¿Es Realmente Tuya la Fe Que Profesas?
F. Wayne Mac Leod
Copyright © 2008 por F. Wayne Mac Leod
Publicado originalmente en inglés con el título: Someone Else´s Faith
Traducción al español: Carmen Jimenez, David Gomero, Traducciones NaKar, Cuba
Copyright © 2012 by F. Wayne Mac Leod
Publicaciones Light To My Path [Ministerio de distribución literaria Lumbrera a mi Camino]
Todos los derechos reservados. No puede reproducirse ni transmitirse de forma alguna este libro, ni ninguna parte de él, sin el permiso por escrito de su autor.
Todas las citas bíblicas han sido tomadas de la Reina Valera 1960 y la Nueva Versión Internacional, a menos que se indique otra versión
Índice
- 1 Ir al Cielo sobre los Hombros de Otra Persona
- 2 Vivir Según las Normas de Otra Persona
- 3 Profesar las Creencias de Otra Persona
- 4 Hacer Uso de los Dones de Otra Persona
- 5 Mantener las Tradiciones de Otra Persona
- 6 Depender de la Fortaleza de Otra Persona
- 7 Cómo Hacer Tuya la Fe
Capítulo 1 – Ir al Cielo Sobre los Hombros de Otra Persona
La edición del 2006 del Mundo en Operación estima que el 81.5% de los norteamericanos se consideran cristianos. Esto representa alrededor de 259 millones de personas. Sin embargo, cuarenta y ocho millones de estas, no pertenecen a ninguna iglesia. Seamos realistas respecto a estas cifras. No todo el mundo que es miembro de una iglesia cristiana es realmente cristiano. Siempre estarán aquellos que van a la iglesia los domingos cuya fe no es real.
Esto nos conduce a una pregunta importante. ¿Por qué estas personas profesan ser cristianas si no practican su fe? Aunque no puedo responder por ellas, supongo que la mayoría se consideran cristianos porque nacieron en el seno de una familia cristiana. Piensan que porque nacieron de padres cristianos, son cristianos (a diferencia del hindú o musulmán). Para mucha gente, uno nace en la fe del mismo modo que se nace con la nacionalidad. Yo soy canadiense porque nací de padres canadienses y nunca he renunciado a mi ciudadanía. Muchas personas ven su fe de esta manera. A menos que decidas cambiar tu fe, sigues siendo lo que fuiste al nacer ya sea que practiques o no esa fe.
Es cierto que así es como funcionan las cosas con respecto a nuestra nacionalidad. Para ser canadiense, lo único que tengo que hacer es nacer de padres canadienses. Mientras no renuncie a mi ciudadanía, siempre seré canadiense. Como tal, disfruto de los privilegios de la ciudadanía. Las leyes de Canadá me protegen y disfruto de su libertad. Sin embargo, ¿es así como funcionan las cosas con respecto a la fe? ¿Puedo llamarme cristiano y esperar el disfrute de los privilegios del cristianismo simplemente porque nací en un hogar cristiano?
Para dar respuesta a esta pregunta, me gustaría considerar dos pasajes del Antiguo Testamento que se encuentran en el libro de Ezequiel.
El primero aparece en Ezequiel 14.12-18:
“Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, cuando la tierra pecare contra mí rebelándose pérfidamente, y extendiere yo mi mano sobre ella, y le quebrantare el sustento del pan, y enviare en ella hambre, y cortare de ella hombres y bestias, si estuviesen en medio de ella estos tres varones, Noé, Daniel y Job, ellos por su justicia librarían únicamente sus propias vidas, dice Jehová el Señor. Y si hiciere pasar bestias feroces por la tierra y la asolaren, y quedare desolada de modo que no haya quien pase a causa de las fieras, y estos tres varones estuviesen en medio de ella, vivo yo, dice Jehová el Señor, ni a sus hijos ni a sus hijas librarían; ellos solos serían librados, y la tierra quedaría desolada. O si yo trajere espada sobre la tierra, y dijere: Espada, pasa por la tierra; e hiciere cortar de ella hombres y bestias, y estos tres varones estuviesen en medio de ella, vivo yo, dice Jehová el Señor, no librarían a sus hijos ni a sus hijas; ellos solos serían librados”.
¿Qué nos dice este pasaje? Dios le dijo al profeta Ezequiel que cuando su pueblo le diera la espalda y él respondiera con juicio, nadie podría salvarlos. Noé, Daniel y Job no iban a poder salvar a sus propios hijos en el día de la ira de Dios. ¿Qué había en estos tres hombres que fueron dignos de mencionar en este pasaje? Génesis 6:9 nos dice que Noé era “justo y honrado entre su gente. Siempre anduvo fielmente con Dios” (NVI). Cuando los enemigos trataron de encontrar alguna falta en Daniel, no pudieron encontrar ninguna (Daniel 6.4-5). Dios dijo de Job “no hay en la tierra nadie como él; es un hombre recto e intachable“. (Job 1:8, NVI) Estos tres hombres fueron ejemplares en su vida espiritual. Amaron a Dios y vivieron completamente para Él. Su fe los salvaría en el día de la ira de Dios; sin embargo sus hijos, morirían a causa de su pecado. Cuando el juicio de Dios se derramó sobre los habitantes de Israel, no importó quiénes fueron sus padres. Si los hijos eran culpables ante Dios, sufrirían las consecuencias. La fe de sus padres no los salvaría en el día de la ira divina.
¿Se perdona un criminal simplemente porque su padre o madre nunca han incumplido la ley? Cada persona es juzgada según sus propias acciones. La fe y la nacionalidad son muy diferentes. Aunque puedo tener garantizada la ciudadanía en Canadá porque mis padres eran canadienses, nunca tendré la garantía de la ciudadanía en el cielo sobre esta base. La fe se relaciona con una posición personal delante de Dios. No tiene nada que ver con mis padres.
