El Propósito de Dios Para el Matrimonio Cristiano: Lo que Significa ser una Sola Carne
F. Wayne Mac Leod
© 2018 por F. Wayne Mac Leod
Traducción al español: David Gomero
Todos los derechos reservados. No puede reproducirse ni transmitirse parte alguna de este libro sin el previo consentimiento por escrito de su autor.
Todas las citas bíblicas, a menos que se indique otra versión, han sido tomadas de la versión Reina Valera 1960 (RVR60).
Publicado por Lumbrera a mi Camino (Light to My Path Book Distribution, [LTMP, por sus siglas en inglés]) Atlantic Street, Sydney Mines, Nova Scotia, CANADA B1V 1Y5
Tabla de Contenido
- Prefacio
- Capítulo 1 – Introducción y Contexto
- Capítulo 2 – El Ambiente en el Cual Debe Desarrollarse la Relación de Una Sola Carne
- Capítulo 3 – La Presencia de Dios en la Relación de Una Sola Carne
- Capítulo 4 – Lo que Dios Juntó
- Capítulo 5 – Falsas Relaciones de Una Sola Carne
- Capítulo 6 – Una Sola Carne y la Renuncia a los Derechos Personales
- Capítulo 7 – El que Ama a su Mujer, a sí Mismo se Ama
Prefacio
En Génesis 2:24 leemos:
Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.
(Génesis 2:24)
El propósito de Dios para el matrimonio cristiano es que el esposo y la esposa sean una sola carne. Si éste es Su propósito, entonces es importante que dediquemos tiempo para entender lo que significa. El concepto de ser una sola carne va más allá de la relación sexual. De hecho, a medida que analizamos las Escrituras, vemos que ella toca cada aspecto de la vida de la pareja. En una época donde se valora mucho la independencia, esta enseñanza puede ser desafiante para muchos.
Para que dos personas lleguen a ser una sola carne se requiere que ambos sacrifiquen derechos personales. Esto constituye una afrenta a nuestros deseos egoístas, pues se hace necesario que quitemos la vista de nosotros mismos y de nuestras propias necesidades y consideremos las de nuestro cónyuge como si fueran las nuestras. No todos los lectores estarán preparados para hacer esto, sin embargo, confío que los pasajes que examinaremos hablarán a sus corazones como lo hicieron al mío.
Es mi oración que a medida que analicemos las enseñanzas bíblicas sobre este importante tema, el Espíritu de Dios se mueva y traiga mayor claridad sobre el mismo. Confío que Él también les indique si existe algún aspecto de sus vidas que necesite ser completamente rendida a Él y al propósito de Dios para su matrimonio. Quiera Dios complacerse en usar este estudio como una herramienta para renovar y bendecir a muchas parejas y que aprendan a caminar en la unidad que Dios desea.
Dios les bendiga,
F. Wayne Mac Leod
Capítulo 1 – Introducción y Contexto
Este estudio comenzará en Génesis 2 con la historia de cómo Dios creó al hombre y a la mujer. En el capítulo 1 se menciona la creación del hombre, pero el capítulo 2 entra en más detalles. Existen algunos pormenores que debemos examinar en esta porción de las Escrituras que marcan el trasfondo para nuestro estudio.
El hombre fue creado del polvo de la tierra
El primer detalle que aprendemos en Génesis 2 es que el hombre fue creado del polvo de la tierra.
Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.(Génesis 2:7)
La palabra que aquí se traduce como “polvo” también puede referirse a lodo o barro. El hombre era resultado de la tierra. Fue dentro de una figura inanimada de lodo o polvo que el Señor sopló vida. El primer hombre vino a ser una criatura viviente por medio del aliento de Dios en él. Medite en el poder de Dios que formó tal criatura del polvo de la tierra y luego escogió tener una relación con él.
Sin embargo, muy pronto esa relación con Dios se tornaría tensa. No pasaría mucho tiempo antes que Adán y Eva pecaran al desobedecer a Dios. Ese día Dios le habló al hombre acerca de su origen y destino final a causa de su rebelión.
Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás. (Génesis 3:19)
Adán fue creado de la tierra, la trabajaría con el sudor de su rostro y volvería a ella al morir.
Job, hablando a Dios en su dolor, declaró:
Acuérdate que como a barro me diste forma; ¿y en polvo me has de volver? (Job 10:9)
Ambos, Adán y Job, entendieron que estos cuerpos terrenales un día se reducirían al polvo. La humanidad le debe su existencia a la increíble sabiduría de Dios que sopló vida en el barro de la tierra.
Dios bendijo al hombre y le dio un hogar.
El segundo detalle que observamos en Génesis 2 es que Dios no solo dio vida al polvo que Él había moldeado con la forma de un hombre, sino que lo bendijo al colocarlo en un huerto hermoso.
Y Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado. Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal. (Génesis 2: 8-9)
En estos versículos se hace evidente el interés de Dios por el hombre. Dios plantó un huerto para el hombre y lo colocó allí. Ese huerto tenía abundancia de árboles. Veamos lo que el versículo 9 nos dice: los árboles eran hermosos y producían frutos deliciosos. El huerto que Dios plantó para el hombre era hermoso a la vista. Sus ojos debieron haber estado sorprendidos ante esta belleza y él debió haber quedado anonadado ante la obra maestra de Dios.
No obstante, el huerto no fue creado solamente para deleitar los ojos del hombre, sino también sus gustos. El fruto de ese jardín era bueno para comer. Estos árboles producían frutos deliciosos que asombraban el paladar del hombre. Es sorprendente que Dios bendijera de este modo a este ser que creó del polvo de la tierra.
Dios compartió con el hombre la responsabilidad de trabajar y mantener el huerto.
Génesis 2:19 continúa diciéndonos que Dios compartió con el hombre la responsabilidad del cuidado del huerto. Debemos comprender que esta tarea de trabajar y cuidar del huerto no era tan pesada ni gravosa como lo es hoy. En aquellos días labrar la tierra era un oficio placentero. La maldición del pecado no había caído sobre la tierra y Adán estaba maravillado ante el poder admirable de Dios mientras observaba cómo crecían y se producían estos frutos deliciosos. Esto le dio a Adán un gran motivo para alabar al Creador por el milagro de la vida y la fertilidad. Su tiempo había sido ocupado y tenía un propósito para estar en el huerto: disfrutar de la bondad de Dios y alabarle.
Dios llenó el jardín con animales para el hombre
En Génesis 2:18 Dios dice:
Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él. (Génesis 2:18)
A medida que Adán exploraba el huerto ocupaba su tiempo con la belleza de los árboles y el maravilloso sabor de sus frutos. Él cuidaba del huerto y daba gracias a Dios por las maravillas y el milagro del cultivo y la cosecha. Adán, en comunión con su Creador, disfrutaba paz y satisfacción; pero esto no era todo lo que Dios tenía para él.
Observe que en Génesis 2:18 Dios, el Señor, dijo: “no es bueno que el hombre esté solo”. Lo que Dios creó era bueno, sin embargo, lo que debemos entender es que Dios creó al hombre con necesidades y desde Génesis 2:18 vemos que una de ellas era la necesidad de compañía. Adán no fue hecho para ser independiente y autosuficiente. Él fue creado con necesidad de Dios y de otros semejantes a él. Cuando Dios dijo que no era bueno que el hombre estuviera solo, estaba señalando esta necesidad que creó en él, la necesidad de compañía.
Percátese también en este texto cuál fue la respuesta de Dios a esta necesidad en el hombre: “haré ayuda idónea para él”. La palabra “ayuda” nos muestra que Dios le proveería al hombre alguien que estaría a su lado para ayudarlo en sus necesidades. Esta ayuda sería “idónea para él”- una pareja perfecta y una ayuda que permanecería con él para complementarlo y satisfacer su necesidad de compañía.
Es interesante observar aquí que Dios creó a los animales y los trajo ante Adán inmediatamente después de decidir que le haría una ayuda “idónea para él”. El contexto puede indicar que estos animales servirían como ayuda en el cuidado del huerto. Al igual que el hombre, ellos también fueron creados de la tierra (Génesis 2:19) y fueron traídos ante él para darles nombres. El hecho de que Adán pusiera nombre a estas criaturas, parece indicarnos que se le había dado dominio sobre ellas, por lo que estarían sujetas a él en el huerto.
Aunque los animales eran de ayuda, no eran idóneos para el hombre. Esto nos revela que lo que él necesitaba era algo más que una simple ayuda en el huerto, y esto era una compañía e intimidad más profundas.
Para proveer a Adán de su ayuda idónea, el Señor le hizo caer en un sueño profundo y mientras él dormía, tomó una costilla de su costado e hizo de ella una mujer (Génesis 2:21-22). Adam Clarke comenta lo siguiente al respecto:
“Dios podía haber formado a la mujer del polvo de la tierra, como hizo al hombre; pero si hubiera hecho esto, ella aparecería antes sus ojos como un ser diferente con quien él no tendría relaciones naturales. Pero como Dios la formó de una parte del mismo hombre, él vio que ella era de la misma naturaleza, idénticos en sangre y carne y de la misma esencia en todos los aspectos; y por consecuencia, con iguales poderes, facultades y derechos. Esto hizo que inmediatamente el hombre afianzara su cariño y la tuviera en gran estima” (Clarke, Adam, Commentary on the Bible [Comentario bíblico] de Adam Clarke (Electronic edition), Comentario de Génesis 2:21: Laridian Inc., Marion Inc.)
