la victoria sobre el mundo. (I Juan 5:4)
Para resistir y vencer al diablo, debemos hacerlo mediante la fe.
Resístanle, firmes en la fe, sabiendo que en todas partes del mundo los hermanos de ustedes están sufriendo las mismas cosas. (I Pedro 5:9)
Resistir es mantenerse firme. El enemigo quiere robarnos todo lo que pueda, pero debemos resistirlo y guardar todo lo que nos ha sido confiado por el Espíritu Santo. Esto lo logramos manteniéndonos firmes en la verdad que nos ha sido revelada. A medida que nos mantengamos firmes, el enemigo no tendrá forma de abrirse paso en nuestras vidas. A él se le vence con nuestra fidelidad a Dios y a Su Palabra.
Sin fe no podemos agradar a Dios
Hebreos 11:6 deja claro que si queremos agradar a Dios, debemos tener fe. Tenemos que creer en Él y confiar en Sus propósitos.
Pero no es posible agradar a Dios sin tener fe, porque para acercarse a Dios, uno tiene que creer que existe y que recompensa a los que lo buscan.
No podemos honrar a Dios si no tenemos fe. El propósito del Espíritu Santo es producir en nosotros esta fe. Él quiere que lleguemos a un lugar de absoluta confianza y obediencia al Señor. Quiere que venzamos las tentaciones del enemigo. Para lograrlo, Él obra en nosotros produciendo el fruto de la fe. Una vez más, esto no es algo natural para nuestra carne, sino una maravillosa obra del Espíritu de Dios en nuestras vidas. Rindámonos a esta obra aunque pueda traernos difíciles pruebas y circunstancias, porque ese es el sendero hacia la victoria y hacia una mayor madurez en Cristo.
Para su consideración:
- ¿Ha estado usted creciendo en su seguridad y confianza en Dios y en Sus propósitos?
- ¿Qué evidencias hay del poder de Dios en su vida?
- ¿Cuál es la conexión entre la fidelidad y nuestra convicción de la verdad de Su Palabra? ¿Podemos ser fieles si no estamos andando en la verdad de la Palabra de Dios?
- ¿Cómo nos fortalece nuestra fe en las tribulaciones de la vida?
- ¿Cuáles son los enemigos de la fe? ¿Ha estado usted batallando en su vida con alguno(s) de estos enemigos?
- ¿Qué aprendemos en este capítulo acerca de cómo crecer en la fe?
Para orar:
- Pídale a Dios que le ayude a tener una mayor confianza en Su Palabra y en Sus promesas.
- Pídale a Dios que le dé la fe para permitir que Su poder se active más en su vida. Pídale que le dé la fidelidad para permitir que se produzca más fruto en su vida y ministerio.
- ¿Está usted enfrentando hoy alguna prueba en su vida? Pídale a Dios que fortalezca su fe para que pueda vencerla. Pídale que le proteja para que su fe permanezca fuerte.
- ¿Cuáles son los enemigos de su fe en específico? Pídale a Dios que le dé la victoria frente a esos enemigos.
9 – Humildad
La humildad se define como mansedumbre, sumisión y consideración de los demás. También tiene que ver con nuestra disposición de aceptar las circunstancias que el Señor envía a nuestra vida. La palabra ‘humildad’ no se encuentra con frecuencia en las Escrituras; sin embargo, podemos aprender un sentido de su significado examinando cómo la utilizan los que escribieron el Nuevo Testamento. Además es útil considerar algunos ejemplos de aquellos que demostraron humildad en sus vidas. Examinaremos este fruto del Espíritu desde ambas perspectivas.
LA HUMILDAD EN MEDIO DE LA OPOSICIÓN
A medida que comenzamos nuestro estudio de la humildad, debemos ver cómo esta influye en nuestra relación con otras personas. Fíjese en lo que Pablo dice a Timoteo en su segunda carta (II Ti. 2:25) en cuanto al siervo de Dios:
II Ti. 2:24 Y un siervo del Señor no debe andar en peleas; al contrario, debe ser bueno con todos. Debe ser apto para enseñar; debe tener paciencia 25 y corregir con corazón humilde a los rebeldes, esperando que Dios haga que se vuelvan a él y conozcan la verdad.
Pablo pone el ejemplo de un obrero cristiano a quien estaba oponiéndosele alguien bajo su autoridad. Este obrero debía ser humilde con quienes se le opusiesen. Debía “corregirlos humildemente” con la esperanza de que Dios les concediese arrepentirse.
¿Cuál es nuestra tendencia natural cuando alguien se nos opone? Solemos hablar ásperamente y criticar a quienes se nos oponen. Sin embargo, la humildad no actúa con severidad, sino habla con amabilidad y consideración, aun a nuestros enemigos.
Lo que nos enseñó Jesús fue a ofrecer la otra mejilla cuando alguien se nos opusiera.
Mt. 5:39 Pero yo les digo: No resistas al que te haga algún mal; al contrario, si alguien te pega en la mejilla derecha, ofrécele también la otra.