Considera otro ejemplo acerca de esto en Ezequiel 18:10-14. Ezequiel habla aquí sobre el hijo de un hombre recto:
Ezequiel 18:10-13 “Mas si engendrare hijo ladrón, derramador de sangre, o que haga alguna cosa de estas, y que no haga las otras, sino que comiere sobre los montes, o violare la mujer de su prójimo, al pobre y menesteroso oprimiere, cometiere robos, no devolviere la prenda, o alzare sus ojos a los ídolos e hiciere abominación, prestare a interés y tomare usura; ¿vivirá éste? No vivirá. Todas estas abominaciones hizo; de cierto morirá, su sangre será sobre él”.
Este pasaje nos dice que si un hombre entregado a Dios tuviera un hijo que no viva de acuerdo con las normas de Dios, ese hijo perecerá. La fe y la vida recta del padre no pasarán a la cuenta del hijo. “el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18.4).
¿Qué nos dice todo esto? Que no podemos ir al cielo sobre los hombros de otra persona. La fe no es como nuestra ciudadanía. No nacemos físicamente a la fe. No vamos al cielo porque nuestros padres sean verdaderos cristianos. La fe no se transmite por los genes. Es una cuestión personal entre nosotros y Dios.
La Biblia nos dice que lo que sí heredamos de nuestros padres es el pecado.
Salmo 51:5 (NVI) Yo sé que soy malo de nacimiento; pecador me concibió mi madre.
Debido a que han heredado nuestra naturaleza pecaminosa, nuestros hijos estarán separados de Dios y bajo Su juicio. Esta naturaleza ha pasado de nuestros padres a nosotros. A su vez, nuestros hijos la pasarán a sus hijos. Hasta que personalmente no renunciemos a nuestro pecado y no entreguemos nuestros corazones al Señor Jesús, seremos ciudadanos del reino de este mundo y forasteros del reino de Dios.
Un gran número de personas trata de ir al cielo sobre los hombros de otra. La Biblia nos dice con claridad que esto no es posible. Yo te pido que mires profundamente dentro de tu corazón ahora mismo. ¿Estás dependiendo de alguien para que te lleve al cielo? ¿Confías en la fe de tus padres o en algún gran santo que te salve en el día de la ira de Dios? Recuerda que Noé, Daniel y Job no pudieron salvar ni a sus propios hijos. La salvación del juicio por el pecado es una cuestión entre tú y Dios solamente. ¿Clamarás a Dios ahora mismo? Reconoce tu necesidad de Él. Renuncia a tu ciudadanía en el reino de este mundo pecador. Confiesa tu pecado y pídele que te acepte en Su reino.
Capítulo 2 – Vivir Según las Normas de Otra Persona
Todos nosotros hemos sentido la presión de conformarnos a las opiniones de los que nos rodean. Los representantes del Gobierno se eligen para representar la opinión de la mayoría. Si usted quiere avanzar en la compañía donde trabaja, tiene que hacer lo que se espera de usted. ¿No es evidente esta presión en nuestros jóvenes? La manera de pensar de la mayoría de sus coetáneos determina, por lo general, la ropa que visten, el estilo de su pelo, las palabras que usan, o la música que oyen. Todo el mundo quiere ser aceptado. Los publicistas saben que un producto, para venderse, no tiene que ser bueno. En tanto que puedan convencer a la gente que todo el mundo lo usa, comprarán su producto. Somos un pueblo gobernado por lo que otros piensan. Nuestra necesidad de aceptación nos lleva a comportarnos ciegamente según la opinión de la mayoría. Imparte seguridad el saber que somos justamente igual que los demás.
Escuchar a otros puede ser algo bueno. El autor del libro de los Proverbios nos dice cuán importante es buscar el consejo de otros en las decisiones que tomamos:
Proverbios 11:14 (NVI) “Sin dirección, la nación fracasa; el éxito depende de los muchos consejeros”.
Proverbios 12:15 (NVI) “Al necio le parece bien lo que emprende, pero el sabio atiende al consejo”.
Proverbios 15:22 (NVI) “Cuando falta el consejo, fracasan los planes; cuando abunda el consejo, prosperan”.
No fuimos creados para estar solos. Es muy sabio buscar el consejo y el apoyo del cuerpo de Cristo. Sin embargo, habiendo dicho esto, necesitamos estar conscientes del peligro de la conformidad ciega con lo que nos rodea. En nuestro esfuerzo de ser aceptados, la tentación está en dejar a un lado las convicciones personales. Nunca hemos cuestionado mucho la opinión de la mayoría. Hemos aceptado ciegamente las opiniones de nuestros respetables líderes. Hemos dejado que las opiniones de otros determinen cómo vivimos y lo que debemos creer. ¿No es esta la razón del éxito de muchas sectas hoy en día?
Pablo dijo a los Romanos que “todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Romanos 14:23) ¿Qué es la fe? La fe es una sincera convicción y confianza. Pablo nos está diciendo que cuando hacemos algo sin una plena convicción y confianza de que lo que estamos haciendo es recto delante de Dios, somos culpables de pecado. ¿Es posible que, en nuestra conformidad ciega con las normas establecidas por nuestros hermanos creyentes y líderes espirituales, no estemos actuando con convicción sincera?
En los tiempos de Pablo había un debate sobre qué días debían apartarse y considerarse como sagrados; los creyentes estaban divididos por esta cuestión. Escucha el consejo de Pablo a los creyentes romanos:
Romanos 14:5 “Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente”.