No se nos dice cómo el hombre entendió que la mujer provenía de su propio cuerpo. ¿Estaba él consciente de haber perdido una costilla? No lo sabemos. Sin embargo, lo que sí está claro es que él no tenía la más mínima duda de que ella era diferente de los animales que recién había nombrado. Ella fue hecha de él para ser una ayuda y compañía para él. En la mente de Adán, ella estaba por encima de las demás criaturas que estaban en el huerto y a diferencia de ellas, la mujer era una compañía y ayuda perfecta. Se parecía a él y había salido de su cuerpo.
Tal y como lo hizo con los animales, el hombre daría un nombre a esta hermosa creación de Dios que estaba frente a él y la llamaría ‘mujer’.
Dijo entonces Adán: ¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Será llamada “Mujer” porque del hombre fue tomada. (Gen 2:23, versión RVR95)
Percátese cómo Adán dijo: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos!”. La expresión “¡Esta sí que es…!” nos da la idea de que él había estado buscando esta ayuda y compañía, pero no había podido encontrarla. Ahora su búsqueda había terminado. Finalmente él encontró lo que anhelaba y en ello había satisfacción y realización.
Génesis 2 concluye con la siguiente declaración.
Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. (Génesis 2:24)
Fíjese en la frase “por tanto”. Esto indica que lo que sigue es resultado de lo que justamente nosotros hemos analizado acerca de la creación de la mujer. Debido a que la mujer fue hecha del hombre, había entre ellos una conexión especial. Ellos fueron creados para complementarse el uno al otro.
Génesis 2:24 continúa diciendo que cuando un hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, los dos vienen a ser una sola carne. ¿Qué significa ser una sola carne? Este es el motivo de nuestro estudio. En los próximos capítulos intentaremos desmenuzar lo que las Escrituras enseñan acerca de este tema para ver cómo se aplica a nuestras relaciones como esposos y esposas.
Hemos visto que el hombre fue creado por Dios del polvo de la tierra. Aunque fue creado perfecto, también tenía necesidad de compañía y ayuda. Dios creó una ayuda y compañera para él con la forma de una mujer. Ella no fue hecha del polvo sino del costado del hombre y esto le mostró a Adán que, a diferencia del resto de la creación en el huerto, ella era como él. Esta conexión entre el hombre y la mujer era tal que cuando el hombre crecía y dejaba a su padre y a su madre para tomar esposa, ambos experimentarían la verdadera unidad, llegar a ser una sola carne.
A medida que profundizamos en el libro de Génesis vemos que este principio de una sola carne fue quebrantado. El pecado perturbó la unidad entre Adán y Eva y entre todas las parejas después de ellos. Esto significa que si queremos experimentar la unidad que Dios diseñó para nuestros matrimonios, debemos batallar contra el pecado que nos impide disfrutar de este tipo de relación. Que Dios nos dé sabiduría, no solo para entender Su propósito para nuestros matrimonios, sino también el deseo de luchar por esto para la Gloria de Su nombre.
Para Reflexionar:
Génesis 2 nos recuerda que el hombre fue creado del polvo. ¿Qué nos dice esto acerca de cómo debemos considerarnos a nosotros mismos?
¿Qué evidencia existe de la bendición de Dios en el huerto? ¿Qué nos enseña esto sobre la relación que Dios quería disfrutar con el hombre? ¿Qué testimonio usted tiene de la bendición de Dios en su vida?
Dios creó al hombre como un ser social que necesitaba relacionarse con otros iguales a él. ¿De qué manera nosotros nos necesitamos unos a otros?
¿Por qué Dios no creó a la mujer del polvo de la tierra, sino del costado del hombre? ¿Qué nos muestra esto acerca del tipo de relación que Dios había diseñado que tuvieran el hombre y la mujer?
¿Por qué cree usted que Dios nos creó con la necesidad de compañerismo? ¿Ha sido usted compañero y ayuda para su cónyuge? ¿Qué aspecto de su matrimonio necesita mejorar?
Para Orar:
Pídale a Dios que le ayude a recordar la realidad de que usted depende totalmente de Él para vivir y respirar. Ruegue le perdone por las veces que ha tenido más alto concepto de sí que el que debía tener.
Reflexione sobre las muchas bendiciones de Dios en su vida y dé gracias por ellas. Agradezca también la manera en que Él le ha cuidado.
Agradezca al Señor por la persona que ha traído a su vida para respaldarle y ayudarle en las cosas que enfrenta cada día.
Tome un momento para orar por su matrimonio. Pida a Dios le dé la disposición para ser uno con su cónyuge. Ore que le revele y quite cualquier pecado que le separa de su esposo o esposa.
Capítulo 2 – El Ambiente en el Cual Debe Desarrollarse la Relación de Una Sola Carne
Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. (Génesis 2:24)
Hemos visto la manera en que Dios creó al hombre y a la mujer. Aunque Adán fue creado del polvo de la tierra, cuando Dios creó a la mujer, colocó un sueño profundo sobre él y tomando una de sus costillas, la formó. Cuando Adán despertó estaba consciente de dos cosas. Primero, ante él estaba una mujer y segundo, una de sus costillas había sido quitada para crearla. Ella no lucía como los animales del huerto, ella era parte de él, provenía de su cuerpo y estaba destinada a ser su ayuda y compañera. Ella era tal y como él dijo: “hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Génesis 2:23).
En Génesis 2:24 se percibe la siguiente conclusión: “el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne”. Percátese cómo este texto comienza con la frase “por tanto”, implicando que esta es la conclusión de lo dicho en el versículo 23. Para ellos era posible “ser una sola carne” debido a que la mujer fue creada del hombre para ser su compañera y ayuda idónea. Ellos fueron creados biológicamente, emocionalmente y espiritualmente para ser compatibles el uno con el otro.
En Génesis 1 vemos cómo Dios creó cada planta y animal “según su género”. Refiriéndose a la vegetación Génesis 1:11-12 dice:
Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así. Produjo, pues, la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su género. Y vio Dios que era bueno. (Génesis 1:11-12)
Respecto a las criaturas del mar y a las aves de los cielos leemos:
Dijo Dios: Produzcan las aguas seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra, en la abierta expansión de los cielos. Y creó Dios los grandes monstruos marinos, y todo ser viviente que se mueve, que las aguas produjeron según su género, y toda ave alada según su especie. Y vio Dios que era bueno. (Génesis 1:20-21)
Sobre los animales creados sobre la tierra seca Génesis 1:24-25 dice:
Luego dijo Dios: Produzca la tierra seres vivientes según su género, bestias y serpientes y animales de la tierra según su especie. Y fue así. E hizo Dios animales de la tierra según su género, y ganado según su género, y todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie. Y vio Dios que era bueno. (Génesis 1:24-25)
Observe la continua repetición de la frase “según su género”. La palabra “género” se refiere a especie. En otras palabras, Dios hizo a cada animal según su especie y cada una era diferente de la otra. Había una amplia variedad de aves, plantas, monstruos marinos y animales; y cada uno tenía sus propias características. No eran iguales. Adán reconoció esta amplia diversidad cuando comenzó a nombrar a las criaturas y también se dio cuenta de que las mismas eran muy diferentes a él. Por esa razón leímos en Génesis 2:20:
Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo; mas para Adán no se halló ayuda idónea para él. (Génesis 2:20)
No existía otra criatura de la misma especie de Adán. Fue por ese motivo que Dios creó a la mujer de su costilla. Cuando Adán vio a la mujer, entendió que era como él. Podía compartir con ella una conexión que no era posible con los animales que estaban a su alrededor. Esta fue la primera pareja.
En Génesis 2:24 Dios revela Su propósito para esta pareja y para todas las demás que le seguirían. Dicho propósito era que Adán y Eva “fueran una sola carne”. Antes de examinar a profundidad lo que significa ser “una sola carne”, detengámonos a reflexionar lo que Génesis 2:24 nos dice acerca del ambiente en el cual este tipo de relación se puede desarrollar.
“El hombre” y “su mujer“
Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. (Génesis 2:24)
El primer detalle a considerar en este texto lo encontramos en las palabras “el hombre” y “su mujer”. Aquí se establece el entorno para la relación de “una sola carne”. Es cierto que Dios desea que seamos uno con nuestros hermanos y hermanas, pero existe una afinidad única entre el esposo y la esposa que no la encontramos en otra relación. Génesis 2:24 habla del hombre y su mujer; y es que la relación de una sola carne solamente se puede experimentar en este contexto. La relación que Dios desea para el esposo y su esposa es única y especial. Dios ha establecido límites para esta clase de relación, la cual se desarrolla en el entorno del matrimonio entre un hombre y una mujer.
“Dejará” y “se unirá”
El segundo principio que vemos en Génesis 2:24 lo encontramos en otras dos palabras: “dejar” y “unirse”. Estas palabras nos muestran lo que debe suceder si un hombre y su mujer vienen a ser una sola carne.
La palabra “dejar” significa renunciar o rechazar algo. En este caso, el hombre renuncia al cuidado de su padre y su madre y se independiza de ellos para formar su propio hogar. De esta manera él tomaría esposa y se consagraría a proveer y cuidar por su bienestar. La dejación implica un nuevo comienzo y un nuevo conjunto de compromisos y responsabilidades.