No es fácil ofrecer la otra mejilla. Jesús no nos está diciendo aquí que debamos invitar la oposición; más bien lo que nos dice es que cuando estemos en una situación como esta, no procuremos vengarnos. Hemos de aceptar la oposición confiando en Dios para que nos revele Su propósito en permitirla. Ser humilde es demostrar una gran paciencia para con quienes tengamos conflictos. La humildad responde con sumisión y mansedumbre.
Isaías profetizó que el Mesías demostraría esta actitud de humildad. Fíjese en lo que dice Isaías 53:7:
Fue maltratado, pero se sometió humildemente, y ni siquiera abrió la boca; lo llevaron como cordero al matadero, y él se quedó callado, sin abrir la boca, como una oveja cuando la trasquilan.
Jesús no respondió ni procuró defenderse de quienes se le opusieron, sino aceptó en silencio y con mansedumbre el propósito de Dios para Su vida.
El Espíritu Santo desea producir humildad en nuestras vidas. Esta humildad responde con mansedumbre y sumisión a las circunstancias difíciles de la vida. No busca vengarse, sino encomienda al Señor todas las cosas.
LA HUMILDAD EN LAS RELACIONES
En Tito 3:1, el apóstol Pablo desafió a Tito a recordarles a todos los que estaban a su cargo que mostraran consideración a todos los hombres.
Tit. 3:1 Recuerda a los otros que se sometan al gobierno y a las autoridades, que sean obedientes y que siempre estén dispuestos a hacer lo bueno. 2 Que no hablen mal de nadie, que sean pacíficos y bondadosos, y que se muestren humildes de corazón en su trato con todos.
La palabra ‘bondadosos’ proviene de la misma que Pablo utiliza en Gálatas 5:23 para denotar humildad. En este contexto la humildad tiene que ver con ser bondadoso. Pablo explica a los filipenses lo que entiende por ser considerado cuando les dijo:
Flp. 2:3 No hagan nada por rivalidad o por orgullo, sino con humildad, y que cada uno considere a los demás como mejores que él mismo. 4 Ninguno busque únicamente su propio bien, sino también el bien de los otros. (Filipenses 2:3-4)
Ser considerado es tener en cuenta las necesidades de otros como personas más importantes que nosotros mismos. Es velar por las necesidades e intereses de otra persona, y no por los nuestros primero. Pablo prosiguió en Filipenses 2 poniendo el ejemplo del Señor Jesús y Su actitud.
Flp. 2:5 Tengan unos con otros la manera de pensar propia de quien está unido a Cristo Jesús, 6 el cual: Aunque existía con el mismo ser de Dios, no se aferró a su igualdad con él, 7 sino que renunció a lo que era suyo y tomó naturaleza de siervo. Haciéndose como todos los hombres y presentándose como un hombre cualquiera, 8 se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, hasta la muerte en la cruz.
El Señor Jesús demostró humildad sometiéndose y haciéndose hombre; además, demostró sumisión y humildad sirviendo y entregando Su vida por la humanidad. La humildad considera las necesidades de otros antes de las propias.
El Nuevo Testamento nos insta a ser humildes en nuestro trato con otras personas.
Sean humildes y amables; tengan paciencia y sopórtense unos a otros con amor. (Efesios 4:2)
Tenga en cuenta que la humildad está vinculada con la paciencia y el hecho de soportar en amor a los hermanos. Esta misma vinculación se ve en Colosenses 3:12-13:
Col 3:12 Dios los ama a ustedes y los ha escogido para que pertenezcan al pueblo santo. Revístanse de sentimientos de compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia. 13 Sopórtense unos a otros, y perdónense si alguno tiene una queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes.
La humildad requiere que seamos pacientes unos con otros. Esto no siempre es fácil; a veces hay personas que nos colman la paciencia e irritan. Quien es humilde tiene la capacidad de ver más allá de esa irritación, considerando los intereses de esos que son difíciles de amar, así como de los que son fáciles de amar. La persona humilde soporta las debilidades de los hermanos. Perdona cuando alguien le ofende. Muestra amabilidad y respeto cuando se le oponen, y lo hace porque esta es la actitud de Cristo hacia él (ella).
Pablo dijo a las iglesias de Galacia que restauraran con humildad a quien fuera sorprendido en pecado.
Hermanos, si ven que alguien ha caído en algún pecado, ustedes que son espirituales deben ayudarlo a corregirse. Pero háganlo amablemente; y que cada cual tenga mucho cuidado, no suceda que él también sea puesto a prueba. (Gálatas 6:1)
Todos necesitamos que se nos recuerde esto. La humildad constituye un necesario ingrediente en cualquier disciplina eclesiástica. Cuán fácil resulta perder de vista la humildad al calor del momento de estar irritados. Cuán fácil es menospreciar a quienes hayan caído en pecado. La meta de la disciplina es la restauración. Cuando falta la humildad en la disciplina, a menudo hacemos más daño que bien. La humildad considerará al hermano y el sufrimiento que esté pasando en ese momento. No excusará al pecado, pero tratará al pecador con respeto.