No siempre vamos a estar de acuerdo sobre cuestiones secundarias. Lo que es importante es que hagamos todas las cosas completamente convencidos. Pablo nos está diciendo que no debemos hacer nada sin la convicción personal de que es lo correcto, lo que debemos hacer. La aceptación ciega del razonamiento de otra persona no basta. Cada persona debe estar convencida de su propia opinión.
Hace poco oí una noticia sobre una organización que vendía trabajos de investigación a estudiantes universitarios. Los estudiantes estaban comprando estos trabajos investigativos y entregándolos con sus propios nombres. Todos estaríamos de acuerdo en que esto estuvo mal desde el punto de vista moral. ¿No es posible entonces, que de igual manera seamos culpables ante Dios cuando elegimos tomar el atajo y dejar que otro nos diga cómo vivir nuestra fe? ¿Agradamos a Dios cuando no dedicamos tiempo a examinar qué dicen las Escrituras a nuestras vidas? ¿Se le honra cuando venimos delante de su presencia sin ninguna convicción personal, cuando todo lo que tenemos es lo que otros nos han dicho que creamos? ¿Es Él glorificado cuando nuestras acciones, por buenas que sean, se basen sólo en las tradiciones de nuestros ancestros y no procedan de nuestras propias convicciones? ¿No somos como esos estudiantes que escribieron sus nombres en un trabajo que no les pertenecía y lo entregaron al profesor? ¿Estamos viviendo una fe que no es realmente nuestra?
En 2 Samuel 24, David se acercó a un hombre llamado Arauna para comprar una era. Él quería ofrecer un sacrificio al Señor. Por respeto a David, Arauna le dijo que podía tener la era y el sacrificio sin costo alguno. Presta atención a la respuesta de David ante la oferta de Arauna:
2 Samuel 24:24 “Y el rey dijo a Arauna: No, sino por precio te lo compraré; porque no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada. Entonces David compró la era y los bueyes por cincuenta siclos de plata”.
David no tendría que ver nada con la ofrenda de un sacrificio al Señor su Dios que él no tuviera que pagar. Lo que él ofrecía a Dios tenía que ser suyo. No ofrecería el buey de otra persona.
¿Estás presentando como ofrenda al Señor el buey de otra persona? ¿Las normas en las que basas tu fe cristiana proceden de tus sinceras convicciones personales delante de Dios, o estás viviendo según las normas de otros?
Capítulo 3 – Profesar las Creencias de Otra Persona
Todos nosotros tenemos nuestros héroes. De niños pudo haber sido algún súper humano fantástico con gran fortaleza física. Con el tiempo, empezamos a idolatrar alguna estrella deportiva. En años posteriores nuestra atención se puso en alguien que tuvo gran éxito en su carrera. Aún como creyentes, tenemos nuestros héroes. Admiramos la fe de ciertos hombres y mujeres que nos precedieron. Su fidelidad y sus dones son una inspiración para nosotros.
¿Alguna vez has oído a un niño hablar sobre su héroe? Parece que él o ella no pueden hacer nada malo o erróneo. Cree cada palabra que su héroe dice. Quiere ser como él en todo. Nosotros podemos tratar a nuestros héroes espirituales del mismo modo. Quizás tus héroes son personas de la historia que han sido responsables de la formulación de la doctrina de tu iglesia; tal vez son los líderes actuales de tu asamblea; quizás es tu pastor, un buen maestro de la Biblia o un simple miembro de tu iglesia. Al igual que un niño, absorbemos cada palabra que ellos dicen y la hacemos nuestra.
Recientemente estaba hablando con alguien sobre una cuestión doctrinal. Él me dijo que aunque nunca había estudiado el tema, no tenía razón para creer que sus líderes espirituales lo condujeran por un camino erróneo. Él simplemente optó por creer lo que ellos le dijeron que creyera. Este problema no es poco común. Un gran número de personas creen lo que le dicen sin escudriñar las Escrituras por sí mismos. Nosotros estamos más dispuestos a dejar que otro piense por nosotros.
Hace unos años, estaba hablando con una miembro de una popular secta. Estábamos debatiendo un área de diferencia doctrinal. Cuando saqué una cuestión para la cual ella no tenía ninguna respuesta, me dijo que hablaría con sus líderes espirituales y regresaría a mí después. Me di cuenta que ella estaba dependiendo de alguien más para que pensara en su lugar. Sus creencias no eran de ella. Creía lo que le decían que creyera. Esto me llevó a pensar sobre mis propias creencias. ¿Son realmente mías o estuvieron basadas en lo que otros me dijeron que creyera?
¿Y tú? ¿Aceptas ciegamente lo que oyes de tus respetables líderes? ¿Qué es lo que crees? No te estoy preguntando lo que tu iglesia cree. No te estoy preguntando lo que otros te han dicho que creas. Te estoy preguntando sobre tus sinceras convicciones personales. Cuando Pablo y Silas fueron a Berea, ellos enseñaron la Palabra de Dios en la sinagoga. La Biblia nos dice que los de Berea, a la vez que recibieron la Palabra con gran avidez, examinaron las Escrituras para asegurarse de que lo que estaban oyendo era verdad.
Hechos 17:11 “Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así”.
La autoridad máxima en todas las cuestiones de fe es la Palabra de Dios. La gente de Berea entendió esto y sometieron incluso la enseñanza del gran apóstol Pablo al examen de la Escritura.
El Señor elogió la iglesia en Éfeso por haber examinado a quienes venían a ellos diciéndose apóstoles.
Apocalipsis 2:2 “Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos”.
Los efesios no aceptaron ciegamente lo que se les estaba predicando. Como los de Berea, ellos también compararon la doctrina que estaban oyendo con la Palabra de Dios.
