Un llamado a una Intimidad más Profunda con Dios
F. Wayne Mac Leod
Copyright © 2018 por F. Wayne Mac Leod
Todos los derechos reservados. No puede reproducirse ni transmitirse parte alguna de este libro sin el previo consentimiento por escrito de su autor.
Traducción al español: Martha Infante y David Gomero (Traducciones NaKar)
Todas las citas bíblicas, a menos que se indique otra versión, han sido tomadas de la Biblia Nueva Versión Internacional (NVI).
Agradecimientos especiales a Pat Schmidt y Diane Mac Leod por editar y corregir el texto original.
Prólogo
Este libro está inspirado en una cita de Andrew Murray. En su libro La promesa del Espíritu, este autor compara la vida cristiana con el tabernáculo del Antiguo Testamento. Su reflexión sobre Hebreos 10:19-22 dice así:
Entren en el Lugar Santísimo… Este es un llamado a todos los cristianos tibios y poco entusiastas, a que ya no permanezcan en el atrio exterior del tabernáculo, conformes con la esperanza de recibir perdón por sus pecados. Ni siquiera deberían sentirse satisfechos con haber entrado al Lugar Santo y haber realizado el servicio del tabernáculo; no mientras el velo continúa entorpeciendo la comunión plena con el Dios vivo y Su amor. El llamado es para que entren a través del velo al Lugar Santísimo, donde se encuentra la sangre de Cristo y Él vive como Sumo Sacerdote. Allí han de vivir, hablar y trabajar en la presencia del Padre… Por quince siglos, Israel tuvo un santuario con un Lugar Santísimo, al cual no se permitía la entrada de nadie, so pena de muerte. Esto demostraba de la manera más clara posible que el hombre no podía morar en la presencia de Dios y en comunión con Él. Y ahora ¡qué diferente es todo! Antes había una advertencia: “¡No entren!”. Ahora, en cambio, hay una invitación: “Entra; el velo se ha rasgado; el Lugar Santísimo está abierto: Dios te espera para acogerte en Su abrazo, de ahora en adelante, vivirás con Él”. Este es el mensaje de la epístola: ‘Hijo, mi Padre anhela que entres en su presencia, mores allí y nunca te vayas’.[1]
El tabernáculo del Antiguo Testamento estaba dividido en tres secciones. El atrio exterior era donde los hijos de Israel se reunían para traer sus ofrendas y alabanzas. Al otro lado del mismo estaba el Lugar Santo, solo abierto para los sacerdotes, a quienes Dios llamó a lo más profundo del tabernáculo para servirle y cumplir Sus propósitos. Más adentro aún en el tabernáculo, se encontraba el Lugar Santísimo; era aquí donde Jehová Dios revelaba Su presencia, sobre la cubierta del arca del pacto. Una gruesa cortina separaba el Lugar Santísimo del resto del tabernáculo, y a éste sólo podía entrar el sumo sacerdote una vez al año, so pena de muerte a cualquier otra persona que lo hiciera.
Cuando el Señor Jesús murió en la cruz del Calvario, el velo que separaba el Lugar Santísimo del resto del tabernáculo se rasgó de arriba a abajo (Marcos 15:37-38). La obra del Señor Jesús puso fin a la separación entre Dios y Su pueblo; por medio de ella ahora tenemos acceso al Lugar Santísimo y a la presencia de Dios el Señor. El escritor del libro de los Hebreos desafía a sus lectores en Hebreos 10:19-22:
Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo; y tenemos además un gran sacerdote al frente de la familia de Dios. Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable y exteriormente lavados con agua pura. (Hebreos 10:19-22)
La triste realidad es que muchísimos cristianos no han comprendido el privilegio que tienen mediante el sacrificio del Señor Jesús en la cruz; aún viven como los creyentes del Antiguo Testamento, como si todavía permaneciera la cortina del Lugar Santísimo. Se contentan con quedarse en el atrio exterior del tabernáculo, cuando el camino al Lugar Santo y al Lugar Santísimo ahora ha sido abierto para ellos por la obra del Señor Jesús.
En este estudio examinaremos el llamado de Dios a acudir al Lugar Santísimo; miraremos a las distintas secciones del tabernáculo para descubrir qué nos enseñan las mismas sobre el andar cristiano. Mi oración es que cada persona que lea este breve libro escuche el llamado de Dios a adentrarse en una comunión e intimidad más profundas con Él.
F. Wayne Mac Leod
Tabla de Contenidos
- Prólogo
- 1 – Un Santuario para el pueblo de Dios
- 2 -El altar y el avamanos
- 3 – Llamados y ungidos por Dios
- 4 – El pan, el candelabro y el altar del incienso
- 5 – El velo y el arca
- 6 – El lugar de verdadera intimidad
- 7 – ¿Dónde te encuentras?
1 – Un Santuario para el pueblo de Dios
El tabernáculo del Antiguo Testamento estaba dividido en tres secciones. La primera, el atrio exterior, fue reservada para el pueblo de Dios; aquí se reunía y ofrecía sacrificios y alabanzas. A los incrédulos gentiles no se les permitía entrar en el atrio.
Al lamentarse por las condiciones del pueblo de Israel, el profeta Jeremías dijo en Lamentaciones 1:10:
El enemigo se adueñó de todos los tesoros de Jerusalén; vio ella penetrar en su santuario a las naciones paganas, a las que tú prohibiste entrar en tu asamblea.
Percatémonos de la alusión que se hace aquí a la entrada de naciones paganas al santuario de Dios, lo que angustió el corazón de Jeremías.
Imagina que un día, al regresar a tu casa, encuentras a un perfecto extraño en ella. ¿Cuál sería tu reacción? ¿No te molestarías? Probablemente llamarías a la policía para que lo sacara; sentirías como si no hubiesen respetado tu privacidad. Este individuo no tenía ningún derecho a estar en tu casa, pues ésta es un santuario para ti y tu familia. Nadie más tiene derecho a entrar sin tu permiso. Así mismo sucedía en el tabernáculo del Antiguo Testamento; el atrio exterior se reservaba solamente para los hijos de Dios. Por eso el profeta Jeremías se lamentó al ver que los enemigos habían entrado.
Para el Señor era sumamente importante que los extranjeros no entraran a Su tabernáculo. Presta atención a lo que dijo a través del profeta (en Ezequiel 44:6-9):
»Adviértele a este pueblo rebelde de Israel que así dice el Señor omnipotente: “Pueblo de Israel, ¡basta ya de tus prácticas detestables! Ustedes dejaron entrar en mi santuario a extranjeros, incircuncisos de corazón y de cuerpo, para que profanaran mi templo. Mientras tanto, ustedes me ofrecían alimentos, grasa y sangre, violando así mi pacto con sus acciones detestables. No se ocuparon de cumplir con mi culto sagrado, sino que pusieron a extranjeros a cargo de mi santuario. Así dice el Señor omnipotente: ¡No entrará en mi templo ningún extranjero incircunciso de corazón y de cuerpo; ni siquiera los extranjeros que habitan entre los israelitas!
Permitir la entrada de extranjeros en el tabernáculo era profanarlo o contaminarlo. El templo era un lugar especial donde Dios podía encontrarse con sus hijos; los incrédulos no tenían derecho a estar allí.
En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo fue falsamente acusado de meter griegos en el templo. Fíjense en la reacción de los judíos ante este suceso:
Cuando estaban a punto de cumplirse los siete días, unos judíos de la provincia de Asia vieron a Pablo en el templo. Alborotaron a toda la multitud y le echaron mano, gritando: «¡Israelitas! ¡Ayúdennos! Éste es el individuo que anda por todas partes enseñando a toda la gente contra nuestro pueblo, nuestra ley y este lugar. Además, hasta ha metido a unos griegos en el templo, y ha profanado este lugar santo.» (Hechos 21:27-28)
En la época de Pablo los judíos creían que la presencia de un griego no creyente en el templo lo profanaba. En estos pasajes queda claro que sólo aquellos que pertenecían a Dios tenían el privilegio de entrar al atrio del templo.
Con frecuencia las Escrituras se refieren al tabernáculo o templo como un santuario. Tengamos en cuenta los siguientes ejemplos del libro de los Salmos:
¿Quién, Señor, puede habitar en tu santuario? ¿Quién puede vivir en tu santo monte? (Salmo 15:1)
Que te envíe ayuda desde el santuario; que desde Sión te dé su apoyo. (Salmo 20:2)
Un santuario es un lugar apartado para un propósito especial. El tabernáculo fue apartado para rendirle culto a Dios; no se permitía nada profano o impuro en este lugar de adoración. Debido a que el tabernáculo era un lugar santo, en ocasiones la gente acudía a él para protegerse del mal. En el atrio exterior del tabernáculo se encontraba un altar para el holocausto, el cual era sumamente respetado por el pueblo de Israel. Aunque se usaba principalmente para ofrendar sacrificios al Señor, en circunstancias especiales un individuo podía correr hacia el altar y buscar refugio y protección en el mismo.
»El que hiera a otro y lo mate será condenado a muerte. »Si el homicidio no fue intencional, pues ya estaba de Dios que ocurriera, el asesino podrá huir al lugar que yo designaré. »Si el homicidio es premeditado, el asesino será condenado a muerte aun cuando busque refugio en mi altar. (Éxodo 21:12-14)
En los versículos anteriores se hace referencia a un individuo que buscaba protección en el altar del atrio. En este ejemplo, el individuo aferrado al altar era culpable y sería sacado de allí y castigado. El altar no protegía al culpable; sin embargo, sí protegía al inocente y a aquellos que involuntariamente mataran a otro israelita.
Adonías, el hijo de David, luego de pecar contra su propio padre, también corrió al altar buscando protección.
Al oír eso, todos los invitados de Adonías se levantaron llenos de miedo y se dispersaron. Adonías, por temor a Salomón, se refugió en el santuario, en donde se agarró de los cuernos del altar. (1 Reyes 1:49-50)
Tenemos otro ejemplo de esto en la vida del joven rey Joás. Cuando su vida fue amenazada por la malvada reina Atalía, su nodriza lo llevó para el templo y lo ocultó allí hasta que llegó el momento adecuado para que se convirtiera en rey.
Cuando Atalía, madre de Ocozías, vio que su hijo había muerto, tomó medidas para eliminar a toda la familia real. Pero Josaba, que era hija del rey Jorán y hermana de Ocozías, raptó a Joás hijo de Ocozías cuando los príncipes estaban a punto de ser asesinados. Metiéndolo en un dormitorio con su nodriza, logró esconderlo de Atalía, de modo que no lo mataron. Seis años estuvo Joás escondido con su nodriza en el templo del Señor, mientras Atalía reinaba en el país. (2 Reyes 11:1-3)
Aunque el tabernáculo era un lugar de protección física, lo más importante es que resultaba un lugar de protección espiritual para el pueblo de Dios. En el altar, ubicado en el atrio, los sacerdotes entregaban sacrificios al Señor por los pecados del pueblo. En Levítico 1 se mencionan los requisitos de Dios para el holocausto ofrecido por el pecado:
…que les dijera a los israelitas: «Cuando alguno de ustedes traiga una ofrenda al Señor, deberá presentar un animal de ganado vacuno u ovino. »Si el animal que ofrece en holocausto es de ganado vacuno, deberá presentar un macho sin defecto, a la entrada de la Tienda de reunión. Así será aceptable al Señor. Pondrá su mano sobre la cabeza de la víctima, la cual le será aceptada en su lugar y le servirá de propiciación. Después degollará el novillo ante el Señor, y los hijos de Aarón, los sacerdotes, tomarán la sangre y la derramarán alrededor del altar que está a la entrada de la Tienda de reunión. (Levítico 1:2-5)
Observa como la persona que traía al atrio una ofrenda por su pecado tenía que poner su mano en la cabeza del animal antes de sacrificarlo a favor de esa persona; al hacerlo, se identificaba con la ofrenda. Al poner su mano en la cabeza del animal que sería sacrificado, confirmaba que éste estaba llevando su pecado y muriendo en su lugar. Este sacrificio, hecho a su favor, aseguraba su protección de la ira de Dios y restablecía la relación con Él.
El atrio externo era un lugar de auxilio para el pueblo de Dios; hacia aquí huían para protegerse de sus enemigos. Lo más importante, sin embargo, era que aquí se realizaban los sacrificios para poder restablecer la relación con Dios.
Cuando el sacerdote ofrendaba el animal, de acuerdo con la ley de Moisés, llevaba los restos a las afueras del campamento, donde serían quemados (ver Levítico 4:12). Fuera del campamento el fuego ardía constantemente consumiendo estos cuerpos desechados. Encontramos una referencia a este lugar en Hebreos 13:11:
Porque el sumo sacerdote introduce la sangre de los animales en el Lugar Santísimo como sacrificio por el pecado, pero los cuerpos de esos animales se queman fuera del campamento.
Este lugar fuera del campamento era sucio. Se convertía en un símbolo del infierno y el castigo a aquellos que no pertenecían a Dios.
El atrio exterior es un símbolo de salvación, un lugar de protección física y espiritual para los hijos de Dios. La triste realidad de hoy es que muchos de los que nos rodean, mujeres, hombres, muchachos y muchachas, nunca han entrado al atrio exterior de salvación. Fuera de este atrio se encuentran en grave peligro. Estas personas nunca se han parado delante del altar de Dios en el atrio; sus pecados se mantienen entre ellos y su Dios. Llegará el día en que se encontrarán frente a su Creador y le escucharán decir:
“Apártense de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”. (Mateo 25:41)
Al igual que la carne desechada de los animales sacrificados, estas personas serán arrojadas al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.