Ser humilde es comprender y aceptar; no es ser severo ni criticar. A medida que el Espíritu Santo vaya obrando en nosotros para producir humildad, nos encontraremos más dispuestos a considerar las necesidades de los hermanos en Cristo. Nuestro orgullo y egocentrismo serán reprendidos, y seremos llamados a ser más compasivos y considerados aun con quienes sean difíciles de amar.
LA HUMILDAD EN LA CORRECCIÓN
La verdadera humildad también se ve en cómo recibimos la corrección o disciplina. Observe lo que nos dice Santiago:
Stg. 1:21 Así pues, despójense ustedes de toda impureza y de la maldad que tanto abunda, y acepten humildemente el mensaje que ha sido sembrado; pues ese mensaje tiene poder para salvarlos.
La palabra ‘humildemente’ proviene de la misma raíz que utiliza Pablo para denotar humildad (mansedumbre). Es decir, hemos de recibir la Palabra con humildad. El contexto de este versículo tiene que ver con tratar con el pecado que haya en nuestra vida. Cuando estamos viviendo en pecado, y la Palabra de Dios nos confronta, hemos de recibir la reprensión humildemente. Debemos rendirnos con mansedumbre a lo que Dios nos esté diciendo.
Ser humilde es someterse lo suficiente como para admitir que estamos equivocados. Ser humilde es estar dispuesto(a) a confesar que necesitamos cambiar. Es colocarnos delante del Señor para permitirle que haga lo que deba hacer en nuestras vidas, para cambiar cualquier actitud o acción ofensiva.
Cuán importante es este fruto en la vida de la iglesia. Todos hemos conocido a líderes que no han estado dispuestos a admitir su equivocación. Hemos conocido a creyentes que persisten en el pecado por no querer quedar mal ante otros. La verdadera humildad se rendirá a la Palabra de Dios; admitirá sus errores y los confesará delante de Dios. La persona humilde acepta la crítica y la reprimenda, por lo cual llega a ser mejor.
LA HUMILDAD EN EL MINISTERIO
Santiago nos dice que debemos vivir ante otros de manera que demostremos la humildad que proviene de la sabiduría.
Si entre ustedes hay alguno sabio y entendido, que lo demuestre con su buena conducta, con la humildad que su sabiduría le da. (Santiago 3:13)
Fíjese en este pasaje en la palabra ‘humildad’. Una vez más esta palabra proviene de la misma raíz que la de Gálatas 5:23 (‘mansedumbre’, RVR60). Lo que Santiago nos está diciendo aquí es que hemos de vivir una buena vida, que manifieste obras hechas en humildad (mansedumbre, sumisión) y sabiduría.
El carácter de Cristo lo demostramos mediante la humildad de nuestras acciones; esto se ve en nuestra relación con los demás. Se ve en la manera en que aceptamos la corrección. Se ve en nuestra respuesta ante la oposición y en la consideración de las necesidades de otros como más importantes que las nuestras. A medida que ministramos en el nombre del Señor, hemos de hacerlo con humildad.
Este fruto de mansedumbre no sólo se ve en nuestras acciones, sino en nuestras palabras. El apóstol Pedro desafió a los creyentes a estar preparados en todo tiempo para dar respuesta por la esperanza que ellos tenían.
No tengan miedo a nadie, ni se asusten, sino honren a Cristo como Señor en sus corazones. Estén siempre preparados a responder a todo el que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen. (I Pedro 3:14b-15)
Fíjese que Pedro dijo a sus lectores a continuación (v.16) que ellos debían responder con humildad y respeto. Cuán fácil es criticar y condenar cuando se nos desafía en cuanto a lo que creemos. Quizás usted haya crecido espiritualmente escuchando predicar a algún pastor que haya carecido de esta humildad. Ser humilde no significa que comprometamos la verdad ni que nos abstengamos de hablar sobre el pecado a quienes nos rodean. No obstante, la persona humilde habla con compasión y amor. No lo hace con orgullo, sino se da cuenta de que si no fuera por la mano de Dios, que le protege, pudiese haber caído en ese mismo pecado. No mira con altivez a quien haya pecado. No habla ásperamente a la persona que no comparta sus mismas creencias. Hablar con humildad constituye una evidencia del Espíritu Santo en nuestras vidas.
La humildad no es natural en nuestra carne; por naturaleza somos egocéntricos. Cuando alguien nos reprende, a menudo reaccionamos de forma egoísta. Cuando alguien se nos opone, nos imponemos y hasta ignoramos el consejo de otros. Muchos problemas en la iglesia de nuestros días pudieran evitarse si sólo dejáramos que el Espíritu Santo produjera en nosotros la humildad en mayor medida.
Cuando el Espíritu Santo produce en nosotros la humildad, el orgullo y el egoísmo salen a la luz; también se elimina la disposición a criticar y ser ásperos. Nuestros ojos son abiertos para ver a los demás de una nueva forma. Nos encontramos más dispuestos a aceptar las pruebas que nos llegan para fortalecer nuestra fe. Nos sometemos con mansedumbre a la voluntad y al propósito de Dios aun cuando nos duela. Somos capaces de recibir con agradecimiento la corrección de Dios por parte de hermanos que nos desafíen a alcanzar una madurez mayor. La humildad genera una actitud de dependencia y mansedumbre en medio de la cual Dios queda libre para obrar.