Cuando Jesús le habló a la mujer samaritana en el pozo, ella creyó en Él y de inmediato fue al pueblo a contar a sus amigos sobre el Señor Jesús. Una gran multitud la siguió al lugar donde Jesús estaba; Jesús los enseñó durante dos días. Mira lo que los samaritanos le dijeron a la mujer después de escuchar ellos mismos a Jesús:
Juan 4:42 “y decían a la mujer: Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo”.
Hoy en día tenemos mucho que aprender de estos samaritanos. ¿Crees porque alguien te ha dicho lo que debes creer o crees porque lo has experimentado tú mismo?
Todos nosotros hemos cantado el conocido himno “La Fe de nuestros Padres“. Sin embargo, ¿es la fe de nuestros padres realmente nuestra? Al igual que ellos, ¿hemos lidiado con las páginas de la Palabra de Dios? ¿Tus creencias están basadas en convicciones personales o en tradición solamente? Todos debemos llegar al punto de nuestras vidas donde podamos decir como los samaritanos: “Ya no creemos sólo por lo que tú dijiste…; ahora lo hemos oído nosotros mismos, y sabemos…” Juan 4.42, (NVI).
Los fariseos del Nuevo Testamento se aferraban estrictamente a sus tradiciones doctrinales. En una ocasión, ellos estaban presentes cuando Jesús resucitó a Lázaro de los muertos. Ellos vieron el poder de Jesús sobre la muerte. Sin embargo, sus tradiciones doctrinales estaban tan enraizadas, que ni siquiera este gran milagro pudo cambiar su forma de pensar. A veces somos como los fariseos. Nuestras creencias se basan más en la tradición que en la convicción personal. Aunque estamos frente a la verdad misma, nos negamos a aceptarla. Hay algunos que viven y mueren luchando por una fe que ni siquiera ellos mismos creen.
Te exhorto a examinar tus creencias hoy. ¿Realmente crees lo que dices creer? Todo cambia cuando nuestras creencias son realmente nuestras. Es la diferencia entre escuchar algo y experimentarlo por uno mismo. Una cosa es oír que hay un Salvador que vino a morir por ti, y otra cosa es conocerlo personalmente. Una cosa es oír acerca de un Dios que está al tanto de cada una de nuestras necesidades; otra muy distinta es saber que esto es una realidad en nuestra propia experiencia. Que nuestras creencias y convicciones sean verdaderamente nuestras.
Capítulo 4 – Hacer Uso de los Dones de Otra Persona
Como seres humanos, todos tenemos la tendencia de compararnos con otros. ¿Alguna vez has estado subordinado al ministerio de un gran predicador, y en secreto no has deseado tener sus dones? ¿Alguna vez has visto a un amigo compartir su fe con un inconverso y no has deseado tener la mitad de su destreza? Quizás leíste alguna biografía de un gran santo de Dios y fuiste inspirado por su vida dedicada. Nos permitimos sentirnos inferiores a estos hombres y mujeres de Dios llenos de dones. Soñamos con tener sus dones.
En Hechos 8 encontramos un hombre llamado Simón. Simón era hechicero. Cuando escuchó el mensaje del evangelio, creyó y fue bautizado por Felipe. Él siguió a Felipe y a todos los apóstoles dondequiera que fueron. Estaba asombrado ante los grandes milagros que Felipe hacía. Cuando Simón vio cómo el Espíritu Santo se derramaba en los creyentes cuando Pedro oraba por ellos, se acercó a Pedro con una petición especial. Él quería ser capaz de hacer lo que Pedro hacía. Quería imponer las manos sobre alguien para que recibieran el Espíritu Santo. Él hasta ofreció dinero a cambio de esta facultad especial. Pedro se indignó con él y le dijo que necesitaba arrepentirse de esos malos pensamientos.
¿Por qué era tan maligna la petición de Simón? Según el contexto inmediato, fue porque Simón pensó que podía comprar el poder del Espíritu Santo. Es perfectamente posible que Simón estuviera buscando gloria personal en este aspecto. El Espíritu Santo es Dios. Simón estaba tratando a Dios como a bienes que podían comprarse o venderse. Él no entendía que los dones del Espíritu Santo no podían comprarse, venderse o canjearse por otros dones. Simón vio lo que hizo Pedro y quería ser exactamente igual que él. Quería el don de Pedro. Dios no funciona de esa manera.
Pablo dijo a los Corintios que el Espíritu Santo concede dones a cada creyente según Él determine que es para provecho.
1 Corintios 12:7-11 (NVI) “A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el bien de los demás. A unos Dios les da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otros, por el mismo Espíritu, palabra de conocimiento; a otros, fe por medio del mismo Espíritu; a otros, y por ese mismo Espíritu, dones para sanar enfermos; a otros, poderes milagrosos; a otros, profecía; a otros, el discernir espíritus; a otros, el hablar en diversas lenguas; y a otros, el interpretar lenguas. Todo esto lo hace un mismo y único Espíritu, quien reparte a cada uno según él lo determina”.
El verso once tiene una particular importancia aquí. El Espíritu de Dios reparte estos dones “según él lo determina.” En otras palabras, es Dios Espíritu Santo el que determina cómo quiere usarnos.
Como creyente, tú también has recibido un don específico para la obra del Señor. Sin embargo, ¿cuántas veces hemos visto a otros con sus dones y hemos sentido envidia? De algún modo sus dones parecen ser mucho mejores que los nuestros. Como un niño que imita a su súper héroe favorito, tratamos de imitar a aquellos cuyos dones admiramos. Nos esforzamos para ser justo como ellos. Quizás leíste la biografía de un gran santo de Dios que pasaba horas en su cuarto de oración, y te obligas a hacer lo mismo. Tal vez has sido inspirado por un gran evangelista, y te obligas a hablar sobre el Señor con todo el que te encuentras. Quizás has visto cómo el Señor proveyó a alguien que vivió por fe y pensaste en dejar tu trabajo para confiarle todo al Señor como lo hicieron ellos.