El atrio es un santuario para el pueblo de Dios. Aquí son protegidos por Jehová Dios y por el sacrificio hecho a favor de ellos. Los que entran a este patio de salvación conocen el perdón y la protección del Señor Jesús. Su sacrificio en la cruz del Calvario es su protección y seguridad; este es el que cubre sus pecados y limpia sus impurezas.
¿Cómo podemos entrar a este atrio de salvación para tener esta protección y perdón? Hemos visto que sólo los hijos de Dios tienen acceso al atrio. En el Antiguo Testamento generalmente se consideraba a los israelitas como hijos de Dios y eran los que accedían al atrio exterior. Hoy ya no es así. Veamos lo que este escritor del evangelio nos dice en Juan 1:11-13:
Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron. Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios. Éstos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios.
Este versículo nos da una hermosa esperanza. Hoy no tenemos que ser descendientes de los judíos para convertirnos en hijos de Dios. Juan 1:11-13 nos dice que a aquellos que reciben al Señor Jesús y creen en Su nombre se les da el derecho de volverse Sus hijos.
En Juan 10, Jesús compara la vida cristiana con el cuidado de un pastor por sus ovejas. En los tiempos bíblicos el pastor reunía sus ovejas dentro de un redil y se situaba a la entrada para protegerlo. En realidad él era la puerta del redil y nada podía entrar o salir, salvo a través de él. Utilizando esta ilustración de sus tiempos, el Señor Jesús dijo:
«Ciertamente les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que vinieron antes de mí eran unos ladrones y unos bandidos, pero las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta; el que entre por esta puerta, que soy yo, será salvo. Se moverá con entera libertad, y hallará pastos. (Juan 10:7-9)
El Señor Jesús es el único camino hacia el atrio; Él es la entrada y la puerta por la que debemos pasar si queremos entrar. Cuando lo recibimos y creemos en Su nombre, nos convertimos en hijos de Dios y, como Sus hijos, tenemos el derecho de entrar al atrio y experimentar su protección y privilegios.
Muchos tratan de entrar al atrio por otros medios; creen que pueden hacerlo sobre la base de sus buenas obras y su comportamiento. Algunos están ocupados con el servicio cristiano creyendo que pueden probar su valía de alguna manera. Jesús nos advirtió sobre estas personas y su destino en Mateo 7:21-23:
»No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino sólo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?” Entonces les diré claramente: “Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!”
Puedes servir con tesón en el reino de Dios y no tener acceso al atrio de la salvación. La entrada a éste no depende de nuestros motivos, intenciones o carácter; todo lo que importa es que Dios nos ha aceptado como Sus hijos.
Permite que vuelva a la ilustración que usé al inicio del capítulo. Regresas a tu hogar y encuentras a un extraño en ella. Cuando le preguntas qué hace en tu casa, contesta: “Conozco a tu hijo y llevo una vida correcta como la de él. No veo el por qué no soy tan valioso como él para disfrutar los privilegios de tu hogar”. ¿Qué responderías? ¿No le dirías que, aunque puede ser cierto, él no es tu hijo y no tiene derecho a estar en tu hogar?
De esta manera sucede con Dios. Los privilegios del atrio exterior están reservados para Sus hijos. Puedes tener una vida recta y servir al reino de Dios, pero si no le perteneces, no tienes derecho alguno dentro de Sus atrios. No confíes en tus propios esfuerzos; tu única esperanza para entrar al atrio de salvación es ser aceptado por Dios como Su hijo. Ven a Cristo en busca de Su misericordia; dile que reconoces que tu única esperanza está en que Él te acepte como Su hijo. Pídele que perdone tu pecado y te haga uno de Sus hijos.
Todo el que entre al atrio debe hacerlo a través de la puerta. Jesús es la puerta. Cualquiera que Él acepte, pasará, pero no lo hará ninguno que no le pertenezca. ¿Eres hijo de Dios? ¿Conoces la salvación de la cual este atrio es un símbolo? El juicio de Dios es muy real. El atrio es un lugar de seguridad y protección para los hijos de Dios.
Dios Padre, te agradezco por proveer, para todos los que vengan a ti, un lugar de seguridad y protección. Comprendo que eres un Dios santo que juzgará al pecador. Te agradezco porque también eres un Dios amoroso que provee una vía de escape a todos los que vengan al atrio de salvación a través de Tu Hijo. Hoy reconozco que soy un pecador que necesita un Salvador; te pido que perdones mi pecado y que me aceptes como Tu hijo y me concedas el privilegio de entrar a este atrio de salvación donde pueda experimentar Tu protección y perdón.
2 –El altar y el avamanos
En el capítulo anterior vimos cómo el atrio exterior del tabernáculo estaba reservado para los hijos de Dios. Comparamos este atrio exterior con la experiencia de salvación. Hoy en día, muchas personas alrededor del mundo han aceptado al Señor Jesús y han entrado al atrio de la salvación. Aquellos que han recibido esta salvación han sido transformados para siempre. Han experimentado lo que el apóstol Pablo dice en 2 Corintios 5:17:
Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo
En el atrio exterior del santuario había dos piezas del mobiliario. En este capítulo examinaremos el altar y el lavamanos, y veremos qué nos enseñan los mismos acerca de cómo se vive esta maravillosa salvación que se nos ofrece a través de la obra del Señor Jesús.
El altar
El primer mueble del atrio exterior era el altar de las ofrendas. Levítico 1 describe el requisito de Dios para cualquier ofrenda que se hiciera en este altar.
El Señor llamó a Moisés y le habló desde la Tienda de reunión. Le ordenó que les dijera a los israelitas: «Cuando alguno de ustedes traiga una ofrenda al Señor, deberá presentar un animal de ganado vacuno u ovino. »Si el animal que ofrece en holocausto es de ganado vacuno, deberá presentar un macho sin defecto, a la entrada de la Tienda de reunión. Así será aceptable al Señor. Pondrá su mano sobre la cabeza de la víctima, la cual le será aceptada en su lugar y le servirá de propiciación. Después degollará el novillo ante el Señor, y los hijos de Aarón, los sacerdotes, tomarán la sangre y la derramarán alrededor del altar que está a la entrada de la Tienda de reunión. (Levítico 1:1-5)
Fíjense aquí como la persona que traía una ofrenda al altar debía poner su mano sobre la cabeza del animal antes de que el sacerdote lo degollara. De esta manera, el individuo se identificaba con el animal que iba a ser sacrificado. En realidad el mensaje que transmitía era: “este animal está siendo sacrificado en mi lugar”.
En tanto que el pecado se interponía entre Dios y Su pueblo, era imposible que existiera una relación entre ambos. En el Antiguo Testamento, los sacerdotes ofrecían sacrificios diarios por el pecado del pueblo en el altar del atrio exterior. El problema con estos sacrificios, sin embargo, era que no podían quitar el pecado ni satisfacer completamente lo que Dios exigía como castigo por el mismo. Es por esta razón que había que repetirlos día tras día.
La ley es sólo una sombra de los bienes venideros, y no la presencia misma de estas realidades. Por eso nunca puede, mediante los mismos sacrificios que se ofrecen sin cesar año tras año, hacer perfectos a los que adoran. De otra manera, ¿no habrían dejado ya de hacerse sacrificios? Pues los que rinden culto, purificados de una vez por todas, ya no se habrían sentido culpables de pecado. Pero esos sacrificios son un recordatorio anual de los pecados, ya que es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados. (Hebreos 10:1-4)
El altar del atrio exterior era símbolo de un mayor sacrifico que estaba por venir. Aquellos que hoy entran por los atrios de la salvación no ponen su confianza en los interminables sacrificios de toros y machos cabríos. El Señor Jesucristo puso Su vida como ofrenda por el pecado. A diferencia de los sacrificios del Antiguo Testamento, el sacrificio de Jesús nunca necesitó ser repetido.
Porque Cristo murió por los pecados una vez por todas, el justo por los injustos, a fin de llevarlos a ustedes a Dios. Él sufrió la muerte en su cuerpo, pero el Espíritu hizo que volviera a la vida. (1 Pedro 3:18)
El sacrificio del Señor Jesús en la cruz, según Pedro, fue “una vez por todas”. Pagó completamente el castigo por todos mis pecados, pasados, presentes y futuros. Satisfizo por completo las justas exigencias de Dios para castigar el pecado. La muerte del Señor Jesús quitó para siempre la barrera que existía entre Dios y Su pueblo. Ya nunca más hay necesidad de ofrecer otro sacrificio por el pecado. Al comparar la obra de los sacerdotes del Antiguo Testamento con la de Cristo, el escritor de Hebreos dice así:
En efecto, Cristo no entró en un santuario hecho por manos humanas, simple copia del verdadero santuario, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora ante Dios en favor nuestro. Ni entró en el cielo para ofrecerse vez tras vez, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. Si así fuera, Cristo habría tenido que sufrir muchas veces desde la creación del mundo. Al contrario, ahora, al final de los tiempos, se ha presentado una sola vez y para siempre a fin de acabar con el pecado mediante el sacrificio de sí mismo. Y así como está establecido que los seres humanos mueran una sola vez, y después venga el juicio, también Cristo fue ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, ya no para cargar con pecado alguno, sino para traer salvación a quienes lo esperan. (Hebreos 9:24-28)
Jesús fue sacrificado una sola vez. Su sacrificio, de una vez por todas, resolvió el problema del pecado para siempre. Si los creyentes del Antiguo Testamento ponían su confianza en los sacrificios realizados continuamente por el sacerdote en el altar del atrio exterior, ¿cuánto más podremos nosotros confiar en la obra del Señor Jesús, cuyo sacrificio logró hacer lo que ningún otro?
Cada vez que un creyente entraba al atrio exterior se paraba frente al altar de las ofrendas. Este altar era un recordatorio para ellos de que se había efectuado un sacrificio en su lugar. Su confianza estaba puesta en ese sacrificio. Aquellos que entran al atrio de la salvación hoy, se encuentran frente a un sacrificio mayor aún, el del Señor Jesús.
Como nuestra salvación se basa en la obra sacrificial del Señor Jesús, podemos estar confiados en que es completa y nada nos la puede quitar. Como dijo el apóstol Pablo:
Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor. (Romanos 8:38-39)
Si Pablo hubiera confiado en sus propios esfuerzos, no habría tenido tal confianza. Él estaba consciente de su debilidad e indignidad, y se consideraba a sí mismo el peor de todos los pecadores por la manera en que había perseguido a los creyentes.
Este mensaje es digno de crédito y merece ser aceptado por todos: que Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero precisamente por eso Dios fue misericordioso conmigo, a fin de que en mí, el peor de los pecadores, pudiera Cristo Jesús mostrar su infinita bondad. Así vengo a ser ejemplo para los que, creyendo en él, recibirán la vida eterna. (1 Timoteo 1:15-16)
La confianza de Pablo estaba depositada en la obra del Señor Jesús. El sabía que, como su salvación descansaba completamente en la obra de Cristo, ni el infierno mismo se la podía arrebatar.
Aquellos que entran al atrio de la salvación pueden estar en pie, con toda confianza, ante el altar de las ofrendas, un símbolo de la obra de Cristo en la cruz. La seguridad de ellos descansa solamente en esta obra. Cuando Él abre la puerta que conduce a este atrio, nadie la puede cerrar:
“Escribe al ángel de la iglesia de Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y nadie puede cerrar, el que cierra y nadie puede abrir: (Apocalipsis 3:7)
Al entrar al atrio de la salvación, encuentro frente a mí la cruz de Cristo. Esta cruz es mi confianza y esperanza. El castigo por mi pecado ya ha sido pagado. No importa lo que pase, tengo seguridad en lo que Jesús ha hecho. Cuando caigo, su sacrificio, que es mi esperanza y seguridad, cubre mi pecado. Cuando el enemigo me dice que no soy digno de semejante salvación, miro al sacrificio de Cristo y me recuerdo a mí mismo que es Él quien, por Su obra, me hace digno.
Todos los que entramos al atrio de la salvación tenemos gran esperanza y confianza. La obra de Cristo es tan completa y poderosa que ni Satanás mismo puede arrebatarme lo que Cristo ha logrado en mi vida. Sus hijos estamos seguros en Él.
El lavamanos
La segunda pieza del mobiliario del atrio exterior del tabernáculo era un lavamanos lleno de agua. El Señor ordenó a Moisés construir este lavamanos y colocarlo a la entrada del atrio exterior. El mismo era usado por los sacerdotes que entraban al atrio para lavarse las manos y pies antes de ofrecer sacrificios al Señor.
El Señor habló con Moisés y le dijo: «Haz un lavamanos de bronce, con un pedestal también de bronce, y colócalo entre la Tienda de reunión y el altar. Échale agua, pues con ella deben lavarse Aarón y sus hijos las manos y los pies. Siempre que entren en la Tienda de reunión, o cuando se acerquen al altar y presenten al Señor alguna ofrenda por fuego, deberán lavarse con agua las manos y los pies para que no mueran. Ésta será una ley perpetua para Aarón y sus descendientes por todas las generaciones». (Éxodo 30:17-21)
Mientras que el altar era el lugar donde se ofrecían los sacrificios por el pecado, el lavamanos era usado para limpiar la suciedad que se acumulaba cada día. Aquí es importante destacar que el lavado de las manos y los pies no era simplemente con fines higiénicos. Los judíos otorgaban a esta práctica una gran importancia espiritual. De hecho, en el pasaje que citamos arriba, el Señor le dijo a Moisés que los sacerdotes debían lavarse las manos y los pies para no morir.