La segunda palabra que se usa en Génesis 2:24 es “unirse” y ésta encierra un fuerte compromiso. El hombre debe permanecer con su esposa y encargarse de ella. Habrá muchas batallas y pruebas en su vida como pareja, pero en medio de todas ellas él está decidido a permanecer junto a su mujer por el resto de su vida.
El hombre que se une a su esposa no dejará que nada los separe; luchará contra cualquier cosa que procure arrebatarles la armonía. Cuando un hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, no la abandonará, sino que protegerá su relación a cualquier costo. El versículo habla de un compromiso y una relación para toda la vida, una relación en la cual se invierte gran energía.
Génesis 2:24 nos dice que el propósito de Dios es que el hombre y su mujer experimenten la relación de “una sola carne” la cual es posible ya que Dios los hizo mutuamente compatibles. Sin embargo, es una relación destinada solamente para el hombre y su mujer y solo puede prosperar en un entorno donde los cónyuges dejan a todos los demás y se consagran de manera exclusiva el uno al otro en un compromiso para toda la vida. Esto no quiere decir que será fácil. Su compromiso de unirse será probado en un mundo donde impera el pecado. Habrá tentaciones internas y externas, sin embargo, el propósito de Dios es que en esos momentos, el hombre y su mujer perseveren y se mantengan fieles el uno al otro. La unidad que Dios pretende para la pareja comienza con un compromiso sólido y duradero (por su parte) de dejar padre y madre (o a alguien más) y unirse el uno al otro. Solo en la seguridad y exclusividad de este tipo de relación es que podemos experimentar la unidad que Dios desea.
Para Reflexionar:
¿Cómo Dios ha creado a los hombres y mujeres para que sean compatibles unos con otros? ¿Qué podemos compartir con las personas que no es posible compartir con el resto de la creación?
¿Qué nos enseña Génesis 2:24 acerca del ambiente apropiado para la relación de una sola carne?
¿Qué significa dejar a nuestros padres? ¿Qué otras cosas necesitamos dejar por el bien de nuestros matrimonios?
¿Qué indica la palabra “unirse” en relación a los conflictos que tendremos en el matrimonio? ¿Cuáles son los obstáculos y tentaciones que usted enfrenta en su matrimonio?
¿Ha visto usted que no ha estado luchando por su matrimonio? ¿Qué significa para usted la palabra “unirse”? ¿De qué manera esta palabra le desafía a levantarse y luchar contra los enemigos de su matrimonio?
Para Orar:
Deténgase a agradecer al Señor por la pareja que le ha dado y pídale que le dé un fuerte compromiso para con ella.
Pídale al Señor que le ayude a tratar con los obstáculos que está enfrentando en su matrimonio. Ore que Dios le muestre cualquier cosa que sea una barrera en su relación y que le dé sabiduría para saber qué hacer.
Ruegue al Señor le dé valor para perseverar y nunca rendirse con su cónyuge. Pídale que le dé fuerzas cuando sienta sufrimiento y rechazo.
Tome un momento para pedir al Señor que le ayude a ser fiel a Su propósito, aún si su cónyuge no lo es y pídale que le enseñe a amarlo como Él desea.
Capítulo 3 – La Presencia de Dios en la Relación de Una Sola Carne
En el libro de Malaquías, el profeta habló a la gente de su época acerca de cómo ellos se habían alejado del Señor y del propósito que Dios tenía para ellos como nación. Aunque se señalan muchos detalles en la profecía de Malaquías, lo que nos interesa es lo que el profeta dijo en el capítulo 2, versículos del 13 al 16.
Y esta otra vez haréis cubrir el altar de Jehová de lágrimas, de llanto, y de clamor; así que no miraré más a la ofrenda, para aceptarla con gusto de vuestra mano. Mas diréis: ¿Por qué? Porque Jehová ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto. ¿No hizo él uno, habiendo en él abundancia de espíritu? ¿Y por qué uno? Porque buscaba una descendencia para Dios. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud. Porque Jehová Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio, y al que cubre de iniquidad su vestido, dijo Jehová de los ejércitos. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales. (Malaquías 2:13-16)
Observe lo que sucede en estos versículos. Malaquías 2:13 nos dice que los sacerdotes “cubrían el altar de Jehová de lágrimas, de llanto y de clamor”, y la razón era porque el Señor ya no aceptaba sus ofrendas. Esto era bastante desconcertante para el pueblo de Israel el cual estaba sorprendido de por qué Dios rechazaba sus ofrendas. Malaquías les respondió que el motivo era que habían sido desleales a sus esposas (Malaquías 2:14). El profeta describe en el versículo 14 y 15 la causa por lo cual esta infidelidad era un serio problema ante los ojos del Señor.
Ella es tu compañera
Malaquías les recordó a estos esposos que las esposas a las cuales habían sido infieles, eran sus compañeras. En Génesis 2 vimos que Dios le dio una esposa a Adán para que fuera su compañera. Este era un precioso regalo. Ella permaneció con Adán en sus esfuerzos, lo ayudó en la obra que Dios le había encomendado y cuando fueron expulsados del Huerto del Edén, ella estaba a su lado. Ellos atravesaron juntos los buenos y malos tiempos animándose y ayudándose mutuamente.
Las esposas de estos hombres en la época de Malaquías también permanecieron al lado de sus esposos. Ellas los ayudaban en la crianza de sus hijos, vivían con ellos y trabajaban a su lado. Podemos estar seguros que había tiempos difíciles para ellos como pareja, pero estas esposas eran sus compañeras. Sin embargo, a causa de su deslealtad, estos esposos traicionaron esta relación de compañerismo mostrando gran irrespeto por sus esposas.
Ella es la mujer de tu pacto
Además de la común falta de respeto, los hombres también ignoraron el hecho de que estas mujeres eran sus esposas por medio de un pacto. En el matrimonio los esposos juraron ante Dios ser fieles, proveer para sus esposas y amarlas; y esto no es algo que se tome a la ligera. Ellos hicieron estas promesas no solo ante sus esposas, sino también ante la presencia de Dios, por lo que el Señor los haría responsables de estos votos.
En este caso, Dios se rehusó a recibir las ofrendas que estos hombres le trajeron. Y es que había una barrera entre ellos y Dios a causa de la infidelidad al pacto con sus esposas. El apóstol Pedro advierte a los esposos en 1 Pedro 3:7:
Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo. (1 Pedro 3:7).
La unión entre esposos y esposas está sujeta a un pacto. Dios espera que el esposo honre a su esposa y tome en serio su promesa. Ignorar estas obligaciones es estorbar su relación con Dios pues Él no recibirá sus ofrendas ni escuchará sus oraciones.
Dios los hizo uno habiendo en Él abundancia de Espíritu.
Notemos un tercer detalle acerca de la relación entre los esposos y esposas de Malaquías 2:15.
¿No hizo él uno, habiendo en él abundancia de espíritu? ¿Y por qué uno? Porque buscaba una descendencia para Dios. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud. (Malaquías 2:15)
Malaquías le recordó a estos esposos infieles que el Señor los había hecho uno con sus esposas y lo hizo colocando abundancia de Su Espíritu en la unión. Esta declaración de Malaquías es muy importante en el contexto de nuestro estudio. Consideremos por un momento su repercusión.
Cuando Dios da de Su Espíritu a la pareja está bendiciendo su unión. Para que un convenio o acuerdo sea oficial y de carácter obligatorio necesita tener la firma o cuño de una persona autorizada. El Espíritu Santo es el sello de Dios en la unión matrimonial haciéndola oficial. Con esta porción del Espíritu de Dios en la unión, los esposos y esposas se juntan ante los ojos de Dios y desde ese momento, cada cual será responsable por el otro y vivirán como uno. Su unión como esposo y esposa es legal y reconocida por Dios y Él la sella al colocar en ella una porción de Su Espíritu.
Esta abundancia del Espíritu en la unión no es solo para reconocer y legitimar la unión matrimonial, sino también para capacitarla. Dios le da una porción de Su Espíritu a esta pareja con el fin de prepararlos para vivir como marido y mujer. Él está en su matrimonio y lo bendice con la capacitación del Espíritu Santo quien los guiará y sostendrá siempre que pongan sus ojos en Él. Además, no nos deja solos para que resolvamos los inconvenientes, sino que camina con nosotros para ayudarnos a vivir como uno.
Con la porción del Espíritu en la unión marital, la relación se tornaría santa o sagrada. No está solo bendecida y capacitada por Dios, sino también habitada por Él. Malaquías lo confirma en la segunda parte del versículo 15 del capítulo 2.
¿Y por qué uno? Porque buscaba una descendencia para Dios. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud. (Malaquías 2: 15 b)
Esta relación es santa y sagrada debido a que Dios bendice, capacita y habita en la unión entre el hombre y la mujer. Los niños que nazcan de esta unión son “descendencia para Dios” (Malaquías 2:15). Esto no significa que estos niños automáticamente sean creyentes, ni que tengan garantizado un lugar en el Cielo; sino más bien que son hijos legítimos, nacidos de padres cuya relación Dios bendice y en la cual habita.