En Hechos 19 leemos acerca de los siete hijos de Esceva quienes al ver a Pablo expulsar demonios, decidieron hacer lo mismo. Ellos invocaron a los demonios en el nombre de Jesús de quien Pablo predicaba. El resultado fue desastroso. Los demonios atacaron a los hijos de Esceva y los intimidaron. Ellos fallaron no solo porque no eran creyentes sino también por tratar de usar el don de Pablo cuando no habían sido llamados o encomendados a hacer eso.
Dios nos ha dado dones según Él ha determinado. Sin embargo, hay veces que no estamos satisfechos con los dones que el Señor ha dado. Como la arcilla que se queja del alfarero de cómo fue formada, nosotros en secreto añoramos ser algo distinto a lo que Dios diseñó para nosotros. Vivimos nuestras vidas ignorando los dones espirituales que Dios nos ha dado. Como los hijos de Esceva, intentamos usar dones que no nos pertenecen. Tenemos nuestras propias ideas de lo que queremos hacer en la vida y cómo creemos que Dios debe usarnos. Vamos por la vida sintiéndonos culpables porque no somos como otros.
Cuán importante es que comprendamos y aceptemos los dones y habilidades que Dios nos ha dado de manera personal. Con mucha frecuencia nos convertimos en imitadores de las personas y no en seguidores de Dios. El propósito de Dios para ti es muy diferente de Su propósito para otra persona. Él no espera que todos nosotros seamos grandes predicadores de la Palabra. No espera que todos pasemos horas y horas cada día en oración. Gloria a Dios porque ha llamado a personas a estos ministerios. Él no espera que uses los dones que no te pertenecen. Él espera que tú te conviertas en todo lo que Él personalmente ha diseñado que tú seas. Puede contristarlo mucho cuando menospreciamos los dones que Él nos ha dado y ansiamos los dones de otra persona.
¿Has aceptado el propósito de Dios para tu vida? ¿Has comprendido que Él te llama para ejercer los dones personales que Él te ha dado y no los de otro? ¿Has reconocido que Dios ha estado moldeándote y dotándote para un propósito específico? Nadie más puede cumplir ese rol como tú. Todos somos diferentes. Todos tenemos una función. La obra de Dios avanza cuando reconocemos nuestras diferencias y las usamos para Su gloria. Hoy pongo delante de ti el reto de dejar de ser un imitador de las personas y convertirte en un seguidor de Dios. Acepta los dones y el rol que Dios tiene para ti. No seas culpable por tratar de usar el don de otra persona.
Capítulo 5 – Mantener las Tradiciones de Otra Persona
Se cuenta la historia de una mujer que siempre cortaba el extremo de su asado antes de ponerlo en la olla para cocinarlo. Un día su esposo le preguntó por qué hacía esto. Ella le dijo que su mama siempre lo había hecho así. Sin embargo, su pregunta la puso a pensar. ¿Por qué su mama había cortado el extremo de su asado antes de echarlo a la olla para cocinarlo? Ella decidió que la próxima vez que viera a su madre le preguntaría. Vino la oportunidad y ella le preguntó a su madre acerca de su costumbre. Su madre le dijo que lo hacía porque así fue como la madre de ella lo había hecho siempre aunque ella nunca había sabido la razón. Perplejas sobre el significado de esta extraña costumbre, ambas señoras le hicieron una visita a la abuela. Cuando le preguntaron a la abuela por qué cortaba el extremo de su rosbif antes de echarlo en la olla para cocinarlo, ella respondió: “¿Por qué?, Siempre corté el extremo del rosbif porque mi olla era muy pequeña y no cabía de otra manera”. Durante años estas señoras mantuvieron una tradición sin tener la más mínima idea de su significado.
Me pregunto si nosotros como creyentes hemos sido culpables de lo mismo. ¿Hemos seguido ciegamente las tradiciones de otros? No me malinterpreten, las tradiciones pueden ser muy buenas. El problema viene cuando seguimos practicando estas tradiciones sin una comprensión adecuada de su significado. Hoy en día hombres y mujeres viven y mueren por las tradiciones de su iglesia aunque no tienen una comprensión de su significado o relevancia. Cuando se les pregunta por qué hacen las cosas de esa manera, su respuesta es simplemente: “Siempre se ha hecho así”.
Las tradiciones y costumbres constituyen una parte esencial de nuestra fe. Sin embargo, es importante que comprendamos su significado. Los fariseos ponían gran énfasis en las tradiciones de sus padres. Dedicaban sus vidas al seguimiento de la Ley de Dios y las tradiciones que habían venido de sus ancestros. Escuche no obstante, lo que Jesús tuvo que decir acerca de estas personas:
Mateo 15:8 “Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí”.
¿Podría decirse esto de ti hoy? ¿Te acercas a Dios con palabras y tradiciones pero con un corazón que está lejos de Él? ¿Tu fe consiste en el seguimiento ciego de costumbres recibidas de tus padres y abuelos?
Todos hemos visto iglesias donde las tradiciones se han convertido en el centro de atención. En estas Iglesias no nos atrevemos a cambiar el orden de los cultos o pasarnos del tiempo asignado. La presentación de un nuevo himno o coro encuentra una resistencia inmediata. Cuando el nuevo pastor llega, se le dice rápidamente lo que debe hacer y cómo debe hacerlo. Si fuese a introducir algo nuevo, se le dice: “nosotros no lo hacemos de esa forma en esta iglesia”. Hacer el más mínimo cambio es una tarea monumental. Para estas personas, su fe consiste en mantener las tradiciones de sus ancestros. Tiene muy poco que ver con una relación personal con el Señor. Por lo general, no tienen ninguna razón para hacer las cosas de la manera que las hacen a no ser el hecho de que siempre se hizo así. Como los fariseos, ellos mantienen las tradiciones pero su corazón está lejos de Dios.