Aquí es importante que notemos que el Señor hizo dos provisiones para limpiar el pecado. La primera fue una provisión legal. El sacrificio hecho en el altar pagaba el castigo por el pecado. De manera similar, el Señor Jesús, en la cruz, pagó el precio por todo mi pecado. Legalmente nada me separa de Dios porque ya todo el precio que exigía mi pecado ha sido pagado. Esto no significa que nunca más volveré a pecar. Incluso los creyentes caemos en pecado, pues cada día trae nuevas tentaciones. No sólo es posible, sino también inevitable, que los creyentes caigamos en actitudes, acciones y pensamientos pecaminosos. Los mismos, obstaculizan nuestra comunión con Dios. Es por esta razón que el Señor nuestro Dios también proveyó para nuestra limpieza diaria.
La segunda provisión de Dios para nuestra limpieza es de orden práctico. Cada día, los sacerdotes debían entrar al tabernáculo y limpiar sus manos y pies de las impurezas y contaminaciones del mundo. En este acto de limpieza no había derramamiento de sangre.
En Juan 13, el Señor Jesús estaba lavando los pies a Sus discípulos. Pedro, en particular, sentía que el Señor Jesús no debía hacer esto. Sin embargo, Jesús le dijo que si no lo lavaba, Pedro no podría tener parte con Él. Al hablar de lavar a Pedro, Jesús se refería a su salvación. Al escuchar esto, Pedro le dijo a Jesús que necesitaba que lo lavara completo, y no sólo sus pies. Jesús respondió:
—El que ya se ha bañado no necesita lavarse más que los pies —le contestó Jesús—; pues ya todo su cuerpo está limpio. Y ustedes ya están limpios, aunque no todos. (Juan 13:10)
Imagina que eres israelita y has sido invitado a comer a casa de un amigo. Al prepararte para esta invitación, te bañas y te pones ropa nueva. Cuando estás listo, te diriges a casa de tu amigo a pie por la calle empolvada. Cuando llegas, ya tus pies están sucios del polvo del camino. Tu amigo te da la bienvenida a su hogar. Su sirviente te recibe con un recipiente de agua y se inclina a quitar el polvo de tus pies. Cuando ha terminado de lavar tus pies, ya estás limpio de nuevo. No necesitaste otro baño. Sólo hizo falta lavarte los pies.
Como hijos de Dios, lavados en la sangre de Cristo, vivimos en un mundo pecaminoso. En nuestro andar por esta tierra, el polvo del pecado salpica y nos ensucia. A veces nuestra naturaleza pecaminosa aflora y sucumbimos a sus deseos. A veces decimos o hacemos cosas que deshonran al Señor que nos salvó. Cada día trae sus tentaciones. Unas veces resistimos pero otras veces caemos. Es por eso que necesitamos limpiarnos a diario en el lavamanos.
Al escribir su epístola a los creyentes, el apóstol Juan dice:
Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad. (1 Juan 1:9)
Fíjense aquí en cómo el apóstol Juan desafiaba a los creyentes a confesar sus pecados para que fueran perdonados y purificados. Aquí no hay necesidad de otro sacrificio. Un simple lavado es suficiente.
El apóstol Santiago dice algo similar al escribir:
Por eso, confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros, para que sean sanados. La oración del justo es poderosa y eficaz. (Santiago 5:16)
Cuando los discípulos le pidieron al Señor Jesús que les enseñara a orar, Él les dio un modelo y les enseñó a orar así:
Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden. Y no nos metas en tentación. (Lucas 11:4)
Jesús también enseñó que aquellos que lo adoran a veces necesitarían reconciliarse con algún hermano o hermana antes de traer su ofrenda.
Por lo tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar. Ve primero y reconcíliate con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda. (Mateo 5:23-24)
Estos versículos dejan bien claro que incluso los creyentes necesitamos perdón por contaminarnos a diario y continuamente con el pecado. Aunque el sacrificio de Cristo en la cruz paga el precio por todo nuestro pecado, eso no impide que pequemos.
La obra del Señor Jesús no sólo pagó el castigo por nuestro pecado completamente, sino que hizo mucho más. El lavamanos hoy es un símbolo de su continuo perdón y limpieza. Aquellos que entran por los atrios de la salvación reconocen no sólo que ya el precio de su pecado ha sido pagado sino también que, en Cristo, hay suficiente provisión para sus fracasos y errores diarios.
El atrio exterior del tabernáculo representa la maravillosa salvación que el Señor ha provisto para nosotros. Su sacrificio en el altar paga completamente nuestra deuda legal a Dios. Su sangre limpiadora del lavamanos cubre nuestras impurezas cada día y garantiza que podamos estar limpios y bien en Su presencia. Como dijo el apóstol Pablo:
Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús. (Romanos 8:1)
Aquellos que viven en el atrio exterior se han convertido en hijos de Dios a través del sacrificio del Señor Jesús a su favor. Confían en su nueva relación con Dios. La obra de Cristo sola es suficiente para guardarlos y paga por completo el castigo por sus pecados. Ni el infierno mismo es lo suficientemente poderoso para cerrar la puerta que Dios les ha abierto. Como sus hijos, vienen con regularidad a lavarse en el lavamanos de su perdón, deseando que nada se interponga entre ellos y su Salvador. Ellos conocen Su limpieza y viven cada día con una conciencia limpia delante de su Dios.
El atrio exterior es un símbolo de la salvación. Aquellos que viven allí deben recordar dos cosas.
Primero, deben mantener el altar del sacrificio de Cristo delante de ellos en todo tiempo. Deben continuar poniendo toda su confianza en lo que Él ha hecho por su salvación. Su meta debe ser adorar y honrar a Cristo por lo que su obra ha logrado hacer en ellos. Cuando ponemos a diario la cruz de Cristo delante de nosotros, nuestra manera de vivir y las decisiones que tomamos cambian radicalmente. ¿Tomas tú cada decisión a la luz de lo que Cristo ha hecho por ti? Quienes entran al atrio de la salvación deben pararse frente al altar con regularidad y recordar el sacrificio de Cristo por ellos.
En segundo lugar, aquellos que han entrado al atrio de la salvación deben vivir a diario con una conciencia limpia delante de su Dios. Esto significa acercarse a Él con regularidad para recibir limpieza y perdón en el lavamanos de Su maravilloso amor y misericordia. A los sacerdotes se les exigía, so pena de muerte, acudir a limpiarse diariamente en el lavamanos del atrio exterior. ¿Necesitas nueva limpieza hoy? ¿Acaso el pecado de este mundo y la vieja naturaleza se han interpuesto entre tú y tu Salvador? Él ya ha provisto todo lo que se necesita para que seas limpio. Si quieres vivir en el atrio exterior, necesitas limpieza con regularidad. Acude a Él para ello.
Tiene que haber una diferencia entre aquellos que viven en el atrio y aquellos que están fuera. Los que viven dentro del atrio llevan vidas limpias y puras delante de su Dios. Cristo ha provisto todo lo que hace falta para que esto sea posible. Las vidas de aquellos que viven en el atrio de la salvación son un testimonio de la maravillosa obra del Señor Jesús por su perdón y limpieza diaria. ¿Refleja tu vida la provisión que Cristo ha hecho para tu perdón y tu purificación diaria?
Padre Dios, te agradecemos por la maravillosa salvación que has provisto a través de la obra del Señor Jesús por nosotros. Gracias porque también has hecho provisión para que podamos vivir cada día con una conciencia limpia delante de ti. Te pedimos, Señor, que nos ayudes a vivir vidas dignas de nuestro llamado como hijos de Dios. Perdónanos por las veces que te hemos fallado. Ayúdanos a vivir cada día a la luz de la cruz y lo que ésta ha logrado hacer en nuestras vidas. Conocemos las tentaciones de este mundo y la debilidad de nuestra carne. Pedimos que muevas nuestros corazones a vivir en una comunión diaria e ininterrumpida contigo como nuestro Salvador y Dios. Que podamos acudir a menudo al lavamanos de tu perdón y misericordia para ser limpios y así poder disfrutar de una comunión sin obstáculos contigo.
3 – Llamados y ungidos por Dios
Tras el atrio exterior del tabernáculo estaba la sección llamada el Lugar Santo, a la cual a veces se le llama simplemente el santuario. Esta sección era reservada a los sacerdotes que desempeñaban deberes específicos a favor del pueblo. Los sacerdotes del Antiguo Testamento tenían un llamado especial de Dios para sus vidas. Dios específicamente escogió a los descendientes de Aarón para que fueran Sus sacerdotes y lo representaran ante el pueblo. Como sacerdotes, tenían derecho a entrar en el Lugar Santo a realizar sus deberes. Cualquier otra persona que no fuera el sacerdote que se atreviera a entrar en esta habitación del tabernáculo era condenado a muerte.
«Trae a la tribu de Leví y preséntasela a Aarón. Los levitas le ayudarán en el ministerio. Desempeñarán sus funciones en lugar de Aarón y de toda la comunidad, encargándose del servicio del santuario en la Tienda de reunión. Cuidarán allí de todos los utensilios de la Tienda de reunión y desempeñarán sus funciones en lugar de los israelitas, encargándose del servicio del santuario. Pondrás a los levitas a las órdenes de Aarón y de sus hijos. Entre los israelitas, serán ellos los que estén totalmente dedicados a mí. A Aarón y a sus hijos les asignarás el ministerio sacerdotal. Pero cualquiera que se acerque al santuario y no sea sacerdote, será condenado a muerte» (Números 3:6-10)
Estos sacerdotes y levitas no sólo tenían el llamado de Dios en sus vidas sino que también Dios le dijo a Moisés que los ungiera para ejercer su función especial.
Moisés tomó un poco del aceite de la unción y de la sangre del altar, y roció a Aarón y a sus hijos, junto con sus vestiduras. Así consagró Moisés a Aarón y a sus hijos, junto con sus vestiduras. (Levítico 8:30)
El sacerdote podía entrar al Lugar Santo sobre la base de haber sido especialmente llamado por Dios y ungido para el ministerio. Observemos en Levítico 8:30 cómo los sacerdotes eran ungidos con aceite. El aceite, en las Escrituras, es a menudo un símbolo del Espíritu Santo. En 1 Samuel 16:14 encontramos un ejemplo de esto:
Samuel tomó el cuerno de aceite y ungió al joven en presencia de sus hermanos. Entonces el Espíritu del Señor vino con poder sobre David, y desde ese día estuvo con él. (1 Samuel 16:14)
Percatémonos aquí que cuando el profeta Samuel derramó aceite sobre la cabeza de David, el Espíritu Santo vino sobre él con poder. Lo que Samuel simbolizó con aceite, Dios lo hizo realidad en la vida de David.
El acto de ungir a los sacerdotes en el Antiguo Testamento no era una ceremonia vacía. El Señor le pidió a Moisés que lo realizara con un propósito. Con la unción, Dios dio una medida de Su Espíritu y autoridad a los sacerdotes para equiparlos en el servicio que prestarían a Su pueblo.
Como los sacerdotes eran llamados y ungidos por Dios, tenían derecho a adentrarse más en el tabernáculo. Si por una parte el atrio es el lugar de salvación, por otra, el Lugar Santo es el lugar de servicio.
Hay algo muy importante en lo que quiero hacer énfasis antes de continuar con esta idea. Hay quienes piensan que Dios en verdad nos necesita para la obra que quiere hacer aquí en la tierra. Esto está muy lejos de ser cierto. Dios creó esta tierra sin nosotros y ciertamente puede sostenerla sin nosotros. Es totalmente capaz de lograr Su propósito en esta tierra solo, si así lo quiere. Dios no nos escoge para Su servicio porque nos necesita, sino porque nos desea.
Hace un rato, me encontraba trabajando en las escaleras de mi casa, raspando la pintura vieja, cuando mi nieto de un año vino gateando hasta donde yo estaba, para hacerme compañía. Me observó por un rato y luego tomó una herramienta y comenzó a imitarme mientras yo raspaba y lijaba. Para ser sincero, él era más un obstáculo que una ayuda. De hecho, pasé la mayor parte del tiempo protegiéndolo de caerse por las escaleras. A pesar de eso, resultaba un deleite tenerlo conmigo. Disfruté mirando cómo imitaba lo que yo hacía. En ese momento, ya no me importaba tanto terminar el trabajo como pasar tiempo con mi nieto.
Esto es lo mismo que sucede con Dios. Él no nos llama a servirle porque nos necesita. Él es plenamente capaz de hacer el trabajo solo. Nos llama a servirle porque nos ama y quiere pasar tiempo con nosotros. Nuestros esfuerzos a menudo son endebles. Con frecuencia fallamos en aquello a lo que Dios nos ha llamado a hacer. Dios sabe que esto sucederá. Lo cierto es, sin embargo, que hay un nivel de comunión que sólo se alcanza a través del servicio. El verdadero amor se pule a través de las luchas y experiencias compartidas.
Los sacerdotes del Antiguo Testamento tuvieron el maravilloso privilegio de trabajar con Dios como Sus siervos. El Lugar Santo era un lugar de servicio, pero era mucho más que eso. Era un lugar donde estos sacerdotes podían tener un encuentro mucho más íntimo con Dios. Se convertían en Sus instrumentos. Experimentaban el poder y la capacitación de Dios de una manera en que ninguno de los que permanecían fuera del atrio podía.
En el Antiguo Testamento, el privilegio de entrar al Lugar Santo estaba reservado a un grupo especial de personas. En el Nuevo Testamento, sin embargo, el Lugar Santo está abierto a todos los creyentes. ¿Qué era lo que separaba al sacerdote del creyente en el atrio exterior? Era un llamado especial de Dios en sus vidas y una unción del Espíritu para el servicio.
En 1 Pedro 2:9 el apóstol dice:
Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable.
Observemos lo que Pedro dice aquí. Al escribir a creyentes comunes y corrientes de su tiempo, él les decía que eran una generación escogida y real sacerdocio, para anunciar las maravillas de aquel que los había llamado de las tinieblas a su luz admirable.