Malaquías continúa diciendo a sus lectores:
Yo aborrezco el divorcio —dice el Señor, Dios de Israel—, y al que cubre de violencia sus vestiduras», dice el Señor Todopoderoso. Así que cuídense en su espíritu, y no sean traicioneros. (Malaquías 2:16) (NVI)
La infidelidad y el divorcio son asuntos serios ante el Señor. Dese cuenta que Malaquías nos dice que el hombre que se divorcia de su esposa cubre de violencia sus vestiduras. Estas son palabras fuertes. Imagine por un momento a un hombre que asesina violentamente a otra persona. Cuando él regresa a casa de la escena del crimen, sus ropas están manchadas de la sangre de la víctima. Estas ropas prueban el terrible hecho que cometió y esta es la imagen que Malaquías describe aquí. Estos hombres cubrieron con violencia sus vestidos al divorciarse de sus esposas.
Aquí la violencia se produce en la traición a sus esposas. Ellos les eran infieles y al repudiarlas, las privaban de su protección y sustento. Sin embargo, la violencia no solo se limitaba a las esposas, sino también a la descendencia de esa unión. Los hijos estarían atrapados en medio de esta amargura e insensibilidad; y además, la violencia también alcanzaba a la comunidad ya que ésta trataba con dichas familias destruidas.
Familias fuertes significaba una comunidad fuerte.
Como si la violencia antes mencionada no fuera suficiente, también tenemos el insulto a Dios y a Su Espíritu que habita en esta unión. Traicionar el pacto de la relación e ignorar los propósitos santos de Dios quebrantan a la familia y a la comunidad. Medite por un momento. ¿Qué sucede cuando una sociedad ignora su obligación para con Dios, o cuando no respeta más los compromisos y votos hechos a Dios? ¿Tal sociedad puede ser saludable? Ignorar las promesas hechas a Dios es un acto de violencia ya que destruye la verdadera estructura de nuestra sociedad y aleja del medio nuestro las bendiciones de Dios.
Existe santidad en la unión entre el esposo y la esposa. Dios la reconoce y la bendice. Esta relación de una sola carne es tan importante para Dios que Él da una porción de Su Espíritu para sellarla y capacitarla; y lo que Dios sella, también lo habita. Hay una gran esperanza en esta realidad. Disponemos del poder para vivir como una sola carne porque el Dios que nos hizo uno también nos capacitará para vivir como uno a través de la presencia de Su Espíritu.
Para Reflexionar:
¿Qué aprendemos aquí acerca de cómo la infidelidad en el matrimonio entorpece nuestro caminar con Dios?
¿Cómo la infidelidad en el matrimonio violenta a la sociedad?
Según Malaquías 2:15, ¿cómo Dios muestra su bendición en la relación entre marido y mujer?
Dios ha dado al esposo y a la esposa una porción de Su Espíritu para bendecir y capacitar su unión. ¿Qué nos dice esto acerca de la importancia que Dios le otorga a esta relación?
¿Por qué es un pecado contra Dios mancillar la relación matrimonial o irrespetar a uno de los cónyuges?
Deténgase un momento a analizar su matrimonio. ¿Cómo influye en la manera de ver su relación con su cónyuge el hecho de saber que Dios los unió y colocó Su Espíritu en ella?
Para Orar:
Agradezca al Señor la forma en que ha bendecido la unión entre usted y su pareja. Dele gracias porque ha dado una porción de Su Espíritu para capacitar y santificar esta unión.
Pídale a Dios que le ayude a tomar en serio esta unión con su cónyuge y que le perdone por las veces que le ha tratado irrespetuosamente.
Ore al Señor que le dé una actitud más positiva ante su esposo o esposa. Dedique un momento para agradecer a Dios porque son uno ante Sus ojos y pídale que le enseñe más acerca de lo que esto significa en su matrimonio.
Agradezca al Señor porque debido a que Él los unió, usted puede acercarse a Él con la certeza de que le escuchará cuando le ore por cualquier aspecto de la relación que esté estorbando la unidad.
Capítulo 4 – Lo que Dios Juntó
…pero al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne; así que no son ya más dos, sino uno. Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. (Marcos 10:6-9)
Ahora nos trasladamos a las enseñanzas neotestamentarias de Jesús en los evangelios, específicamente en Mateo 19:1-12 y Marcos 10:1-12. Ya hemos visto que el Señor llama al hombre a dejar a su padre y a su madre y a unirse a su mujer; lo cual nos enseña que el contexto de la relación de una sola carne es una relación de compromiso entre el esposo y la esposa. También analizamos que cuando ambos deciden dejarlo todo y comprometerse mutuamente, el Señor bendice esa unión con abundancia de espíritu, santificando y haciendo de la pareja una sola carne. Jesús lo confirma en Marcos 10:8.
…y los dos serán una sola carne; así que no son ya más dos, sino uno. (Marcos 10:8)
Dediquemos un momento para analizar el contexto de esta afirmación.
Cuando Jesús ministraba en la región de Judea, los fariseos se acercaron a preguntar sobre el divorcio. Según ellos, Moisés le permitió al hombre divorciarse de su esposa y despedirla. Probablemente se referían a lo que dice en Deuteronomio 24:1-4.
Cuando alguno tomare mujer y se casare con ella, si no le agradare por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, y se la entregará en su mano, y la despedirá de su casa.Y salida de su casa, podrá ir y casarse con otro hombre. Pero si la aborreciere este último, y le escribiere carta de divorcio, y se la entregare en su mano, y la despidiere de su casa; o si hubiere muerto el postrer hombre que la tomó por mujer, no podrá su primer marido, que la despidió, volverla a tomar para que sea su mujer, después que fue envilecida; porque es abominación delante de Jehová, y no has de pervertir la tierra que Jehová tu Dios te da por heredad. (Deuteronomio 24:1-4)
Percátese cómo Moisés habla sobre la carta de divorcio que se entregaba a una mujer en la cual se había encontrado alguna cosa indecente. En los tiempos de Jesús, los religiosos eruditos de la fe judía interpretaban de diferentes maneras el término “indecencia”, lo cual traía como resultado gran controversia. Esta puede ser la razón por la que los fariseos le hicieron esta pregunta a Jesús. Ellos querían tentarle en este largo y permanente debate entre los eruditos religiosos.
La respuesta de Jesús a esta pregunta del divorcio es muy importante. Él reconoció que la Ley de Moisés permitía el divorcio pero continuó explicando el porqué.
Y respondiendo Jesús, les dijo: Por la dureza de vuestro corazón os escribió este mandamiento. (Marcos 10:5)
Según Jesús, la razón por la cual en la Ley de Moisés se permitía el divorcio, era por la dureza del corazón de los hombres. El pecado y la rebelión contra Dios y Sus propósitos provocan gran crisis en este mundo. Esta dureza del corazón afecta, incluso, lo más íntimo de las relaciones. No necesitamos ir muy lejos para ver los abusos que suceden en los matrimonios de nuestros días. Las esposas son abusadas emocional, sexual y físicamente. Los esposos también sufren abusos. Estos abusos y maldades son tales que causan gran daño, no solo a los cónyuges involucrados, sino también a los hijos y a la sociedad.
Moisés era consciente del pecado que se cometía contra esposas y esposos en los matrimonios. Jesús les dijo a los fariseos que Moisés permitía el divorcio para impedir que sucedieran males mayores.
No obstante, Jesús continuaba aclarando que éste no era el propósito de Dios para el matrimonio.
…pero al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer. (Marcos 10:6-7)
Con la cita de Génesis 2:24, el Señor Jesús recuerda a los fariseos que el deseo de Dios es que el hombre deje a su padre y a su madre y se ‘una’ a su mujer. Ya hemos analizado este término. La palabra ‘unirse’ implica hacer todo lo que esté a nuestro alcance para mantener una relación saludable y positiva con el cónyuge y oponerse a todo aquello que procure entorpecer esa unión. La intención de Dios desde el principio es que esposo y esposa se unan mutuamente. El divorcio se permitió únicamente a causa del pecado del corazón del hombre y por la gran maldad que tomaría lugar si la pareja permanecía en una relación enfermiza y quebrada.
Jesús dijo a los fariseos que cuando un hombre y una mujer se unen en matrimonio, vienen a ser una sola carne.
…y los dos serán una sola carne; así que no son ya más dos, sino uno. Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. (Marcos 10: 8-9)
Veamos primero que Jesús dice “no son ya más dos, sino uno”. Esto lo analizaremos más de lleno posteriormente. Por ahora lo que necesitamos ver es que cuando una pareja contrae matrimonio, deben dejar de pensar solo en sí mismos. Ahora deben considerarse uno al otro en todo lo que hagan. Las decisiones y acciones que lleven a cabo ya no solo les afectan de manera individual, sino también a la pareja. Los dos comienzan a funcionar como uno solo, complementándose y fortaleciéndose mutuamente. Ellos viven y actúan como uno. Cada decisión que ahora tomen será filtrada a través de su relación como esposo y esposa; cada acción que lleven a cabo impactará en su relación; cada palabra que expresen, contribuirá para el bien o el mal de la misma.
En segundo lugar, percatémonos en Marcos 10:9, que es Dios quien une a la pareja, “por tanto, lo que Dios juntó…”. Necesitamos comprender que cuando nos comprometemos el uno con el otro en matrimonio, Dios es parte de esa decisión. Recuerde lo que vimos en Malaquías 2:15.
¿No hizo él uno, habiendo en él abundancia de espíritu? (Malaquías 2:15a)
Dios bendice nuestra decisión de contraer matrimonio y santifica este acto por medio de Su Espíritu en la unión. Su bendición hace que esta unión sea legítima y santa ante Sus ojos. Romper la unión entre el esposo y la esposa es romper lo que Dios juntó debido a que Él la aceptó y selló con Su Espíritu. El divorcio no es solo un pecado contra los cónyuges, sino también contra Dios quien unió a la pareja, y también contra el Espíritu Santo quien selló esta relación haciéndolos uno.