¿Qué sucede contigo en lo personal? ¿Cuánto de tu fe consiste en aceptar mecánicamente las costumbres que te han transmitido? Una cosa es mantener las tradiciones que tienen significado personal, otra completamente diferente es mantener ciegamente las tradiciones de otras personas. ¿Se complace Dios cuando determinamos si algo es correcto e incorrecto basados en que si se adecua o no la tradición de nuestros ancestros? ¿No somos culpables, en este caso, de poner la tradición por encima de la Palabra de Dios? Aunque nuestra confianza en las tradiciones de nuestros padres sea admirable, ellas no responderán por nosotros en el día del juicio.
El Señor mira el corazón. No es la tradición externa lo que cuenta sino la actitud del corazón. Es perfectamente posible mantener buenas tradiciones y aún así estar lejos de Dios. A menos que esas tradiciones estén basadas en convicciones personales y devoción a Dios, son prácticamente vanas. Escucha lo que el Señor le dice a su pueblo que mantuvo las tradiciones de sus padres sin convicción personal ni devoción a Él.
Amós 5:21-23 (NVI) “Yo aborrezco sus fiestas religiosas; no me agradan sus cultos solemnes. Aunque me traigan holocaustos y ofrendas de cereal, no los aceptaré, ni prestaré atención a los sacrificios de comunión de novillos cebados. Aleja de mí el bullicio de tus canciones; no quiero oír la música de tus cítaras”.
Sí, aun las grandes tradiciones de nuestros ancestros espirituales pueden convertirse en fetidez para Dios si los que las practican no comprenden su significado. Una adherencia ciega y violenta a la tradición de otros, no honra a Dios.
Capítulo 6 – Depender De La Fortaleza De Otra Persona
EL rey Joás se hizo rey a los siete años de edad. Reinó durante cuarenta años en Jerusalén. La primera parte de su reinado se caracterizó por el servicio a Dios. Durante su reinado, el templo, que estaba deteriorado, fue restaurado y se hacían sacrificios de forma regular por el pecado del pueblo. Sin embargo, en la última parte de su reinado, Joás le dio la espalda a Dios. Él levantó ídolos extranjeros y los adoró. Aunque el Señor envió profetas para advertir a Joás, él se negó a escuchar. ¿Qué hizo que este rey una vez fiel le diera la espalda a Dios?
La respuesta se encuentra en la persona misma de Joás. Durante la primera parte de su reinado, Joás tenía una relación íntima con el sacerdote Joyadá. Mientras Joyadá estuvo vivo, Joás sirvió al Señor:
2 Crónicas 24:2 (NVI) “Mientras el sacerdote Joyadá vivió, Joás hizo lo que agradaba al Señor”.
2 Crónicas 24:14 (NVI) “Cuando terminaron, le llevaron al rey y a Joyadá el dinero que sobró, y éstos lo utilizaron para hacer utensilios para el templo del Señor: utensilios para el culto y para los holocaustos, y cucharones y vasos de oro y de plata. Todos los días, mientras Joyadá vivió, se ofrecieron holocaustos en el templo del Señor”.
2 Crónicas 24.17 nos dice que cuando Joyadá murió, Joás escuchó el consejo de otras personas:
2 Crónicas 24:17 (NVI) “Después de que Joyadá murió, los jefes de Judá se presentaron ante el rey para rendirle homenaje, y él escuchó sus consejos”.
Joás era el tipo de persona que podía ser arrastrada con facilidad. Mientras estuvo estrechamente relacionado con alguien que era fuerte en el Señor, él fue fiel. Cuando esa persona dejó de estar con él, se alejó de Dios.
La historia completa de los hijos de Israel está caracterizada por el seguimiento a sus líderes. Mientras sus líderes amaban al Señor, el pueblo de Dios lo obedecía. Cuando sus líderes le daban la espalda al Señor, el pueblo hacía lo mismo.
Joás y el pueblo de Israel dependían de la fortaleza de otro. Hasta cierto punto todos nosotros hemos experimentado lo que estamos hablando aquí. ¿Quién entre nosotros no ha sido influenciado por lo que sucede a nuestro alrededor? Cuando estamos con personas que aman a Dios, nos resulta relativamente fácil vivir para el Señor. Sin embargo, cuando estos amigos se van y nuestros amigos no cristianos aparecen, las cosas cambian de manera radical. Nos hallamos regresando a nuestros viejos caminos.
Como individuos, a menudo podemos ser culpables de depender de la fortaleza de otro. Aunque es importante que nos apoyemos los unos a los otros en tiempos difíciles, algunos de nosotros nunca hemos aprendido a mantenernos en pie solos. Cuando las pruebas de la vida nos golpean, corremos hacia otro para encontrar la solución. Mientras estamos rodeados por personas que aman a Dios podemos vivir para el Señor, pero cuando estas se van decaemos espiritualmente.
Presta atención a lo que el apóstol Pablo dijo a los Efesios:
Efesios 6:10 (NVI) “Por último, fortalézcanse con el gran poder del Señor”.
¿Cuál es la fuente de nuestra fortaleza? Pablo nos dice en este pasaje que seamos fuertes “en el Señor.” Muchos de nosotros buscamos fortaleza en las personas. Las personas vienen y van; en un momento determinado, nos dejarán. Algunas veces harán malas elecciones o nos darán malos consejos. Habrá veces que simplemente no podrán ayudarnos. Existe solamente una persona que siempre estará ahí para nosotros. El Señor Jesús nunca nos dejará o abandonará. Nunca enfrentarás un problema que sea demasiado grande que Él no pueda manejarlo. Solamente Él puede fortalecerte en cada problema que enfrentes en la vida.