Con osadía, Pedro declara en 1 Pedro 2:5 que, como creyentes en este período neotestamentario, somos “un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por medio de Jesucristo”.
También ustedes son como piedras vivas, con las cuales se está edificando una casa espiritual. De este modo llegan a ser un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por medio de Jesucristo. (1 Pedro 2:5)
Está más que claro: Dios ha hecho un llamado a mi vida. Hoy, como creyente en el Señor Jesús, soy llamado a ser su representante sacerdotal aquí en la tierra.
No sólo hemos sido llamados por Dios a ser Sus sacerdotes sino que también hemos sido ungidos por el Espíritu Santo de Dios para esta tarea. Al escribir a los creyentes en Roma el apóstol Pablo dice:
Sin embargo, ustedes no viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. (Romanos 8:9)
Está claro que, de estas palabras escritas por Pablo, debemos entender que el Espíritu Santo de Dios vive ahora en cada uno de los hijos de Dios.
El apóstol Juan les recordó a los creyentes de su tiempo que habían recibido una unción especial de parte del Santo.
Todos ustedes, en cambio, han recibido unción del Santo, de manera que conocen la verdad. (1 Juan 2:20)
Estas cosas les escribo acerca de los que procuran engañarlos. En cuanto a ustedes, la unción que de él recibieron permanece en ustedes, y no necesitan que nadie les enseñe. Esa unción es auténtica —no es falsa—y les enseña todas las cosas. Permanezcan en él, tal y como él les enseñó. (1 Juan 2:26-27)
Al escribir a los Efesios, Pablo les mandó a ser llenos del Espíritu Santo de Dios.
No se emborrachen con vino, que lleva al desenfreno. Al contrario, sean llenos del Espíritu. (Efesios 5:18)
Estos pasajes dejan muy claro que el creyente del Nuevo Testamento ha recibido la unción del Espíritu Santo. Si hoy le pertenecemos al Señor Jesús, estamos llamados por Dios a ser Sus sacerdotes, y Su Espíritu nos llena de poder y nos capacita para hacer lo que Dios nos ha llamado a hacer.
Sin embargo, más allá de este llamado y unción, el Señor ha dotado a cada creyente en particular para un ministerio específico. Pablo les recordó a los creyentes en Roma los dones espirituales para el servicio que Dios le había dado a cada uno de ellos.
Tenemos dones diferentes, según la gracia que se nos ha dado. Si el don de alguien es el de profecía, que lo use en proporción con su fe;si es el de prestar un servicio, que lo preste; si es el de enseñar, que enseñe; si es el de animar a otros, que los anime; si es el de socorrer a los necesitados, que dé con generosidad; si es el de dirigir, que dirija con esmero; si es el de mostrar compasión, que lo haga con alegría. (Romanos 12:6-8)
Servir a Dios no es una opción sino un requisito para todos los creyentes en el Nuevo Testamento. Así como a los sacerdotes del Antiguo Testamento, Dios nos ha llamado, ungido y dotado a cada uno de nosotros para un papel específico en el reino. Esto significa que no tenemos que quedarnos en el atrio exterior. Dios nos ha llamado a tener una comunión más intima con Él en el Lugar Santo.
Quizás algunos digan: “Mi papel es insignificante. No creo que mis dones sean de mucha importancia”. No obstante, déjame recordarte el papel que jugaban los sacerdotes del Antiguo Testamento. Algunos se dedicaron a sacrificar y desollar animales. Otros empacaban y cargaban los artículos del tabernáculo sobre sus espaldas y los llevaban de un lugar a otro. Otros pasaban su tiempo tocando instrumentos musicales y guiando al pueblo de Dios en adoración. Los sacerdotes, que regresaban a casa por la noche oliendo a sangre y vísceras, quizás se preguntaron qué importancia tendría el papel que jugaban. Ya sea que nuestra función sea grande o pequeña, Dios nos está llamando a ser fieles.
No todos quieren entran al Lugar Santo; el servicio allí no es siempre fácil y glorioso. Sólo tenemos que ver cómo fueron las vidas de los profetas y apóstoles para percatarnos de lo que tuvieron que sufrir en su servicio al Señor su Dios. Piensen, por ejemplo, en lo que le costó a Pablo entrar al Lugar Santo.
¿Son servidores de Cristo? ¡Qué locura! Yo lo soy más que ellos. He trabajado más arduamente, he sido encarcelado más veces, he recibido los azotes más severos, he estado en peligro de muerte repetidas veces. Cinco veces recibí de los judíos los treinta y nueve azotes. Tres veces me golpearon con varas, una vez me apedrearon, tres veces naufragué, y pasé un día y una noche como náufrago en alta mar. Mi vida ha sido un continuo ir y venir de un sitio a otro; en peligros de ríos, peligros de bandidos, peligros de parte de mis compatriotas, peligros a manos de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el campo, peligros en el mar y peligros de parte de falsos hermanos. He pasado muchos trabajos y fatigas, y muchas veces me he quedado sin dormir; he sufrido hambre y sed, y muchas veces me he quedado en ayunas; he sufrido frío y desnudez. Y como si fuera poco, cada día pesa sobre mí la preocupación por todas las iglesias. (2 Corintios 11:23-28)
Jesús dejó bien claro que aquellos que quieran servirle en este Lugar Santo deberán tomar Su cruz, tal y como lo hizo Él.
Luego dijo Jesús a sus discípulos: —Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme. (Mateo 16:24)
El Lugar Santo es un lugar aterrador para mucha gente. No están seguros de querer abandonar las comodidades y seguridades del atrio exterior. Habrá luchas en el Lugar Santo. Aquellos que dan un paso de fe se exponen a sufrir rechazo y persecución. Jesús, sin embargo, prometió gran bendición a aquellos que dejaran el atrio exterior para adentrarse en este lugar de servicio.
Dichosos ustedes cuando los odien, cuando los discriminen, los insulten y los desprestigien por causa del Hijo del hombre. »Alégrense en aquel día y salten de gozo, pues miren que les espera una gran recompensa en el cielo. Dense cuenta de que los antepasados de esta gente trataron así a los profetas. (Lucas 6:22-23)
Hay cierto nivel de comunión e intimidad que nunca experimentaremos hasta que estemos listos para movernos más allá del atrio exterior, hacia el Lugar Santo de servicio. Dios nos está llamando a adentrarnos en Su tabernáculo. Él nos ha ungido para el ministerio y nos ha dotado con dones específicos para servirle de manera especial. Admitimos que esto no será fácil. Para algunos, el costo del servicio es demasiado grande. No están dispuestos a tomar su cruz, y dejan que sus dones espirituales permanezcan dormidos. Estos individuos nunca experimentarán la comunión del Lugar Santo. Esta comunión es sólo para aquellos que toman la decisión de servir a su Señor. Aunque todos los creyentes son llamados, ungidos y dotados, no todos aceptarán el reto de ir más allá de su experiencia de salvación inicial hacia la comunión más íntima que viene a través del servicio en el Lugar Santo.
Hechos 7 narra la historia de Esteban, quien testificó sobre el Señor Jesús a los judíos de su tiempo. Esteban tomó en serio su llamado y unción para el servicio. El sirvió fielmente al Señor. En una ocasión, fue llamado a comparecer ante el concilio judío a dar razón de su fe. Esteban compartió con osadía su creencia en el Señor Jesús. Su testimonio los incomodó tanto que decidieron matarlo. Lo que tiene importancia especial en esta historia es lo que sucedió cuando estaban apedreando a Esteban. En Hechos 7:54-56 leemos lo siguiente:
Al oír esto, rechinando los dientes montaron en cólera contra él. Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo y vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios. — ¡Veo el cielo abierto —exclamó—, y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios! (Hechos 7:54-56)
Percatémonos de cómo, en medio de su prueba, el Señor reveló su presencia a Esteban de manera poderosa. Dios abrió los cielos y se mostró a Sí mismo a Su fiel siervo en aquel día.
Los amigos de Daniel, Sadrac, Mesac y Abednego, también estuvieron dispuestos a defender su fe y servir a su Señor. Cuando el rey les exigió que se arrodillaran ante el ídolo, ellos se negaron a obedecer. Como resultado fueron lanzados a un horno de fuego. Daniel 3 nos narra la historia de cómo el Señor acudió en ayuda de los amigos de Daniel en el horno ardiente.
Tanto Esteban como los amigos de Daniel tuvieron un encuentro especial con Dios porque estuvieron dispuestos a ser obedientes y servirle. En medio de sus pruebas experimentaron la maravillosa comunión del Lugar Santo.
Jesús prometió su compañía especial a aquellos que van más allá del atrio exterior y se adentran en el lugar de servicio. Escuchen Su promesa en Mateo 28:
Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo. (Mateo 28:19-20)
Observen la relación que existe entre el servicio en el reino y la presencia del Señor con nosotros. Dios no nos manda solos, Él promete estar con nosotros. Dios no nos llama al servicio porque nos necesita, sino porque el servicio nos lleva a una comunión más intima y profunda con Él. Existe un grado de profundidad en nuestra relación con Él al que nunca llegaremos a menos que dejemos el atrio exterior y nos adentremos en el Lugar Santo. Allí, en ese Lugar Santo, Dios nos usa como Sus instrumentos. Allí conocemos Su poder especial y capacitación para el servicio. Recibimos Su consuelo en medio de las luchas del ministerio. Vemos Su provisión y protección. Nos acercamos mucho más a Él y experimentamos la realidad de Su presencia en maneras en que nunca podríamos hacerlo si permaneciéramos en el atrio exterior.
Por maravillosa que haya sido nuestra experiencia de salvación, ahí no termina todo. Muchos cristianos se quedan en el atrio exterior de la salvación, satisfechos con saber que sus pecados han sido perdonados. El llamado de Dios, sin embargo, es a una mayor comunión e intimidad con Él en el Lugar Santo. Él nos ha llamado, dotado y ungido para que podamos trabajar junto a Él en la expansión de Su reino. Él no nos necesita para lograr Sus propósitos pero se deleita en la comunión que tiene con nosotros cuando servimos junto a Él. Hay un precio que pagar por la comunión del Lugar Santo, pero Esteban y los amigos de Daniel nos recuerdan que esa comunión e intimidad más profundas con Dios bien valen cualquier precio que tengamos que pagar.
Padre, hasta ahora me he conformado con saber que mis pecados han sido perdonados. Sin embargo, hoy reconozco que el atrio exterior de la salvación no es una meta en sí mismo. Veo que me has llamado, ungido y dotado para el servicio en tu reino. Me doy cuenta de que me estás llamando a una comunión más profunda contigo. Esta comunión sólo la puedo experimentar al dar un paso de fe hacia el servicio en el Lugar Santo. Ayúdame a descubrir para qué me has dotado y llamado. Te pido que hoy me des el valor para comenzar ese ministerio, sin importar lo pequeño o insignificante que pueda ser. Te doy gracias porque has prometido encontrarte conmigo en el Lugar Santo. Te agradezco también por darme el privilegio de servirte y así poder tener una comunión más intima y profunda contigo.
4 – El pan, el candelabro y el altar del incienso
Vimos como el mobiliario del atrio exterior conducía a los creyentes a la necesidad de vivir a diario en la purificación del Señor. Los muebles del Lugar Santo también nos dan una idea de lo que significa vivir cada día en el lugar de servicio. Ahora examinaremos los muebles del Lugar Santo para ver lo que Dios espera de todos aquellos que entran en una comunión del servicio más íntima.
La mesa del pan
El primero de los muebles que necesitamos examinar en este contexto es la Mesa que contenía el Pan de la Presencia. Dios mandó a Su pueblo a construir esta mesa en Éxodo 25:23-30. La mesa era de madera de acacia y estaba cubierta de oro. Tenía 3 pies de largo (0.9 metros), 1 ½ (aproximadamente 0.5 metros) de ancho y 2 ¼ (aproximadamente 0.7 metros) de alto. Levítico 24:5-9 nos enseña los requisitos de Dios respecto a esta mesa y al pan que se colocaba en ella.
»Toma flor de harina y hornea doce tortas de pan. Cada torta debe pesar cuatro kilos.Ponlas ante el Señor sobre la mesa de oro puro, en dos hileras de seis tortas cada una. En cada hilera pondrás incienso puro. Así el pan será una ofrenda memorial presentada por fuego al Señor. Este pan se dispondrá regularmente ante el Señor todos los sábados. Éste es un pacto perpetuo de los israelitas. El pan les pertenece a Aarón y a sus hijos, quienes lo comerán en un lugar santo. Es una parte sumamente sagrada de las ofrendas que se presentan por fuego al Señor. Es un estatuto perpetuo». (Levítico 24:5-9)
Había que colocar 12 tortas de pan en dos hileras de 6 tortas cada una. A lo largo de cada hilera se colocaba incienso. Este pan se ponía en la mesa cada sábado. En Marcos 2:25-26 aprendemos que este pan era santo y sólo los sacerdotes podían comer de él.
Él les contestó: — ¿Nunca han leído lo que hizo David en aquella ocasión, cuando él y sus compañeros tuvieron hambre y pasaron necesidad? Entró en la casa de Dios cuando Abiatar era el sumo sacerdote, y comió los panes consagrados a Dios, que sólo a los sacerdotes les es permitido comer. Y dio también a sus compañeros. (Marcos 2:25-26)
¿Cuál es la trascendencia del pan? Al hablar a la gente de su tiempo, el Señor Jesús dijo:
Yo soy el pan de vida. Los antepasados de ustedes comieron el maná en el desierto, y sin embargo murieron. Pero éste es el pan que baja del cielo; el que come de él, no muere. Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre. Este pan es mi carne, que daré para que el mundo viva. (Juan 6:48-51)
Jesús se llamó a Sí mismo el Pan de Vida. El pan común satisface nuestra hambre física. Jesús, como Pan de Vida, satisface el hambre de nuestras almas. El pan físico sirve de sustento a la vida por un tiempo, pero aquellos que comen del Pan de Vida reciben vida eterna.