Para su consideración:
- ¿Cuál es la respuesta de una persona humilde ante la oposición?
- ¿Cómo influye el fruto de la humildad en la forma en que vemos a los demás?
- ¿Cómo responde la persona humilde a la reprensión?
- ¿En qué manera la humildad abre las puertas a un ministerio más eficaz hacia los que nos rodean?
- ¿Qué problemas son causados en la iglesia de hoy en día debido a la falta de humildad?
- ¿Cómo ha sido el Señor Jesús humilde con usted?
Para orar:
- Pídale a Dios que le dé más humildad en su relación con quienes le rodean.
- ¿Ha manifestado alguna vez falta de humildad al ser reprendido o corregido? Pídale al Señor que le dé la humildad que necesita para poder recibir la reprimenda y corrección.
- Pídale a Dios que le dé más gracia para aceptar las circunstancias que Él permita en su vida.
- ¿Ha habido en su comunidad de creyentes falta de humildad al tratar con el pecado, y desacuerdos entre miembros? Pídale al Espíritu de Dios que produzca más humildad entre los creyentes de su comunidad.
- Dedíquese por un momento a agradecer al Señor por Su increíble humildad en la vida de usted.
10 – Dominio Propio
El último fruto que examinaremos es el del dominio propio. Este término puede ser malinterpretado hasta cierto punto. Cuando hablamos de dominio propio (también denominado en diferentes versiones de la Biblia con los siguientes términos: temperancia, continencia, dominio de sí mismo, templanza, autodominio o autocontrol), por lo general entendemos que es la capacidad de tener control de las acciones, pasiones, deseos y emociones de uno. Hasta el no creyente es capaz de demostrar dominio propio. Sin embargo, recuerde que aquí no estamos hablando acerca de una capacidad natural, sino de un fruto del Espíritu. En otras palabras, el dominio propio al cual nos referimos es el resultado directo de la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas.
Es el deseo del Espíritu Santo capacitarnos para que controlemos nuestras acciones, pasiones, emociones y deseos, de manera que seamos más como Cristo. Esto sólo es posible al rendirnos a Su ministerio y dirección. Hay un elemento de la voluntad humana en el hecho de rendirnos, pero además sabemos que sin la obra del Espíritu para cambiar la voluntad humana, sería en vano nuestra batalla contra el pecado, las pasiones y los deseos. La fuerza de la carne es muy potente. Cuando se le insulta o se aíra, la carne quiere desquitarse. Cuando es tentada, quiere dejarse vencer. ¿Cómo vence el creyente ante estos impulsos carnales? En esto consiste el ministerio del Espíritu Santo en nosotros. Es Su deseo fortalecernos para vencer. Nos capacita para resistir y andar en obediencia a la Palabra de Dios.
Aunque debemos cooperar con el Espíritu Santo al respecto, este fruto tiene su origen en Dios y no en el hombre. A lo largo de la historia de la iglesia muchos han ejercitado un dominio propio que es humano por naturaleza. Se han disciplinado, se han aislado y han hecho todo tipo de cosas en su intento por acercarse a Dios. Sus esfuerzos, aunque admirables, han sido por naturaleza carnales.
Existe una diferencia radical entre el dominio propio que tiene su origen en el esfuerzo humano y el dominio propio que es fruto del Espíritu Santo en nosotros. Cuando el dominio propio es el resultado del Espíritu Santo en nosotros, hay poder y perseverancia. Lo ejercitamos porque estamos siendo movidos y motivados no por la carne, sino por el Espíritu Santo que nos está moldeando a la imagen de Cristo.
EJEMPLOS DE DOMINIO PROPIO
David
En I Samuel 24, Saúl se encontraba descansando en la parte anterior de una cueva donde se habían escondido David y sus hombres. Para los hombres de David, esta era la oportunidad que Dios le estaba dando para matar a Saúl y finalmente librarse de su vida de andar escondiéndose como fugitivo.
I S. 24:4 Y los hombres de David le dijeron a este: –Hoy se cumple la promesa que te hizo el Señor de que pondría en tus manos a tu enemigo. Haz con él lo que mejor te parezca. Entonces David se levantó, y con mucha precaución cortó un pedazo de la capa de Saúl; 5 pero después de hacerlo le remordió la conciencia, 6 y les dijo a sus hombres: –¡El Señor me libre de alzar mi mano contra mi señor el rey! ¡Si él es rey, es porque el Señor lo ha escogido! 7 De este modo refrenó David a sus hombres y no les permitió atacar a Saúl, el cual salió de la cueva y siguió su camino. (I Samuel 24:4-7)
Esta era la oportunidad que los hombres de David habían estado procurando. Saúl había estado persiguiendo a David porque procuraba su muerte. Ahora David tenía la oportunidad de deshacerse de esta terrible amenaza. La muerte de Saúl hubiese significado la libertad para él, así como para sus hombres.