Finalmente observemos que Jesús dijo a los fariseos que lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. Cuando un hombre y una mujer se casan, es para siempre. Cuando ellos se vuelven uno ante Dios, es para permanecer en esa condición y cultivar la unidad por el resto de sus vidas. Ese es el deseo de Dios para ellos como pareja.
Los fariseos vinieron a Jesús con una pregunta importante acerca del divorcio. Jesús no refutó el hecho de que en el Antiguo Testamento la ley permitía el divorcio; no obstante, lo que Él sí enfatiza es el hecho de que cuando Dios une a un hombre y a una mujer es con la intención de que vivan como una sola carne (vea Marcos 10:8). Hay una diferencia entre vivir juntos y vivir como “una sola carne”. Muchos matrimonios no son “una sola carne”. La pareja vive bajo el mismo techo, pero ambos miembros no viven como uno. Solo porque una pareja permanezca junta no significa que estén viviendo como Dios quiere. No es solamente el divorcio lo que disuelve la relación de una sola carne; ésta puede ser quebrantada, incluso, en el interior de la pareja quienes permanecen casados y viven bajo el mismo techo.
Cuando Jesús les dijo a los fariseos “por tanto, lo que Dios juntó no lo separe el hombre”, no se refería solamente a factores externos, sino que también incluía a la misma pareja. Él les recordaba que Dios los había juntado como uno, y debido a que Dios los unió en esa relación de una sola carne, sus vidas cambiarían para siempre. Ya no vivirían como dos personas separadas, sino que tomarían en consideración a su cónyuge y su bienestar en cada decisión o acción que lleven a cabo.
No es solo la carta de divorcio lo que separa lo que Dios juntó; también de manera más sutil lo hacen el egoísmo y el espíritu independiente que salen a relucir en el matrimonio. Vivir como uno no se refiere a vivir en la misma casa y compartir la misma cama; se trata de tenerse en cuenta el uno al otro en cada acción y decisión, de bendecirse y apoyarse mutuamente. Puede que usted no le haya dado a su esposa una carta de divorcio, pero quizás, en su corazón ya no sea considerado con ella y se haya separado emocional, física, sexual y espiritualmente. Jesús dice a los esposos y esposas que conviven de este modo: “Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”.
Dios ha sellado nuestros matrimonios como creyentes con Su Espíritu y Su intención es que esta unión dure toda la vida. El pecado es nuestro mayor obstáculo; como lo fue en los días de Moisés, así también lo es en la actualidad. La dureza del corazón humano es la que nos impide experimentar la unidad en el matrimonio. Debemos abrir nuestros corazones a Dios y permitirle que los haga dóciles, lo cual implica que nos humillemos y nos sometamos a Su propósito para nuestros matrimonios. Esto significa reconocer que soy responsable de mi pareja y su bienestar. Voy a alejar los pensamientos y acciones egoístas de mi matrimonio y considerar a mi cónyuge en todo lo que haga. Debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance, no solo para mantener intacto lo que Dios juntó, sino también para asegurar la salud de esa relación pues somos responsables ante Dios por ello.
El matrimonio cambiará su vida y usted ya no volverá a ser la misma persona. Desde el momento en que Dios los une como marido y mujer, ambos deben desechar cualquier pensamiento egoísta. A partir de ahí, abandonar a su cónyuge es ignorar el mandamiento y el propósito de Dios de que vivan como “una sola carne”.
Si queremos experimentar el propósito de Dios para nosotros de vivir como una sola carne, primero debemos aceptar lo que Jesús nos está diciendo. Dios desea que la pareja viva como “una sola carne”; por lo tanto, nunca debemos permitirnos decir o hacer cualquier cosa que pudiera romper la unidad que Dios quiere para nosotros como pareja. Ningún hombre o mujer debe separar lo que Dios juntó como uno. Los mayores infractores de este mandamiento de Jesús son las propias parejas, que en vez de cultivar la unidad, vemos que lo que hacen es separarse cada vez más. Permitimos que las cosas se interpongan entre nosotros y no tenemos como prioridad mantener lo que Dios juntó.
Para Reflexionar:
¿Por qué Moisés permitió el divorcio? Según Jesús, ¿cuál era la intención de Dios para el matrimonio?
¿Puede una pareja vivir juntos pero no hacerlo como “una sola carne”? Explique.
Jesús dijo “así que no son ya más dos, sino uno” (Marcos 10:8). ¿Cómo esta afirmación impacta en las decisiones que tomamos como matrimonio y en la manera en que debemos vivir como marido y mujer?
Deténgase un momento para analizar su relación matrimonial. ¿Ha estado viviendo como una sola carne o vive su propia vida?
¿Qué cambios sucedieron en su vida cuando contrajo matrimonio? ¿Encontró que alguno de ellos fue particularmente difícil de realizar?
¿Qué tipo de cosas puede romper la unidad que Dios destinó para un matrimonio cristiano?
Si Dios los juntó como uno, ¿qué ha estado usted haciendo para mantener esa unidad en su matrimonio? ¿Está dispuesto a ser uno con su pareja o prefiere independencia y libertad para hacer lo que le plazca?
Para Orar:
Pida al Señor le ayude a unirse a su cónyuge. Ruegue que le muestre lo que se ha estado interponiendo entre ustedes y su unidad.
Agradezca al Señor porque ha bendecido su unión matrimonial. Ore a Dios que le ayude a ser fiel al cónyuge que Él le dio.
Pídale al Señor que le ayude a tratar con cualquier dureza del corazón, egoísmo u obstinación que pudieran romper la unidad que Él desea que usted tenga con su pareja.
Ruegue a Dios que le muestre si hay algo que pueda hacer para fomentar más la unidad con su cónyuge.
Pida al Señor le perdone por separar lo que Dios juntó y pídale le dé mayor carga por procurar la unidad con su cónyuge en todas las cosas.
Capítulo 5 – Falsas Relaciones de Una Sola Carne
Las viandas para el vientre, y el vientre para las viandas; pero tanto al uno como a las otras destruirá Dios. Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que levantó al Señor, también a nosotros nos levantará con su poder. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? De ningún modo. ¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella? Porque dice: Los dos serán una sola carne. Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él. (1 Co. 6:13-17)
En los capítulos pasados vimos que las Escrituras enseñan sobre el propósito de Dios para el matrimonio. Dios desea que la pareja experimente la unidad en cuerpo, alma y espíritu en una relación comprometida para toda la vida. Pero Satanás tiene otro plan. Su influencia se observa en la ciudad de Corinto en los días del apóstol Pablo. A esto se refería el apóstol al abordar la doctrina pagana que allí se encontraba.
Los alimentos son para el estómago y el estómago para los alimentos, pero Dios destruirá a los dos. Sin embargo, el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo. (1 Co. 6:13; LBLA)
“Los alimentos son para el estómago y el estómago para los alimentos pero Dios destruirá a los dos”. Parece que este era un dicho popular en la ciudad de Corinto. ¿Qué significaba este dicho y qué filosofía encerraban estas palabras? Básicamente, las palabras solo nos recuerdan que aunque Dios hizo el estómago para disfrutar los placeres alimenticios, vendrá el día en que a ambos, tanto a los alimentos como al estómago, Él destruirá con la muerte. Existen dos ideas importantes implícitas en esta frase.
Primero, los placeres de la vida son temporales. Los alimentos que comemos deleitan a nuestro paladar y satisfacen nuestros cuerpos; sin embargo, llegará el día en que este placer se acabará. Esta verdad también se aplica a los otros deleites de la vida. La muerte, la vejez o la enfermedad nos arrebatarán estos placeres. Ninguno de ellos durará para siempre.
Segundo, el cuerpo está diseñado para disfrutar estos placeres temporales. Dios nos dio un estómago para digerir nuestros alimentos. Nos dio los ojos para disfrutar el hermoso paisaje a nuestro alrededor, así como los sonidos de la naturaleza, y también nos dio la capacidad de disfrutar los placeres de la carne.
¿Cuál fue la conclusión del pueblo de Corinto ante estas dos verdades elementales? Si Dios nos creó para disfrutar los deleites de la vida, pero éstos solo duran un tiempo; entonces debemos aprovechar el tiempo que tenemos y deleitarnos en ellos. Si el estómago fue hecho para los alimentos, entonces debemos comer y disfrutar antes que se nos quite ese placer. Si Dios nos creó como seres sexuales, capaces de disfrutar el placer del cuerpo, pues deberíamos aprovecharlo y disfrutarlo mientras podamos, porque llegará el día en que también este placer nos será quitado.
Aunque hay algo de verdad en la filosofía de los Corintios, su cultura no podía percatarse que también existe un entorno adecuado para el disfrute de estos placeres. Observe que Pablo dijo a los Corintios en el versículo 13 que el cuerpo no es para la “fornicación” (inmoralidad sexual). Al usar la palabra “fornicación”, Pablo nos enseña que los Corintios practicaban las actividades sexuales fuera del propósito divino. Su idea era que debido a que Dios les había dado la capacidad de disfrutar la relación sexual, entonces podían hacerlo con cualquier persona que quisieran. Por supuesto, este no era el propósito de Dios. Los Corintios no podían entender que había un precepto superior que gobernaba sus vidas, “el cuerpo es para el Señor y el Señor para el cuerpo” (1 Cor 6:13).