En las Escrituras, el pan tiene también otro simbolismo. En Mateo 16:5, el Señor Jesús le dijo a Su discípulo que tuviera cuidado de la levadura de los fariseos y saduceos. Los discípulos no entendían lo que Jesús les hablaba. En su manera tan simple de pensar, ellos creían que Jesús les decía esto porque ellos no habían traído consigo pan para el trayecto. Al oír que discutían entre ellos, el Señor les explicó:
¿Cómo es que no entienden que no hablaba yo del pan sino de tener cuidado de la levadura de fariseos y saduceos? Entonces comprendieron que no les decía que se cuidaran de la levadura del pan sino de la enseñanza de los fariseos y de los saduceos. (Mateo 16:11-12)
Esto nos muestra otra dimensión del simbolismo del pan. En las Escrituras el pan también representa la enseñanza y doctrina. El pan sobre la mesa en el Lugar Santo simboliza al Señor Jesús y Su enseñanza. En su evangelio, Juan se refirió al Señor Jesús como el Verbo.
En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio. (Juan 1:1-2)
Aquí a Jesús se le llama el Verbo porque El enseñó y reflejó a la perfección la palabra y los propósitos del Padre.
Los sacerdotes que entraban al Lugar Santo se paraban frente a la mesa del pan que representaba la obra vivificadora del Señor Jesús y la verdad que Él habló. Aquellos que hoy entran al lugar de servicio deben también apoyarse firmemente en la verdad de Jesús y Su Palabra. Deben ser un pueblo que viva y ande en la verdad que Jesús enseñó.
No todos los creyentes están listos para comprometerse de esta manera con el Señor Jesús y Su Palabra. Las iglesias están llenas de gente que no están viviendo de acuerdo a la enseñanza de Cristo. Incluso, hay líderes de iglesias que están dispuestos a comprometer la verdad para adecuarla a sus propias necesidades. No hay que buscar muy lejos para encontrar creyentes que han caído en pecado y se han apartado de la verdad que Jesús enseñó.
Un cristiano es un seguidor del Señor Jesús. Esto significa que debemos aceptar lo que Él dice que debe ser nuestra norma de vida y fe. Obedecer las normas de la Palabra de Dios no siempre será fácil. Muchos santos antes de nosotros han tenido que entregar sus vidas por Cristo y la verdad que Él enseñó. Con tal de mantenerse firmes y no transigir, pagaron el precio más elevado.
Todos los que entran en el Lugar Santo deben comprometerse a mantenerse firmes y fieles a la verdad de Cristo y Su Palabra. No pueden transigir en este asunto. Puede que te cueste muy caro seguir a Cristo, pero es el precio a pagar por la comunión en este Lugar Santo. Hay demasiados creyentes que viven bajo la influencia de este mundo y sus caminos. Como mismo se deteriora la moral en la sociedad, así sucede en la iglesia. Si quieres entrar al Lugar Santo, Dios te llama a vivir bajo una norma diferente. Te llama a darle la espalda al mundo y sus caminos y poner tus ojos sólo en el Señor Jesús y Su Palabra.
¿Quieres entrar en este Lugar Santo y experimentar la comunión del servicio? Debes comprometerte a hacer las cosas a la manera de Dios. Su Palabra debe ser tu autoridad y guía. Debes rechazar todo lo demás. Todos los que entran en el Lugar Santo deben presentarse ante la Mesa del Pan de la Presencia, un símbolo de Cristo y Su Palabra. Deben hacer de Cristo y Su Palabra su única norma de vida y fe. Deben ser un pueblo que ame y siga la verdad. Este es el primer requisito para aquellos que entran en el Lugar Santo.
El candelabro
La segunda pieza en el Lugar Santo era el candelabro. Éxodo 25:31-32 nos dice que este candelabro tenía seis brazos, tres de cada lado, y una pieza en el centro. Dios le dijo a Moisés que estas lámparas debían estar encendidas desde el anochecer hasta la mañana.
»Ordénales a los israelitas que te traigan aceite puro de oliva, para que las lámparas estén siempre encendidas. Aarón y sus hijos deberán mantenerlas encendidas toda la noche en presencia del Señor, en la Tienda de reunión, fuera de la cortina que está ante el arca del pacto. Esta ley deberá cumplirse entre los israelitas siempre, por todas las generaciones. (Éxodo 27:20-21)
El candelabro también era simbólico. Al referirse a Sí mismo en Juan 8:12, el Señor Jesús dijo:
Una vez más Jesús se dirigió a la gente, y les dijo: —Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.
En las Escrituras, la oscuridad con frecuencia representa el pecado. Pablo, en particular, usó a menudo esta ilustración de las tinieblas. Al escribir a los efesios les dijo que su lucha no era contra carne ni sangre, sino contra los poderes de un mundo en tinieblas.
Porque nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales. (Efesios 6:12)
En su epístola a los Romanos, el apóstol habló de algunos individuos que se habían entregado al pecado. Él dijo a los romanos que los que habían hecho tal cosa tenían el corazón entenebrecido.
A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón. (Romanos 1:21)
El Señor Jesús vino como la luz a esta oscura tierra. Vino a ofrecer esperanza y salvación a todos aquellos que miran a Él y reciben Su perdón.
Jesús también nos llama a nosotros, como Sus representantes, a ser una luz en este mundo. Escucha lo que dijo a Sus seguidores en Mateo 5:14-16:
Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para cubrirla con un cajón. Por el contrario, se pone en la repisa para que alumbre a todos los que están en la casa. Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo.
Jesús desafió a Sus seguidores a que lo representaran en este mundo de tinieblas, compartiendo la luz de Su verdad. Aquellos que van más allá del atrio exterior y entran en el Lugar Santo deben estar dispuestos a hacer brillar su luz.
¿Alguna vez alguien te ha alumbrado a los ojos en medio de una noche oscura? A aquellos que están acostumbrados a la oscuridad, la luz les molesta. Jesús recordó a Sus discípulos que la humanidad odia la luz.
Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, pero la humanidad prefirió las tinieblas a la luz, porque sus hechos eran perversos. Pues todo el que hace lo malo aborrece la luz, y no se acerca a ella por temor a que sus obras queden al descubierto. (Juan 3:19-20)
Los seguidores de Jesús han sufrido persecución desde el principio. Han sido golpeados, burlados y asesinados por los que odian a Cristo. Jesús nos está llamando a ser luz en un mundo que aborrece la luz. Esto tiene implicaciones muy serias para aquellos que quieren entrar al Lugar Santo del servicio.
Muchos de los que se encuentran en el atrio exterior no están listos para comprometerse a ser luz en un mundo en tinieblas. Tienen miedo a lo que esto pueda significar para ellos en lo personal. Son como la gente de la que habló Jesús en Lucas 11:
»Nadie enciende una lámpara para luego ponerla en un lugar escondido o cubrirla con un cajón, sino para ponerla en una repisa, a fin de que los que entren tengan luz. (Lucas 11:33)
Estos individuos no quieren que la gente sepa que son cristianos. Se avergüenzan de ser diferentes. No quieren sobresalir del resto. A ellos, el Señor Jesús les dice:
Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en medio de esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles. (Marcos 8:38)
Si quieres experimentar la comunión del Lugar Santo, tendrás que estar dispuesto a declarar tu compromiso con el Señor Jesús y Sus caminos. No puedes experimentar la comunión del Lugar Santo si te avergüenzas del Señor Jesús. El apóstol Pablo dijo a los Gálatas que si buscara agradar a la gente nunca podría ser un siervo de Dios.
¿Qué busco con esto: ganarme la aprobación humana o la de Dios? ¿Piensan que procuro agradar a los demás? Si yo buscara agradar a otros, no sería siervo de Cristo. (Gálatas 1:10)
Muchos nunca irán más allá del atrio exterior y su experiencia inicial de salvación porque tienen miedo a ser luz. Aman la aprobación de sus amigos y seres queridos más de lo que aman la aprobación de Dios. Temen sufrir burla o persecución por causa de la Luz que representan.
Otros se sienten indignos de ser luz. No creen que serían una buena luz y prefieren permanecer en el atrio donde tienen menos probabilidades de fracasar. En Mateo 25 el Señor Jesús nos narra la parábola de un hombre que iba a emprender un viaje. Antes de irse repartió una suma de dinero a cada uno de sus siervos para que la invirtieran y así poder recibir su dinero con intereses al regreso. Uno de los siervos tuvo miedo de no poder ganar los intereses que quería su amo, así que enterró su dinero en un hoyo. Cuando su señor regresó, este siervo le devolvió el dinero sin intereses. El señor, al ver que no había invertido su dinero, le dijo:
“¡Siervo malo y perezoso! ¿Así que sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido? Pues debías haber depositado mi dinero en el banco, para que a mi regreso lo hubiera recibido con intereses»”. Quítenle las mil monedas y dénselas al que tiene las diez mil. Porque a todo el que tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia. Al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese siervo inútil échenlo afuera, a la oscuridad, donde habrá llanto y rechinar de dientes” (Mateo 25: 26-30)
No puedes servir si dejas que el miedo al fracaso te domine. Aquellos que entran al Lugar Santo han sido llamados, ungidos y dotados por el Espíritu del Señor Jesús. Sirven en Su fuerza y autoridad. Como Sus siervos escogidos y ungidos, deben ser audaces en el servicio. Escucha el consejo de Pablo a su joven hijo espiritual Timoteo en 2 Timoteo 1:7-8:
Pues Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio propio. Así que no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni tampoco de mí, que por su causa soy prisionero. Al contrario, tú también, con el poder de Dios, debes soportar sufrimientos por el evangelio.
El candelabro del Lugar Santo representaba al Señor Jesús como la Luz del Mundo. También representa el llamado de Dios a nuestras vidas a ser una luz en un mundo de tinieblas. ¿Estás listo para comprometerte? El Lugar Santo no es para quienes se avergüenzan de la Luz. Es para aquellos que han muerto a la opinión de los demás y se han comprometido a seguir al Señor Jesús y Sus caminos, sin importar el costo. ¿Estás dispuesto a pagar el precio de ser una luz para Cristo?
El altar del incienso
El último de los muebles que encontramos en el Lugar Santo es el altar del incienso. Dios ordenó a Moisés construir este altar en Éxodo 30:1-6. Aarón debía ofrecer incienso en este altar cada mañana para que siempre ardiera delante del Señor:
»Cada mañana, cuando Aarón prepare las lámparas, quemará incienso aromático sobre el altar, y también al caer la tarde, cuando las encienda. Las generaciones futuras deberán quemar siempre incienso ante el Señor. (Éxodo 30:7-8)
En las Escrituras, el incienso con frecuencia representa las oraciones del pueblo de Dios. En el salmo 141 el salmista compara sus plegarias con el incienso que sube hasta Dios:
Que suba a tu presencia mi plegaria como una ofrenda de incienso; que hacia ti se eleven mis manos como un sacrificio vespertino. (Salmos 141:2)
En Apocalipsis 5 el apóstol Juan vio, en su visión, copas de oro llenas de incienso. Dijo a sus lectores que este incienso eran las oraciones de los santos.
Cuando lo tomó, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero. Cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones del pueblo de Dios. (Apocalipsis 5:8)
Al escribir Apocalipsis 8, el apóstol habla de un ángel al que se le entregó incienso para ofrecerlo junto con las oraciones de los santos.
Se acercó otro ángel y se puso de pie frente al altar. Tenía un incensario de oro, y se le entregó mucho incienso para ofrecerlo, junto con las oraciones de todo el pueblo de Dios, sobre el altar de oro que está delante del trono. Y junto con esas oraciones, subió el humo del incienso desde la mano del ángel hasta la presencia de Dios. (Apocalipsis 8:3-4)
Estos versículos dejan bien claro que el incienso era un símbolo de la oración. La presencia del altar del incienso nos enseña que aquellos que entran al Lugar Santo deben ser personas de oración.
El ministerio al que el Señor nos ha llamado no se lleva a cabo con fuerza ni sabiduría humana. Aquellos que entran al Lugar Santo son personas que reconocen su debilidad. Piensa en el apóstol Pablo. En 1 Corintios 2:3, él dijo a los creyentes que venía a ellos en debilidad, temor y “mucho temblor”. De hecho, Pablo aprendió no sólo a aceptar su debilidad sino a regocijarse en ella. Al escribir a los Corintios en 2 Corintios 12 dijo:
Pero él me dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Por lo tanto, gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo. Por eso me regocijo en debilidades, insultos, privaciones, persecuciones y dificultades que sufro por Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. (2 Corintios 12:9-10)
El apóstol Pablo reconocía que no había en él ni poder ni gran fuerza. Era una simple vasija en la que el Señor Jesús escogió vivir y obrar.
Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros. (2 Corintios 4:7)
Los que entran al Lugar Santo saben muy bien que no son fuertes ni sabios en sí mismos. Saben que para poder ser de utilidad en este Lugar Santo de servicio necesitan sacar sus fuerzas y sabiduría del Señor Jesús. La clave para obtener esta fortaleza es la oración.
Consciente de su debilidad, el apóstol Pablo a menudo pedía oración para recibir poder y fuerzas. En Romanos 15 pidió oración para que su servicio en Jerusalén fuera bien acogido por los santos allí.