Pablo comprendió algo sobre el poder que estaba a su disposición cuando escribió:
Filipenses 4:13 “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
El apóstol Pablo enfrentó muchas pruebas en la vida. Él supo lo que era ser traicionado y abandonado por los seres humanos. Él experimentó el aguijón de sus insultos y el dolor de su mordacidad. Si hubiera dependido de otras personas para superar estas pruebas, se hubiera rendido. Él encontró su fortaleza en el Señor su Dios.
Hay muchos hombres y mujeres que admiro grandemente. Son personas sinceras y consagradas, pero son seres humanos, sujetos a las mismas fragilidades que yo. Respeto su consejo. Necesito de su estímulo y apoyo. Sin embargo, me doy cuenta de que si voy a vivir la vida que Dios requiere de mí, necesitaré una fuente de fortaleza mucho mayor que la que estas personas consagradas me dan. Necesito mucho más que la sabiduría y la fortaleza de otros seres humanos para enfrentar el enemigo. Necesito la fortaleza y la sabiduría de Dios mismo.
Dios nos ha prometido estas cosas en su palabra.
Isaías 41:10 (NVI) “Así que no temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra victoriosa”.
Santiago 1:5 (NVI) “Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie”.
Se te promete toda la fortaleza y sabiduría que necesitas si tan solo extiendes tu mano y se lo pides a Dios. En Su fortaleza tú puedes vencer cualquier cosa que Satanás lance en tu camino. ¿Por qué contentarnos o resignarnos con los limitados recursos humanos cuando Dios nos ofrece libremente todo lo que necesitamos?
¿Eres como Joás y el pueblo de Israel, dependiente de la fortaleza frágil de sus líderes y amigos humanos? Que Dios te haga escuchar hoy su invitación a tomar de sus ilimitados recursos. Que Él te enseñe a apoyarte en el único que nunca falla.
Capítulo 7 – Cómo Hacer Tuya La Fe
En los capítulos anteriores hemos tratado de demostrar cómo es posible vivir la fe de otra persona. A menudo el Cristianismo es aceptado como un paquete, nunca personalizado. Hasta que nuestra fe no sea personalizada no será realmente nuestra. No podemos honrar a Dios por medio de una fe de segunda mano.
Quizás el Espíritu Santo te ha estado hablando a través de este libro. Tu fe ha sido una fe de segunda mano. Quieres saber cómo hacer la fe realmente tuya. Déjame concluir con algunas observaciones breves.
Conociendo al Salvador personal
Pocos hombres han tenido que sufrir lo que Job sufrió. Él perdió todo lo que tenía. Sus amigos, el apoyo de su esposa, sus posesiones, su familia, sus riquezas, y su reputación desaparecieron en un corto tiempo. Una de las más grandes bendiciones que resultó de estas pruebas fue que los ojos de Job se abrieron para ver realmente a Dios por primera vez. Escucha lo que él dice:
Job 42:5 “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven”.
Hay muchas personas que han oído acerca de Dios pero no muchas lo han experimentado de manera real en sus vidas. Quizás mientras lees este libro estás diciendo: “Daría todo por poder experimentar a Dios. Tengo bastante conocimiento intelectual pero realmente no lo conozco. ¿Es posible conocerlo de esta manera?
Tú puedes conocer a Dios incluso como Job lo conoció. Escucha la promesa que el Señor dio por medio del profeta Jeremías:
Jeremías 24:7 (NVI) “Les daré un corazón que me conozca, porque yo soy el Señor. Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios, porque volverán a mí de todo corazón”.
Jeremías 31:34 (NVI) “Ya no tendrá nadie que enseñar a su prójimo, ni dirá nadie a su hermano: ¡Conoce al Señor!, porque todos, desde el más pequeño hasta el más grande, me conocerán afirma el Señor. Yo les perdonaré su iniquidad, y nunca más me acordaré de sus pecados”.
Si tú quieres conocer al Señor de esta manera necesitas entender qué te está impidiendo conocerle. Escucha lo que nos dice el profeta Isaías:
Isaías 59:2 (NVI) “Son las iniquidades de ustedes las que los separan de su Dios. Son estos pecados los que los llevan a ocultar su rostro para no escuchar”.
El pecado es lo que nos separa de Dios. El pecado impide que lo conozcas. La única manera que tú y yo podemos conocer a Dios es por el perdón de nuestros pecados. El Señor Jesús vino a la tierra a dar ese perdón. Si quieres conocer a Dios, tienes que librarte del único obstáculo que está en tu camino, el pecado. El Señor Jesús puede perdonarte hoy si lo invocas con todo tu corazón. No hay otra forma de conocer a Dios que no sea clamar al Señor Jesús para que quite la barrera del pecado. El Señor Jesús es tu única esperanza; nadie más puede perdonar tu pecado. Solamente aquellos que reconocen y confiesan sus pecados pueden experimentar el poder purificador del perdón de Dios. Escucha lo que Juan nos dice:
1 Juan 1:9 “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
No podemos subestimar la importancia de la palabra “si” en este verso. Esta pequeña palabra es vital para la comprensión del verso completo. “Si” confiesas tus pecados Él será fiel para perdonarte. Muchas personas dan esto por sentado; sienten que el Señor ya sabe que son pecadores y que Él los perdonará pero nunca vienen a Él en busca del perdón. ¿Y tú? ¿Has confesado tu pecado? ¿Reconoces que nunca conocerás personalmente a Dios a menos que tu pecado sea perdonado? No dejes pasar otro instante antes que ruegues su perdón.