Mientras David se acercaba sigilosamente a donde estaba Saúl, uno puede imaginar que escuchó la voz del Espíritu apelando a su conciencia para que no dañara al ungido del Señor. David tenía que tomar una decisión. ¿Escucharía él la voz del Espíritu o a su carne? David se rindió a la voz interior del Espíritu.
Los discípulos
En el Evangelio de Lucas, Jesús estaba yendo a Jerusalén. En el trayecto mandó decir que estaba pasando por la región de Samaria. Cuando los samaritanos oyeron que Jesús iba rumbo a Jerusalén, se negaron a recibirle debido a su odio por esa ciudad, lo cual airó a Santiago y a Juan. Fíjese en la respuesta de ellos:
Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: –Señor, ¿quieres que ordenemos que baje fuego del cielo, y que acabe con ellos? Pero Jesús se volvió y los reprendió. (Lucas 9:54-55)
Santiago y Juan escucharon a su carne. Querían hacer que lloviese fuego para destruir a los samaritanos que habían rechazado al Señor Jesús. A veces la voz de la carne es bien potente. ¿Cuántas veces no nos hemos encontrado nosotros en una situación similar? Oímos algo que nos causa ira, y la carne comienza a clamar por venganza. En un instante explotamos en ira y decimos cosas de las cuales después nos arrepentimos. Esto fue lo que les sucedió a Santiago y a Juan.
Sin embargo, fíjese que Jesús los reprendió por su actitud. De la misma forma, el Espíritu de Dios reprende nuestras actitudes de ira o de la carne. Nos recuerda el propósito de Dios y la enseñanza de Su Palabra. El Espíritu de Dios nos contiene y nos convence para protegernos de la carne y de sus malvados deseos. Él está produciendo en nosotros el fruto del dominio propio.
El atleta
Pablo habla del dominio propio en la vida del atleta en I Corintios 9:25-27:
I Co. 9:25 Los que se preparan para competir en un deporte, evitan todo lo que pueda hacerles daño. Y esto lo hacen por alcanzar como premio una corona que en seguida se marchita; en cambio, nosotros luchamos por recibir un premio que no se marchita. 26 Yo, por mi parte, no corro a ciegas ni peleo como si estuviera dando golpes al aire. 27 Al contrario, castigo mi cuerpo y lo obligo a obedecerme, para no quedar yo mismo descalificado después de haber enseñado a otros.
El apóstol dijo a sus lectores que, en su vida y en su ministerio, se disciplinaba y sometía su cuerpo a los propósitos de Dios, que son mayores. Cuando el atleta está corriendo, sus pulmones arden y su corazón late fuertemente por la presión. Sus pies y sus piernas le duelen. Sin embargo, él sabe que si escucha a su cuerpo, perderá la carrera. En vez de dar oído a lo que le está diciendo su cuerpo, mira más allá hacia al premio que tiene delante. Escucha el llamado del galardón y no el clamor de su cuerpo. Pablo mantuvo los ojos fijos en Jesús como premio, y dependió de las fuerzas y la dirección de Su Espíritu. Demostró el fruto del dominio propio poniendo su cuerpo en sujeción a los propósitos y la dirección del Espíritu Santo. Sacó fuerzas de las que el Espíritu de Dios le proveyó para proseguir, aun cuando en lo natural hubiese deseado darse por vencido.
Estos ejemplos nos demuestran el papel que desempeña el Espíritu Santo en la generación del fruto del dominio propio en nuestras vidas. Él reprende, contiene, disciplina y fortalece al creyente, y así lo capacita para resistir los impulsos de la carne y para que logre vivir como Dios manda.
LO QUE ENSEÑA LA BIBLIA SOBRE EL DOMINIO PROPIO
Habiendo analizado estos ejemplos, dediquémonos ahora a ver otras enseñanzas bíblicas sobre el dominio propio en la vida del creyente.
Es un requisito para los ancianos
Pablo dice que los ancianos han de tener dominio propio.
Al contrario, siempre debe estar dispuesto a hospedar gente en su casa, y debe ser un hombre de bien, de buen juicio, justo, santo y disciplinado. (Tito 1:8)
Cualquiera que procure una posición de liderazgo en la iglesia de Jesucristo debe estar dispuesto a morir a la carne, y a rendirse a la enseñanza de las Escrituras y a la dirección del Espíritu de Dios. Deben buscar la fuerza del Espíritu Santo para vencer las concupiscencias de su carne. Deben andar en obediencia a la Palabra de Dios y a aquello de lo cual el Espíritu Santo les dé convicción en su vida.
El dominio propio y el conocimiento
Pedro nos recuerda que como creyentes hemos de esforzarnos al máximo por añadir dominio propio a nuestro conocimiento de Dios y de Su Palabra.