Pídanle que me libre de caer en manos de los incrédulos que están en Judea, y que los hermanos de Jerusalén reciban bien la ayuda que les llevo. (Romanos 15:31)
Pidió a los efesios que oraran para que Dios le diera palabras al hablar. El sabía que Dios le daría las palabras y el poder para hablar gracias a las oraciones de los creyentes en Éfeso.
Oren también por mí para que, cuando hable, Dios me dé las palabras para dar a conocer con valor el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas. Oren para que lo proclame valerosamente, como debo hacerlo. (Efesios 6:19-20)
El apóstol Santiago dijo a sus lectores que ellos no tenían lo que necesitaban porque no habían pedido a Dios (Santiago 4:2). También les recordó que Dios respondía las peticiones de sabiduría que hacían sus santos.
Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie. (Santiago 1:5)
La clave para obtener las bendiciones de Dios para el servicio es pedir. Aquellos que entran al Lugar Santo son personas conscientes de su necesidad de recibir fuerza y poder. También saben que Dios está dispuesto a dar a quienes piden provisión, fuerza y sabiduría para hacer aquello a lo cual los ha llamado. Si quieres disfrutar de la comunión del servicio, tienes que ser una persona de oración. Con esto no quiero decir que todo el mundo está llamado a orar durante horas cada día. Lo que quiero decir es que necesitamos ser un pueblo que dependa de Dios y clame a Él pidiendo sabiduría, fuerzas y capacitación ante cada situación que se nos presente en el transcurso del día.
Debemos entender que la oración no consiste sólo en pedir a Dios, sino también en escucharlo y seguir Su dirección. Dios está dispuesto a guiar y dirigir a aquellos que entran al Lugar Santo, pero deben estar prestos a escucharlo. El Rey David es un claro ejemplo de esto en el Antiguo Testamento. Una y otra vez David “consultaba a Dios”. Cuando necesitaba saber si debía ir a la batalla, buscaba al Señor en oración. Considera los siguientes ejemplos tomados de 2 Samuel y 1 Crónicas:
Pasado algún tiempo, David consultó al Señor: — ¿Debo ir a alguna de las ciudades de Judá? —Sí, debes ir —le respondió el Señor. — ¿Y a qué ciudad quieres que vaya? —A Hebrón. (2 Samuel 2:1)
Los filisteos hicieron una nueva incursión y se desplegaron por el valle. Así que David volvió a consultar a Dios, y él le contestó: —No los ataques de frente, sino rodéalos hasta llegar a los árboles de bálsamo, y entonces atácalos por la retaguardia. Tan pronto como oigas un ruido como de pasos sobre las copas de los árboles, atácalos, pues eso quiere decir que Dios va al frente de ti para derrotar al ejército filisteo. Así lo hizo David, tal como Dios se lo había ordenado, y derrotaron al ejército filisteo desde Gabaón hasta Guézer. (1 Crónicas 14:13-16)
Observa cómo Dios respondía la oración de David y le daba orientación específica para sus batallas. Al hablar al pueblo de Israel, el profeta Isaías dijo:
Ya sea que te desvíes a la derecha o a la izquierda, tus oídos percibirán a tus espaldas una voz que te dirá: «Éste es el camino; síguelo». (Isaías 30:21)
Dios prometió al profeta Jeremías que si Su pueblo clamaba a Él, les respondería y les mostraría cosas que no conocían.
“Clama a mí y te responderé, y te daré a conocer cosas grandes y ocultas que tú no sabes”. (Jeremías 33:3)
Aquellos que acuden a Dios en oración no sólo admiten su necesidad de que Dios los guíe y les imparta Su poder, sino que también se comprometen a seguir Su liderazgo y dirección. Esto significa que están dispuestos a poner a un lado sus propias ideas y planes. David le prestaba atención al Señor cuando acudía a Él pidiéndole sabiduría y Éste le decía qué hacer.
Hay personas que oran pidiendo dirección pero no les gusta lo que Dios les responde, así que hacen como Jonás y corren en la dirección opuesta. No podemos tener comunión con Dios en el Lugar Santo si no estamos dispuestos a escuchar y seguir Su orientación y dirección específicas en nuestras vidas. Aquellos que entran al Lugar Santo deben ser personas que dejen a un lado su propia manera de pensar. No deben depender de su propia sabiduría sino que deben, en oración, buscar la dirección del Señor momento a momento.
La comunión del Lugar Santo es para aquellos que buscan la dirección de Dios, Su poder y sabiduría en cada nueva situación. Cuando tienen que tomar una decisión difícil, buscan Su sabiduría. Cuando se enfrentan a un poderoso obstáculo, imploran Su fuerza. Cuando ven Su mano actuar, le dan gracias. Siguen Su dirección cuando Él responde a sus oraciones y se someten a Su voluntad. Sus oraciones se elevan a Dios constantemente como el incienso del altar. Esta es la fuente de su fuerza y sabiduría. La oración es la manera más básica de mostrar nuestro sometimiento a Dios y a Sus caminos. Por medio de la oración abandonamos nuestras propias ideas y buscamos la voluntad de Dios. Por medio de la oración tomamos la decisión consciente de no confiar en nuestra propia fuerza y aceptamos la Suya. Esta es la actitud de aquellos que se presentan frente al altar del incienso en el Lugar Santo.
¿Quieres ir más allá del atrio exterior de la salvación y adentrarte en la comunión del Lugar Santo? Primero debes pararte frente a la mesa del pan que representa al Señor Jesús como el Pan de Vida. ¿Deseas ser un seguidor del Pan de Vida? ¿Renunciarás a todos los demás caminos para seguirlo sólo a Él y a Su Palabra? ¿Estás listo para presentarte frente al candelabro y aceptar la responsabilidad de ser una luz en este mundo de tinieblas? ¿Continuarás brillando aunque la oscuridad te rodee y amenace con quitarte la vida? ¿Reconocerás tu necesidad de que Dios te fortalezca y capacite al colocarte frente al altar del incienso? ¿Te comprometerás a ser una persona de oración, buscando Su voluntad y dirección en todo lo que hagas? La comunión del Lugar Santo es para aquellos que estén dispuestos a comprometerse de esta manera. El camino del servicio en el Lugar santo no será fácil pero es un camino de mayor comunión con el Señor nuestro Dios.
Padre Celestial, hoy escucho tu llamado a entrar al Lugar Santo. Reconozco que hay un precio a pagar por esta intimidad más profunda. Tú eres el Pan de Vida y hoy acudo a ti. Me comprometo a seguirte sólo a ti. Escojo andar sólo en tu camino, incluso cuando no parezca conveniente. Reconozco que, como seguidor de Jesús, esta es mi solemne obligación y mi deber. Te pido perdón por las veces en que he sentido vergüenza de hacer brillar mi luz en este mundo de oscuridad. Dame valentía para poder brillar con mayor intensidad para ti. Abre puertas de mayor servicio y dame el coraje de entrar por ellas. Gracias por la oración como medio para conectarme contigo, con tu sabiduría y capacitación. Enséñame a seguirte en todo lo que hago. Concédeme la gracia de desechar mis ideas a favor de las tuyas y de confiar en tu capacitación más que en mi propia razón y habilidad. Gracias porque tu gran deseo es que yo te experimente y experimente tu gracia de una manera más profunda. Gracias por el privilegio del servicio y la mayor comunión que disfruto al servirte a ti.
5 – El velo y el arca
Tras el Lugar Santo había un lugar tan sagrado y santo que estaba separado del resto del tabernáculo por una gran cortina o velo.
Cuelga de los ganchos la cortina, la cual separará el Lugar Santo del Lugar Santísimo, y coloca el arca del pacto detrás de la cortina. (Éxodo 26:33)
Era aquí, en el Lugar Santísimo, donde se guardaba el arca del pacto. Éxodo 25:10-22 describe los requisitos de Dios para la construcción del arca. El arca debía medir 3 ¾ pies (un metro con diez centímetros) de largo y 2 1/4 pies (70 cm) de ancho y alto. Estaba recubierta con oro puro y tenía anillos en los costados para transportarla. Tenía una cubierta llamada el propiciatorio. El mismo tenía dos querubines de oro, uno frente al otro, con las alas extendidas, que se tocaban sobre el centro del propiciatorio. Dios hizo una promesa a Su pueblo en Éxodo 25:22:
Yo me reuniré allí contigo en medio de los dos querubines que están sobre el arca del pacto. Desde la parte superior del propiciatorio te daré todas las instrucciones que habrás de comunicarles a los israelitas. (Éxodo 25:22)
Debido a que este era el lugar donde Dios revelaba Su presencia, el Lugar Santísimo se consideraba tan santo que sólo el sumo sacerdote podía entrar en él una vez al año.
Así dispuestas todas estas cosas, los sacerdotes entran continuamente en la primera parte del tabernáculo para celebrar el culto. Pero en la segunda parte entra únicamente el sumo sacerdote, y sólo una vez al año, provisto siempre de sangre que ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia cometidos por el pueblo. (Hebreos 9: 6-7)
El castigo por entrar al Lugar Santísimo en cualquier otro momento era la muerte.
Le dijo el Señor a Moisés: «Dile a tu hermano Aarón que no entre a cualquier hora en la parte del santuario que está detrás de la cortina, es decir, delante del propiciatorio que está sobre el arca, no sea que muera cuando yo aparezca en la nube por encima del propiciatorio. (Levítico 16:2)
En todo el Antiguo Testamento Dios ocultó Su presencia real del pueblo. En Éxodo 16, por ejemplo, vemos cómo el Señor reveló Su presencia en fuego, nube y densa oscuridad:
Mientras Aarón hablaba con toda la comunidad israelita, volvieron la mirada hacia el desierto, y vieron que la gloria del Señor se hacía presente en una nube. (Éxodo 16:10)
Cuando Dios hablaba a Su pueblo en los días de Moisés lo hacía a través del fuego, la nube y la densa oscuridad:
»Éstas son las palabras que el Señor pronunció con voz fuerte desde el fuego, la nube y la densa oscuridad, cuando ustedes estaban reunidos al pie de la montaña. No añadió nada más. Luego las escribió en dos tablas de piedra, y me las entregó. (Deuteronomio 5:22)
Cuando Moisés le pidió a Dios que le mostrara Su gloria, Dios le dijo que nadie podía ver Su rostro y seguir con vida.
—Déjame verte en todo tu esplendor —insistió Moisés. Y el Señor le respondió: —Voy a darte pruebas de mi bondad, y te daré a conocer mi nombre. Y verás que tengo clemencia de quien quiero tenerla, y soy compasivo con quien quiero serlo. Pero debo aclararte que no podrás ver mi rostro, porque nadie puede verme y seguir con vida. (Éxodo 16:18-20)
En Éxodo 19, cuando descendió al Monte Sinaí, Dios dio instrucciones de poner un cerco alrededor del monte para que nadie se acercara. Cualquier persona o animal que se acercara al monte cuando Él descendiera, moriría.
Pon un cerco alrededor del monte para que el pueblo no pase. Diles que no suban al monte, y que ni siquiera pongan un pie en él, pues cualquiera que lo toque será condenado a muerte. Sea hombre o animal, no quedará con vida. Quien se atreva a tocarlo, morirá a pedradas o a flechazos. Sólo podrán subir al monte cuando se oiga el toque largo de la trompeta. (Éxodo 19:12-13)
Estos versículos nos muestran que había una gran distancia entre Dios y Su pueblo en ese tiempo. La verdadera intimidad con Dios no era posible.
Es importante que entendamos que aunque la verdadera intimidad con Dios no era posible, el pueblo de Dios sí experimentaba a Dios de cierta manera. Ellos escuchaban Su voz y veían manifestaciones de Su gloria como ninguno de nosotros ha visto nunca. Dios detuvo el sol, cerró las bocas de los leones e hizo que mujeres estériles concibieran. Él protegía y proveía para Su pueblo alimentándolo día tras día con maná del cielo. El abrió el mar para que pasara toda una nación a través de él. Hizo caer los muros de Jericó al sonido de una trompeta. Con sus fuerzas, el pueblo de Dios venció enemigos mucho más fuertes que ellos. ¿Quién de entre nosotros ha visto alguna vez manifestaciones tan poderosas de la presencia de Dios? A pesar de estas maravillosas demostraciones del poder de Dios, el velo permanecía en su lugar y separaba al pueblo de la verdadera intimidad con Él.
Aquí hay un mensaje importante que me dice que puedo experimentar el poder y la capacitación de Dios para el servicio y no estar en el Lugar Santísimo. El gozo de la salvación del atrio exterior y la comunión del servicio en el Lugar Santo son maravillosos, pero hay algo más. El atrio exterior representa la salvación que recibimos del Señor Jesús. El Lugar Santo es el lugar de servicio. El Lugar Santísimo, sin embargo, es donde Dios mismo habita. Es un lugar de verdadera intimidad.
Existe una maravillosa comunión en el servicio a Dios en el Lugar Santo. Dios se acerca a aquellos que le sirven con fidelidad. Demasiadas personas, sin embargo, se conforman con servir a Dios y conocer Su poder. Se sienten contentos con permanecer en el Lugar Santo y saber que sus vidas son útiles. Se deleitan en ser usados por Dios y participar con él en la expansión de Su reino, pero no se deleitan en Dios mismo.
Marcos 15:37-38 nos dice que cuando el Señor Jesús murió en la cruz del Calvario algo le sucedió al velo en el Lugar Santísimo.
Entonces Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró. La cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. (Marcos 15:37-38)
Cuando Jesús murió el velo del Lugar Santísimo se rasgó de arriba abajo. Esto fue un verdadero milagro; Dios mismo rompió la pesada cortina y abrió el camino para que entráramos en lo más profundo del tabernáculo, en Su presencia misma.