Dios nos creó para Él. Somos responsables ante Él por la manera en que usamos nuestros cuerpos. Pablo lo aclaró cuando dijo:
Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo… (1 Cor 6:20)
La filosofía de este mundo plantea que yo soy dueño de mi vida y puedo hacer con mi cuerpo lo que me plazca. No obstante, Pablo nos recuerda que como pueblo de Dios, no nos pertenecemos. El Señor Jesús entregó Su vida para rescatarnos de la maldición del pecado, por eso ahora nosotros le pertenecemos. Esta obra de Cristo nos coloca bajo un compromiso: glorificarlo a Él en nuestros cuerpos. Esto significa que debemos vivir para Él, de acuerdo a Sus principios. Dios tiene un propósito para nuestras vidas en el aspecto sexual; Él quiere que esos deseos se satisfagan en el contexto de una relación matrimonial consagrada.
Pablo dijo a los Corintios que no solo nuestros cuerpos eran para el Señor, sino que el Señor era para nuestros cuerpos.
¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? (1 Cor 6:19)
Tal y como nuestros cuerpos fueron hechos para glorificar al Señor, así también es Su propósito llenarlos con Su Espíritu Santo. El quiere morar en nosotros, capacitarnos y llenarnos; y así, por medio nuestro, se cumpla el gran propósito del Padre en la tierra.
Existe una maravillosa conexión entre los creyentes y el Señor. A medida que el Espíritu de Dios nos llena, venimos a ser uno con Él.
Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él. (1 Cor 6:17)
¿Qué significa ser un espíritu con el Señor? Significa que mi corazón está ligado al suyo: Su deseo es mi deseo. En otras palabras, quiero agradarle, anhelo Su voluntad y vivo para Él. Además, tengo en cuenta Su voluntad y propósito en todo lo que hago; estoy en comunión con Él; su fortaleza es mi fortaleza; dependo de Su sabiduría; no escojo caminar sin Él, por el contrario, le entrego cada parte de mi vida; lo busco en cada decisión que tomo; quiero Su presencia en cada paso que doy. No puedo imaginar estar sin Él y sacrificaré todo por Él. Me negaré a mí mismo para hacer Su voluntad, pues quiero lo que Él quiere; hago lo que Él hace; le pertenezco y Él me pertenece. Somos uno en propósito, corazón y voluntad. Mi identidad se encuentra en Él.
Es desde esta perspectiva que Pablo procede a describir la maldad de la inmoralidad sexual en Corinto. Parece que este pecado tomaba la forma de prostitución. Vea lo que dice Pablo al respecto:
¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella? Porque dice: Los dos serán una sola carne. (1 Co. 6:16)
Observe cómo Pablo conecta la relación de “una sola carne” de Génesis 2:24 a la relación sexual con una ramera. En otras palabras, una manifestación de esta relación de una sola carne se encuentra en la relación sexual. Sin embargo, en este contexto “ser un cuerpo” o “una sola carne” con una ramera tergiversaba el propósito de Dios. Era una falsa expresión de una relación de “una sola carne”. Quien se acuesta con una prostituta puede ser un cuerpo con ella, pero difícilmente Dios se refería a esto cuando habló sobre la relación de una sola carne entre el esposo y la esposa. Existen muchas personas que experimentan la obra del Señor pero no son uno con el Espíritu.
En la época de Jesús muchos enfermos fueron sanados; también muchos fueron tocados por Sus enseñanzas, pero no se rindieron a Él. El Señor puede hablar a su corazón en cierta situación, pero eso no significa que usted sea uno con Él. De hecho, Dios habla, sana, o incluso, puede usar a un incrédulo aunque esa persona no haga su decisión por Él ni camine con Él. De una manera similar, un hombre puede tener una relación sexual con una ramera y ser un cuerpo con ella, mas solo interesarle el placer de su carne. Puede no volver a verla nunca, e incluso, despreciarla en su corazón.
Existen muchas falsas expresiones de la relación de una sola carne. Éstas son egoístas hasta la médula. Usted no puede ser una sola carne si todo gira en torno suyo; no puede ser uno con otra persona si solo la utiliza para satisfacer sus propias necesidades. La unión de una sola carne demanda la fusión de los deseos y corazones de dos personas en una relación permanente.
Lo que percibimos aquí es que la intención de Dios para la relación de una sola carne es mucho más profunda que el hecho de usarnos mutuamente para satisfacer nuestras necesidades o deseos terrenales. La relación de una sola carne que Dios desea es aquella en la que las necesidades de su cónyuge son más importantes que las propias. Es una relación sacrificial que entrega todo voluntariamente para ministrar las necesidades de su pareja. Es un compromiso duradero con su cónyuge. Es una imagen de la relación entre Cristo y Su Iglesia.
Para Reflexionar:
¿Qué aprendemos de la filosofía del pueblo de Corinto? ¿Existe evidencia de esa misma filosofía en nuestra cultura contemporánea?
¿Qué quiso decir Pablo cuando dijo que el cuerpo era para Cristo y Cristo para el cuerpo? ¿De qué manera esto influye en lo que hacemos con nuestros cuerpos?
¿Qué nos enseña Pablo acerca de las relaciones sexuales fuera del matrimonio? ¿Cuán pecaminosas son? ¿Cuál es la diferencia entre una relación con una prostituta y una relación santa de una sola carne?
¿Es posible que veamos a nuestra pareja como alguien a quien usamos para satisfacer nuestras necesidades? ¿Cómo esto demuestra egoísmo? ¿Cuál es el propósito supremo de Dios para ustedes como pareja?
Para Orar:
¿Observa usted rasgos de la filosofía de Corinto en su sociedad? Separe un tiempo para pedir a Dios que limpie nuestra sociedad de esta inmoralidad y nos ayude a ver Su intención para la relación sagrada de una sola carne.
Pida a Dios que le ayude a vivir con la seguridad de que Él habita en usted y de que Su deseo es usar su cuerpo para Su gloria.
Pida al Señor que le enseñe a ser menos egoísta en su relación con su cónyuge y que le ayude a comprometerse con sus necesidades y no solo con las suyas propias.
Si usted está casado, deténgase un momento para orar con su esposo o esposa sobre su relación; pídale al Señor que la bendiga de forma tal que no solo satisfaga las necesidades de su pareja, sino que glorifique en gran manera Su nombre.
¿Existen aspectos en su matrimonio en los cuales hay división? Pida a Dios que le ayude a ver que Su gran propósito es que usted sea una sola carne con su cónyuge. Pídale que le muestre si existen cosas que usted deba sacrificar por su pareja de manera tal que haya mayor armonía entre ustedes. Agradezca a Dios por el ejemplo que nos dio al sacrificar a Su Hijo por nosotros
Capítulo 6 – Una Sola Carne y la Renuncia a los Derechos Personales
En cuanto a las cosas de que me escribisteis, bueno le sería al hombre no tocar mujer; pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido. El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. (1 Co. 7:1-4)
En el capítulo anterior examinamos un ejemplo de la falsa relación de una sola carne. Vimos que ser una sola carne es mucho más que estar unidos sexualmente. La unidad de la carne que Dios desea solo se encuentra en el contexto de una relación sacrificial entre un hombre y una mujer comprometidos mutuamente para toda la vida.
1 Corintios 6:13 habla sobre la realidad de que el cuerpo es para el Señor y el Señor para el cuerpo. Aquí Pablo está plasmando un aspecto importante que no debemos perder de vista si queremos entender la intención de Dios para el matrimonio cristiano. Cuando Pablo dijo que el cuerpo era para el Señor está recordándonos que no somos dueños de nuestros cuerpos para hacer lo que nos plazca, sino que tenemos la obligación de usarlos para Su gloria y honra.
Como creyentes nos hemos dedicado a Él en cuerpo y alma. Reconocemos que somos Sus siervos y que todo lo que tenemos lo debemos consagrar a Él y a Su propósito. El apóstol Pablo es un maravilloso ejemplo de esto. Fíjese lo que él dijo a los creyentes de Corinto:
Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado. (1 Cor. 9:25-27)
Pablo disciplinaba su cuerpo, decidiendo ponerlo bajo control. Él hacía esto con un propósito muy particular: terminar la carrera que Dios le dio. Es decir, él no consagró su cuerpo a servir sus propios propósitos, sino el propósito de su Creador y Salvador.
Pablo, de manera voluntaria sufrió privaciones por causa del Señor. Fue apedreado y maltratado. Se esforzó en continuar cuando hubiera sido mucho más fácil renunciar; y lo hizo porque se había entregado en cuerpo y alma al Señor. Él no vio más su cuerpo como propio, sino como del Señor. El cuerpo en que él habitaba tenía un propósito: servir y honrar al Señor.
¡Cuán fácil es para nosotros considerar nuestros cuerpos como nuestros! Sin embargo, Pablo nos recuerda que son para el Señor. ¿Desea usted consagrar su cuerpo completamente al Señor y a Su propósito? ¿Renunciará a su derecho a las comodidades por agradar al Señor? ¿Entregará al Señor el derecho sobre su cuerpo para usarlo como Él lo crea? ¿Disciplinará su cuerpo y lo usará para su Salvador, aun cuando esto signifique sufrimiento de su parte?
El principio que Pablo expresa aquí no se aplica solamente a nuestra relación con el Señor, sino también a nuestras relaciones matrimoniales. Medite en lo que él dijo en el pasaje citado al principio de este capítulo.