Y por esto deben esforzarse en añadir a su fe la buena conducta; a la buena conducta, el entendimiento; al entendimiento, el dominio propio; al dominio propio, la paciencia; a la paciencia, la devoción… (II Pedro 1:5-6)
Una cosa es tener el conocimiento de Dios y de Su propósito, pero otra es tener dominio propio. Usted puede tener la capacitación de algún seminario o universidad bíblica, así como saber todo sobre el carácter y el plan de Dios, pero si no tiene la posibilidad de vivir en esa verdad, de nada bueno le sirve. La gente no sólo quiere entender la verdad, sino además verla demostrada en la vida de quienes la profesan. El dominio propio y el conocimiento deben ir de la mano. El que diga que conoce la verdad, debe demostrarlo con palabras y con hechos. Esta es la obra del Espíritu Santo en nosotros, que no sólo nos enseña la verdad de la Palabra de Dios, sino nos capacita para aplicar dicha verdad a nuestras vidas convenciéndonos y disciplinándonos en nuestro vivir en devoción a Dios.
El dominio propio y la justicia
En Hechos 24:25 Pablo habló a Félix sobre la justicia, el dominio propio y el juicio futuro.
Al disertar Pablo sobre la justicia, el dominio propio y el juicio venidero, Félix tuvo miedo y le dijo: “¡Basta por ahora! Puedes retirarte. Cuando sea oportuno te mandaré llamar otra vez”. (NVI)
El dominio propio y la justicia están estrechamente relacionados. A lo largo de nuestras vidas va a haber una constante batalla contra el pecado y la carne. No podemos vivir como Dios demanda de nosotros a menos que muramos a los impulsos de la carne. El fruto del dominio propio es la capacidad que nos da el Espíritu Santo de resistir los impulsos del andar en la carne, en el justo propósito de Dios.
Presentar la otra mejilla
En la vida cristiana el dominio propio se demuestra en la manera en que respondemos a los demás.
Si alguien te pega en una mejilla, ofrécele también la otra; y si alguien te quita la capa, déjale que se lleve también tu camisa. (Lucas 6:29)
¿Qué sucede cuando alguien le insulta o le hiere? Jesús nos dice que cuando alguien nos golpee en una mejilla, debemos ponerle la otra; lo cual requiere de dominio propio, porque el instinto natural es contraatacar. Cuando esto sucede, queremos desquitarnos. Por otra parte, el clamor del Espíritu es que volvamos la otra mejilla. El Espíritu de Dios en nosotros nos contiene y nos recuerda el propósito de Dios, lo cual nos guarda de responder con ira, conforme a la carne.
El dominio propio y el uso de la lengua
Santiago nos dice que lo más difícil que hay en el mundo es controlar la lengua:
El hombre es capaz de dominar toda clase de fieras, de aves, de serpientes y de animales del mar, y los ha dominado; pero nadie ha podido dominar la lengua. Es un mal que no se deja dominar y que está lleno de veneno mortal. (Santiago 3:7-8)
Cuántas veces he dicho palabras que provienen directamente de la carne. Estas palabras han estado llenas de orgullo; no han sido beneficiosas para quienes las han escuchado. Ha habido ocasiones en las que hasta he sentido ese suave toque del Espíritu diciéndome que no diga ciertas palabras, y a pesar de eso han salido de mi boca. El que ejercita el fruto del dominio propio escucha las indicaciones del Espíritu y mide con cuidado sus palabras. Observe lo que dijo Pablo a los efesios:
Ef. 4:29 No digan malas palabras, sino solo palabras buenas que edifiquen la comunidad y traigan beneficios a quienes las escuchen. 30 No hagan que se entristezca el Espíritu Santo de Dios, con el que ustedes han sido sellados para distinguirlos como propiedad de Dios el día en que él les dé la liberación definitiva. 31 Alejen de ustedes la amargura, las pasiones, los enojos, los gritos, los insultos y toda clase de maldad. 32 Sean buenos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, como Dios los perdonó a ustedes en Cristo.
Fíjese en la conexión entre controlar lo que salía de sus bocas, y contristar al Espíritu Santo; lo cual es algo muy significativo. Existe una relación entre la falta de dominio propio en el uso de nuestras palabras, y contristar al Espíritu Santo. El que controla a sí mismo, escoge escuchar al Espíritu Santo en vez de a su carne. El que evidencia el fruto del dominio propio en su vida se rinde al Espíritu Santo en cuanto al uso de su lengua.
El dominio propio y las pasiones sexuales
En I Corintios 7:7-9 Pablo desafía a los que no estaban casados a permanecer de esa forma, a menos que no pudieran ser capaces de controlar sus deseos sexuales:
I Co. 7:7 Personalmente, quisiera que todos fueran como yo; pero Dios ha dado a cada uno diferentes dones, a unos de una clase y a otros de otra. 8 A los solteros y a las viudas les digo que es preferible quedarse sin casar, como yo. 9 Pero si no pueden controlar su naturaleza, que se casen, pues más vale casarse que consumirse de pasión.
Fíjese que Pablo tenía un don en particular de parte de Dios (versículo7). Dios le dio la capacidad de quedarse soltero, sin la necesidad de tener una relación con algún miembro del sexo opuesto. El Espíritu Santo le dio a Pablo dominio propio en el área de su sexualidad. El Espíritu produjo este fruto de manera especial para que Pablo pudiese consagrarse a tiempo completo al servicio del evangelio.