Al comentar sobre este incidente, el escritor a los Hebreos dijo a sus lectores:
Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo; y tenemos además un gran sacerdote al frente de la familia de Dios. Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable y exteriormente lavados con agua pura. (Hebreos 10:19-22)
La muerte del Señor Jesús lo cambió todo. La barrera que separaba a Dios de Su pueblo fue eliminada. Ahora el pueblo de Dios puede entrar sin temor al Lugar Santísimo.
En su comentario sobre Hebreos 10, Andrew Murray dice lo siguiente:
Entren en el Lugar Santísimo… Este es un llamado a todos los cristianos tibios y poco entusiastas a que ya no permanezcan en el atrio exterior del tabernáculo, conformes con la esperanza de recibir perdón por sus pecados. Ni siquiera deberían sentirse satisfechos con haber entrado al Lugar Santo y haber realizado el servicio del tabernáculo; no mientras el velo continúa entorpeciendo la comunión plena con el Dios vivo y Su amor. El llamado es para que entren a través del velo al Lugar Santísimo, donde se encuentra la sangre de Cristo y Él vive como Sumo Sacerdote. Allí han de vivir, hablar y trabajar en la presencia del Padre… Por quince siglos, Israel tuvo un santuario con un Lugar Santísimo, al cual no se permitía la entrada de nadie, so pena de muerte. Esto demostraba de la manera más clara posible que el hombre no podía morar en la presencia de Dios y en comunión con Él. Y ahora ¡qué diferente es todo! Antes había una advertencia: “¡No entren!”. Ahora, en cambio, hay una invitación: “Entra; el velo se ha rasgado; el Lugar Santísimo está abierto: Dios te espera para acogerte en Su abrazo, de ahora en adelante, vivirás con Él”. Este es el mensaje de la epístola: ‘Hijo, mi Padre anhela que entres en Su presencia, mores allí y nunca te vayas’.
Hay algo más maravilloso que la salvación del atrio exterior y la comunión del Lugar Santo. A través de la obra del Señor Jesús, el Padre nos llama a adentrarnos más en el tabernáculo. Nos llama a ir más allá de nuestra experiencia inicial de salvación hacia la comunión del servicio y de ahí, proseguir a la verdadera intimidad con Él en el Lugar Santísimo.
¿Cuántos hombres y mujeres, que han servido fielmente al Señor su Dios, han anhelado algo más? Ellos han conocido el poder y capacitación de Dios para el servicio; han experimentado el gozo de trabajar junto a Dios en el Lugar santo, pero sus corazones anhelan la persona misma de Dios. El servicio a Dios, por alegre que sea, nunca traerá plena satisfacción a los anhelos del corazón. Lo único que puede proporcionar esta satisfacción es la intimidad con Dios.
El camino hacia el Lugar Santísimo, donde está Dios, está ahora abierto para nosotros los creyentes a través de la obra del Señor Jesús. El velo ha sido rasgado de arriba abajo. Somos llamados a entrar con confianza a la presencia de Dios mismo. No te conformes con permanecer en el Lugar Santo cuando Cristo ha hecho tanto para abrirnos el camino que nos lleva a la verdadera intimidad con Dios en el Lugar Santísimo. En el próximo capítulo abordaremos este tema con más detalles.
Padre, hasta ahora me he conformado con muy poco. Me he contentado con trabajar y servirte, pero personalmente te conozco muy poco. Confieso que mi vida de fe a menudo se ha limitado a servirte y a hacer cosas por ti, pero no me he deleitado en ti y en tu presencia. En lo más profundo, mi corazón anhela conocerte de manera mucho más intima. Te doy gracias porque el Señor Jesús ha quitado la barrera que existía. Perdóname por vivir como si la cortina aún permaneciera en su lugar. Enséñame lo que significa atravesar el velo hasta llegar a tu presencia.
6 – El lugar de verdadera intimidad
Muchos de nosotros aún vivimos como si el camino al Lugar Santísimo todavía permaneciera cerrado. Vemos a Dios como alguien tan santo y distante que la verdadera comunión con Él nunca podría ser una realidad. No llegamos a comprender que la barrera que había entre Dios y Su pueblo ya ha sido quitada. Incluso para aquellos que han entrado al Lugar Santo y experimentan la comunión del servicio, Dios puede estar todavía distante. Puede suceder que le sirvamos y conozcamos Su poder pero nunca en verdad conozcamos el deleite de estar en Su presencia. Puede ser que prediquemos la verdad sobre Dios y Su amor y nunca experimentemos la belleza de la intimidad con Él.
En Apocalipsis 2 leemos las palabras del Señor a la iglesia de Éfeso.
»Escribe al ángel de la iglesia de Éfeso: Esto dice el que tiene las siete estrellas en su mano derecha y se pasea en medio de los siete candelabros de oro: Conozco tus obras, tu duro trabajo y tu perseverancia. Sé que no puedes soportar a los malvados, y que has puesto a prueba a los que dicen ser apóstoles pero no lo son; y has descubierto que son falsos. Has perseverado y sufrido por mi nombre, sin desanimarte. Sin embargo, tengo en tu contra que has abandonado tu primer amor. ¡Recuerda de dónde has caído! Arrepiéntete y vuelve a practicar las obras que hacías al principio. Si no te arrepientes, iré y quitaré de su lugar tu candelabro. (Apocalipsis 2:1-5)
Percatémonos en este pasaje cómo el Señor elogió a la iglesia de Éfeso por sus obras, ardua labor y perseverancia. Esta era una iglesia que había servido fielmente al Señor. Noten también cómo recibieron elogios por permanecer fieles a la verdad de la Palabra de Dios. Habían puesto a prueba a los que decían ser apóstoles y habían descubierto que eran falsos.
El problema de la iglesia de Éfeso no radicaba ni en su predicación ni en su servicio. Apocalipsis 2:4-5 nos dice que el problema era que habían perdido su primer amor. Aunque la iglesia de Éfeso sobresalía en su excelente servicio y defensa de la verdad, habían perdido su pasión por Cristo. Para ellos, la vida cristiana ahora se limitaba a predicar y defender la verdad. Trabajaban duro por el reino pero habían perdido la intimidad con Cristo. Le servían pero ya no lo amaban como antes. Su deleite en Él había disminuido. El Señor les dijo, por medio del apóstol Juan, que necesitaban arrepentirse o de lo contrario les quitaría su candelabro.
¿Ha sido este también tu caso? ¿Has estado ocupado en el servicio del reino de Dios pero has perdido tu pasión por Él? Puede suceder que amemos la verdad más que la persona de Cristo. Puede suceder que lleguemos a deleitarnos más en servir en el reino que en amar a Dios. Así es como muchos han caído. Están muy satisfechos de permanecer en el Lugar Santo donde pueden servir al Señor. Lo hacen con fidelidad, pero su pasión y deleite en la persona de Cristo se ha desvanecido. ¡Cuánto entristece el corazón de Dios que nosotros encontremos más gozo en nuestros ministerios que en Él mismo! El llamado al Lugar Santísimo es un llamado a la intimidad.
El autor de Hebreos desafió a sus lectores a acercarse a Dios en el lugar Santísimo con plena seguridad.
Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo; y tenemos además un gran sacerdote al frente de la familia de Dios. Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable y exteriormente lavados con agua pura. (Hebreos 10:19-22)
En este pasaje, el escritor de Hebreos no está llamando a los lectores a la salvación; ya ellos eran creyentes. Tampoco los está llamando a servir al Señor; los está llamando a una mayor y profunda comunión e intimidad con Dios mismo. Podemos dar diferentes significados a nuestra vida de fe: defender la verdad y las tradiciones; alcanzar a los perdidos o hacer discípulos. El apóstol Pablo, quien hizo todo esto más que ningún otro discípulo, resumió su fe en Filipenses 1 cuando escribió:
Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia. (Filipenses 1:21)
No puede ser más sencillo. Para Pablo, la vida cristiana se trataba de conocer y tener comunión con Cristo. Él explicó esto con más detalles cuando dijo:
Sin embargo, todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo. Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo. (Filipenses 3:7-8)
Pablo tenía un fuerte deseo de servir y estaba dispuesto a entregar su vida por la causa de Cristo. Él es un maravilloso ejemplo de lo que significa entrar al Lugar Santo. Sin embargo, Pablo no se conformó con sólo servir. Su mayor meta en la vida no era servir a Dios sino conocer a Dios. Cualquier otra meta se volvía insignificante comparada con este gran deseo de su corazón.
Demasiados creyentes se conforman con servir a Dios. Estos individuos a menudo sienten que no son dignos de entrar en la presencia del Señor en el Lugar Santísimo. No llegan a comprender el anhelo que siente Dios en Su corazón por ellos. Prestemos atención a lo que nos dice el profeta Sofonías acerca de lo que siente Dios en Su corazón por Su pueblo:
Porque el Señor tu Dios está en medio de ti como guerrero victorioso. Se deleitará en ti con gozo, te renovará con su amor, se alegrará por ti con cantos (Sofonías 3:17)
¿Logras ver lo que dice el profeta en este pasaje? Nos dice que Dios es poderoso para salvarnos. Lo que es más, que Dios se deleita en nosotros, nos renueva con Su amor, y se alegra por nosotros con cantos. En lo personal, encuentro que este pasaje es sobrecogedor. ¿Cómo es posible que Dios, el Creador, se deleite en mí? ¿Se alegra realmente Su corazón cuando piensa en mí?
El profeta Isaías dijo a su pueblo que Dios deseaba tener piedad de ellos:
Por tanto, el SEÑOR desea tener piedad de ustedes, Y por eso se levantará para tener compasión de ustedes. Porque el SEÑOR es un Dios de justicia; ¡Cuán bienaventurados son todos los que en El esperan! (Isaías 30:18, LBLH)
“Desear” es una palabra poderosa. Nos muestra que la pasión del corazón de Dios es tener piedad y compasión de nosotros. Él se deleita en ello. A menudo tenemos la impresión equivocada de Dios. Lo vemos como un Dios santo y severo, cuyo amor es distante. En este texto, Isaías nos pinta un cuadro muy diferente de Dios.
Ezequiel compara a Dios con un pastor que se compromete a cuidar de Su pueblo protegiéndolo, vendando sus heridas y fortaleciéndolo.
Como un pastor que cuida de sus ovejas cuando están dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las rescataré de todos los lugares donde, en un día oscuro y de nubarrones, se hayan dispersado. Yo las sacaré de entre las naciones; las reuniré de los países, y las llevaré a su tierra. Las apacentaré en los montes de Israel, en los vados y en todos los poblados del país. Las haré pastar en los mejores pastos, y su aprisco estará en los montes altos de Israel. Allí descansarán en un buen lugar de pastoreo y se alimentarán de los mejores pastos de los montes de Israel. Yo mismo apacentaré a mi rebaño, y lo llevaré a descansar. Lo afirma el Señor omnipotente. Buscaré a las ovejas perdidas, recogeré a las extraviadas, vendaré a las que estén heridas y fortaleceré a las débiles, pero exterminaré a las ovejas gordas y robustas. Yo las pastorearé con justicia. (Ezequiel 34:12-16)
Moisés veía a Dios como un padre que, con gran ternura y compasión, condujo a Sus hijos por el desierto.
»Entonces les respondí: “No se asusten ni les tengan miedo. El Señor su Dios marcha al frente y peleará por ustedes, como vieron que lo hizo en Egipto y en el desierto. Por todo el camino que han recorrido, hasta llegar a este lugar, ustedes han visto cómo el Señor su Dios los ha guiado, como lo hace un padre con su hijo”. (Deuteronomio 1:29-31)
Estos pasajes del Antiguo Testamento nos muestran que el Señor nuestro Dios nos anhela y se deleita en nosotros, como un Padre con sus hijos. Se alegra por nosotros y nos protege como un buen pastor. Venda nuestras heridas y nos levanta cuando caemos. Como un padre amoroso, Él nos conduce cuando estamos débiles o temerosos. ¡Cuánto anhela tener comunión con nosotros! Sus brazos están siempre abiertos para recibirnos. Él quiere acercarnos más a Él. Anhela tocarnos y hablarnos con ternura. Él sacrificó a Su único Hijo con tal de que pudiéramos estar con Él para siempre. ¿Traeremos tristeza a su corazón, llenándonos de tantas ocupaciones en las tareas de Su reino sin dejar tiempo para Su persona? ¿Rechazaremos Su abrazo? ¿Dudaremos de Su deseo por nosotros?
Escuchen el clamor del salmista en el Salmo 85:
¿No volverás a darnos nueva vida, para que tu pueblo se alegre en ti? (Salmo 85:6)
¿Acaso no es esta una oración que debemos hacer hoy en día? Hemos visto grandes avivamientos de la verdad a lo largo de la historia de la iglesia. También hemos visto avivamientos del Espíritu. ¿No es hora ya de que veamos un avivamiento de deleitarnos en Dios? La iglesia ha defendido la verdad y ha hecho avanzar el reino pero ¿se ha deleitado en Dios mismo? ¿Y tú? ¿Acaso encuentra tu alma su deleite en la persona de Dios? ¿Es tu mayor deseo conocerle y disfrutar de Él, o has quedado atrapado en metas menos importantes?
Aquellos que entran al Lugar Santísimo deben aprender a deleitarse en la persona de Dios. En el tabernáculo, las personas sólo podían llegar hasta el Lugar Santísimo. Ya no había nada después de éste. Así mismo, no hay nada más para nosotros como creyentes. Nada hay más grande. La meta y propósito de nuestra vida es conocer y deleitarnos en Dios; nada nos traerá mayor satisfacción que la intimidad con Él. Estar en Su presencia y experimentarlo a Él es la meta suprema de la vida.