La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. (1 Co. 7:4)
Estamos viviendo una era que se revela en contra del principio de que alguien tenga autoridad sobre nosotros. Hace unos meses escuchaba entrevistas a mujeres que sintieron que tenían el derecho de matar al bebé en su vientre si no querían tenerlo, ellas veían esto como un derecho que tenían sobre sus propios cuerpos. La realidad del asunto es la siguiente: Dios no nos llama a pelear por nuestros derechos personales, sino a rendirlos a un propósito superior. Solo podemos experimentar la unidad que Dios desea en un contexto de entrega. Usted no puede lograrlo si pasa la vida peleando por sus propios derechos. Hacer esto solo estorbará su relación con Dios; y este mismo principio se aplica al matrimonio.
Cuando un hombre y una mujer se unen en matrimonio, ellos se entregan a sí mismos el uno al otro. En esta relación de confianza ellos escogieron ofrecerse el uno al otro. Aunque aquí, en 1 Corintios 7 se refiere a la relación sexual, el principio de ofrecer nuestro cuerpo es mucho más que esto. Como esposos y esposas debemos entender que el cuerpo que el Señor nos ha dado no es solo para el Señor, sino también para usarlo en apoyar y bendecir a nuestro cónyuge. Vea lo que el apóstol dijo a los Corintios en 1 Corintios 7:32-34.
Quisiera, pues, que estuvieseis sin congoja. El soltero tiene cuidado de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor; pero el casado tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer. Hay asimismo diferencia entre la casada y la doncella. La doncella tiene cuidado de las cosas del Señor, para ser santa así en cuerpo como en espíritu; pero la casada tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido. (1 Cor. 7:32-34)
El apóstol Pablo no era casado y podía consagrar su vida entera a la causa del Señor. Sin embargo, veamos en 1 Corintios 7:32-34 que él reconocía que el casado no podía entregarse al ministerio de la misma manera, pues sus intereses estaban divididos: él tenía cuidado de cómo agradar a su mujer y la esposa también se preocupaba en cómo agradar a su marido. Pablo reconocía esta realidad de la vida. Era la obligación de los casados servirse y apoyarse uno al otro. Dios no espera menos.
En el matrimonio no podemos permitirnos ser egoístas ni egocéntricos. Ningún matrimonio puede sobrevivir cuando los cónyuges se enfocan solo en sí mismos. Para que éste sea saludable, ambos deben estar dispuestos a sacrificar los derechos sobre sus propios cuerpos, tiempo e intereses por el bien del otro.
¿Qué quiso decir Pablo cuando expresó que la esposa tiene potestad sobre el cuerpo del esposo y viceversa? Existen dos aspectos en esta pregunta.
El derecho a la expectativa
En primer lugar, tener autoridad sobre algo significa que tengo derecho a esperar algo de mi pareja porque somos uno. Cuando estoy cansado y sobrecargado, tengo el derecho de esperar ayuda. Cuando estoy desanimado tengo derecho de esperar consuelo y seguridad. Sin embargo, esta expectativa puede ser relativa.
Por un lado, entendemos que tener el derecho de recibir algo, no significa que siempre lo recibiremos. Tener derecho a algo tampoco significa que siempre exigiremos ese derecho. Hay momentos en que necesitaré renunciar a mis derechos para servir a mi pareja. Hay quienes usarían 1 Corintios 7:4 para exigir la satisfacción de cada una de sus necesidades, aunque hieran a su pareja. Estas personas son, en esencia, exigentes y egocéntricos. Esta no es la intención de Pablo.
Por otro lado, están los que esperan cualquier cosa de su cónyuge. Viven sus vidas preocupándose de sus propias necesidades y al final, cada uno se excluye de su rutina diaria. Esta indisposición de reconocer o aceptar lo que es justo para ellos, solo terminará hiriendo la relación.
Los cónyuges en el matrimonio tienen derecho a esperar apoyo y aliento de su esposo o esposa. Así es como Dios quiere que sea. Sin embargo, si usted reclama su derecho a toda costa, su relación sufrirá. Si rechaza aceptar lo que es justo para ambos, usted se distanciará de su pareja y rápidamente se desviarán del camino a la unidad que Dios desea. Debemos tener un sentido saludable de lo que se espera si queremos experimentar la unidad que Dios planeó para nosotros.
El deber de la responsabilidad
A menudo, nosotros visualizamos la autoridad de una manera egoísta. Para muchos, tener autoridad implica tener el derecho de usarla para sus propios deseos. No deberíamos verla en ese sentido. Aquellos quienes han recibido autoridad tienen una gran responsabilidad. Un rey que tiene autoridad sobre una nación está obligado a cuidar de ella. Cuando un ejecutivo recibe autoridad sobre una compañía, tiene la gran responsabilidad de hacer todo lo posible para que ésta sea exitosa. Si al esposo le ha sido dada autoridad sobre el cuerpo de su esposa, está bajo la obligación de hacer todo lo posible para suplir sus necesidades, e igualmente la esposa. Ella debe, diligentemente, servir a su esposo porque le ha sido otorgada autoridad de cuidar de él y sus necesidades.
En el contexto de una relación de una sola carne, debemos aprender a aceptar esta responsabilidad de cuidar uno del otro. Debemos, voluntariamente, renunciar a nuestros propios intereses, tiempo y derechos para cuidar de nuestra pareja. Esta es la enseñanza de Pablo no solo para el matrimonio, sino para todos los creyentes.
Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. (Filipenses 2:3)
Dios me ha dado la autoridad para complacer y cuidar de mi pareja. Esto significa que debo estar dispuesto a ajustar mi agenda o hacer un esfuerzo extra para apoyar a mi cónyuge. Significa que quizás deba rechazar algo que me gustaría hacer con tal de ayudar a mi pareja; que debo procurar entender a mi compañero(a) y a sus necesidades. Debemos comprometernos a dar felicidad a nuestra pareja y lograr, con diligencia, satisfacer sus necesidades porque Dios nos ha dado autoridad y responsabilidad para hacerlo.
¿Estamos dispuestos a renunciar a nuestros derechos y a confesar esa actitud egoísta que mira solamente nuestros propios intereses? ¿Renunciaría usted a los derechos sobre su cuerpo y se consagraría a estar en función de las necesidades de su cónyuge? Si como matrimonio, queremos experimentar la unidad de una sola carne, primeramente debemos dejar a un lado nuestro derecho de pensar en nosotros mismos y tener como prioridad la responsabilidad de velar por las necesidades de nuestra pareja.
Hemos mencionado a aquellos quienes han sido heridos y ya no esperan nada de sus cónyuges. En este tipo de relaciones, las parejas renuncian a sus derechos y expectativas, pero en el proceso, pierden toda conexión entre ellos. No experimentan la unidad que Dios desea porque ya no reciben nada el uno del otro ni tampoco se apoyan, y en realidad, ni siquiera lo esperan. Pablo les recuerda a estas parejas que ellos sí tienen derechos; de hecho, si ellos nunca se dan la oportunidad de recibir lo que es suyo por derecho, solo van a herir sus relaciones. La relación de una sola carne solo puede prosperar si ambos cónyuges, más que dispuestos a renunciar a sus derechos, reciben con placer, humildad y agradecimiento lo que en realidad les pertenece.
Para Reflexionar:
¿Cómo cambian las prioridades de su vida cuando le rinde su cuerpo al Señor?
¿Qué es autoridad? ¿Autoridad significa que usted tenga derecho a hacer lo que le plazca, o la obligación de cuidar y servir a las personas sobre quienes tiene autoridad?
¿Cuál es el deber de los esposos y esposas al tener cada uno mutua autoridad sobre sus cuerpos?
¿Podremos experimentar la unidad que Dios desea sin estar dispuestos a rendir nuestro tiempo, esfuerzo y voluntad a nuestro cónyuge como compañeros de matrimonio?
¿Se ha hecho usted responsable por el cuidado de su esposo o esposa? ¿Cuál es la obligación que Dios le ha dado para con su pareja?
¿Está dispuesto a renunciar a su derecho sobre su propio cuerpo, tiempo, esfuerzo y voluntad para servir a su cónyuge? ¿Qué impide que lo haga en su totalidad, y que coloque las necesidades de él o ella por encima de las suyas propias?
¿Ha perdido toda expectativa de su pareja? ¿Qué conllevó a esto? ¿Cuál fue el resultado en su matrimonio?
Para Orar:
Pida al Señor que le perdone por sentir que tener autoridad significaba privilegios más que obligación. Pídale que le perdone por usar su autoridad con fines egoístas.
Ore a Dios que le ayude a dejar de enfocarse en su propio bienestar y comodidad a fin de que sea más disciplinado y centrado en las necesidades de su pareja y pídale que le muestre cómo usted puede ser una bendición para ella.
Si ya no espera nada de su pareja, pídale al Señor le revele las causas y ruéguele que sane las heridas que esto pueda haber provocado en su corazón.
Capítulo 7 – El que Ama a su Mujer, a sí Mismo se Ama
Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia. (Efesios 5:28-32)
En Efesios 5:22-33 el apóstol Pablo habla a los esposos y esposas sobre la relación que Dios desea para ellos. Para hacerlo, la compara con la relación que existe entre Cristo y la Iglesia y comienza recordando a los creyentes que al esposo le fue dada la responsabilidad de ser cabeza del hogar, así como Cristo es cabeza de la Iglesia (Efesios 5:22-24).