Viviendo por Convicciones Personales
Una vez que hayas comprendido lo que significa conocer a Dios de manera personal, tendrás entonces que dirigirte a Su Palabra para entender Su voluntad y propósito para tu vida. Aunque es bueno escuchar la experiencia de otros, es importante que tu autoridad sea la Palabra de Dios. Escucha las opiniones de otros sobre la Palabra de Dios pero, como los de Berea en Hechos 17.11, escudriña tú las Escrituras. Si realmente eres un hijo de Dios, el Espíritu Santo mora en tu corazón; Él ha prometido llevarte a la verdad. Tú debes responder a Dios por tus convicciones respecto a Su Palabra. Te daré algunos consejos mientras buscas entender la voluntad de Dios en Su palabra.
Primero, comprométete a la lectura y meditación regular de las Escrituras. Lee y estudia tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento. Hasta que no estés familiarizado de manera personal con el contenido de la Escritura, no podrás tener convicciones personales sobre lo que dice. He conocido muchas personas que han tenido opiniones sobre lo que la Biblia enseña, que nunca la han leído ni siquiera una vez.
Segundo, escudriña las Escrituras con mente abierta. No vayas a tu estudio de la Biblia con tu mente preconcebida. No tengas miedo de dejar que los versos que lees reten o desafíen tu comprensión actual. No eleves una teología en particular por encima de la Escritura misma. Deja que la Biblia desafíe tu comprensión presente. Tú estás en busca de la verdad, no tratando de defender una posición dada a ti por alguien.
Tercero, encomienda tu estudio de la Palabra de Dios al Espíritu Santo en oración. Deja que Él te guíe en tu búsqueda. Espera Su conducción. Él nos ha sido dado para guiarnos a toda verdad. Él será fiel.
Finalmente, busca el consejo de otros hombres y mujeres de Dios. Escucha lo que ellos tienen que decir pero acuérdate de que debes llegar a tu propia convicción personal. Cuando hayas escuchado a otros, regresa a las Escrituras para asegurarte de que lo que ellos dicen es verdad.
Aceptándote a ti mismo tal y como Dios te ha diseñado
Si quieres que tu fe sea realmente tuya, necesitas darte cuenta que Dios tiene un propósito y un plan específico para ti. Para cumplir este propósito, Él te ha llevado por las pruebas y dificultades que has experimentado en la vida. Como el alfarero Él te ha estado moldeando en la rueda por una razón específica. No ha sucedido nada en tu vida que Dios no vaya a usar para hacer de ti todo lo que Él quiere que tú seas.
La aceptación de que Dios ha permitido todas nuestras luchas con un propósito, hace más fácil entender que nosotros tenemos un rol específico en la realización del gran plan global de Dios para este mundo. Nadie más puede cumplir ese rol como tú. Minimizar tu importancia en la obra del ministerio es minimizar la importancia de lo que Dios ha estado haciendo en tu vida moldeándote, formándote y llamándote a ese ministerio. Mirar con envidia cómo Dios está obrando en la vida de otro creyente, es rechazar la aceptación plena de la importancia de tu propio rol dado por Dios. Es querer ser algo que Dios no quiere que seas. Confiesa esto como pecado, y pide a Dios que te ayude a ser agradecido por el rol que Él te ha concedido.
Viviendo en la Fortaleza de Dios
Aprende a vivir con la fortaleza que el Señor provee. ¿Cómo puede la fe ser real en nuestras vidas cuando le negamos a Dios la oportunidad de manifestarse? Si constantemente corremos a otros en nuestros tiempos de necesidad, ¿cómo veremos la fortaleza de Dios obrar en nosotros? No le estoy quitando importancia a la fraternidad y al apoyo cristianos. Dios bien puede obrar a través de otros creyentes para fortalecerte y animarte. Lo que estoy diciendo, no obstante, es que el Señor ha prometido ser tu fortaleza, dejémosle cumplir su promesa en nosotros. Escucha lo que David hizo cuando parecía que todo el mundo estaba en contra de él:
1 Samuel 30:6 “Y David se angustió mucho, porque el pueblo hablaba de apedrearlo, pues todo el pueblo estaba en amargura de alma, cada uno por sus hijos y por sus hijas; mas David se fortaleció en Jehová su Dios”.
Este mismo ánimo es tuyo en Dios si lo dejas obrar en ti. No hay mejor consejero que el Señor Jesús. Él te conoce mejor que lo que te conoces tú mismo. Presta oído a su promesa en Mateo 11.28:
Mateo 11:28 (NVI) “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso”.
¿Necesitas descanso? ¿Se han estado acumulando muchas cosas sobre ti? ¿No vendrás al Señor y aquietarás tu corazón delante de Él? Él está dispuesto a demostrarte la verdad de esta promesa. ¿Le permitirás hacerlo? No hay nadie que pueda aquietar tu alma como Él. Hay fortaleza en Él para cada prueba que pases. Deja que Él se manifieste a ti.
No ha sido mi intención ser crítico en este libro. Sí ha sido mi interés, que como creyentes experimentemos la fe que es nuestra. Nuestra sociedad necesita más que cualquier otra cosa, ver evidencia de una fe verdadera. Antes que esperemos alcanzar nuestros amigos y seres queridos con la verdad del evangelio, necesitamos examinar seriamente nuestra propia fe. ¿Es real o estamos fingiendo? Oro para que el Espíritu de Dios use este libro en favor de muchas vidas. Únete a mí y ora para que como creyentes no seamos culpables de vivir la fe de otro. Que nuestra fe sea verdaderamente nuestra.