Hay quienes creen que el llamado a la intimidad con Dios en el Lugar Santísimo está reservado para cuando lleguemos al cielo. Piensan que lo más que podemos hacer aquí abajo es servirle en el Lugar Santo. Esta manera de pensar nos lleva a vivir como si la cortina del tabernáculo todavía estuviera en su lugar, sin comprender que la obra de Cristo, de quitar la barrera entre Dios y Su pueblo, se aplica al presente. El llamado de las Escrituras es a una relación más profunda con Dios ahora. El apóstol Pablo no esperó llegar al cielo para entrar en el Lugar Santísimo. Había aprendido a disfrutar a Dios y a deleitarse en Él durante su vida aquí en la tierra. Él disfrutaba de una maravillosa comunión con su Señor cada día. Su corazón se deleitaba en Dios y vivía cada momento en el gozo de Su presencia. Este también es el llamado de Dios para nuestras vidas.
Hace unos años, el Señor hablaba a mi corazón sobre este tema de la intimidad con Él. Mientras yo reflexionaba sobre el mismo, Él me dio este poema:
Me propuse buscar y encontrar
el premio más noble a mi fe.
Con todo mi corazón me esforcé
por esta meta procurar.
El camino que tomé
fue el de la auto-negación.
A mi alimento diario renuncié
por conocer su voluntad.
Mis riquezas y todo lo mío suyo era,
todo entregué sin dudar.
Mi único deseo era
Su llamado escuchar.
Me esforcé en hacer las cosas
que nunca pensé podría.
Hasta entonces sólo hacía
lo que creí que debía.
Con toda mi alma y corazón serví
a mi prójimo en su necesidad.
Para todos y cada uno fui
Un amigo de verdad.
En las reuniones de la iglesia demostré
cuan fiel podría llegar a ser.
En todo lo que hacía busqué
la unidad promover.
Puras eran mis doctrinas,
e intachables; mientras que otros
eruditos colocaban
la falsedad en el trono.
Sin nunca mirar atrás
De corazón me entregaba
Pero en el fondo sabía,
Sentía, que algo me faltaba.
“¿Qué puede ser, mi Dios? _clamé,
Si te lo he entregado todo,
Y en el fondo de mi corazón, sé
Que sólo Tú ocupas el trono”.
“Te he servido con todo mi ser
Por ti he hecho lo mejor.
Tú eres mi fuerza y poder
Ante cada situación”.
“¿Por qué mi corazón aun pide más?
¿Por qué mi espíritu aun desea
Algo más grande, mucho más?
¿Que quieres que yo aprenda?”
Nunca, nunca olvidaré
La respuesta que me dio
Mi alma ardió al comprender
Lo grave que era mi error.
“Me has sido un siervo muy fiel”
Así dijo mi Señor.
“Servirme, hacer más por Mi
Esa fue tu petición”.
“Pero mi corazón ha anhelado
hallar a quien sólo quiera
conocerme mucho más
y andar, feliz, a mi lado”.
“A través de los años tu alegría
la hallabas en lo que hacías.
Tus muchas ocupaciones
De ti mi rostro escondían”.
“¿Cuándo escucharás el llamado
A venir y descansar,
tu esfuerzo dejar a un lado,
y en mi pecho reposar?”
“Mi hijo, mi niño, tu mayor gozo,
quisiera que comprendieras,
no se encuentra en lo que haces
Ni en lo que me das, siquiera”
“Tu corazón no desea otra cosa
que la comunión conmigo.
Verás cómo no reposa
hasta que en Mí halle su abrigo.
“Así que, hijo, ven junto a mí,
sé bendecido, mi amigo.
Ya todo fue hecho en el Calvario
Descansa ya aquí conmigo.”
“Estos esfuerzos tan grandes
y dones, aunque importantes,
No son en sí mismos el fin,
pues, te han alejado de mí”.
No existe nada más maravilloso que la comunión e intimidad con el Señor mismo. Ninguna relación terrenal se puede comparar con eso. No se encuentra mayor satisfacción y gozo en ningún lugar que no sea la presencia de Dios. La mayor debilidad de la iglesia de nuestro tiempo es que no se ha deleitado en Dios. Nos conformamos con saber que somos salvos. Nos contentamos con tener un pequeño ministerio para el Señor, pero ¿dónde están aquellos que no se conformarán hasta que conozcan el gozo de la comunión con Dios mismo?
Padre, me resulta difícil imaginar que desees tener comunión e intimidad conmigo. No me siento digno de tal afecto. Con frecuencia me he ocupado en perseguir metas menores. He defendido la fe, te he servido con fidelidad y he vivido en obediencia a tus mandamientos. Admito, sin embargo, que tú no has sido el centro de mi deleite. He vivido mi vida como si el velo del Lugar Santísimo todavía estuviera allí. Ayúdame a entrar a tu presencia sin temores. Reaviva la pasión que una vez sentí por ti. Enséñame a disfrutarte. Yo quiero que te conviertas en el deleite supremo de mi corazón y en el mayor premio de mi fe.
7 – ¿Dónde te encuentras?
Alo largo de los últimos capítulos hemos examinado el tabernáculo del Antiguo Testamento como una imagen de la vida cristiana. Para concluir, quiero resumir lo que hemos visto.
El atrio exterior del tabernáculo estaba abierto a todos los que pertenecían a Dios. Vimos que este atrio exterior representa el paso inicial que cada uno de nosotros debe dar al comienzo de nuestro andar espiritual. El Señor Jesús es la puerta a través de la cual debemos entrar al atrio exterior de la salvación. En tiempos del Antiguo Testamento, los que entraban a este atrio, se encontraban frente a dos símbolos importantes. El altar era un recordatorio del sacrificio hecho por el perdón del pecado. Representaba el sacrificio del Señor Jesús en la cruz del Calvario. Su sacrificio logró lo que ningún otro sacrificio pudo hacer. A través de él, fuimos hechos justos delante de Dios para siempre. Ya no se requiere ningún otro sacrificio, como en tiempos del Antiguo Testamento. Los requisitos justos de Dios para la pena del pecado han sido todos satisfechos en este solo sacrificio del Señor Jesús por nosotros.
Esto no significa que nunca más volveremos a pecar. El lavamanos, también situado en el atrio exterior, estaba allí para que los sacerdotes se lavaran y limpiaran sus impurezas y contaminación de cada día. Nosotros también tendremos que acudir con frecuencia a Jesús para que nos limpie. Ya todo lo que se necesitaba para esto ha sido provisto. Aquellos que viven en el atrio exterior tienen el privilegio de vivir cada día con una consciencia limpia delante de Dios.
Después del atrio exterior había un lugar reservado para los sacerdotes que eran especialmente llamados y ungidos para el servicio. Estos sacerdotes trabajaban junto a Dios en el servicio del tabernáculo. Experimentaban una comunión con Dios que sólo aquellos que han participado en su servicio pueden tener.
El Señor promete especial capacitación, provisión y Su presencia a aquellos que vayan más allá de su experiencia de salvación inicial y entren en el servicio del reino. Como creyentes hoy, todos hemos sido llamados y ungidos por el Espíritu de Dios para ser Sus representantes sacerdotales en este mundo. Hay un precio a pagar por ser un siervo de Dios, pero el Señor está cerca, de una manera especial, de aquellos que están dispuestos a andar en un servicio fiel y obediente.
Los sacerdotes, que servían en el Lugar Santo, se encontraban frente a tres muebles. La Mesa del Pan nos recuerda las palabras del Señor Jesús cuando nos dijo que Él era el Pan de Vida. Quienes entran al Lugar Santo deben comprometerse a seguir a Jesús y obedecer Su Palabra.
El candelabro nos recuerda que el Señor Jesús es la Luz del mundo. Nos muestra además que nosotros también somos luces en un mundo de oscuridad. Ser una luz en un mundo en tinieblas no es una tarea fácil. El mundo incrédulo odia la luz. Quienes entran al Lugar Santo pueden llegar a sufrir por la Luz que representan.
Finalmente, el altar del incienso nos recuerda cuál es la fuente de nuestra fuerza. El incienso que se elevaba desde el altar era un símbolo de la oración. Quienes entran al Lugar Santo son débiles pero, para vencer, confían en el Señor y en la capacidad que reciben a través de la oración.
Detrás del Lugar Santo, separado por una pesada cortina, estaba el Lugar Santísimo, donde Dios manifestaba Su presencia. Aunque el servicio al Señor trae maravillosas bendiciones, éste no constituye un fin en sí mismo. En el fondo, lo que nuestro corazón más desea es la persona misma de Dios. Sólo Él traerá satisfacción al deseo del corazón. Él nos anhela y se deleita en nosotros. A través de la obra del Señor Jesús, el velo que separaba a Dios de Su pueblo ha sido derribado. Hoy podemos tener acceso a Dios a través del perdón de nuestros pecados. Aquí, en este Lugar Santísimo, podemos conocer la verdadera y plena satisfacción. Fuimos creados para Dios y nunca tendremos una plena y duradera satisfacción hasta que descansemos en una comunión sin obstáculos con Él.
No he escrito este estudio con un propósito intelectual. Mi objetivo ha sido desafiar a cada lector a que examine su propia relación con Dios. ¿Dónde te encuentras hoy en tu andar espiritual? ¿Le has abierto tu corazón al Señor Jesús y aceptado su oferta de salvación? Si no lo has hecho, te encuentras fuera del tabernáculo y no tienes ninguna relación con el Señor Jesús en lo absoluto. La realidad del juicio y la separación eterna de Dios te acecha y será tu destino eterno. Si esta es tu situación, necesitas venir al Señor Jesús y buscar Su perdón y limpieza. Él está dispuesto a abrirte los brazos y recibirte como Su hijo. Pídele que te perdone y acepte.
Quizás has entrado al atrio de salvación a través de la obra del Señor Jesús. Sabes que Él te ha perdonado y te ha hecho Su hijo. Él ha hecho mucho por tu perdón. Haz que tu prioridad ahora sea vivir en la limpieza que Él ofrece. ¿Hay algún pecado que tengas que confrontar hoy? Trata con ese pecado ahora mismo y ven a Jesús para que te limpie.
Algunos de los que leen este libro ya han pasado de su experiencia inicial de salvación al Lugar Santo. Se han comprometido a servir al Señor y a usar los dones que Él les ha dado. Han experimentado Su capacitación y Su poder para el servicio. Se han tomado en serio su llamado al servicio. Si es esta tu posición en el presente, permíteme hacerte tres importantes preguntas:
- ¿Estás siguiendo a Jesucristo como el Pan de Vida y te has comprometido a seguir Su ejemplo y andar en completa obediencia a Su Palabra a pesar de que esto no resulta fácil?
- ¿Ya has asumido, sin vergüenza alguna, tu papel de luz en este mundo oscuro, y estás listo para pagar el precio al ser una luz que exponga las tinieblas?
- ¿Estás viviendo cada momento en comunión con Dios a través de la oración, buscando Su capacitación y sabiduría, o estás confiando en tu propia fuerza y entendimiento?
La obra de Dios en el Lugar Santo se debe hacer a la manera de Dios si es que esperamos recibir Su bendición y conocer la verdadera comunión con Él. Estos tres puntos por separados merecen otro libro, pero estoy convencido de que el Espíritu de Dios revelará la verdad a aquellos que, en oración, busquen Su sabiduría y dirección en estos asuntos. Él nos mostrará nuestras debilidades y fortalecerá a aquellos que en verdad busquen Su ayuda para mejorar en estos asuntos.
Son demasiados los creyentes que se conforman con menos que la verdadera comunión con Dios. Están contentos con que sus pecados sean perdonados y con ser útiles en el servicio. Dios está llamándonos a una verdadera comunión con Él. Sólo Dios puede satisfacer el anhelo de nuestro corazón. Fuimos creados para Él y sólo encontraremos verdadera satisfacción en comunión con Él. En nada más. No te contentes con nada menos que Dios mismo. El llamado al Lugar Santísimo es un llamado a alegrarse y deleitarse en Dios. Es un llamado que muchos de nosotros nos perdemos. Deseo que este breve estudio ayude a ver ese llamado con mayor claridad.
Padre, te agradezco la obra de tu Hijo en la cruz del Calvario por mi salvación. Gracias porque por medio de él puedo tener una relación contigo. Gracias porque ya nunca seré acusado de pecado alguno, pues el Señor Jesús ha cubierto todos mis pecados de una sola vez y para siempre por medio de Su sacrificio en la cruz del Calvario. Te pido que me ayudes a vivir cada día en tu purificación. Te pido además que no me dejes conformarme con saber que mis pecados han sido perdonados, sino que como muestra de mi gratitud hacia ti, yo esté dispuesto a ofrecerme a mí mismo como un sacrificio vivo para tu reino. Te agradezco el privilegio de experimentar la presencia del Espíritu Santo en mi vida y Su llamado a ser tu siervo. Te alabo por el privilegio de ser un representante tuyo en este mundo. Te agradezco la maravillosa comunión que experimento al servirte. Permite que mi vida esté completamente dedicada a tu servicio y que yo sea fiel en usar los dones que me has dado. Cuando me presente ante ti en el día postrero, quiero escucharte decir: “¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel!” (Mateo 25:21) Sin embargo, Señor, mi deseo más profundo, es conocerte personal e íntimamente. El anhelo de mi corazón es regocijarme en ti. Gracias porque a pesar de mi pecado, tú me amas y te deleitas en mi. Enséñame a deleitarme en ti. Satisfazme con tu comunión. Es para eso que fui creado. Es sólo en esa comunión que mi corazón puede alcanzar la verdadera felicidad. Llévame al Lugar Santísimo donde pueda conocerte y alegrarme en ti.
Notas:
[1] Murray, Andrew. The Promise of the Spirit [La Promesa del Espíritu]. London: Marshall Pickering, 1990, p. 62-63.