El fruto del dominio propio no se produce de la misma manera en todos los creyentes. A muchos el Espíritu de Dios no les priva de sus necesidades sexuales; en cambio, les da un cónyuge con quien pueden satisfacer esas necesidades. El dominio propio no siempre consiste en reprimir el deseo o la emoción; algunas de esas pasiones y deseos son legítimos. Pablo habla de la necesidad de las viudas de compañía e intimidad. Estas viudas debían ejercer el dominio propio no negándose a ceder a su necesidad básica de intimidad y compañía, sino más bien encontrando el contexto apropiado según la voluntad de Dios para que esas necesidades fuesen ministradas y expresadas.
Cada uno de nosotros ha de buscar la dirección del Señor en cuanto a cómo lidiar con sus pasiones, necesidades y deseos. Dios esperaba de Pablo que confiara en Él para recibir las fuerzas para ejercer el dominio propio como soltero. Las viudas en Corinto debían ejercer ese dominio propio confiando en el Señor para que les proveyera un compañero. La manifestación del dominio propio iba a ser diferente en cuanto a Pablo y a las viudas, pero cada uno de ellos precisaba de la dirección y la fortaleza de Dios para andar en obediencia y en victoria sobre la carne.
La obra del Espíritu de Dios es capacitarnos para andar en obediencia a Él produciendo el fruto del dominio propio en nuestras vidas. Y lo hace dándonos convicción en cuanto a nuestras malas actitudes o deseos. Nos guía hacia la forma de agradar a Dios en la satisfacción de nuestras pasiones. Obra en nosotros para despojarnos de las actitudes que no se correspondan con la voluntad de Dios. El Espíritu de Dios que mora en nuestro interior está obrando arduamente para moldearnos a la imagen de Cristo. Mientras lo hace, nos capacita en este asunto del dominio propio. Cuando nos rendimos a Su dirección y a Sus correcciones, crecemos en la madurez y la piedad.
Para su consideración:
- ¿Cuál es la diferencia entre el dominio propio como disciplina humana y el fruto del dominio propio del cual habla Pablo en este pasaje?
- Si el dominio propio es fruto del Espíritu de Dios, ¿requiere de esfuerzo por parte nuestra? ¿Cuál es la conexión entre el dominio propio y el hecho de rendirnos al Espíritu Santo? ¿Cuál es el papel del Espíritu de Dios en el dominio propio? ¿Cuál es nuestra responsabilidad?
- ¿Cuán importante es el dominio propio en la vida del creyente? ¿Podemos ser maduros sin este fruto en nuestra vida?
- ¿Cuáles áreas de su vida necesitan de la obra del Espíritu de Dios para que se produzca el dominio propio?
- ¿Cómo difiere de una persona a otra la manifestación del fruto del dominio propio?
Para orar:
- Dedique un tiempo para agradecer al Espíritu Santo por Su disposición en cuanto a producir dominio propio en su vida.
- Pídale al Señor que le muestre si hay áreas de su vida en las que deba manifestar dominio propio de manera más profunda. Pídale al Espíritu de Dios que le perdone por resistirse a Su obra en esa(s) área(s).
- Pídale a Dios que le dé cada vez más victoria ante la carne y sus caminos. Ore para ser más sensible a la enseñanza y la capacitación del Espíritu Santo en su vida.
11 – No la Ley, Sino El Fruto
Contra tales cosas no hay ley. (Gálatas 5:23)
Al concluir este breve estudio, quisiera concluir con las palabras de Pablo en el versículo 23. Después de detallar el fruto del Espíritu, Pablo concluye con estas palabras: “No existe ninguna ley en contra de esas cosas” (versión Palabra de Dios para Todos). ¿Qué quiere decir Pablo con estas palabras, y cómo se aplica esto al fruto del Espíritu?
El contexto de todo el capítulo 5 de Gálatas habla no sólo del fruto del Espíritu, sino además del de la carne. En los versículos 19 al 21, Pablo describe el fruto de la carne de la siguiente manera:
Gá. 5:19 Es fácil ver lo que hacen quienes siguen los malos deseos: cometen inmoralidades sexuales, hacen cosas impuras y viciosas, 20 adoran ídolos y practican la brujería. Mantienen odios, discordias y celos. Se enojan fácilmente, causan rivalidades, divisiones y partidismos. 21 Son envidiosos, borrachos, glotones y otras cosas parecidas. Les advierto a ustedes, como ya antes lo he hecho, que los que así se portan no tendrán parte en el reino de Dios.
Es evidente en todo lo que nos rodea la maldad de la naturaleza pecaminosa. ¿Quién de nosotros no se enfrenta diariamente a la inmoralidad sexual, la envidia, el egoísmo o las disensiones? Puede que hasta sintamos una lucha hasta en el interior de nuestro propio corazón para vencer el fruto de la carne; fue precisamente por esta naturaleza pecaminosa que Dios dio Su ley. Fue necesaria a causa del pecado. El propósito de la ley fue mantener a los transgresores en línea con el propósito de Dios para la sociedad de ellos. El problema con la ley fue que, aunque nos mostró qué era aceptable ante Dios, no logró cambiar el corazón humano.