Esta autoridad de ser “cabeza de la mujer” (Efesios 5:23) encierra una gran responsabilidad. El apóstol continúa diciendo a los esposos en el versículo 25 que deben amar a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia. Además, él pone un ejemplo del amor de Cristo por la Iglesia en este texto al decir que Él “se entregó a sí mismo por ella”. El Señorío de Cristo se demuestra en la manera en que Él cuidó y continúa cuidando a la Iglesia que es Su novia. Él sacrificó Su vida y murió por ella.
Jesús enseñó que la mayor expresión de amor se encuentra en la disposición de uno de los cónyuges de morir por el otro.
Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. (Juan 15:13)
La autoridad que Dios le da al hombre sobre su esposa no es aquella que se emplea para imponer sus deseos por encima de los de ella; sino la responsabilidad de cuidarla y amarla como Jesús amó a la Iglesia, lo cual implica sacrificarlo todo por ella.
Aunque a pocos esposos se les pediría que murieran por sus esposas, este principio aún es aplicable en nuestra vida diaria. Hay muchas maneras en las que Dios nos llama a morir por nuestra pareja. Puede ser que debamos renunciar a nuestras comodidades para ponernos en función de las necesidades de nuestro cónyuge. Necesitaremos poner sus intereses por encima de los nuestros.
Pablo continúa diciendo en Efesios 5:28:
Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. (Efesios 5:28)
Esta idea de amar a nuestras mujeres como a nuestros mismos cuerpos se basa en dos principios importantes.
En primer lugar se basa en la relación de Cristo con la Iglesia.
Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo… (Efesios 5:29-30)
Pablo nos recuerda que todos nosotros somos parte del cuerpo de Cristo. Él tiene un interés especial en nosotros debido a que le pertenecemos y somos parte de Su cuerpo en esta tierra. Él estuvo dispuesto a sacrificar Su vida para salvarnos del pecado; intercede por nosotros ante el Padre; Él puso Su Espíritu Santo en nosotros para guiarnos y darnos poder; conoce cada cabello de nuestra cabeza y cada necesidad que tenemos, aún cuando no se lo hemos expresado; Él nos conoce mejor que nosotros mismos. Así es Su interés por nosotros y lo hace porque le pertenecemos y somos miembros de Su cuerpo. El matrimonio es un gran ejemplo de la relación de Cristo y Su Iglesia. Así como Cristo y la Iglesia son uno, también el esposo y la esposa han sido juntados como uno teniendo como ejemplo de unidad a la persona de Cristo y Su relación con la Iglesia. Para amar a Cristo debemos amar a los miembros de Su cuerpo. Ejemplo de esto lo encontramos en Mateo 25 donde Jesús dice:
Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. (Mateo 25:35-40)
Jesús bendijo a quienes le habían servido. Ellos no recordaban haber alimentado al Señor; sin embargo, Jesús les recordó que cuando alimentaron a uno de Sus hijos, a Él lo hicieron. Cuando cuidamos de quienes pertenecen al cuerpo de Cristo, estamos cuidando de Cristo mismo. Cuando bendecimos a un hermano o hermana que pertenece a Cristo, lo estamos bendiciendo a Él. Jesús siente las necesidades de quienes le pertenecen como si fueran las suyas propias. Estar en función de estas necesidades es estar en función de Él. Dios nos llama a que como esposos y esposas tengamos la misma actitud. Ser una sola carne implica sentir las necesidades de cada cual como las propias.
En segundo lugar, la idea de amar a nuestras esposas como a nuestros mismos cuerpos se basa en el principio de Génesis 2:24, cuya cita Pablo menciona en Efesios 5:31.
Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. (Efesios 5:31)
Ante los ojos de Dios, cuando un hombre toma esposa, ambos vienen a ser una sola carne. Ellos se han unido de forma tal que la necesidad de uno es también la del otro. Si en el matrimonio, uno de los cónyuges sufre, el otro también lo hace. Dios ha dado a cada cual su pareja, así que ellos pueden ministrarse mutuamente. Sus mentes y corazones deben estar unidos de tal manera que ya no sean más dos, sino uno.
¿Cómo funciona en sí esta unidad en la vida diaria? El apóstol Pablo lo explica de la siguiente manera:
Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia. (Efesios 5:29)
¿Qué sucede cuando usted tiene hambre? ¿No come? O si tiene algún dolor, ¿no haría cualquier cosa para aliviarlo? ¿Y qué si está cansado? ¿No reposa? El instinto natural del cuerpo cuando tiene alguna necesidad es atenderla. Lo que Pablo está diciendo es que cada pareja necesita llegar a este punto en su relación. Debemos ver las necesidades de nuestro cónyuge como las propias. Debemos cuidar de cada cual de la misma forma en que cuidamos de nuestro cuerpo. Si soy una sola carne con mi esposa, entonces podré ver sus necesidades y velaré por ellas como si fueran las mías, porque ante Dios lo son.
En la actualidad, el énfasis en los derechos del individuo es tal, que hemos perdido el sentido de la dependencia recíproca y esto también ha llegado hasta nuestros matrimonios. Es fácil vivir bajo el mismo techo y compartir la misma cama pero no vivir como una sola carne. Procuramos mantener nuestra propia identidad y luchar por nuestros derechos individuales, en vez de aprender a vivir como una sola carne. Esto origina gran división y pleitos.
Lo que es aplicable al matrimonio, lo es también a la Iglesia. Muchos problemas se desencadenan cuando no logramos ver que Dios nos ha llamado a vivir y a funcionar como un solo cuerpo y no de forma individual. Somos más fuertes cuando somos uno. A menudo somos derrotados porque no estamos dispuestos a sacrificar nuestros derechos y necesidades por el bien del cuerpo.
¿Qué aprendemos aquí sobre el principio de una sola carne? Cuando un hombre se casa, se compromete a ser uno con su mujer, y ser uno con alguien es aceptar sus necesidades como las propias. Es velar por ellos cuando están en conflicto; es cuidarse cuando están enfermos; es rechazar el orgullo y la vanagloria; es hacer morir el espíritu egocéntrico e independiente y aprender a cuidar uno del otro. Significa hacer mías las necesidades, deseos y ambiciones de mi pareja.
Necesitamos aprender este principio de una sola carne en el matrimonio. A causa del pecado, batallamos con el orgullo y el egoísmo; pero debemos vencerlos si queremos experimentar la unidad que Dios desea para nosotros. Pablo nos desafía a mirar a Cristo como nuestro ejemplo de unidad. Vea sus palabras a la Iglesia de los Filipenses.
Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia, completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. (Filipenses 2:1-8)
Observe cómo el apóstol desafía a los Filipenses a que sean de un “mismo sentir”, teniendo el “mismo amor” y “unánimes”. Hace falta que haya unidad de mente y corazón y eso no siempre es fácil de lograr, ni en el matrimonio, ni en la Iglesia; sin embargo, esa es la voluntad de Dios para nosotros.
Percátese también que Pablo reta a los creyentes de Filipo a no hacer nada por contienda o vanagloria, más bien, a estimar a los demás como superiores a ellos mismos. Ellos debían aprender a ver las necesidades de cada uno y considerarlas más importantes que las suyas propias. Debían renunciar a sus propias comodidades y derechos para cuidar de sus hermanos; y si pareciera ilógico, entonces debían mirar a Jesús y lo que hizo por ellos; que aún siendo Dios, voluntariamente se hizo hombre, se humilló a sí mismo tomando forma de siervo y entregó Su vida para morir por aquellos que le rechazaron.
La unidad que Dios desea solo se puede encontrar siguiendo el ejemplo de Cristo. Los esposos y esposas deben poner a un lado sus propios intereses para cuidar de sus cónyuges. Deben crucificar el orgullo y la vanagloria; abandonar sus deseos individuales y tener como ambición y meta en la vida ministrar y velar por las necesidades de su pareja con quien han venido a ser uno ante Dios. Amarlos de ese modo es amarse a sí mismos.
Para Reflexionar:
Jesús enseñó que no existe mayor expresión de amor que alguien ponga su vida por un amigo. ¿Cuánto está usted dispuesto a sacrificar por su esposo o esposa?
¿Cómo influye en la forma en que considero las necesidades de mi cónyuge el hecho de que seamos uno? ¿Cómo respondo a esto?
Tome un momento para analizar su matrimonio. ¿Están viviendo como una sola carne o como dos individuos bajo el mismo techo?
¿Cuál es su obligación para con su esposo o esposa? ¿Ha cuidado de su pareja y alcanzado sus necesidades? Reflexione en el ejemplo de Cristo y Su actitud ¿Tiene en su matrimonio el mismo sentir de Cristo?
Para Orar:
Pídale al Señor que le ayude a conocer Su propósito para su relación con su cónyuge y a poner a un lado el egoísmo y orgullo para que entonces, puedan ser uno.
Ore a Dios que le dé gracia para considerar más las necesidades de su pareja. Pídale que abra sus ojos para verlas y que le haga humilde con una mayor actitud de siervo.
¿Qué es lo que impide la unidad en su matrimonio? Ore por un momento que Dios le ayude a eliminar esas barreras. Aunque usted no pueda hacer que su pareja cambie, sí puede ser aquello que Dios le ha llamado a ser. Pídale al Señor gracia para seguir Su ejemplo, aún si su cónyuge no cambia.