Sin embargo, Pablo dijo a los creyentes en Gálatas 5:18:
Pero si el Espíritu los guía, entonces ya no estarán sometidos a la ley.
El camino de la ley sólo nos traerá derrota. Ninguno de nosotros puede estar a la altura del estándar que Dios ha establecido para nosotros; es por eso que nos ha dado Su Espíritu. El Espíritu Santo viene a morar en el corazón del creyente. Su meta es producir en nuestras vidas el fruto del que hemos hablado en este estudio. Viene para cambiarnos desde nuestro interior. Él obra en nuestro corazón para generar el fruto del amor, la alegría, la paz, la paciencia, la amabilidad, la bondad, la fidelidad, la humildad y el dominio propio.
A medida que el Espíritu produce en nosotros Su fruto, el resultado es que comenzamos a andar en armonía con los caminos de Dios. Él hace lo que la carne jamás pudo hacer; Él incita un nuevo deseo en nosotros. Va formando en nuestras vidas el carácter de Jesucristo, y entonces descubrimos que ya respondemos de manera diferente a los que nos rodean. Los deseos de la carne llegar a sernos repulsivos; comenzamos a anhelar ser más como Jesús, y encontramos una gran satisfacción en Él y en Sus propósitos para nuestras vidas.
Como dijo Pablo en Gálatas 5:18: “Pero si obedecen al Espíritu de Dios, ya no están obligados a obedecer la ley” (BLS). En otras palabras, si somos guiados por el Espíritu, no necesitaremos la ley para guiarnos porque el Espíritu será nuestro Guía. En este estudio hemos estado analizando la obra formadora del carácter que realiza el Espíritu de Dios. Si se lo permitimos, Él nos formará a la imagen de Cristo y nos hará más como Él en todo, y lo va a hacer convenciéndonos de pecado (Juan 16:8) y enseñándonos cómo vivir y andar con Cristo (Juan 16:13). Él nos guiará a la plenitud de los propósitos de Dios. No hay ninguna ley que pudiera hacerlo por nosotros. La ley puede enseñarnos lo que es correcto, pero no nos puede cambiar. En cambio, el Espíritu de Dios hace ambas cosas.
Cuando Pablo concluye este pasaje diciendo que no hay ley contra el fruto del Espíritu de Dios, nos está diciendo que lo que hace el Espíritu de Dios al producir Su fruto, cumple todo propósito de Dios. Andar en obediencia al Espíritu y rendirse a Su obra es llegar a ser todo lo que Dios quiere que seamos. Ninguna ley judicial jamás podrá hallarnos culpables si permitimos que el Espíritu de Dios genere en nosotros Su fruto. El Espíritu de Dios nos hará estar en perfecta armonía con el propósito de Dios.
Estas palabras de Pablo constituyen una apropiada conclusión para nuestro estudio. Permitir que el Espíritu genere en nuestras vidas Su fruto es andar en armonía con Dios. La pregunta que deben hacerse los creyentes es la siguiente: “¿Cómo puedo rendirme más a lo que el Espíritu de Dios está haciendo en mi vida?”. Porque únicamente al rendirme a Él, puedo ser capaz de andar en obediencia a Dios y a todo lo que Él demanda de mí.
¡Cuánto tenemos que alabar a Dios el Señor por la obra de Su Espíritu! Él no nos deja desamparados ante la ley, ni intentando averiguar cómo pudiéramos de alguna forma andar en obediencia. Él mismo asume la responsabilidad de cambiarnos desde nuestro interior. Él obra en nuestras vidas para generar en nosotros el carácter de Cristo. Esta constituye una realidad maravillosa para quienes conocemos al Señor Jesús. Estamos siendo transformados por el poder del Espíritu de Dios, que vive en nosotros. Él está generando en nuestras vidas frutos espirituales. Este fruto evidencia la obra del Espíritu y la certeza de que pertenecemos a Dios. Los que pertenecen a Dios están siendo transformados día a día por esta obra de formación del carácter que realiza el Espíritu en nuestro interior.
Para su consideración:
- ¿Cuál fue el propósito de la ley de Dios? ¿Nos posibilitó la ley vivir conforme al estándar de Dios?
- ¿Cuál es la responsabilidad del Espíritu Santo? ¿Cómo nos posibilita vivir de acuerdo a la voluntad de Dios?
- ¿Qué obra específica ha estado realizando el Espíritu Santo en su vida?
- ¿Cuál es la diferencia entre procurar cumplir la ley con nuestras propias fuerzas, y permitir que el Espíritu de Dios produzca en nosotros Su fruto?
Para orar:
- Agradézcale al Señor que nos haya dado Su Santo Espíritu para que podamos andar en Sus caminos.
- Dedique un tiempo para agradecer al Señor por algún fruto en particular que haya estado produciendo en usted. Pídale a Dios que le muestre áreas de su vida donde deba rendirse más a Él.